Pandemias, enfermedades infecciosas: actualidad y futuro

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Secuestro de ricos y figuras públicas por la desesperación

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En la película se ve cómo unos ciudadanos de un pueblo desfavorecido se toman como rehén a la corresponsal de la OMS para recibir la vacuna antes que nadie. Ya se está constatando la desigualdad del acceso a los productos sanitarios... ¿Qué decisión podrían tomar ciertas bandas armadas en una situación así?

Huelga del personal esencial

Como se ha leído en multitud de sitios estos días, de repente nos hemos dado cuenta de que millones de empleados mal pagados son los pilares básicos de nuestra supervivencia, a los que algunos conglomerados empresariales les están tirando unas migajas en forma de un aumento temporal del 20% de su sueldo a cambio de que se expongan a sí mismos y a sus familias a un virus. En Contagion se pronuncian las siguientes frases: “el absentismo entre las fuerzas armadas ha subido al 25%” y “los enfermeros se han puesto en huelga. No pueden hacer nada. Estamos poniendo a gente sana al lado de gente enferma y rezando para que no se contaminen. No es lógico que hagamos esto”.


Ensayos clínicos prematuros para salvar a la humanidad

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¿Deberían los científicos infectar a gente sana para probar las vacunas?La pregunta alude a uno de los grandes problemas de la seguridad clínica actual por la cual las fases de los ensayos son muy dilatadas para proteger la vida de los pacientes y para garantizar en unos plazos suficientes que los efectos secundarios sean mínimos. Ahora varios científicos claman para que se agilicen estos trámites ante una emergencia apremiante. En Contagion una de las investigadoras se saltaba todos los protocolos para comprarle al planeta meses de propagación.

Una lotería nacional de la vacuna

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La fabricación de las vacunas necesarias para 7.000 millones de ciudadanos requerirá de una logística monumental que durará meses. Cuando eso ocurra, ¿optarán los países por hacer una rifa democrática en el orden de las inyecciones?

Y lo que no fue capaz de vaticinar

La cuarentena forzosa


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Es el mayor error de tino en su propuesta. Como buen estadounidense es muy posible que este director no fuese capaz siquiera de imaginar que los países podrían obligar a la gente por ley a quedarse en sus casas. El mundo se quedaría medio vacío, sí, pero desde su punto de vista por una suerte de mano invisible del mercado de la vida que hipotéticamente empujaría a las personas a tratar de sobrevivir. O dicho de otra manera, no supo anticipar a los veraneantes del Spring Break de Florida diciendo “si lo cojo lo cojo, pero que me quiten lo bailao”.

A Donald Trump

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Valga esto para representar la incompetencia y la falta de estrategia o reflejos de los múltiples gobiernos del planeta a la hora de afrontar esta crónica de una crisis anunciada. Como reconoció el propio guionista de la película cuando le preguntaron por qué en Contagion las autoridades son más competentes que lo que lo están siendo en el mundo real, respondió: “Nunca se me hubiera ocurrido que una de las variables sería que el país estuviese dirigido por un gobierno que no cree en la ciencia y desinforma a la población. Ahora resulta que eso es exactamente lo que tenemos”.

Las redes sociales

Aunque en Contagion la blogosfera tiene un papel importante, la llegada de Facebook o WhatsApp ha transformado nuestras sociedades a la enésima potencia. Para empezar, aunque sólo sea porque en la película de Soderbergh no existen los influencers.

La crisis humana y psicológica

¿Cuánta gente habrá ahora mismo sufriendo ataques de pánico? ¿Y divorcios que se reparten las horas de uso de zonas comunes?

El pánico por el papel higiénico

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¿Gente asaltando farmacias sí pero amas de casa peleando por cuatro rollos de Scottex no? El apocalipsis iba a ser mucho más cutre de lo que te estabas imaginando.

Los DJs de los balcones

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Lo entendemos. No es fácil certificar el final de la convivencia, la muerte de la urbanidad. Pont Aeri como el punto ciego de la ideología rousseauniana.

A los famosos cantando Imagine

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Un gesto altruista que sin duda nos está ayudando a sobrellevar la situación diez mil veces mejor. ¡Gracias por tanto, Gal Gadot!

Los adeptos a un culto de la muerte en pos del capitalismo libre

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No, en este filme no vemos en ningún momento a políticos, empresarios o economistas clamar por el sacrificio de vidas humanas a cambio de la salud del sistema económico, como sí ha ocurrido en algunas intervenciones públicas.

La profundísima crisis económica posterior a causa de la pandemia
Allá que vamos.

 
Los virus que saltaron de animales a humanos y causaron 4 pandemias durante este siglo
Las zoonosis son las enfermedades infecciosas que se transmiten de animales a personas. El Coronavirus es una de ellas. Pero en los 20 años que llevamos del Siglo XXI, desde Oriente y México se desataron 4 pandemias. El SARS, la Gripe Aviar, la Gripe Porcina y el Covid-19. Los mercados de animales en China y el pangolín como probable factor de contagio

Por Matías Bauso
5 de abril de 2020






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El olor es como un puñetazo en medio de la cara, aturde y hace tambalear al que ingresa. El piso de cemento apenas se ve. Está cubierto de plumas, escamas, piel rugosa, vísceras. Cada unos cuantos metros hay charcos de sangre. Cada centímetro está mojado. En los tachos desbordantes, restos pudriéndose. En cocinas improvisadas, conectadas a unas especies de garrafas, animales se van cociendo. En largas mesas se amontonan los cadáveres de distintas especies: esperan un comprador, que seguramente encontrarán antes de que termine el día. Las jaulas apiladas parecen infinitas. Hay perros y gatos. También murciélagos, camellos, koalas, cachorros de lobo vivos, cigarras, escorpiones, ardillas, zorros, salamandras, tortugas, serpientes, cocodrilos, civetas, puercoespines, pangolines, ratas de bambú, pavos reales, avestruces y aves de todo tipo.

Así era el mercado de Wuhan y así eran cientos de mercados de venta de animales salvajes y domésticos, vivos y muertos, en China. A esas especies se las utilizaba como alimento o para algunas prácticas de medicina china. El gobierno de ese país ordenó su cierre hace un tiempo, desde que se desató la ola de Coronavirus que se transformó, a toda velocidad, en pandemia. Los científicos creen que el Coronavirus, la primera infección, el comienzo de la diseminación se produjo en el mercado de Wuhan. Esos mercados húmedos (se los llama así porque el suelo está cubierto casi en su totalidad por sangre y agua) constituyen una doble amenaza. Por un lado se somete a los animales a un trato cruel y por el otro son perfectos hábitats, la atmósfera ideal para la transmisión de enfermedades zoonóticas.


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El pangolín, animal al que acusan de transmitir la Covid-19 a los humanos (Photo by ROSLAN RAHMAN / AFP)

Las zoonosis son las enfermedades infecciosas que se transmiten de los animales a las personas. El coronavirus es la cuarta pandemia de origen zoonótico del Siglo XXI. El SARS, la gripe Aviar (H5N1), la gripe porcina (H1N1) y ahora el Covid-19. Luego del cambio de milenio, los especialistas eran optimistas. Consideraban que las enfermedades originadas en los países orientales, alejados y con otras costumbres, no podrían afectar en Occidente si se establecían protocolos adecuados y gracias a sus desarrollados sistemas sanitarios y a la especialización de su profesionales médicos. Se equivocaron.



Los microorganismos que provienen de los animales tiene la virtud maligna de multiplicarse con una facilidad atroz (lo pueden hacer más de un millón de veces en un día) y encuentran con rapidez cualquier resquicio o debilidad del sistema inmunológico para ir dañando.


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Sopa de Murcielago (Foto: Twitter@Viethmichell)

Las investigaciones más avanzadas hasta el momento en la búsqueda del animal que originó el Covid-19 apuntan a los pangolines. Estos habrían adquirido el virus, que luego mutó, de los murciélagos. La secuencia sería así: un murciélago mientras vuela elimina sus excrementos sobre la vegetación, tiempo después un pangolín en busca de hormigas y otros insectos (que constituyen su principal alimento) al comer alguna de ellas también ingiere parte de lo eliminado por el murciélago, y por ende, en su cuerpo ingresa el virus; luego ese pangolín entra en contacto uno de esas mercados de animales con un humano, el virus sufre otra mutación y se desparrama entre la humanidad.

El pangolín es un animal en peligro de extinción porque es muy solicitado en Oriente. Se lo utiliza en la medicina china, se lo consume como alimento y además su piel y sus escamas son valoradas y solicitadas.

Al principio, los investigadores creyeron que los murciélagos habían sido los que directamente contagiaron el virus a los humanos. Los estudios más recientes (en realidad todos lo son) afirman que el pangolín fue el segundo huésped y que de allí el virus se transmitió a las personas.

Los científicos todavía no pudieron probar de forma definitiva que ese animal transmisor fue el pangolín aunque todo parece indicarlo. Lo que sí demostraron es que el coronavirus tiene origen animal. Dato que los amantes de las teorías conspirativas prefieren obviar. Los consparanoicos no desean escuchar razones ni investigaciones fundadas. Necesitan a quien culpar, tejer una narrativa que concuerde con sus prejuicios.

A esa lista se puede sumar a algunos funcionarios chinos que en las últimas semanas trataron de difundir el rumor que el virus fue una creación de laboratorio de Estados Unidos para minar el poder económico y social de su rival oriental. Esta teoría conspirativa choca o en realidad marida con la que sostiene lo inverso: que los chinos crearon y diseminaron el coronavirus para poder mandar en el mundo.

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Un vendedor de gallinas en un mercado de animales en Wuhan, en la provincia china de Hubei. REUTERS/Stringer

En este siglo, la primera alarma ocurrió en el año 2002 con la irrupción del SARS, un coronavirus bastante parecido al actual. Tuvo su origen en otro de esos animales salvajes que circulan por los mercados chinos, la civeta. Los contagios fueron poco más de 8400 pero lo que sorprendió fue su alto poder letal. Más del 10 % de los contagiados murieron. Hubo casos en 29 países diferentes.

Luego de que se desató esa pandemia, los mercados de animales salvajes fueron prohibidos en toda China, en Vietnam y en otras partes del sudeste asiático. Sin embargo volvieron a resurgir muy pronto.

Luego del SARS, en 2005 apareció la Gripe Aviar (H5N1). Se originó en la provincia de Cantón, también en China. Era un tipo de gripe que afectaba a las aves y traspasó a los hombres. Los casos no fueron demasiado: un par de centenares de pacientes. Aunque el índice de mortalidad fue altísimo. El 59% murió luego del contagio. Se diseminó por al menos 13 países. Debió entablarse una campaña muy estricta y se dispuso el sacrificio de 120 millones de aves para evitar la propagación.

Esta variante no se contagia entre los humanos. Sólo se da de aves a personas, lo que disminuye sensiblemente los números de casos. Sin embargo, luego del 2005 hubo varias olas más de contagio.

A principios de 2017 China padeció la sexta ola de la Gripe Aviar. Fueron menos de mil casos pero el porcentaje de fallecimientos siguió siendo muy alto, cercano al 50%. La Organización Mundial de la Salud estimó que en el último lustro murieron 615 personas por esta enfermedad. La OMS también lanzó un llamado de atención respecto al gran poder de mutación de este virus que en cualquier momento puede convertirse en transmisible entre los humanos con el grave riesgo que conlleva.

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Los porcinos causaron la pandemia anterior a la Covid-19, la gripe H1N1.

En el 2009 se declaró otra pandemia. La de la Gripe Porcina (H1N1). O la Pandemia de la Gripe A. La gripe que concientizó a las poblaciones de todo el mundo de lavarse las manos y que puso en primer plano al alcohol en gel. La infección no se daba a través del consumo de carne de cerdo. El camino de ese virus fue intrincado. Una cepa aviar, con dos porcinas que se terminaron combinando con una humana. Primero en los cerdos, luego el contagio a un humano y al final la transmisión entre personas. Esa serie de mutaciones produjo un virus que se propagó velozmente. El origen estuvo en México y en el Sur de Estados Unidos. Allí se conocieron los primeros casos. De allí se esparció hacia el resto del mundo. Otro de los nombres con los que se la conoce: la Gripe Norteamericana. El número de víctimas es impreciso. Oscila entre los 200 mil y los 500 mil según la fuente. Los contagiados fueron millones por lo que no tuvo tanto poder letal. Las estimaciones hablan de que entre el 10 y el 20 % de la población mundial contrajo esta gripe.

Las enfermedades provenientes de animales, las zoonosis, son unas de las amenazas más importantes que enfrenta el mundo. Así lo ha sido a lo largo de la historia. Cuando estas se manifiestan y se diseminan por el mundo provocan desastres. Dolor, enfermedad, muerte, estrago económico, pérdidas de trabajos, crisis sociales.

A las enfermedades ya mencionadas se pueden agregar, entre otras, en los últimos 100 años a la (mal) conocida como la Gripe Española, la pandemia de Gripe de 1968, el HIV, “la Vaca Loca”, MERS o el Ébola. Más de cien millones de muertos. Todas comparten un origen común. Un virus que se encuentra exclusivamente en animales que luego muta, ingresa en personas y se produce contagio como patógeno nuevo humano.

Como se ve China no tiene el monopolio de ser la cuna de este tipo de enfermedades. Algunas tuvieron su punto de partida en Estados Unidos, en México, Gran Bretaña o África, entre otros lugares (hasta hay algunos científicos que sostienen que la Gripe Española no estaría mal bautizada y tuvo origen en España).

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La transmisión de enfermedades entre animales y seres humanos no sólo se produce pro mutaciones genéticas. Pueden ser provocadas también por mordeduras o picaduras. O por la ingesta de alimentos y agua con parásitos (como la Peste Negra, la malaria o el Dengue, por ejemplo).

La OMS en 2004, luego de la irrupción del SARS, lanzó una contundente advertencia a través de Francois Meslin, el en ese entonces coordinador de control de enfermedades zoonóticas: “Una de las conclusiones es que las enfermedades animales que se pueden transmitir a personas están surgiendo como una grave amenaza regional y mundial, cuya magnitud es muy probable que aumente”.

La relación con los animales es inevitable pero el riesgo sólo irá en aumento debido a las conductas humanas. Ya sea por la vida con animales domésticos, las modificaciones que provoca el cambio climático, o la intrusión por parte de las personas de los espacios salvajes.

Los naturalistas sostienen que las infecciones se producen, por lo general, por el avance de la humanidad sobre los espacios silvestres, por la invasión de los lugares que los animales habitan: la población crece y cada vez se urbanizan más espacios verdes. También por su comercio y por el consumo indiscriminado de ellos.

El profesor Edward Holmes, prestigioso virólogo evolutivo, publicó recientemente un trabajo en el que señala al pangolín como el más que probable origen del Covid-19. En su escrito exige que las autoridades de salud pública de todo el mundo se avoquen a controlar y prohibir el comercio de animales salvajes y exóticos y que se retiren de la venta a las mamíferos silvestres y aves.

El doctor Holmes, como varios de sus colegas, lanza una advertencia sobre el futuro. Exige que se tomen medidas para evitar que la actual pandemia no vuelve a repetirse. O al menos dificultar el escenario de su aparición. “Está claro que la vida silvestre contiene muchos coronavirus que podrían surgir potencialmente en humanos en el futuro. Una lección crucial de esta pandemia para ayudar a prevenir la próxima es que los humanos deben reducir su exposición a la vida silvestre, por ejemplo prohibiendo los mercados y el comercio de vida silvestre”.


 
Henry Kissinger: “La pandemia de Coronavirus alterará el orden mundial para siempre”
El ex secretario de Estado norteamericano publicó una columna de opinión en The Wall Street Journal sobre la crisis mundial por el brote . “Los Estados Unidos deben proteger a sus ciudadanos y, con urgencia, trabajar en la planificación de una nueva época”, afirmó

5 de abril de 2020


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Former U.S. Secretary of State Henry Kissinger attends a conversation at the 2019 New Economy Forum in Beijing, China November 21, 2019. REUTERS/Jason Lee

“La atmósfera surrealista que ofrece la pandemia de Covid-19 me recuerda cómo me sentí cuando era joven en la 84a División de Infantería durante la Batalla de las Ardenas. Ahora, como a fines de 1944, existe una sensación de peligro incipiente, dirigido a ninguna persona en particular y que golpea al azar y devastadoramente”, escribió Henry Kissinge en su columna publicada el 3 de abril en The Wall Street Journal. Sin embargo, advirtió, hay una diferencia importante entre ese tiempo lejano y el nuestro: “La resistencia estadounidense fue entonces fortificada por un propósito nacional. Ahora, en un país dividido, es necesario un gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza pública es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales”.


Para el ex secretario de Estado norteamericano las naciones son coherentes y prosperan con la creencia de que sus instituciones pueden prever calamidades, detener su impacto y restaurar la estabilidad. “Cuando termine la pandemia de Covid-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”, pronosticó. “La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer”, agregó.

El número de personas contagiadas por el coronavirus en Estados Unidos superó este sábado los 300.000, con más de 8.000 muertos en todo el país, según los últimos datos de la Universidad de Johns Hopkin.Además, el número de muertos en el estado de Nueva York, epicentro de la pandemia de coronavirus en Estados Unidos, trepó a 3.565 este sábado tras registrarse un récord de 630 decesos en las últimas 24 horas, informó el gobernador, Andrew Cuomo.

“La administración de los Estados Unidos ha hecho un trabajo sólido para evitar una catástrofe inmediata. La prueba final será si la propagación del virus puede ser detenida y luego revertida de una manera y en una escala que mantenga la confianza del público en la capacidad de los estadounidenses para gobernarse a sí mismos. El esfuerzo de crisis, por extenso y necesario que sea, no debe desplazar la urgente tarea de lanzar una empresa paralela para la transición al orden posterior al coronavirus”, aseguró.



Sin embargo, advirtió que la agitación política y económica que ha desatado podría durar por generaciones. “Ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede en un esfuerzo puramente nacional superar el virus. Abordar las necesidades del momento debe, en última instancia, combinarse con visión y programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, enfrentaremos lo peor de cada una”.

Extrayendo lecciones del desarrollo del Plan Marshall y el Proyecto Manhattan, afirmó Kissinger, Estados Unidos está obligado a realizar un gran esfuerzo en tres dominios. Primero, apuntalar la resiliencia global a las enfermedades infecciosas. “Los triunfos de la ciencia médica, como la vacuna contra la poliomielitis y la erradicación de la viruela, o la emergente maravilla estadística-técnica del diagnóstico médico a través de la inteligencia artificial, nos han llevado a una complacencia peligrosa. Necesitamos desarrollar nuevas técnicas y tecnologías para el control de infecciones y programas de vacunación a escala de grandes poblaciones”.

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Trabajadores sanitarios de Nueva York transportan cuerpos de víctimas fatales de coronavirus. El estado es el la zona roja de la pandemia en los EEUU. (Reuters)

En segundo lugar, apunta, hay que esforzarse por sanar las heridas de la economía mundial. “Los líderes mundiales han aprendido importantes lecciones de la crisis financiera de 2008. La actual crisis económica es más compleja: la contracción desatada por el coronavirus es, en su velocidad y escala global, diferente a todo lo que se haya conocido en la historia. Y las medidas necesarias de salud pública, como el distanciamiento social y el cierre de escuelas y negocios, están contribuyendo al dolor económico. Los programas también deberían tratar de mejorar los efectos del caos inminente en las poblaciones más vulnerables del mundo”.

Tercero, finaliza, deben salvaguardarse los principios del orden mundial liberal. “La leyenda fundadora del gobierno moderno es una ciudad amurallada protegida por poderosos gobernantes, a veces despóticos, otras veces benevolentes, pero siempre lo suficientemente fuertes como para proteger a las personas de un enemigo externo. Los pensadores de la Ilustración reformularon este concepto, argumentando que el propósito del estado legítimo es satisfacer las necesidades fundamentales de las personas: seguridad, orden, bienestar económico y justicia. Las personas no pueden asegurarse esos beneficios por sí mismas. La pandemia ha provocado un anacronismo, un renacimiento de la ciudad amurallada en una época en que la prosperidad depende del comercio mundial y el movimiento de personas”.Las democracias del mundo necesitan defender y sostener los valores de la Ilustración. Un retiro global del equilibrio del poder con legitimidad hará que el contrato social se desintegre tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, esta cuestión milenaria de legitimidad y poder no puede resolverse en simultáneo con el esfuerzo por superar la pandemia. Todas las partes deben hacer un ejercicio de contención, tanto en la política nacional como en la diplomacia internacional. Se deben establecer prioridades.

“El desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo”, advirtió.

 
Así es como terminan las pandemias
Un brote infeccioso puede concluir en más de una forma, dicen los historiadores. ¿Pero para quién termina y quién lo decide?
Por Gina Kolata
13 de Mayo de 2020


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¿Cuándo y cómo terminará la pandemia de la COVID-19?

Según los historiadores, las pandemias tienen dos tipos de final: el médico, que ocurre cuando las tasas de incidencia y muerte caen en picada, y el social, cuando disminuye la epidemia de miedo a la enfermedad.

Cuando las personas preguntan ‘¿Cuándo se acabará esto?’ preguntan sobre el final social”, dice Jeremy Greene, historiador de medicina en Johns Hopkins.

En otras palabras, un final puede ocurrir no porque la enfermedad haya sido vencida, sino porque las personas se cansan de estar en modo pánico y aprenden a vivir con ella. Allan Brandt, historiador de Harvard, dijo que algo similar está ocurriendo con la COVID-19: “Como hemos visto en el debate sobre la apertura de la economía, muchas preguntas sobre lo que se llama el final están determinadas no por los datos médicos y de salud pública, sino por procesos sociopolíticos”.

Los finales “son muy, muy desordenados”, dice Dora Vargha, historiadora de la Universidad de Exeter. “Mirando hacia atrás, tenemos una narrativa débil. ¿Para quién termina la epidemia y quién lo puede decidir?


En el camino del miedo

Una epidemia de miedo puede ocurrir aun sin una epidemia de enfermedad. La doctora Susan Murray, del Royal College of Surgeons en Dublín, lo vio de primera mano en 2014, cuando era miembro de un hospital rural en Irlanda.

En los meses anteriores, más de 11.000 personas en África occidental habían muerto de ébola, una enfermedad viral aterradora que es altamente infecciosa y a menudo mortal. La epidemia parecía estar disminuyendo, y ningún caso había ocurrido en Irlanda, pero el miedo público era palpable.

En las calles y en las salas, la gente está ansiosa”, recordó recientemente Murray en un artículo en el The New England Journal of Medicine. “Tener el color de piel errado es suficiente para ganarte una mirada reprobatoria de tus compañeros de viaje en el bus o en el tren. Tose una vez, y los verás alejándose de ti”.

Se advirtió a los trabajadores de los hospitales de Dublín que se preparasen para lo peor. Estaban aterrorizados y preocupados por la falta de equipos de protección. Cuando un hombre joven llegó a la sala de emergencias desde un país con pacientes de ébola, nadie se le quería acercar; los enfermeros se escondieron, y los médicos amenazaron con dejar el hospital.

Solo Murray se atrevió a tratarlo, escribió, pero su cáncer estaba tan avanzado que todo lo que pudo hacer fue ofrecerle cuidados paliativos. Unos días después, las pruebas confirmaron que el hombre no tenía ébola; murió una hora después. Tres días después, la Organización Mundial de la Salud declaró que la epidemia de ébola había terminado.

Murray escribió: “Si no estamos preparados para luchar contra el miedo y la ignorancia de manera tan activa y reflexiva del modo en que luchamos contra cualquier otro virus, es posible que el miedo pueda causar un daño terrible a la gente vulnerable, incluso en lugares que nunca ven un solo caso de infección durante un brote. Y una epidemia de miedo puede tener consecuencias mucho peores cuando se complica por cuestiones de raza, privilegio e idioma”.

La peste negra y recuerdos oscuros

La peste bubónica ha golpeado varias veces en los últimos 2000 años, matando a millones de personas y alterando el curso de la historia. Cada epidemia amplificó el miedo que vino con el siguiente brote.

La enfermedad es causada por una cepa de la bacteria Yersinia pestis, que vive en las pulgas de las ratas. Pero la peste bubónica, que se conoció como la peste negra, también puede transmitirse de una persona infectada a otra persona infectada a través de gotitas respiratorias, por lo que no puede ser erradicada simplemente matando a las ratas.

Los historiadores describen tres grandes olas de plaga, dice Mary Fissell, historiadora en Johns Hopkins: la Plaga de Justiniano, en el siglo VI; la epidemia medieval, en el siglo XIV; y una pandemia que golpeó a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.

La pandemia medieval comenzó en 1331 en China. La enfermedad, junto con una guerra civil que estaba en su apogeo en ese momento, mató a la mitad de la población de China. A partir de ahí, la plaga se trasladó a lo largo de las rutas comerciales a Europa, África del Norte y el Oriente Medio. Entre 1347 y 1351, mató al menos a un tercio de la población europea. Murió la mitad de la población de Siena, Italia.

Es imposible para la lengua humana contar la horrible verdad”, escribió el cronista del siglo XIV Agnolo di Tura. “De hecho, alguien que no vio tal horror puede ser llamado bendito”. Los infectados, escribió, “se hinchan debajo de las axilas y en las ingles, y se caen mientras hablan”. Los muertos fueron enterrados en fosas en pilas.

Durante la pandemia de la gripe española, las mascarillas hechas de gasa se usaban ampliamente, pero no ofrecían mucha protección. No obstante, estos trabajadores de la Cruz Roja en Boston ensamblaban mascarillas (National Archives)

Durante la pandemia de la gripe española, las mascarillas hechas de gasa se usaban ampliamente, pero no ofrecían mucha protección. No obstante, estos trabajadores de la Cruz Roja en Boston ensamblaban mascarillas (National Archives)

En Florencia, escribió Giovanni Boccaccio: “No se le dio más respeto a la gente muerta que el que hoy en día se les daría a las cabras muertas”. Algunos se escondieron en sus casas. Otros se rehusaron a aceptar la amenaza. Boccaccio escribió que su forma de afrontarlo era “beber mucho, disfrutar de la vida al máximo, cantar y divertirse, satisfacer todos los antojos cuando surgiera la oportunidad, y descartar todo como si fuera una gran broma”.

Esa pandemia terminó, pero la plaga volvió. Uno de los peores brotes comenzó en China en 1855 y se extendió por todo el mundo, matando a más de 12 millones de personas solo en India. Las autoridades de salud de Bombay incendiaron barrios enteros intentando librarlos de la peste. “Nadie sabía si servía de algo”, dijo Frank Snowden, historiador de Yale.

No está claro qué hizo que la peste bubónica desapareciera. Algunos estudiosos han argumentado que el clima frío mató a las pulgas portadoras de enfermedades, pero eso no habría interrumpido la transmisión por las vías respiratorias, señaló Snowden.

O tal vez fue un cambio en las ratas. En el siglo XIX, la plaga no era llevada por ratas negras, sino por ratas marrones, que son más fuertes y agresivas y tienen más probabilidades de vivir alejadas de los humanos.

Ciertamente no querrías una de mascota”, dijo Snowden.

Otra hipótesis es que la bacteria evolucionó para ser menos mortal. O tal vez las acciones de los humanos, como incendiar las aldeas, ayudaron a calmar la epidemia.

La peste nunca se fue realmente. En Estados Unidos, las infecciones son endémicas entre los perros de las praderas en el suroeste y pueden transmitirse a las personas. Snowden dijo que uno de sus amigos se infectó después de una estadía en un hotel en Nuevo México. El anterior ocupante de la habitación tenía un perro, que tenía pulgas que transportaban el microbio.

Tales casos son raros, y ahora se pueden tratar con éxito con antibióticos, pero cualquier informe sobre un caso de peste despierta el miedo.

Una enfermedad que realmente terminó

Entre las enfermedades que han llegado a un fin médico está la viruela. Pero es excepcional por varias razones: hay una vacuna efectiva, que protege de por vida; el virus Variola major no tiene huésped animal, por lo que eliminar la enfermedad en humanos significó la eliminación total; y sus síntomas son tan inusuales que la infección es obvia, permitiendo cuarentenas eficaces y rastreo de contactos.

Pero mientras todavía arrasaba, la viruela era horrible. Epidemia tras epidemia barrió el mundo por al menos 3.000 años. Las personas infectadas por el virus tenían fiebre, después una erupción que se convertía en manchas llenas de pus, que se incrustaban y se caían, dejando cicatrices. La enfermedad mató a tres de cada 10 víctimas, a menudo después de un inmenso sufrimiento.

En 1633, una epidemia entre los nativos americanos “irrumpió en todas las comunidades nativas en el noreste y, ciertamente, facilitó el asentamiento de los ingleses en Massachusetts”, dijo David S. Jones, historiador de Harvard. William Bradford, líder de la colonia Plymouth, escribió un relato sobre la enfermedad en nativos americanos, diciendo que las pústulas rotas pegaban la piel de un paciente a la estera en la que yacía, solo para ser arrancada. Bradford escribió: “Cuando los giran, todo un lado se desollará, por así decir, y quedarán ensangrentados, muy temibles para ser contemplados”.

La última persona en contraer la viruela de forma natural fue Ali Maow Maalin, un cocinero de hospital en Somalia, en 1997. Se recuperó, solo para morir de malaria en 2013.

Influenzas olvidadas

La gripe de 1918 se presenta hoy como el ejemplo de los estragos de una pandemia
y el valor de las cuarentenas y la distancia social. Antes de que acabase, la gripe mató entre 50 y 100 millones de personas alrededor del mundo. Fueron presa de ella jóvenes y adultos de mediana edad, dejó niños huérfanos, privó a las familias de quienes ganaban el sustento, y mató tropas en medio de la Primera Guerra Mundial.

En el otoño de 1918, William Vaughan, un prominente médico, fue enviado a Camp Devens, cerca de Boston, para informar sobre una gripe que estaba arrasando allá. Él vio “cientos de jóvenes robustos con el uniforme de su país, que ingresaban a las salas del hospital en grupos de diez o más”, escribió. “Los colocan en los catres hasta que cada cama está llena, pero otros se apiñan. Sus rostros pronto cambian a un tono azulado, una tos angustiosa produce expectoración manchada de sangre. En la mañana los cadáveres se apilan en la morgue como tablones de madera”.

El virus, escribió, “demostró la inferioridad de los inventos humanos para la destrucción de la vida humana”.

Después de arrasar en el mundo, esa gripe se desvaneció, evolucionando hacia una variante de la gripe más benigna que llega cada año.

Quizás fue como un fuego que, tras quemar la leña disponible y de fácil acceso, se consume”, dijo Snowden.

También terminó socialmente. La Primera Guerra Mundial había acabado; la gente estaba lista para un nuevo comienzo, una nueva era, y deseosa de dejar atrás la pesadilla de la enfermedad y la guerra. Hasta hace poco, la gripe de 1918 había sido en gran medida olvidada.

Otras pandemias de gripe siguieron, ninguna tan grave pero todas, sin embargo, fueron aleccionadoras. En la gripe de Hong Kong de 1968, murió un millón de personas en todo el mundo, incluyendo 100.000 en Estados Unidos, en su mayoría personas mayores de 65 años. Ese virus aún circula como gripe estacional, y su camino inicial de destrucción y el miedo que la acompañaba rara vez se recuerdan.

¿Cómo terminará la COVID-19?

¿Eso pasará con la COVID-19?

Una posibilidad, dicen los historiadores, es que la pandemia del coronavirus pueda terminar socialmente antes de que termine médicamente. Las personas pueden cansarse tanto de las restricciones y declarar que la pandemia terminó, aunque el virus continúe ardiendo entre la población y no se haya encontrado una vacuna o tratamiento efectivo.

Creo que existe este tipo de problema psicológico social de agotamiento y frustración”, dijo Naomi Rogers, historiadora de Yale. “Podemos estar en un momento en que la gente solo dice: ‘Suficiente. Merezco poder volver a mi vida normal’.”

Ya está sucediendo; en algunos Estados, los gobernadores han levantado las restricciones al permitir la reapertura de salones de belleza, salones de uñas y gimnasios, desafiando las advertencias de los funcionarios de salud pública de que tales pasos son prematuros. A medida que crece la catástrofe económica causada por los confinamientos, más y más personas pueden estar listas para decir “basta”.

Hay este tipo de conflicto ahora”, dijo Rogers. Los funcionarios de salud pública tienen un final médico a la vista, pero algunos miembros del público ven un final social.

¿Quién puede reclamar el final?”, dijo Rogers. “Si rechazas la noción de su final, ¿contra qué lo haces? ¿Qué alegas cuando dices ‘No, no está terminando’?”.

El desafío, dijo Brandt, es que no habrá una victoria repentina. Tratar de definir el final de la epidemia “será un proceso largo y difícil”.

* Gina Kolata escribe sobre ciencia y medicina. Ha sido dos veces finalista del premio Pulitzer y es autora de seis libros.

©The New York Times.

 
Las lecciones de la peor pandemia de la historia
La peste asoló Europa durante siglos sin que se conociese el origen, la causa ni el tratamiento. De esa epidemia vienen la cuarentena, el equipo protector de los médicos, el cierre de fronteras y los bulos que desencadenan odio y violencia
Dos arqueólogos desentierran una fosa común con víctimas de la peste en Londres.

Dos arqueólogos desentierran una fosa común con víctimas de la peste en Londres.Crossrail

Nuño Domínguez
24 may 2020 - 19:30 ART

Durante la peor pandemia de la historia los enfermos veían una imagen terrorífica antes de morir. Una figura negra con un sombrero de ala ancha les miraba desde el otro lado de unos anteojos redondos. Su cara era de pájaro con un pico largo y deforme. En una de sus manos enguantadas llevaba una vara larga con la que examinaba al enfermo, la mayoría de las veces para comprobar si ya estaba muerto. Era el médico de la peste.

Este atuendo es en la actualidad uno de los disfraces más populares en los carnavales de Venecia. Se remonta a las epidemias de peste que asolaron Europa y que llegaron a aniquilar a un tercio de su población. En muchas ocasiones la tasa de letalidad era casi del 100%. Se ignoraba su origen, su causa, su contagio, su tratamiento. Causaba tanto terror que se evitaba nombrarla con eufemismos como “el mal que corre”.

La peste negra llegó a Europa en un barco de marineros enfermos procedentes del mar Negro en 1348. En sucesivas oleadas durante los siguientes cuatro siglos mató a cientos de millones de personas. Pasaron cinco siglos hasta que se identificó el causante de la enfermedad: la bacteria Yersinia pestis transmitida por la picadura de pulgas. Estos insectos viajaron por el mundo a bordo de ratas que a su vez eran transportadas accidentalmente por los humanos en carros y barcos por las principales rutas comerciales, primero la de la seda desde el foco original en Asia y luego por todo el Mediterráneo. Entonces como ahora la actividad humana hizo explotar la pandemia.

A la izquierda, un médico de la peste en un grabado del siglo XVII, a la derecha, un disfraz en los carnavales de Venecia.

A la izquierda, un médico de la peste en un grabado del siglo XVII, a la derecha, un disfraz en los carnavales de Venecia.IMJ

Siete siglos después de la peste negra, el médico Mark Earnest de la Universidad de Colorado (EE UU) recuerda esta semana el día que entró en una habitación para examinar a su primer paciente de covid. Iba cubierto por dos capas de guantes, delantal, mascarilla y gafas protectoras. “Sentí una oleada de culpabilidad”, escribe en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine, “llevaba un traje de protección contra catástrofes que me hacía irreconocible y que no era para proteger a mi paciente, sino a mí”. Earnest se sintió como un médico de la peste.
Es asombroso comprobar cuántas de las cosas que estamos viendo durante la peor pandemia del siglo XXI se inventaron de urgencia en la del XIV
Pero la figura terrorífica del médico de la peste es un símbolo del resurgimiento del conocimiento y la ciencia frente a las creencias religiosas o fantásticas. El pico de la máscara iba relleno de perfume y vinagre porque en teoría desinfectaba el aire pestilente que desprendían los enfermos y que se pensaba causante de la infección. Todo el cuerpo iba sellado, envuelto en una túnica encerada para evitar el contagio. Y esa vara era ya una medida para guardar la distancia de seguridad. Era un primer ejemplo del equipo de protección de los sanitarios.

“Con la peste de 1348 empieza la era moderna de la sanidad”, resume el médico italiano Sergio Sabbatani. Es asombroso comprobar cuántas de las cosas que estamos viendo durante la peor pandemia en lo que va de siglo XXI se inventaron de urgencia en la del XIV.

En Venecia —una ciudad en medio de una laguna— se designaron islas a las que se llevaba a los convalecientes y donde debían permanecer todos los extranjeros llegados por barco durante cuarenta días, la cuarentena —del italiano quaranta—. Los barcos que estaban libres de enfermedad ondeaban bandera amarilla, que aún hoy designa la letra q, de cuarentena.
“Algunos había que si podían llegar a la ventana de golpe se lanzaban a la calle y morían"
Testimonio de un artesano de Barcelona en 1651
Los 40 días son un legado del poder de la Iglesia. “Es el tiempo que Jesús pasó en el desierto sobreviviendo a las tentaciones del diablo y dado que se pensaba que la peste era un castigo divino, así se estableció”, recuerda el historiador José Luis Betrán, autor de Historia de las epidemias en España (La esfera de los libros). El libro detalla el avance de la peste negra por España desde los puertos de levante como Barcelona y Valencia hacia el interior del país durante una epidemia que duró años, que llegó a matar a uno de cada cinco españoles y que fue reapareciendo a lo largo de los siglos causando siempre el mismo terror.

“Algunos había que si podían llegar a la ventana de golpe se lanzaban a la calle y morían, que como solo había cuidándolos un hombre o una mujer y los enloquecidos tenían tanta fuerza, no los podían parar”, escribe en 1651 el artesano Miquel Parets sobre la peste en Barcelona.

De aquella época datan los primeros intentos de establecer redes de informadores para tener datos reales sobre la epidemia y también el oscurantismo y la manipulación de datos para evitar que la noticia de una epidemia trascendiese, pues fue entonces cuando empezaron a cerrarse ciudades enteras para contener la peste, explica Betrán. De aquella época datan teorías erróneas con un asombroso parecido con la actualidad, como que la peste había sido fabricada de forma deliberada. La teoría alimentó el odio hacia los posibles culpables, los judíos, que fueron perseguidos y asesinados en muchas ciudades europeas, desde Barcelona hasta Estrasburgo.

Por la peste se establecieron los primeros cierres de fronteras y cordones sanitarios y la obligación so pena de muerte de que los viajeros entrasen por puestos de control donde hacían cuarentena, se les fumigaba y cubría de vinagre. Imitando a Venecia, muchas ciudades y reinos crearon comisiones de sanidad pública formadas por superintendentes que “venían a controlar la carne, el pescado, los crustáceos, la fruta, el grano, el vino, el agua, la construcción de hospitales, cementerios, lazaretos, funerales, medicinas, médicos, pobres, viajeros, prost*tutas”, relata Sabbatani.

Los médicos y cirujanos, sanitarios de la época, eran víctimas frecuentes de plaga. En la Venecia de 1348, de 18 médicos de la peste registrados, cinco murieron y otros 12 abandonaron su profesión por miedo al contagio.

Algo así vivió Juan Tomás Porcell cuando aceptó el encargo de acabar con la epidemia de peste en Zaragoza en 1564. Todos sus antecesores en el cargo habían enfermado o muerto. Porcell estuvo al cuidado de 2.000 infectados en el hospital improvisado para la epidemia a las afueras de la ciudad. Cada día recorría las calles recogiendo nuevos enfermos. Veía imágenes dantescas; niños recién nacidos abrazados a sus madres muertas a los que las nodrizas tenían que alimentar con su propia leche a riesgo de contagiarse, pues también ellos tenían la peste.

Intentando salvar a un niño Porcell hizo historia de la medicina. Practicó una autopsia a una mujer embarazada muerta de peste. Consiguió sacar al bebé del vientre aún vivo, pero falleció al poco tiempo. El médico hizo al menos cinco autopsias sistemáticas para analizar el daño a los órganos, la composición de los bubones y los ganglios inflamados, sobre todo allí donde picó la pulga, que solía ser la axila o la ingle por la presencia de vello. Esto supuso todo un récord para la época, pues no se sabe de otro médico con el valor de arriesgarse a hacer autopsias a apestados. Porcell sobrevivió a la peste y describió sus hallazgos en un tratado médico escrito en castellano que circuló por toda Europa.
La peste sigue causando brotes esporádicos. En 2017 dejó 2.300 infectados y más de 200 muertos en Madagascar
Sin proponérselo, Porcell creó la disciplina de la patología clínica que aún se practica en los hospitales y “anuncia lo que será la revolución científica de las siguientes generaciones”, resalta la historiadora de la ciencia Consuelo Miqueo. Su caso “es paradigmático de una actitud moderna por basar sus propuestas preventivas y terapéuticas en la experiencia, en la observación clínica y anatomopatológica de un número muy alto de casos (2.000), analizando variables con un procedimiento que se halla en la base de la moderna epidemiología clínica”.

La primera vez que un ser humano vio al verdadero causante de la peste no lo supo identificar. Fue en 1658, cuando Athanasius Kircher tomó sangre de un apestado y la puso bajo su rudimentario microscopio. Vio moverse por el líquido unos extraños corpúsculos de forma cambiante. La causa de la enfermedad innombrable solo se descubrirá en 1894, cuando Alexandre Yersin y Kitasato Shibasaburo identificaron de forma independiente el bacilo Yersinia pestis. Habían pasado 546 años de la llegada de la peste negra a Europa.

A pesar de que hay tratamientos antibióticos efectivos, la enfermedad sigue causando brotes esporádicos, sobre todo en regiones pobres, pero también en países desarrollados como EE UU. El último brote, de 2017,dejó 2.300 infectados y más de 200 muertos en Madagascar.
Hay un último paralelismo entre el pasado y la actualidad. La peste supuso la primera vez en la historia en la que el mundo se globalizó por el efecto de un solo microbio. Siete siglos después, estamos en la misma situación.

 
La pandemia de los durmientes que emergió con la ‘gripe española’
Millones de personas sufrieron trastornos neurológicos provocados por una encefalitis cuyo origen aún se desconoce
Varios pacientes de encefalitis letárgica, en unas imágenes tomadas por la neuróloga Gabrielle Lévy para su tesis de 1922 y cedidas por el profesor Peter Koehler.
Varios pacientes de encefalitis letárgica, en unas imágenes tomadas por la neuróloga Gabrielle Lévy para su tesis de 1922 y cedidas por el profesor Peter Koehler.G. Lévy.

Miguel Ángel Criado


Entre los años de 1917 y 1920 coincidieron dos pandemias que asolaron el planeta y a sus habitantes humanos. Una fue la de la gripe, que se llevó por delante a entre 50 y 100 millones de personas. La otra la llamaron encefalitis letárgica (EL), algo desconocido hasta entonces. No mató a tantos, quizá a un millón, pero sus manifestaciones fueron aún más espantosas: inmovilizaba a la mayoría, afectó especialmente a los jóvenes, provocando conductas criminales en los niños, y mantuvo en estado durmiente a miles de adultos durante años. Los que despertaron lo hicieron con secuelas que recordaban al párkinson. Tal como vino se fue y aún hoy se desconoce su origen. Ante la proliferación de trastornos neurológicos asociados al coronavirus, los neurólogos han vuelto la mirada un siglo atrás hasta aquella pandemia de los durmientes.

En 1932, cuando lo peor de la pandemia de encefalitis letárgica había pasado, los periódicos de EE UU siguieron las desventuras de una joven de 26 años llamada Patricia Maguire, a la que rebautizaron como la “bella durmiente de Oak Park”. Su caso, recogido por el neurólogo Paul Foley en su obra Encephalitis Lethargica. The Mind and Brain Virus ilustra lo devastadora que fue. Empezó quejándose de somnolencia irresistible. En el transcurso de un mes se le bajaron los párpados (ptosis) y comenzó a ver doble (diplopía). Su comportamiento se volvió irracional, con una rigidez generalizada que no le impedía vomitar de forma explosiva. Tras infinidad de pruebas, tres años después, Maguire aún permanecía aletargada el 80% del tiempo. Su inteligencia y memoria parecían intactas, y podía responder adecuadamente a las preguntas cuando la despertaban. Seis años después de que empezara el infierno, Maguire falleció de neumonía.

“No era coma, tampoco se dormían. Se enteraban de todo”, comenta el neurólogo Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN). “Entraban en un estado de mínima consciencia y podían estar así semanas hasta que despertaban. Pero muchos seguían igual hasta que morían”, añade. Aunque las cifras varían según la fuente consultada, el número de muertos va del medio o un millón (el dato por el que apuesta Porta), a varios millones. Estadísticas parciales, sobre todo de EE UU, estiman que un tercio de los enfermos se recuperaron, otros despertaron pero con secuelas que encajan en el parkinsonismo y el resto murió.
“Entraban en un estado de mínima consciencia y podían estar así semanas hasta que despertaban. Pero muchos seguían igual hasta que morían”
Jesús Porta, neurólogo y vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología
El doctor austríaco Constantin von Economo empezó a ver en el invierno de 1916 cómo llegaban casos extraños a su clínica de Viena. Fue él quien identificó y bautizó a la nueva enfermedad. Tras descartar algún tipo de envenenamiento, Von Economo también fue el primero en relacionar la encefalitis letárgica con la gripe. Había observado que la fase inicial de la enfermedad cursaba con fiebre moderada, faringitis, escalofríos, dolor de cabeza, vértigo y malestar general, el cuadro típico gripal. El médico austríaco llegó a hablar de una encefalitis gripal.
La coincidencia temporal también apuntaba en la misma dirección. Los primeros casos de Von Economo son del invierno de 1916, mientras que los de la gripe no aparecerían hasta la primavera siguiente. Sin embargo, recientes investigaciones muestran a soldados franceses e ingleses enfermando de gripe ya a finales de 1915. Y fue un médico francés que trabajaba en los hospitales militares, René Cruchet, el segundo en identificar la nueva encefalitis, solo unos días después que su colega austríaco. Los movimientos de tropas durante la I Guerra Mundial facilitaron la propagación del nuevo mal como sucedió con la influenza. En Austria alcanzó carácter epidémico ya en 1917, en Francia, Inglaterra y Alemania al año siguiente. Para 1919, ya había casos por toda Europa y había saltado a América. El pico de la pandemia se produjo en 1924. A partir de 1933 desapareció.

Que ambas pandemias se cebaran con los jóvenes reforzaba la conexión. Según informes de la Comisión Matheson (Nueva York), creada por un multimillonario aquejado de la enfermedad para encontrar una vacuna, más de la mitad de los afectados tenían entre 10 y 30 años.

“Se culpó al propio virus de la gripe”, recuerda el vicepresidente de la SEN. Pero ensayos realizados en los años setenta con muestras de 50 años antes no encontraron el rastro vírico en los tejidos cerebrales. “Tampoco las pruebas PCR”, completa Porta. Mediante la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), puede detectarse la presencia del ARN viral. Sin embargo, el material genético de tipo ARN, en particular el de los virus, no aguanta igual de bien que el ADN el paso del tiempo. Tampoco la conservación en formol, la técnica disponible entonces, es la ideal para un análisis biológico posterior.

Von Economo, y otros colegas de su tiempo, también escribieron que si no fue la acción directa de la gripe u otro virus, la encefalitis letárgica pudo ser un efecto secundario de la reacción contra la infección. Como sucede con la actual pandemia de coronavirus, donde la tesis dominante para explicar los trastornos neurológicos asociados a la covid es que la respuesta del sistema inmunitario es tal que acaba dañando al cerebro, con la encefalitis pudo pasar algo similar. La autopsia de los fallecidos mostraba serias lesiones cerebrales, en especial en la sustancia negra, la zona que concentra las neuronas que generan la dopamina. Precisamente, las principales secuelas que tenían los recuperados asemejaban a las manifestaciones típicas de la enfermedad de Parkinson. Solo que aquí eran demasiado jóvenes para tenerlo.

Portada de una de las primeras ediciones del trabajo de Von Economo sobre la encefalitis letárgica.

Portada de una de las primeras ediciones del trabajo de Von Economo sobre la encefalitis letárgica.Wikimedia Commons

“Las observaciones en los pacientes de encefalitis letárgica ayudaron a conocer los centros del cerebro que intervienen en la regulación del ciclo sueño-vigilia”, comenta el neurólogo de la Universidad de Maastricht (Países Bajos) Peter J. Koehler. “Además, contribuyeron a saber el origen, en particular, la localización de la enfermedad de Parkinson, en un núcleo llamado sustancia negra”, añade. La etiología del párkinson sigue siendo tan desconocida como la de la encefalitis letárgica, pero esta ayudó al menos a ubicar la fuente del trastorno. “En la enfermedad de Parkinson, como en el parkinsonismo posencefálico, los pacientes tienen una lesión en la sustancia negra. Es probable que lo hayan leído o visto en el libro Despertares, de Oliver Sacks, y la película basada en él”.

Aunque para desvelar los misterios que aún rodean a la pandemia de encefalitis letárgica habría que esperar a un temido regreso, esta enfermedad sí puede ayudar frente a la actual pandemia. Hace unos días, investigadores británicos publicaban un trabajo sobre el amplio abanico de trastornos neurológicos que está provocando la covid. Uno de sus autores es un neurólogo del Hospital Nacional de Neurología y Neurocirugía Queen Square de Londres, el doctor Michael Zandi. En un correo, Zandi recuerda: “Aunque no estamos ante la misma enfermedad y no sabemos cuál fue la causa de la encefalitis letárgica, todavía podemos aprender mucho de ella en 2020. Podemos aprender cómo enfrentarnos a las enfermedades cerebrales que surgen de las pandemias, los efectos de la enfermedad en las personas vulnerables y desfavorecidas, y cuánto tiempo pueden perdurar sus efectos. Podemos hacer esto aprendiendo y releyendo las historias perdidas de encefalitis letárgica”.

 

Epidemias que no entendieron de clases



Las capas sociales bajas históricamente siempre han sido más vulnerables a las plagas, pero las altas no han sido inmunes​


FEBRE Vaccination: c1895. Alfred Touchemolin (1829-1907) French painter. French army recruits being vaccinated with Cowpox to protect them from the more virulent infection, Smallpox. Infection being transferred from the heffer lying on the table. ( Detail). (Photo by Universal History Archive/UIG/Getty Images)

Una campaña de vacunación del ejército francés contra la viruela, a finales del siglo XIX
UniversalImagesGroup / Getty



Abril Phillips


Si hay algo que ha dejado en claro el coronavirus durante las últimas semanas es que nadie escapa a los efectos de una pandemia mundial. Tanto personajes de las altas esferas de la política como del espectáculo y la cultura alrededor del mundo, han dado a conocer sus diagnósticos positivos por el virus, demostrando que, más allá de los títulos y cargos, todos estamos expuestos al contagio.
Si bien los impactos de una epidemia siempre fueron más fuertes entre los estratos más bajos de la sociedad, donde predominan las malas condiciones de vida y alimentarias que causan un sistema inmunitario más débil, el alto estatus social no vuelve a nadie impermeable a los brotes infecciosos. A lo largo de la historia, han sido muchos los grandes líderes políticos, pensadores o artistas que se han convertido en víctimas, en algunos casos mortales, de grandes epidemias.

Líderes políticos, como Pericles, o reyes, como Luis XV de Francia, murieron a causa de epidemias​


En el año 431 a.C., Atenas entró en guerra con Esparta, en lo que fue la Guerra del Peloponeso. Pericles, el máximo líder de Atenas durante su época dorada, fue uno de los grandes impulsores del conflicto. A pesar de la oposición interna que surgió contra él durante la fase inicial de la guerra (tuvo que enfrentar un juicio político) y las tensiones externas, no fue la espada de un enemigo la encargada de derrotarlo, sino una terrible epidemia que arrasó con un tercio de la población, incluidos él (429 a.C.) y sus dos hijos mayores. Finalmente, esta enfermedad marcaría el principio del fin para la Edad de Oro de Atenas .
La viruela, que azotó durante unos 3.000 años a la humanidad, cuenta entre sus víctimas a varios líderes políticos. Su rastro puede encontrarse en los restos de momias egipcias, como la más antigua hallada hasta ahora, el faraón Ramsés V, que murió en 1157 a.C.

FEBRE Portrait of Louis I of Spain (Luis I de Bourbon) (1707-1724) King of Spain. Painted by Jean Ranc (1674-1735). Dated 18th Century. (Photo by: Photo12/Universal Images Group via Getty Images)

Retrato de Luis I de España (1707-1724): reinó menos de de un año
Photo 12 / Getty

En el siglo XVI, los conquistadores españoles llevaron consigo este virus a América, donde las poblaciones nativas no tenían inmunidad. Finalmente, resultó el arma más letal de estos conquistadores, ya que fue la mayor causante de muertes indígenas, incluidos muchos de sus líderes. Entre ellos, el penúltimo emperador azteca Cuitláhuac en 1520 en Tenochtitlan y el emperador inca Huayna Capac en 1524 (también su hijo y heredero Ninan Cuyuchi en 1527), lo cual desató una guerra civil.

Desde finales del siglo XVII y todo el siglo XVIII, esta enfermedad tendría un fuerte impacto en Europa, al matar a unos 60 millones de personas. Con sus sucesivos brotes, esta epidemia llegó a escalar hasta las altas esferas del poder, provocando la muerte de varios monarcas reinantes. Entre ellos, el rey Luis I de España, que tuvo un reinado de sólo 229 días, el más efímero de la historia del país, al morir en 1724 con solo 17 años.

La misma suerte les tocó a la reina María II de Inglaterra, que murió con 32 años en 1694, el rey Luis XV de Francia en 1774 y la reina Ulrika Elenora de Suecia en 1741. La viruela también acabó con la vida de otros líderes mundiales, como la del emperador José I de Austria en 1711, la del zar Pedro II de Rusia en 1730 y la de emperadores chinos de la dinastía Qing.

En pleno siglo XIX el cólera pasó factura sobre todo a las clases bajas europeas, pero también a mandatarios​


Luis I no fue el único rey de España en morir a causa de una enfermedad epidémica. La del rey Alfonso XI sería la única muerte de un monarca europeo a causa de la peste negra en 1350, aunque esta epidemia también dejó su huella en otras familias reales del continente: Pedro IV de Aragón perdió a su mujer, Eduardo III a su hija Juana de Inglaterra, y el rey Luis X de Francia a su hija Juana de Navarra.

El cólera, con sus sucesivas pandemias a lo largo del siglo XIX, fue otra enfermedad que, si bien impactó con mucha más virulencia a las clases sociales más bajas, que vivían hacinadas en las ciudades, también se cobró víctimas en los estratos sociales más altos. Un ejemplo de ello fueron las muertes de Carlos X, rey de Francia y Navarra, en 1836, y de Pedro V, rey de Portugal, en 1861. También de personajes importantes de la cultura, como el escritor Alejandro Dumas en 1870, el filósofo padre del idealismo alemán Friedrich Hegel en 1831, o del compositor ruso Piotr Chaikovski en 1812.

Ya en el siglo XX, la pandemia desatada con la gripe del 1918 después de la Primera Guerra Mundial, mal llamada gripe española , mató entre 40 y 100 millones de personas en el mundo en el transcurso de un año. Entre ellas, estuvieron el reconocido pintor austríaco Gustav Klimt y el sociólogo alemán Max Weber. Además, llegó a contagiar a varios actores de la alta esfera política -aunque sin provocarles la muerte-, como fue el caso del rey de España Alfonso XII , el último emperador alemán, Guillermo II , el primer ministro británico Lloyd George, y el presidente de los EE.UU. Woodrow Wilson .

FEBRE The Battle of Lauffeld (or Lawfeld) won by the Marshal Maurice de Saxe, 27 July 1747. Victory of the French army of King Louis XV (riding a white horse) over the British forces led by the Duke of Cumberland. Painting by Louis Charles Auguste Couder (1789-1873), 1836. 4,65 x 5,43 m. Castle Museum, Versailles, France (Photo by Leemage/Corbis via Getty Images)

El rey Luis XV de Francia en la batala de Lauffeld, que tuvo lugar en 1747
Photo Josse/Leemage / Getty

En la década de los ochenta, la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) comenzaba a esparcirse rápidamente por el mundo, no sin estar acompañado por un fuerte estigma social. Uno de los primeros personajes famosos en comunicar abiertamente que padecía esta enfermedad fue el actor estadounidense Rock Hudson, que murió en 1985, dos meses después de hacer el anuncio.


En Francia, la primera figura pública en morir por esta causa fue el filósofo estructuralista francés Michel Foucault, en 1984. En 1991, también perdería la vida por esta enfermedad la icónica estrella de rock Freddy Mercury, solo un día después de anunciar que hacía años que la venía batallando en privado. Con ello se ponía de manifiesto algo evidente: frente a una epidemia, nadie es inmune.

 

Operación Balmis: la odisea de los 22 huérfanos que en 1803 trajeron “en vivo” la vacuna de la viruela a América​

Un barco, dos cirujanos, cuatro médicos, tres enfermeros y la Rectora de la Casa de Expósitos para cuidar a estos niños de entre 4 y 10 años: así fue la primera expedición sanitaria de la historia que dio la vuelta al mundo y regresó a España en 1806​


Por Claudia Peiró
24 de Enero de 2021
cpeiro@infobae.com







Operación Balmis: la Expedición Filantrópica de la vacuna contra la viruela


Naufragios, tifones, fiebres tropicales, hacinamiento en las bodegas de una nave, carrera por la vacuna, hostilidad de autoridades locales, competencia con otras naciones… Algunos rasgos de esta aventura de principios del siglo XIX pueden parecernos familiares en el contexto de la pandemia de hoy; pero si algunos rodean de épica los vuelos comerciales que buscan la vacuna en sus sitios de producción, la de Francisco Javier Balmis, médico enviado por el rey de España Carlos IV, fue una verdadera odisea que insumió más de tres años y debió enfrentar muchos obstáculos: naturales y políticos.

Fue además una empresa altruista: Balmis era un funcionario a sueldo de la corona que, tras cumplir su misión, murió con honores en Madrid en 1819, pero pobre.


En 2020, el Gobierno español actual bautizó Operación Balmis su campaña contra el coronavirus, en homenaje al médico que dirigió aquella misión. En buena hora: su historia merece ser rescatada del olvido.

Era el 30 de noviembre de 1803. Ese día, comandada por el alicantino Francisco Javier Balmis (1753-1819), médico militar, zarpaba del puerto de La Coruña la que hoy es considerada como la primera misión sanitaria internacional.

A bordo de la Corbeta María Pita, dos niños, huérfanos, inoculados contra la viruela oficiaban de portadores vivos de la vacuna. A lo largo del viaje, a los 9 ó 10 días, con el fluido de sus llagas se inocularía a otros dos y así sucesivamente, en una cadena de transmisión hasta la llegada a destino. Como en la actualidad, el desafío era el transporte. Había que garantizar que la vacuna llegara en buenas condiciones.

Una serie española recrea la odisea de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. En la foto: la actriz María Castro, en el papel de Isabel Cendal, la rectora de la Casa de Niños Expósitos, a su lado, Pedro Casablanc como Francisco Javier Balmis, y detrás Octavi Pujades, como el médico José Salvani
Una serie española recrea la odisea de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. En la foto: la actriz María Castro, en el papel de Isabel Cendal, la rectora de la Casa de Niños Expósitos, a su lado, Pedro Casablanc como Francisco Javier Balmis, y detrás Octavi Pujades, como el médico José Salvani

La viruela era hasta ese momento la más grave de las enfermedades epidémicas, por su alta contagiosidad y letalidad. Con una tasa de mortalidad del 90 por ciento, era más mortífera que la guerra. Los sobrevivientes llevaban para siempre los estigmas en la piel. Anualmente, la viruela se cobraba unas 200 mil vidas en Europa. Y cuando los conquistadores españoles llegaron a América, hizo estragos en la población nativa. Según algunas estimaciones, la viruela había exterminado a una quinta parte de la población azteca.


Este mal afectaba a gente de todas las edades y estratos sociales. En 1724 había muerto de viruela el joven rey Luis I de España con apenas 17 años de edad y a menos de un año de su coronación.


El propio Carlos IV, cuyo reinado se extendió de 1788 a 1808, había perdido a una hija por causa de la viruela. Por lo tanto, cuando Balmis le habló de la vacuna creada por el médico inglés Edward Jenner y le expuso su plan para una campaña masiva de vacunación en las colonias españolas de todo el mundo, éste no dudó en respaldar la iniciativa.

Los 22 ángeles


En el año 2016, cuando el mundo todavía no intuía la pandemia de COVID-19, una serie coproducida por Radio Televisión Española y Four Luck Banana recreó la misión humanitaria del doctor Balmis, con el título “22 ángeles”. A la distancia, resultan fascinantes los avatares de aquellos raros expedicionarios y de aquellos niños sin infancia, embarcados en una aventura incierta en el tiempo y en la distancia.

22 ángeles, la serie de la televisión española que evoca la Expedición Balmis
"22 ángeles", la serie de la televisión española que evoca la Expedición Balmis
La razón por la cual Balmis optó por estos pequeños transportadores brazo a brazo fue que era más fácil que niños pequeños no hubiesen tenido ningún contacto previo con el virus.


Edward Jenner era un médico rural inglés que en 1796 observó que los campesinos que ordeñaban vacas contraían un tipo de viruela diferente -la viruela de las vacas precisamente- que las inmunizaba frente a la otra. Se puso a estudiar el fenómeno y a experimentar con humanos y en el año 1800, cuando Europa estaba siendo castigada una vez más por la viruela, su investigación llegó a buen término y su descubrimiento empezó a extenderse.

La llamada “linfa vaccinal” se transportaba entre vidrios, pero para una travesía del Atlántico era un método poco seguro y se corría el riesgo de que la vacuna se perdiera. Fue por eso que Balmis ideó la cadena humana con los pequeños “ángeles”.

Una escena de la serie 22 Ángeles, sobre la Expedición de Francisco Javier Balmis
Una escena de la serie "22 Ángeles", sobre la Expedición de Francisco Javier Balmis

El mecanismo consistía en impregnar un bisturí en “linfa vaccinal” e introducirlo en el brazo del niño mediante una incisión subcutánea. Unos diez días después, aparecía un puñado de pústulas o granos vacuníferos. Antes de secarse, estos granos exudaban un fluido que era inoculado en otro niño. Así sucesivamente, hasta llegar a destino.

Para reclutar a los niños, se intentó primero la cesión voluntaria por los padres. Se ofreció para ello su mantenimiento y educación a cargo de la Corona, hasta que hallaran un oficio y empleo. Pero no era sencillo encontrar familias que desearan ceder a sus hijos para una aventura tan incierta y lejana.

Hubo que recurrir a niños sin familia. Balmis se dirigió entonces a la Casa de Expósitos de La Coruña y en acuerdo con la rectora, Isabel de Cendala y Gómez, que se sumó a la expedición con su propio hijo, seleccionó a 22 huérfanos en edades de 4 a 10 años.

Edward Jenner fue el médico rural inglés que creó la vacuna contra la viruela
Edward Jenner fue el médico rural inglés que creó la vacuna contra la viruela
La carrera por la vacuna

La primera escala del viaje fueron las islas Canarias donde Balmis procedió a vacunar a la población. En febrero de 1804 tocaron tierra americana, en Puerto Real, Puerto Rico. Allí se enteraron de que la vacuna ya había sido introducida por el cirujano Francisco Ollier que había traído el flujo salvador desde la isla Saint Thomas, entonces en manos de Dinamarca que la había obtenido a su vez de los ingleses.

Desde entonces, la expedición de Balmis conocería alternativamente recepciones fervorosas y agradecidas allí donde la vacuna no había llegado aún; o bien repudio, recelo y hasta agresiones en los sitios donde alguien les había ganado de mano. Cabe señalar que, mientras la expedición de Balmis era filantrópica -no se cobraba la vacuna y todos los gastos corrían por cuenta de la Corona- muchos de los introductores de la vacuna en América aspiraban a un provecho pecuniario -cuando no eran directamente contrabandistas- y su accionar derivaba con frecuencia en la formación de un mercado negro, en el que la vacuna circulaba a precios exorbitantes.

Las pústulas que producía la viruela
Las pústulas que producía la viruela

El descubrimiento de Jenner se había difundido con toda la rapidez que permitían los transportes de la época. Así como el Rey de España se interesó de inmediato y buscó proteger a sus súbditos y poner fin a las periódicas catástrofes demográficas, tanto en la metrópoli como en las colonias, otros gobiernos emprendían la misma búsqueda.

La vacuna era una buena noticia que llegó a América antes que Balmis. En algunas partes, las autoridades locales se la habían procurado eludiendo el rígido monopolio comercial español, como de hecho sucedía con otras mercancías.

La diferencia entre la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que encabezaba Francisco Javier Balmis y las iniciativas anteriores de vacunación era que la del enviado del Rey era una verdadera campaña sanitaria: no se limitaba a vacunar sino que en cada punto creaba juntas que se encargarían en adelante de la conservación de la vacuna y de su aplicación regular a toda la población.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna

Unos meses después de su llegada a América, en Venezuela, el contingente se dividió, y mientras Balmis continuaba la expedición hacia el Norte, hacia México, y luego desde allí hacia Filipinas, su segundo, el médico Joseph Salvany y Leopart, se encaminó hacia el sur llegando hasta Cochabamba, hoy Bolivia, donde murió en 1810.

Desde allí escribió, en un informe de su viaje: “No nos han detenido ni un solo momento la falta de caminos, precipicios, caudalosos ríos y despoblados que hemos experimentado, mucho menos las aguas, nieves, hambres y sed que muchas veces hemos sufrido”. Y en un intento por transmitir del modo más realista posible la odisea vivida, agregaba: “¿Y qué se dirá si, al expresado, casi insufrible padecer, se agrega el haber ido necesariamente con criaturas, conduciendo en sus brazos el maravilloso preservativo? (...) ¿Y qué finalmente, se dirá, sobre lo mucho que hemos trabajado para persuadir a los indios al objeto de que firmemente creyeran en la eficacia y virtud de la vacuna?”

Un párrafo que sintetiza y describe muy bien la clase de viaje emprendido por estos expedicionarios.

En Nueva Granada (hoy Colombia) la vacuna fue introducida gracias al comercio ilegal con las colonias inglesas cercanas. Algo similar pasó en Lima. “Se vendían públicamente cristales con el pus -escribió Salvany- a precios muy subidos, y salían a vacunar a los pueblos comarcanos y exigían cuatro pesos a cada vacunado”.

La rigidez del monopolio español y las grandes distancias que separan a las colonias de la metrópoli volvían inevitable el desarrollo de ese mercado paralelo y, en algunas regiones, dificultaban aún más el trabajo de la Real Expedición Filantrópica.

En su informe, el médico Salvany describe muy bien la odisea vivida por esta expedición que debía necesariamente llevar criaturas
En su informe, el médico Salvany describe muy bien la odisea vivida por esta expedición que debía "necesariamente" llevar "criaturas"

También a La Habana había llegado la vacuna antes que Balmis, llevada por un médico desde Puerto Rico. Y lo mismo sucedió en Veracruz, México. Pero en otras regiones, la misión vacunatoria era recibida con júbilo y toda clase de atenciones.

A lo largo del periplo, hubo que reclutar más niños. En otros casos, las autoridades locales les cedieron soldados. Y en última instancia, hubo que comprar esclavos.

A comienzos de 1805, Balmis, junto con dos de los médicos, Isabel Cendala y 27 niños mexicanos zarpó de Acapulco con dirección a Filipinas.

En este tramo de la misión, las comodidades en el “Magallanes” eran pocas y los niños padecieron una dura travesía durante la cual, debido al hacinamiento y los movimientos de la nave, hubo inoculaciones accidentales.

Llegaron a Manila el 6 de abril de 1805, tras 67 días de viaje, pero el padecimiento fue compensado por un recibimiento espléndido. Balmis vacunó en Filipinas, en Macao y llegó hasta Cantón, en China. Pese a algunos conflictos con los comerciantes ingleses, logró no solo vacunar sino enseñar a preservar el fluido, creando Juntas Médicas de la Vacuna en China, según consigna un detallado artículo de la Revista Médica del Uruguay (vol.23 no.1, marzo de 2007).

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En el viaje de regreso, en septiembre de 1806, Balmis hizo escala en la isla de Santa Elena, donde años después sería desterrado Napoleón. Allí dejó a dos niños portadores de la vacuna a cambio de lo cual las autoridades locales reaprovisionaron la expedición.

El 7 de setiembre de 1806, Francisco Javier Balmis fue recibido como un héroe en la Corte española por el rey Carlos IV, que lo nombró Cirujano de Cámara e Inspector General de la Vacuna en España.

Se calcula que unas 250 mil personas fueron vacunadas directamente por la expedición de Balmis y Salvany. Pero en los años subsiguientes otras tantas personas fueron vacunadas en América y Filipinas por los agentes entrenados por estos médicos pioneros.

Al tener noticias de esta misión, el creador de la vacuna, Edward Jenner dijo: “No me imagino que en la memoria de la Historia haya un ejemplo de filantropía tan extenso y noble como éste”.

Los niños de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, en la serie 22 Ángeles
Los niños de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, en la serie "22 Ángeles"

Lamentablemente, se desconoce el destino de los niños que partieron desde La Coruña en esta misión. La mayoría posiblemente quedó en México, dado que, una vez inoculados, debían ser sustituidos por otros “portadores”. Sí se sabe que su cuidadora, Isabel de Cendala y Gómez, regresó a España desde Filipinas, antes incluso que Francisco Javier Balmis, a quien no acompañó hasta China.

El destino de los pequeños queda para la imaginación o para el argumento de una serie que, aunque no puede hacerles toda la justicia que merecerían, sí al menos rescatarlos del anonimato e inscribirlos en la historia.

 

Supervivientes de otras pandemias


Antes de que el coronavirus aterrase al mundo, otras pandemias como el sida y la tuberculosis llevaban años segando millones de vidas. Y si bien siguen presentes y matando, su tratamiento ha progresado y ha permitido a multitud de pacientes salir adelante hasta en los lugares menos halagüeños. Visitamos Sudáfrica para escuchar los testimonios de personas que enfermaron hace ya mucho y resistieron cuando todo iba en su contra.​

Nontumiso Ndlela, Sibongile Thsabalala y Michael Hmanca conviven con el VIH o la tuberculosis.
Nontumiso Ndlela, Sibongile Thsabalala y Michael Hmanca conviven con el VIH o la tuberculosis.Alfredo Cáliz / EPS

Lola Hierro
30 abr 2021 - 23:09 ART

Cuando un gran problema pinta el futuro oscuro e incierto, un ancla a la que aferrarse ayuda a encontrar de nuevo la luz. Puede ser la preocupación por una familia a la que no quieres dejar a su suerte. Puede ser la rabia por no haber podido evitar la muerte de una hija. Puede ser el espíritu combativo de una madre que nunca dejó de creer en ti. En todos los casos es amor. Esta es una historia de amor, o más bien son siete historias de amor. Las de unas personas que decidieron no rendirse a pesar de que su vida estaba amenazada por unas enfermedades que fueron pandemias mucho antes que la covid-19. Hablamos del VIH y de la tuberculosis, que solo en el último año han segado las vidas de 770.000 personas la primera y otro millón y medio la segunda. Una no tiene cura, pero se ha logrado cronificar gracias a la medicación antirretroviral. La otra sí se puede superar, pero sus efectos secundarios son gravísimos y sus variantes resistentes muy virulentas.

Nos vamos a Sudáfrica, un país que ya tiene un lugar en la historia gracias a la lucha de sus ciudadanos por conseguir un acceso justo a medicamentos. Un país que logró doblegar ante los tribunales a su Gobierno para que dieran antirretrovirales gratuitos a la población, cuando al iniciarse el siglo XXI aún negaba que el VIH provocara sida y recomendaba tratarse con remolacha y ajo (un año de terapia con antirretrovirales rondaba los 10.000 euros). Lo lograron movimientos como el de la Campaña de Acción por los Medicamentos (TAC) y Médicos Sin Fronteras (MSF), primera organización que suministró los fármacos para el VIH a personas sin recursos. Fue en el suburbio de Khayelitsha, en Ciudad del Cabo. En aquellos tiempos, el sida causaba 300.000 muertes anuales.

Las personas que han accedido a contar su experiencia aquí llevan más de dos décadas en la brecha. Ahora que el desánimo oscurece los corazones de millones de ciudadanos en el mundo por la covid-19, ellas lanzan un mensaje de esperanza: se puede sobrevivir a una pandemia; se puede sobrevivir a casi todo, en realidad. Estos son sus testimonios.

Fanelwa Gwashu

[IMG alt="Fanelwa Gwashu, 48 años, de Khayelitsa, Ciudad del Cabo. Contrajo VIH muy joven y estuvo en coma, sobrevivió con 82 leucocitos CD4 en sangre (en una persona sana la cifra está por encima de 500), sobrevivió a neumonía + tuberculosis al mismo tiempo que tenía VIH. Se prometió no morirse para no dar el disgusto a su madre, que ya había enterrado a dos hijos por la misma enfermedad.
"]https://imagenes.elpais.com/resizer...a/M4VYDOEPEZGJVCHGN5AHVOT3MU.jpg[/IMG]Fanelwa Gwashu, 48 años, de Khayelitsa, Ciudad del Cabo. Contrajo VIH muy joven y estuvo en coma, sobrevivió con 82 leucocitos CD4 en sangre (en una persona sana la cifra está por encima de 500), sobrevivió a neumonía + tuberculosis al mismo tiempo que tenía VIH. Se prometió no morirse para no dar el disgusto a su madre, que ya había enterrado a dos hijos por la misma enfermedad. Alfredo Cáliz / EPS

El rostro de Fanelwa Gwashu, de 48 años, fue muy popular en Sudáfrica cuando su sonrisa triunfal adornó los pasquines y carteles de la TAC. Pero antes de aquella foto, Gwashu lo tuvo todo en contra para sobrevivir al sida. Cuando se enteró de que había contraído la enfermedad corría el año 2004, y cayó como una bomba: su recuento de linfocitos CD4 (las células que ayudan a combatir infecciones y que el VIH destruye) era de 82 (lo normal sería entre 500 y 1.200). “Además de sida, tenía tuberculosis, neumonía en ambos pulmones, meningitis criptocócica y una neuropatía periférica que me hacía sentir como si me clavaran alfileres desde la cintura hasta los pies”. Llegó a estar en coma, pero resistió. “Lo hice por mi madre, porque en 2004 yo era la tercera hija que enfermaba. La primera murió en 2002, la segunda en 2003… Ambas por sida. Me dije: ‘Mi madre no puede enterrar a otra hija”.

Gwashu proviene de una familia de cantantes de coro góspel, y una de las anécdotas que le cuentan de aquellos momentos sombríos fue cómo la música la devolvió al mundo de los vivos. “Mi madre dice que empecé a reaccionar cuando me cantaba, porque yo continuaba con la melodía, la recordaba”.

La paciente mejoró, se inició en el activismo y logró un empleo en Médicos Sin Fronteras como experta en VIH. Se vestía con una camiseta de la TAC que rezaba “Superviviente de VIH”, algo que entonces era toda una provocación. Con ella puesta, visitaba a pacientes y les hablaba de la importancia de tomar antirretrovirales. “Hicimos una campaña por todo el país y yo era una de las que daban charlas. Mi cara estaba en todas partes: panfletos, carteles… Y mi madre cogió montones de ellos, volvió al pueblo y fue contando que su hija estaba bien y que ellos también podían estarlo”. La madre de Gwashu murió en 2008. “La enterré con orgullo”, suspira la hija, porque cumplió su promesa de que ella le sobreviviría.

Goodman Makhanda

Goodman Makhanda contrajo la tuberculosis más virulenta que existe y fue despedido por su empresa. Perdió un pulmón por la tuberculosis.
Goodman Makhanda contrajo la tuberculosis más virulenta que existe y fue despedido por su empresa. Perdió un pulmón por la tuberculosis.Alfredo Cáliz / EPS

Goodman Makhanda, de 38 años, trabajó como dependiente en una tienda de ropa masculina en Ciudad del Cabo hasta 2015, cuando fue despedido por su tuberculosis. Pero no fue esta la peor noticia, sino que había contraído la variedad multirresistente. “Comencé con una medicación muy agresiva con pastillas e inyecciones, y entonces descubrieron que también era diabético”. El cóctel de fármacos complicó su recuperación hasta que 18 meses después, y ya en cuidados paliativos, le informaron de que uno de sus pulmones era inservible. “Me dijeron que esperase a la muerte, pero yo pregunté si se podía hacer algo, si lo podían extirpar”. En verano de 2016 volvió a la vida con un pulmón menos. “No sabía si iba a despertarme después de la cirugía, pero tenía fe”.

Tras la recuperación, pensó que hacía falta brindar información a personas que, como él, se encontraran de golpe con la tuberculosis más virulenta que existe. Especialmente, a su salud mental. “La depresión siempre está ahí, pero nadie habla de ello en Sudáfrica”.
Y resalta que no existe apoyo para volver a una sociedad de la que han estado apartados. “Nadie te prepara para vivir después de la tuberculosis”. Ahora forma parte del Consejo Sudafricano de Investigación Médica y trabaja como asesor de MSF. Entender cómo funciona la medicación y lo duro que es aguantar sus efectos secundarios le ayuda mucho a dirigirse a los enfermos.

Pudo haber peleado contra la empresa que le despidió, pero tenía que elegir entre luchar contra ella o por su salud. No podían ser las dos cosas. Apostó por su vida. “Cuando todo terminó, ya no me interesaban”.

Busi Maqungo

Busi Maqungo, 45 años, de Khayelitsa, Ciudad del Cabo. En 2000 perdió a su hija de siete meses por sida, ella también es seropositiva, contagiada por su pareja, que también murió de sida. Ahora tiene un hijo de cinco años que ha nacido sin el virus.
Busi Maqungo, 45 años, de Khayelitsa, Ciudad del Cabo. En 2000 perdió a su hija de siete meses por sida, ella también es seropositiva, contagiada por su pareja, que también murió de sida. Ahora tiene un hijo de cinco años que ha nacido sin el virus.Alfredo Cáliz / EPS

A sus 48 años, tiene una vida nueva. En un apartamento de protección oficial en Khayelitsha, con su niño Obi, de 5 años, un regalo de la vida de última hora. Busi Maqungo navega por un pasado que no iba mal: siendo una veinteañera recién llegada a Ciudad del Cabo, tenía trabajo y se había reencontrado con su novio de la época de estudiante. La buena racha acaba en 1999, cuando nace su hija Namazizi y al cabo de un mes la niña enferma. “Fui al hospital y el doctor sugirió hacerle la prueba del VIH”. La niña tenía el virus. Los padres también.

“Nueve meses más tarde mi bebé murió. Y ahí fue cuando dejé a ese hombre, era una relación abusiva. Estas cicatrices [señala unas marcas grandes en sus brazos] lo atestiguan. Él se pegó un tiro más tarde y se mató”. Maqungo encontró refugio en un hogar para supervivientes de violencia machista y se unió a un grupo de apoyo en el hospital. A través de este, conoció a dos mujeres que marcarían un antes y un después en su vida. Una tenía un bebé seropositivo. La segunda había dado a luz a una niña sana a pesar de que ella era portadora del VIH. La diferencia era que ellas vivían en Khayelitsha, el único lugar de Sudáfrica donde gracias a MSF se distribuían gratis los antirretrovirales, y habían tenido acceso al tratamiento. Maqungo no. “Como vivía fuera de Khayelitsha, mi hija murió”, concluyó al enterarse.

“Esto es una de las cosas que me hizo ser más activa porque lo vi injusto, mi hija también se podía haber salvado”. La rabia le hizo reaccionar. “Decidí que no podía morirme”. Tanto se implicó en el activismo por los medicamentos que fue una de las personas que llevaron ante la justicia al Gobierno sudafricano para que dieran antirretrovirales a embarazadas, batalla que finalmente ganarían. “Siento que mi hija no ha muerto en vano”.

Norute Nobola

Norute Nobola, 58 años, de Ciudad del Cabo. VIH positiva. Ha llegado a conocer a Nelson Mandela y a Barack Obama durante su labor como activista en campañas de acceso asequible a antiretrovirales, que fueron históricas en Sudáfrica.
Norute Nobola, 58 años, de Ciudad del Cabo. VIH positiva. Ha llegado a conocer a Nelson Mandela y a Barack Obama durante su labor como activista en campañas de acceso asequible a antiretrovirales, que fueron históricas en Sudáfrica.Alfredo Cáliz / EPS

“Cuando me lo dijeron, pensé que era el fin del mundo porque no había tratamiento para los pobres”. Este fue el inicio de la convivencia de Norute Nobola, de 58 años y vecina de Khayelitsha, con el VIH. Cuando supo de su estado, en 1999, ya se encontraba mal, pues le habían diagnosticado poco antes tuberculosis pulmonar. De primeras, fue desahuciada. “No podemos hacer nada por ti”, certificaron los médicos. “Quédate en casa, intenta comer sano…”. Así aguantó hasta 2002, cuando empezó a tomar antirretrovirales y a mejorar.
Nobola también se inició en el activismo a pesar de los efectos secundarios de la medicación, a pesar del cansancio y de que no tenía ni trabajo ni ahorros. Salió adelante porque su hermano se ocupó de ella. También sufrió el estigma, y la gota que colmó el vaso fue cuando una prima reveló a la madre de Nobola su estado sin pedir permiso. Aunque no fue tan malo como ella pensó. “Tenía cáncer y no quería darle más preocupaciones. Pero ella me apoyó y me dijo que debía perdonarles y seguir viviendo”.

Además del VIH, Nobola sufre asma e hipertensión. Pero nada evitó que labrara su camino como activista. En ese papel llegó a conocer a Nelson Mandela y a Barack Obama. Cuando los recuerda, se ruboriza como una adolescente. Sobre Mandela, menciona lo mucho que se sorprendió al escuchar su historia. “Yo era muy joven y me dijo que me mantuviera animada y fuerte, que continuase con la lucha”. En cuanto a Obama, se lo presentaron justo antes de ser presidente de Estados Unidos. “Nos prometió que volvería”.

Michael Hamnca

Michael Hmanca, 44 años, Khayelitsa, Ciudad del Cabo. Con VIH y tuberculosis. Sobrevivió con 50 leucocitos CD4 en sangre.
Michael Hmanca, 44 años, Khayelitsa, Ciudad del Cabo. Con VIH y tuberculosis. Sobrevivió con 50 leucocitos CD4 en sangre. Alfredo Cáliz / EPS

Michael Hamnca es un hombre de pocas palabras. De 44 años y corta estatura, relata con voz ronca su experiencia. Arranca en 2001, cuando dejó su pueblo en el Cabo Occidental y llegó con su mujer y tres hijos a Ciudad del Cabo en busca de fortuna. Hamnca había sido diagnosticado en el año 2000, pero no había antirretrovirales disponibles para él. En 2004, una abrupta pérdida de peso hizo saltar las alarmas: “Me hicieron un análisis y mi recuento de linfocitos CD4 estaba en 29”, describe. Empezó el tratamiento ese año en el suburbio de Khayelitsha, donde su familia y él se habían asentado. “Me dije que debía sobrevivir por mis hijos”.

Una vez recuperado, comenzó a asistir a grupos de ayuda de la TAC y MSF. De aquellos primeros tiempos recuerda las manifestaciones masivas. “Movilizamos a casi 22.000 personas para ir al Parlamento; nos hicimos fuertes”, dice con orgullo. “Antes de cualquier manifestación, organizábamos talleres para enseñar cómo comportarse. Teníamos que asegurarnos de que la gente entendía por qué luchábamos, siempre de manera pacífica”. El hombre de pocas palabras y tono monocorde se emociona al revivirlo. Lo mismo cuando se refiere a la visita de Nelson Mandela a Khayelitsha. “Le dimos una camiseta de la campaña, se la puso y manifestó abiertamente que el Gobierno nos debía apoyar. Nos dio visibilidad internacional y empezamos a recibir financiación gracias a él”.

Nondumiso Ndlela

[IMG alt="Nondumiso Ndlela, de 38 años, de Eshowe. VIH positiva desde 2002, ha luchado contra el estigma en una zona rural y ha tenido hijos que han
nacido sin VIH."]https://imagenes.elpais.com/resizer...2T24SMLLF5CY5FRLJ64ONSRU6I.jpg[/IMG]Nondumiso Ndlela, de 38 años, de Eshowe. VIH positiva desde 2002, ha luchado contra el estigma en una zona rural y ha tenido hijos que han nacido sin VIH.Alfredo Cáliz / EPS

Es la serenidad personificada. Tiene 38 años y vive en Eshowe, una localidad de la provincia de Kwazulu Natal que durante un tiempo tuvo el mayor número de personas con sida del país. Esto cambió gracias a una estrategia pionera de MSF que ha llevado a la región a exhibir los mejores resultados en prevención y tratamiento. Ndlela es uno de los nombres de esa lista dorada de personas que han contribuido a dar la vuelta al marcador.

Su relato comienza en 2002, cuando, con 20 años, se hizo la prueba de VIH porque su pareja había dado positivo. Ella obtuvo el mismo diagnóstico, pero pudo acceder a antirretrovirales y los efectos secundarios no aparecieron. Le preocupaba no poder tener más hijos, aunque ya contaba con dos. En 2009 quedó embarazada. “El doctor me tranquilizó y me dio el tratamiento que necesitaba. Y hoy mi hija tiene 10 años y es VIH negativa”.

También el sentido de la responsabilidad le ayudó a resistir. “Si no era fuerte, mi pareja lo vería y se sentiría culpable, ya que fue él quien me contagió. Y pensaba en los niños, en cómo se sentirían si enfermaba; tenía que permanecer fuerte y además parecerlo”. Su marido falleció en 2017, pero ella sobrevivió.

Sibonguile Tshabalala

Sibongile Thsabalala, 44 años, de Johannesburgo. Diagnosticada en 2000, pasó de no tener ninguna información y de que no quisieran tratarla ni explicarle su estatus, de estar al borde de la muerte sin acceso a antiretrovirales, a ser la actual presidenta de la TAC (Treatment Action Campaign) plataforma histórica en la lucha por medicamentos ARV para VIH positivos en Sudáfrica.
Sibongile Thsabalala, 44 años, de Johannesburgo. Diagnosticada en 2000, pasó de no tener ninguna información y de que no quisieran tratarla ni explicarle su estatus, de estar al borde de la muerte sin acceso a antiretrovirales, a ser la actual presidenta de la TAC (Treatment Action Campaign) plataforma histórica en la lucha por medicamentos ARV para VIH positivos en Sudáfrica.Alfredo Cáliz / EPS

Sibonguile Tshabalala tiene 44 años. Su calvario con el VIH comenzó en 2000 y ella es un ejemplo de lo que esta enfermedad puede hacer si no se trata. Durante seis años, sin acceso a antirretrovirales, era ingresada en el hospital como mínimo tres veces al año. Tuvo bronquitis severa en 2001 y en 2004 una tuberculosis pulmonar que casi la mata. “Un día mi cuerpo se empezó a hinchar. Por la noche, no me cabía la ropa y me tuve que envolver en una tela para dormir”. El tratamiento que le suministraron tuvo efectos secundarios graves: “Estaba en casa de mis padres y sentía que mi cuerpo se estaba rindiendo. De repente, la lengua se hinchó y me la empecé a tragar, y le dije a mi padre: ‘¡Cógeme la lengua, tira de ella!”. De vuelta al hospital y con oxígeno, logró salir adelante.

En esos años malvivió a base de vitaminas “y de todo lo que pudiera funcionar”. También recurrió a la consabida dieta de ajo y remolacha. “Mi madre se empeñaba en añadirlos a todas mis comidas, aunque me dieran diarrea. ¡Ahora no los soporto!”, dice entre risas.

En 2005 murió su marido por sida. En 2006, por fin, recibió antirretrovirales. Pero ese viaje no había salido gratuito: la TAC había estado luchando por ellos desde 1998. En 2000 ganaron ante los tribunales y lograron que el Gobierno los suministrara a embarazadas con VIH para que los bebés nacieran sin la enfermedad. En 2002 lograron extender el tratamiento a todos los enfermos, pero hasta 2006 no fue una realidad. Y solo los daban a pacientes con un recuento de linfocitos CD4 inferior a 200. Tshabalala tenía 164. “Yo me decía: me matará otra cosa, pero esto no. Estás en mi cuerpo, VIH, pero yo toco la guitarra y tú bailas mi música. Era mi manera de luchar”.

Asegura Tshabalala que siempre sintió curiosidad por el virus, pero la información era limitada en unos tiempos en los que “no teníamos Google ni nada de eso”. Durante una visita al hospital, en 2009, conoció a una activista de la TAC y decidió ser parte del movimiento. Su motivación hizo que poco a poco empezara a escalar puestos hasta que en 2017 fue nombrada presidenta nacional de la asociación, cargo en el que continúa.

 
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