Escritores, por sus escritos los conoceréis.

Juan Villoro: "No éramos mexicanos puros antes de la llegada de los españoles ni lo volvimos a ser con la independencia"


El autor mexicano publica El vértigo horizontal, un conjunto de crónicas sobre el DF, una capital desmesurada que ha pasado de cuatro millones de habitantes a cerca de 20 en medio siglo

"El metro de Ciudad de México representa un sistema de segregación racial", señala Villoro de un país donde abajo sólo transita gente de piel morena mientras los blancos ostentan arriba el poder

"Me parece demagogia que López Obrador exija disculpas a España por abusos ocurridos hace 500 años. El presidente hace un uso interesado del elemento indígena", afirma el escritor

Miguel Ángel Villena
16/04/2019 - 21:43h
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Juan Villoro EFE

Pocos autores latinoamericanos conocen tan bien las dos orillas del Atlántico como el mexicano Juan Villoro. De hecho, puede presumir de mestizaje este prolífico escritor y periodista, hijo de un filósofo catalán y una psicóloga yucateca, residente durante años en Barcelona y en Berlín, profesor en varias temporadas en Estados Unidos y, sobre todo, lúcido cronista de un México tan contradictorio como fascinante.

Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) publica ahora El vértigo horizontal(Anagrama), un extenso recopilatorio de lugares, personajes, ceremonias y sobresaltos sobre una capital desmesurada, cuyas estadísticas sitúan su población en una horquilla entre 17 y 21 millones de habitantes, sin determinar a ciencia cierta. Fruto de décadas de observación y escritura sobre la ciudad en la que nació y donde vive (no sabe si "por voluntad de quedarse o por fatalidad"), el último libro de Villoro traza un magistral friso de un país ahora en el centro de una polémica con España y siempre en conflicto con Estados Unidos.

Sin pretenderlo su autor, El vértigo horizontal aparece cuando todavía no se han acallado los mutuos reproches entre México y España tras la reciente exigencia de disculpas del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, (AMLO), al rey por los desmanes y barbaridades cometidas durante la conquista y la colonia.

Tras subrayar, una y otra vez, su reivindicación del mestizaje, Juan Villoro define así la postura de AMLO: "En México se está haciendo un uso interesado del elemento indígena porque se utiliza retóricamente el pasado para justificar el presente. A mí puede parecerme correcto que nuestro presidente pida perdón por vulneraciones de los derechos humanos cometidos por gobiernos mexicanos recientes. Pero exigir disculpas por sucesos que ocurrieron hace 500 años, me parece un uso demagógico. Además, no conviene olvidar que los aztecas también fueron opresores de otras naciones y pueblos prehispánicos".

Villoro viene a decir, en una entrevista con eldiario.es, sin negar por supuesto los abusos de los conquistadores, que las autoridades mexicanas de hoy deberían predicar con el ejemplo y destaca el caso del llamado tren maya ("de maya sólo tiene el nombre") que, en su opinión, destruye comunidades indígenas actuales en la península del Yucatán mientras se pide respeto para sus antepasados de hace 500 años.

Formado en el periodismo, una profesión que sigue ejerciendo en medios mexicanos como Reforma y en algunos españoles, y autor de una extensísima y variada obra literaria que incluye novelas, crónicas, teatro, ensayos y libros de viajes, este intelectual alto y espigado, de voz pausada y grave, se ha convertido en uno de los escritores latinoamericanos más sobresalientes de su generación. Con su ciudad y su país como protagonistas fundamentales de toda su literatura, Juan Villoro ha estudiado a fondo la convulsa historia de México y ese bagaje le lleva a no incurrir en tópicos maniqueos. "No éramos mexicanos puros", explica, "antes de la llegada de los españoles ni lo volvimos a ser con la independencia. Entre otras muchas paradojas el movimiento por la independencia fue impulsado por muchos españoles de México y la conquista en buena medida fue acometida por comunidades indígenas que estaban sojuzgadas por los aztecas".

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Juan Villoro EFE



Ciudad de México, ciudad nómada
Muy crítico siempre con las clases dominantes mexicanas, el autor de novelas como Arrecife o de ensayos sobre fútbol como Dios es redondo se interroga en su último libro sobre la actualidad y escribe párrafos así: "Doscientos años después de la Colonia es más barato comprar en España un paquete turístico a la Riviera Maya que hacerlo en México y una llamada telefónica de Madrid a la Ciudad de México cuesta lo mismo que el IVA de una llamada en sentido inverso. ¿Qué ha pasado?" Para contestar a esa y otras preguntas ha escrito El vértigo horizontal.

A lo largo de la charla, Villoro recuerda que publicó una crónica sobre el metro de Ciudad de México en marzo de 1994, durante el levantamiento zapatista, para trazar un paralelismo entre los pueblos originarios y la sociedad mexicana contemporánea donde en el suburbano solamente viaja gente de piel morena. Entretanto, los blancos siempre transitan por la superficie y los políticos o los banqueros disfrutan de una situación privilegiada. "El metro", relata Villoro, "como tantas otras metáforas en Ciudad de México, representa un sistema de segregación racial".

No obstante, el escritor nunca ha abandonado su ciudad natal, a pesar de largas estancias en otros países, y define este amor como "neurótico". En cualquier caso, se trata de una urbe con muchos estímulos, muy creativa y rebosante de historias singulares que sirven de constante inspiración para Juan Villoro. Pero no oculta el carácter agobiante de una metrópoli que contaba con cuatro millones de habitantes cuando Carlos Fuentes escribió La región más transparente, en 1958, y que en la actualidad alcanza una horquilla, imposible de precisar, de entre 17 y 21 millones de personas. "Sin duda", manifiesta el autor de El vértigo horizontal, un libro que incluye medio centenar de fotografías, "es un paisaje en constante movimiento, una ciudad que tiene una condición nómada".

A la hora de matizar el título de estas crónicas urbanas, su autor comenta que tendemos a definir el vértigo como algo vertical, pero que inmensidades como La Pampa o la Antártida (o Ciudad de México) avalan que el fenómeno también pueda desplegarse en horizontal. Construida en su evolución como una capital de casas bajas debido al riesgo de terremotos y a la orografía de un terreno que se asienta sobre un antiguo lago, Ciudad de México deriva ahora hacia el modelo vertical de Manhattan.

Así pues, de todos estos prodigiosos cambios, en un estilo entre el periodismo y la literatura, con una suave ironía y un enfoque ácido y tierno al mismo tiempo, da cuenta un Juan Villoro que reconoce que cambia mucho de géneros literarios porque siente curiosidad por muchas cosas. "Podría decir", señala, "que soy muy disperso y, si persevero en esa dispersión, puedo llegar a la versatilidad. Pero, en definitiva, me horroriza el infierno de la repetición. Por ello me gustan los retos diferentes y, si cambio de género literario, tengo la sensación de que no voy a caer en la rutina".

Escritor de un español brillante, variado y lleno de influencias tanto de la calle como de la tradición literaria a ambos lados del Atlántico, Villoro se muestra optimista sobre el futuro de nuestra lengua común que cuenta en México con el mayor número de hispanohablantes: 125 millones de personas. "La lengua en México", concluye, "mantiene su pujanza y su poderío, es un español rico y fuerte, a pesar de que compartimos con Estados Unidos una larguísima frontera, la más cruzada entre un país rico y uno del llamado tercer mundo".

https://www.eldiario.es/cultura/libros/villoro-entrevista_0_888911832.html
 
The writer is not your bitch
Publicado por Bárbara Ayuso
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George R. R. Martin, 2014. Fotografía: Denis Balibouse / Cordon Press.
Este artículo fue publicado originalmente en nuestra revista trimestral número 22, especial bibliofilia.

Está escrito en las enciclopedias: jamás sabremos quién mató a Edwin Drood. La única de las novelas que Dickens no concluyó era la única que realmente necesitaba una conclusión. «Tengo una nueva idea muy curiosa para su final», le confesó a su biógrafo, John Foster, antes de morir. Lo que no dejó dicho es que esa curiosidad sería un letal vitriolo que duraría tanto como lo hiciera el mundo. Y que lo cambiaría drásticamente. Al principio solo parecía una psicosis moderada. Un combate de especulaciones mórbidas. Pugnaron entre sí imitadores, estudiosos dickensianos, discípulos, locos ilustrados malgastando energías en revelar el misterio de quién acabó con la vida del joven arquitecto de la novela. Todo y nada valía, a la misma vez. Ni el muerto ficticio (Drood) ni el muerto real (Dickens) intervendrían por alusiones. O sí.

En octubre de 1872, un mecánico de Vermont, Thomas P. James, entró en trance tras una sesión espiritista y empezó a escribir en contra de la voluntad de su mano. Se proclamó copista al dictado de un espíritu, el de Dickens, que le susurró el final de El Misterio de Edwin Drood. Esa «escritura automática (1)» podría ser el capítulo más estrafalario de lo que se bautizó como «literatura Droodiana», pero es difícil escoger. Charley, el hijo de Dickens y el novelista Joseph Hatton formularon una versión teatral con culpable incluido; y el científico Richard Proctorcontribuyó al caos con Watched by the dead, una hipótesis psicológica del verdadero final que el escritor imaginó. Que contradecía, por cierto, la que propugnaba el ilustrador oficial de Dickens, Luke Fildes, detallada en las páginas de The Times y basada en las prerrogativas que le marcó para las ilustraciones de los personajes.

La boutade se vistió de gala el 8 de enero de 1914, en Covent Garden. Ese día se subió al estrado de los acusados —quizá por ver primera— un personaje no solo novelesco, sino novelado. El tío de Edwin Drood, John Jasper, había sido el sospecho más sospechoso durante casi un siglo, y a él se le acusó. Con G. K. Chesterton como magistrado de la sala y otros ilustres colegas de la Hermandad Dickensiana (como George Bernard Shaw) de letrados, se celebró un lunático y solemne juicio contra Jasper. Impresiona ver el gesto de gravedad de sus rostros en las fotografías del evento. Chesterton acabó acusando a todos los presentes —salvo a él mismo— de desacato y según la crónica de The Manchester Guardian: «El misterio de Edwin Drood pinta ahora peor que nunca». Porque, dicho sea de paso, ni siquiera apareció el cadáver.

«Los papeles de Pickwick (2) mostraron cuánto podía hacer Dickens con las sugestiones de otras personas, El misterio de Edwin Drood muestra qué poco pueden hacer otras personas con las sugestiones de Dickens», escribió un lacónico Chesterton.

Dickens se fue al otro mundo con una deuda. Y el mundo, más o menos, se lo perdonó. Al fin y al cabo, había fallecido sobre (encima de) el capítulo veintitrés del manuscrito, hasta las cejas de laúdano para soportar el dolor y sin dejar que las menudencias de su extensísima familia —el recuento va por once hijos y un número indefinido de mujeres gestantes— le importunaran ni distrajeran de su sagrada misión literaria. Pero el mundo también aprendió una lección: no volverían a dejarle una historia a medias.

Just write it!

Flashback a cualquier día al azar de 2007. O de 2008.

«De una vez por todas: deja de jugar con tu propia mortalidad de hombre obeso y viejo. Ponte a escribir», lee en un correo nuevo. El hombre, efectivamente rubicundo, efectivamente superando la sesentena, coloca el mensaje en la misma carpeta mental —utiliza internet de una manera algo rudimentaria— donde va apilando esa clase de improperios, frecuentes desde 2005.

Ese año hizo lo peor que puede hacérsele a una promesa: ponerla por escrito. La soga se la enroscó él solito al pescuezo: «Tyrion, Jon, Dany, Stannis, Melisandre, Davos Seaworth y el resto de personajes que os apasionan, o a los que odiáis apasionadamente, estarán aquí el año que viene (¡eso espero!) en Danza de dragones […]», garantizó en el epílogo de su último libro. Añadió que, en realidad, tenía medio volumen ya escrito pero prefería dividirlo. Pero el año siguiente, (ni al siguiente), tampoco al siguiente, cumplió el compromiso. Seis años de retraso macerados por el monstruoso éxito de la adaptación televisiva de la saga, Juego de Tronos, que terminó por adelantar la trama literaria. ¿Hace falta que enumeremos lo de los veinte millones de ejemplares vendidos o o su impacto cultural masivo? Ha quedado claro que hablamos George R. R. Martin.

Al escritor estadounidense se le celebra, muy merecidamente, haber transgredido algunas de las convenciones más sólidas del género fantástico. También el haberse convertido en un escritor pop, una celebrity literaria reconocible hasta en los parajes más ignotos, ungido por la revista Time como «el Tolkien estadounidense». No es tan común subrayar que Martin ha movido de sitio las fronteras de otros asuntos, casi todos los que tienen que ver con la relación escritor-lector, ese frágil statu quo. En plata: que la lió parda.

Lo crean o no, lo de menos fue que se restregara por la pernera un buen puñado de fechas, varios deadline y la santa paciencia de sus editores. Tampoco el cacareado «bloqueo del escritor». El problema fue que se sintió perfectamente legitimado para hacerlo y no se avergonzó ni se escondió como un animalito acurrucado y asustadizo. ¿Recuerdan cómo se escabullían por los rincones de la facultad/colegio para evitar toparse con ese profesor al que habían jurado entregarle un trabajo, un capítulo? Bien: George hizo exactamente lo contrario.

Mientras la demora se atocinaba, asistió a un chiflado número de convenciones, se hizo fotos y más fotos con fans. Firmas, charlas, entrevistas en las que exhibía un jacarandoso ánimo. Actualizó su blog con entradas sobre las películas, series o libros que le iban apasionando, sobre partidos de fútbol, política o el noble arte de mesarse las barbas. Viajaba mucho y se vanagloriaba del éxito de su obra en HBO. Felicitaba, cumplidamente, las pascuas. Lo hizo durante los cinco años de retraso, y también después, cuando ya publicado Danza de Dragones (en 2011) prometió que Vientos de Invierno, la sexta entrega de la septualogía, estaría listo en un par de años. Algo que, por supuesto, no pasó. Y sigue sin pasar. Entretanto, lectores de todo el mundo aporreaban sus teclados poseídos por la más voraz de las abstinencias: ACABA LA HISTORIA, GEORGE.

El sosiego, si lo hubo, duró poco. Pronto todos los que se presentaban en su blog lo hacían con el Bloq. Mayús activado y una hilera de saliva espumosa escurriéndose de la boca. Gente que necesitaba saber qué ocurría con Jon Snow para poder continuar con su vida; individuos en pleno uso de sus facultades que amenazaban con los crueles masacres si no se les proporcionaba la ración de páginas anunciadas. En esos días, asomarse a la sección de comentarios era, para cualquiera, algo similar a que un torturador vietnamita te aplicara descargas en el píloro. Una histeria inmanejable. Salvo que fueras el propietario de la página, claro está. El siguió a lo suyo, respondiendo socarrón cuando le interpelaban por la tardanza. Hasta que la oleada de odio tomó un cariz perverso y a George R. R. Martin se le agotó esa mansedumbre de ballenero beodo: el nombre de Robert Jordan se repetía más que el suyo en los comentarios. Entonces, estalló.

No fue por protagonismo, sino más bien una cuestión de entrañas. Robert Jordan era el pseudónimo de James Oliver Rigney, Jr, el escritor fantástico de la saga La rueda del tiempo. Murió como Dickens: sobre su obra. En 2007 la amiloidosis acabó con él a los cincuenta y ocho años, antes de que diera fin a la duodécima entrega, que otro autor (Brandon Sanderson) remató y ensambló. «¡No nos hagas un Robert Jordan! ¿Cómo se atrevió a morir? Qué injusto para nosotros» le increpaban a Martin, los más considerados. Pero para George R. R. Martin no hablaban de otro autor que cambiaba de mundo dejando tras de sí una obra inconclusa. Hablaban de Jim, su amigo Jim.

«A mis detractores», tituló la entrada. En ella vino a decir que asumía su obesidad y su vejez; y recibía el mensaje, alto y claro. Sus fans no querían que hiciera otra cosa que no fuera acabar Una canción de hielo y fuego. Su réplica fue la bellísima canción de Ricky Nelson, «Garden Party». Por si aquello no era suficientemente elocuente, aprovechó una entrevista en televisión para, mirando a cámara, contraer todos los dedos de su rechoncha mano derecha, salvo uno: «Fuck you», profirió, dedicado los que estaban convencidos de que el reventón de coronarias llegaría antes que un nuevo soberano al Trono de Hierro. Desde aquella memorable peineta, su asistente se encarga de monitorear todos los comentarios del blog y de eliminar aquellos ofensivos —rogamos por tu salud mental, Ty Franck— como quien barre el desierto con un cepillo de dientes. «Si quieres comentar sobre otros asuntos, incluyendo, entre otros, la tardanza de Danza de dragones, está bien, simplemente hazlo en tus propios blogs», incluyó, como advertencia.

Dicho y hecho. Martin había amasado una monumental masa de odio, tan poderosa, que encontró trillones de plataformas para canalizarse y fagocitarse a sí misma. En webs como Finish the book, George («Acaba el libro, George») Is winter coming? («¿Llegará el invierno?») o la más caústica Is George Martin Dead («¿Está George Martin muerto?», una especie de casa de apuestas), los fanáticos salían de las sombras y se convertían en apóstatas del autor y todo su universo. Se llaman a sí mismos «GRRuMblers». Un culto creciente de ansiosos, desafectos, impacientes y arrepentidos por un ardor lector considerado en balde. Millones de usuarios que hoy en día siguen, diligentemente, escupiendo su cósmico cabreo en sarcásticas consignas. «¿Por qué no has acabado el libro en el que has estado trabajando durante cuatro años, Master Procastinador? Han organizado juegos olímpicos completos desde entonces, George. Verano e invierno. Y sé cuánto te gustan esos Juegos de Invierno» y otro montón de cosas bonitas. Seres contrariados por la interna batalla de desear una cosa y su contraria: la muerte agónica, inminente y dolorosa de Martin (por no dignarse a cumplir con su deber ahora que amasa fortuna) que a su vez les privaría del desenlace tan largamente esperado. Como a Dickens, también le montaron un juicio, «El pueblo contra a George R. R. Martin», que contempló penitencias que no se atreverían a llevar a cabo ni los dothraki. El término «vago» era una vara de medir insuficiente para atizar a los escritores que se saltaran las fechas de entrega, así que también idearon el cántico Write Like the Wind para recordarle al escritor su mortalidad: «Lewis tardó cinco años en hacer una crónica de Narnia / A Tolkien le llevó doce años y a Rowling, diez/ Lucas invirtió casi tres décadas en Star Wars /Y todos sabemos cómo resultó eso al final», tarareaban.

La excentricidad del propio Martin, hay que reconocerlo, ha supuesto siempre un terreno fértil para el troleo —escribe utilizando solo los dedos índice con un procesador de textos de 1987— y en ocasiones parece resignarse a su condición de hombre odiado. Bromea con el asunto, contesta sin evasivas y ofrece su rostro abundante para promocionar otros de sus proyectos (adaptaciones de sus novelas en HBO y Netflix). Pero en realidad tiene la genitalia a punto de ebullición. En lugar de decirlo, utiliza la boca de otros (3) para decir lo que realmente opina del rencor desaforado que suscita: que esos lectores son una panda de mimados, pertenecientes a lo que llama la «Entitlement Generation» («Generación de los derechos»). Creen que tienen derecho a ese nuevo libro.

¿Lo tienen?

En el fondo de toda esta invectiva, la pregunta sigue sin respuesta desde Edwin Drood: ¿Qué deber tiene exactamente un escritor con su audiencia?

Not your bitch

La decepción es un hueso tan difícil de tragar que acostumbra a pudrirse en muchas gargantas. Antes de abandonarse a la ira, uno de los lectores de Martin acudió al también escritor fantástico Neil Gaiman, en busca de consejo espiritual. Como muchos, estaba ansioso por la dilatada espera y le importunaba que el autor se dedicase a otras novelas o actualizase su blog: «[…] Al escribir una serie de libros, como hace Martin con Canción de hielo y fuego, ¿qué responsabilidad tiene de terminar la historia? ¿No es realista pensar que, al no escribir el próximo capítulo, Martin me defrauda?», planteó.

La respuesta de Gaiman no pudo ser más taxativa: «George R. R. Martin no es tu put*», contestó. La publicación —que merece ser leída en su totalidad, hagan caso— explica pormenorizadamente a Gareth, como se llamaba el lector, por qué él también se había saltado varios deadline y cómo se había estancado con algunas historias. Y, sobre todo, porqué comprar el primero de una saga de varios libros no implica un contrato con el escritor a perpetuidad, ni te autoriza a controlar cómo maneja su tiempo. «Las personas no son máquinas. Los escritores tampoco», adujo. «No tiene por qué estar ahí afuera tecleando lo que tú quieres leer ahora mismo».

Las palabras del autor de Sandman provocaron un cisma literario que también tuvo himno propio (la canción «George R. R. Martin Is Not Your Bitch», del músico John Anealio) que recrudeció aún más la batalla. De un lado, otros escritores bestseller como Charlaine Harris, Nora Roberts o Patrick Rothfuss aprovecharon para sincerarse sobre cómo la presión de sus aficionados, internet mediante, les sometía a un escrutinio implacable. Stephen King recordó que, tras ser arrollado por un camión, la angustia global no versó sobre si sobreviviría, sino sobre cuántas páginas tenía ya escritas de La Torre Oscura. «Un libro no viene con una caja de sugerencias, y el escritor no está obligado a esculpir una historia según tus necesidades específicas. […] Bite me(4)», dijo Roberts. La novelista Joanne Harris intentó —infructuosamente— poner paz. En el festival literario de Manchester presentó un bienintencionado manifiesto de doce puntos para conciliar las posturas de lectores y escritores, y los deberes de estos en el panorama de la interconectividad. Entre otras cosas, reconocía que los autores tienen el «deber moral» de proporcionar un final a sus lectores, una especie de sentido de clausura narrativa.

No se han detectado síntomas de que aquello produjera ningún efecto balsámico: del otro, continúan hiperventilando ante la pantalla quienes consideran que veinte años es demasiado tiempo para cualquier final.

La «literatura droodiana» y la «literatura GRRuMbleriana (5)» son algo más que subproductos literarios basados en obras inconclusas de escritores populares. Son espejos de sus siglos y de su tiempo. Uno es cóncavo y otro convexo, como aquellos del Callejón del Gato que deformaban en Don Quijote y Sancho a todo el que se miraba en ellos. En uno, los lectores son rechonchos y de apariencia más ramplona, pero parecen satisfechos y agradecidos por lo que reciben. Puede descifrarse en su mirada la devoción. En el otro, hay individuos enajenados, resabiados por su propia fantasía e intolerantes con la frustración de no ver complacidos sus deseos. Cualquiera podría confundirlos con clientes, no con lectores.

Ninguno, a fin de cuentas, sabrá quien mató a Edwind Drood.

Un escritor es como un mendigo con un cuenco. Nadie tiene que leer ficción. Un hombre siempre puede gastar su dinero extra en cerveza.

Robert Heinlein, autor fantástico.

(1) Si no tienen mucha faena, pueden echar un vistazo al estudio que realizó la Universidad John F. Kennedy de Orinda (California) sobre los estilos literarios de Dickens y el mecánico. Un parapsicólogo y un programa informático dicen que, bueno, podrían ser de la misma persona.

(2) Primera novela de Dickens, que fue creada a partir de los grabados de Robert Seymour.

(3) En un reportaje en The New Yorker de Laura Miller se recogían las declaraciones del asistente de Martin: «Cree que todos son jóvenes, adolescentes y veinteañeros. Y que su generación solo quiere lo que quiere y lo quiere ahora. Si no se lo dan, se cabrean».

(4) La traducción literal aquí no es la correcta. La expresión viene a significar algo así como «¡Vete al infierno!» o «que te jodan».

(5) Algunas editoriales se han lanzado a publicar libros recopilatorios que se mofan del bloqueo de George R. R. Martin: Waiting for Dragons (Esperando dragones), A Feast for Trolls (Festín de Trolls), A Dance with Detractors (Danza de detractores) o la Encyclopedia GRRuMbliana. Una asombrosa cantidad de esfuerzo para denigrar al autor de unos libros que uno confiesa amar.
https://www.jotdown.es/2019/04/the-writer-is-not-your-bitch/
 
Lijia Zhang: «El capitalismo ha agravado las diferencias de género en China»
Tras sus memorias en una fábrica de misiles, la escritora china más occidentalizada analiza la prostit*ción en «Loto»
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SeguirPablo M. Díez@PabloDiez_ABC
Corresponsal en Pekín
Actualizado:20/04/2019 00:42h0

El loto es una flor bella que nace de aguas sucias. Con esta premisa y un homenaje a su abuela, que fue vendida de joven a un burdel en los años 30, la escritora Lijia Zhang analiza en «Loto» (Editorial Renacimiento) los cambios de China a través de la vida de una prost*t*ta. Nacida en 1964 en Nankín (Nanjing), Lijia Zhang es la escritora china más occidentalizada. Tanto que ha cambiado al modo occidental su nombre, ya que en mandarín se escribe primero el apellido (Zhang) y luego el nombre de pila (Lijia). Viviendo entre Londres y Pekín, escribe en inglés y no en chino, pero eso se debe a que su primer libro, «Western image of Chairman Mao», fue censurado.

A la vista de lo que cuenta, parece poco probable que sus obras se publiquen algún día en China. Entre otras cosas porque habla de su vida, tan apasionante como la de sus personajes. Con solo 16 años, tuvo que dejar el colegio para trabajar en una fábrica estatal de misiles, donde se dedicaba a probar válvulas de presión. Con la Literatura como única evasión y un millón de sueños por cumplir, organizó en su ciudad las protestas pro-democráticas que había propagado la revuelta de Tiananmen en 1989, aplastada a sangre y fuego por el Ejército. Así lo recuerda en «Socialism is great», traducida a siete idiomas.

¿Tiene usted o su familia problemas en China?

Yo tengo pasaporte británico y mi familia, que vive en Nankín, no ha sufrido ningún problema. No soy una disidente. Aunque mis libros y artículos son críticos, también cuento los logros de China.

Aun así, será difícil que en China se publique su libro sobre la prostit*ción.

La prostit*ción es una ventana a las tensiones sociales que ha provocado la apertura y reforma de China, así como su urbanización. El libro está inspirado en mi abuela, que fue una trabajadora sexual de joven. Ella era de Yangzhou (provincia de Jiangsu) y, cuando se quedó huérfana, fue adoptada por una tía que la trató como a una esclava. Mi abuelo la conoció en el trabajo y la tomó como concubina. En 1949 triunfó la revolución del Partido Comunista, que prohibió la prostit*ción. Pero esta volvió con la apertura de China al capitalismo porque el dinero se abrió camino y se relajaron los controles sociales. Con el capitalismo salvaje que hay en China, las diferencias de género se han agravado con respecto al comunismo.

¿Cómo se documentó para escribir este libro?

Fui en un viaje de trabajo a Shenzhen, la primera ciudad que se abrió al capitalismo, y conocí a muchas mujeres que habían emigrado a las fábricas, pero lo habían dejado para «hacer la calle» forzadas por las circunstancias de la vida. Luego trabajé con una ONG que atendía a las prost*tutas repartiendo preservativos, haciendo análisis de sangre y prestando asesoramiento legal. Entrevisté a decenas de ellas, y la mayoría son mujeres pobres y sin educación que vienen del campo. Lo que más me sorprendió fue la violencia que sufren a manos de clientes y de la propia Policía, ya que muchos agentes las violan y luego las confinan en campos de reeducación. Muchas han perdido el hilo de sus vidas y sufren enfermedades o dramas familiares, como malos tratos, divorcios y embarazos no deseados. Otras consiguen retirarse, pero algunas siguen hasta los 60 años. Para sentirse mejor, envían dinero a su familia. Pero, a veces, su vida no es tan miserable como se piensa, ya que se forjan amistades muy estrechas y unas se ayudan a otras, incluso pagando sobornos para conseguir su liberación cuando son detenidas.

¿Acabarían todas estas penurias si la prostit*ción fuera legalizada?

La prostit*ción ha sido legal varias veces en la historia de China. La mejor opción es legalizarla, pero eso es imposible porque China es un país socialista. Debería ser despenalizada y habría que abolir los campos de reeducación.

No solo por las prost*tutas; también por todos los disidentes que acaban allí, sobre todo ahora que ha aumentado la represión con el presidente Xi Jinping. ¿Puede haber otro Tiananmen en China?

El movimiento democrático de 1989 sigue siendo un tabú, pero ocurrió porque la gente quería más libertad y vivir mejor. Tras aplastar las protestas de Tiananmen, el régimen se adaptó y dio desarrollo y libertades, pero siguió controlándolo todo. La jaula se ha agrandado tanto que la gente no la nota, ya que hay muchas oportunidades siempre y cuando uno no se meta en política.
https://www.abc.es/cultura/libros/a...encias-genero-china-201904200042_noticia.html
 
Sospechosas habituales
Publicado por Rebeca García Nieto
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Estatuas Jizo. Ilustración de relajaelcoco.
En otros países, cuando una madre pierde al hijo que esperaba o el bebé muere en sus primeros días de vida, tiene un sitio adonde ir a llorar. En Japón es costumbre que las madres y los padres de estos bebés dejen flores, juguetes o comida a los pies de las estatuas Jizo, unas estatuas pequeñas, del tamaño de un niño, ataviadas con gorros y bufandas rojos, que hay en muchos templos budistas. Según la creencia, Jizo es el protector de estos «niños del agua» que han quedado varados en un río sin cauce. En nuestra cultura occidental no hay ningún ritual de despedida. Es más, en países como Estados Unidos se ha convertido en una costumbre que los médicos prescriban algún tipo de medicación —especialmente, opioides— a las mujeres que han sufrido un aborto espontáneo. Como cuenta Angela Elson en The New York Times, la doctora le recetó Percocet, un potente opioide, y le dijo: «Váyase a casa y duerma». Una pastillita y a dormir. Mañana será otro día. No hay tiempo de pararse a llorar. Con nuestras prisas, y con una tolerancia al sufrimiento cada vez menor, no damos tiempo a que el cuerpo y la mente encajen los distintos reveses de los que la vida está tan surtida. Por supuesto, hay que seguir adelante, y, si se quiere, volver a intentarlo, pero no es buena idea hacer borrón y cuenta nueva. Tampoco lo es vivir demasiado tiempo bajo los efectos de la anestesia.

William Kotzwinkle, autor de El nadador en el mar secreto, en el que narra cómo su mujer pierde al hijo que esperaba tras un parto complicado, dice que «borrar la tragedia sería borrar un pedazo de nosotros mismos». Las pérdidas que vamos acumulando son también parte de nosotros. Una parte esencial de lo que somos.

Por suerte, la epidemia de opioides que asola Estados Unidos no ha llegado a nuestro país. No obstante, tenemos otro problema: apenas hablamos del aborto. Recientemente, la pintora e ilustradora Paula Bonet señaló este tabú al contar los dos abortos espontáneos que ha sufrido en un año. El hecho de no hablar del tema con naturalidad puede contribuir a que en la mente de estas mujeres crezca la idea de que hay algo en su cuerpo que no funciona, que son bichos raros, en definitiva, que no son aptas para ser madres. Sin embargo, nada hay de anormal en un aborto. «Es normal, dicen, que esto suceda (…) Una de cada cinco, más o menos».

Esta frase tan concisa, y tan aparentemente banal, no la dijo un epidemiólogo: la escribió Sylvia Plath en Tres mujeres. Pese a lo descarnado del resto del poema («Pierdo vida tras vida», «forjo una muerte»…), Plath se despoja aquí de toda poesía para decirlo a las claras. Las estadísticas no tienen nada de poético, pero en ocasiones conviene repetir los datos: se estima que entre el 10 y el 20 % de embarazos acabarán en un aborto espontáneo. El riesgo aumenta a partir de los treinta y cinco. En muchas ocasiones no es posible encontrar una causa, ni siquiera en el caso de los abortos recurrentes. Simplemente, es algo que ocurre con frecuencia. Por supuesto, lo más recomendable es seguir las indicaciones de los médicos, evitar riesgos como el alcohol, el tabaco o las actividades físicas intensas. Aun así, como contaba en su relato Paula Bonet, aunque se tomen todas las precauciones, se cuide la alimentación, las horas de sueño… puede suceder.

A pesar de lo anterior, es muy habitual que después de un aborto espontáneo la mujer se sienta culpable. ¿Verdaderamente quería ser madre?, ¿lo deseaba de verdad?

Habría que preguntarse cuánta de esta culpa proviene en realidad de la sociedad en que vivimos. Cabe la posibilidad de que una acabe haciéndose esas preguntas porque quienes la rodean se lo han preguntado, explícita o implícitamente, en más de una ocasión. Al fin y al cabo, las mujeres somos sospechosas habituales.

Nada nuevo, por otra parte: las cuestiones que la escritora y periodista Oriana Fallaciplanteaba hace más de cuarenta años en la magnífica Carta a un niño que nunca nació siguen vigentes. Fallaci fue cuestionada como madre desde el principio, cuando decide seguir adelante con el embarazo sola: «Una mujer que espera un hijo sin estar casada es vista, la mayor parte de las veces, como una irresponsable». En aquella sociedad italiana de mediados de los setenta, la maternidad no era solo un deber de la mujer, sino que, además, había de ejercerse siguiendo los cauces habituales de la familia tradicional. Fallaci se encontró con personas que, teniendo esta forma de pensar, que no querían oír hablar del derecho al aborto ni por asomo, en lugar de felicitarla por su embarazo y decirle «pase, póngase cómoda, descanse», le sugerían que «tal vez podría cambiar de idea».

El embarazo de Fallaci se complicó y se vio obligada a guardar reposo absoluto en un hospital. Su jefe contactó pronto con ella para recordarle que «una mujer embarazada no puede abandonar su puesto de trabajo antes del sexto mes» y advertirle que, si no se reincorporaba, le encargaría el trabajo «a algún hombre, porque a-un-hombre-no-le-ocurren-ciertos-percances» (Fallaci era periodista y el encargo implicaba hacer un viaje). Como solo dependía de sí misma para sacar adelante a su bebé, decidió volver al trabajo, lo que, para su doctor, más juez que médico, suponía faltar a sus «deberes más fundamentales de madre, mujer y ciudadana»: lo que iba a hacer constituía «un homicidio premeditado» y la ley debería castigarla «como a cualquier asesino». Del jefe de Oriana no dijo nada.

Por suerte, la sociedad ha cambiado; ahora es mucho más frecuente que las madres trabajen y no es raro que una mujer decida sacar adelante a su hijo sola. Pero, no nos engañemos, si una mujer dice abiertamente que no está dispuesta a renunciar a su trabajo por el hecho de ser madre, no faltará quien la mire con recelo, como si querer avanzar en la carrera profesional la hiciese menos madre. Como si una mujer tuviera que elegir.

Mención aparte merece el comentario del doctor que atendió a Fallaci sobre el deber de la mujer de tener hijos (a ser posible, sanos). Sylvia Plath, madre de dos hijos, se puso en la piel de otro tipo de mujer que suele estar también bajo sospecha: la mujer que no tiene hijos. En «Mujer estéril» se siente observada, en el punto de mira: «Vacía, resueno hasta cuando doy el más ligero paso, / museo sin estatuas, grandioso con sus pilares, pórticos, rotondas. / En mi patio, una fuente brota y se abisma en sí misma (…) Me imagino a mí misma frente a un público numeroso (…)». Este ejercicio de ponerse en la piel de otras mujeres es algo que deberíamos practicar con más frecuencia (también nosotras, que, a veces, sin darnos cuenta, formamos parte de este público numeroso que observa, y cuestiona, lo que hacen las demás). La maternidad no es un deber, sino un derecho. El que se ejerza o no es decisión de cada mujer, dueña y señora de sus ovarios. Decirle a una mujer cómo, cuándo y en qué circunstancias debe ejercer su derecho es coartar su libertad, y no está tan alejado del terreno que dibujan distopías como El cuento de la criada, de Margaret Atwood, o Future Home of the Living God, de Louise Erdrich.

Que se sepa, Sylvia Plath, que escribió sobre el aborto natural en poemas como «Parliament Hill Fields» o «Nacidos muertos», sufrió al menos un aborto. En «Nacidos muertos» escribió: «Estos poemas no viven: triste diagnóstico. / Los dedos de manos y pies crecieron bastante, / sus pequeñas frentes se abombaron por la concentración. / Si no llegaron a caminar por ahí como personas / no fue por falta de amor materno. // ¡No puedo entender qué les ocurrió! (…)». Hace poco se ha sabido que Plath escribió una carta a su terapeuta en la que afirmaba que su marido, el poeta Ted Hughes, la había golpeado brutalmente dos días antes de sufrir el aborto del que iba a ser su segundo hijo. Un proceso judicial, todavía abierto, ha impedido que las cartas hayan salido a la luz, por tanto, no se pueden sacar conclusiones sobre su veracidad. Mientras el proceso se resuelve, los herederos de Ted Hughes han hecho público un comunicado alegando que la correspondencia entre un paciente y su psiquiatra ha de ser confidencial. Además, dicen, de ser cierto que la poeta lo escribió, habría que tener en cuenta que se trata de las palabras de «alguien que estaba sometida a un intenso estrés emocional debido a la aparente desintegración de su matrimonio».

De nuevo, es la mujer, inestable por naturaleza, la que está bajo sospecha. Poco importa que Sylvia Plath hiciera ya referencia al carácter violento de su marido en varios apuntes de su diario (1) (de hecho, cuando los diarios completos se publicaron, algunos críticos amigos del poeta vieron en los apuntes que aludían al carácter agresivo y a las sucesivas infidelidades de Hughes una prueba inequívoca de la paranoia de Plath). Tampoco parecen importar los testimonios de sus familiares y amigos (al parecer, según le contó una amiga de Plath a Paul Alexander, biógrafo de la poeta, Ted había intentado estrangular a Sylvia durante su luna de miel en Benidorm). Ni la biografía de otra pareja de Hughes, Assia Wevill, que describe al poeta como un tirano. Es curioso que Assia, la mujer con la que Ted le fue infiel a Sylvia poco antes de que esta muriera, acabara suicidándose del mismo modo que ella. Y más aún que, en sus diarios, culpara al fantasma de Sylvia Plath de hacerla pensar tanto en el su***dio.

No es casualidad que los herederos del poeta laureado apelaran a la supuesta inestabilidad emocional de la poeta para desacreditarla. Quienes no han pasado por la escuela mensual de la sangre, como dice Fallaci, suelen asociar feminidad con inestabilidad emocional y, por extensión, con irracionalidad. Sufrir un intenso estrés emocional no te convierte necesariamente en una mentirosa. Y, volviendo al tema que nos ocupa, tener altibajos emocionales durante el embarazo tampoco te convierte en culpable de nada. Fallaci describe momentos de alegría y seguridad, pero también de miedo, de duda. El hecho de desear que todo termine, que acaben de una vez las náuseas y los vómitos, no significa que no se quiera ser madre «de verdad». El doctor que la atendió insinuó que a veces el rechazo al bebé se producía de una forma inconsciente: «En casos extremos —y muy lejos estaba él de querer pisar el terreno de la ficción científica o psicológica—, se podía hablar de un pensamiento que mata».

Este tipo de creencias, que, aunque no sea intención del doctor, caen de lleno en el charco de la ficción psicológica, tienen su importancia de cara a elaborar el duelo. Un sentimiento de culpa excesivo, con frecuencia disfrazado de rabia, puede entorpecerlo, alargarlo. Para zanjar el asunto de la culpa de una vez por todas, cedo la palabra al mayor experto en la materia: Sigmund Freud. Cuando murió su hija Sophie, Freud escribió a su yerno una carta de consuelo muy poco freudiana: la muerte «es un acto absurdo, brutal del destino […] del cual no es posible culpar a nadie […], sino solo bajar la cabeza y recibir el golpe como los seres pobres, desamparados que somos, librados al juego de la fuerza mayor».

Una vez encajado el golpe, antes o después, la cabeza tiende a enderezarse. Nos guste o no, la vida continúa, incluso después de este tipo de finales. En literatura decimos que un final es abierto cuando algunas preguntas quedan sin respuesta, cuando hay tramas que no se cierran. Tras salir del hospital, los protagonistas de El nadador en el mar secreto, Diane y Laski, regresan a casa. Es entonces cuando se dan cuenta de que vuelven a ser solo dos. Desde luego, se trata de una imagen devastadora, pero ese «volver a ser dos» contiene también la posibilidad de un nuevo comienzo.

(1) Por ejemplo, 26 de marzo de 1956: lunes por la mañana. París: «(…) me lavé la cara amoratada, con un cardenal de Ted, y el cuello, también magullado (…)».
https://www.jotdown.es/2019/04/sospechosas-habituales/
 
Un tour ilustrado por las raíces de Kafka, el "bicho raro" que trataba de huir de la tiranía de su padre

Creación cultural

Libros del Zorro Rojo publica una biografía ideal para quienes desean tener una primera aproximación a la vida y obra del autor de La metamorfosis

Se trata de un repaso por las características que han influido al escritor durante toda su trayectoria, como el judaísmo, las dificultades con sus parejas o la tuberculosis

José Antonio Luna
21/04/2019 - 20:27h
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Ilustración de Kafka realizada por Renáta Fučíková para la biografía 'Franz Kafka: el hombre que trascendió su tiempo'

El dios Cthulhu es hijo del miedo: 7 fobias de Lovecraft con las que construyó su universo
El primer relato de Franz Kafka, aquel que empezó a definir su estilo, no fue uno lleno de tachones ni pensado durante meses. Todo lo contrario. La condena (1912) fue escrito en una sola noche del tirón, desde las diez hasta las seis de la mañana. Según cuenta el autor en su diario personal, acabó tembloroso y con las piernas entumecidas de estar tanto tiempo sentado, pero con la satisfacción de cruzar la meta tras una maratón intelectual. Las pocas fuerzas que le quedaban, las aprovechó para escurrirse hacia la cama y apagar la lámpara justo cuando la luz del sol ya entraba por la ventana.

En torno a Kafka sobran palabras, pero aún así nunca parecen suficientes. A rasgos generales se suelen tener claros tres aspectos del escritor: que era judío, que escribió una historia sobre un insecto y que tuvo ciertas dificultades familiares. Sin embargo, para sobrepasar la línea de lo anecdótico nace Franz Kafka: el hombre que trascendió su tiempo(Libros del Zorro Rojo), una bibliografía sobre el praguense ideal para quienes desean tener una primera aproximación de su vida y obra. Además, se encuentra escrita por Radek Malý, poeta y traductor; e ilustrada de forma soberbia por la artista Renáta Fučíková.

La obra no se limita a recopilar novelas en forma de listado, sino que ofrece un tour por todas las marcas personales de Kafka, desde sus raíces lingüísticas hasta sus relaciones amorosas pasando por la influencia de Praga, la ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Por el camino, la biografía también recopila extractos de sus narraciones, cartas y diarios que ayudan a transmitir la atmósfera que definió al literato. Por ello, con ayuda de Radek Malý, hemos seleccionado algunos de los muchos puntos en los que se centra el libro para ofrecer una perspectiva general de lo que se puede encontrar entre sus páginas. Comencemos el viaje.

Praga
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Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883, una ciudad que hoy le rinde homenaje de las formas más variadas: con postales, camisetas, tazas e incluso con esculturas. Sin embargo, a pesar de que el autor hizo de la capital de la República Checa un fenómeno mundial, este no siempre tuvo buenas palabras para ella. Se dividía entre el amor y el odio, entre la admiración a las imponentes catedrales y la depresión por vivir rodeado de sombrías edificaciones. "Parece está allí un poco en contra de su voluntad, y tal vez es por eso que sus novelas se transforman en un lugar extrañamente angustiado, cuyos edificios, un templo, una universidad u oficinas, tienen a su vez un significado simbólico para él", apunta el biógrafo.

"Praga no deja que te marches. […] Madre con garras. […] Tendríamos que quemarla desde ambos extremos, desde Vyšehrad hasta el castillo, tal vez entonces se podría huír de ella", se puede leer en el extracto de una carta a Oskar Pollak, historiador del arte y compañero de clase de Kafka. De hecho, exceptuando algunas historias de su juventud, ninguna de sus obras se desarrolla explícitamente en esta localidad. Eso sí, el entorno descrito en sus novelas es claramente en gran medida praguense. "Personas que cruzan los puentes oscuros alrededor de santos con lucecitas vacilantes. Nubes que se extienden por el cielo gris sobre las iglesias con las torres que desaparecen en las tinieblas", volvió a escribir a su amigo Pollak sobre la ciudad, esta vez en forma de poema.

El judaísmo
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Kafka nació a finales del siglo XIX, en una Praga en la que los judíos ya gozaban de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos y en la que podían moverse con libertad fuera del gueto. En ella no solo predominaban los alemanes, sino que era un cóctel de lenguas y culturas. Además, algunos de sus habitantes defendían la independencia del imperio austrohúngaro, lo cual dio lugar a una serie de tensiones que se verán reflejadas en el matiz inquietante de sus obras.

En el caso concreto de Kafka, este se interesó por un tipo de judaísmo: el jasídico, que daba especial importancia a lo místico y lo sobrenatural. Según Malý, "la relación de Kafka con el judaísmo no estaba del todo clara. Aunque nació en el antiguo gueto de Praga, donde nos encontramos con monumentos judíos a cada paso, su padre trató de separarse de la comunidad judía y su familia fue declarada oficialmente checa". Aun así, esto no le evitó interesarse también en otros movimientos como el sionismo, que defendía la emigración a Palestina y la creación de un Estado judío.

Un padre difícil
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Franz fue el mayor de seis hermanos y, aunque sus progenitores esperaban que en un futuro se encargara del negocio familiar, este tenía otros planes bien diferentes. Quería un futuro que no pasaba por trabajar como vendedor de puerta en puerta ni como empleado de una mercería, sino en las letras y la imaginación.

Esto provocó que Kafka, en ocasiones, se sintiera encerrado en un caparazón, incomprendido por aquellos que le rodean y que lo contemplan como un bicho raro, algo de lo que dejó constancia en La metamorfosis (1915). "El conflicto entre un escritor novato y su padre no era inusual en ese momento: muchos jóvenes de la generación Franz, que se convirtieron en artistas o intelectuales, tenían puntos de vista bastante diferentes sobre la vida de las generaciones de sus antepasados", explica el poeta.

Su padre era representaba todo lo opuesto a su personalidad. Hermann le presionaba para que se casara y tomara las riendas de la empresa de los Kafka, motivándole también a transformarse un hombre dominante para formar una familia con pulso firme, tal y como él hacía. De hecho, como aparece en la biografía, Franz describió a su padre como un tirano, uno con capacidad para dictar el destino de todos aquellos que le rodeaban.

Sin éxito en el amor (hasta el final)
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A la izquierda: dibujo de Felice Bauer. A la derecha: Julie Wohryzek



Al contrario de lo que se suele pensar, Kafka no fue alguien solitario, introvertido y continuamente depresivo. No obstante, tampoco destacó por tener éxito en el amor. Franz fue un hombre tímido que, aunque tuvo varias parejas, no consiguió tener una relación verdaderamente fructífera hasta la última.

La primera de ellas fue Felice Bauer, hija de un comerciante berlinés que deseaba un casamiento sobre el que Kafka mostraba sus dudas. Posteriormente llegó Julie Wohryzek, descendiente de un zapatero judío. Su cultura fue suficiente para que el padre de Franz se opusiera al compromiso entre ambos y acabara forzando la ruptura. En cambio, el trato con la periodista checa Milena Jesenká fue prácticamente epistolar. Solo se vieron en dos ocasiones, motivo por el que la relación acabó difuminándose.

Quien la acompañó hasta el final de sus días fue Dora Diamant, hija de un comerciante judío. "Probablemente solo con Dora pudo tener una relación verdaderamente completa. Gracias a ella, salió de Praga y se mudó a Berlín, donde fueron felices a pesar de vivir de forma muy austera. También planearon mudarse a Palestina, donde querían cumplir uno de sus sueños: un restaurante en el que ella sería la cocinera y él camarero", destaca Malý. Pero, como comprobaremos en el siguiente punto, ese sueño no se pudo realizar.

Tuberculosis
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A mediados de agosto de 1917, Kafka se despertó en mitad de la noche vomitando sangre. Era el inicio de la que acabaría siendo su peor pesadilla: la tuberculosis, una enfermedad bastante extendida que por aquel entonces era prácticamente incurable. "Luchó contra la tuberculosis durante los siguientes siete años, lo que cambió radicalmente su forma de vida", apunta el biógrafo. El escritor se dedicó a viajar fuera de Praga, a cuidarse en balnearios y, aunque en un principio lo negó, a seguir los métodos de la medicina clásica.

"Quién me soportará en el hotel si toso como ayer, de 9:45 a 11:00, ininterrumpidamente. Luego me duermo, y hacia las 12:00 doy vueltas y más vueltas en la cama y vuelvo a toser hasta la una", escribió en una carta a Milena Jesenká desde un sanatorio en el norte de Italia, en Merano. Allí, mientras los pacientes tomaban el sol y seguían estrictas dietas, Franz se dedicaba a la lectura y la correspondencia. No sirvió demasiado. Finalmente, el autor murió en los brazos de Dora el 3 de junio de 1924. "Un día vivido con Franz supera todo lo que jamás hubiera escrito", sentenció su última pareja.

https://www.eldiario.es/cultura/libros/raices-Kafka-Praga-tirania-padre_0_889611796.html
 
Simenon el excesivo
Publicado por Ignacio Vidal-Folch
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Fotografía: Cordon.

Muchos años después de abandonar el nido familiar, pasar varias décadas a distancia en Francia y en Estados Unidos e incluso dar un par de vueltas al mundo, Simenon regresa a la Lieja de su infancia y su primera juventud para acompañar a su madre, que está desahuciada y espera la muerte en el hospital. De niño y hasta que alzó el vuelo con diecinueve años de edad fue «un petit mal aimé», su madre prefería a su hermano. Todo está fijado en la infancia. Después del colegio ya podríamos morirnos pues ya allí aprendimos lo fundamental y ya nos fosilizamos en lo invariable. En el caso de Simenon, de aquella carencia infantil vendrían las casi doscientas novelas que escribió y las famosas diez mil mujeres con las que según sus cálculos se acostó a lo largo de su vida.

Después, ahora, entra en la habitación del hospital, la encuentra llena de gente desconocida que está allí acompañando a la anciana enferma, y esta le pregunta desde el lecho:

—Georges, ¿por qué has venido?

Una interpelación aterradora, dadas las circunstancias. Circunstancias e interpelación que empujaron al novelista a explicarse el porqué de la distancia y frialdad que habían caracterizado, definido, sus relaciones con su madre, y a corregirlas mentalmente, cuando ya era demasiado tarde, y en definitiva a comprender a aquella mujer en la que siempre había pensado con reproches y juzgado con severidad, para comprender por fin pero demasiado tarde, demasiado tarde para el amor, para el afecto, que al fin y al cabo Henriette Brüll solo había sido un pobre mujer, viuda, de un medio humilde, saturada de orgullo humillado, que había tenido que apañarse con lo que podía, tanto en lo relativo a los valores y mentalidad como en la persecución obsesiva de la seguridad material. No se le hubiera podido pedir más.

De este trauma y episodio sale el más interesante de los numerosos textos autobiográficos que Simenon escribió o dictó al magnetofón y que ocupan varios miles de páginas, la «Carta a mi madre»:

… tuviste otro gesto que por un lado me hirió mucho, pero, por otro, me obligó a admirarte. En mi despacho, me tendiste un sobre con todo el dinero que yo te había enviado, mes tras mes, durante más de cincuenta años.

Curiosamente, al poco tiempo de fallecer la madre, Simenon dejó de escribir sus mundialmente celebradas novelas, cuatro y seis al año por término medio, en las que el protagonista solía ser un alter ego del autor, un hombre de su misma edad, que vivía donde él había establecido su residencia, o en lugares que había entrevisto durante sus viajes de periodista VIP el tiempo suficiente para sugerirle una atmósfera, que compartía su visión del mundo desesperanzada, y que —esto a diferencia del autor— se veía envuelto en un crimen, como autor, como testigo o como víctima.

Él, pues, el prolífico novelista, el mujeriego desatado, empieza y acaba con mamá. Esas novelas fatalistas —«novelas del destino» llaman a las que no protagoniza el comisario Maigret—, todas cortadas por el mismo patrón estructural y protagonizadas por un pobre hombre de íntima e incurable soledad, corren en paralelo a una vida amorosa, o mejor dicho erótica, o para ser más exactos, fornicatoria, desmesurada, con la que mantiene una relación especular: igual que escribe tantas novelas y tan rápidamente, tumba a tantas mujeres, esposas, criadas, secretarias y sobre todo prost*tutas, y ese conocimiento de naturaleza utilitaria del cuerpo ajeno se traslada al mundo novelesco, que es de un desolado autismo sin redención ni elevación, donde los personajes, como pobres animales sin moral, en un anochecer lluvioso buscan un rincón calentito junto a la estufa, y un poco de calor humano también, mientras esperan la llegada de la policía, que viene a prenderles, claro.

Quizá estoy aventurando una conjetura freudiana totalmente estúpida. Quizá sencillamente se trata de que Simenon escribió muchísimo, ganó muchísimo dinero y le pareció oportuno gastar una pequeña parte de él en fornicar sin tasa con mujeres de intimidad rápidamente accesible.

Fue prematuro, a los trece años empezó su vocación literaria decidida y su inclinación al otro s*x*. Luego se acentuaron las dos pulsiones, como cuenta en sus Memorias íntimas. «Mi padre murió cuando en Amberes, donde estaba como enviado de la Gazette de Liège, hacía yo el amor con una prima lejana en un hotel de citas. Al volver a Lieja encontré en la estación a Tigy [su novia] y a su padre, que me estaban esperando para darme con mucho tacto la noticia». Y poco después, el huérfano de diecisiete años ya se había desprendido «del reloj de mi padre, al que adoraba, para pasar una noche con una negra a quien deseaba ardientemente».

Curiosamente en un novelista lacónico, maestro en describir paisajes y estados de ánimo con economía extraordinaria de adjetivos, las Memorias íntimas, escritas para consolarse del su***dio de su hija y explicarse ante sus otros tres hijos, a quienes van explícitamente dirigidas y a quienes interpela de vez en cuando, constituyen un texto prolijo, divagatorio, moroso en el detalle insignificante y en la menudencia, incapaz de síntesis, salpicado de confesiones embarazosas, como cuando cuenta a sus hijos la primera noche que pasó con su madre, entonces ya internada en una clínica a causa de su demencia alcohólica:

Desnuda, resultaba más flaca aún de lo que yo me había imaginado. Tenía unos pechos de adolescente y el vientre surcado por una gran cicatriz de un rojo intenso.

Me abalancé sobre ella y apenas la había penetrado cuando empezó a gemir y a estremecerse. El gemido se convirtió en unos gritos que se debieron de oír hasta en la habitación contigua. Finalmente, la sacudió un espasmo y sus ojos quedaron en blanco, lo cual me asustó no poco.

Yo había conocido a muchas mujeres, pero jamás había visto a ninguna gozar de aquel modo. Por un momento, me pregunté si su goce no sería fingido, y no andaba equivocado. De hecho, tuve que esperar más de seis meses para verla gozar de verdad.

Leer fragmentos como este no es nadar en el romanticismo ni en el erotismo más excitante y sutil, ni parece que sea el tipo de recuerdos que vale la pena transmitir a los hijos, pero desde luego Simenon desconocía o desdeñaba el pudor y creía necesario que su escritura rindiese tributos continuos y honestos a la más llana realidad. Era un hombre al que le gustaba mostrarse sin disfraz ni embellecimiento. Sin vanidad aparente, a pesar de su éxito monstruoso. Capaz, a propuesta de una revista, de redactar su propia esquela en los siguientes términos:

Conocí momentos de felicidad en la mayoría de los países del mundo, me integré en todas partes sin dificultad, pero evidentemente lo que más me marcó fue mi infancia y mi adolescencia en Lieja. Creo que he escrito en algún sitio que hasta la edad de dieciocho años uno almacena, y que luego lo único que hace es utilizar lo inconscientemente almacenado. No me considero un gran novelista, sino un hombre que ha escrito muchas novelas, he empleado mis ratos libres en hablar ante el magnetófono, lo que ha dado pie a la serie de los Dictées. Luego, con grandes esfuerzos, he escrito mis Memorias íntimas, y después de eso he dejado de escribir y de dictar. He ido al Ayuntamiento de Lausanne y he hecho cambiar en mi documentación la profesión de «novelista» por la mención «sin profesión».

Esto es una autodefinición que procura la objetividad más seca, limpia de vanidad y autoengaño, alérgica a la pompa. El que, a pesar de su éxito extraordinario, declara que «no me considero un gran novelista, sino un hombre que ha escrito muchas novelas» demuestra, una vez más, que ni los triunfos ni las tragedias de su vida le infatuaron ni le desplazaron de un punto de vista objetivo. Se contemplaba a sí mismo con la misma intensa curiosidad y radical escepticismo con que observaba a los demás.

En realidad la idea de Simenon es un poco triste, como la memoria de sus novelas, en las que no recuerdo que haya una sola escena humorística. Al margen de episodios encantadores, como la juvenil navegación de 1929-1931 en una barca de cinco metros de eslora, en compañía de su mujer, de su criada y del perrito por los canales de Francia, conociendo el país desde la perspectiva de sus patios traseros, de sus salidas al agua, del tráfico de las gabarras, deteniéndose unas horas cada día para teclear furiosamente unos folios, no hay nada exaltante en esa vida, por otra parte tan peculiar. Quizá estuvo en lo cierto el filósofo alemán Hermann von Keyserling, que poco antes de la guerra le convocó a Darmstadt para someterle durante tres días y tres noches a una batería de preguntas, de las cuales sacó la conclusión de que el novelista «es un imbécil con genio».

A lo que este respondió: «Soy ininteligente. No imagino. Solo tengo una excelente memoria».

Lo más interesante es el sistema que le permitió escribir ciento noventa y tres novelas, muy parecidas entre sí pero muchas de ellas excelentes. No le molestaba explicar cuál era ese sistema, con sinceridad comprobada por la investigadora Claudine Gothot-Mersch al estudiar numerosos reveladores documentos del archivo Simenon, según expuso en «Le rituel de l’écriture» en Simenon: l’homme, l’univers, la création (1993) y que resumo a renglón seguido:

Todo empezaba, según contó en alguna ocasión, por una sensación de «encontrarse incómodo consigo mismo», señal de que se hallaba «en estado de novela», en gestación. A partir de ese estado inicial salía a dar largos paseos, rumiando y observando, hasta dar con algo que le despertaba algún recuerdo:

Hoy hay un poco de sol aquí. Esto podría recordarme tal o cual primavera, quizá en alguna pequeña ciudad italiana, o cierto lugar de la provincia francesa o de Arizona, no sé, y luego, poco a poco, me vendrá a la mente un pequeño universo, con algunos personajes.

La rumia podía durar algunas semanas. Cuando notaba que uno de esos personajes cobraba vida propia, el escritor le buscaba un nombre que le cuadrara, seleccionando de las largas listas de nombres y apellidos que había confeccionado a partir de unas cuantas guías telefónicas. Una vez definido el ambiente, el protagonista y cómo se llama, y algunos detalles más, la siguiente etapa consistía en apuntar en un sobre amarillo —superstición que mantuvo toda la vida para conjurar el éxito de la primera novela y el primer sobre amarillo— el título y los nombres y datos de los personajes principales, :

Primero toda la familia del personaje, hasta el abuelo y la abuela (…) Necesito saber todo el pasado, la infancia de mis personajes, a qué escuela fueron, cómo vestían a los dieciocho años. Necesito un plano de su casa, su número de teléfono, su dirección, saber si tienen cuñados o cuñadas, si se ven a menudo…

Una vez decidido el decorado y el personaje, pasaba a pensar en la intriga:

«Dado este hombre, el lugar en el que se encuentra, dónde vive, el clima en el que vive, dada su profesión, su familia, etcétera, ¿qué puede sucederle que le fuerce a ir hasta el fondo de sí mismo?». Un acontecimiento que de repente cambie el curso de la vida del héroe —o, mejor dicho, antihéroe—. Este acontecimiento, que puede ser una enfermedad, una muerte, el descubrimiento de un secreto, será el tema del primer capítulo de la novela. Y al día siguiente, con una idea más bien vaga de lo que sucederá en adelante, Simenon se pone a escribir, con una estricta economía de vocabulario y alternando de forma libérrima el desarrollo de los hechos con las evocaciones retrospectivas de la vida del protagonista.

Escribía en estado de trance en una habitación con las cortinas corridas un capítulo al día, en menos de tres horas, desde las seis y media de la mañana a las nueve, y directamente a máquina. Al cabo de una semana la novela estaba terminada, a falta solo de algunos días más para corregir, retocar, pulir.

Quizá no es el único autor que sigue este procedimiento: primero definir el ambiente, luego al protagonista y los personajes, en tercer lugar el hecho traumático, y a continuación se trata de dejar que estos elementos conduzcan naturalmente a su conclusión lógica.

Receta en la que falta, claro está, un ingrediente inefable o dos, el talento, el azar.
https://www.jotdown.es/2019/04/simenon-el-excesivo/
 
Todo es empezar
Publicado por Carlo Frabetti
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Orgullo y prejuicio, 2005. Imagen: Universal Pictures / Studiocanal / Working Title Films.
Es una verdad universalmente admitida que un hombre soltero y poseedor de una gran fortuna necesita una esposa.

Empezar con una frase que incite a seguir leyendo es el primer objetivo de cualquiera que escriba un libro (a excepción de Kafka, tal vez, que no quería ser leído). Como saben quienes escriben y quienes leen con atención, es más importante —y más difícil—terminar bien un libro que empezarlo; pero si llegamos al final es que ya lo hemos leído, mientras que al abordar la primera frase aún no hemos decidido leerlo, o podemos cambiar de opinión. La primera frase de un libro es el equivalente literario de la primera impresión que nos llevamos al conocer a alguien, y esa es una de las causas del consabido terror a la página en blanco.

«It is a truth universally acknowledged, that a single man in possession of a good fortune, must be in want of a wife». ¿Por qué nos atrapa un comienzo como este? ¿Por qué se convirtió en una de las frases más conocidas y celebradas de la literatura inglesa? Es una afirmación banal, un tópico insulso. Y precisamente por eso nos intriga: ¿por qué empezar una novela con una supuesta obviedad? Para cuestionarla, probablemente, o para presentar un caso en el que esa «verdad universalmente admitida» no es toda la verdad y nada más que la verdad. Especialmente si la novela se titula Orgullo y prejuicio. En pocas palabras, esa primera frase que aparentemente no dice nada, pues se limita a repetir un tópico, nos anuncia varias cosas y nos invita a hacernos algunas preguntas.

Del diálogo del título con la frase inicial deducimos que un hombre soltero y muy rico conocerá a una esposa potencial, y que el encuentro será conflictivo, pues los nombres propios de los protagonistas, que en otras famosas historias de encuentro titulan adecuadamente la obra —Dafnis y Cloe, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Hermann y Dorotea—, son sustituidos por dos nombres comunes, y además abstractos, lo que confiere a la novela un cierto aire de alegoría o auto sacramental: vamos a asistir al enfrentamiento de un gran pecado individual, el orgullo, y un gran vicio colectivo, los prejuicios. Y la pregunta que surge inmediatamente, y con la que la novela juega de forma magistral, es: ¿puede haber un vencedor en tal contienda?, ¿no llevará necesariamente a la ruina a ambos protagonistas? La situación recuerda la paradoja física de la fuerza irresistible que choca con un objeto inamovible. Y aunque en el fondo sepamos, puesto que se trata de una novela romántica, que el amor acabará doblegando el orgullo y derribando los prejuicios, la autora llega a convencernos —apelando a un segundo nivel de la «suspensión de la incredulidad»— de que el conflicto es irresoluble. Una de las claves del éxito de la novela es que consigue una «fusión de contrarios» aparentemente imposible: la del poder catártico de la tragedia con el reconfortante bálsamo de un final feliz. Consigue, sin trucos ni artificios, un efecto pendular parecido al de esas historias tramposas en las que se mata a los protagonistas para resucitarlos al final.

Orgullo y prejuicio, al igual que Sentido y sensibilidad, la primera novela de Jane Austen, es una historia triste con final feliz. Como algunos cuentos de hadas cautivadores y terribles. «Los cuentos maravillosos —dice Chesterton— nos enseñan dos cosas: que hay ogros y que podemos vencerlos». La obra de Austen —así como su accidentada biografía— nos enseña, además, que los ogros los llevamos dentro. No deja de ser significativo que haya inspirado el delirante pastiche Orgullo y prejuicio y zombis, novela de Seth Grahame-Smith (llevada al cine por Burr Steers en 2016) en la que las hermanas Bennet son aguerridas luchadoras que, a la vez que afrontan sus complejos problemas sentimentales, tienen que lidiar con los muertos vivientes que intentan devorarlas. Toda una metáfora.
https://www.jotdown.es/2019/04/todo-es-empezar/
 
Susan Sontag: "Todas mis relaciones son eróticas"
  • MANUEL LLORENTE
Domingo, 12 mayo 2019 - 02:02
Se publica por primera vez en España la entrevista completa que la pensadora concedió a la revista 'Rolling Stone'. Sin desperdicio.

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Susan Sontag en el Festival Internacional del Libro de Edimburgo, 2003.MURDO MACLEOD
Tres horas estuvo hablando Susan Sontag en junio de 1978 en su casa de París con el periodista Jonathan Cott, de la revista Rolling Stone. Cinco meses después y a petición de la escritora (y pensadora y cineasta) se vieron en su piso de Nueva York, ante 8.000 libros, para hablar de otros temas pendientes. Ahora, a partir del 3 de junio, la editorial Alpha Decay publica por primera vez en España un libro que recoge aquellos encuentros, Susan Sontag. La entrevista completa de 'Rolling Stone'.

De casi todo se habla sin prisa y a fondo. También del cáncer de mama que padeció: "Me pasé un año y medio yendo al hospital tres veces por semana. La enfermedad y sus metáforasy el ensayo que escribí sobre la guerra de Vietnam [Viaje a Hanoi] son quizá las dos únicas estancias de mi vida en que supe que lo que estaba escribiendo no solo era verdadero sino también útil". Todo le interesaba. "Si tuviera que elegir entre los Doors o Dostoievski eligiría a Dostoievski. Pero, ¿tengo que elegir?". Así era y es Susan Sontag (1933-2004). Desafió estereotipos como masculino/femenino y fue fiel tanto a la alta cultura como a la popular. La Esfera ofrece, a través de sus palabras, un decálogo que mantiene aún todo su vigor.

"NO TENGO DONDE VOLVER"
"Me gusta la intimidad, soy algo inhibida, de modo que me gusta estar rodeada". Susan Sontag confiesa que la primera vez que escribió sobre su vida fue en un ensayo sobre Vietnam en 1968, Viaje a Hanoi. Venció su pudor tras entender que para hablar sobre ellos, sobre la guerra, lo mejor sería "incluirme a mí misma": esto se convirtió en una especie de sacrificio. "Eso me transformó". Más adelante advierte: "No escribo autobiográficamente: sigo mis fantasías, y mis fantasías son fantasías sobre el mundo, no sobre mí misma haciendo esas cosas".

Jonathan Cott le recuerda que, tras la entrevista en París, Sontag le dijo que habría que completarla porque podría variar de opiniones: "Siento que cambio todo el tiempo. Se supone que un escritor es alguien que o bien se dedica a la auto expresión o bien trabaja para convencer a la gente, pero ninguno de los dos modelos funciona para mí. Yo escribo en parte para cambiarme a mí misma, para sacarme ideas de encima. No creo en ellas después de escribirlas porque ya me he mudado a una nueva concepción de las cosas". Quizá esto tenga que ver con su itinerancia: "Tuve una infancia completamente desarraigada, viví en muchos lugares distintos: el sur de Arizona, Los Ángeles, Berkeley, Chicago, Harvard, Nueva York, París ("la Francia de Valéry y Flaubert"). Pero prefiero Nueva York. Hay que crearse un espacio propio con mucho silencio y muchos libros". Y remata: 2No tengo lugar alguno donde volver, me he pasado la vida escapando".

"EL ROCK CAMBIÓ MI VIDA"
"Me encanta el rock and roll, me cambió literalmente la vida. De niña, en los 40, sólo escuchaba a crooners y de pronto escuché a Johnnie Ray cantando Cry y algo me pasó en la piel". Después descubrió a Bill Haley and the Comets y en 1957, en Inglaterra, donde estudiaba, escuchó a grupos influidos por Chuck Berry. "El rock and roll fue la razón de mi divorcio, dejar el mundo académico y empezar una vida nueva. Era como el verso de Rilke: Debes cambiar tu vida". Susan Sontag recuerda que a finales de los 50 había una separación radical entre la cultura popular y la alta cultura, "no conocí a nadie que estuviera interesado en las dos y yo lo estuve siempre. Parece bastante convincente sostener que el budismo es el momento espiritual más alto de la humanidad y que el rock and roll es el movimiento de música popular más importante que haya existido jamás.

LA LOCURA Y LOS MARGINALES
"¿No crees", pregunta Susan Sontag a Jonathan Cott, "que hay un montón de gente que acepta las ideas de R.D. Laing de que los locos, después de todo, saben algo que nosotros no sabemos y han llegado hasta algún confín de la conciencia? Hace poco apareció en The New York Review of Books un artículo de Nigel Dennis, uno de los escritores que más admiro, que reseñaba un libro sobre el tratamiento de Nadia, una niña de cinco años que era una artista brillante que podía dibujar como Goya". Y añade que era una niña cualquiera pero autista. "La curaron y ya no puede dibujar". Cott: "Es lo que dice Rilke: 'No me quiten mis demonios porque mis ángeles se irán con ellos'". Sontag: "Sí, y eso pasa porque las dos cosas van juntas". Y añade: "El mundo debería ser un lugar seguro para los marginales, la gente siempre debería tener la posibilidad de sentarse en la vereda de brazos cruzados. Estoy totalmente a favor de los desviados".

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Susan Sontag, 1979.SOPHIE BASSOULS
FEMINISMO
"Lamentaría que la escritura empezara a sufrir una segregación sexual. He estado en esa situación. Supongamos que una película mía es invitada a un festival de cine de mujeres. No me niego a enviarla, pero a la hora de invitar a la película lo único que cuenta es el accidente de que yo sea mujer. Y no creo que mi obra como cineasta tenga nada que ver con que sea mujer. Tiene que ver conmigo, y una de mis características es que soy mujer". El entrevistador: "El feminismo te contestaría que actúas como si la revolución ya hubiera triunfado". Sontag: "No creo que haya triunfado (...) No creo que la emancipación de las mujeres sea sólo una cuestión de tener igualdad de derechos. Es una cuestión de tener igualdad de poder (...) Siento una intensa lealtad hacia las mujeres, pero no por eso voy a publicar mi trabajo sólo en revistas feministas (...) No creo que el objetivo sea la creación o la reivindicación de los valores femeninos. Sería quedarse a mitad de camino. No establecería ni dejaría de establecer un principio de cultura o sensualidad femeninas. Sería más bonito que los hombres fueran más femeninos y las mujeres más masculinas".

ESCRITURA Y MANÍAS
"Admiro a los que luchan por escribir algo que de algún modo sea irrefutable. Es una cualidad que encuentro en Beckett, Kafka, Calvino y Borges, y también en un maravilloso escritor húngaro llamado György Konrád (...) Creo que escribir desexualiza mucho. Yo no como, o como irregularmente y mal, saltándome las comidas, y trato de dormir lo menos posible. Me duele la espalda, me duelen los dedos, tengo dolores de cabeza. Y hasta se me corta el deseo sexual, suelo entrar en un periodo de abstinencia o castidad. Soy totalmente indisciplinada: escribo por períodos, muy largos, intensos, obsesivos". Y sobre las manías: "Tiendo a escribir los primeros borradores en la cama, acostada. Después, en cuanto tengo algo que mecanografiar, voy al escritorio y me siento en una silla de madera, y a partir de ahí todo pasa por la máquina de escribir (...) Yo siempre uso pantalones vaqueros, un viejo jersey y zapatillas". Jonathan Cott mete baza: "Hice una lista con cuatro adjetivos que podrían definir tu estilo de escritura: austero, medido, sereno, escueto". "Con el que sin duda sintonizo es con escueto. Me parecía que lo perecedero de muchos textos es precisamente sus adornos, pero los dos escritores norteamericanos que me fascinan son Elizabeth Hardwick y William Gass; y no puedo imaginar escritores más opuestos a mí".

DROGAS
"A lo largo de mi vida adulta tomé una modesta cantidad de drogas psicodélicas. Fumar hierba -algo que hice también con modestia- cambió mi sistema nervioso. Me ayudó a relajarme, por ejemplo. Es tonto, pero es verdad. Fumé por primera vez cuando tenía alrededor de 22 años. Lo que aprendí de las drogas fue un cierto tipo de pasividad que me hizo bien porque yo era muy nerviosa. A los ocho o nueve años escribía mucho, furiosamente. No soportaba estar quieta. Y a los 20, cuando empecé a fumar un poco de hierba, una sola calada profunda me permitía tener una idea de lo que era hibernar un poco cada tanto. Mi sistema nervioso aprendió la lección. Mi habilidad para relajarme mejoró mi vida. Ya no soy tan nerviosa. No derrocho tanto movimiento, puedo hacer cosas con un poco más de suavidad, aunque quizás hubiera podido recibir la misma lección aprendiendo a jugar al billar y no fumando hierba [risas]. Fue algo que me resultó muy útil. Pero no cambió mi estilo. Por eso digo que creo que escribir viene de algo más poderoso".

VIDA U OBRA
"El libro que me hizo que quisiera ser escritora fue Martín Eden, de Jack London, ¡y terminaba en su***dio! Lo leí a los 13 años". ¿El primer libro que realmente te apasionó? "La biografía de Madame Curie que escribió su hija Ève. Debía de tener siete años cuando lo leí. Quizás seis". ¿Leías libros a los seis años? "Sí, empecé a los tres. Y la primera novela que me afectó fue Los miserables, que me hizo llorar, gemir y suspirar. A los 13 eran Mann, y Joyce, y Eliot, y Kafka, y Gide (...) Tuve la suerte de tener un hijo y casarme siendo muy joven y elegí no volver a casarme y vivir una vida independiente, que implica un montón de inseguridades, molestias, ansiedad, frustración y largos periodos de castidad". ¿Fue una elección consciente? "Quería tener varias vidas y es muy duro tener varias vidas y un marido (...) Hay que elegir entre la obra y la vida. Por tomar un ejemplo de un escritor al que admiro: Jean Cocteau. Coctau tendría alrededor de 20 años cuando fue a ver a Proust, que ya estaba en su habitación forrada de corcho, y le dijo: 'Puedes ser un gran escritor, pero tienes que tener cuidado con la sociedad. Sal un poco, pero no dejes que eso ocupe una parte importante de tu vida"

EL VICIO DE LEER
"Alguien me dijo que solías leer un libro por día" (Cott). "Leía muchísimo y, en gran parte, bastante mecánicamente. Me gustaba leer como a la gente le gusta ver televisión. Me dormía leyendo. Cuando estoy deprimida, cojo un libro y me siento mejor. Leer es mi entretenimiento, mi consolación, mi pequeño su***dio. Tengo la suerte de leer rápido (...) Empecé a leer filosofía a los 14, 15 años (...) Poesía e historia del arte es lo que más leo".

UNA ESTRELLA JUDÍA
Sontag fue invitada a que dibujara un autorretrato para un libro y ella eligió una estrella judía y escribió esta frase de Confucio: "Cada uno de nosotros está destinado a salvar el mundo". "Lo hice en 30 segundos. Estoy por tomar clases y aprender a dibujar a la manera del siglo XIX, como Ruskin dibujaba los edificios de Venecia. Bosquejar".

AMOR Y s*x*
"Parte de la ideología moderna del amor consiste en suponer que amor y s*x* siempre van juntos. Puede ser que sí, pero creo más bien que en detrimento de uno o del otro. Y quizás el máximo problema del ser humano sea que no van juntos (...) Me he enamorado muy pocas veces, pero siempre que me enamoré fue algo que continuó y continuó y terminó -generalmente, por supuesto- en un desastre. No sé qué significa estar enamorada una semana (...) Nunca estuve enamorada de alguien con quien no me haya acostado, pero conozco a mucha gente que dice que sí". ¿Y qué hay del amor platónico? "Desde luego que he amado con pasión a gente con la que no me habría acostado por nada del mundo, pero creo que eso es otra cosa. Es amistad-amor". Hay amistades que pueden ser eróticas. "Creo que la amistad puede ser muy erótica, pero no necesariamente sexual. Creo que todas mis relaciones son eróticas"

https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/05/12/5cd5949021efa00c148b458c.html
 
Ian Kershaw: “Hay que democratizar el proyecto europeo”
El historiador británico, autor de una de biografía de referencia de Hitler, presenta en junio “Ascenso y crisis. Europa, 1950-2017: un camino incierto”
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El historiador Ian Kershaw (Ilustración: Mario Chaparro)
ÁLEX RODRÍGUEZ
14/05/2019 06:02
Actualizado a 14/05/2019 07:18

Es uno de los historiadores británicos de referencia. Comenzó interesándose por la Alemania nazi y Hitler y el próximo mes de junio publica Ascenso y crisis. Europa, 1950-2017: un camino incierto(Crítica, 2019). Con esta obra completa la historia del viejo continente en el siglo XX, iniciada hace tres años con Descenso a los infiernos. Ian Kershaw (Manchester, 1943), que ha analizado en estos dos libros las fuerzas que estuvieron a punto de destruir Europa, considera que la crisis económica de 2008 y la migratoria de 2015 han traído de vuelta a Europa viejos fantasmas y se han puesto en cuestión muchos de los valores y estructuras que creíamos asentados. No obstante, es optimista. Cree que el proyecto europeo va a sobrevivir, pero sostiene que hay que democratizarlo profundamente.

La crisis económica y financiera ha dado paso a una crisis política y social. Brexit, populismos en auge,…Los valores fundacionales de la Unión Europea se están cuestionando. ¿Cree que el proyecto europeo sobrevivirá? ¿Cómo?

Creo que va a sobrevivir. Tiene puntos fuertes y puntos débiles. Los frutos acumulados durante décadas no se perderán tan fácilmente. Pero podría cambiar de forma en los próximos años. Posiblemente podría desarrollarse como un marco más flexible con un núcleo central en torno a la zona euro y una agrupación externa de países no pertenecientes a la zona euro.

¿Qué haría para refundarlo?

Democratizarlo, incluída la Comisión, y otorgar al Parlamento poderes más amplios, por ejemplo para elaborar leyes. Más allá de eso, crearía un nuevo pacto fiscal que ofrezca más margen para estimular el crecimiento. Esto implicaría un acuerdo legal vinculante para ahorrar un porcentaje específico del PIB durante los años de bonanza y gastar en inversiones nacionales un porcentaje específico del PIB en los años malos. Asimismo, establecería asambleas de ciudadanos que, durante unos tres años o más, indicarían lo que los ciudadanos de cada país de la UE desean y esperan. Sus iniciativas podrían eventualmente alimentar reformas. Todo esto debería ayudar a movilizar a las organizaciones de base, especialmente si las mejores comunicaciones (en particular, mediante las redes sociales) generan un nuevo entusiasmo por los valores comunes que, hasta hace poco, han sido las creencias de la UE.

Daría más poderes al Parlamento, crearía un nuevo pacto fiscal, ahorraría un porcentaje del PIB para gastar en años económicamente malos y haría asambleas ciudadanas

Las fronteras cayeron, se crearon el pasaporte de la UE y la moneda única, pero no hemos podido construir una identidad europea. Los ciudadanos europeos aún mantienen sus fronteras nacionales como referencia. ¿Qué se debe hacer para construir esa identidad?

Por buenas razones, la principal identidad de la mayoría de los europeos para un futuro indefinido será la nación-estado. En algunos casos -Cataluña y Escocia son los ejemplos más obvios, aunque Flandes también podría agregarse a la lista-, la historia, junto con la economía, han dado forma a una identidad nacional alternativa. Cada uno de nosotros tiene diferentes niveles de identidad. El sentido de la identidad europea debe verse como un valor agregado, no como un reemplazo o un sustituto de las identidades nacionales. La herencia cultural y el sistema de valores compartidos que descansan sobre la libertad, la paz, la tolerancia de las minorías, la independencia judicial y de prensa, los derechos humanos y el derecho democrático liberal de limitar el poder del gobierno nos unen. Esto es lo que debemos enfatizar para fortalecer el sentido de la identidad europea.

¿Por qué cree que están surgiendo con fuerza movimientos populistas que, siguiendo la estela de Donald Trump en Estados Unidos, abogan por el proteccionismo? ¿Cómo cree que se pueden contrarrestar?

Comprendiendo y afrontando algunas de las quejas económicas que expresan, pero también rechazando su ideología exclusivista y discriminatoria y enfatizando los beneficios y ventajas que nuestra comunidad de valores nos ha brindado en las últimas décadas y que, a través del propósito común, nos brindará en el futuro. Pero es un trabajo que llevará tiempo.

El apoyo al Brexit en Gran Bretaña ha demostrado que los valores culturales pueden superar la amenaza de desventaja económica para gran parte de la población

Europa está envejeciendo y muchos de los países donde los partidos populistas están en el gobierno, como sucede en Hungría, carecerán de trabajadores porque no habrá jóvenes para atender a su mercado laboral e impulsar su economía. Sin embargo, cierran sus fronteras a los inmigrantes y se oponen a una política común. ¿Qué reflexión le suscita este tema?

Si sus propias economías dependen de la mano de obra inmigrante, pero las políticas bloquean el desarrollo económico, las políticas se verán con el tiempo como contraproducentes. Esto podría, sin embargo, ser un proceso largo. El reconocimiento del cambio necesario tardará en llegar. Incluso entonces, las fuentes de mano de obra inmigrante tendrán que ser limitadas y controladas. El apoyo al Brexit en Gran Bretaña ha demostrado claramente que los valores culturales pueden superar la amenaza de desventaja económica para gran parte de la población.

El eje franco-alemán ha guiado a la UE desde desde su fundación. Hoy en día está cambiando. Merkel y Macron están sufriendo (de alguna manera) sus conflictos internos. ¿Podría hacer que el futuro de la UE sea peor de lo que es hoy?

Tanto Macron como Merkel son líderes debilitados de los dos países clave de la UE. Merkel también está llegando al final de su tiempo como canciller de Alemania. La crisis multifacética de la UE ha repercutido en Francia y Alemania, haciendo que la política interna sea más difícil de manejar. Esto, a su vez, reduce las posibilidades de llegar a una reforma estructural en la UE. Pero si se bloquea la reforma, la UE simplemente continuará enredándose. Si no se abordan los principales problemas subyacentes, simplemente se invitará a más crisis. En la zona euro, especialmente, esto puede resultar difícil de superar si hay una nueva crisis económica grave. Eso probablemente socavaría a la UE en su conjunto.

La debilidad del eje franco-alemán reduce la posibilidad de llegar a hacer la reforma estructural que necesita la UE

Los Estados Unidos de Trump critican a Europa. Rusia tiende a desestabilizarla. China está buscando nuevas relaciones comerciales con los países europeos. ¿Cuál es el mejor futuro para la Unión Europea? ¿Esperar y ver?

Esperar y ver significa conceder la iniciativa a otros, que tienen interés en dividir y gobernar. La UE ha tenido éxito con tratados comerciales, más recientemente con Japón, y, si mantiene su unidad, es uno de los actores económicos más importantes del mundo. La fuerza de la UE está en el interés de todos sus estados miembros. Pero su falta de crecimiento económico y la falta de políticas para afrontar sus debilidades estructurales es una gran preocupación. Reforma, nueva energía, dinamismo y un sentido de propósito revitalizado son imperativos para que la UE sea capaz de prosperar en un entorno internacional altamente competitivo y relativamente hostil.

¿Cómo sería el mundo si no hubiera una Unión Europea?

Podemos ver en la historia cómo era Europa antes de la UE. Si la Unión Europea colapsara, las rivalidades y enemistades nacionales ocuparían su lugar en Europa. A nivel internacional, habría un gran vacío. Ninguno de los países europeos, ni siquiera Alemania, podría competir por su cuenta contra las principales potencias no europeas. Las amenazas de seguridad ya son grandes. Requieren cooperación e integración, no fragmentación y división.

El Brexit es el mayor daño autoinfligido por un país europeo, con respaldo democrático de la población, desde la Segunda Guerra Mundial

¿Cree que el Brexit sería el “error más grande” cometido por cualquier país importante en la historia de la posguerra?

Desde mi punto de vista, es sin duda el mayor daño innecesario y autoinfligido realizado por cualquier país europeo, con el respaldo democrático de la mayoría de la población, desde la Segunda Guerra Mundial.

En Ascenso y crisis. Europa, 1950-2017: un camino incierto, su último libro, hay una narrativa optimista sobre nuestro presente ... ¿Puede explicarlo?

El libro termina con una nota ambivalente. Ciertamente, hay motivos más que suficientes para una seria preocupación por Europa en la actualidad. Pero los cambios a largo plazo desde la Guerra han sido, a pesar de los altibajos, principalmente positivos. A pesar de las muchas advertencias, hemos establecido y consolidado democracias, sociedades civiles, libertad, paz, prosperidad y valores liberales que son aceptados, incluso dado el aumento del populismo, por la abrumadora mayoría de la población. Todo esto da paso al optimismo sobre el futuro.
https://www.lavanguardia.com/politica/20190514/461988681761/ian-kershaw-europa-democracia.html
 
Una amistad surgida gracias a los mirlos
La escritora Lola Casas presenta el libro ‘Ulls de merla’, con trasfondo de una historia de amistad con Esther Carmona, mejor foto de marzo de los lectores de La Vanguardia
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La escitora Lola Casas, autora de 'Ulls de merla', y Esther Carmona, autora del reportaje fotográfico sobre los mirlos de Vallcarca. (LC / ELV)
REDACCIÓN, BARCELONA
17/05/2019 06:00

La escritora y maestra Lola Casas (Mataró, 1951) ha publicado cerca de cincuenta libros, pero, el último, ‘Ulls de merla’ (editado por El Cep i la Nansa), tiene algo especial. No solo porque sea su última creación literaria, sino porque ha dado pie a una nueva amistad a través de La Vanguardia y gracias, sobre todo, a los mirlos.

En la presentación del poemario, que cuenta con las ilustraciones de Gibet Ramon, estuvo presente Esther Carmona, la autora del reportaje fotográfico de la sección de Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia que fue el más votado del mes de marzo, con cerca de 20.000 puntos.

Fue, precisamente, a raíz de la publicación de estas fotos, que retrataban el nacimiento de una familia de mirlos en el barrio de Vallcarca, cuando Lola Casas y Esther Carmona entraron en contacto, aunque no se han conocido en persona hasta la reciente presentación de ‘Ulls de merla’, un libro inspirado en los mirlos del barrio del Pla d’en Boet de Mataró, donde vive la escritora.

No se sabe si es la primera vez que unos pájaros, los mirlos, dan origen a una amistad, como la que ha nacido entre Lola Casas y Esther Carmona, a quien la escritora le regaló un ejemplar de su último libro.

Decidieron inmortalizar la ocasión, cómo no, con una fotografía, puesto que fue un reportaje fotográfico el otro motivo por el cual se conocieron a través de La Vanguardia.

Hemos hecho una buena amistad”

LOLA CASAS
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El nacimiento de las crías de mirlo, documentado por la lectora de La Vanguardia, Esther Carmona, en Vallcarca. (Esther Carmona / EC)

https://www.lavanguardia.com/partic...vallcarca-libro-lola-casas-ulls-de-merla.html
 
Las asombrosas hermanas Brontë
Publicado por Ángeles Caso
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Diseño: relajaelcoco.
A veces me las imagino a las tres escribiendo, aquellas muchachas pueblerinas y victorianas, perdidas en los páramos de Yorkshire, entre nieves y vendavales y recios brezos. Las hermanas Brontë. Charlotte, Emily y Anne. Tres criaturas extraordinarias, que surgieron de la nada y dejaron tras su paso breve por el mundo todo un tesoro de inspiración.

¿De dónde salió aquel talento asombroso? Supongo que algo tuvo que ver su padre, Patrick Brontë, el reverendo irlandés de origen humildísimo que llegó a estudiar en la elitista Universidad de Cambridge gracias a su inteligencia. Patrick debió de ser un buen padre, un hombre que animó a sus niños a leer y a desarrollarse intelectualmente desde muy pequeños y concedió a sus hijas una libertad poco común en aquel entonces. Él les dio alas, pero ellas volaron tan lejos y con tanta fuerza que parece como si un genio se hubiera detenido junto a sus cunas para esparcir sobre ellas un buen puñado de sus propias estrellas.

Sin embargo, eso no es suficiente. Como no lo es su devoción por Byron y Walter Scott, ni la ausencia de la madre, fallecida joven, ni la muerte tristísima de las dos hermanas mayores, ni los amores frustrados de Charlotte y Anne, ni la angustia por el alcoholismo de su hermano Branwell, ni la soledad sagrada de los páramos. Nada de todo eso basta para explicar de qué poderosos corazones, de qué cerebros deslumbrantes surgieron sus novelas y sus poemas.

Es impresionante pensar que aquellas mujeres vírgenes, decentes, hijas de un pastor protestante de la Inglaterra victoriana, habitantes de un diminuto pueblo remoto y, para colmo, pobres y poco agraciadas físicamente, pudieron albergar tanta pasión dentro de sí. Apenas habían viajado ni estudiado, no habían pisado ni los salones refinados ni las tabernas de los borrachos, no habían conocido la admiración de los hombres ni la competencia de otras mujeres. Eran tan solo tres muchachas inteligentes, obligadas a ganarse la vida como institutrices por no poder aspirar ni a un buen matrimonio ni a un trabajo de prestigio, con unos horizontes vitales estrictamente limitados por la moral de la época y la carencia de fortuna. Y, sin embargo, en cada una de ellas latía la energía inabarcable de la imaginación, enganchada con raíces muy profundas en la vida, en una existencia primigenia y universal, mucho más allá de sus propias vidas pequeñas.

Solemos creer que es imposible escribir sin haber vivido. Ahí están Charlotte, Emily y Anne Brontë para desmentirlo. Quizá nacieran sabias, pues parecían entender casi todos los abismos y las cumbres de la mente humana sin necesidad de haberse paseado por ellos. Tan solo se asomaron al mundo, le echaron un vistazo —no les dio tiempo a más—, y lo entendieron todo.

Me las imagino a las tres en aquel 1846 —treinta, veintiocho y veintiséis años, casi la misma edad que la reina Victoria—, escribiendo sus tres primeras novelas mientras cuidaban de su padre y de su hermano destruido, y atendían las tareas domésticas de la casa. Tenía cada una un pequeño escritorio portátil que trasladaban de un lado a otro, e iban redactando capítulo tras capítulo, leyéndoselos las unas a las otras, mientras pelaban patatas, planchaban ropa, hacían camas o remendaban medias.

Virginia Woolf se equivocó cuando reclamó una habitación propia y dinero para poder ser escritora. En el caso de las Brontë, les bastó desde luego con el talento y la voluntad. No necesitaron un despacho con una buena mesa y un buen fuego en la chimenea. Escribieron en sus dormitorios diminutos y helados, en el comedor, en el jardín, bajo los groselleros —los días felices de aquel verano—, o en la cocina, mientras vigilaban la cocción lenta de las comidas. Escribieron con las ropas ajadas y la vanidad dormida, sin futuro, sabiendo que ni siquiera podrían llegar a publicar bajo sus nombres auténticos y que tendrían que esconderse detrás de seudónimos masculinos. Escribieron conscientes de que jamás recibirían ningún reconocimiento público, que no habría medallas sobre sus pechos ni miradas de admiración cuando entrasen en algún teatro. Que ni siquiera sus propias amigas podrían felicitarlas o hablarles de sus personajes y sus historias, porque nadie sabría nunca que Currer, Ellis y Acton Bell —los supuestos autores de Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey— eran en realidad Charlotte, Emily y Jane Brontë. No, tres mujeres decentes y solteras no podían ser autoras de tres libros en los que se hablaba de aspectos de la naturaleza humana que una mujer decente no debía ni siquiera sospechar.

Escribieron solo por amor y por necesidad, porque desde niñas para ellas escribir era como respirar o correr por los páramos. Empujadas únicamente por su genio imparable. Emily y Anne ni siquiera llegaron a saber lo que sus novelas significaron para los demás: ambas murieron enseguida, en el espacio de cinco meses. Charlotte las sobrevivió unos pocos años, demasiado sola para cargar con todo aquel talento. Las tres volvieron pronto al misterioso mundo oscuro del que habían surgido para lanzar algunos rayos de luz sobre la vida humana. Y nos dejaron todo ese esplendor que forma parte de lo mejor de la era victoriana.
https://www.jotdown.es/2019/05/las-asombrosas-hermanas-bronte/
 
Muere la escritora infantil Judith Kerr, autora de 'Cuando Hitler robó el conejo rosa'
  • AFP
Jueves, 23 mayo 2019 - 12:21


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Judith Kerr se asoma por una puerta recreando una ilustración de su libro 'El tigre que vino a tomar el té' Dylan Martinez REUTERS
La escritora e ilustradora británica Judith Kerr, autora de libros infantiles como Cuando Hitler robó el conejo rosa y El tigre que vino a tomar el té, de los que se vendieron millones de ejemplares en todo el mundo, ha muerto a los 95 años, según ha anunciado su editorial este jueves.

"Con mucha tristeza tenemos que anunciar la muerte de nuestra querida autora e ilustradora Judith Kerr", anunció en Twitter la editorial británica Harper Collins. Kerr había huido de Alemania con su familia para refugiarse en Londres en 1933.

Nacida en Berlín en 1923, Kerr había huido de Alemania con su familia a principios de los años 30 después de que un policía avisase a su padre, el prominente escritor judío Alfred Kerr, de que estaban bajo la amenaza del creciente poder nazi.

Primero se refugiaron en París para después instalarse en Londres en 1936.

Autora de muchos clásicos de la literatura infantil como Cuando Hitler robó el conejo rosa y Mog el gato olvidadizo, Kerr falleció en su casa el miércoles "tras una breve enfermedad", precisó la editorial.

Kerr, una de las escritoras de literatura infantil más queridas en el Reino Unido, siguió trabajando hasta los 90 años de edad y el año pasado afirmó en una entrevista a la AFP que incluso había acelerado el ritmo de su trabajo en la vejez, inspirándose en los acontecimientos de su larga vida

https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/05/23/5ce672be21efa0077d8b456f.html
 
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