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Un profesor en la facultad todos los años contaba la misma historia: al acabar la residencia lo mandaron a un ambulatorio de pueblo. El hombre llevaba solo una semana allí, aún no conocía a nadie cuando se le presentaron en consulta dos chicas jóvenes muy monas acompañadas por dos armarios empotrados, las examina (aquí el buen hombre contaba un rollo larguísimo sobre como había sido el diagnóstico que solo tenía gracia en su cabeza) y las dos chicas tenían clamidías. Esa semana se vio con la mujer de la botica y estuvieron echando el cuento de mira lo que vinieron a comprar a la señora y mi profesor diciendo no me voy a aburrir en el pueblo parece. A los pocos días empiezan a aparecer señores del pueblo por la consulta, ejem, ya os imagináis a cuánto de que... pues todos a decir que tienen liendres. El médico y la de la botica ya tenían el cachondeo montado, aquello era un desfile bastante curioso de lo más variopinto del pueblo pasando todos por la farmacia. Hasta que al par de días el que aparece por la consulta no es otro que el marido de la señora, bueno el médico ya se las veía venir... Al final la mujer se acabó enterando y se les acabó el chiringuito a todos, se lío un buen pifostio porque al final quien más quien menos había pasado por allí. Pues como es la gente, que terminaron todos pagandolo con el médico, que era de fuera, como si fuera el causante de todos los males y se acabó marchando del pueblo de como se puso la gente. Si la gente a la hora de culpabilizar de las infidelidades es de lo que no hay.