Vivimos como inmortales porque se nos educa bajo el absurdo concepto de negación de la muerte. El miedo a morir.
Si aprendiéramos, de algún modo, a tenerlo en cuenta -que el final es inevitable y común a todos- el mundo sería muy distinto.
Desde muy jovencita expresé mi convencimiento de que ante todo hay que vivir el presente, saborearlo intensamente sin pensar más allá, porque la línea que separa la vida de la muerte es más fina y frágil de lo que parece.
En cuestión de segundos, y no es fantasía, puede cambiar todo, absolutamente todo. Un diagnóstico fatal que por supuesto nunca nos planteamos, un accidente... una circunstancia adversa e inesperada que pone nuestra vida del revés e incluso acaba con ella de un plumazo.
No somos nada, y en cambio, creemos serlo.
Cuando tomas conciencia de ello, nada o casi nada de lo que te rodea tiene la importancia que acostumbramos a dar.
Si aprendiéramos, de algún modo, a tenerlo en cuenta -que el final es inevitable y común a todos- el mundo sería muy distinto.
Desde muy jovencita expresé mi convencimiento de que ante todo hay que vivir el presente, saborearlo intensamente sin pensar más allá, porque la línea que separa la vida de la muerte es más fina y frágil de lo que parece.
En cuestión de segundos, y no es fantasía, puede cambiar todo, absolutamente todo. Un diagnóstico fatal que por supuesto nunca nos planteamos, un accidente... una circunstancia adversa e inesperada que pone nuestra vida del revés e incluso acaba con ella de un plumazo.
No somos nada, y en cambio, creemos serlo.
Cuando tomas conciencia de ello, nada o casi nada de lo que te rodea tiene la importancia que acostumbramos a dar.