Miles de personas viven los últimos años de su vida aparcados en una residencia en estado vegetativo, sin conocer ni siquiera a sus propios familiares. Nadie queremos llegar a vivir así y seguro que ni esas mismas personas lo querrían; es indignante para quien lo sufre en primera persona y es insufrible para quien está al lado. Llega un momento en que los acompañantes tienen que alejarse de esas situación para no caer en una depresión y ahí se queda el enfermo, esperando la muerte en soledad porque tenemos una legislación ultracatólica que impide la eutanasia.