Autoestima y otros temas de psicología

Personas adictas al conflicto: perfiles en guerra con ellos mismos

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Convivir con personas adictas al conflicto es como habitar en un territorio minado. No solo enrarecen el ambiente con su malestar y con esa ansiedad de quien sabe que basta un comentario, un gesto o una palabra para que salten sobre nosotros. Además, nos contagian esa tensión propia de quien no hace otra cosa que librar guerras internas.
Todos, conocemos o hemos coincidido en alguna ocasión con una personalidad claramente conflictiva. No hablamos del clásico buscador de problemas que puede estar ahora mismo en cualquier aula de un instituto de secundaria, intentado superar su adolescencia y crisis de identidad. Nos referimos a un perfil muy concreto que se caracteriza por un comportamiento orientado solo a desestabilizar, a romper el equilibrio familiar, a crear disputas entre vecinos, y auténticas batallas campales en cualquier escenario laboral.
Hablamos de una adicción, de una búsqueda casi compulsiva del conflicto. Así, más que tomarlo como algo anecdótico, autores tan relevantes como el doctor Bill Eddy, mediador y creador del instituto para la resolución de conflictos, nos advierte de algo muy concreto. En nuestra cultura, este tipo de personalidad está presente casi cualquier esfera. Debemos, por tanto, tomar conciencia de lo que hay tras ellas para manejarlas mejor.
“Algunas personas causan felicidad ahí donde caminan, otras la proporcionan cuando se van”.

-Oscar Wilde-
hombre riñendo a sus empleados representando las personas adictas al conflicto


Personas adictas al conflicto, la anatomía de la ira
Podríamos decir que la mejor estrategia para lidiar con las personas adictas al conflicto es evitarlas. Sin embargo, no todo en esta vida se soluciona saliendo por la puerta de atrás, poniendo distancia o borrando a alguien de nuestra lista de contactos. Como seres sociales estamos obligados a convivir y, aún más, tambiéncabe la posibilidad de que seamos nosotros mismos una de esas personas. Alguien habituado a recurrir al conflicto cuando hay algo que nos sabemos manejar.
Por otro lado, un aspecto que se encuentran en muchas ocasiones los trabajadores sociales, abogados, psicólogos o psiquiatras es a este tipo de personalidad. Porque las personas adictas al conflicto, lo creamos o no, están detrás de muchas demandas, denuncias, casos de violencia de género y disputas laborales. Es como vemos una realidad más que evidente, un comportamiento concreto donde hay alguien que busca proyectar su ira sobre los demás.
El doctor Eddy estima que si un 15% de la población adulta presenta algún trastorno psicológico de los recogidos en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V), y al menos un 10% de esta proporción evidencia lo que él ha llamado «personalidad de alto conflicto». Veamos qué rasgos y comportamientos retratarían este tipo de personalidad.

¿Cómo son las personas adictas al conflicto?
Algo que debemos tener claro cuando nos enfrentamos a una personalidad de alto conflicto es que el problema, la disputa o la reacción desmedida que hayan proyectado sobre nosotros no es real. El problema no está en nosotros, sino en ellos. En ese interior falto de equilibrio, de gestión emocional, de fortaleza psicológica.
Estas son sus características.
  • Su estilo de pensamiento es de todo o nada. Ellos/as no analizan, no son flexibles, no se toman ningún tiempo para sopesar una situación. Se limitan a generar un tipo de respuesta basada en la agresión o la crítica cuando algo no les gusta o no se ajusta a sus expectativas.
  • Baja eficacia en el control emocional. Algunas personas conflictivas sí tienen cierto control sobre sus emociones, pero lo hacen con una única finalidad: manipular emocionalmente a los demás. Otros, se limitan a volcar su ira y frustración sobre los demás hasta crear atmósferas muy desgastantes.
  • Desestabilizan entornos y personas. Las personas adictas a los conflictos son expertos en difundir rumores, en criticar, en desplegar conductas de dominación, de humillación, de ofensa continuada.
  • Nula resistencia a la frustración y buscadores de culpa. El adicto al conflicto no tolera que algo no salga o no sea como él o ella espera. No solo se frustra, sino que convierte esa frustración en rabia y busca culpables sobre quien proyectarla.
  • Sus pensamientos están siempre dominados por emociones negativas.
  • Presentan incapacidad para reflexionar sobre su propio comportamiento
  • Dificultad para empatizar con los demás
  • Evitan cualquier tipo responsabilidad por el problema o por buscar alguna solución.
“La persona que no está en paz consigo misma, estará en guerra con el mundo entero».

-Mahatma Gandhi-
Mujer culpando a su pareja

¿Cómo manejar a las personas adictas al conflicto?
Habrá personas más conflictivas y personas con las que se pueda razonar un poco mejor. Ahora bien, en muchos casos estamos obligados a convivir con perfiles tan complejos como desgastantes, y es ahí donde es necesario tomar adecuadas medidas. Un primer aspecto que no debemos dejar de lado es el siguiente: evitemos tomar sus reacciones como algo estrictamente personal, en realidad este perfil está en conflicto consigo mismo.
Por tanto, y en la medida que sea posible, no nos desgatemos más dando explicaciones y discutiendo con alguien que no puede ni quiere atender a razones. No nos dejemos arrastrar por sus propias tormentas y limitémonos a identificarlas para desactivar el impacto que puedan tener en nosotros.
Asimismo, y ya desde un punto de vista clínico, es importante también hablar de cómo intervenir. El propio DSM está estudiando la posibilidad de incluir ya la personalidad de alto conflicto como un tipo de trastorno a considerar, de ahí que no debamos dejar de lado la importancia de recibir un tratamiento psicológico específico. De este modo, se podrían trabajar aspectos tan relevantes como el manejo emocional, el control y origen de la ira o cómo aprender a vincularse con los demás mediante la empatía y con comportamientos más respetuosos.
Mujer triste

Concluiremos diciendo que nadie busca tener una personalidad conflictiva. Estableceremos con ellos ciertos límites, queda claro, pero hay que considerar también que muy a menudo tras esa incómoda fachada de «busca problemas» se abre un trasfondo de complejidades y heridas escondidas que demandan atención.

 
La ansiedad como aliada, no como enemiga

La mayoría de las personas ven a la ansiedad como su peor enemiga, como aquella sensación de la que escapar y huir. Sin embargo, si hacemos las paces con ella todo irá mucho mejor.
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Muchas personas reprimen y niegan su ansiedad con el fin de evitar experimentarla. El malestar les resulta tan vergonzoso, que muchas veces no lo piensan dos veces y ponen todo su empeño en luchar contra él. Sin embargo,siempre queda allí. No desaparece ni disminuye su intensidad. Por esta razón, los expertos recomiendan tomar la ansiedad como aliada, en lugar de enemiga.
Pensar en la ansiedad como aliada es algo que a muchas personas les puede resultar difícil en primera instancia, puesto que desconocen los beneficios que esto puede brindarle a su vida. También porque pueden tener cierto miedo a intentar realizar ciertos cambios.
Profundicemos más en este interesante tema.
Mujer con ansiedad

La ansiedad es famosa, pero no siempre es bien entendida

El concepto de “ansiedad” está siendo muy escuchado desde hace un tiempo relativamente corto. Vivimos en una sociedad fugaz, de estrés, de rutinas, obligaciones y hábitos muy pautados que no nos permiten conectar con nosotros mismos.
Vivimos “hacia fuera”, conectados con el exterior. Un exterior cambiante, lleno de imprevistos e incertidumbre, muchas veces fuera de nuestro control.Esta forma de «correr» por el mundo, hace que nos sea difícil detenernos a preguntarnos qué necesitamos.
Vamos con el piloto automático puesto, sin cuestionarnos nada, pero eso sí, instalados en la queja y en el pensamiento negativo, llegando incluso a pensar: esta no es la vida que he escogido.
Por no afrontar ese miedo a la incertidumbre, nos instalamos en una zona de confort que ni es confortable ni es sana, pero que al menos nos resulta conocida.
Entonces, ese famoso más vale malo conocido que bueno por conocer nos lleva al conformismo y, por ende, a la ansiedad, ya queno estamos haciendo ni viviendo lo que necesitamos, siendo incoherentes con nosotros mismos. Lo que pensamos, sentimos y hacemos no está en consonancia.
Aunque no lo creamos, podemos hacer algo al respecto. En nuestras manos tenemos el poder para realizar algunos cambios, aunque estos nos den algo de miedo.
Tan mal vista como Maléfica
Figura de Maléfica

La ansiedad tiene mala fama. Y es normal, porque produce síntomas desagradables como: taquicardia, boca seca, presión en el pecho, dolor de cabeza, de barriga, dificultad para respirar, entre otros.
Al igual que otras emociones, mientras más luchemos contra ella y la tomemos como una enemiga, más se va a quedar acompañándonos en nuestro día a día. Por ello, los expertos nos recomiendanintentar darle la vuelta a su imagen y significado, buscar entenderla y vivirla como una aliada, comoalguien que “juega a nuestro favor”.
Aunque al principio parezca imposible, es posible tener a la ansiedad como aliada. Para ello, podemos cambiar el concepto que tenemos de ella, poco a poco.

¿Cómo empezar a ver la ansiedad como una aliada?
Veamos la ansiedad como unasensación que nos advierte de que algo no va bien emocionalmente (y que podemos atajar y corregir). Es decir, podemos tomarla como una especie de alarma, como un conjunto de síntomas físicos que nos avisan y recuerdan que no estamos haciendo lo que necesitamos, que quizá estamos yendo en nuestra contra nuestra, sin escucharnos, ni hacernos verdadero caso, sino haciéndonos daño.
Entendamos la ansiedad como un aviso de que nos estamos olvidando de nosotros mismos y que estamos dando demasiada importancia a lo de fuera.
Cuando dejamos de luchar contra la ansiedad y escuchamos el mensaje que nos intenta dar, deja de lastimarnos. Ya no es el hada que viene a maldecirnos, sino la que se sitúa a nuestro lado para recordarnos que debemos cuidarnos mejor.
Veamos un ejemplo: si estamos trabajando demasiadas horas y no nos permitimos tener momentos con la familia, la pareja, los amigos o a solas, quizás no podamos parar por nosotros mismos, porque somos muy autoexigentes y creemos que al detenernos nos llenaremos de culpabilidad.
Para intentar que nos detengamos, el cuerpo nos va a enviar señales físicas desagradables de que debemos poner el freno. En este caso, el mensaje de la ansiedad es que necesitamos escucharnos y cuidarnos, descansar y disponer de tiempo libre para recargar pilas.
Pero, qué miedo da parar, ¿verdad? Evitamos hacerlo porque sabemos que si conectamos con nosotros, podemos ver que quizá hay algo en nuestra vida que no nos gusta y tendremos la responsabilidad de cambiarlo. Y esas decisiones muchas veces son difíciles de tomar, ya que conllevan cambios e incertidumbre. Entonces pensamos que es mejor no verlo «porque si no lo vemos, no existe».
Maléfica abrazando a Aurora

¿Y si la ansiedad no nos avisara? Pues seguiríamos haciendo cosas para evitar mirar hacia nosotros mismos y las consecuencias físicas y emocionales serían más importantes que la ansiedad. No pararíamos y nos haríamos cada vez más daño.
Escuchemos a nuestra ansiedad para poder ser realistas y no autoengañarnos. Tomémosla como aliada. Recibámosla y apreciemos las ganancias que nos puede brindar. Solo así, se podrá ir.
 
¿Qué ocurre en el corazón de un niño que no es amado?

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Casi ningún padreestá dispuesto a admitir que no ama a su hijo.Sin embargo, esto sucede con más frecuencia de lo que debiera. Basta con ver a un niño que no es amado y enseguida se detectan esas huellas indelebles de la falta de afecto. La diferencia que hay entre un pequeño que es aceptado y querido con uno que no lo es resulta abismal.
Las razones para esa falta de amor son muchas. Una de la más importantes sería que la decisión de tener descendencia no obedeció a un deseo consciente y suficientemente razonado. No había un lugar en el corazón para ese niño y por lo tanto fue imposible construirlo.
Cuando un niño es fruto del desafecto desarrolla conductas y expresiones que manifiestan su desconcierto y su malestar. Él mismo no entiende qué le sucede, especialmente si es muy pequeño. Un niño que no es amado percibe el mundo como un lugar amenazante, se siente solo y haría cualquier cosa porque todo cambiara.
La situación se complica cuando los padres se resisten a admitir conscientemente que sí, que sienten rechazo por el niño. En esos casos, diseñan toda una serie de racionalizaciones para justificar el desafecto o el maltrato. Básicamente, dicen que cada agresión, o cada indiferencia, surgen por el bien del chico. Por eso el niño termina confundido y creyendo que es él quien actúa constantemente de forma reprobable.
Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz”.
-Tom Robbins-
Madre hablando mal a su hija

El niño que no es amado y la culpa
Está la madreque le dice al niño que la exaspera. O que es “insoportable”. Evidentemente muchas de las madres que dicen esto realmente están fuera de sus casillas; sin embargo, es igualmente cierto que muchas de ellas ya estaban con un nivel de estrés muy alto antes de comenzar a interaccionar con el niño.
Algo similar ocurre cuando al pequeñose le hacen exigencias a las que no puede responder, ya sea porque son muchas, mal enunciadas o demanden más habilidades de las que corresponden a su grado de desarrollo. Puede ser que se esté constantemente quieto, que preste atención durante un periodo largo o que ponga la mesa con la habilidad de un adulto. En estos casos son los propios padres, con su falta de visión, los que generan su propia frustración, y lo que es peor, los que hacen que niño se sienta frustrado e incompetente.

Un niño que no es amado percibe que casi todo lo que hace molesta a sus padres. Y que nada de lo que haga es suficiente para que, por fin, ellos lo acepten. Como no tiene la posibilidad de evaluar objetivamente esta situación, lo que desarrolla son fuertes sentimientos de culpa por todo esto. Creará una autopercepción negativa y desarrollará una indefensión aprendida: tiene la sensación de que haga lo que haga el resultado siempre es el mismo, y por lo tanto, incontrolable.
Niño que no es amado triste mirando hacia el suelo


Las huellas de la falta de afecto
Cuando un niño no es amado, su corazón se rompe. Como no logra darle forma ni sentido al sufrimiento que experimenta, lo manifiesta de manera indirecta. Desarrolla comportamientos o ideas cuya función es dejar salir la angustia y el dolor que habita en su interior.
Algunas de las conductas que revelan la carencia de afecto en un niño son las siguientes:
  • Desarrolla miedos y fobias. A la oscuridad, a algunos objetos o animales, a ciertas situaciones. Son incontrolables para el pequeño.
  • Se vuelve muy impulsivo. No logra contener la ira, o el llanto, o la risa, o cualquier emoción. Sus expresiones emocionales siempre tienen un tono exagerado.
  • Es inestable. Hoy quieren una cosa y mañana otra. También cambian de conducta de un momento a otro. Algo típico en los niños, pero en los que perciben que no son queridos este rasgo se pronuncia más.
  • Desarrolla comportamientos ansiosos, como no poder quedarse quieto o estar curioseando todo el tiempo, o cualquier otro tipo de conductas repetitivas
  • Le cuesta concentrarse, fijar la atención y suele tener problemas académicos.
  • Se invisibiliza o lo intenta. Está ahí, pero es como si no estuviera. Trata de esconderse, de parapetarse, de “no existir”.
  • Tiene pocas habilidades sociales. Se siente incómodo o es muy transgresor cuando está con otros niños o adultos.
Un niño que no es amado, sin afecto, se vuelve muy desconfiado. Muestra muchas señales de confusión y de inquietud. A veces son muy necios y otras, extremadamente acartonados y formales para su edad. En general, se les ve tristes, serviles y ansiosos por el refuerzo.
Muñeco de niño en una ventana

El ser humano necesita de caricias, abrazos y palabras cariñosas durante toda su vida. Especialmente en los primeros años, esas muestras de afecto son el alimento emocional necesario para poder crecer: son una necesidad básica, como comer o dormir. Ningún padre es perfecto, pero una vez se tiene un hijo, sí o sí, hay que trabajar para que se sienta querido y acogido en la familia que va a crecer.

 
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