DESAYUNO EN TIFFANY'S - Truman Capote

64


Hizo de ama de casa durante tardes entera sque dedicó a ordenar de forma en absoluto sistemática la sauna que era su cocina:

-Dice José que cocino mejor que el Colony. La verdad, ¿cómo hubiese nadie podido adivinar que yo poseía ese talento natural? Hace un mes ni siquiera era capaz de hacer unos huevos revueltos.

Y, si vamos a eso, seguía siendo incapaz de hacerlos. Los platos más sencillos, un bisté, una ensalada como Dios manda, estaban fuera de su alcance. En lugar de eso solía servirle a José, y también a mí algunas veces, sopas outré (tortuga negra al brandy servida en cortezas de aguacate), fantasías neronianas (faisán asado, relleno de granada y placaminero), y otras equívocas innovaciones (pollo y arroz al azafrán servidos con salsa de chocolate:«Es un clásico caribeño, cariño»). El racionamiento bélico del azúcar y la crema de leche suponían un estorbo para su imaginación a la hora de preparar postres; no obstante, una vez consiguió hacer una cosa llamada tapioca de tabaco; mejor será no describirlo.

Ni describir tampoco sus intentos de aprender portugués, una ordalía tan tediosa para ella como para mí, ya que siempre que iba a verla tenía girando en el gramófono uno de los discos de la Lingua phone. En esa época, además, no empleaba casi ninguna frase que no empezara por «Cuando ya estemos casados..., o bien «Cuando vivamos en Río.... Y eso a pesar de que José no había hablado nunca de matrimonio. Cosa que ella reconocía.

-Pero, al fin y al cabo, él sabe que estoy embarazada. Sí, guapo, lo estoy. Seis semanas. No entiendo por qué tiene que sorprenderte una cosa así . A mí no me ha sorprendido. Ni un peu. Estoy encantada. Quiero tener nueve, como mínimo. Estoy segura de que habrá unos cuantos que saldrán bastante morenos, José tiene algo de le nègre, ya lo habrás adivinado, ¿no?



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
65

Pero a mí me está bien: ¿puede haber algo más bonito que un recién nacido mulato y con unos precioso sojos verdes? Me hubiera gustado, por favor, no te rías, me hubiera gustado haber sido virgen cuando él me conoció, haber sido virgen para él. No es que me haya liado con auténticas multitudes, como dicen algunos: y no culpo a esos bastardos por decirlo, siempre he vivido en plan loco.

Aunque, la verdad ,la otra noche eché cuentas y sólo he tenido once amantes, sin contar lo que pudiera haber ocurrido antes de cumplir los trece años porque, al fin y al cabo, eso no cuenta. Once. ¿Basta eso para convertirme en una put*? Fíjate en Mag Wildwood. O en Honey Tucker. O en Rose Ellen Ward. Han tenido gonorrea tantas veces que ya han perdido la cuenta.

Desde luego, no tengo nada contra las putas. Menos una sola cosa: las hay que no tienen mala lengua, pero no hay ninguna que tenga buen corazón. Quiero decir que no puedes F*llarte a un tío y cobrar sus cheques sin al menos intentar convencerte a ti misma de que le quieres. Yo lo he intentado siempre. Incluso con Benny Shacklett y toda esa pandilla de roedores. Logré hipnotizarme a mí misma hasta convencerme de que aun siendo absolutamente ratoniles, no carecían de cierto encanto. En realidad, aparte deDoc, suponiendo que quieras contar a Doc, José es mi primer amor no ratonil.

Oh, no vayas a creer que es mi tipo ideal. Dice mentirijillas y siempre anda preocupado por lo que pueda pensar la gente, y se baña unas cincuenta veces al día: los hombres deberían oler, un poco. Es demasiado mojigato, demasiado prudente para ser mi hombre ideal; siempre se vuelve de espaldas para desnudarse, y hace demasiado ruido al comer y no me gusta verle correr porque corre de una forma un tanto ridícula. Si tuviese la libertad de elegir una persona de entre todas las que hay en el mundo, chasquearlos dedos y decir eh, tú, ven para acá, no elegiría aJosé. Nehru se aproxima bastante más a lo que yo pido. O Wendell Wilkie.


1. WendellL. Wilkie (1892-1944f)ue un influyentepolíticonorteamerica- no,y rivalrepublicanodeRooseveltenlaseleccionespresidencialedse1940. (N. del T.)


Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
66

Me conformaría también con la Garbo. ¿Por qué no? Tendríamos que poder casarnos con hombres o mujeres o... Mira, si me dijeras que pensabas liarte con un buque de guerra, yo respetaría tus sentimientos. No, hablo en serio. Habría que permitir toda clase de amor. Soy absolutamente partidaria de eso. Sobre todo ahora que ya me he hecho una idea bastante aproximada de lo que es.

Porque sí, quiero a José; dejaría de fumar si me lo pidiese. Se porta como un amigo, es capaz de provocarme la risa hasta incluso cuando tengo la malea, aunque ahora ya no me viene casi nunca, sólo a veces, e incluso esas veces no es tan espantosa como para que me dé por tragarme frascos de Seconal o por ir a Tiffany's: llevo un traje a la tintorería, o preparo unas setas rellenas, y ya me siento bien, en forma.

Otra cosa, he tirado todos los horóscopos. Debo de haberme gastado un dólar por cada una de las malditas estrellas que hay en el maldito planetario. Es un fastidio, pero la solución consiste en saber que sólo nos ocurren cosas buenas si somos buenos. ¿Buenos? Mas bien quería decir honestos. No me refiero a la honestidad en cuanto a las leyes( podría robar una tumba ,hasta le arrancaría los ojos a un muerto si creyese que así me alegraría un día), sino a ser honesto con uno mismo.

Me da igual ser cualquier cosa, menos cobarde, falsa, tramposa en cuestión de sentimientos, o put*: prefiero tener el cáncer que un corazón deshonesto. Y esto no significa que sea una beata. Soy simplemente una persona práctica. De cáncer se muere a veces; de lo otro, siempre. Oh, a la mierda con este asunto.

Anda, pásame la guitarra, voy a cantarte un fado en un portugués perfecto. Aquellas últimas semanas, las del final del verano y el co- mienzo de otro otoño, aparecen borrosas en mi memoria, quizá debido a que nuestra comprensión mutua llegó a esos maravillosos extremos en los que llegas a comunicarte más a menudo por medio del silencio que con palabras: cierta afectuosa calma reemplaza las tensiones; el parloteo nervioso y la persecucion mutua que suelen producir lo s momentos más espectaculares, más superficialmente aparentes de una amistad.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
67


Con frecuencia, cuando él no estaba en Nueva York (acabé sintiendo hostilidad contra él, y raras veces pronunciaba su nombre), nos pasábamos juntos veladas enteras durante las cuales apenas si decíamos entre los dos más de cien palabras; en una ocasión bajamos hasta Chinatown, tomamos una cena a base de chowmein, compramos farolillos de papel y robamos una caja de incienso, y luego cruzamos lentamente el Puente de Brooklyn, y desde el puente, mientras veíamos a los buques que salían hacia alta mar deslizarse por entre acantilados de incendiados rascacielos ella me dijo:

-Dentro de unos cuantos años, de muchísimos años, uno de esos barcos me traerá de regreso con mis mocosos brasileños. Porque, sí, tienen que ver esto, estas luces, el río... Adoro NuevaYork, aunque esta ciudad no sea tan mía como pueden llegar a serlo algunas cosas, un árbol o una calle o una casa, algo, en fin, que sea mío porque yo le pertenezco.

Y yo le dije: «Cierra el pico», porque me sentía enfurecedoramente excluido, apenas un remolcador en el muelle seco mientras ella, deslumbrante viajera de seguro destino, salía del puerto entre estruendosas sirenas y flotante confeti.

De modo que los días, esos últimos, revolotean en mi memoria neblinosa, otoñales, tan iguales los unos a los otros como hojas: hasta que llegó un día completamente distinto de todos los que he vivido.

Fue por azar el treinta de septiembre, el día de mi cumpleaños, hecho que no tuvo efecto alguno en los acontecimientos, aparte de que, como yo estaba esperando la visita de alguna forma de recordatorio pecuniario por parte de mi familia, me encontraba aguardando con impaciencia la llegada del cartero de las mañanas. De hecho, bajé a esperarle en la calle. Si no me hubiese encontrado haraganeando por allí, Holly no me habría pedido que fuese con ella a montar a caballo; y, en consecuencia, no le hubiese dado aquella oportunidad de salvarme la vida.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
68


- Anda - me dijo cuando me encontró esperando al cartero-. Ven conmigo al parque, alquilaremos un par de caballos. -Se había puesto un chaquetón, tejanos y zapatillas de tenis; se dio una palmada en el estómago, para subrayar lo plano que lo tenía-. No creas que voy a perder al heredero. Pero es que hay una yegua, mi queridísima Mabel Minerva... No puedo irme sin haberme despedido de Mabel Minerva.

-¿Despedido?

-El sábado de la semana próxima. José ya ha comprado los billetes.- Completamente en trance, dejé que me arrastrara hasta la acera-. Haremos transbordo de avión en Miami. Luego sobrevolaremos el mar. Y los Andes. ¡Taxi!

Sobrevolar los Andes. Mientras el taxi nos llevaba hacia Central Park tuve la sensación de estar también yo volando, flotando desoladamente sobre picos nevados, territorios peligrosos.

-Pero no deberías irte. A l fin y al cabo, para qué. Y bien, para qué. Mira, no puedes largarte y abandonar a todo el mundo. -No creo que nadie me eche de menos. No tengo amigos.

-Yo sí. Te echaré de menos.Y también Joe Bell. Y, oh, habrá millones de personas que te echen de menos. Por ejemplo, Sally. El pobre Mr. Tomato.

-Cómo me gustaba el viejo Sally -dijo, y suspiró-. ¿Sabes que hace todo un mes que no voy a verle? Cuando le dije que iba a irme se portó como un ángel. De hecho-dijo, frunciendo el ceño-, pareció encantado de que me fuera al extranjero. Dijo que mejor que mejor.
Porque tarde o temprano habría líos. En cuanto descubriesen que yo no era su sobrina. Ese abogado gordo, O'Shaughnessy me mandó quinientos dólares. Por si acaso. Es el regalo de bodas de Sally.

Sentí deseos de mostrarme antipático:

-También tendrás un regalo mío. Cuando se celebre la boda, suponiendo que os caséis.

Ella se rió.

-Pues claro que se casará conmigo. Por la Iglesia. Y con toda su familia presente. Por eso esperamos a llegar Río para la boda.

-¿Sabe él que ya estás casada?

-¿Se puede saber qué te pasa?¿Quieres echarme el día a perder? Es un día precioso,no lo estropees.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote

 
69


-Pero sería perfectamente posible...

-No lo es. Ya te lo he dicho. Aquello no fue legal. Es imposible que lo fuera. -Se frotó la nariz, y me miró de soslayo-. Como se lo cuentes a alguien te colgaré de los pies ,te aliñaré y te asaré como un cerdo.

Las cuadras-creo que ahora hay allí unos estudios de televisión- estaban en la calle Sesenta y seis oeste. Holly eligió para mí una vieja yegua blanca y negra de balanceante espinazo.

-No tepreocupes, es más segura que la cuna de un bebé.

Lo cual, en mi caso, era una garantía imprescindible, pues mi experiencia ecuestre no pasaba de los paseos de diez centavos en pony durante las fiestas de mi infancia. Holly me ayudó a encaramarme sobre la silla, montó luego en su propio caballo, un animal plateado que se adelantó al mío en cuanto sorteamos el tráfico de Central Park West y entramos en el camino especial para jinetes, moteado por las hojas que la brisa hacía bailar en el aire.

-¿Lo ves?-gritó ella-, ¡Es fantástico!

Y de repente lo fue. De repente, mientras miraba el centelleo del multicolor cabello de Holly a la luz amarillo rojiza que filtraban las hojas, la amé tanto como para olvidarme de mí mismo, de mis autocompasivas desesperaciones y, contentarme pensando que iba a ocurrir una cosa que a ella la hacía feliz.

Los caballos adoptaron un trote suave, comenzaron a salpicarnos, a fustigarnos el rostro olas de viento, fuimos sucesivamente zambulléndonos en charcos de sol y de sombra, y cierto júbilo, cierta alegría de vivir intensísima se puso a brincar en mi interior como si me hubiese tomado una copita de nitrógeno. Esto duró un minuto; el siguiente dio paso a la farsa, macabramente disfrazada.

Porque de súbito, como si se tratara de una emboscada de salvajes en la selva, una pandilla de muchachos negros surgió de entre los matorrales y se plantó en mitad del camino. Los chicos, soltando abucheos, maldiciones, se pusieron a tirarles piedras a los caballos y a fustigar con palos sus grupas.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
70


El mío, la yegua blanca y negra, se levantó sobre sus patas traseras, gimoteó, se balanceó como un funámbulo en la cuerda y
luego salió disparado como un rayo por el camino, dando tumbos que hicieron que se me salieran los pies de los estribos, y dejándome así muy mal sujeto a él. Sus cascos arrancaban chispas de la gravilla. Se inclinó el cielo. Los árboles, un estanque con veleros de juguete, las estatuas, iban pasando como una exhalación.

Las niñeras corrían a rescatar a los críos para salvarles de nuestra terrible carrera; los hombres, los vagabundos, y otras personas me gritaban: «¡Tire de las riendas!» y «¡So, caballo, so!» y «¡Salte!». Sólo más tarde llegué a recordar esas voces; en aquel momento sólo tenía conciencia de Holly, de su veloz galopar de cowboy en pos de mí, sin jamás llegar a alcanzarme, repitiéndome gritos de ánimo a cada momento. Sin parar: cruzamos el parque y salimos a la Quinta Avenida: desbocada, la yegua se metió en medio del tránsito de mediodía, por entre taxis y autobuses que giraban brusca, chirriantemente, para esquivarme. Pasé delante de la mansión Duke, el museo Frick, el Pierre y el Plaza. Pero Holly fue ganando terreno; es más, un policía a caballo también andaba persiguiéndome: flanqueando, uno a cada lado, a mi desbocada yegua, sus caballos llevaron a cabo un movimiento de pinza que la obligó, envuelta en vapor, a detenerse. Fue entonces cuando, por fin, me caí de la silla. Me caí, me levanté y me quedé allí plantado, sin saber muy bien en dónde estaba.

Se formó un gran corro. El policía resopló y tomó unos datos; luego se mostró más amable, sonrió, y dijo que ya se encargaría él de que nuestros caballos fuesen devueltos a su cuadra.

Holly paró un taxi.

-¿Cómo te encuentras?

-Bien.

-Pero si no tienes pulso -dijo, palpándome la muñeca. -Entonces, será que me he muerto.

- No seas idiota. Esto es grave. Mírame.

El problema era que no podía verla; veía, más bien, varias Hollys, un trío de rostros sudorosos y tan empalidecidos de preocupación que me sentí a la vez conmovido y azorado.

-De verdad. No me pasa nada. Sólo que me da vergüenza.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
71

-¿Estás seguro? Por favor, dime la verdad .Podrías haberte matado.

-Pero no ha sido así. Y gracias. Por salvarme la vida. Eres maravillosa. Unica. Te amo.

-Malditó imbécil.

Me besó en la mejilla. Luego vi cuatro Hollys, y caí desmayado.

Aquella tarde salieron fotos de Holly en la primera plana de la última edición del Journal-American y en las primeras ediciones del Daily News y del Daily Mirror. Tanta publicidad carecía por completo de relación con caballos desbocados Tenía que ver con un asunto muy diferente, tal como revelaban los titulares:
PLAYGIRL DETENIDA EN UN ESCANDALO POR NARCOTRAFICO (Journal-American), ACTRIZ DETENIDA POR CONTRABANDO DE DROGAS (Daily News), DESARTICULADA UNA RED DE TRAFICANTES. LA POLICIA INTERROGA A UNA JOVEN DEL GRAN MUNDO (Daily Mirror).

El News era el que publicaba la foto más impresionante: Holly, entre dos musculosos policías, un hombre y una mujer, en el momento de entrar en la comisaría. En aquel ambiente tan vil, incluso su forma de vestir (seguía llevando la ropa de montar a caballo, el chaquetón y los tejanos) hacía pensar que se trataba de la fulana de algún gángster: y las gafas oscuras, el pelo revuelto, y el pitillo de marca Picayune que colgaba de sus malhumorados labios no contribuían precisamente a borrar aquella impresión.

El pie de foto decía : Holly Goligbtly, de veinte años, guapa starlet y conocida personalidad del mundillo elegante, ha sido acusada por el fiscal del distrito de ser una de las figuras clave de una banda dedicada al contrabando internacional de drogas cuyo jefe parece ser el gángster Salvatore «Sally» Tomato. Los inspectores Patrick Connor (izq.)y Sheilah Fezzonetti ( der.) aparecen en la imagen conduciéndola a la comisaría de la calle Sesenta y siete. Más información en la pág. 3.


Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
72


La información, acompañada por la foto de un hombre identificado como Oliver «Father» O'Shaughnessy (que ocultaba el rostro bajo un sombrero flexible), ocupaba tres columnas. Parcialmente condensados, éstos son los párrafos pertinentes:

Los miembros dela sociedad elegante se quedaron hoy pasmados ante la detención de la deslumbrante Holly Golightly, una starlet de Hollywood que cuenta veinte años de edad y que es una de las más conocidas figuras del gran mundo neoyorquino. A la misma hora, las dos de la tarde, la policía sorprendió a Oliver O'Shaughnessy, de cincuenta y dos años, alojado en el Hotel Seabord de la calle Cuarenta y nueve oeste, cuando salía del Hamburg Heaven de Madison Avenue.

Según el fiscal del distrito, Frank L. Donovan,ambos son figuras destacadas de una red internacional de traficantes cuyo jefe es Salvatore«Sally» Tomato, el famoso führer de la mafia, que actualmente cumplen Sing Sing una condena de cinco años por un delito de soborno político... O'Shaughnessy, un sacerdote que colgó la sotana y que en los círculos de la delincuencia es conocido por los motes de «Father»y «El Padre», tiene un historial de detenciones que se remonta a 1934, fecha en la que cumplió dos años de cárcel en su condición de director de un falso manicomio, El Monasterio, instalado en Rhode-Island. Miss Golightly, que no tiene antecedentes penales fuese, detenida en su magnífico apartamento, situado en un barrio de lujo del East Side... Aunque la oficina del fiscal del distrito no ha emitido aún ningún comunicado oficial, fuentes bien informadas aseguran que la bella actriz rubia, hasta hace poco compañera permanente del multimillonario Ruthetfurd Trawler, había sido el «enlace»entre Tomato y su principal lugarteniente, O'Shaughnessy...

Fingiendo ser pariente de Tomato, Miss Golightly visitaba semanalmente, según esas fuentes, la cárcel de SingSing, desde donde Tomato le facilitaba mensajes en clave que ella transmitía luego a O'Shaughnessy. Gracias a este correo, Tomato, de quien se dice que nació en Cefalú, Sicilia, en 1874, pudo controlar personalmente una mafia mundial dedicada al contrabando de narcóticos, con agentes esparcidos por México, Cuba, Sicilia, Tánger, Teherán y Dakar. Pero la oficina del fiscal del distrito se ha negado no sólo a ampliar detalles sobre estas acusaciones sino también a confirmarlas.,.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote

 
73

Avisados con antelación, un gran número de periodistas se encontraban en la comisaría de la calle Sesenta y siete este cuando los dos acusados han llegado allí para prestar declaración. O'Shaughnessy un fornido pelirrojo, se ha negado a hablar con la prensa y le ha propinado una patada en los riñones a uno de los fotógrafos. En cambio, Miss Golightly, frágil y despampanante, aunque vestida como un muchacho, con vaqueros y chaquetón de cuero ,no parecía en absoluto preocupada.

"A mí no me pregunten de qué diablos va todo esto" les dijo a los periodistas. "Parce-que je ne sais pas, mes chers" (Porque yo no lo sé, amigos), añadió. «Es cierto, he visitado a Sally Tomato. Iba a verle cada semana. ¿Acaso tiene eso algo de malo? Sally cree en Dios, y yo también.»

Más adelante, bajo un ladrillo que decía ADMITE SER DROGADICTA: Miss Golightly sondó cuando uno de los periodistas le preguntó si ella tomaba drogas. «He probado alguna vez la marihuana. No es ni la mitad de perjudicial que el brandy. Y sale más barata. Por desgracia, yo prefiero el brandy. No, Mr. Tomato no me ha hablado nunca de drogas. Me enfurece que ande persiguiéndole todo ese atajo de desdichados. Es una persona sensible, religiosa. Un anciano encantador.»

Hay un error especialmente grave en esta información: no la detuvieron en su «magnífico apartamento» Fue en mi cuarto de baño. Yo estaba tratando de aliviar mis dolores de jinete en una bañera llena de agua hirviendo con sales de Epsom; Holly, como una buena enfermera, permanecía sentada en el borde de la bañera, dispuesta a frotarme con linimento Sloan y meterme en la cama. Llamaron a la puerta. Como no estaba cerrada, Holly gritó «Pase». Y entró Madame Sapphia Spanella, seguida por un par de inspectores vestidos de paisano, uno de los cuales era una mujer que llevaba un par de gruesas trenzas rubias sujetas en lo alto de la cabeza.

-Ahí está. ¡Ella es la de la orden de busca y captura!-dijo con voz atronadora Madame Spanella, invadiendo el baño y alzando un dedo acusador primero contra Holly y luego contra mi propia desnudez-.Ya lo ven. La muy put*.


Desayuno en Tiffany's - Truman Capote

 
74

El policía pareció azorarse, por culpa de Madame Spanella y de la situación; pero un austero goce puso en tensión el rostro de su colega, que dejó caer la mano sobre el hombro de Holly y, con una voz sorprendentemente aniñada, dijo: -Ven, chica. Tú y yo nos vamos de paseo.

A lo cual Holly le contestó, con la mayor frialdad:

-Ya puedes sacarme de encima esas manos de palurda, bollera repugnante, marimacho ridículo.

Esto contribuyó a que la mujer se enfureciese todavía más: le dio a Holly una tremenda bofetada. Tan tremenda que le hizo volver la cara hacia el otro lado, y la botella de linimento, que salió despedida, se hizo añicos contra el suelo, que fue donde yo, que había salido corriendo de la bañera dispuesto a echar mi cuarto a espadas en la reyerta, la pisé, y a punto estuve de rebanarme los dos pulgares.

Desnudo, y dejando un rastro de huellas ensangrentadas, seguí el desarrollo de los acontecimientos hasta el mismo portal de la calle.

-Y no te olvides-se las arregló Holly para pedirme mientras los inspectores la empujaban escaleras abajo- de darle de comer al gato, por favor.

Creí, naturalmente, que Madame Spanella tenía toda la culpa: no era la primera vez que reclamaba la presencia de las autoridades para quejarse de Holly. No se me ocurrió que el asunto pudiera tener dimensiones mucho más calamitosas hasta que, por la tarde, apareció Joe Bell blandiendo los periódicos. Estaba demasiado nervioso para hablar con sensatez; mientras yo leía las informaciones, estuvo armando jaleo en mi habitación, golpeándose un puño contra el otro.

Hasta que por fin dijo:

-¿Crees que es verdad? ¿Es posible que estuviera mezclada en un asunto tan repugnante?

-Pues sí.

Se metió una pastilla digestiva en la boca y, lanzándome una mirada llameante, se puso a masticarla como si estuviera triturando mis huesos.

- ¿ N o te da vergüenza?Y decías que eras amigo suyo. ¡Hijo de put*!


Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 
75

-Eh, espera un momento. No he dicho que estuviera mezclada en eso a sabiendas. Ella no lo sabía. Pero es cierto que lo hacía. Transmitía mensajes y qué se yo qué más...


-Así que te lo tomas con toda la calma del mundo, ¿eh? -dijo él-. Joder, pero si podrían caerle diez años. O más.-Me arrancó los periódicos de las manos-. Tú conoces a sus amigos. Los ricachones ésos. Baja conmigo al bar. Empezaremos a telefonear. Nuestra amiga necesitará uno de esos abogados tramposos de postín, y no creo que a mí me alcance para pagarle.

Me encontraba tan dolorido y tembloroso que no hubiera sido capaz d e vestirme solo ; tuvo que ayudarme Joe Bell . U n a vez en su bar, me empujó hasta el teléfono, provisto de un martini triple y una copa de brandy repleta de monedas. Pero no se me ocurría a quién recurrir. José estaba en Washington, y yo no tenía ni la más remota idea de dónde localizarle allí. ¿Y Rusty Trawler? ¡Ni pensarlo, era un cabrón! Pero ¿qué otros amigos de Holly conocía? Quizá ella había tenido razón al decir que no tenía ninguno, ningún amigo de verdad.

Puse una conferencia con Crestview 5-6958, de Beverly Hills, el número en el que me había dicho que podría localizar a O. J. Berman. La persona que contestó dijo que a Mr. Berman le estaban dando un masaje y que no se le podía molestar, que lo sentía y que probara más tarde. Joe Bell se puso hecho una furia, me dijo que tendría que haber dicho que era un asunto de vida o muerte; y se empeñó en que llamara a Rusty. Hablé primero con el mayordomo de Mr. Trawler: Mr. y Mrs. Trawler, me comunicó, estaban cenando ,¿quería que les transmitiera algún recado?Joe Bell gritó en el auricular:

-Esto es urgente, jefe. De vida o muerte.

El resultado fue que me encontré hablando con, o, mejor dicho, escuchando a, la chica que de soltera se había llamado Mag Wildwood:

-¿Estás chiflado?-me preguntó-. Mi marido y yo demandaremos, y te lo digo en serio, a cualquiera que trate de relacionar nuestros nombres con esa as-asquerosa, con esa de- degenerada. Siempre supe que era una dro-drogota con menos sentido ético que una perra encelo. Debería estar en la cárcel.



Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
 

Temas Similares

Respuestas
4
Visitas
266
P
Respuestas
55
Visitas
3K
pilou12
P
Back