OP
pilou12
Guest
12
Era un hombre bajo y el uniforme se le desbordaba en pliegues arrugados. Su cara, flaca y de facciones afiladas, formaba un pálido contraste con la del marine, y su pelo negro, cortado al rape, brillaba a la luz como una gorra de piel de foca. Sus ojos cansados escrutaron nebulosamente a los tres ocupantes de la mesa como si hubiera un biombo entre ellos, y con un gesto nervioso se tiró de los dos galones que llevaba cosidos en la manga.
La mujer se removió, incómoda, y se apretó más contra la ventanilla. Con semblante pensativo lo etiquetó de borracho, y al ver que la chica arrugaba la nariz supo que compartía su veredicto.
Mientras el negro con delantal blanco descargaba su bandeja, el cabo dijo:
—Lo que yo quiero es café, una cafetera grande y un tazón doble de nata.
La chica hundió el tenedor en el pollo con bechamel.
—¿No te parece carísimo todo lo que sirven aquí, querido?
Y entonces empezó. La cabeza del cabo empezó a balancearse con sacudidas cortas e incontrolables. Hizo una pausa y la cabeza se le quedó grotescamente inclinada hacia delante; una convulsión muscular le impulsó el cuello hacia un costado.
La boca se le estiró de un modo horrible y se le tensaron las venas del cuello.
—Oh, Dios mío —exclamó la chica, y la mujer soltó el cuchillo de la mantequilla y automáticamente se protegió los ojos con una mano sensible. El marine miró con aire ausente durante un momento y luego, reponiéndose enseguida, sacó un paquete de tabaco.
—Toma, chico —dijo—. Mejor que fumes uno.
—Por favor, gracias..., muy amable —murmuró el soldado, y después estampó contra la mesa un puño con los nudillos blancos. Temblaron los cubiertos de plata, el agua desbordó de los vasos. Un silencio se prolongó en el aire y una carcajada lejana se esparció por el vagón, cortada en rebanadas iguales.
La chica, entonces, consciente de la atención, se alisó un mechón de pelo detrás de la oreja. La mujer levantó la mirada y se mordió el labio cuando vio que el cabo trataba de encender el cigarrillo.
Era un hombre bajo y el uniforme se le desbordaba en pliegues arrugados. Su cara, flaca y de facciones afiladas, formaba un pálido contraste con la del marine, y su pelo negro, cortado al rape, brillaba a la luz como una gorra de piel de foca. Sus ojos cansados escrutaron nebulosamente a los tres ocupantes de la mesa como si hubiera un biombo entre ellos, y con un gesto nervioso se tiró de los dos galones que llevaba cosidos en la manga.
La mujer se removió, incómoda, y se apretó más contra la ventanilla. Con semblante pensativo lo etiquetó de borracho, y al ver que la chica arrugaba la nariz supo que compartía su veredicto.
Mientras el negro con delantal blanco descargaba su bandeja, el cabo dijo:
—Lo que yo quiero es café, una cafetera grande y un tazón doble de nata.
La chica hundió el tenedor en el pollo con bechamel.
—¿No te parece carísimo todo lo que sirven aquí, querido?
Y entonces empezó. La cabeza del cabo empezó a balancearse con sacudidas cortas e incontrolables. Hizo una pausa y la cabeza se le quedó grotescamente inclinada hacia delante; una convulsión muscular le impulsó el cuello hacia un costado.
La boca se le estiró de un modo horrible y se le tensaron las venas del cuello.
—Oh, Dios mío —exclamó la chica, y la mujer soltó el cuchillo de la mantequilla y automáticamente se protegió los ojos con una mano sensible. El marine miró con aire ausente durante un momento y luego, reponiéndose enseguida, sacó un paquete de tabaco.
—Toma, chico —dijo—. Mejor que fumes uno.
—Por favor, gracias..., muy amable —murmuró el soldado, y después estampó contra la mesa un puño con los nudillos blancos. Temblaron los cubiertos de plata, el agua desbordó de los vasos. Un silencio se prolongó en el aire y una carcajada lejana se esparció por el vagón, cortada en rebanadas iguales.
La chica, entonces, consciente de la atención, se alisó un mechón de pelo detrás de la oreja. La mujer levantó la mirada y se mordió el labio cuando vio que el cabo trataba de encender el cigarrillo.