OP
pilou12
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24
En las afueras donde vivía la gente pobre, cerca de la hilandería, las familias se apretujaban por las noches y contaban cuentos para olvidarse del frío. En el campo los granjeros cubrían sus plantas delicadas con sacos de yute y luego rezaban. Algunos aprovecharon el clima para sacrificar sus cerdos y llevar al pueblo salchichas frescas. Mr. R. C. Judkins, nuestro borracho local, se disfrazó con un traje rojo e hizo de Santa Claus en un almacén. Judkins era padre de una familia numerosa, de modo que todos se alegraron al verlo suficientemente sobrio para ganarse un dólar. Hubo muchos actos en la parroquia, y en uno de ellos Mr. Marshall se encontró frente a frente con Rufus McPherson. Hubo intercambio de palabras pero no de golpes.
Como ya dije, Appleseed vivía en una granja, a kilómetro y medio de Indian Branches, es decir, estaba a unos cinco kilómetros del pueblo. Sin embargo, a pesar del frío, iba al Valhalla todos los días y se quedaba hasta la hora de cerrar, cuando ya era de noche, pues los días se habían vuelto más cortos. En ocasiones se iba con el capataz de la hilandería, pero eso sucedía rara vez. Se le veía cansado, tenía arrugas de preocupación en las comisuras de la boca; siempre tenía frío y temblaba mucho; no creo que usara ropa de abrigo bajo el jersey rojo y el pantalón azul.
Tres días antes de Navidad anunció de improviso:
—Bien, ya he terminado. Sé cuánto hay en la botella. —Lo dijo de forma tan absolutamente segura y solemne que era difícil ponerlo en duda.
—¡Cómo! ¿A ver? No, espera un momento, hijo. —Hamurabi estaba presente—. Es imposible que lo sepas, te equivocas si lo crees: sólo tendrás un disgusto.
—No me sermonee, Mr. Hamurabi. Sé lo que me hago. Una señora de Louisiana me dijo...
—Sí, sí, sí, pero debes olvidarlo. Yo que tú me iría a casa, me estaría tranquilo y me olvidaría de la maldita botella.
—Esta noche mi hermano va a tocar el violín en una boda en Ciudad Cherokee y me va a dar el dinero —dijo con terquedad Appleseed—. Mañana apostaré.
Cuando Appleseed y Middy llegaron al día siguiente, me sentí emocionado. Tenía, en efecto, la moneda de veinticinco centavos cosida al pañuelo rojo que llevaba en la cabeza. Deambularon ante las vitrinas, tomados de la mano, intercambiando murmullos para ver qué adquirían. Finalmente se decidieron por una botella de loción de gardenia del tamaño de un dedal. Middy la abrió de inmediato y vació en su pelo casi todo el contenido.
Cuentos Completos - Truman Capote
En las afueras donde vivía la gente pobre, cerca de la hilandería, las familias se apretujaban por las noches y contaban cuentos para olvidarse del frío. En el campo los granjeros cubrían sus plantas delicadas con sacos de yute y luego rezaban. Algunos aprovecharon el clima para sacrificar sus cerdos y llevar al pueblo salchichas frescas. Mr. R. C. Judkins, nuestro borracho local, se disfrazó con un traje rojo e hizo de Santa Claus en un almacén. Judkins era padre de una familia numerosa, de modo que todos se alegraron al verlo suficientemente sobrio para ganarse un dólar. Hubo muchos actos en la parroquia, y en uno de ellos Mr. Marshall se encontró frente a frente con Rufus McPherson. Hubo intercambio de palabras pero no de golpes.
Como ya dije, Appleseed vivía en una granja, a kilómetro y medio de Indian Branches, es decir, estaba a unos cinco kilómetros del pueblo. Sin embargo, a pesar del frío, iba al Valhalla todos los días y se quedaba hasta la hora de cerrar, cuando ya era de noche, pues los días se habían vuelto más cortos. En ocasiones se iba con el capataz de la hilandería, pero eso sucedía rara vez. Se le veía cansado, tenía arrugas de preocupación en las comisuras de la boca; siempre tenía frío y temblaba mucho; no creo que usara ropa de abrigo bajo el jersey rojo y el pantalón azul.
Tres días antes de Navidad anunció de improviso:
—Bien, ya he terminado. Sé cuánto hay en la botella. —Lo dijo de forma tan absolutamente segura y solemne que era difícil ponerlo en duda.
—¡Cómo! ¿A ver? No, espera un momento, hijo. —Hamurabi estaba presente—. Es imposible que lo sepas, te equivocas si lo crees: sólo tendrás un disgusto.
—No me sermonee, Mr. Hamurabi. Sé lo que me hago. Una señora de Louisiana me dijo...
—Sí, sí, sí, pero debes olvidarlo. Yo que tú me iría a casa, me estaría tranquilo y me olvidaría de la maldita botella.
—Esta noche mi hermano va a tocar el violín en una boda en Ciudad Cherokee y me va a dar el dinero —dijo con terquedad Appleseed—. Mañana apostaré.
Cuando Appleseed y Middy llegaron al día siguiente, me sentí emocionado. Tenía, en efecto, la moneda de veinticinco centavos cosida al pañuelo rojo que llevaba en la cabeza. Deambularon ante las vitrinas, tomados de la mano, intercambiando murmullos para ver qué adquirían. Finalmente se decidieron por una botella de loción de gardenia del tamaño de un dedal. Middy la abrió de inmediato y vació en su pelo casi todo el contenido.
Cuentos Completos - Truman Capote