MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

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Pero no seria así; a lo largo de los cuarenta, el deseo acecho en mi cabeza. Y después cumplí los cincuenta, y luego los sesenta, y nada cambió: imágenes sexuales continuaban girando en torno a mi cerebro como personajes en un carrusel. Aquí estoy ahora, con setenta, y sigo siendo prisionero de la imaginación sexual. No puedo librarme ni siquiera a una edad en que ya nada tengo que ver con ello." p: ¿ Ha pensado alguna vez en suicidarse?

R: Desde luego. y lo mismo ha hecho todo el mundo, menos el tonto del pueblo, posiblemente . Poco después del su***dio del estimado escritor japonés Yukio Mishima, a quien yo conocía bien, se publico una biografía de él, donde para mi desmayo, el autor cita las siguientes palabras suyas: " Oh, si. Pienso mucho en el suicido. Y conozco a una serie de gente que estoy seguro de que se suicidarían. Truman Capote, por ejemplo." No puedo figurarme lo que le habría llevado a esa conclusión . Mis visitas a Mishima siempre fueron alegres, muy cordiales. Aunque Mishima era un hombre sensible, extraordinariamente intuitivo, y no alguien para ser tomado a la ligera. Pero en este aspecto creo que le falló la intuición; yo jamas tendría el valor de hacer lo que él hizo ( que un amigo suyo lo decapitara con una espada).

De todos modos, como antes he dicho en alguna parte, la mayoría de las personas que se quitan la vida, lo hacen porque en realidad quieren matar a otro -- un marido galanteador, un amante infiel, un amigo traidor --, pero no tienen agallas para hacerlo. Yo no lo haría ; cualquiera que me condujese a esa clase de postura, se encontraría a si mismo frente al cañón de una escopeta.

P: ¿ Cree en Dios, o, en cualquier caso, en algún poder superior?



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R: Creo en una vida posterior. Mejor dicho, siento simpatía hacia la idea de reencarnación .

P: En su vida posterior, ¿en qué le gustaría reencarnarse?

R: En un pájaro; preferiblemente, en un buitre. Un buitre no tiene que molestarse acerca de su aspecto o habilidad para gustar y seducir; no tiene que darse muchos aires. De todos modos, no va a gustar a nadie; es feo, indeseable, mal acogido en todas partes. Hay mucho que decir de la clase de libertad que eso posibilita. Por otra parte, no me disgusta ser una tortuga de mar. Pueden vagar por la tierra, y conocen los secretos de las profundidades del océano. Además, tienen una vida larga y sus ojos encapuchados encierran mucha sabiduría.

P: Si le concedieran un deseo, ¿cuál elegiría?

R: Despertarme una mañana y sentir que al fin soy una persona madura, vacía de resentimientos, ideas vengativas y otras emociones infantiles e inútiles. En otras palabras, descubrirme a mí mismo como adulto.

TC: ¿Todavía estás despierto?

TC: Algo aburrido, pero aún despierto. ¿Cómo puedo dormirme si tú no estás dormido?

TC: Bueno..., ya que lo preguntas, diría que Billy Graham Crackers no es el único a quien le resulta familiar el estiércol de caballo.

TC: Puñetero, puñetero y puñetero. Lamentarte y putear. Eso es lo único que haces. Jamás dices una palabra amable.

TC:
Oh, no me refiero a que haya algo que esté muy mal. Sólo unas cuantas cosas aquí y allá. Minucias. Quiero decir que a lo mejor no eres tan honrado como pretendes.



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TC: No pretendo ser honrado. Soy honrado.

TC: Disculpa. No quería fastidiar. No ha sido un comentario; sólo un desliz.

TC: Ha sido una táctica de distracción . Me llamas deshonesto, me comparas con Billy Graham, y ahora tratas de salir con subterfugios. ! Por amor de Dios!
Dime. ¿ Qué he escrito ahí que sea deshonesto?

TC: Nada. Minucias. Como ese asunto de la película.
Lo hiciste por diversión, ¿eh? Lo hiciste por la pasta; y para satisfacer esa vertiente tuya, tan exasperante, de payaso. Líbrate de ese tipo. Es un latoso.

TC:Oh, no sé. Es caprichoso, pero le tengo cariño. Es parte de mi; igual que tú. ¿Y cuáles son esas otras minucias?

TC: Lo siguiente..., bueno, no es una minucia. Es el modo en que respondiste a esta pregunta : ¿ cree en Dios? Ahí te pasaste. Dijiste algo de otra vida, de reencarnación, de volver en forma de buitre. Tengo noticias para ti, compañero, no tienes que esperar a la reencarnación para que te traten como a un buitre; ya lo hace mucha gente. Multitudes. Pero eso no es lo más falso de tu respuesta. Es el hecho de que no salieras inmediatamente diciendo que si crees en Dios. Te he oído confesar, tan fresco como una lechuga, cosas, cosas que harían ruborizarse de azul a un babuino y, sin embargo, no has admitido que crees en Dios. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que te consideren un Cristiano Renacido, un Jesús Freak?

TC: No es tan sencillo. Creo en Dios. Y luego no creo. ¿Recuerdas cuando éramos muy pequeños y solíamos ir al bosque con nuestra perra Queenie y la querida prima Sook? Cogíamos flores silvestres, espárragos. Atrapábamos mariposas y las dejábamos ir. Pescábamos percas y volvíamos a tirarlas al riachuelo.



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A veces encontrábamos enormes hongos venenosos, y Sook nos decía que ahí era donde vivían los elfos, debajo de los preciosos hongos venenosos. Nos decía que el Señor había dispuesto que vivieran allí, igual que había ordenado todo lo que veíamos. Lo bueno y lo malo. Las hormigas y los mosquitos y las serpientes de cascabel, cada hoja de los árboles, el sol en el cielo, la luna llena y la luna nueva, los días de lluvia . Y nosotros la creíamos.

Pero después ocurrieron cosas que destruyeron esa fe. Primero fue la iglesia y el escuchar con comezón en todo el cuerpo a algún predicador ignorante, un palurdo del Sur, que hablaba demasiado; luego, esos colegios de pensión y el acudir a la capilla todas las malditas mañanas. Y la propia Biblia: nadie que tenga algo de juicio puede creerse lo que pidan que crea. ¿ Dónde estaban los hongos venenosos? ¿ Dónde estaban las lunas? Y por fin, la vida, la vida sin adornos se llevó los recuerdos de la poca fe que aún quedaba. No soy la peor persona que se ha cruzado en mi camino, de ningún modo, pero he cometido algunos pecados graves, varios de ellos con deliberada crueldad; y no me han molestado ni un ápice, nunca he pensado en ellos. Hasta que tuve que hacerlo. Cuando la lluvia empezó a caer, era una fuerte lluvia tenebrosa, y no hizo sino seguir cayendo. Así que empecé a pensar en Dios otra vez.

Pensé en San Julián. En el relato de Flaubert. Sí. Julien L'Hospitalier. Hace mucho tiempo que leí ese cuento, y donde yo me encontraba, en un sanatorio, muy lejos de las bibliotecas , no pude conseguir un ejemplar. Pero recuerdo ( al menos, así creo que iba más o menos) que de niño adoraba Julian vagar por los bosques y amaba a todos los animales y a todas las cosas vivas.



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Vivía en una gran propiedad, y sus padres lo reverenciaban; querían que tuviese todas las cosas del mundo. Su padre le compró los caballos más finos, arcos y flechas, y le enseñó a cazar. A matar a los animales que él había amado tanto. Y aquello fue desastroso, porque Julián descubrió que le gustaba matar. Sólo era feliz después de una jornada de la más sangrienta carnicería. La matanza de animales y pájaros se convirtió en una manía, y tras admirar primero su destreza, los vecinos lo odiaron y temieron sus ansias sanguinarias.

Ahora viene una parte de la historia que ha quedado bastante vaga en mi memoria. En cualquier caso, de un modo u otro Julián mato a su padre y a su madre. ¿ Un accidente de caza? Algo parecido, algo terrible. Se convirtió en paria y penitente. Vagó por el mundo descalzo y en harapos, buscando perdón , Envejeció y enfermó. Una noche fría estaba junto a un río esperando a que un barquero le cruzara en su bote de remos. ¿Sería quizá el río Estigia? Porque Julián estaba agonizando. Mientras esperaba, apareció un viejo repugnante. Era un leproso, y tenía los ojos ulcerados, la boca podrida y fétida. Julián no lo sabía, pero aquel repulsivo viejo de pernicioso aspecto era Dios. Y Dios lo probó para ver si todos sus sufrimientos habían cambiado verdaderamente el brutal corazón de Julián. Le dijo a Julián que tenía frío, y le pidió compartir su manta, y Julián accedió; luego quiso el leproso que Julián lo abrazase, y Julián accedió; después, El hizo una última petición: le rogó a Julián que besara sus labios podridos y enfermos. Julián lo hizó. Entonces, Julián y el viejo leproso, que se había súbitamente transformado en una luminosa visión deslumbrante, ascendieron juntos al cielo. Y así fue como Julián se convirtió en San Julián.


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Así que ahí estaba yo, bajo la lluvia, y cuanto más fuerte caía, más pensaba en San Julián. Rogué que tuviera la suerte de abrazar un leproso. Y entonces fue cuando empecé a creer en Dios otra vez y comprendí que Sook tenía razón, que todo era Su designio: la luna llena y la luna nueva, la fuerte lluvia que caía, y que sólo con pedirle que me ayudara, El lo haría.

TC: ¿ Y lo hizo?

TC: Si. Cada vez más. Pero aún no soy un santo. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio. Claro que podría ser todas esas cosas dudosas y, no obstante, ser un santo. Pero aún no soy un santo; no, señor.

TC: Bueno, Roma no se construyó en un día. Vamos a dejarlo y a tratar de pegar el ojo.

TC: Pero, antes, recemos una oración. Nuestra vieja oración. La que solíamos rezar cuando éramos muy pequeños y dormíamos en la misma cama con Sook y con Queenie, con las mantas apiladas encima de nosotros porque la casa era muy grande y muy fría.

TC: ¿ Nuestra vieja oración ? Muy bien.

TC y TC: Ahora me tumbo a dormir. Ruego al Señor mi alma guardar. Y si antes del despertar debiera morir, ruego al Señor mi alma llevar. Amén.

TC: Buenas noches.

TC: Buenas noches.

TC: Te quiero.

TC: Yo también te quiero.

TC: Más te vale. Porque si nos ponemos a profundizar, sólo nos tenemos el uno al otro. A nadie más.
Hasta la tumba. Y ésa es la tragedia, ¿ no?

TC: Te olvidas. También. También tenemos a Dios.

TC: Si, tenemos a Dios.

TC: Zzzzzzz.

TC: Zzzzzz.

TC y TC: Zzzzzzzz.



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FIN
 
Los libros del replicante
Cultura, eventos y crítica literaria más allá de Orión...


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Puesto que últimamente no me llaman nada la atención las secciones de novedades literarias, he decidido retomar a viejos conocidos y, recientemente, he releído Música para camaleones, de Truman Capote.

Como autor Capote fue, junto a Hemingway, el iniciador en EEUU de la llamada novela de no ficción o documental. Un estilo propio que bebía de su contacto con lo más granado de la alta sociedad neoyorkina pero también de su descenso a los bajos fondos. Música para camaleones aúna ambos mundos de manera tan natural y fluida que los personajes rezuman esa química especial que confieres a una persona que conoces de toda la vida, como si fuesen viejos amigos.

Este es, sin lugar a dudas, uno de mis libros preferidos: ligero y delicioso, el colofón de la obra del escritor estadounidense. Los relatos, extravagantes y con una prosa documental heredada de su trabajo más tortuoso, A Sangre fría, muestran un Capote íntimo y melancólico, un artista consumado y despojado de florituras y forzados alardes literarios.
Las historias fluyen y embaucan al lector trasladándolo a la cotidianeidad extraordinaria de aquellos que viven en planos paralelos sobrepasando la vulgaridad.

El libro está dividido en tres partes. Una de relatos cortos donde se enmarca la historia que da nombre al libro. Lujo decadente, amor, desamor y reminiscencias de infancia se dan cita en historias cortas que son una lección de es un alarde de talento, técnica y amor por la escritura.
La segunda sección, más oscura y compleja, Ataúdes tallados a mano, relata vidas y crímenes, incluidos la tortuosa y tenebrosa época en la que Capote escribió A sangre fría (es la segunda vez que lo nombro y no por casualidad)

Finalmente, la parte más personal y cercana, Conversaciones y retratos, personajes retratados desde la intimidad y melancolía que emborronan los recuerdos felices y que nos sumergen en el día a día de la alta sociedad neoyorkina. La más maravillosa, en mi humilde opinión, es Una hermosa criatura, dedicada a Marilyn Monroe, que retrata a la actriz con cariño, sin caer en el dramatismo ni la adulación, pero con calidez y claridad.
En definitiva, una novela ideal para retomar el gusto por lo mejor de la literatura (estadounidense) de principios del siglo XX.

Replicante: Carla Arrieta.
Calificación: cinco estrellas.
Para una lectura: deleite artístico.


 
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