Aprovecha el poder de tu imaginación
La imaginación puede ser tu mayor aliada o la peor pesadilla. Igual que magnifica los miedos y nos bloquea, puede ayudarnos a perfeccionar destrezas e, incluso, superar traumas de la infancia.
Si alguna vez has repasado mentalmente alguna conversación trascendente para ti, como por ejemplo una entrevista de trabajo, y si además en esta repetición imaginaria te has permitido expresar aquello que realmente te hubiese gustado comentar y que no se te ocurrió en ese momento, no te preocupes: no tienes ningún problema.
Simplemente estás utilizando el poder de tu mente para entrenar la respuesta adecuada para la siguiente vez que pases por una circunstancia semejante. Con toda probabilidad, cuando vuelvas a encontrarte en una situación parecida, sabrás qué decir y podrás exponer tus argumentos de forma mucho más fluida y válida para tus intereses.
La capacidad de imaginar es una de las más potentes de nuestro cerebro y, sin embargo, está entre las menos estudiadas y analizadas.
La imaginación nos ayuda a progresar
El ser humano no solo posee la extraordinaria cualidad de poder representar en su mente imágenes sin necesidad de tener presente el estímulo real, sino que además puede, durante estas representaciones imaginarias, experimentar las mismas sensaciones que habría tenido en circunstancias análogas de su vida real.
La imaginación puede ayudar a los deportistas a practicar y reforzar ciertos movimientos esenciales para progresar en sus respectivas disciplinas. Así lo aplicaron, ya en la década de los 30 del siglo pasado, autores como Jacobson y Sackett. Más recientemente, Álvaro Pascual-Leone, profesor español de Neurología en la Universidad de Harvard, ha demostrado cómo la práctica mental ayuda a los músicos a mejorar sus habilidades.
“Imaginar una acción induce cambios cerebrales que en algunos aspectos son idénticos a los que se producen al hacerlo físicamente”, dice Pascual-Leone.
Al imaginar una escena se activan zonas del cerebro similares a las que se activan cuando la estamos viviendo realmente. De hecho, para nuestro cerebro, apenas hay diferencia entre una escena vivida y otra imaginada, pues ambas pueden provocarnos reacciones y emociones muy parecidas. Este es el motivo por el cual, cuando leemos un libro o vemos una película completamente concentrados en la historia, conectamos interiormente con los personajes y experimentamos las mismas emociones que ellos están sintiendo.
En las últimas décadas, los psicólogos han comenzado a profundizar en el estudio de la imaginación y se están encontrando aplicaciones espectaculares en distintos campos, como la psicología del deporte, la música o la psicoterapia. Entre otras muchas, podemos destacar las siguientes:
Los deportistas mejoran sus prácticas
En 2015, la campeona olímpica y del mundo de bádminton Carolina Marín sufrió, a falta de un mes para el campeonato en el que tenía la posibilidad de revalidar su título, una lesión en el pie. Durante dos semanas, a pesar de no poder entrenar con normalidad, no dejó de trabajar y se preparó para el torneo utilizando la “práctica imaginada”, un ejercicio muy usado en psicología deportiva que consiste en visualizarse realizando los movimientos como si realmente estuviéramos en la pista.
A pesar de estar inmovilizada, su cerebro seguía entrenando y reforzando los movimientos requeridos y, de esta manera, el tiempo de la lesión no fue un tiempo perdido. Carolina se recuperó de su lesión a tiempo y pudo participar en la competición. Jugó de forma brillante, venció a sus rivales y se proclamó campeona del mundo. Según comentó Marín con posterioridad, una parte de su éxito se debió a su entrenamiento con la imaginación.
Los músicos preparan sus actuaciones
Julio, un amigo violinista, en cierta ocasión me contó cómo preparaba sus recitales. En las semanas previas a un concierto, ensayaba durante todo el día repasando una y otra vez las partes más complicadas de la partitura. Además, cada noche, antes de dormir, se visualizaba en el escenario tocando el concierto. Se imaginaba todos los detalles: el público, la luz, la orquesta,y practicaba mentalmente toda la obra.
Los investigadores han demostrado que, durante el sueño, el cerebro consolida y organiza todos los aprendizajes del día anterior, de modo que la práctica de Julio antes de dormir le servía enormemente en su preparación. Cuando llegaba el día de la actuación, Julio subía al escenario tranquilo y convencido de que todo iba a salir bien. No en vano, ya había tocado en el concierto innumerables veces en su cabeza.
Combinar la práctica real con la imaginada
Se ha comprobado que la mejor forma de obtener excelentes resultados trabajando con la imaginación se da al combinar la experiencia real con la práctica imaginada. Practicar, previamente, en vivo nos da una base sobre la que podemos trabajar después de forma imaginada.
Resulta erróneo pensar que podemos conseguir mejoras espectaculares solo con las visualizaciones.
No podemos, por ejemplo, aprender a montar en bicicleta si nunca nos hemos subido a una. Pero sí que es cierto que una vez experimentadas en la realidad las destrezas básicas del ejercicio que queremos realizar, la imaginación puede acelerar el aprendizaje y potenciar el resultado.
La programación del pasado sigue muy presente
En nuestra vida cotidiana podemos encontrar numerosos ejemplos de cómo nos influye el poder de la imaginación, aunque, por desgracia, los efectos más comunes suelen estar asociados a consecuencias negativas. Cada vez que nos repetimos (puede ser cientos de veces a lo largo del día) frases como “esto me da miedo” “no voy a ser capaz” o “los demás son mejores que yo”, estamos generando y reforzando una expectativa negativa ante una situación y nos estamos condenando al fracaso.
Fracaso programado durante largo tiempo en nuestro cerebro (probablemente desde nuestra infancia) que, al confirmar que somos torpes e inútiles, actúa reforzando la imagen negativa que albergamos sobre nosotros. Si no le ponemos freno a este flujo de pensamientos, pasaremos nuestras vidas en un círculo de negatividad, tóxico y enfermizo, del que resulta muy difícil salir.
Según Bruce Lipton, “el subconsciente es un procesador de información un millón de veces más rápido que la mente consciente, y utiliza entre el 95 y el 99 por ciento del tiempo la información ya almacenada desde nuestra niñez como un referente”.
Resulta de vital importancia mostrar un cuidado exquisito con las expresiones que les dirigimos a los niños durante sus primeros años de vida, pues es un periodo en el que su mente se está desarrollando y resulta extremadamente maleable (cualquier palabra que les digamos puede ejercer un enorme impacto sobre ellos).
Si el discurso del adulto hacia los niños se compone de rechazo y negatividad, ellos tomarán las palabras como ciertas y su realidad se configurará a base de pensamientos (reforzados día a día por su imaginación) en los que se verán y se sentirán como personas incapaces, miedosas o inseguras.
El papel de la imaginación en la terapia
Cuando una persona viene a consulta con una visión muy negativa de sí misma, le digo: “¿No confías en ti? ¿Dudas de tus capacidades? ¿Acaso no te has dado cuenta de lo poderosa que es tu mente? Mira cómo te obliga a fumar aunque tú no quieras o cómo te crea una crisis de ansiedad que hace que pienses que estás al borde de la muerte. Eres tú quien creas todo esto. Tu mente es muy poderosa. Lo único que sucede es que no has aprendido a utilizarla de forma positiva”.
En terapia, no podemos entrar dentro de nuestro cerebro para modificar las redes neuronales de los patrones negativos. Sin embargo, sí estamos capacitados para utilizar la imaginación como medio para promover y reforzar el cambio de actitud que deseamos.
Como ya escribió Ramón y Cajal hace más de un siglo, “todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
No podemos cambiar nuestro pasado, pero sí podemos transformar la actitud que manifestamos hacia él. Además, todos poseemos la capacidad de reprogramar los patrones que se crearon entonces. Cada vez que nos visualizamos haciendo lo que deseamos, ya sea hablar en público o reclamar nuestros derechos ante un jefe dictatorial, estamos reforzando esta nueva actitud en nuestro cerebro.
Por ejemplo, si nos imaginamos frente a nuestros padres hablándoles sinceramente de las cosas que nos dolieron en el pasado (“no debiste hacer esto”, “me dolía que me pegaras” o “debiste dejarme que experimentara por mí misma”) estamos recuperando la autoestima y la fortaleza que perdimos en su momento. Por otra parte, mientras estamos trabajando para consolidar nuestras nuevas actitudes positivas, no estamos alimentando las antiguas conexiones tan tóxicas para nuestras vidas, por lo que, poco a poco, estas irán perdiendo fuerza en beneficio de las nuevas.
5 preguntas para construir tu nuevo presente
Teniendo en cuenta todo lo que acabas de leer, ahora ya sabes que tú tienes el poder para cambiar las circunstancias de tu presente. Para cuando vuelvas a encontrarte frente a una situación que te haga sentir mal, te propongo que contestes a las siguientes preguntas:
- ¿Cómo me hace sentir la situación?
- ¿He tenido sensaciones parecidas en el pasado?
- ¿Estoy ante un patrón repetido en mi vida?
- ¿Cómo me gustaría actuar o cómo quiero poder reaccionar ante esta situación?
- ¿Qué necesitaría hacer?
Por Ramón Soler