Autoestima y otros temas de psicología

6 claves para construir tu autoestima
Una relación de pareja sana no se construye sobre la dependencia y las medias naranjas. Solo si estemos preparados para estar solos encontraremos la pareja adecuada

Nos deja nuestra pareja y parece que el mundo se derrumba. O sentimos que sin ella todo pierde sentido o que se nos van las fuerzas. Necesitamos su apoyo, sus ánimos, sus halagos...

Construir nuestra autoestima más allá de nuestra pareja
Pero no es así, no somos seres incompletos, no somos medias naranjas buscando la otra mitad para sentirnos plenos. De hecho, la idea es sentirse entero y completo. Y sí, podemos rodar por la vida al lado de alguien pero que también sea completo y especial. Aquí tienes 6 claves para lograrlo.

1. Algo no está bien
El primer paso es darnos cuenta de que hay aspectos de nuestras relaciones que no son sanos o que no nos hacen sentir bien.

¿Terminas una relación y, seguidamente, empiezas otra por no estar solo/a? ¿Tu pareja te dice que va a cambiar, pero nunca lo hace y, a pesar de eso, sigues con ella? ¿Sientes miedo y angustia ante la idea de que te dejen? Estos son algunos detalles que indican que hay algún tipo de dependencia en las relaciones que estableces con los demás.

2. Conectar con nuestro niño para sanarle
Mirarnos, comprendernos, abrazarnos, hablarnos, aceptarnos incondicionalmente. Solo lograremos liberarnos de los efectos de todas nuestras carencias cuando nos demos cuenta de que únicamente nosotros podemos llenar ese profundo vacío interno que hace que nos sintamos así de incompletos.

Nuestra parte adulta es la única que puede ahora compensar todos los cuidados, las atenciones y reconocimientos que no pudo obtener en su momento. Solo nosotros mismos podemos llegar a sanar este niño herido que perdura en nuestro interior.

3. Papá y mamá no van a cubrir ese vacío
Quizá esta sea la parte más dura de todo el proceso de sanación. Nos toca aceptar que papá y mamá no van a cumplir este papel y que además, raramente, recibiremos su apoyo. Seguir esperando ahora que papá o mamá, proyectados en nuestra pareja, nos hagan caso es alimentar una vana esperanza que jamás se cumplirá.

Este es un duelo que tenemos que atravesar, resulta muy duro, pero nos va a ayudar a madurar y a mirar la vida desde una nueva perspectiva.

4. Nuestro vacío viene de nuestra infancia
Entender de dónde procede nuestro malestar es un paso necesario para empezar a cambiar. Cuando somos pequeños, nos adaptamos a la situación que vivimos en nuestro hogar para tratar de ser lo más felices posible o, al menos, para amortiguar los daños que nos amenazaban.

Ante esto, algunas personas acaban convirtiéndose en excesivamente responsables, otras se acostumbran a no protestar para que no se enfaden con ellas los demás, otras prefieren dejar que sean los otros los que acaben resolviendo sus problemas... Todos estos patrones de comportamiento, que intervienen en las relaciones que establecemos con las demás personas, si no los cambiamos, los iremos repitiendo toda nuestra vida, incluso de adultos, especialmente con nuestras parejas.

5. Desarrollar la parte que quedó estancada
Empezar a escuchar a nuestra intuición. Darle voz a nuestro yo individual. Escuchar lo que le gusta y lo que no, con quién quiere estar y con quién no. No se trata de que la intuición predomine sobre lo racional, sino de que haya un equilibrio y un sano diálogo entre ambas partes.

Si conectamos con nuestra intuición, con nuestro verdadero ser, podremos reforzar nuestra autoestima y tomar las riendas de nuestras vidas para liberarnos de los viejos prejuicios. Aunque en este mundo nuestro, lo racional parezca que siempre tiene que estar por encima, al darle valor a todo aquello que emerge en nosotros de forma genuina, nos acercamos mucho más a una vida completa y plena.

6. Establecer una relación sana
Aunque parezca contradictorio, solo cuando estemos preparados para estar solos podremos encontrar una pareja adecuada con la que tener una relación sana y equilibrada y libre de condicionamientos negativos. Cuando sanemos profundamente, nos atraerán otras personas.

Por Ramón Soler
 
No somos media naranja, somos frutas enteras


Te han contado mal el cuento. No somos seres incompletos necesitados de una media naranja para sentirnos plenos... Salgamos de esta trampa

"Me siento hundida, vacía, incompleta sin él”, me comentó hace unos años Ana, una joven que acudió a mi despacho aquejada de un cuadro de ansiedad y depresión. Según me explicó, se sentía desesperada porque su novio, al que ella consideraba su media naranja, la había dejado hacía seis meses.

Son muchas las veces que me he topado con casos parecidos al de Ana a lo largo de mi carrera profesional.

Desde que nacemos, mujeres y hombres, nos vemos bombardeados por una cultura que fomenta lo que yo llamo “la trampa del amor romántico”, cuentos, novelas, películas, series, canciones, dichos, programas de máxima audiencia en la televisión, publicidad, etc., nos orientan a creer que para ser felices en la vida, toda chica necesita su príncipe azul y todo chico a su Bella durmiente.

Pero esa es una engañosa trampa, muy perjudicial. Buscar una felicidad ideal aportada por una supuesta “alma gemela” nos arrastra a una vida cargada de irrealidad y frustración.

Si dependemos del exterior, de los otros, para ser felices, nos desconectamos de nuestras verdaderas necesidades, abandonamos nuestros sueños para cumplir los de los demás y acabamos sintiéndonos siempre insatisfechos.

¿De donde sale la media naranja?
Tenemos que remontarnos a nuestra infancia para comprender cómo dejamos de ser completos y nos alejamos de nuestro yo. El proceso comenzó cuando éramos tan pequeños e indefensos que nuestra vida dependía, totalmente, de nuestros padres.

De bebés, si sentimos que estábamos en peligro, hicimos todo lo posible para recibir los cuidados indispensables para nuestra supervivencia; incluso si esto supuso dejar de prestar atención a nuestras necesidades internas para plegarnos a los intereses de las personas que nos atendían.

Si esta sensación de pánico continuó, a medida que fuimos creciendo, acabamos sacrificando una parte de nuestro yo para ser aceptados por los demás, para no ser castigados, para que no se enfadaran con nosotros, para no ser abandonados y sobre todo, para sentirnos protegidos y amados (aunque este amor fuera un amor condicionado colmado de carencias y amargura).

Cuando los niños son sometidos a presiones (del tipo: “calladito estás más guapo”, “tienes que ser bueno”) o a chantajes (“si te portas bien todos te querrán mucho”, “por tu culpa papá está triste”), poco a poco se desconectan de sus propias necesidades y acaban escondiendo su yo más profundo bajo numerosas capas de normas e imposiciones.

El pequeño consigue un enorme beneficio momentáneo a cambio de este sacrificio: sentirse aceptado, ser atendido y, en definitiva, sentirse vivo. Sin embargo, a la larga, el precio a pagar siempre será demasiado alto; puede que no sea consciente en ese mismo instante, pero años más tarde, las consecuencias de ese sometimiento se harán evidentes.

En este punto se encontraba Ana al llegar a la consulta. Por un lado, arrastraba una historia familiar de abandonos emocionales que le hacían sentir un vacío en su alma y, por otro lado, albergaba la esperanza de encontrar un príncipe azul que colmara todas sus necesidades.

Por eso, cuando su novio la dejó, revivió la soledad de su infancia y creyó morir

El abandono desde su infancia de su yo más profundo y auténtico le ocasionó a Ana un hondo vacío emocional y una dolorosa sensación de soledad.

Tapando vacíos
Muchas personas sienten esta misma soledad en sus vidas e intentan colmarla de cualquier forma. Unos con drogas o alcohol, otros con comida, otros con el juego, las compras o dejándose llevar por cualquier otro tipo de adicción.

Sin embargo, estas satisfacciones son instantáneas, solo permiten escapar de forma fugaz y la incómoda sensación de vacío reaparece (cada vez con más fuerza).

Ana buscó llenar su vacío existencial compartiendo su vida con el chico que para ella representaba su “media naranja”, es decir, con una persona que le hacía sentirse completa y que, en apariencia, cubría sus carencias.

Pero sus necesidades emocionales, las presentes y las que arrastraba desde su infancia, difícilmente podrían haber sido resueltas por su “otra mitad”.

Llenarte tú misma
Solo nosotros podemos llenar este vacío existencial que nos hace sentirnos incompletos. No podemos pasarnos la vida esperando que papá o mamá (o nuestra pareja) nos hagan caso y nos cuiden.

Podemos aprender a conocernos a nosotros mismos, compensar la atención que no tuvimos en nuestra propia infancia y sanar nuestro niño herido.

Una vez realizado este trabajo de introspección y de sanación, dejaremos de percibir el vacío interior y ya no necesitaremos a una “media naranja” para sentirnos completos.

Cada uno de nosotros pasamos a ser naranjas enteras, lo que afecta radicalmente a la forma de relacionarnos con nosotros mismos y con nuestro entorno. Aprendemos a vivir solos y a disfrutar de nuestra soledad.

Tras este proceso de sanación también aprendemos a identificar y evitar relaciones tóxicas

Y los nuevos vínculos que establecemos son mucho más sanos, fuertes y equilibrados.

El hecho de sentirnos en armonía con nosotros mismos y viviendo a gusto en soledad, no excluye el deseo de que en algún momento elijamos conscientemente compartir nuestras vidas con otras personas.

Sois dos naranjas
Pasar la vida con la pareja adecuada resulta una maravillosa experiencia de aprendizaje y crecimiento mutuo. Si nos conocemos a nosotros mismos, las relaciones que establecemos, sobre todo las amorosas (pareja e hijos), no se basan en la compensación de carencias, la dependencia, el dominio o la inestabilidad, sino en la generosidad, el respeto, la cooperación y el equilibrio.

Cuando Ana, tras realizar todo su proceso terapéutico, dejó de mirar hacia fuera y se concentró en ella misma, además de sanar, aprendió a cuidarse y con el paso del tiempo, encontró a una persona que tampoco buscaba que ella le cubriera sus necesidades e iniciaron una relación satisfactoria y enriquecedora.

No busques fuera

Al liberarnos del mito de la “media naranja”, cambia por completo la perspectiva que tenemos no solo del amor hacia los demás, sino también, y fundamentalmente, del amor que sentimos hacia nosotros mismos, dándonos aquello que realmente necesitamos.

Está dentro de ti

Volviendo la mirada hacia nosotros y trabajando para compensar las carencias
emocionales que arrastramos desde la infancia, tendremos mucha más plenitud en nuestra vida y nos evitaremos la mayoría de los problemas físicos y emocionales que nos aquejan.

Por Ramón Soler
 
Para que no nos abandonen

Hacemos cosas infames para que no nos abandonen. Porque si se van, es que no nos quieren. ¿Nunca nadie se va a quedar del todo?

Hacemos cosas infames para que no nos abandonen.

Chantajeamos.

Mentimos.

Nos martirizamos haciéndonos las víctimas.

Nos hacemos daño reclamando la atención.

Y si no hay respuesta.

Herimos.

Todo para no quedarnos solos y solas.

Porque seguimos siendo niñas y niños asustados.

Con miedo a que la oscuridad no desaparezca nunca.

Ahuyentando a los monstruos con trucos y fuegos artificiales.

Cada vez que alguien hace un movimiento que pueda indicar una huida.

Temblamos.

Porque si se van, es que no nos quieren.

Si no nos quieren, es que hay algo malo dentro.

Si hay algo malo es que nunca nadie se va a quedar.

¿Nunca nadie se va a quedar del todo?

Si nos portamos bien.

¿Por qué no?

Solo se puede abandonar aquello que se posee.

Se puede abandonar un bastón en medio del camino.

Se puede abandonar una carrera.

Se puede abandonar incluso la vida.

Pero las personas no pueden ser abandonadas.

Porque no somos de nadie.

No somos de nuestros padres.

Ni de nuestros amores.

Ni de nuestros trabajos.

Ni de nuestros hijos e hijas.

Pertenecemos al planeta.

Igual que una rama o un sapo.

Y cuando entiendes esto.

Cuando sientes esto.

Tan simple y tan complicado a la vez.

Eres libre.

Y ya no te haces daño.

Y ya no hieres.

Dejas que el resto haga lo que necesite.

Y aunque se marchen.

A ti todavía.

Te queda el mundo.



Por Roy Galán
 
Comunicación pasiva: qué es y cómo reconocerla en 4 características


Este estilo comunicativo hace que nuestra autoestima se desgaste y cedamos siempre ante los demás.

La comunicación puede ser establecida de muchas maneras diferentes. A fin de cuentas, las necesidades, preferencias y en general patrones de personalidad de las personas influyen mucho en el modo en el que exteriorizamos ideas, creencias y sentimientos. La comunicación pasiva es un ejemplo de ello.


En este artículo veremos cuáles son las características de este tipo de comunicación, de qué manera se expresa, cuáles son sus inconvenientes y de qué manera es posible mejorar en este aspecto.

¿Qué es la comunicación pasiva?

Una definición resumida y simple de lo que es la comunicación pasiva es la siguiente: un patrón comunicativo caracterizado por la evitación de entrar en confrontación directa con otros a través de lo expresado.


Así pues, forma parte de una dinámica de relaciones con los demás en la que apenas hay asertividad y prima la sensación de vulnerabilidad.


Sus características básicas

A continuación repasamos las características fundamentales de la comunicación pasiva.


1. Lenguaje no verbal manteniendo un perfil bajo

Aquello que se dice no cobra un significado atendiendo solo a las frases y a las palabras utilizadas, sino que también hay que tener en cuenta cómo se dice. Y, más concretamente, el lenguaje no verbal que acompaña al mensaje transmitido verbalmente.


En el caso de la comunicación pasiva, prima un estilo de comunicación no verbal que expresa sumisión: evitación de la mirada del otro o mirada baja, tono de voz algo más bajo que el del otro, postura defensiva, etc.


2. Uso frecuente de una perspectiva impersonal

Hay ciertas opiniones y puntos de vista que las personas que adoptan la comunicación pasiva sí expresan, pero si creen que son ligeramente problemáticas por implicar cosas que suponen molestias para el oyente, es frecuente que usen un tono impersonal en vez de uno en primera persona.


Por ejemplo, para pedir que se repare algún desperfecto de la oficina, no se hablará del perjuicio que supone para uno mismo el hecho de que esa avería exista, sino que la presentación del problema será más bien del estilo “sería bueno que la avería fuese reparada”. Es un uso del pasivo que se corresponde con el concepto de comunicación pasiva.


3. Evitación de la confrontación directa y uso de eufemismos

Otra de las características típicas de la comunicación pasiva es que no se muestra directamente que hay un choque de ideas o de intereses. En vez de eso, en el caso de que efectivamente haya un desajuste de opiniones o necesidades, se expresa de una manera pretendidamente neutral, como si todas las partes involucradas en la conversación buscasen en realidad una solución beneficiosa para todos, incluso cuando eso realmente no es así.

4. Evitación de la expresión de sentimientos

Las personas que se ajustan al patrón típico de comunicación pasiva tienden a no hablar de sus sentimientos como si ellos formasen parte de la argumentación que respalde sus afirmaciones, incluso cuando estos son relevantes para el tema tratado. En estos casos, una vez más, se utiliza un tipo de manera de hablar de tipo impersonal.


Las desventajas de este patrón de comportamiento

Tal y como hemos visto, en la comunicación pasiva hay una clara falta de asertividad. Como consecuencia de esto, pueden darse principalmente varias consecuencias.


O bien aparecen malentendidos, ya que hay una parte de la información que no está siendo revelada a pesar de que es importante, o bien la persona que mantiene la comunicación pasiva ve cómo sus necesidades no son atendidas y sus intereses no son tenidos en cuenta. Este segundo caso tiene también repercusiones negativas derivadas de esa situación.


En concreto, el hecho de no expresar las propias necesidades y sentimientos conduce hacia un desgaste psicológico (y muchas veces también físico, si lleva a tener que esforzarse más para conseguir la satisfacción total o parcial de una necesidad). A medida que va pasando el tiempo, la comunicación pasiva propicia la acumulación de frustraciones, motivos para el resentimiento y malestar en general.


Eventualmente, es posible que todo esto desencadene crisis psicológicas, o incluso estallidos de rabia que entran en conflicto con la tendencia a mantener un perfil bajo que caracteriza a la comunicación pasiva. Cuando esto ocurre, resulta difícil mantener una regulación emocional correcta, y es posible no solo comprometer el propio bienestar, sino también dañar las relaciones personales o culpar a personas que no son responsables de lo ocurrido.


En general, la comunicación pasiva alimenta el mantenimiento de una autoestima baja, dado que ayuda a perpetuar una dinámica de sumisión al resto.

¿Qué hacer para mejorar el estilo comunicativo?

Aunque puede parecer que la comunicación pasiva sirve para evitar conflictos, en realidad esto no es así, porque sin asertividad iempre hay una parte que queda perjudicada, mientras que hay otra que se acostumbra a hacer que sus intereses primen. Por eso merece la pena salir del estilo de comunicación pasivo. Para conseguirlo, es bueno seguir los siguientes consejos.


  • Evitar disculparse innecesariamente.
  • Comparar la importancia de las propias necesidades y las de los demás.
  • Buscar contextos en los que hablar de los propios sentimientos es objetivamente útil.
  • Encontrar fórmulas para empezar a utilizar la asertividad en las relaciones.
Por Arturo Torres









 
Los 3 estilos de comunicación, y cómo reconocerlos

Varias maneras de expresarse y de comunicar ideas que hablan sobre cómo nos relacionamos.

Los estilos de comunicación son las principales maneras en las que intercambiamos información. Saber reconocerlos y gestionarlos de manera adecuada es clave para mejorar la calidad de las relaciones personales.


En este artículo veremos cómo son los estilos de comunicación divididos en sus categorías: el asertivo, el pasivo y el agresivo. Además, veremos cómo adaptarlos a los contextos comunicativos que usemos.

Los estilos de comunicación

La mente humana es compleja, y esto es debido, entre otras cosas, a que la comunicación con los demás nos permite aprender todo tipo de conceptos e ideas acerca del entorno.


Sin esta capacidad, no solo seríamos islas desiertas desde el punto de vista psicológico, sino que ni siquiera podríamos pensar, al no disponer de lenguaje. A pesar de esto, el hecho de que viviendo en sociedad aprendamos a expresarnos no significa que siempre lo hagamos bien. Por eso es bueno conocer los estilos comunicativos.


Estos estilos de comunicación dependen, entre otras cosas, de las actitudes y elementos de habilidades sociales que utilizamos para expresar nuestras ideas y estados emocionales o sentimientos.


1. Estilo agresivo

Los elementos que caracterizan a este estilo de comunicación son las amenazas verbales y no verbales, así como las acusaciones directas y los reproches. En definitiva, el objetivo de este conjunto de iniciativas es entrar en una dinámica de poder en la que uno mismo tenga el dominio y la otra parte quede minimizada.


No se intenta tanto comunicar información valiosa que uno tiene, sino más bien tener un efecto concreto en la otra persona o en quienes observan la interacción, para ganar poder. Además, el uso de la falacia ad hominem, o directamente de los insultos, no es extraño.


Por otro lado, el uso del estilo de comunicación agresivo también se caracteriza por elementos paraverbales y no verbales que expresan enfado o bien hostilidad. Por ejemplo, tono de voz elevado, tensión de los músculos, etc.


2. Estilo inhibido, o pasivo

Este es un estilo de comunicación basado en la inhibición de esos pensamientos y sentimientos que en situaciones normales podrían ser expresadas.


El propósito último es limitar mucho el flujo comunicativo, ya sea porque hay algo que se esconde dado que es información que incrimina, o bien porque se teme la posibilidad de no agradar a los demás. También existe la posibilidad de que el motivo por el que se adopta esta actitud sea el simple desinterés, o las ganas de zanjar un diálogo cuanto antes.


A la práctica, el estilo de comunicación pasivo es típica de las personas tímidas, que se muestran inseguras en las relaciones personales, o bien de las introvertidas, que tratan de comunicar más con menos. Esto significa que el miedo no tiene por qué ser el desencadenante. Hay quien entiende que el estado “por defecto” es el aislamiento y la soledad, y que todo esfuerzo realizado para expresarse debe estar justificado.


Además, si hay algo importante que se quiere decir pero hay miedo a comunicarlo, frecuentemente se dice a las espaldas de la persona interesada. Entre las características de este estilo de comunicación destacan el contacto visual relativamente escaso, el tono de voz bajo, las respuestas cortas o con poca relación con lo que se habla, y un lenguaje no verbal que expresa actitud a la defensiva o inseguridad (si bien este último componente varía más).

3. Estilo asertivo

En el estilo asertivo, se comunica de manera directa aquello que uno mismo piensa y siente, siempre que crea que tiene valor y que no incomodará de manera excesiva a alguien. Es decir, se comunica de manera honesta y transparente, pero sin intentar dominar a la otra persona.


Así pues, se intenta que las propias habilidades sociales queden estableciendo un equilibrio en el que se tienen en cuenta tanto los propios intereses como los de la otra persona, en pro de que la información relevante fluya sin complicaciones.


Dadas estas características, se considera que este es el estilo de comunicación más deseable para la mayoría de situaciones.


El uso de estos recursos expresivos

A pesar de que la gran mayoría de las personas son capaces de recurrir a los estilos de comunicación, podemos distinguir entre individuos según el grado en el que tienden a adoptar con más frecuencia uno de ellos.


Por ejemplo, en situaciones de conflictos de intereses, unas personas tenderán a adoptar rápidamente un estilo de comunicación agresivo, o uno pasivo, etc.


Además, por otro lado, aunque generalmente el estilo asertivo es el más adecuado, hay situaciones concretas en las que los estilos pasivos o agresivos pueden tener sentido. Por ejemplo, al reconocer un error grave que uno mismo ha cometido, o al expresar frustración ante una situación que es culpa de otra persona. La racionalidad no siempre va por delante de nuestra manera de relacionarnos; de hecho, muchas veces tiene poca influencia sobre ella.

Por Arturo Torres

 
Las excusas de la mentira

La mentira es algo muy arraigado entre todos nosotros. ¿Quién no ha mentido alguna vez? Algunos incluso denominamos a las mentiras “piadosas”.


Mentir es también una forma de comunicarnos, pero una forma de comunicarnos “falsa”. Obviamente no es lo mismo mentir que ocultar una realidad, pues a menos que esta salga a la luz no nos encontramos en la tesitura de afirmar o negar.




Nunca llamemos mentiroso a aquella persona que nos oculta algo, llamemos mentiroso a aquella persona que una vez sale esa realidad, a la luz la niega. Eso sí, ¿por qué mentimos? ¿Por qué nos mienten? Esto es algo que resolveremos hoy aquí, pues tras las mentiras hay una serie de excusas que las justifican (o no).


Mentimos porque tenemos motivos

Si no tuviésemos motivos para mentir no lo haríamos. Siempre hay una razón por la que mentimos, aunque esto no significa precisamente que sea algo bueno, algo positivo.

En ocasiones podemos pensar que cuando mentimos estamos haciendo un bien, pero ¿alguna vez te has visto atrapado tras una mentira? Esta es una situación incómoda de la que es muy difícil que escapemos, pues ya bien dice el dicho “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”.

Pero, si te inquietan los motivos que pueden llevar a una persona a mentir, incluso si no eres consciente de por qué tú mismo puedes mentir, vas a descubrir algunas excusas que se esconden tras las mentiras:


No querer hacer daño a alguien
Esta es una de las primeras excusas que alguien que miente se repite en su cabeza para justificar la mentira que va a decir. Curiosamente, algo que ya deberíamos haber aprendido hace tiempo, es que cuanto menos queremos hacer daño, más daño hacemos. Replantearnos esta excusa y decir la verdad (aunque pensemos que será peor) nos hará sentir mucho mejor.

Querer obtener un placer a cambio
Muchas personas son manipuladoras y mienten con el objetivo de que los demás hagan lo que ellos quieren
o con el simple afán de hacer daño. Hay personas que disfrutan con esto y por eso su excusa para mentir es la búsqueda del placer.

Mentir por mentir
Hay personas que saben que mienten, a veces de forma compulsiva, que no saben por qué lo hacen, pero tampoco tienen intención de ponerle solución. Quizás sea un hábito adquirido, un rasgo que se ha incrustado en nuestra personalidad. La excusa es “miento porque sí” o “soy así y no voy a cambiar”.


Es una mentira piadosa
Las mentiras piadosas no existen, esto es solo una manera de encubrir una mentira que consideramos de poca importancia, poco grave. Pero, una mentira será siempre una mentira y no nos traerá nada bueno, intentemos evitar ¡hasta las mentiras piadosas!

Mentir para simular
En ocasiones mentimos para mantener una imagen, esa imagen que queremos dar a los demás, para mostrar algo que realmente no tenemos. Tarde o temprano tu verdadero “yo” saldrá a la luz, es mejor ser uno mismo en vez de simular ser alguien que no eres.

Una sola mentira lo cambia todo

Transforma la mentira en sinceridad

¿Cuándo te sientes mejor? ¿Cuándo mientes o cuándo dices la verdad? En la mayoría de las ocasiones mentimos para evitar un mal mayor, pero ¿realmente estamos haciendo esto? La mentira tarde o temprano sale a la luz, aunque lo evitemos. No podemos mantener una mentira durante mucho tiempo y cuando sale a la luz perdemos la confianza de aquellos a quienes queremos.

Estás equivocado si crees que mentir es mucho mejor que ser sincero. Si la realidad de una situación puede doler, ¿cómo una mentira puede aplacar ese dolor?, ¿cómo puede evitarlo mejor que la propia sinceridad?

Debemos cambiar el chip, ese que tenemos incrustado en nuestra mente y que nos dice que la mentira es mejor para evitar un dolor. ¿Desde cuándo algo negativo es mejor que algo positivo?

Nadie logra mentir. Nadie logra ocultar nada cuando mira directo a los ojos.”

Paulo Coelho

Y tú… ¿eres de los que mienten? ¿De los que dicen mentiras piadosas? Si no nos gusta cuando nos mienten, evitemos mentira, pues ninguna excusa es válida cuando se trata de mentir a los demás.

La sinceridad es el camino que evitará más sufrimientos de los que pensamos. La mentira sale a la luz tarde o temprano. Sé sincero, elimina la mentira de tu vida.

Por Raquel Lemos Rodríguez


 
Con pequeñas mentiras se pierde a grandes personas



A nadie le gustan las mentiras, por piadosas o pequeñas que sean. No nos hace sentir bien que decidan por nosotros lo que debemos o no debemos saber, cómo debemos hacerlo y en boca de quién nos conviene enterarnos de algo.


No hay nada más desgarrador que la mentira y la hipocresía, pues ambas nos hacen sentir pequeños y vulnerables, así como desconfiar del mundo y crear una coraza de hielo que nos rompe por dentro. Por eso, con pequeñas mentiras se pierde a grandes personas porque se ponen en duda mil verdades y cientos de sentimientos que creíamos sinceros.




Y es que a través del engaño se alimenta la mala costumbre de manejar y fragmentar las experiencias y los sentimientos ajenos, algo que nos convierte en víctimas y que resulta intolerable a la hora de garantizar el bienestar y el confort en una relación.

Me gusta que me digan la verdad, yo ya veré si duele o no

Cuando un sentimiento tan importante como la confianza se quiebra, algo fallece en nuestro interior. Resulta verdaderamente triste que buenas relaciones y amistades se destruyan por culpa de algo que se podría haber evitado.


De hecho, cuando caemos en la cuenta o desvelamos un engaño, generalmente pensamos que por muy dura que pudiese ser la realidad, hubiésemos podido soportarla mucho mejor que la traición a nuestra confianza. Y esto es, generalmente, algo muy cierto.




La mentira siempre provoca más dolor que la verdad si esta es descubierta. Además, no debemos olvidar de que el hecho de que la verdad salga a la luz es algo muy probable pues, como bien sabemos, la mentira tiene las patas muy cortas.


De todas maneras, cabe añadir aquí que no podemos exigir sinceridad y luego ofendernos al oír las verdades siempre y cuando se digan con respeto. Esto es importante porque muchas veces se tacha a la gente sincera de “mala”, menospreciando así los actos de buena fe.


O sea que como siempre debemos de intentar mirar tanto el engaño y la mentira como la sinceridad desde diferentes prismas, pues a veces es tan duro decir lo que se piensa como lo contrario.

La sinceridad es la base de toda confianza

Todos tenemos la creencia explícita e implícita de que la calidad de una persona depende de su capacidad para ser sincero y para mostrarse con claridad ante el mundo y ante las personas que le rodean.


De hecho, presuponemos del mismo modo que la base de todo cariño sincero es precisamente la aceptación total y absoluta, sin “peros”, sin condiciones y sin excusas. Es decir, que en principio entendemos que no tenemos que mentir ni ocultar nada a quienes queremos y quienes nos quieren.


Pero quizás cuanto más cariño hay de por medio, más expectativas existen. El simple hecho de creer que vamos a defraudar las esperanzas que los demás depositan en nosotros nos hace en ocasiones cometer el error de creer que pequeñas mentiras pueden estar justificadas.


Sin embargo, como venimos diciendo, esto no es así. Por mucho que nos cueste entenderlo debemos pararnos a pensar en cómo defraudamos más, si no sincerándonos o haciéndolo a pesar de comprometer momentáneamente el ideal que los demás mantienen de nosotros.

Todos cometemos errores y podemos pensar que aquello que se pretende ocultar es un error más. Es nuestra responsabilidad contemplar todas las posibilidades y ser tolerantes con los demás del mismo modo que quisiéramos que lo fuesen con nosotros.


Partiendo de esta base nos tocará valorar si somos capaces de perdonar o no y cómo podemos atajar la situación. Asimismo, no olvidemos que el hecho de que exista el perdón no debe constituir una justificación para que los demás nos dañen.

Al fin y al cabo, son las relaciones de cariño sincero las que resultan capaces de soportar cualquier verdad y la realidad que las acompaña. Sin embargo, las mentiras destruyen y devastan la confianza, algo que por su parte cuesta cientos de experiencias construir y un segundo quebrarla.


Así que debemos poner cuidado en este punto, el cual es si cabe el más importante o al menos uno de los más importantes de nuestras relaciones y de los intercambios positivos. No olvidemos que la mentira, por muy dura que sea, es una buenísima oportunidad para crecer y elegir mejor a quienes nos rodean.

Por Raquel Aldana
 
El valor de aceptar los errores cometidos



Hablemos hoy de los errores. Hay quien no los acepta, hay quien ni siquiera los ve y pasa toda su vida “tropezando con la misma piedra”, en un ciclo infinito de infelicidad no reconocida y graves problemas emocionales.






No reconocer un error es como negarse a asumir un aprendizaje, porque no hemos de olvidar que la vida es simplemente eso: un pequeño paseo en el que vivir en paz, aprender, amar y ser capaces de entender qué es la felicidad. ¿Qué te parece si hoy reflexionamos sobre estos aspectos?


1. Tus errores, mis errores

Las personas tenemos, en ocasiones, una habilidad realmente especial: somos capaces de ver los errores ajenos, pero no los propios. Seguro que te habrá ocurrido alguna vez. Esos momentos en que algún amigo, algún compañero de trabajo o incluso tu pareja, te señala todo aquello que haces mal, pero sin reconocer nunca que también ellos cometen errores.


Es más, es posible que ni siquiera se los señales porque no suelen reaccionar demasiado bien.






  • Quien solo se fija en el comportamiento ajeno sin observar el propio carece de habilidades emocionales, carece de empatía y de respeto hacia sí mismo y los demás.

  • Las personas que identifican sus propios errores y los aceptan actúan de modo humilde e íntegro. No podemos olvidar que la humildad es un valor que todos deberíamos aprender a desarrollar y, a su vez, a trasmitir a los demás.

  • Si vives con una persona que tiene como costumbre señalarte tus errores, no caigas tú también en el hecho de señalarle los suyos a modo de venganza. De hacerlo, caeríamos en un círculo vicioso sin sentido. Lo mejor es argumentar y defenderte. “Puede que lo que haya hecho sea para ti un error, pero para mí no lo es por estas razones”. “Sí, es verdad, me he equivocado. Lo reconozco y lo asumo, a partir de ahora lo haré mejor. ¿Eres tú capaz de hacer lo mismo?”.



  • Recuerda siempre que, si te ves obligada a señalar el error de otra persona, debes indicárselo de forma que pueda aprender, que pueda reconocer el fallo para que entienda qué estrategias llevar a cabo para mejorar. Este aspecto es muy importante, por ejemplo, con el tema de la educación de los niños: señalar un error no debe ser un castigo, sino un modo de educar para ofrecer oportunidades de mejora.

2. Reconocer el error para aprender y avanzar

Todos cometemos errores, y quien no lo haya hecho es porque no ha vivido o porque, sencillamente, aún no ha salido de su zona de confort, para arriesgarse, para lanzarse a esa aventura, a ese proyecto, o incluso a iniciar esa relación afectiva que, al final, puede que no salga tan bien como pensábamos.

¿Es malo cometer errores? En absoluto. No por ello somos personas imperfectas, sino al contrario: somos seres en pleno proceso de aprendizaje, de mejora. Todos tenemos la obligación y el derecho de cometer errores para obtener con ellos esa sabiduría que aplicar a partir de las pérdidas, los fracasos, de esos caminos equivocados que todos hemos tomado alguna vez.

No obstante, sabemos que no siempre es fácil asumirlos. ¿Te has detenido alguna vez a pensar todo lo que hay detrás de un error y por qué nos cuesta tanto reconocerlo?

  • En ocasiones, los errores nos ponen en evidencia, no solo ante nosotros mismos, sino también ante los demás. Nuestra familia puede sentirse decepcionada, incluso tus amigos o tu pareja pueden también sorprenderse por ese error que has cometido. No obstante, nunca debes fijarte en los demás. Los demás no viven tu vida. Tú eres la protagonista de tu historia y eres tú quien va a tener que asumir ese fallo. Y deberás hacerlo para poder avanzar y mejorar.
  • Los errores nos hacen creer que no somos capaces, que no somos lo bastante hábiles, o sabios, o intuitivos. Si piensas esto estarás nuevamente equivocado. Debes entender que nadie viene a este mundo con un “chip” incrustado en el cerebro que nos hace tener una vida perfecta. En absoluto. No hay niño que pueda aprender a caminar sin antes haberse caído, nadie ha aprendido a nadar sin antes haber tragado un poco de agua… Así pues, ¿por qué tienes que ser tan exigente contigo mismo? No lo hagas, o tu autoestima se verá muy resentida.
Aprender es un proceso que dura toda la vida, y para aprender hay que asumir errores. Acéptalos y aprende a superarte. Verás como, día a día, conduces con más seguridad el timón de tu vida.

Por Valeria Sabater

 
Los depredadores emocionales


El depredador emocional se siente inferior aunque no de esa impresión, ya que suele mostrarse arrogante. Puede aparecer en muchas situaciones, desde la pareja hasta el grupo de amigos.

Una mirada, una palabra o una simple insinuación son suficientes para comenzar un proceso de destrucción del otro. Los actos que llevan a cabo los depredadores emocionales son tan cotidianos que a veces parecen normales. Las víctimas callan y sufren en silencio. Mediante un proceso de acoso moral o maltrato psicológico, un individuo puede conseguir hacer pedazos a otro.

Así como en la naturaleza existen los depredadores animales que capturan y aniquilan a otros animales para alimentarse, en el ser humano también podemos observar un fenómeno similar, conocido como el acoso moral, protagonizado por los depredadores emocionales y sus víctimas.


El acoso moral o maltrato psicológico es un fenómeno que se da en todo tipo de ambientes, como en la pareja, en el trabajo, en la familia o en el grupo de amigos.

¿Cómo es el depredador emocional?
El depredador emocional se distribuye entre todas las edades, estatus sociales, culturas y s*x*. Aparentemente son sujetos normales, casi nunca líderes. Suelen ser tacaños, egocéntricos y narcisistas.

Su objetivo es el desmantelamiento moral, personal, psicológico y sociológico de las víctimas, pudiendo conseguir muchos que éstas acaben con sus vidas.

Son individuos que se sienten profundamente inferiores aunque no den esa impresión, ya que se muestran arrogantes y grandilocuentes. Son sacos de remordimientos y rabia enmascarados. Suelen ser de fuerte ideología.



Sienten la necesidad de ser admirados, deseados, con ansias desmesuradas de éxito y poder. Presentan una desconexión con sus emociones, despreciando así, profundamente a sus víctimas.

Cuando son niños, suelen ser los típicos que tiran la piedra y esconden la mano, aquellos que causan las peleas pero que no se ven envueltos en ellas. Anhelan el protagonismo. En la adolescencia, son fríos y distantes, con poco éxito social, rodeados de uno o dos amigos, a los que manipulan. Y en la adultez se distinguen por ser arrogantes, manifestándose como poseídos de la verdad, la razón y la justicia.

A primera vista parecen sujetos controlados, sociables y aceptables, pero tras esta máscara se esconde un cúmulo de intenciones y procesos inconscientes mucho más complicado y enrevesado.

¿Quiénes son las víctimas de los depredadores emocionales?
Las víctimas se caracterizan por ser personas bondadosas, honestas, generosas, optimistas, con fuerza espiritual… Son aquellas personas que presentan características que el depredador humano anhela y envidia, características que no ha tenido. Se convertirán en un chivo expiatorio responsable de todos los males.

Un depredador emocional busca a este tipo de personas, para absorberles su energía y vitalidad. Es decir, quieren absorber aquello que envidian.

Las víctimas resultan sospechosas a ojos de los demás, ya que el proceso de acoso moral ocurre de tal manera que hace que la víctima sea vista como culpable, ya que la gente se imagina o piensa que ésta consiente o es cómplice, conscientemente o no, de las agresiones que recibe.

A menudo, oímos decir que si una persona es víctima, es por su debilidad o carencia; pero por el contrario, podemos observar que son elegidas por algo que tienen de más, por algo que el agresor quiere apropiarse.

Pueden parecer ingenuas y crédulas, ya que no se imaginan que el otro es básicamente un destructor e intentan encontrar explicaciones lógicas. Comienzan a justificarse, intentando ser transparentes. Comprenden o perdonan porque aman o admiran, incluso consideran que tienen que ayudar porque son las únicas que comprenden al otro del todo. Sienten que tienen una misión que cumplir.

Mientras que el depredador emocional se agarra a su propia rigidez, las víctimas intentan adaptarse, procurando comprender qué desean consciente o inconscientemente su perseguidor y no dejan de preguntarse nunca por su propia parte de culpabilidad.

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10 Beneficios de un abrazo para nuestra salud

Al recibir un abrazo aumenta el nivel de serotonina y dopamina, por lo que conseguimos reducir los niveles de estrés y a su vez mejoramos nuestro estado de ánimo


Todos en algún momento de nuestra vida sentimos la necesidad de dar y recibir un abrazo para sentirnos bien con nosotros mismos, sentir apoyo, felicidad y amor. Sin embargo se ha demostrado que los beneficios de los abrazos van más allá de las emociones e influyen directamente en nuestra salud sin importar la edad en que nos encontremos.






Un estudio hecho por científicos de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, llegó a la conclusión de que las personas necesitamos recibir abrazos y caricias desde que nacemos. El contacto físico juega un papel muy importante en el desarrollo de las neuronas y para que estas no mueran, es importante estimularlas desde que empezamos a vivir.


Aunque no se ha descubierto una cifra exacta de los abrazos que necesitamos para nuestra salud, los diferentes estudios han determinado que gracias a ellos podemos reducir y prevenir algunas enfermedades tanto físicas como emocionales.


Cuando abrazamos liberamos el estrés, la ansiedad, la depresión y creamos una especie de confianza en nosotros mismos. Un estudio de la Universidad de Carolina del Norte afirma que cuando abrazamos a otras personas, la oxitocina, o más conocida como hormona del amor, incrementa y mejora la salud de nuestro organismo.


¿Cómo nos beneficia directamente la abrazoterapia?

Como hemos dicho anteriormente, los abrazos benefician directamente nuestra salud física y emocional. Hoy te vamos a contar muchos de los beneficios que tiene para tu vida el abrazar a una persona, independientemente del laso de cariño que los una; por lo general disfrutamos mucho de los abrazos que nos damos con las personas que queremos, pero también son muy efectivos cuando lo hacemos con personas diferentes.


Teniendo claro esto, mira todos los beneficios de la abrazoterapia:






Reduce el estrés y la ansiedad

Los abrazos y el contacto físico en general, reducen la producción de una hormona llamada cortisol, la cual favorece el estrés. Al reducir esto se aumenta la cantidad de serotonina y dopamina, las cuales de inmediato le darán sensaciones de bienestar y tranquilidad.


Reduce la presión arterial

Gracias a los abrazos nuestro sistema nervioso se activa, se libera la hormona oxitocina y activamos unos mecanorreceptores de la piel llamados Corpúsculos de Pacini, los cuales son los encargados de reducir la presión arterial.


Mejora el sistema inmune

Al recibir o dar un abrazo nuestro sistema inmunológico se activa y favorece la creación de glóbulos blancos. Gracias a esto podemos prevenir muchas enfermedades y mejorar nuestras defensas cuando nos sentimos débiles.




Beneficios cardiovasculares.

Según Karen Grewen, investigadora de la Universidad de Carolina del Norte, los abrazos con las personas que amamos aumenta el nivel de oxitoxina tanto en hombres como mujeres; gracias a esta hormona recibimos grandes beneficios para la salud del corazón y el sistema cardiovascular.


Reduce el riesgo de padecer demencia

Los abrazos nos estimulan, nos dan tranquilidad y equilibran nuestro sistema nervioso, por esta razón los abrazos desde temprana edad reducen el riesgo de padecer demencia.

Mejora el estado de ánimo
Cuando estás pasando por un mal momento en tu vida, los abrazos pueden ser la solución para sentir la felicidad. Cuando abrazamos se eleva la serotonina y gracias a esto recuperamos poco a poco nuestro buen estado de ánimo.

Rejuvenece el cuerpo
Cuando abrazamos se estimula el proceso de transportación del oxígeno a los tejidos y gracias a esto nuestro cuerpo prolonga la vida plena de las células evitando que envejezcamos y dándonos más tiempo de juventud.

Relaja los músculos

Los abrazos estimulan la circulación en los tejidos blandos y gracias a esto se pueden calmar dolencias musculares y liberar la tensión.

Genera confianza y seguridad
Los abrazos nos hacen sentir apoyados y en confianza, gracias a esto se genera una seguridad que favorece la comunicación tanto con personas cercanas como con el público en general. Recibir un abrazo antes de hablar en público hará que nos desempeñemos mejor.

Eleva la autoestima
Muchos especialistas asocian la autoestima con el contacto físico que recibimos desde que somos niños. Las sensaciones que experimentamos a temprana edad nos marcan de por vida y con esto se incrementa nuestra capacidad de querernos y respetarnos por el resto de nuestra vida.

Cuando abrazamos nos sentimos amados, seguros, especiales e importantes para las personas a nuestro alrededor, gracias a esto nuestra autoestima se alimenta y el amor propio se mantiene.

Por Daniela Castro

 
La amabilidad es un lenguaje que todo el mundo entiende



La amabilidad genuina otorga una fuerza enorme a quien la posee. Va mucho más allá de las buenas maneras o los formalismos. Cuando es auténtica, refleja una verdadera consideración y respeto por los demás. También es prueba de un carácter cultivado y, sobre todo, es una llave que abre la mayoría de las puertas.


En verdad, la amabilidad es un lenguaje que todo el mundo entiende. Y no es un idioma que deba emplearse solamente en las reuniones sociales, sino, principalmente, en las circunstancias difíciles o con las personas toscas. Casi todos los seres humanos son permeables/vulnerables a la fuerza de una actitud afable.




A veces la amabilidad se confunde con la hipocresía. Con mostrar una falsa consideración hacia los demás o evitar el conflicto por la vía de callar o emplear eufemismos para todo. Esto no es amabilidad, sino cálculo y manipulación. La verdadera amabilidad se refleja principalmente en el lenguaje corporal más que en los protocolos. Y estas son algunas claves para detectar si es genuina o no.


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El contacto visual y la amabilidad

El contacto visual es uno de esos aspectos en los que se refleja muy bien tanto la hostilidad como la amabilidad. Alguien que se rehúsa mirar a los ojos al otro expresa un germen de rechazo hacia este. Quien levanta el mentón, para mirar desde arriba o por encima del hombro, también refleja hostilidad.


En el lenguaje de la amabilidad la mirada es espontánea y cálida. Una persona amable mira a los ojos cuando el otro está hablando y dispersa la mirada cuando quien habla es él. Esa es la forma natural en la que los ojos se expresan durante una conversación normal, en la que las personas se sienten cómodas y en equidad.

Los gestos de aceptación

Cuando una persona es realmente amable respeta las opiniones de los demás. Sabe escucharlos y encontrar mérito en lo que dicen, aun cuando no coincida con ellos. Por eso es usual que muestre gestos de aprobación frente a su interlocutor como una forma de animar la conversación.


Asentir con la cabeza o inclinarla hacia el otro son expresiones que animan al interlocutor a seguir hablando. Facilitan su expresión y derrumban las barreras que puedan existir. También la sonrisa es un gesto de aprobación y aceptación. Todo ello hace que la atmósfera sea más relajada y que la conexión con las demás personas sea más real.




El equilibrio en la conversación

Aunque todos estamos capacitados para conversar, pocos son los que les sacan partido a este “arte”. Cuando la amabilidad está presente, de forma espontánea se comprende que en esa interacción debe existir un equilibrio. Que hay un momento para hablar y otro para escuchar. Es la única manera de establecer una comunicación de doble vía.


Monopolizar las conversaciones o hacer que giren en torno a un tema que no es de interés común es un factor que enrarece la comunicación. Lo ideal siempre es que todos puedan participar. Si no hay interés en imponerse o lucirse, esto sucede de manera natural, sin hacer ningún esfuerzo para que ocurra. lo que solo le interesa a uno de los involucrados.

La adulación no es sinónimo de amabilidad

Hay personas que adoptan de manera constante el papel de “anfitrionas de la vida”, en cualquier lugar o momento en el que se encuentren. Hacen de la adulación una forma de relacionarse con los demás. Emplean palabras y actitudes aparentemente afectuosas con otros. Sin embargo, lo hacen en serie, de forma automática, como leyendo un libreto que poco se ajusta a lo que en realidad piensan.


La amabilidad no tiene nada que ver con la adulación. Reconocer con sinceridad los méritos o los logros del otro es una cosa y regalarle los oídos es otra. Ser amable es una cosa y ser zalamero, o figurante de simpatía, es otra distinta. La amabilidad, aunque se adapte a ciertos protocolos, si de algo no necesita, es de teatro.

Destacar que la amabilidad es uno de los rasgos que se evalúan, por ejemplo, en uno de los test de personalidad más conocidos. Hablamos del modelo de “Los cinco grandes” del que podemos encontrar una buena descripción en el estudio de Jan J. F. Ter Laak.


Toda conducta humana, toda palabra, son mucho mejores cuando se llevan a cabo o se dicen con amabilidad. Si fuéramos más constantes en este sentido, seguramente seríamos capaces de abordar los momentos o las relaciones difíciles con mayor fluidez e inteligencia. Pensemos que la vida de los demás y nuestra propia vida siempre son mejores cuando les añadimos un toque de amabilidad.

Por Edith Sánchez

 
Deporte, ¿cómo mejora realmente nuestra vida psicológica?


Muchas de las guías que buscan ser una ayuda para mejorar nuestras vidas, tanto en el plano físico como en el plano psíquico, recomiendan una serie de pautas clave. Estrategias e ideas que son fáciles de exponer, incluso de argumentar su valor, pero que no son tan fáciles de implementar en nuestra vida diaria. Demandan que cambiemos nuestras rutinas, esas que tendemos a seguir por la inercia que nosotros mismos hemos creado y que ha ido cobrando mucha fuerza por repetición.


Ahora, bien, el deporte es recomendable. Pero, ¿qué nos puede aportar en el plano mental? ¿Por qué merece un hueco en nuestras agendas? ¿Qué tiene de valioso para que al llegar a casa, en vez de ponerla en orden, hacer la comida, descansar o estudiar idiomas nos decantemos por hacer deporte? No apetece nada, fuera llueve y hace viento, en el gimnasio hay mucha gente y un calor artificial al que no nos terminamos de acostumbrar.




Pues bien, en este artículo vamos a tratar de responder a todas estas preguntas… y alguna más.


El deporte cuida de las células de nuestro cuerpo

Bien, nuestra mente parece algo abstracto, ese director de orquesta que muchas veces, de manera conceptual separamos del cuerpo, como si la base de esta no fuera el mismo sustrato biológico. Hablamos incluso de cansancio físico y de cansancio mental, como si cada una se ejercitara por un lado. Cuando… esto no es cierto.


Cuando hacemos ejercicio sucede un fenómeno muy curioso, las células de nuestro cuerpo se oxigenan. La metáfora es sencilla: cuando hacemos deporte es como si ventilásemos el cuerpo, igual que lo hacemos con nuestra casa cada mañana. Lo cierto es que verano, esto de ventilar cuesta poco. Sin embargo, en invierno el asunto es otro cantar. No lo solemos pasar precisamente bien mientras las corrientes frías se mueven a sus anchas por el salón y las habitaciones. Sin embargo, cuando esto pasa, ¿cómo nos sentimos después? Mucho mejor, ¿no?


Pues bien, con hacer ejercicio sucede algo similar. Hay días en los que nuestro cuerpo parece adorar esa sensación de que nuestro motor (corazón) suba de revoluciones -sería como ventilar en verano- y otras en las que se muestra muy muy perezoso (hemos trabajado más durante el día, no hemos descansado lo suficiente o esa semana hemos hecho más ejercicio; sería como ventilar en invierno). Sin embargo, ¿cómo nos sentimos después? Mucho mejor, ¿no?

El deporte conecta al cuerpo con la mente

Ya hemos dicho que nuestras células del sistema nervioso por lo general, y si nos pasamos, agradecen que le demos a nuestro cuerpo un poco de movimiento y nos dejemos unas cuantas calorías corriendo, saltando, pedaleando o caminando un buen rato. Pues bien, el deporte también supone otra ventaja para nosotros en ese binomio cuerpo-mente. Esta ventaja tiene que ver con la comunicación. Es curioso, pero, por ejemplo, cuando hablamos con un deportista habitual que está momentáneamente lesionado y le preguntamos qué es lo que más echa de menos, es probable que nos responda que la comunicación con su cuerpo.


Si lleva una o dos semanas sin poder hacer ejercicio, es probable que tenga una sensación de que su cuerpo ya no le habla o que solo lo hace en el lenguaje del dolor. La información que recibe de su cuerpo se ha empobrecido, y mucho. Así, lo que conseguimos cuando hacemos deporte es que la comunicación con nuestro cuerpo mejore, no hace falta que nos duela nada para saber que estamos con más o menos energía. Por otro lado, es una sensación que no es fácil de explicar para aquellos que llevan una vida sedentaria y años sin hacer deporte. No recuerdan cómo es la sensación de sentirse comunicados con su cuerpo y por lo tanto no la echan de menos.


Sin embargo, enriquecer esta comunicación merece la pena…




Mejora nuestra vida social y ganamos un tiempo para nosotros

Otras de las ventajas mentales que nos reporta el deporte tiene dos vertientes. Una de ellas es la vertiente social. Ya sea un deporte individual o de equipo, es fácil que terminemos conociendo a personas en una situación parecida a la nuestra. Personas de carne y hueso que no están detrás de una pantalla, que pueden motivarnos, con el deporte o con otras metas de nuestra vida y que sin duda van a ampliar nuestro círculo social de apoyo.


La otra vertiente de esta ventaja está definida por un hecho: practicar deporte supone dedicarnos un rato a nosotros. Un tiempo para reflexionar o simplemente para evadirnos de nuestras preocupaciones. Durante ese rato no vamos a pensar en que no llegamos a algún sitio, que se nos puede quemar la comida o que alguno de nuestros gestos puede no gustarle a alguien o perjudicar nuestra imagen. En este sentido, el deporte muchas veces supone un ejercicio de libertad, una actualización de nuestros resortes mentales y un encuentro con nosotros mismos.


Por otro lado, es un acto que difícilmente nos va a generar una incomodidad mental. Es muy difícil que haciendo deporte sintamos disonancia entre quienes somos o nos gustaría ser y lo que hacemos. No hay amenazas, solo retos. El de anotar una canasta o correr un poquito más rápido. La cuestión se simplifica y nuestra mente agradece esta liberación.

Deporte, disciplina, fe y emociones

Un beneficio indirecto del deporte es el orden y la disciplina. Mantener la práctica con regularidad genera en nosotros una sensación de constancia que nos hace sentir bien. Eso de, “Pues oye, pues en realidad sí que soy capaz de llevar a cabo aquello que me propongo”. Este tipo de mensajes reforzarán nuestra autoestima y nos ayudarán también con otros propósitos.


Lo vemos en muchas personas que se han rendido, lo traducimos de sus palabras. No hacen planes porque no tienen fe de que vayan a cumplirlos, de manera que viven en una especie de anarquía cargada de reproches porque muchas de las decisiones que toman son aleatorias y los equilibrios que construyen son muy débiles. Pues bien, pocas actividades hay mejores que el deporte para ganar confianza.


¿Cuántas ventajas verdad? Pues bien, no se han terminado. Además, ahora toca señalar una de las más importantes: la regulación emocional. El deporte nos ayuda a gastar de manera positiva ese excedente de energía que tenemos casi todos nosotros por ingerir en realidad más calorías de las que podemos gastar. Así, un cuerpo con una menor necesidad de actividad, nos dará un margen mayor para trabajar con nuestras emociones. Así, por ejemplo, si nos enfadamos será más difícil que saltemos o explotemos.


El deporte, por ejemplo, ha disminuido nuestras pulsaciones y nuestra tensión, de manera que necesitaremos un estímulo mayor para llegar a activarnos igual que antes. Esto ensancha mucho el margen que tenemos para actuar, utilizar de manera inteligente la información de la emoción que sintamos y dejar que se disipe sin que su energía nos lleve a realizar conductas de las que luego nos arrepintamos. En niños, por ejemplo, el deporte también favorece mucho el autocontrol y contribuye, bien dispuesto en su horario, a regular el descanso.

Por Sergio De Dios González

 

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