OP
pilou12
Guest
52
Mientras me encaminaba a la esquina y dirigía mis pasos hacia el Hamburg Heaven de la esquina de Madison con la Setenta y nueve, noté que la atención de aquel hombre se centraba en mí. Al poco rato, sin volver la cabeza, noté que me seguía. Porque le oí silbar. Y no era una cancioncilla corriente, sino la quejumbrosa canción de las praderas que Holly tocaba a veces con su guitarra: No quiero dormir, no quiero morir, sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo. Seguí oyendo el silbido por Park Avenue y Madison arriba. Una vez, mientras esperaba a que el semáforo cambiase, vi por el rabillo del ojo que se agachaba para acariciar a un sucio pomeranio.
-Magnífico animal -le dijo al dueño, con una voz rural, afónica.
El Hamburg Heaven estaba vacío .Sin embargo, tomó asiento en el mostrador, justo a mi lado. Olía a tabaco y sudor. Pidió un café, pero cuando se lo sirvieron ni lo tocó. En lugar de tomárselo, estuvo mordisqueando un palillo y estudiándome en el espejo que teníamos delante de nosotros
.
-Disculpe -le dije, hablándole por el espejo-, ¿se puede saber qué quiere?
La pregunta no le azoró; pareció aliviado de que se la hubiese hecho.
-Muchacho, necesito un amigo -dijo.
Sacó una cartera. Estaba tan gastada como sus curtidas manos, casi rota; y en el mismo estado se encontraba la instantánea agrietada borrosa y frágil que me tendió. Había siete personas en la foto, amontonadas bajo el hundido porche de una espantosa casa de madera, y, aparte de él, que le pasaba el brazo por la cintura a una chica gorda y rubia que se hacía sombra con la mano sobre los ojos, todos eran niños.
-Ese soy yo -dijo, señalándose-. Esa es ella... -Dio un golpecito sobre la chica rolliza-. Y ese de ahí -añadió, indicando a un chico alto como un chopo y con pelo de estopa- es su hermano Fred.
Volví a mirarla a «ella»: y, en efecto, ahora pude encontrar cierto parecido embriónico con Holly en la chica de gordas mejillas que bizqueaba bajo el sol. Justo en ese momento comprendí quién debía de ser aquel hombre.
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
Mientras me encaminaba a la esquina y dirigía mis pasos hacia el Hamburg Heaven de la esquina de Madison con la Setenta y nueve, noté que la atención de aquel hombre se centraba en mí. Al poco rato, sin volver la cabeza, noté que me seguía. Porque le oí silbar. Y no era una cancioncilla corriente, sino la quejumbrosa canción de las praderas que Holly tocaba a veces con su guitarra: No quiero dormir, no quiero morir, sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo. Seguí oyendo el silbido por Park Avenue y Madison arriba. Una vez, mientras esperaba a que el semáforo cambiase, vi por el rabillo del ojo que se agachaba para acariciar a un sucio pomeranio.
-Magnífico animal -le dijo al dueño, con una voz rural, afónica.
El Hamburg Heaven estaba vacío .Sin embargo, tomó asiento en el mostrador, justo a mi lado. Olía a tabaco y sudor. Pidió un café, pero cuando se lo sirvieron ni lo tocó. En lugar de tomárselo, estuvo mordisqueando un palillo y estudiándome en el espejo que teníamos delante de nosotros
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-Disculpe -le dije, hablándole por el espejo-, ¿se puede saber qué quiere?
La pregunta no le azoró; pareció aliviado de que se la hubiese hecho.
-Muchacho, necesito un amigo -dijo.
Sacó una cartera. Estaba tan gastada como sus curtidas manos, casi rota; y en el mismo estado se encontraba la instantánea agrietada borrosa y frágil que me tendió. Había siete personas en la foto, amontonadas bajo el hundido porche de una espantosa casa de madera, y, aparte de él, que le pasaba el brazo por la cintura a una chica gorda y rubia que se hacía sombra con la mano sobre los ojos, todos eran niños.
-Ese soy yo -dijo, señalándose-. Esa es ella... -Dio un golpecito sobre la chica rolliza-. Y ese de ahí -añadió, indicando a un chico alto como un chopo y con pelo de estopa- es su hermano Fred.
Volví a mirarla a «ella»: y, en efecto, ahora pude encontrar cierto parecido embriónico con Holly en la chica de gordas mejillas que bizqueaba bajo el sol. Justo en ese momento comprendí quién debía de ser aquel hombre.
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote