Mi hermanastra trajo a su pareja (canadiense quebequés) en Navidades para que lo conociéramos. Un muchacho muy serio, tímido, medio shockeado por la panda de locos que se encontró. Para esas fiestas, comprábamos un dulce marroquí parecido al turrón, venía en una cajita de madera (que mi abuela después pintaba y quedaban muy coquetas) y por fuera un papel metalizado azul con letras en dorado y rojo, muy llamativo todo. La primera noche que pasan en casa, por la madrugada ella se despierta con antojos de embarazada y le dice "Antoine, mon cher, en la encimera verás un dulce en un paquete así y asá, anda, tráeme un trozo. Mira que es un poco duro".
El pobre, bajo la tiranía del embarazo, baja con cuidado escoltado por los perros. En la cocina enseguida ve el paquete, pero, a saber por qué, misteriosamente se le ocurre cortar el trozo sin desenvolverlo. Busca cuchillos en los cajones. El primero no le dio resultado, así que con el segundo, más grande, se empleó a fondo rezongando en francés...logró hacer una raja en la madera, con los gemidos expectantes de los perros que esperaban que cayera algo. Mi padrastro (santo varón!) baja alertado por tanto movimiento, y lo mira estupefacto cuando ve lo que está haciendo. Y el canadiense le dice con los ojos parados y una sonrisa boba "Duggo, eh? Qué duggo!"
Esa cajita de madera no la pudo pintar mi abuela.
Pauvre Antoine, no hacía ni ocho horas que conocía al suegro... hasta hoy se le suben los colores cuando le recordamos el dulce "duggo".
El pobre, bajo la tiranía del embarazo, baja con cuidado escoltado por los perros. En la cocina enseguida ve el paquete, pero, a saber por qué, misteriosamente se le ocurre cortar el trozo sin desenvolverlo. Busca cuchillos en los cajones. El primero no le dio resultado, así que con el segundo, más grande, se empleó a fondo rezongando en francés...logró hacer una raja en la madera, con los gemidos expectantes de los perros que esperaban que cayera algo. Mi padrastro (santo varón!) baja alertado por tanto movimiento, y lo mira estupefacto cuando ve lo que está haciendo. Y el canadiense le dice con los ojos parados y una sonrisa boba "Duggo, eh? Qué duggo!"
Esa cajita de madera no la pudo pintar mi abuela.
Pauvre Antoine, no hacía ni ocho horas que conocía al suegro... hasta hoy se le suben los colores cuando le recordamos el dulce "duggo".