Mi relación con las redes sociales siempre ha sido ambivalente. He pasado por épocas en las que consultaba a diario y otras en las que pasaba meses sin conectarme (sobre todo, antes de la llegada de los smartphones). La medida más útil que he tomado ha sido la de desinstalar las aplicaciones de redes sociales del teléfono (excepto Twitter, que es la que más me gusta) y la tablet y conectarme desde el portátil o el PC. Así puedo dedicarles el tiempo que realmente merecen.
En mi cuenta de FB, abierta en 2007 (vivía fuera de España) tengo 29 contactos y sigo algunas páginas o participo en grupos que son de mi interés, utilizo Pinterest porque me da buenas ideas y Twitter por la inmediatez. Gestiono con otras dos personas una cuenta de IG profesional y me parece tan absorbente que se me han quitado las ganas de crearme una.
Para comunicarme con las personas que quiero y me interesan tengo el teléfono para lo que se ha creado (llamadas), Skype los sistemas de mensajería instantánea (Whatsapp para video llamadas o Telegram, donde sigo dos canales) y también el correo electrónico, aunque parezca un anacronismo.
Lo que he aprendido después de tantos años es la importancia de establecer barreras y límites: Desde limitar el tiempo de uso (una o dos veces a la semana), no estar disponible ni conectado 24 horas, eliminar notificaciones inútiles o limitar la información que ofrezco (en Whatsapp sólo pueden ver mi foto de perfil mis contactos, tampoco la última hora a la que me conecté, nadie puede escribir en mi muro de FB).
En mi cuenta de FB, abierta en 2007 (vivía fuera de España) tengo 29 contactos y sigo algunas páginas o participo en grupos que son de mi interés, utilizo Pinterest porque me da buenas ideas y Twitter por la inmediatez. Gestiono con otras dos personas una cuenta de IG profesional y me parece tan absorbente que se me han quitado las ganas de crearme una.
Para comunicarme con las personas que quiero y me interesan tengo el teléfono para lo que se ha creado (llamadas), Skype los sistemas de mensajería instantánea (Whatsapp para video llamadas o Telegram, donde sigo dos canales) y también el correo electrónico, aunque parezca un anacronismo.
Lo que he aprendido después de tantos años es la importancia de establecer barreras y límites: Desde limitar el tiempo de uso (una o dos veces a la semana), no estar disponible ni conectado 24 horas, eliminar notificaciones inútiles o limitar la información que ofrezco (en Whatsapp sólo pueden ver mi foto de perfil mis contactos, tampoco la última hora a la que me conecté, nadie puede escribir en mi muro de FB).