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pilou12
Guest
76
Y mi esposo está completamente de acuerdo conmigo. Demandaremos, te lo aseguro, a cualquiera que...
Mientras colgaba, me acordé de Doc, allá en Tulip, estado de Texas. Pero no, a Holly no le gustaría que le llamase, me mataría.
Volví a marcar el número de California; las líneas estaban ocupadas, siguieron estándolo y para cuando O. J. Berman se puso al teléfono, me había tomado tantos martinis que tuvo que preguntarme por qué le llamaba:
-Es por lo de la niña, ¿no? Ya me he enterado. Ya he hablado con Iggy Fitelstein. Iggy es el mejor picapleitos de Nueva York. Le he dicho que cuide de ella, que me mande la minuta, pero que no mencione mi nombre, entiendes. Bueno, estoy un poco en deuda con la niña. Aunque, si vamos a eso, tampoco es que le deba nada. Está loca. Es una farsante. Pero una farsante auténtica, ¿lo recuerdas? En fin, sólo pedían diez mil de fianza. No te preocupes, Iggy la sacará esta noche. No me extrañaría que ya estuviese en casa.
Pero no lo estaba; tampoco había regresado a la mañana siguiente, cuando bajé a darle de comer al gato. Como no tenía la llave de su apartamento, bajé por la escalera de incendios y me colé por una ventana. El gato estaba en el dormitorio, y no se encontraba solo:
había también un hombre agachado junto a una maleta. Pensando los dos que el otro era un ladrón, cruzamos sendas miradas inquietas en el momento en que yo entraba por la ventana. Era un joven de rostro agradado y pelo engominado que se parecía a José; es más, la maleta que estaba preparando contenía la ropa que José solía tener en casa de Holly, todos aquellos zapatos y trajes que solían provocar las protestas de ella, pues siempre tenía que estar enviándolos a arreglar y limpiar. Convencido de que así era, le pregunté:
-¿Le ha enviado Mr. Ybarra-Jaegar?
-Soy el primo -dijo, con una sonrisa cautelosa y un acento meramente comprensible.
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
Y mi esposo está completamente de acuerdo conmigo. Demandaremos, te lo aseguro, a cualquiera que...
Mientras colgaba, me acordé de Doc, allá en Tulip, estado de Texas. Pero no, a Holly no le gustaría que le llamase, me mataría.
Volví a marcar el número de California; las líneas estaban ocupadas, siguieron estándolo y para cuando O. J. Berman se puso al teléfono, me había tomado tantos martinis que tuvo que preguntarme por qué le llamaba:
-Es por lo de la niña, ¿no? Ya me he enterado. Ya he hablado con Iggy Fitelstein. Iggy es el mejor picapleitos de Nueva York. Le he dicho que cuide de ella, que me mande la minuta, pero que no mencione mi nombre, entiendes. Bueno, estoy un poco en deuda con la niña. Aunque, si vamos a eso, tampoco es que le deba nada. Está loca. Es una farsante. Pero una farsante auténtica, ¿lo recuerdas? En fin, sólo pedían diez mil de fianza. No te preocupes, Iggy la sacará esta noche. No me extrañaría que ya estuviese en casa.
Pero no lo estaba; tampoco había regresado a la mañana siguiente, cuando bajé a darle de comer al gato. Como no tenía la llave de su apartamento, bajé por la escalera de incendios y me colé por una ventana. El gato estaba en el dormitorio, y no se encontraba solo:
había también un hombre agachado junto a una maleta. Pensando los dos que el otro era un ladrón, cruzamos sendas miradas inquietas en el momento en que yo entraba por la ventana. Era un joven de rostro agradado y pelo engominado que se parecía a José; es más, la maleta que estaba preparando contenía la ropa que José solía tener en casa de Holly, todos aquellos zapatos y trajes que solían provocar las protestas de ella, pues siempre tenía que estar enviándolos a arreglar y limpiar. Convencido de que así era, le pregunté:
-¿Le ha enviado Mr. Ybarra-Jaegar?
-Soy el primo -dijo, con una sonrisa cautelosa y un acento meramente comprensible.
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote