Las relaciones interculturales son bonitas pero a veces suponen toda una negociación y aceptación cultural constante. En mi caso vengo de una familia muy española, castiza, de estas de comer todos gritando en la mesa, ir al baño con otra persona en el baño peinándose y llevarse los tupper de tortilla al río.
Mi pareja es todo lo contrario: de un país de centro-Europa, padres empresarios, unos modales y una pulcreza extrema, hasta el punto que me parece maniático a veces. Paradójicamente, chocamos mucho en temas económicos, ya que mi familia es trabajadora y mi percepción de los impuestos y del bien común él no lo entiende, ya que en su país justo si por algo se conocen es por sus dineros y bancos, aunque luego no tengan apenas nivel de vida por lo caro que es todo. Con su familia política es un infierno en cuanto a convivencia: no les han dejado nunca bostezar en casa, ni gritar, ni codos sobre la mesa... se visten y se arreglan para estar en casa, no conocen qué es un pijama y tienen esa percepción protestante de trabajar para ser gente respetable, no irse de vacaciones, no darse caprichos...
Esto supone alguno problemas en la convivencia, pero creo que todas estas cosas son nimias si hay cariño y comunicación. Yo por ejemplo he aceptado que se levantará a las 6 a.m., que recogerá todo de manera extrema, que siempre vaya en traje y que dedicará más de una hora al día a lavarse, peinarse, echarse cremas, hacerse tés y etc. Y él pues ha aceptado que su pareja, cuando llega a casa, le gusta espatarrarse en el sofá comiéndose unas palomitas, que le encanta procrastinar como buen habitante de un país sin ética protestante, que me levanto tardísimo si estoy de vacaciones, y que no pasa nada por ello jajajaja.
Por otro lado, creo que el conocer a alguien de otro país o región es algo sumamente enriquecedor culturalmente hablando. A mí me ha servido y me sigue sirviendo muchísimo para entender cómo no todos somos iguales o pensamos igual, que hay multitud de verdades y percepciones diferentes, y que hay que encontrar los puntos en común en todo.
Mi pareja es todo lo contrario: de un país de centro-Europa, padres empresarios, unos modales y una pulcreza extrema, hasta el punto que me parece maniático a veces. Paradójicamente, chocamos mucho en temas económicos, ya que mi familia es trabajadora y mi percepción de los impuestos y del bien común él no lo entiende, ya que en su país justo si por algo se conocen es por sus dineros y bancos, aunque luego no tengan apenas nivel de vida por lo caro que es todo. Con su familia política es un infierno en cuanto a convivencia: no les han dejado nunca bostezar en casa, ni gritar, ni codos sobre la mesa... se visten y se arreglan para estar en casa, no conocen qué es un pijama y tienen esa percepción protestante de trabajar para ser gente respetable, no irse de vacaciones, no darse caprichos...
Esto supone alguno problemas en la convivencia, pero creo que todas estas cosas son nimias si hay cariño y comunicación. Yo por ejemplo he aceptado que se levantará a las 6 a.m., que recogerá todo de manera extrema, que siempre vaya en traje y que dedicará más de una hora al día a lavarse, peinarse, echarse cremas, hacerse tés y etc. Y él pues ha aceptado que su pareja, cuando llega a casa, le gusta espatarrarse en el sofá comiéndose unas palomitas, que le encanta procrastinar como buen habitante de un país sin ética protestante, que me levanto tardísimo si estoy de vacaciones, y que no pasa nada por ello jajajaja.
Por otro lado, creo que el conocer a alguien de otro país o región es algo sumamente enriquecedor culturalmente hablando. A mí me ha servido y me sigue sirviendo muchísimo para entender cómo no todos somos iguales o pensamos igual, que hay multitud de verdades y percepciones diferentes, y que hay que encontrar los puntos en común en todo.