A mí me ha tocado de todo en cuestión de vecinos: Desde la persona de edad con problemas de audición con la tele encendida todo el día pasando por el que deja al perro solo todo el santo día aullando desesperado o la familia que habla a gritos a las once de la noche.
No me considero tiquismiquis pero si hay algo que me desquicia es la gente que vive y se comporta a medianoche como si fuera la una de la tarde. Los fines de semana no me molesta el vecino que se ponga en modo bricomanía on ni la niña practicando en el piano de manera repetitiva. Salvo que esté enferma o la situación se salga de madre, intento ser comprensiva y paciente. La única vez que casi pierdo la razón fue precisamente estando enferma. En aquel momento estaba en una ciudad donde no tenía familia ni amigos porque llevaba poco tiempo trabajando allí. Mis contactos eran los compañeros de trabajo que se portaron fenomenal.
Vivía puerta con puerta con unos estudiantes (aunque parezca increíble ellos no eran el origen del problema) y con unos chicos que trabajaban pero que, llegado el fin de semana, la liaban parda. Aquello era el camarote de los hermanos Marx nada más empezaba la noche del viernes. Veías a una riada gente que no sé dónde se metían. El problema ya no eran los ruidos o el volumen de la música a las tres de la madrugada sino el que uno de los inquilinos que se creía todo un MC, tenía algo así como una mesa de mezclas y se ponía a rapear. El tío podía estar HORAS así y la gente lo jaleaba. Pues bien, la semana que me encontré enferma, al mes y medio de vivir allí, una compañera me llevó a casa un miércoles después de haber pasado por las urgencias de un hospital y haber ido a mí médico de cabecera a solicitar la baja. Mis padres no llegarían hasta el sábado para acompañarme. El viernes a las nueve de la noche empezó lo bueno. A las once de la noche había gente en el descansillo de la escalera. No se ni cómo reuní fuerzas para ir hasta la puerta, imponerme a gritos en el descansillo y abrirme paso hasta el piso del rapero y cagarme en todos sus muertos uno a uno. Le dije que no iba ni a esperar a que intentase reconducir la situación y que la denuncia ante la policia local no le iba a caer sólo por el ruido sino por atentar contra el rap. Que ojalá el perro de su novia (era un perrito precioso al que metían en el patio las noches de fiesta y que ladraba muerto de miedo) le acabara mordiendo los huevecillos y le dejara voz de castrato para que al menos pudiera cantar o rapear con una voz más agradable. La estampa de loca furiosa que ofrecí les convenció un poco, lo justo para que los invitados que ocupaban el descansillo entraran en el piso y cerraran la puerta. Me dio igual. Subí y bajé un par de pisos, llamando a las puertas de los vecinos, preguntando si a ellos no les ocasionaba molestia semejante conducta incívica y que,si ellos no lo hacían, la que iba a llamar a los maderos era yo. Así lo hice y me quedé más tranquila que otra cosa.
No tardé demasiado tiempo en mudarme.
Durante mi época de estudiante me tocó compartir piso con otras chicas muy majas. El problema fue cuando en el mismo edificio se alquiló un piso "de tapadillo" y la clientela ni era discreta ni selecta. Lo peor de lo peor, todos ciegos y colocados. Aquello se convirtió en una pesadilla porque no había más mujeres jóvenes en el edificio que las profesionales del asunto y las estudiantes. Supongo que las profesionales del asunto se anunciaban en prensa en Internet como "estudiantes universitarias cachondas" o algo por el estilo. Debo decir que no estábamos solas y los vecinos nos apoyaban y protegían. Denunciaron igual que nosotras. Tan desesperadas y asustadas llegamos a estar que pusimos un cartel en el portal que decía (más o menos) "las putas están en el piso tal, puerta tal". Ellas lo arrancaban y nosotras volvíamos a ponerlo. Un día me encontré con una de las chicas en el metro acompañada de unos niños que supongo serían sus hijos, unos niños guapos y simpáticos, que hablaban con todo el mundo. Como me mostré educada, la chica se armó de valor otro día en el qu empezaba su jornada y me preguntó "por qué sois tan malas con el cartel?". Le expliqué que no era un problema con ellas, sino con todo lo que generaba su "negociado". Hubo amenazas de clientes, intimidación, denuncias a la dueña del piso y contradenuncias. Lo teníamos crudo para mudarnos a mitad de curso y, además, llevábamos dos años viviendo allí muy contentas (y los dueños con nosotras). Al finalizar el curso se mudaron y nunca supimos más de ellas. Siempre me he preguntado qué sería de aquella chica con la que hablé.
Igual que no soy tiquismiquis sí me he encontrado con algún vecino que sí lo es. El top tiquismiquis se lo llevó una vecina que me dijo que no podía colgar las sabanas en el tendedero porque le robaba La Luz natural a las ocho de la tarde.
No me considero tiquismiquis pero si hay algo que me desquicia es la gente que vive y se comporta a medianoche como si fuera la una de la tarde. Los fines de semana no me molesta el vecino que se ponga en modo bricomanía on ni la niña practicando en el piano de manera repetitiva. Salvo que esté enferma o la situación se salga de madre, intento ser comprensiva y paciente. La única vez que casi pierdo la razón fue precisamente estando enferma. En aquel momento estaba en una ciudad donde no tenía familia ni amigos porque llevaba poco tiempo trabajando allí. Mis contactos eran los compañeros de trabajo que se portaron fenomenal.
Vivía puerta con puerta con unos estudiantes (aunque parezca increíble ellos no eran el origen del problema) y con unos chicos que trabajaban pero que, llegado el fin de semana, la liaban parda. Aquello era el camarote de los hermanos Marx nada más empezaba la noche del viernes. Veías a una riada gente que no sé dónde se metían. El problema ya no eran los ruidos o el volumen de la música a las tres de la madrugada sino el que uno de los inquilinos que se creía todo un MC, tenía algo así como una mesa de mezclas y se ponía a rapear. El tío podía estar HORAS así y la gente lo jaleaba. Pues bien, la semana que me encontré enferma, al mes y medio de vivir allí, una compañera me llevó a casa un miércoles después de haber pasado por las urgencias de un hospital y haber ido a mí médico de cabecera a solicitar la baja. Mis padres no llegarían hasta el sábado para acompañarme. El viernes a las nueve de la noche empezó lo bueno. A las once de la noche había gente en el descansillo de la escalera. No se ni cómo reuní fuerzas para ir hasta la puerta, imponerme a gritos en el descansillo y abrirme paso hasta el piso del rapero y cagarme en todos sus muertos uno a uno. Le dije que no iba ni a esperar a que intentase reconducir la situación y que la denuncia ante la policia local no le iba a caer sólo por el ruido sino por atentar contra el rap. Que ojalá el perro de su novia (era un perrito precioso al que metían en el patio las noches de fiesta y que ladraba muerto de miedo) le acabara mordiendo los huevecillos y le dejara voz de castrato para que al menos pudiera cantar o rapear con una voz más agradable. La estampa de loca furiosa que ofrecí les convenció un poco, lo justo para que los invitados que ocupaban el descansillo entraran en el piso y cerraran la puerta. Me dio igual. Subí y bajé un par de pisos, llamando a las puertas de los vecinos, preguntando si a ellos no les ocasionaba molestia semejante conducta incívica y que,si ellos no lo hacían, la que iba a llamar a los maderos era yo. Así lo hice y me quedé más tranquila que otra cosa.
No tardé demasiado tiempo en mudarme.
Durante mi época de estudiante me tocó compartir piso con otras chicas muy majas. El problema fue cuando en el mismo edificio se alquiló un piso "de tapadillo" y la clientela ni era discreta ni selecta. Lo peor de lo peor, todos ciegos y colocados. Aquello se convirtió en una pesadilla porque no había más mujeres jóvenes en el edificio que las profesionales del asunto y las estudiantes. Supongo que las profesionales del asunto se anunciaban en prensa en Internet como "estudiantes universitarias cachondas" o algo por el estilo. Debo decir que no estábamos solas y los vecinos nos apoyaban y protegían. Denunciaron igual que nosotras. Tan desesperadas y asustadas llegamos a estar que pusimos un cartel en el portal que decía (más o menos) "las putas están en el piso tal, puerta tal". Ellas lo arrancaban y nosotras volvíamos a ponerlo. Un día me encontré con una de las chicas en el metro acompañada de unos niños que supongo serían sus hijos, unos niños guapos y simpáticos, que hablaban con todo el mundo. Como me mostré educada, la chica se armó de valor otro día en el qu empezaba su jornada y me preguntó "por qué sois tan malas con el cartel?". Le expliqué que no era un problema con ellas, sino con todo lo que generaba su "negociado". Hubo amenazas de clientes, intimidación, denuncias a la dueña del piso y contradenuncias. Lo teníamos crudo para mudarnos a mitad de curso y, además, llevábamos dos años viviendo allí muy contentas (y los dueños con nosotras). Al finalizar el curso se mudaron y nunca supimos más de ellas. Siempre me he preguntado qué sería de aquella chica con la que hablé.
Igual que no soy tiquismiquis sí me he encontrado con algún vecino que sí lo es. El top tiquismiquis se lo llevó una vecina que me dijo que no podía colgar las sabanas en el tendedero porque le robaba La Luz natural a las ocho de la tarde.