MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

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TC: ! Un momento! J. Edgard Hoover está muerto.

TC: No, no lo está. Al viejo Johnny lo han reproducido clónicamente, y está en todas partes. Lo mismo han hecho con Clyde Thompson, y así pueden seguir ininterrumpidamente. El cardenal Spellman, en versión clónica, se une de vez en cuando a ellos para echar una partida.

TC: ¿ Por qué la insistencia en Billy Graham?

TC: Billy Graham, Werner Erhard, Masters y Johnson, Princesa Z: todos rebosan de estiércol de caballo. Pero el reverendo está más lleno que nadie .

TC: ¿ El que está más lleno de todos?

TC: No, la Princesa Z está mucho más rellena.

TC: ¿ Cómo es eso?

TC: Bueno, después de todo, ella es un caballo. Es muy natural que un caballo pueda contener más estiércol de caballo que un ser humano, por grande que sea su capacidad. ¿ No te acuerdas de la Princesa Z, esa potranca que corrió en la quinta de Belmont?. Apostamos por ella y perdimos un montón . Y tú dijiste : " Es lo que solía decirnos tío Bud: Nunca pongas tu dinero en un caballo que se llame Princesa."

TC: Tío Bud era inteligente. No como nuestra prima Sook, pero inteligente. De todos modos, ¿ quiénes son los Más Simpáticos para nosotros? Por lo menos esta noche.

TC: Nadie. Están todos muertos. Algunos recientemente, otros hace siglos. Muchos de ellos están en Père- Lachaise . Rimbaud no está allí; pero uno se sorprende de la gente que hay. Gertrude y Alice. Proust. Sarah Bernhardt. Oscar Wilde. Me pregunto dónde estará enterrada Agatha Christie...


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TC: Lamento interrumpirte, pero, ciertamente , habrá alguien vivo entre los Más simpáticos.

TC: Es muy difícil. Un problema realmente complicado. Muy bien. La señora de Richard Nixon. La emperatriz del Irán. Mister William "Billy" Cárter. Tres víctimas. Tres santos. Si Billy Graham fuera Billy Cárter, entonces Billy Graham sería Billy Graham.

TC: Eso me recuerda una mujer junto a la cual me senté a cenar la otra noche. Dijo " Los Angeles es el sitio perfecto para vivir... si uno es mejicano."

TC: ¿ Y que otro chiste te contaron luego?

TC: Eso no era un chiste. Era una precisa observación social. En Los Angeles, los mejicanos, se encuentran con su propia cultura que, además, es auténtica; el resto no tienen nada. Una ciudad de Uriah Heeps tostados por el sol.

Sin embargo me dijeron algo que me hizo reír. Algo que D.D. Ryan le dijo a Greta Garbo.

TC: Ah, sí. Viven en el mismo edificio.

TC: Y han vivido ahí durante más de veinte años. Es una lastima que no sean buenas amigas, se gustan la una a la otra. Ambas tienen persuasión y sentido del humor, pero sólo se han intercambiado palabras graciosas en passant, y nada más. Hace unas semanas, D.D se metió en el ascensor y se encontró sola con Greta Garbo. D.D. iba vestida en la sorprendente forma en que acostumbra, y Garbo como si nunca la hubiera observado en realidad, dijo: " ! Vaya, señora Ryan! Está usted preciosa." Y D.D., divertida pero realmente emocionada, contestó: " Mira quien fue a hablar."

TC: ¿ Eso es todo ?

TC:
C'est tout.


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TC: Me parece un poco absurdo.

TC: Mira, olvídalo. No tiene importancia. Vamos a dar la luz y a sacar la pluma y papel. Empezaremos ese artículo para la revista. No tiene sentido quedarse aquí tumbado charlando con un zoquete como tú. Más valdría tratar de ganar un níquel.

TC: ¿ Te refieres a ese articulo, Auto- entrevista , en el que tienes que entrevistarte a ti mismo? ¿Formular tus propias preguntas y contestarlas?

TC: Ajá. Pero ¿ Por qué no te quedas tranquilamente ahí tumbado mientras lo hago? Necesito descansar de tu perversa frivolidad.

TC: Muy bien, bolsa de basura.

TC: Pues ahí va.

P: ¿ De qué tiene miedo?

R: De sapos de verdad en jardines imaginarios.

P: No, en la vida real...

R: Estoy hablando de la vida real.

P: Permítame formularlo de otro modo. De todas sus experiencias, ¿ cuál ha sido la más alarmante?

P: Traiciones. Abandonos.

¿ Pero quiere usted algo más concreto ? Bueno, los recuerdos de mi primera infancia son más bien de terror. Tendría tres años, probablemente, quizá menos, y estaba visitando el Zoo de Saint Louis, acompañado de una negra alta que mi madre había contratado para que me llevase allí. De pronto, se produjo un pandemonio. Niños, mujeres y hombres adultos gritaban y se apresuraban en todas direcciones. ! Dos leones se habían escapado de la jaula! Dos bestias sedientas de sangre acechando por el parque. A mi niñera le entró pánico. Simplemente, se dio la vuelta y echó a correr, dejándome solo en el camino. Es todo lo que recuerdo de aquella ocasión .



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Cuando tenía nueve años me mordió una serpiente mocasín de agua. Junto con unos primos míos fui de exploración a un bosque solitario que estaba a unas seis millas del pueblo de Alabama en donde vivíamos. Había un río estrecho, poco profundo y cristalino, que discurría a través del bosque. En medio, había un enorme tronco caído que iba de orilla a orilla, como un puente. Mis primos, guardando el equilibrio, cruzaron el tronco, pero yo decidí vadear el riachuelo. Justo cuando estaba a punto de alcanzar la otra orilla, vi una enorme mocasín nadando, moviéndoselo sinuosamente por la sombría superficie del agua. La boca se me puso tan seca como el algodón; me quedé paralizado, pasmado, como si me hubieran pinchado en todo el cuerpo con novocaína. La serpiente siguió deslizándose, avanzando hacia mí. Cuando estaba a unas pulgadas de distancia, di una vuelta en redondo, y resbalé en un lecho de escurridizos guijarros de arroyo. La mocasín me mordió en la rodilla.

Confusión. Mis primos se turnaron llevándome a cuestas hasta que encontramos una granja. Mientras el granjero enganchaba la mula al carro, su único vehículo, su mujer cogió unos cuantos pollos, los destripó vivos y me aplicó a la rodilla las calientes aves sangrantes. " Esto saca el veneno", dijo ella, y la carne de los pollos, en efecto, se volvió verde. Durante el camino a casa, mis primos fueron matando pollos y poniéndomelos en la herida. Una vez en casa, mi familia telefoneó a un hospital de Montgomery, a cien millas de distancia, y cinco horas después llegó un medico con un suero para serpientes. Me convertí en un niño enfermo, lo único bueno de todo ello fue que falté dos meses a la escuela.

Una vez, en viaje hacia Japón, pasé una noche en Hawai con Doris Duke en el extraordinario palacio, un tanto presa, que ella había construido en una colina de la Cabeza del Diablo.



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Apenas había amanecido cuando me desperté y decidí salir de exploración. La habitación en que había dormido tenía balcones que daban a un jardín que dominaba el océano. Quizá llevase medio minuto paseando por el jardín cuando, como por arte de magia, apareció una terrorífica jauría de dobermans; me rodearon, dejándome cautivo en el círculo de ladridos que formaron. Nadie me había advertido de que todas las noches, después de que miss Duke y sus invitados se retiraban, esa jauría de caninos homicidas quedaba suelta para disuadir, y posiblemente castigar, a intrusos inoportunos.

Los perros no intentaron tocarme; nada más se quedaron ahí, mirándome fríamente y temblando de rabia contenida. Yo tenía miedo de respirar; notaba que si movía una pizca el pie, aquellas bestias se abalanzarían hacia adelante para destrozarme. Me temblaban las manos; y también las piernas. Tenía el pelo tan empapado como si acabara de salir del océano . No hay nada tan agotador como quedarse absolutamente quieto, pero lo logré durante más de una hora. El rescate llegó en la forma de un jardinero, quien al ver lo que pasaba, se limitó a silbar y a dar palmadas, y todos aquellos perros diabólicos se precipitaron a saludarlo amistosamente meneando la cola.

Eso son casos de terror concreto. Sin embargo, nuestros miedos reales son el rumor de pasos caminando en los corredores de nuestra mente, y las angustias , los fantasmas flotantes que crean.

P: Díganos algunas cosas que sepa hacer.

R: Sé patinar sobre hielo. Sé esquiar. Puedo leer al revés. Sé montar en un patín de tabla. Puedo dar a una lata lanzada al aire con un revólver del 38. He conducido un Maserati ( al amanecer, en una carretera llana y solitaria de Tejas) a 170 millas por hora. Sé hacer un soufflé Furstenberg ( es todo un malabarismo: una mezcla de queso y espinacas que requiere introducir seis huevos escalfados en la pasta antes de meterlo al horno; el truco consiste en que las yemas de los huevos queden suaves y liquidas al servir el soufflé ). Se bailar zapateado. Puedo mecanografiar sesenta palabras al minuto.



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P: ¿ Y algunas de las cosas que no sabe hacer?

R: No sé recitar el alfabeto, cuando menos no correctamente ni todo seguido ( ni siquiera bajo hipnosis; un obstáculo que ha fascinado a varios psicoterapeutas ).
Soy un imbécil para las matemáticas; sé sumar, más o menos, pero no sé restar, y por tres veces me suspendieron en álgebra de primer año, aun con la ayuda de un profesor particular. Puedo leer sin gafas, pero no puedo conducir sin ellas. No sé hablar italiano, aun cuando he vivido en Italia un total de nueve años. No puedo pronunciar un discurso preparado: tiene que ser espontáneo, " al vuelo".

P: ¿ Tiene usted algún "lema"?

R: Algo parecido. Lo apunté en un diario de colegial: Yo anhelo. No sé por qué escogí esas palabras en particular; son extrañas, y me gusta la ambigüedad: ¿ anhelo el cielo o el infierno? Sea lo que fuere, poseen un innegable timbre de nobleza.

El invierno pasado estaba paseándome por un cementerio de la costa de Mendocino; era de un pueblo de Nueva Inglaterra en la punta norte de California, un sitio escarpado donde el agua está demasiado fría para bañarse y por donde las ballenas pasan tranquilamente. Era un cementerio pequeño y encantador, y las sepulturas, verdegrises por el mar, pertenecían en su mayor parte al siglo diecinueve; casi todas ellas tenían una inscripción de alguna clase, algo que revelaba la filosofía de su ocupante. Una decía :
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De manera que empecé a pensar qué pondría yo en mi tumba, sólo que yo no tendré sepultura, porque dos adivinadoras de mucho talento, una de ellas haitiana y la otra una india revolucionaria que vive en Moscú, pronosticaron que desaparecería en el mar, aunque no sé si por accidente o por elección ( comme ça, *Hart Crane ).
De cualquier modo, la primera inscripción en que pensé, fue:
CONTRA MI VOLUNTAD. Luego se me ocurrió algo más peculiar. Una disculpa, una frase que empleo en casi todo compromiso: INTENTÉ EVITARLO, PERO NO PUDE.


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P: Hace algún tiempo, hizo usted su debut como actor de cine( en Murder By Death). ¿ Y bien?

R: No soy actor; no tengo deseo de serlo. Lo hice por diversión; creí que sería divertido, y lo fue, más o menos, pero también fue un trabajo duro: levantarse a las seis y no salir del estudio hasta las siete o las ocho. En su mayoría, los críticos me ofrendaron un ramillete de ajos.
Pero me lo esperaba; igual que todo el mundo; fue lo que podría llamarse una reacción obligada. En realidad, estuve adecuado.

P: ¿ Cómo le sienta a usted el " factor popularidad"?

R: No me molesta nada, y es muy útil cuando se quiere pagar con un cheque en un local desconocido. Además, en ocasiones puede tener consecuencias divertidas. Por ejemplo, la otra noche estaba sentado con unos amigos en una mesa de un bar atestado de gente en Key West. En una mesa vecina, había una mujer medianamente bebida con su marido, completamente borracho. Al poco, se me acercó la mujer y me pidió que le firmara una servilleta de papel. Todo eso pareció enfadar a su marido; vino dando bandazos a nuestra mesa, y después de abrirse la bragueta y sacar todo el aparato, dijo: " Ya que usted firma cosas, ¿por qué no me firma esto?" Las mesas de alrededor se quedaron en silencio, así que muchísima gente oyó mi respuesta, que fue: " No sé si cabrá mi firma, pero quizá pueda ponerle mis iniciales.
"


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Normalmente, no me importa conceder autógrafos. Pero hay una cosa que me molesta: sin excepción, todo hombre adulto que alguna vez me haya pedido un autógrafo en un restaurante o en un avión, siempre ha tenido cuidado de decir que lo quería para su mujer, su hija o su novia, pero nunca, jamás, exclusivamente para sí mismo.

Tengo un amigo con quien a veces me doy largos paseos por las calles de la ciudad. Con frecuencia, algún otro paseante se cruza con nosotros, muestra una expresión de ¿será o no será?, luego se para y me pregunta: " Es usted Truman Capote?" Entonces, mi amigo frunce el ceño y me zarandea y grita: "! Por amor de Dios, George! ¿Cuándo vas a interrumpir esto? ! Algún día te meterás en un lío serio!"

P: ¿ Considera a la conversación como un arte?

R: Sí, uno agonizante. La mayoría de los conversadores famosos -- Samuel Johnson, Oscar Wilde, Whistler, Jean Cocteau, Lady Astor, Lady Cunard, Alice Roosevelt Longworth -- son monologuistas, no conversadores. Una conversación es un diálogo, no un monòlogo. Por eso es por lo que hay tan pocas conversaciones buenas: debido a la carencia, rara vez se encuentran dos conversadores inteligentes. De la serie que acabo de mencionar, los dos únicos que he conocido personalmente son Cocteau y la señora Longworth. ( En cuanto a ella, lo retiro: no es una ejecutante de solos; deja que uno comparta la melodía.)

Entre los mejores conversadores con los que he hablado se cuentan Gore Vidal ( si no se cae víctima de su chispa mundana, y a veces nada mundana), Cecil Beatón ( quien, de manera sorprendente , se expresa casi por entero con imágenes visuales, algunas muy hermosas y otras sublimemente perversas).
El extinto genio danés, la baronesa Blixen, que escribió bajo el seudónimo de Isak Dinesen, fue, a pesar de su marchito aunque distinguido aspecto, una autentica seductora, una seductora por conversación .


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! Ah!, qué fascinante era, sentada a la chimenea de su preciosa casa, en un pueblo danés al lado del mar, fumando sin parar cigarrillos negros con filtros plateados, refrescando su lengua vivaz con tragos de champagne, y atrayéndole a uno de un tema a otro: sus años de granjera en África ( asegúrese de leer, si aún no lo ha hecho, su autobiográfico Out of Africa, uno de los libros más espléndidos del siglo), la vida bajo los nazis en la Dinamarca ocupada " ( Me adoraban. Discutíamos, pero no les importaba lo que yo dijera; no les importaba lo que dijese ninguna mujer: era una sociedad enteramente masculina. Además, no tenían idea de que yo ocultaba judíos en el sótano, junto con manzanas de invierno y cajas de champagne").

Nada más que rozándome la parte alta de la cabeza, me vienen otros conversadores a los que tengo gran estima: Christopher Isherwood ( nadie lo supera en candor absoluto, aunque graciosamente expresado) y la felina Colette. Marilyn Monroe era muy divertida cuando se sentía lo suficientemente relajada y había bebido lo bastante. Lo mismo podría decirse del añorado guionista de cine Harry Kurnitz, un caballero extraordinariamente sencillo que conquistaba a hombres, mujeres y niños de todas clases con sus vuelos verbales. Diana Vreeland, la excéntrica abadesa de la Alta Costura y antigua directora de Vogue durante largo tiempo, es una conversadora de lo más hechizante, una encantadora de serpientes.

Cuando tenía dieciocho años, conocí a la persona cuya conversación más me ha impresionado, quizá porque la persona en cuestión es la que más mella me ha hecho.
Ocurrió como sigue:
En Nueva York, en la calle Setenta y Nueve Este, hay un refugio muy agradable conocido como la New York Society Library, y durante 1942 pasé allí muchas tardes investigando para un libro que tenía intención de escribir , pero no lo escribí.



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De vez en cuando, veía a una mujer cuyo aspecto casi me hipnotizaba, sobre todo sus ojos: azules, del azul pálido y luminoso de los cielos sin nubes de la llanura. Pero, aun sin ese rasgo singular, tenía una cara interesante, de mandíbulas firmes, hermosa, algo andrógina. Su cabello entrecano se dividía en el medio. Sesenta y cinco años, más o menos. ¿Lesbiana? Pues sí.
Un día de enero, salí de la biblioteca al atardecer, encontrándome con que caía una copiosa nevada. La dama de los ojos azules, que llevaba un abrigo negro de buen corte de marta cibelina, estaba esperando en el bordillo de la acera. Su mano, enguantada y en posición de llamar a un taxi, estaba suspendida en el aire, pero allí no había taxis. Me miró y sonrió y dijo: " ¿ Crees que nos vendría bien una taza de chocolate caliente ? Hay un Longchamp a la vuelta de la esquina."

Pidió chocolate caliente; yo pedí un martini "muy" seco. Medio en serio, dijo: " ¿Eres lo bastante mayor?"

--Bebo desde los catorce años. Y también fumo.

-- Pues no pareces tener más de catorce.

-- Cumpliré diecinueve en el próximo septiembre.

Luego le conté unas cuantas cosas: que era de Nueva Orleans, que había publicado varios relatos breves, que quería ser escritor y estaba trabajando en una novela . Y ella quiso saber cuáles escritores norteamericanos me gustaban. " Hawthorne, Henry James, Emily Dickinson..."

"No, vivos." Ah, bueno, hum, vamos a ver: contando con el factor de la rivalidad, qué difícil es para un autor contemporáneo, o para un aspirante a escritor, confesar su admiración por otro.



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Al fin, dije: " Hemingway, no: un hombre verdaderamente deshonesto, todo de salón. Thomas Wolfe, tampoco: todo ese vómito púrpura; claro que no está vivo. Faulkner, a veces: Luz de agosto. Fitgerald, en ocasiones: The Diamond as Big as the Ritz, Suave es la noche. Me gusta mucho Willa Cather. ¿ Ha leído usted My Mortal enemy?
Sin ninguna expresión particular, dijo: "En realidad, la he escrito yo."

Había visto fotografias de Willa Cather de hace mucho tiempo, hechas, quizás, a comienzos de los años veinte. Más blanda, más sencilla, con menos elegancia que mi acompañante. Sin embargo, al momento supe que era Willa Cather, y fue uno de los frissons de mi vida.
Empecé a barbullar sobre sus libros como un colegial; mis favoritos: A Lost Lady, The Profesor's House, My Antonia. No era que, como escritor, tuviese yo algo en común con ella. Yo nunca hubiera elegido su clase de temas, ni hubiera imitado su estilo. Era, sencillamente, que le consideraba una gran artista. Tan buena como Flaubert.

Nos hicimos amigos; ella leía mi trabajo y siempre era un juez imparcial y útil. Estaba llena de sorpresas. En primer lugar, ella y su amiga de toda la vida, miss Lewis, vivían en un espacioso piso de Park Avenue, amueblado con encanto; en cierto modo, la idea de que miss Cather viviese en un piso de Park Avenue parecía incongruente con su educación de NebrasKa , con el tono sencillo y casi elegiaco de sus novelas. En segundo lugar, su interés principal no era la literatura, sino la música. Iba constantemente a conciertos, y casi todas sus amistades intimas eran personalidades musicales, en especial Yehudi Menuhin y su hermana Hepzibah.

Como todas las conversadoras genuinas, era una oyente extraordinaria, y cuando le tocaba el turno de hablar, no era parlanchina, iba a lo importante con brillantez.



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Una vez me dijo que yo era demasiado sensible a la crítica. Lo cierto era que ella acusaba más receptividad que yo ante las críticas superficiales; cualquier referencia menospreciativa a su trabajo le causaba una caída del ánimo. Al hacérselo notar, ella dijo: " Si, ¿pero acaso no buscamos siempre en otros nuestros propios defectos para reconvenirles por tal posesión? Estoy viva. Tengo pies de barro. Sin duda alguna."

P: ¿ Tiene usted alguna diversión favorita, como espectador?

R: Fuegos artificiales. Rociadas de dibujos evanescentes de mil colores centelleando en el cielo de la noche. En Japón he visto los mejores; los maestros japoneses crean ígneas criaturas en el aire: dragones culebreantes, gatos explosivos, rostros de deidades paganas. Los italianos, los venecianos, sobre todo, hacen estallar obras maestras por encima del Gran Canal.

P: ¿ Tiene usted muchas fantasías sexuales? r: Cuando tengo una fantasía sexual, normalmente trato de transferirla a la realidad; a veces, con éxito. Sin embargo, por lo general me veo vagando entre ensoñaciones eróticas que se quedan simplemente en eso: sueños.

Recuerdo que una vez mantuve una conversación sobre ese tema con el difunto E. M. Forster, el mejor novelista inglés de este siglo. Me dijo que, cuando era colegial, los pensamientos sexuales dominaban su mente. Me dijo: "Creí que cuando mayor me hiciera, más disminuiría esa fiebre, que incluso me abandonaría. Pero ése no fue el caso; rugió entre los veinte y los treinta, y pensé: Bueno, seguramente para cuando cumpla los cuarenta obtendré algún alivio de este tormento, de esta constante búsqueda por el objeto amoroso perfecto.


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