Escritores, por sus escritos los conoceréis.

Herralde on the Road
Publicado por Juan Tallón

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En agosto de 1988, Jorge Herralde, que había estado editando en Anagrama a docenas de escritores norteamericanos, llegó a Estados Unidos dispuesto a conocer a muchos de ellos en persona. El viaje duraría tres semanas y alternaría coche y avión. En el aeropuerto de Washington DC, en el que aterrizó en compañía de Lali Gubern, traductora y editora, y también pareja, los aguardaban representantes de la Meridian House Internacional, una institución de liderazgo diplomático y global dedicada a los programas de intercambio de líderes, ideas y cultura. A través de una suerte de beca esta financiaba el viaje «por la atención que Anagrama había prestado a la literatura norteamericana» desde sus inicios, explica Herralde en Un día en la vida del editor, libro con el que celebra los cincuenta años de la fundación de la editorial.

La primera etapa lo condujo aTethford, en Vermont. «Fuimos en coche, para visitar a Grace Paley, de quien habíamos publicado sus tres libros de cuentos». Batallas de amor, centrado en las relaciones amor-odio entre hombre y mujeres, fue el primero. Herralde había oído hablar de ella «en los setenta, en una visita a Barcelona del gran cuentista Donald Barthelme», al que ya había publicado. En un almuerzo «entre vodkas y vodkas y más vodkas (antes de empezar a comer), me recomendó a una autora y un título, espléndido, que me apuntó en un papalito: Enormous Changes at the Last Minute».

Paley vivía en una cabaña en medio de un bosque con su esposo, el poeta Robert Nichols. Entre los dos prepararon una cena con las verduras y lechugas de su huerto, «que se limpiaron relativamente». Después fueron a conocer a las ovejas (docenas y docenas), atraídas por los estrepitosos alaridos del poeta, y tras juegos y revolcones con las demasiado amistosas bestias «nos pusimos a comer, beber, fumar, orinar en el campo (en suma, la vida sencilla, mientras hablábamos de política, feminismo, y de sus amigos los beatniks», recuerda Herralde.

Cuando dejaron Vermont se dirigieron a Nueva Orleans, donde la Meridian House Internacional les asignó un guía, profesor de literatura, llamado Kenneth Holditch, que presumía de no haber salido jamás de la ciudad. Suya había sido la primera crítica mundial de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, el mayor longseller de Anagrama, a la que dio equilibrio económico tras pasar por serias dificultades económicas. La primera noticia que había tenido Herralde de la novela fue a través de un catálogo de la Louisiana University Press, en el que se reproducía el prólogo del libro, del escritor y editor Walker Percy, donde contaba que un día entró en su despacho una señora con el manuscrito de su hijo, John Kennedy Toole, que se había suicidado al no lograr que el libro se publicase. «Ese texto de presentación era muy excitante, por lo que decidí pedir una opción», confiesa Herralde, que pasó una oferta de mil dólares. En la primavera de 1982 salió el libro traducido, en una tirada de cuatro mil ejemplares. Al regreso de las vacaciones se había agotado, y a partir de ese momento se convirtió en un superventas. «En aquel verano, en las playas españolas se podía observar un fenómeno curioso: gente agitándose espasmódicamente sobre sus tumbonas y toallas; si uno se acercaba, veía que estaban leyendo un libro a carcajadas: La conjura de los necios».

El editor no se fue de Nueva Orleans sin hacerse algunas fotos fetiches, como una debajo del reloj de los grandes almacenes D. H. Holmes que figura en la primera página de la novela. Después emprendió viaje a Jackson, Mississippi, para ver a Eudora Welty, de la que había publicado Una cortina de follaje, El corazón de los Ponder y Las manzanas doradas. La misma semana que la visitaron Herralde y Lali Gobern, lo hicieron un equipo de televisión de Nueva York y un periodista francés. «¿Qué pasa con usted, Miss Welty? ¿Le van a dar el Nobel?», le preguntaban sus vecinos. Fue Welty quien le habló de Richard Ford, al que conoció de niño, cuando era vecino suyo en Jackson. Dos años después Anagrama publicó Rock Springs y El periodista deportivo, solo para abrir boca.

En San Francisco visitó a su amigo Lawrence Ferlinghetti, poeta, editor y propietario de la mítica librería City Lights Books, que en su día había se había hecho famoso con motivo del juicio por obscenidad al que fue sometido por publicar Aullido de Allen Ginsberg, más tarde también en el catálogo de Anagrama. Herralde había contado ya en Por orden alfabético que en agosto de 1976 estuvo en City Lights Books, y en esa ocasión Nancy J. Peters, mano derecha de Ferlinghetti, «me recomendó vivamente dos libros de Bukowski que habían publicado hacía poco: Escritos de un viajero indecente y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones. Empecé a leerlos en el viaje de vuelta y ya no pude soltarlos».

En Nueva York lo esperaba el plato fuerte del viaje. Entre conciertos, museos y paseos, se reservó varias citas literarias y editoriales. La primera fue para conocer a Tom Wolfe, su gran fichaje norteamericano de los años setenta. Cuando Herralde y Lali Gubern llamaron a la puerta de su casa, abrió Wolfe en persona, «con su uniforme de Tom Wolfe». Bebieron vino blanco, hablaron de literatura, del nuevo periodismo y de la pasión del escritor por Zola, y su obsesión por la exactitud.

En 1972 Anagrama había publicado La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques, que presentó en Bocaccio Manuel Vázquez Montalbán. Los anticipos «respondían al interés que entonces despertaba el autor en España, o sea prácticamente nulo: los de los cuatro primeros libros oscilaban entre ciento cincuenta y trescientos dólares… Con La hoguera de las vanidades las cosas cambiaron, dentro de un orden: veinticinco mil dólares. Rápidamente recuperados».

La siguiente cita fue una tarde en casa del matrimonio Gita y Sonny Mehta, el editor inglés que el año anterior había fichado por Alfred A. Knopf, tras destacar por su labor en Pan Books y sobre todo en Picador, sello en el que editó a comienzos de los ochenta a Ian McEwan, Salman Rushdie, Edmund White, Julian Barnes, Graham Swift o Michael Herr, muchos de los cuales llegarían a España de manos de Anagrama. «Después de tomar unas copas», cuenta Herralde, «nos fuimos Lali y yo, con ellos y su chófer, al piso de Bret Easton Ellis, que daba una party en honor de su gran amigo Jay McInerney, que acababa de publicar Story of My Life». Solo eran veinteañeros, pero McInerney, Easton Ellis, Tama Janowitz, también en la fiesta, y David Leavitt, «eran posiblemente el cuarteto de jóvenes más prometedores del momento». Anagrama acababa de publicar por entonces Esclavos de Nueva York, de Janowitz, y Menos que cero, de Ellis. La fiesta era, sin embargo, lo suficientemente grande para que también acudiesen George Plimpton, fundador de The Paris Review, o Harold Brodkey.

Parecía un final de ruta por Norteamérica perfecto, pero horas antes de tomar el vuelo de regreso a España, Herralde cumplió un último sueño, en el restaurante del famoso Hotel Algonquin. Allí lo esperaba Kurt Vonnegut, del que Anagrama había publicado cuatro libros de una tacada, incluido Matadero Cinco. «Empezamos a beber, y de entre las barbas de Vonnegut empezaron a salir historias inesperadas y entrecortadas, acompañadas de sonoras carcajadas. Nosotros sonreíamos con falsa complicidad, aventurábamos algún tema y rápidamente nuestro jovial amigo arremetía con nuevos chistes, risas y bromas
crípticas sobre escritores». Herralde y Gubern no entendieron demasiado. «Nos despedimos con grandes abrazos, pero bastante deprimidos, sic transit gloria mundi, etc.», y sin más regresaron a España
https://www.jotdown.es/2019/03/herralde-on-the-road/
 
Alicante recupera las voces de Max Aub


La Generalitat presenta una ficción sonora basada en el libro Campo de los Almendrosdel escritor Max Aub para conmemorar el 80 aniversario del final de la Guerra Civil

El ciclo 'Alicante 2019, capital de la memoria' incluye congresos, conferencias, libros, exposiciones, conciertos, teatro, cine, homenajes y visitas guiadas

Lucas Marco - Valencia
28/03/2019 - 22:44h
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Mural del colegio público Max Aub de València


El escritor Max Aub (París, 1903 - México, 1972) fue el intelectual valenciano que mejor narró la experiencia de la II República española y la Guerra Civil. Hijo de madre francesa y padre alemán, decía que "uno es de donde hizo el bachillerato". Tenía —según recuerda el periodista Gregorio Morán— dos obsesiones: la justicia y el buen castellano. Aub cierra su Laberinto Mágico, la inmensa serie novelística que publicó entre 1948 y 1968, con Campo de los almendros, posiblemente el mejor testimonio literario del universo concentracionario franquista en el País Valenciano.

El martes 28 de marzo de 1939 zarpó del puerto de Alicante el barco Stanbrook con 2.638 pasajeros. Más de 15.000 personas —aterrorizadas y hambrientas— quedaron atrapadas en los muelles a la espera de más buques que nunca llegaron. El día siguiente, miércoles, la quinta columna alicantina y los presos falangistas liberados ocuparon los centros estratégicos de la ciudad y, al anochecer, nombraron a un nuevo alcalde y a un nuevo gobernador y jefe provincial de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. La tarde del jueves 30, las tropas italianas del general Gastón Gambara entraron en la ciudad.

Testigo directo de aquellas jornadas fue el periodista Eduardo de Guzmán (Palencia, 1908 - Madrid, 1991). Guzmán —anarquista, director del diario cenetista Castilla Libre y cronista preclaro— publicó el libro El año de la victoria (Ediciones VOSA, 2001), otra narración fundamental del inicio de la represión franquista.

Comenzaba así:

Abandonamos el puerto entre una doble fila de soldados enemigos. Caminamos despacio y en silencio. No tenemos prisa por llegar a ningún sitio ni ganas de pronunciar una sola palabra. Cada uno carga con lo poco que pudo salvar del general naufragio, con lo que hace días pretendía llevarse para iniciar una nueva vida en tierras lejanas y extrañas: una maleta, un macuto, unos papeles o unas mantas. Muchos van con las manos tan vacías como su propio espíritu en esta hora de hundimiento moral y material. Sobre todos pesa, con mayor carga que los livianos equipajes, la abrumadora convicción de haber sido vencidos.

—Pronto envidiaremos a los muertos.

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Los generales Antonio Saliquet y Gastone Gambara encima de dos tanquetas mientras observan el desfile del 5 de abril / Archivo Municipal de Alicante (Francisco Sánchez Orts)

La última esperanza de aquella masa humana desesperada era el exilio en Francia, México o Argelia pero muchos acabaron en el Campo de los Almendros que instalaron los militares fascistas italianos aliados del general Franco. "Fue un lugar improvisado para trasladar a los presos capturados en el puerto y controlarlos a la espera de saber qué hacer con ellos", explica el historiador Ricard Camil Torres.

"En poco tiempo, las privaciones sufridas por los presos en aquel campo improvisado motivaron que comenzaran a comerse los almendros. Primero los frutos aún débiles en su crecimiento, almendros verdes; después las hojas y, finalmente, la corteza de los árboles, de manera que, rápidamente, lo que había sido un campo productivo de almendras se convirtió en un puñado enorme de personas después de haber desaparecido la vegetación devorada por los presos hambrientos", escribe Ricard Camil Torres en Una presó amb vistes al mar. El drama del Port d'Alacant, març de 1939 (Tres i Quatre, 2008), un libro colectivo de referencia.

De aquel páramo moral y arbóreo, los vencidos republicanos salieron hacia una muerte segura ante los pelotones de fusilamiento franquistas o hacia otros campos y prisiones. "Hijo mío, estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, hechos un asco, destrozados, son sin embargo —no lo olvides hijo mío, no lo olvides nunca pase lo que pase— son lo mejor de España", dice uno de los personajes de la novela Campo de los almendros.

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El escritor Max Aub en su despacho de Radio UNAM de México en 1962 RICARDO SALAZAR (FUNDACIÓN MAX AUB)

Max Aub se inspiró, entre otros, en los testimonios del historiador Manuel Tuñón de Lara o de Ángel Gaos. Los datos sobre los hechos "se los dio Ángel Gaos, que también cayó como todos nosotros en la monstruosa trampa del puerto de Alicante; le informó cuando llegó a México muchos años más tarde", recordaba en sus memorias el escritor gandiense Gonçal Castelló. En México, el país que acogió a gran parte de la mejor intelectualidad española del siglo XX, convivían y discutían los exiliados del fascismo español, como contó Aub en su relato La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco (Cuadernos de Vigía, 2014).

Hoy, 80 años después de aquella catástrofe, la Generalitat Valenciana recupera algunas de las voces de la más famosa novela del laberinto mágico maxaubiano en A orillas del Mediterráneo, un poadcast de 52 minutos elaborado por la Cadena Ser. La cuidada adaptación radiofónica se centra en la historia de amor entre Vicente y Asunción y narra el trasfondo de los últimos días de la Guerra Civil, cuando las ciudades valencianas cayeron en manos de los sublevados franquistas. María Teresa Aub, nieta del autor y presidenta de la fundación para el fomento del estudio y difusión de su obra, ha cedido gratuitamente los derechos de la novela para este proyecto radiofónico.

El ciclo 'Alicante 2019, capital de la memoria', organizado por la Generalitat Valenciana, incluye congresos, conferencias, libros, exposiciones, conciertos, teatro, cine, homenajes y visitas guiadas. La programación cultural gira entorno a tres ejes: la capitalidad del exilio, de la cultura y de la memoria.

Sobrevolando estos actos, en Alicante resuenan 80 años después las voces de Max Aub en El campo de los almendros, una obra extraordinaria —amén de inexplorada e insuficientemente estimada— sobre la destrucción de la democracia en España y el comienzo de la larga oscuridad fúnebre franquista en la posguerra. Para el periodista y escritor Gregorio Morán, el laberinto mágico maxaubiano se sitúa a la altura de El hombre sin atributos de Robert Musil o Vida y destino de Vasili Grossman."Pocas novelas hay en la segunda mitad del siglo XX, escritas en castellano, que superen a esta obra maestra que cierra el ciclo de El laberinto mágico. Clausura de una vida literaria, la de uno de los más grandes y menos conocidos escritores españoles del siglo XX. Max Aub".
https://www.eldiario.es/cv/Alicante-recupera-voces-Max-Aub_0_882612107.html
 
La RAE publica una edición de Rayuela con textos de García Márquez, Bioy y Carlos Fuentes
La edición ha sido publicada por la Real Academia de la Lengua y Alfaguara

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El escritor Julio Cortázar, autor de Rayuela.
KARINA SAINZ BORGO
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PUBLICADO 31.03.2019 - 05:15
ACTUALIZADO hace 7 horas

Cuando se cumplen 55 de la publicación de Rayuela, de Julio Cortázar, y en el contexto de la celebración en Córdoba, Argentina, del VII Congreso Internacional de la Lengua Española, la Real Academia Española (RAE) y la editorial Alfaguara rinden homenaje a la novela de Cortázar, al mismo tiempo que contextualizar una de sus novelas más conocidas. La publicación, que salió publicada hace unos días, fue presentada en Argentina esta semana.

Un profesor marxista en Berkeley: impartía literatura y se llamaba Julio CortázarUn profesor marxista en Berkeley: impartía literatura y se llamaba Julio Cortázar
Coordinada por José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, la edición recupera, como complemento, tres textos de Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares y Carlos Fuentes, autores contemporáneos de Julio Cortázar, que dan cuenta de la dimensión del autor y de la recepción que tuvo la novela en su tiempo. Incluye también trabajos de los escritores Mario Vargas Llosa y Sergio Ramírez, y de los críticos Julio Ortega, Andrés Amorós, Eduardo Romano y Graciela Montaldo.

Rayuela fue al momento de su aparición un fenómeno literario que terminaría por convertirse en uno de los epicentros bibliográficos del boom. Su publicación, en 1963, casi de forma simultánea con el Premio Biblioteca Breve entregado a La ciudad y los perros, supuso un hito en la historia del Boom, como se llamó a la coincidencia entre 1962 y 1972 de una cierta narrativa latinoamericana representada en autores como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, José Donoso, Juan Carlos Onetti, entre otros que integraron el llamado boom latinoamericano.

Su nombre, Rayuela, invitación al juego infantil dibujado en el asfalto -donde hay una tierra y también un cielo; un lado de acá y otro de allá-, encerraba una estructura de “infinitas compuertas”, a decir de José Lezama Lima. Por su París cortaziano, sus juegos de tiempo, saltos de estructura y su potente condición de caja de Pandora, Rayuela se convirtió en una lectura de iniciación. No es raro que quienes la hayan leído lo hicieran entre el final de la adolescencia y la temprana juventud. Esa fue la idea que resaltó Sergio Ramírez durante la presentación de la edición, en Argentina.

Misoginia de fondo
Algunos rasgos tiñen la lectura contemporánea del libro: una extraña misoginia de fondo; el hermetismo de los discursos de Morelli y, en especial, la visión totalitaria que tuvo el argentino del lector con sus instrucciones. Existen, según Cortázar, tres formas distintas de leer Rayuela: de manera convencional, empezando por la primera página hasta llegar al capítulo 56; siguiendo el Tablero de dirección que propone leer sus 155 capítulos a saltos, de manera alternada, y la tercera opción, en “el orden que el lector desee”.

En ese volumen, donde está contenido 'Un capítulo suprimido de Rayuela', un demasiado comprometido y militante Cortázar se refiere a la novela casi como una versión primigenia e imperfecta

Siguiendo cualquiera de las tres alternativas, el lector puede recorrer El lado de allá, en el que Cortázar cuenta la historia de Horacio ElAceitunoMisogino, un argentino que emigra a París y conoce a La Maga, una joven uruguaya con la tiene una relación tan “romántica” como déspota y vertical. Valga decir que frente a Horacio ElAceitunoMisogino y el grupo de amigos que conforman el Club de la Serpiente –que pasan el tiempo discutiendo sobre el arte y la vida-, La Maga aparece cual ignorante ninfa. A esa primera, se suman la segunda parte, Del lado de acá, que se supone es el regreso de ElAceitunoMisogino a Buenos Aires, y De otros lados, que agrupa textos muy distintos entre sí: recortes de periódico, citas de libros y textos atribuidos a Morelli, un viejo escritor, que hace las veces de álter ego de Cortázar.

En el año 2009, se publicó Los papeles inesperados, un grupo de textos que habían permanecido ignorados en una cómoda hasta que Aurora Bernárdez, albacea y heredera universal de la obra de Cortázar, y el crítico Carles Álvarez Garriga decidieron sacarlos a la luz pública. En ese volumen, donde está contenido Un capítulo suprimido de Rayuela, un demasiado comprometido y militante Cortázar –entonces completamente volcado en el hombre nuevo de la Revolución Cubana- se refiere a la novela casi como una versión primigenia e imperfecta, una especie de cuasimodo de El Libro de Manuel, que es, según Cortázar, su verdadera gran novela. “Un libro –dice refiriéndose a Rayuela- que me contiene tal y como fui en ese tiempo de ruptura, de búsqueda, de pájaros”
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/RAE-Rayuela-Garcia-Marquez-Fuentes_0_1231377036.html
 
Los 80 años de Milan Kundera en un mundo que perdió el humor
Reapareció hace unos años, con 'La fiesta de la insignificancia', publicada en 2014 y que muchos consideraron su gran novela de cierre. El 1 de abril cumplirá 80 años

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Milan Kundera, nació en Brno, República Checa, en 1929.
KARINA SAINZ BORGO
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PUBLICADO 30.03.2019 - 05:15
ACTUALIZADO 30.3.2019 - 8:34

Su primera novela, La broma, alojaba una infortunada ironía, una pequeña boutade leída por la persona equivocada: "El optimismo es el opio del pueblo". Publicada en Praga en 1967, la novela corrió como la pólvora, hasta que comenzó a ser considerada como una Biblia de la contrarrevolución. El libro fue retirado de todas las bibliotecas públicas y con ella se inauguró la disidencia y persecución al escritor checo Milan Kundera, uno de los más grandes del siglo XX, que este 1 de abril cumple 80 años.

77 años de la muerte de Miguel Hernández77 años de la muerte de Miguel Hernández
Hubo algo profético al mismo tiempo que contemporáneo en aquella primera novela: el comunismo nunca tuvo sentido del humor y la sociedad contemporánea comenzaría a renunciar a él como quien declina en su derecho al uso de la inteligencia. Y Kundera lo comprendió muy bien, supo verlo mejor que nadie. Huraño, un tanto esquivo, lleva años alejado de un mundo que quizá hoy no comprendería sus libros.

Exilado desde 1975, despojado de su ciudadanía checa y naturalizado francés en 1981, Kundera dejó atrás su lengua materna y asumió el francés como la propia

Exilado desde 1975, despojado de su ciudadanía checa y naturalizado francés en 1981, Kundera dejó atrás su lengua materna y asumió el francés como la propia. En la primera escribió el volumen de cuentos El libro de los amores ridículos y las novelas La broma, La vida está en otra parte, El vals del adiós (La despedida), El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser y La inmortalidad.

Ya en francés, las novelas La lentitud, La identidad, La ignorancia y La fiesta de la insignificancia; la obra de teatro en tres actos Jacques y su amo. Homenaje a Denis Diderot; y cuatro ensayos: El arte de la novela, Los testamentos traicionados, El telón y Un encuentro. Después de 14 años de silencio editorial, el autor checo regresó en 2014 con La fiesta de la insignificancia, publicada por Tusquets Editores, que ha editado la totalidad de su obra.

Sexualidad, poder, humor
Traducida por la editora Beatriz de Moura, aquella novela del checo retomaba los temas que han sido las vigas de su novelística: la sexualidad, el poder, el humor. “Están presentes casi todos los temas preferidos del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con sus facetas —desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura—, la zafiedad de los falaces…”, comentó entonces su editora.

Publicado primero en Italia y posteriormente en Francia por Gallimard, el libro tuvo una acogida entusiasta de la crítica, especialmente francesa, que reconocía en las páginas de esta entrega la solidez narrativa de La insoportable levedad del ser (1984), Lentitud (1995) o Identidad (1997). La Fiesta de la insignificancia fue entendida como una de las últimas, por no decir la última gran novela de un hombre cuya obra demuestra, todavía hoy, cómo Europa fue claudicando en su intento de complejidad.
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/80-anos-milan-kundera_0_1231376938.html

Dedicado a mi amor de amiga @pilou12 , vivamente el domingo. Juntos y Alegres.
 
Última edición:
Muere el escritor Rafael Sánchez Ferlosio a los 91 años
El autor del mítico «El Jarama», premio Cervantes en 2004, ha fallecido en Madrid según ha confirmado su editorial
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El escritor Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927), autor del mítico «El Jarama», ha fallecido hoy en Madrid a los 91 años tras ingresar anoche en un hospital, según han informado a Efe fuentes de su editorial. La capilla ardiente del novelista se instalará mañana en el tanatorio de la M-30.

El autor obtuvo el gran reconocimiento del Premio Cervantes, en 2004, así como el Premio Nacional de Ensayo y el Mariano Cavia. Hay que recordar que fue colaborador de ABC además de «El País» y de revistas de ensayos.

[Lea la última entrevista de ABC con Rafael Sánchez Ferlosio]



Nacido en 1927, hijo del falangista Rafael Sánchez Mazas, Ferlosio, compañero de generación de autores como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite (su esposa durante diecisiete años), obtuvo el Premio Nadal con la publicación de «El Jarama», lo que hizo que fuera adscrito a la corriente realista (neorrealista para otros) o de novela social posterior a la Guerra Civil, marcada también por libros como «Tiempo de silencio», del citado Martín Santos o «El fulgor y la sangre», de Aldecoa. Doctorado en Filosofía y Letras, entró en contacto en la universidad con estos escritores como Jesús Fernández Santos o Carmen Martín Gaite juntos conformarían la llamada Generación del 50.

erudita reflexión sobre las técnicas y los procedimientos narrativos.

Volvió doce años después a la novela, género del que ya se había distanciado de muerte y al que nunca volvería más porque le daba «pereza horrible», y lo hizo en 1986 con una obra que fue finalista del Nacional de Literatua, «El testimonio de Yarfoz» (1986). Así el ensayo era el centro de sus meditaciones, como «Campo de Marte» y los dos extensos volúmenes de «Ensayos y artículos» del 92 y la colección de aforismos «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos» con el que ganó los Premios Nacionales de Ensayo y Ciudad de Barcelona en 1994.

«Sobre la guerra (2007)» y «Apuntes de polemología» (2008) son otras dos de sus obras, trazos de una carrera literaria jalonada, además de por los premios citados también por el Premio Mariano de Cavia (2002) y el Cervantes que obtuvo en 2004.

Las últimas publicaciones que llevan su firma son las recopilaciones de ensayos que la editorial Debate ha lanzado en los últimos años: Altos estudios eclesiásticos. Gramática, narración y diversiones (2015), Gastos, disgustos y tiempo perdido (2016), Babel contra Babel (2016) y Qwertyuiop (2017)



Siempre crítico


Sánchez Ferlosio se ha caracterizado siempre por mantener una postura crítica sobre temas de interés social y por su antibelicismo. Por ejemplo, en 1983 obtuvo el primer premio Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos, dotado de un millón de pesetas de la época, por su artículo «La conciencia del débil se lava en sangre». En noviembre de 1991 fue galardonado con el premio Comunidad de Madrid en reconocimiento a «toda una vida dedicada al arte», en la categoría de literatura. Y hay que recordar también que en abril de 1992 fue investido doctor «honoris causa» por La Sapienza de Roma «por sus altísimos méritos culturales».

«Siempre crítico, encerrado bajo siete llaves en el castillo de su siempre personalísima creación, poco amigo de componendas ni de arrumacos, ni literarios ni políticos, literato de solitaria estirpe, siempre metido hasta las cachas en los berenjenales de su obra y de la literatura, evidentemente, las musas casi siempre le pillan trabajando, y los premios, parece que también. La próxima palabra, la siguiente frase es, probablemente el mejor premio, y el más difícil de conseguir», describía Manuel de la Fuente.

Con esta vida dedicada por entero a la creación, tanto en narrativa, ensayística como periodística, y a una obra compleja y enjundiosa que estuvo marcada por la aparición en 1955 de «El Jarama»,incluso marcada pese al propio Ferlosio, y probablemente la obra cumbre de la novelística de posguerra, y sin duda uno de los textos de la literatura española contemporánea más leídos.

La pérdida de Rafael Sánchez Ferlosio es la pérdida de un personaje único dentro de la literatura española, ha asegurado este lunes el ministro de Cultura y Deporte, José Guirao, tras conocer la noticia del fallecimiento del novelista y ensayista. «Lamentamos enormemente su pérdida y el hueco especial y particular, siempre inteligente, incisivo, alumbrador de su literatura y de su prosa», ha señalado Guirao en una nota.
https://www.abc.es/cultura/libros/a...ez-ferlosio-91-anos-201904011107_noticia.html
 
«Less», un autor fuera de lugar que gana el Pulitzer
Andrew Sean Greer ha ganado el Pulitzer con una novela que retrata la vida de un escritor en promoción (y crisis) continua
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SeguirRodrigo Fresán
Actualizado:03/04/2019 13:36h

«Cuando me inicié en esta carrera, en los años 50, no se esperaba que los escritores promocionasen sus libros o que los firmasen en librerías. Se suponía que lo tuyo era producir los libros, y sólo a eso se limitaban tus responsabilidades. Ahora, el libro es casi el comienzo de tu verdadera ocupación que en realidad pasa por tener que salir ahí fuera y venderlo... Si un artista tuviese tanto acerca de lo que opinar en persona, más le valdría ser un predicador o un político». Más expeditiva y menos lírica, Margaret Atwood diagnosticó: «Para un escritor on the road las vejaciones nunca acaban».

Y fue con todo esto -las taras y fobias del «mundillo literario»- queAndrew Sean Greer (Washington, D.C. 1970) se sentó a escribir lo que en principio planeaba como novela seria y más bien triste y sufrida. Por el camino -por suerte para él y para nosotros- comprendió que la cosa sólo funcionaría como farsa picaresca. Así, «Fast-forward» y «The Washington Post» titularon «Por fin, una novela cómica gana el Premio Pulitzer. Ya era hora».

Lo que no significa que la agridulce y muy ácida «Less» no sea -entre carcajadas- triste y sufrida. Y que no conecte con los anteriores y más dramáticos títulos de Greer (admirados por Updike, John Irving, Michael Chabon y Dave Eggers y del que en nuestro idioma se conocen tan solo la fantasía sentimental-cronológica «Las confesiones de Max Tivoli» y el melodrama social «La historia de un matrimonio»; quedan por traducir la generacional y astronómica «The Paths of Minor Planets», la también «tempo-sobrenatural» «The Impossible Lives of Greta Wells» y los relatos reunidos en «How It Was for Me») donde siempre campea el tema del personaje fuera de lugar, desfasado, preguntándose qué hace y cómo llegó allí.

Anne Tyler, Nick Hornby y Peter Cameron y que, seguro, sería una magnífica película de Jason Reitman, a ser protagonizada por Greg Kinnear, con canciones de Rufus Wainwright en su «soundtrack» y, quién sabe, tal vez ganadora de ese Oscar a Mejor Película que no suelen llevarse las grandes comedias. Mientras tanto y hasta entonces, Greer ya recogió su Pulitzer -por ahí andan las fotos- enfundado en un magnífico traje rojo.

«Less». Andrew Sean Greer
Narrativa. Trad.: Miguel Márquez Alianza, 2019. 280 páginas. 18 euros
https://www.abc.es/cultura/cultural...lugar-gana-pulitzer-201904022031_noticia.html
 
Philippe Claudel: «Mi compromiso está en mis libros»
«El archipiélago del perro», su última novela, es una fábula con tintes de tragedia griega sobre el drama de la inmigración en una isla del Mediterráneo
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SeguirInés Martín Rodrigo@imartinrodrigo
Madrid
Actualizado:04/04/2019 09:36h

El mundo que habita Philippe Claudel (1962) es el mismo en el que todos vivimos, pero él lo hace de forma distinta. Lo hace usando su obra, literaria y cinematográfica, como espejo en el que nuestra sociedad se vea reflejada. A veces, como en el caso de su última novela – «El archipiélago del perro» (Salamandra), que estos días presenta en España–, ese reflejo no gusta, porque nos muestra lo peor a lo que podemos llegar los seres humanos, y porque es tan real que asusta. Los cadáveres de tres jóvenes negros aparecen, un lunes de septiembre, en la playa de una isla, aparentemente idílica. Un enclave mediterráneo que se aleja mucho de ser un paraíso, como demuestran las acciones que, entre sus habitantes, se desencadenan tras el hallazgo.

¿Por qué escogió la inmigración como tema central, como el gran asunto que atraviesa la novela?

Porque es uno de los grandes problemas contemporáneos al que la humanidad tiene que responder hoy, y tendrá que hacerlo más todavía mañana. La población mundial cada vez es mayor, pero el espacio común es el mismo y vamos a ver movimientos humanos que serán considerables por cuestiones económicas, ecológicas, de todo tipo. Si no estamos listos hoy, con estos pequeños movimientos, será peor en treinta o cuarenta años. Al escribir de estos temas, intento provocar diálogos con el lector y reflexiones.

Provoca diálogo con el lector, pero también despierta su conciencia, que últimamente parece un poco dormida.

Sí. El objetivo, efectivamente, es enfrentar al lector con temas que no siempre nos gusta abordar, porque es más fácil mirar hacia otro lado. Es más fácil pensar que estos dramas salen en la televisión o en un reportaje periodístico, pero no nos conciernen. Tenía ganas de implicar al lector, quería algo chocante que le atrapara.

¿Está Europa mirando para otro lado, están respondiendo nuestros político de manera adecuada al reto de la inmigración?



El problema es tal y como lo plantea. Teóricamente, hemos construido un lugar común, que es la UE, con un conjunto de reglas, leyes, acuerdos que explican que estamos en una especie de solidaridad entre los países. Pero lo que ha demostrado la crisis migratoria es que hemos dejado solos a los países que han sido los primeros en ser impactados por la llegada de inmigrantes, en concreto Italia. ¿Y cuál ha sido el resultado? Tal vez no sea la única razón, pero es una de las razones para explicar el ascenso de un Gobierno muy extremo.

Sí, de extrema derecha.

Sí, un Gobierno que, además, dice: no, lo paramos. Tendríamos que haber puesto en común nuestros medios, nuestras reflexiones… Italia, por razones geográficas, está en primera línea, pero todos los países europeos tenemos que ayudar a Italia. Por lo tanto, esta crisis migratoria revela esa especie de imposibilidad para conjugar ayudas en el seno de un espacio político común. Lo vemos cuando, por ejemplo, Angela Merkel dice que va a acoger a un millón de inmigrantes. Un acto que es, a la vez, político, económico y humanitario: Alemania es un país que envejece, y en veinte o treinta años hará falta una ayuda demográfica; también hay un acto humano, pero veremos cómo lo paga políticamente, porque ha sido muy criticada y ha provocado un aumento de los partidos extremistas. Incluso una buena decisión, una causa justa, provoca efectos negativos.

¿De dónde viene ese miedo al diferente, que en la novela se manifiesta en la reacción airada de los habitantes de la isla contra el Maestro, que no ha nacido allí?

En realidad, es bastante sencillo. Cuando todo va bien en un país, cuando la sociedad prospera, cuando la mayor parte de la gente tiene calidad de vida, cuando hay trabajo, los extranjeros no son un problema; al contrario, se les acoge. Pero basta con que pasemos del crecimiento a la recesión, que la calidad de vida baje y el desempleo aumente para que empecemos a buscar a los responsables. Y no los buscamos de forma inteligente, buscamos cabezas de turco, sobre todo porque algunas voces políticas, poco honradas y extremas, les apuntan: vienen a robarnos el pan, el trabajo, no son de aquí, no tienen el mismo color que nosotros, no tienen la misma lengua ni la misma religión. Es el fantasma de la posesión de la tierra, como si haber nacido en un lugar nos autorizara a poseer ese lugar. La tierra es un bien común, yo no soy más propietario de la tierra en la que he nacido que el que quiere venir y vivir.

Pero esas voces políticas irresponsables han sido elegidas por la ciudadanía. Algo de culpa tendremos…

Sí, los políticos que tenemos están hechos a nuestra imagen y semejanza, nos los merecemos. Aún así, hay un fenómeno bastante nuevo, que es la omnipresencia mediática, el hecho de que el político esté constantemente bajo el foco, delante de la cámara.

O escribiendo tuits.

Claro. Esta espectacularización de la vida política ha hecho que el político se convierta en un showman que interpreta su papel de forma histriónica, exagerando sus posiciones. Una cámara es como una lupa, aumenta los trazos, y como hoy el político está siempre delante de la cámara todo se ve agrandado, y él también se agranda. El tiempo tiende a los extremos, y eso es muy nuevo. Y es culpa de todos. Si hubiese una forma de decrecimiento mediático, ganaríamos en serenidad y en reflexión. Porque se da una paradoja: estamos muy informados, pero ¿para qué sirve? No tenemos ninguna interacción con lo que supuestamente conocemos. El hecho de saber, ¿me permite cambiar algo? No, nada. No hay interacción entre ese input de información y la acción. Si ser informado llevase a una toma de conciencia seguida de una acción… Pero no ocurre eso, y un ejemplo es la inmigración. La gente no ha salido a la calle para protestar, para pedir a los políticos que hagan algo.

Bueno, en Francia tienen a los chalecos amarillos.

Es representativo, una vez más, de la preocupación extremadamente francesa.

¿A qué se refiere?

Bastó con que apareciesen los chalecos amarillos para que en Francia ya no se hablase de inmigración. Ante la crisis migratoria, algunos escritores, no muchos, escribimos textos e intentamos acciones, pero no salieron 200.000 personas a la calle. La gente pasa.

Porque cuando no te atañe a ti, cuando consideras que el problema no te afecta, no pasas a la acción. Es reflejo del egoísmo, también.

Sí, efectivamente. De todas formas, hay miedos que son irracionales.

En la novela, ya al final, el narrador se pregunta si la vergüenza es lo que devuelve la humanidad a los seres humanos.

Sí, sí, sí, esto es una auténtica cuestión y no tengo la respuesta. Creo que si somos capaces de sentir vergüenza respecto a una acción que hemos hecho, eso prueba que todavía tenemos conciencia de que fue malvada. Así que podríamos decir que la vergüenza nos engancha con la humanidad. Toda la cuestión fundamental, en el libro y en la vida, es cómo seguir siendo humanos, qué hace que cada día, por mi forma de relacionarme con los demás, merezca el apelativo de humano, qué es ser humano.

¿Y qué es?

Pasa por pequeñas acciones, muy pequeñas. No siempre son tomas de posesión muy globales, ideológicas. Ser un ser humano es cruzarse con una persona en el pasillo del hotel y decir buenos días. Son pequeñas cosas que explican que el principio de vivir en sociedad es estar juntos, no lado a lado.

Pero hoy no dialogamos, hemos perdido esa capacidad.

Sí, y sin embargo hay una auténtica necesidad de diálogo, lo vemos cuando se hace un encuentro sobre un libro o un debate.

Incluso político.

Pero para hablar hay que escucharse, y el problema es que nuestros representantes políticos nos han demostrado que cuando celebran debates no se escuchan, son siempre dos bloques ideológicos. Es estúpido, no se puede dialogar así.

No sé si usted es creyente, pero en la novela hay un momento en el que el Cura escandaliza a sus feligreses con un sermón en el que dice que Dios se ha acogido a la prejubilación. ¿Está Dios en cese progresivo de actividad y la culpa es nuestra?

Lo hemos mandado nosotros a la jubilación. Cuando yo era niño, iba a misa y la iglesia de mi ciudad estaba llena. Y cuando hoy voy, de vez en cuando, prácticamente está vacía, hay unas decenas de personas. Por lo tanto, la religión tradicional católica se ha derrumbado.

¿Por qué?

Tal vez el ser humano necesitó a Dios durante un tiempo, pero ahora se considera mayor. Pero se equivoca, porque el ser humano es una criatura muy frágil y en momentos de gran sufrimiento muchos de nosotros necesitamos sentir un poder superior, algo que nos sobrepasa, una suerte de trascendencia, una forma de espiritualidad que da consuelo, apoyo, perdón.

Hemos hablado de la responsabilidad que en todo lo que está sucediendo tienen los políticos y de la que tenemos los ciudadanos. Usted, que siempre ha preservado su independencia artística y crítica, ¿cómo valora la figura del intelectual?

De entrada, la palabra intelectual en Francia es una cajón de sastre. Hay tantas cosas dentro que ya no sabemos muy bien qué es un intelectual en Francia.

Con la tradición que tienen...

Sí, claro. En estos últimos años, el intelectual ha desaparecido progresivamente de los debates en Francia. Durante años, el intelectual estuvo siempre en primera línea, tomaba la palabra pública, aunque a veces dijese tonterías. ¿Cómo se puede admirar todavía a Sartre, que apoyó a regímenes bárbaros, al comunismo en todo su horror? ¿Cómo hubo intelectuales franceses que pudieron apoyar a Pol Pot o a Castro? Muchos se equivocaron. Curiosamente, se perdona siempre a los intelectuales que han admirado a líderes comunistas, pero se fusila a los que han admirado a líderes fascistas. Algo no cuadra. En un momento dado, los intelectuales estuvieron demasiado presentes, tal vez, y ahora hay una especie de retracción. Además, la palabra política ya no se alimenta de la reflexión de los intelectuales. Ha habido una ruptura, lo que alimenta ahora lo político son los comunicadores, los publicistas, la gente del espectáculo, que se han convertido en los principales proveedores, no ya de ideas, sino de apariencia. Sé que voluntariamente no hablo políticamente, no voy a las tribunas, no hago peticiones. Considero que mi compromiso está en mis libros, y son libros-compromiso, en el sentido de que estimulan una reflexión en el lector. Hacer tribunas, peticiones… hay tantas que creo que ya no sirve para nada. Finalmente, ¿un novelista qué sabe hacer? Escribir ¿Y un cineasta? Rodar. Por lo tanto, leamos sus libros y veamos sus películas para ver qué tienen que decir.

Para terminar, me gustan mucho las analogías que siempre ha encontrado entre la montaña y la escritura. ¿Son el montañero y el escritor conquistadores de lo inútil, como rezaba el título de aquel libro de Lionel Terray?

Es un título magnífico. Sí, creo que sí. Puede parecer inútil subir montañas o escribir libros y, al mismo tiempo, son actos humanos que nos unen al mundo, un mundo físico, interior, que nos unen a los demás, también. Hay algo que me gusta en la montaña, y es que cuando uno escala va a lo desconocido, estás en un terreno inmenso, que te sobrepasa, eres muy pequeño, y en la escritura es igual. Con nuestras sencillas herramientas, que son las palabras, intentamos encontrar una vía en este territorio muy basto que es la humanidad, y trazamos una vía, como podemos hacer en la montaña, incluso tomando riesgos. No son riesgos mortales, no podemos despeñarnos, pero nos arriesgamos a nos ser escuchados.

O a ser malentendidos.

Sí, por supuesto.

Pero merece la pena.

Desde luego, lo creo realmente.
https://www.abc.es/cultura/libros/a...promiso-esta-libros-201904040139_noticia.html
 
Las «Rimas» de Gustavo Adolfo Bécquer: modernidad y poesía desnuda
Russell P. Sebold

En una obra general, no vendría al caso presentar a uno de los poetas más relevantes de la literatura española en términos de dos o tres de esas cuestiones limitadas que suelen debatirse en las revistas eruditas. Sin embargo, al proponer solamente dos temas -modernidad y poesía desnuda- no incurro en tal pecado; porque éstos son especiales, y en ellos se dan como quintaesenciados todos los aspectos de la poesía de Bécquer que hace falta tomar en cuenta para lograr una amplia comprensión de su temática y forma artística. Así, al seguir la exposición de los temas indicados, el lector se irá informando a la vez sobre todo el ancho panorama poético becqueriano.

En 1866, en una excursión turística a un antiguo santuario -no es una peregrinación religiosa y no viene a ella en alas de la fe, según expresión suya-, Bécquer aprovecha un momento de ocio para apuntar unas reflexiones acerca de los efectos del pensamiento moderno sobre las creencias tradicionales: «La crítica, esa incrédula hija del espíritu de nuestra época, nos ha infiltrado desde niños su petulante osadía, nos ha enseñado a sonreírnos de compasión al oír el relato de esas tradiciones [...] Ella nos ha truncado la historia, nos niega a Bernardo del Carpio, nos disputa al Cid, hasta ha puesto en cuestión a Jesús...» (Bécquer, 1969, pág. 971; la cursiva es mía). Esta tibia fe del Bécquer descreído y materialista se refleja en las Rimas, alguna vez en tono desesperado, por ejemplo, en la rima LXVI, donde el poeta teme que su «alma hecha jirones» no encuentre tumba sino «donde habite el olvido» (Bécquer, Rimas, 1991, págs. 316-317). Mas en otras ocasiones, y éstas son las que nos interesan de momento, esas angustias del católico vacilante se acompañan por la intuición o búsqueda de una divinidad alterna, inmanente al hombre y su mundo. Pienso en la última estrofa de la rima VIII: «En el mar de la duda en que bogo / ni aun sé lo que creo. / Sin embargo, estas ansias me dicen / que yo llevo algo / divino aquí dentro» (Ibid., 1991, pág. 206).

Ahora bien: este algo divino no es otra cosa que el espíritu sin nombre, indefinible y desconocida esencia, perfume misterioso, «de que es vaso el poeta», según ya había dicho Gustavo en la rima V (Ibid., pág. 200). Se trata de ese sublime quid que mora en todas las formas materiales, todas las fuerzas naturales, todos los seres animados y todos los espíritus meditativos, sosteniéndolos, rigiéndolos, inspirándolos. Pues a lo largo del verso becqueriano se elabora una metafísica poética, que está presidida por esa muy intuible pero indefinible esencia. En la rima IV, bajo su otro nombre de poesía, esa esencia informa la belleza de la naturaleza, el misterio del universo, nuestro mundo interior y la comunicación amorosa. En la rima V, donde habla en primera persona, ese mismo espíritu o esencia nada en el vacío, flota en las nieblas, atruena en el torrente, silba en la centella, ruge en la tormenta, susurra en la alta yerba, llora en la hoja seca, corre tras las ninfas, busca de los siglos las ya borradas huellas, une el cielo a la tierra y habita en el alma del poeta. Quiere decirse que según la cosmología estética becqueriana las cosas, los seres individuales, los fenómenos naturales no existen sino como manifestaciones diferentes pero interrelacionadas de esa única y unitiva esencia universal. He aquí la explicación de ese tan repetido y vulgar juicio de que, para Bécquer. Dios, la poesía y la mujer ideal son en el fondo un solo concepto.

Pero he aquí a la vez la clave de la modernidad de Bécquer como poeta. Juan Ramón Jiménez dice que «la poesía española contemporánea empieza sin duda en Bécquer» (Jiménez, 1982, pág. 38); y una de las notas más modernas del poeta de Sevilla, cuando se le considera en el mismo contexto que el de Moguer, radica en el hecho de que ambos rinden culto a la misma divinidad, aunque usan palabras diferentes para nombrarla. En Dios deseado y deseante, Juan Ramón se une místicamente con la belleza suma, que se le revela al contemplar los infinitos aspectos del universo; cámbiese la expresión belleza suma por algo divino, esencia, espíritu o poesía, recuérdese por las líneas anteriores cómo Bécquer se sitúa contemplativamente ante su mundo, y se verá que los dos son ministros de la misma fe estética. Si bien Bécquer lleva «... algo / divino aquí dentro» y es «vaso» de esa indefinible esencia poética, también el dios de Juan Ramón mora en su contemplador a la vez que ocupa todo el universo: «En todo estás a cada hora», dice el moguereño hablando con su divinidad, «siempre lleno de haber estado lleno, / de haberme a mí llenado de ti mismo» (Jiménez, 1964, pág. 121). Es más: en Eternidades, Juan Ramón se unirá a Gustavo en su preocupación por el modo en que se refleja la plenitud del ser en la esencia de las cosas individuales: «¡Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas! / ... Que mi palabra sea / la cosa misma, / creada por mi alma nuevamente» (Jiménez, 1920, pág. 30). Ahora bien, en vista de estos paralelos, no es tal vez sorprendente que el afán de aislar y entender la esencia y, aun más, de reducir toda la temática de la poesía a la esencia de lo existente en nuestro mundo, llevara ya a Bécquer a una gran innovación formal que ha solido fecharse hacia 1916-1917, años de composición de los poemas incluidos en el ya citado libro juanramoniano Eternidades.

Los críticos decimonónicos observaban que en el Intermezzo de Heine y las Rimas de Bécquer se daba una ilación tan estrecha entre asunto y forma, que esas obras parecían prescindir, ya del asunto, ya de la forma, y de ahí que insistiesen a la par en el error de desligar estos elementos en el análisis literario (véase Menéndez Pelayo, 1942, pág. 408; Rodríguez Correa, 1976, pág. 209). Ahora bien, una poesía cuyo tema no es más que la esencia del mundo, la esencia de las cosas individuales, la esencia del espíritu humano, ¿cómo se ha de llamar?, ¿cómo ha de ser su forma? Responder a esta interrogación nos descubrirá el vaticinio más brillante sobre la poesía del siglo XX que se logra durante el XIX. Ya hemos aludido a varios paralelos muy curiosos entre Bécquer y Juan Ramón Jiménez, pero el más profundo y sugerente es el que se ilumina por el poema de Eternidades (1916-1917), en el que se preludia a la vez la última época del poeta de Moguer: «Vino, primero, pura, / vestida de inocencia; / y la amé como un niño. / Luego se fue vistiendo / de no sé qué ropajes; / y la fui odiando, sin saberlo. / Llegó a ser una reina, / fastuosa de tesoros... / ¡Qué iracundia de yel y sin sentido! / ... Mas se fue desnudando. / Y yo le sonreía. / Se quedó con la túnica / de su inocencia antigua. / Creí de nuevo en ella. / Y se quitó la túnica, / y apareció desnuda toda... / ¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para siempre!» (Jiménez, 1920, pág. 276).

Esto siempre nos ha parecido típico de Juan Ramón y las primeras décadas de la centuria XX (véase Palau de Nemes, 1974), pero ya en el decenio de 1870 dos notables conocedores del verso de Bécquer empleaban el sustantivo desnudez y el adjetivo desnudo para hablar de su poesía. La referencia más escueta es de Rodríguez Correa y se halla en las palabras dirigidas «Al lector», en la segunda edición (1877) de las Obras de Bécquer, donde se llama la atención sobre «la admirable desnudez de la forma intrínseca» de las Rimas (Rodríguez Correa, 1976, pág. 222; la cursiva es mía). No deja de ser sorprendente la presencia de tal término en un trabajo crítico de 1877, pero Galdós se adelanta en seis años a Correa al utilizar el adjetivo correspondiente en dos pasajes de su aguda reseña «Las obras de Bécquer» (1871), de donde el ya citado amigo y prologuista cubano de Gustavo acaso recogiera tal terminología. Sin embargo, veremos que el mismo Bécquer se adelanta a sus dos críticos en el uso de estos términos, y lo intrigante es que sus inspiraciones seguirán en cierto modo igualmente desnudas después que las haya vestido. También volveremos sobre «la admirable desnudez de la forma intrínseca» -hechura- de las rimas individuales, después de completar nuestro examen del sentido filosófico del concepto de la desnudez en el conjunto de la obra poética becqueriana.

Uno de los dos pasajes galdosianos sobre la desnudez poética en Bécquer servirá para iluminar el sentido general de desnudo, y el otro nos permitirá acercarnos ya a las manifestaciones de la desnudez estilística en poemas individuales. En la primera de las páginas aludidas el gran novelista canario escribe:

Desnudas de artificio, simples como los productos de la naturaleza, [las poesías de Bécquer] nos transmiten las sensaciones diversas de un espíritu turbado por perpetuas visiones, y por sed insaciable de perderse en la vida infinita. Algunas no son más que un lamento, deseo fugaz, una idea que pasa, un lejano rumor que se percibe y despierta múltiples y encontradas sensaciones [...] Algunas son como un leve rayo de luz que alumbra un segundo y después se apaga, dejando, no obstante, algo iluminado dentro de nosotros mismos: otras nos dicen lo que ya sabíamos, aunque estaba olvidado en un rincón de nuestro cerebro; otras nos enseñan algo que ignoramos hoy, pero que nos parece supimos alguna vez, antes de haber nacido. Las hay que no son más que una observación, una mirada, y admiramos en todas ellas mil cosas elocuentes que no se dicen.


(Sebold, 1985a, pág. 70- la cursiva es mía)


Es interesante que Galdós tome nota de la aportación de las sensaciones a la inspiración poética de Bécquer, así como al nacimiento de las visiones originales de éste; pues son elementos del proceso creativo en cuya importancia insiste el propio poeta, como he hecho ver en otros estudios (Sebold, 1989a, págs. 17-19 y passim; Bécquer, Rimas, 1991, págs. 36-51). Al mismo tiempo, Galdós representa al poeta como un espíritu perpetuamente «turbado» por los rebeldes hijos de su fantasía, y precisamente en las sediciones de éstos buscaba el propio Bécquer «la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos», según se expresa en su «Introducción sinfónica» (Ibid., pág. 177). Pero lo principal de las líneas que comentamos es desde luego el hecho de que las poesías de Gustavo le parecen a Galdós «desnudas de artificio»; porque se hallan todavía cerca de esa naturaleza aprehendida directamente por las sensaciones, de las que traen sus orígenes. Son poesías desnudas porque son, en una palabra, traslados de los hijos de la fantasía que, «acurrucados y desnudos duermen» en los rincones del cerebro del poeta, que se agitan «desnudos, y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión», según dice Bécquer en su «Introducción sinfónica». Es más: en su verso solamente los vestirá -les dice- «lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez» (Ibid., págs. 175, 176, 178). Por estas líneas se descubre, al mismo tiempo, que Galdós a su vez debió de tomar el término desnudo del mismo Bécquer.

Ser desnudo un poema, según Galdós, es ser simple como un producto de la naturaleza; es a la vez no ser más que una intuición, según se desprende de expresiones galdosianas como «deseo fugaz», «lejano rumor», «leve rayo de luz que alumbra un segundo», «algo que supimos alguna vez antes de haber nacido» y «mil cosas elocuentes que no se dicen». Galdós también apunta unas ideas que sirven para vincular las observaciones anteriores sobre la idea de la desnudez al nivel de la inspiración con la realidad de la desnudez al nivel del poema concreto. El pasaje que voy a citar ahora casi podría ser un primer borrador en prosa para el poema de Juan Ramón sobre la poesía desnuda que queda copiado más arriba. Al hacer tal afirmación pienso en la imagen del atavío presente en ambos, en cómo la poesía en cada caso va poco a poco desnudándose, y en el mundo en que se eslabonan otras ideas que son comunes a ambos.

La fantasía del poeta se ha ido inmaterializando cada vez más, digámoslo así. La vimos primero usando los brillantes intermediarios y adornos de la personificación y de las acciones dramáticas: después algo menos concreta, aunque siempre en relación con el exterior y, por último, la encontramos completamente libre, sola, desnuda, sin más atavío que su propio encanto intrínseco, sin tocar a la tierra más que en un leve punto, grandes y nobles almas encerradas en la menor cantidad de cuerpo posible.


(Sebold, 1985a, pág. 68 -la cursiva es mía.)


Quisiera llamar la atención sobre la importante observación galdosiana de que en el estilo y en la extensión del poema individual se reconoce la desnudez por esa envoltura que tiene «la menor cantidad de cuerpo posible».

En el contexto de lo que venimos diciendo, algunas cualidades por otra parte muy conocidas de las Rimas cobrarán más sentido del que se les ha atribuido anteriormente. En su novela Corinne (1807), Madame de Staël argüía en favor de una poesía más intuitiva, menos explícita: «... la poésie antique ne dessinait que les grandes masses, et laissait à la pensée de l'auditeur à remplir les intervalles, à suppléer les développements. En tous genres, nous autres modernes, nous disons trop» (Staël, 1985, pág. 95). En cambio, varios decenios más tarde, en la literatura francesa de su época, concretamente en el esprit francés, Bécquer halla ya el encanto de la intuición que Germaine Necker echaba de menos a comienzos de la centuria: esto es, «ese carácter ligero, vago y gracioso; ese estilo brillante, cortado y breve, en que el pensamiento del autor se retrata con toda la misteriosa poesía, con toda la fascinadora volubilidad con que las ideas se levantan, cruzan y se reflejan en su mente» (Bécquer, 1969, pág. 1209). (Esta corriente intuitiva, francesa o europea -a continuación Gustavo se identifica como «cosmopolita en literatura»-, se hallaba incorporada a la literatura española, a mediados del siglo, a través de Selgas y Arnao [¿influencia de Alfred de Musset?] y contribuye al llamado prebecquerianismo, tantas veces historiado.) El estilo intuitivo o sugerente, en lugar del aseverativo, también lo encuentra Bécquer en La soledad(1861) de Augusto Ferrán; pues allí «cada una de las páginas -insiste- es un suspiro, una sonrisa, una lágrima o un rayo de sol; un libro por último, cuyo solo título aún despierta en mi alma un sentimiento indefinible de vaga tristeza» (Bécquer, 1969, pág. 1186). Ahora bien: un suspiro, una sonrisa, una lágrima, un rayo de sol, a la par que nos comunican sentimientos por la insinuación, en vez de por la definición, son ejemplos de la realidad natural, esencial, o desnuda. Más abajo el lector verá por qué he escrito el adjetivo vago en letra bastardilla en dos de las citas contenidas en el presente párrafo.

Más adelante, en su reseña a La soledad, Gustavo torna a expresar la misma idea, pero en estilo más crítico que poético. En contraste con la poesía magnífica de los grandes poetas retóricos -Espronceda, por ejemplo-, el prologuista caracteriza a otra tendencia que le atrae mucho más: «Hay otra [poesía] natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnudade artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía» (Bécquer, 1969, pág. 1186 -la cursiva es mía). Este texto de 1861 es archiconocido y, sin embargo, nunca se había señalado antes -ni yo mismo me había fijado en ello antes de hacer mi edición de las Rimas (Bécquer, Rimas, 1991, pág. 65)- la presencia en él del calificativo clave que he escrito en letra bastardilla, junto con sinónimos como desembarazada y forma libre; y aun hay algo todavía más importante: todo ello está directamente unido al concepto de la intuición: despierta ideas, etc. (Tomemos al mismo tiempo nota de que la descripción becqueriana de esa encantadora poesía de Ferrán, tan «desnuda de artificio», ha sido seguramente el modelo de Galdós cuando afirmó que las poesías del mismo Bécquer son «desnudas de artificio».)

En nuestra centuria, se ha acostumbrado aprovechar las observaciones de Bécquer sobre La soledad como si se refiriesen a su propia obra en verso. Pero ya a raíz de la muerte de Bécquer, Rodríguez Correa destacaba en las Rimas las mismas cualidades que su recién fallecido compañero subrayaba en los cantares de Ferrán: «Generalmente las poesías son cortas, no por método o por imitación, sino porque para expresar cualquier pasión o una de sus fases, no se necesitan muchas palabras. Una reflexión, un dolor, una alegría, pueden concebirse y sentirse lentamente; pero se han de expresar con rapidez, si se quiere herir en los demás la fibra que responde al mismo afecto» (Rodríguez Correa, 1976, pág. 217). Esto es, que con la intuición breve y rápida será posible perfilar lo esencial del afecto, desnudarlo. De esta manera ha logrado Gustavo expresar lo inexpresable. Me refiero a esos delicados matices de la sensibilidad moderna que resisten a la conceptualización, pues, como decía ya el mismo Correa, el autor de las Rimas vence «la dificultad del lenguaje para expresar lo ideal y analítico del sentir moderno» (Rodríguez Correa, 1976, pág.208).

Los documentos más significativos para la ilustración de esta técnica se hallan, empero, en el verso de las mismas Rimas; donde es una constante el afán de lograr esa desnudez que nos brinda tan espléndidas y sugerentes intuiciones y visiones. En la rima XXIX, el poeta pregunta a su amada, con quién ha estado leyendo en un ejemplar del Infierno del Dante y sobre el que ha sonado un beso: «-¿Comprendes ya que un poema / cabe en un verso?» (Bécquer, Rimas, 1991, pág. 250). Es más: en el indicado poema, esta interrogación se acompaña por hondos silencios, apresurados y secos alientos, ojos trémulos, mejillas encendidas, es decir, exteriorizaciones de esos afectos que nunca se describen en la poesía de Bécquer, sino solamente se intuyen, y que sin embargo vivimos allí más plenamente que en el verso de cualquier otro poeta. El ya indicado verso de la rima XXIX constituye una lección de poética al estilo de las que nos ha dejado Gustavo en las Cartas literarias a una mujer. La desnudez del contenido intuitivo (hondos silencios, etc.) se une a la desnudez de la forma, un solo verso. Y Bécquer, en efecto, obedece a su propia preceptiva, porque donde basta un verso para captar una idea o afecto, no usa dos; donde bastan dos versos, no usa tres.

La mismísima idea del logro de una comunicación puramente intuitiva gracias en gran parte a la concisión de la forma poética vuelve a reflejarse en la rima XXXIV, en la descripción del llanto de una mujer hermosa: «llora, y es cada lágrima un poema / de ternura infinita» (Bécquer, Rimas, 1991, pág. 257). No resisto a la tentación de jugar con las dos últimas citas de las Rimas para decir que en Bécquer es cada verso un poema de poesía infinita -ese infinito que no percibimos sino desde el ángulo de las esencias desnudas-. La rica gama de sensaciones y sentimientos más bien intuidos que nombrados en las Rimas pero que innegablemente están presentes en ellas no son el único referente de los recursos expresivos de los que venimos hablando en estas líneas; tanta brevedad, tanta desnudez de la forma, tanta sencillez estilística aspiran a hacernos tomar conciencia de ese otro poema becqueriano -el más desnudo, el más intuitivo, el más bello, el más becqueriano de todos- que no llegó nunca a encerrarse en letras de molde, que no se encuentra en ninguna página del poeta.

Se trata de un poema interior cuyas desconocidas palabras nunca se han articulado: «escucho yo un poema que mi alma / enamorada entiende»(rima XXVII, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 243). Ninguna rima hay más perfecta que esta silenciosa de la nostalgia o la meditación, perfecta por cuanto no se ha contaminado con ningún intento de realización literaria y queda aún en rutilante y virgen aspiración. El típico poema desnudo becqueriano era ya más alma que letra, pero el presente es todo alma. No obstante, todas las demás rimas, las numeradas, las impresas, son en cierto modo la metáfora colectiva de esta rima interior del poeta, o bien son apuntes provisionales hacia ella; y merced a éstos sí logramos vislumbrar, cuando menos, tan inalcanzable aspiración apolínea.

Lo que en realidad vislumbra muchas veces el lector no es solamente la rima interior del poeta, sino ésta reunida a otra propia, personal, del mismo género, y de aquí en parte el inagotable tesoro de las Rimas para todos los lectores. Para explicar en qué consiste la actividad de colaborador silencioso que desempeña el lector de las Rimas -porque de tal actividad nace el poema interior del lector-, hará falta comentar primero la función de la rima asonante en la poesía de Bécquer. Se verá al mismo tiempo que la sencillez de la versificación becqueriana -en la que predomina la asonancia- es otra condición de la desnudez poética que caracteriza al poemario de las Rimas. Las primeras observaciones sobre la significativa aportación de la rima asonante al arte del típico poema de Bécquer son de 1871, y son debidas a los ya citados Correa y Galdós. En el prólogo del primero, leemos: «Las rimas de Gustavo, en que a propósito parece huir de la ilusión del consonante y del metro, para no herir el ánimo del lector más que con la importancia de la idea, son a mi ver de un valor inapreciable en nuestra literatura» (Rodríguez Correa, 1976, pág. 217).

En conjunto, Galdós dice lo mismo que Correa, insistiendo más fuertemente en algún aspecto y volviendo, al final de las líneas siguientes, sobre la idea de la desnudez, aunque sin servirse esta vez de la palabra:

Hasta ha prescindido de la rima, que es un estorbo y al mismo tiempo una excelente y cómoda tapadera propia para encubrir multitud de imperfecciones, en lo cual ha hecho bien, no queriendo sin duda incurrir en el pecado de aquellos, buenos ingenios también, a quienes la tiranía del consonante compelió a decir tantas, tantísimas tonterías. [...] a nosotros nos encanta la sobriedad armónica de las poesías de Bécquer, y esta circunstancia parece que contribuye a anunciar su idealismo y a presenciar más claro su sentido. La ausencia completa de lo que aquí se ha llamado con mucha seriedad galas de la poesía, la breve cantidad del frágil barro llamado lenguaje que ha entrado en su formación, aumenta su importancia esencial y da fuerza inmensa al pensamiento.


(Sebold, 1985a, pág. 69)


En fin, la función de la sencilla rima asonante, de abolengo popular, es «no herir el ánimo del lector más que con la importancia de la idea»; o lo que es lo mismo, «anunciar su idealismo», «presentar más claro su sentido», «dar fuerza inmensa al pensamiento». (Por el contexto del ensayo galdosiano, se ve que idealismo no tiene nada que ver con la idealización, sino que alude a la condición de poesía esencial, poesía de ideas, en el sentido de gérmenes artísticos, la cual es tan evidente a lo largo de las Rimas.) La nueva referencia galdosiana a la desnudez a la que yo aludía se da en las palabras «breve cantidad del frágil barro llamado lenguaje», y queda claro que asonancia es la misma característica llevada al nivel de la versificación. En este comentario de Galdós, como en otros citados anteriormente, se llama la atención por ende sobre el acoplamiento becqueriano de contenido desnudo y forma desnuda.

Es de 1924 una observación muy aguda de César Barja sobre la relación entre versificación y poesía en las Rimas: «Si se nos permite la paradoja; que no lo es más que aparentemente, diremos que la poesía de Bécquer empieza allí mismo donde el verso acaba» (Barja, 1924, pág. 335 -la cursiva es mía). Se trata de una noción que había apuntado ya Wordsworth, apropiadamente al final mismo de su poema The solitary reaper(1803): «The music in my heart I bore, / long after it was heard no more» (Wordsworth, 1974, pág. 230). Pero tendremos que preguntamos por el sentido exacto de la observación de Barja, porque él no la explica. Para comenzar, resulta claro que la poesía no puede prolongarse más allá de la forma métrica sin que colabore alguien -¿el poeta, el lector?- para mantenerla. ¿Quién es entonces el continuador del poema aparentemente concluso? Recordemos la actitud del propio Bécquer en los momentos en que concluía de leer los cantares de su entrañable amigo Augusto Ferrán. La poesía de los poetas, según llama Bécquer al género cultivado por Ferrán, «es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso» (Bécquer, 1969, pág. 1187); donde el acorde representa el breve poema intuitivo -la mayor parte de los cantares de Ferrán no tienen sino cuatro versos-, y las cuerdas que siguen vibrando son los inspirados momentos de meditación que siguen a la lectura del poema. En la misma página, Bécquer reitera su reacción de lector, aclarando un poco su sentido: «Cuando se acaba ésta [poesía como la de Ferrán], se inclina la frente cargada de pensamientos». De modo que concretamente las cuerdas que quedan vibrando son una representación metafórica de los pensamientos que entretienen al lector al cerrar el libro de versos. El efecto producido por tales reflexiones es, empero, musical, según se insinúa por la figura de las cuerdas del arpa, así como por el siguiente comentario becqueriano sobre la última canción del libro de Ferrán: «... con ella termina el libro de La soledad, como con una cadencia armoniosa que se desvanece temblando y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación» (Bécquer, 1969, pág. 1194).

De estos tres pasajes debidos al Bécquer lector de Ferrán se deduce que quien colabora para en cierta manera continuar la poesía luego de pasado el límite textual es, efectivamente, el lector. El texto poético despierta en el espíritu del lector ciertas sensaciones poéticas análogas a las contenidas en el poema que se termina de leer, y el lector combina y recombina a su manera las vagas, flotantes y melodiosas esencias provenidas de ambas fuentes hasta llegar a un poema interior propio que sólo su alma entiende, como le pasaba antes al poeta con su poema interior (véase el fragmento de la rima XXVII citado arriba). Quiere decirse que con el ejemplo de sus profundas intuiciones Gustavo nos ha enseñado a razonar un poco por su originalísima lógica de imágenes, y al devolver el libro al estante seguimos algunos minutos, en nuestros sueños, poetizando a lo Bécquer, componiendo rimas personales. Salvo por su estímulo inicial, tal meditación pospoética está muy vecina a la inspiración que el poeta encuentra en la naturaleza ciertos hermosos días «en que todos los rumores parecen armoniosos, y todas las voces y todos los sonidos una nota musical, la última o la primera de una melodía vaga que adivinamos o concluimos sin saberlo» (Bécquer, 1969, pág. 1067 -la cursiva es mía).

En fin, la poesía de Bécquer empieza allí mismo donde el verso acaba, en el sentido de que en ese punto empieza la colaboración del lector, para la cual la asonancia prepara el camino. La rima asonante frío, rico, hilo, en vez de fino, destino, camino- confina mucho menos, no forma una línea divisoria tan clara entre el poema y el mundo espiritual del lector; en fin, deja libre el paso al valle de las rimas personales del lector individual. Por todo lo cual puede decirse que cada rima de Bécquer viene a ser a la vez un equipo para hacer rimas usted mismo. El metro desnudo, marco tan idóneo para las intuiciones desnudas contenidas en los poemas becquerianos, facilita a su vez el nacimiento de nuevas intuiciones desnudas en el alma del lector, desnudas porque son esencias poéticas como las del poeta, además de no estar vestidas todavía de la palabra; y merced a este consorcio de circunstancias cada una de las rimas becquerianas parece encerrar un tesoro inagotable de sugerentes ideas poéticas, y realmente es así porque con cada nuevo lector varía ese caudal.

La comprobación de cuanto venimos diciendo sobre la colaboración del lector en la composición de las Rimas, la tenemos en un curiosísimo problema de fuentes y deudas literarias sobre el que he llamado la atención anteriormente. Creemos a veces recordar rimas becquerianas -en realidad son nuestras- que resulta totalmente imposible hallar al volver a consultar el texto, y algo semejante nos pasa al buscar fuentes para las Rimas entre los versos de inspiración, estilo y tono parecidos, de los predecesores y coetáneos de Gustavo. Leemos, por ejemplo, esos poemas de Selgas caracterizados -según afirma Manuel Cañete en su prólogo a La primavera (1850)- por «el espiritualismo, la vaguedad, la melancólica ternura de las poesías meridionales», y nos parece encontrar a la vuelta de cada página un antecedente concreto de alguna rima becqueriana, que, sin embargo, es luego imposible relacionar directamente con ninguna de éstas. Reitero que las rimas cuyas fuentes estamos buscando en esos momentos de frustrante investigación no son enteramente de Bécquer, son al mismo tiempo de nuestra invención subconsciente.

Queda otra curiosa ilustración de la forma abierta, la cualidad intuitiva y la verdad desnuda en la rima individual. Por diferentes que sean lasRimas de los magnilocuentes poemas de Quintana, Bécquer en su juventud admiraba profundamente las odas que el gran prócer dedicó a la imprenta y a la expedición española para propagar la vacuna en América, y nos ha dejado un largo poema asimismo juvenil, de estilo sorprendentemente quintaniano, titulado sencillamente «A Quintana» (Bécquer, 1969, págs. 482-492). (Incluso en las Rimas hay alguna reminiscencia estilística de Quintana: verbigracia, el «rumor sonoro / de arpa de oro» de la rima XV parece un eco de la frase «... en el arpa de oro / que mi cantar sonoro / acompañó hasta aquí...» de la oda A España después de la revolución de marzo.) Menciono estos datos, porque en el contraste entre el estilo habitual de Quintana y el maduro de Bécquer se basa una observación muy aguda del crítico cubano Rafael María Merchán: «Quítese de una oda de Quintana un fragmento y se notará que queda incompleta; elimínese de una poesía de Bécquer una o dos estrofas y no se echarán de menos; el mecanismo de sus versos es la superposición, y admira que, pudiéndose extender más, no lo haga» (Merchán, S. A.,pág. 148). A la vista de lo que Carlos Bousoño dice sobre la exacta geometría de esos conjuntos paralelísticos becquerianos (en Sebold, 1985a, págs. 157-190), parece a primera vista sorprendente que sea posible desgajar cualquier estancia de una rima de Gustavo sin que ésta parezca incompleta, mas habría que recordar que el típico poema de las Rimas se basa en una idea o intuición única y que una estrofa difiere de otra tan sólo por el hecho de que ofrece un nuevo ángulo visual para la contemplación de la misma verdad central (en las rimas paralelísticas las sucesivas estrofas incluso tiene n una misma estructura sintáctica y estilística). Ni la intuición ni la verdad desnuda tienen duración ni extensión definibles. Ninguna forma, por tanto, más feliz para vestir ideas tan frescas -tan rápidamente percibidas y sin embargo tan poco limitadas-, que la completamente abierta a la que lleva el mecanismo o procedimiento de la superposición, sin ningún límite de extensión. Sin embargo, la reducción del número de estrofas superpuestas estará siempre más en armonía con el delicado arte intuitivo de las Rimas que su incremento.

Más abajo, Merchán demuestra la exactitud de sus observaciones sobre el carácter abierto de la rima individual y su capacidad de ser extendida mediante las superposiciones, insertando siete estrofas nuevas entre la cuarta y la quinta de la rima II de Bécquer, en cuya confección él observa la misma estructura paralelística que en las originales. Alguna de las estrofas de Merchán no está del todo mal («Pájaro de verdes alas / que cruza la inmensidad, / y que no sabe en qué bosque / ni en qué rama morirá»), mas con la extensión se pierde casi toda esa rapidez y sorpresa que son esenciales para la pintura de la intuición. Con el experimento de Merchán se demuestra a la par el extraordinario gusto de Bécquer al no dejarse llevar por la tentación de extender ninguna rima más allá de su justo límite. El crítico cubano remacha su argumento dando un giro paródico a la última de las estrofas de su cosecha: «Romance de goma elástica / que se estira más y más, / hasta que el lector pregunta / si nunca terminará» (Merchán, S. A., pág. 150).

Concretamente una de las características en que difieren Bécquer y predecesores suyos como José Selgas y Antonio Arnao, es que éstos se extienden demasiado, a riesgo de perder la belleza del delicado estilo intuitivo, sugestivo, postromántico -o, en fin, vago- que, por otra parte, es ya muy notable en sus versos. (Pienso, por ejemplo, en La primavera [1850] y El estío [1853] de Selgas, y Melancolías [1857] de Arnao.) El término vaguedad se usa para designar un defecto del estilo en algunos géneros literarios, mas todo lector de Bécquer sabe que en las Rimas significa otra cosa muy diferente: se trata de la cualidad intuitiva de la que venimos hablando, pero no ya solamente al nivel de la idea de la rima, sino conjuntamente a los niveles de la idea y del ambiente del poema, por lo cual resulta a veces doblemente insinuante, como se puede apreciar por los ejemplos siguientes, en los que las cursivas son mías: «Si al resonar confuso a tus espaldas / vago rumor, / crees que por tu nombre te ha llamado / lejana voz, / ...» (rima XVI); «Primero es un albor trémulo y vago, / raya de inquieta luz que corta el mar; / ...» (rima LXII); «¿Será verdad que, huésped de las nieblas, / de la brisa nocturna al tenue soplo, / alado sube [el espíritu] a la región vacía / a encontrarse con otros?» (rima LXXV) (Bécquer, Rimas, 1991, págs. 224, 308, 344). (Por supuesto, la vaguedad informa el ambiente de muchas rimas -por ejemplo, la LXXV, acabada de citar- en las que no aparece el término.)

La vaguedad es una variante del estilo desnudo que necesita aclararse. Pero antes de continuar nuestra explicación veamos algunos ejemplos más en la prosa de Bécquer. En «Un boceto del natural», por ejemplo, aparece mencionada «la poética vaguedad del crepúsculo»; y cuando no se asocia la vaguedad directa mente con el ambiente, se une con frecuencia a cierta emoción que para el poeta acostumbra a teñir toda la atmósfera, quiero decir, la melancolía, como en esta muestra tomada de las Cartas literarias a una mujer. «... poesía es, y no otra cosa -dice Gustavo-, esa aspiración melancólica y vaga que agita tu espíritu con el deseo de una perfección imposible» (Bécquer, 1969, págs. 714, 629). (Las cursivas en estas últimas citas, lo mismo que en todas las siguientes relativas a la vaguedad poética, son mías.) En su reseña a La soledad de Ferrán, Bécquer observa que «estas canciones rebosan de una especie de vaga e indefinible melancolía que produce en el ánimo una sensación al par dolorosa y suave»; y en otro pasaje de las Cartas literarias a una mujer, el autor pregunta: «Al despertar, ¿te ha sido alguna vez posible referir, con toda su inexplicable vaguedad y poesía lo que has soñado?» (Bécquer, 1969, págs. 1190 y 624, respectivamente).

A partir de 1871 se aprovecha la misma terminología en la crítica sobre Bécquer. En dicho año, en su prólogo a las Obras de su amigo, Correa comenta así la rima LXXVI sobre las emociones que despierta en Bécquer la estatua mortuoria de una hermosa dama medieval que duerme su sueño eterno sobre su lecho de piedra en la imponente nave de un templo bizantino: «... esta composición última me parece una de las más perfectas en castellano, no sólo por su vaguedad, misterio y dificultad de precisar claramente, sino por lo correcto y acabado de la forma»(Rodríguez Correa, 1976, pág. 220). Luego, en 1898, hablando de las Rimas en general, Nicolás Heredia escribe: «Amar así como se ama en un sueño indeciso a una visión que pasa por el alma engendrando anhelos vagos y dolorosas ansiedades es el modo de sentir más exquisito» (Heredia, 1898, pág. 220). Y todavía en la segunda mitad de nuestro siglo la vaguedad poética becqueriana sigue siendo objeto de la crítica, bien que no siempre bajo el nombre que nos interesa aquí (Aguirre, 1964; Marín, 1972; Sebold, 1985a, págs. 213-225, 238-245).

Cinco años después de la muerte de Bécquer, don Gaspar Núñez de Arce alude a él con sarcasmo riéndose de «esos suspirillos líricos, de corte y sabor germánicos, exóticos y amanerados, con los cuales expresa nuestra adolescencia poética sus desengaños» (Núñez de Arce, 1891, págs. XV-XVI). Para comprender este cargo hay que recordar que el suspiro era uno de los principales medios expresivos de la vaguedad poética y que desde el mismo siglo XIX esta última cualidad viene atribuyéndose a influencias de la poesía de los países nórdicos.

Según tal punto de vista, la vaguedad en las Rimas es reflejo del estilo del Intemezzo de Heinrich Heine, cuyo influjo Bécquer pudo recibir por las traducciones de Eulogio Florentino Sanz y Mariano Gil Sanz, o bien por los conocimientos de su amigo Augusto Ferrán, que estaba muy versado en la poesía alemana. Sin embargo, muchos años antes, en su artículo «Análisis de la cuestión agitada entre románticos y clasicistas», de 1823, Ramón López Soler insistía ya en la importancia del «lenguaje de los suspiros» para el estilo romántico (López Soler, 1954, pág. 80a), y aun cuando la vaguedad haya provenido en un principio de regiones nórdicas, estaba ya presente en la poesía española desde hacía mucho más tiempo de lo que suele creerse. Lo cual significa que puede haberse dado en España, antes de la época de Bécquer, una evolución relativamente independiente del estilo vago postromántico, y que Rodríguez Correa tendrá posiblemente mucha razón al negar que el Intermezzo haya influido directamente sobre las Rimas (Rodríguez Correa, 1976, págs. 209,216-217).

En la Introducción a mi edición de las Rimas, reúno y estudio 12 textos literarios de 1823 a 1865, de diversos autores (Bécquer, 1991, págs.75-82), que representan la evolución del concepto y el léxico de la vaguedad en la literatura romántica y postromántica. El examen de esos documentos, así como de los pasajes de Bécquer que hemos reproducido aquí, revela que las voces (e ideas) más a menudo asociadas con las palabras vago, vaguedad son: melancolía, ternura, suspiros, tristeza, imposible, inefable, indeciso, indefinible, contemplación, sueño, espiritualismo, místico, sensación e imaginación. Ahora bien: tales conceptos son de la misma esencia de la poesía; son componentes de esa poesía que ya Bécquer, Galdós y Correa llamaban desnuda por su falta total de afectación en la emoción, en la temática, en la forma y en el estilo. En el fondo, vago es sinónimo de los términos intuitivo y desnudo que hemos utilizado en páginas anteriores -se refieren los tres de un modo u otro a lo que es esencial para lo que se viene llamando poesía pura desde principios del siglo XX-; y gracias a la presencia, ya en la lírica de Bécquer, de los atributos que se designan con esos términos se aclara a la vez cómo su obra podía ser susceptible de otras dos influencias indispensables para su plasmación: 1) la poesía popular (que sería tan importante también para poetas del siglo XX, como los Machado y García Lorca); y 2) el espiritismo.

Dice Bécquer, en su reseña a La soledad de Ferrán: «El pueblo ha sido, y será siempre el gran poeta de todas las edades y todas las naciones»(Bécquer, 1969, pág. 1187). En las notas a mi edición de las Rimas he destacado ejemplos concretos de la influencia de géneros poéticos populares como el cancionero tradicional, el romance viejo y la seguidilla sobre la técnica becqueriana, y en el libro de Carrillo Alonso (1991) el lector encontrará más ejemplos. Lo realmente significativo, empero, para la comprensión de la profunda deuda de Bécquer con la poesía popular reside en el área de esos intrigantes pero casi indefinibles paralelos estilísticos que se dan entre sensibilidades afines. El poeta se ha afectado hondísimamente por sus lecturas y conocimientos orales de la poesía del pueblo, pero de modo general y en tal forma que la imposibilidad de identificar la deuda en términos específicos llega a ser el tormento del investigador y crítico. Esto afecta principalmente a la visión metafórica de la realidad, pues en las metáforas de Gustavo revive algo de la ingenua delicadeza que caracteriza a la percepción del mundo en la poesía popular y que es como una intuición directa de la naturaleza de las cosas. Me refiero a las «metáforas autónomas», según acostumbro a llamarlas, las cuales, a la par que nos revolucionan nuestro concepto de la realidad descubriendo facetas y conexiones inesperadas, tienden, paradójicamente, areemplazar esa misma realidad que estaban destinadas a presentar e iluminar.

Tengo en mente versos populares como los siguientes: «No tengo la culpa yo / que siendo tuya la rosa, / hasta mí llegue el olor». Los amantes en este poema no son más que un necesario pero mínimo punto de referencia (la amada apenas está aludida), porque todo el encanto del poemita es el misterioso viaje de la fragancia de la rosa. Lógicamente, habría que suponer que este elemento es una mera figura retórica para la representación de algo superior, y no obstante, para cualquier lector sensible se convierte en el punto de mayor interés. El ensueño del cantor se coloca en primer término, y de ahí la autonomía de la metáfora a la que yo aludía antes. Es ésta una de las características principales en las que pensará Gustavo al sostener que «la poesía popular es la síntesis de la poesía» (Bécquer, 1969, pág. 1187); y en efecto, al tratarse de poesía = poiesis, «creación, hechura», nada hay más poético que esas metáforas que dan nacimiento a nuevos mundos en los que las cosas familiares parecen regirse por una lógica enteramente nueva. Volveremos sobre el término síntesis y la poesía de Bécquer, pero veamos antes otro ejemplo de la poesía popular, una seguidilla andaluza, en la que se dan análogas metáforas autónomas: «Desde que te ausentaste / sol de mis soles, / ni los pájaros cantan / ni el río corre. / ¡Ay, amor mío! / Ni los pájaros cantan, / ni corre el río». En esta muestra de la obra de ese gran poeta que es el Pueblo, lo mismo que en la anterior, lo poéticamente valioso es la mecánica del nuevo universo aquí creado, esto es, que nos interesa mucho más el hecho de que no corra ya el río, ni canten ya los pájaros, que el que esté ausente algún desconocido amante vulgar.

En su Obra flamenca, Ricardo Molina afirmaba que «todas las Rimas de Bécquer se podían cantar tranquila y perfectamente por seguiriyas»(Molina, 1977, pág. 72); en Melilla, en 1974, Alfredo Arrebola había organizado un recital de cante jondo, para el que las rimas V, XI, XVII, XIX, XXIX, LX y LXI de Bécquer se adaptaron a los diversos cantes flamencos. Tal interpretación musical pudo hacerse debido en parte al predominio en la obra poética de Bécquer de elementos característicos también de los cantes flamencos, como son la rima asonante y los versos octosílabos, heptasílabos, sexasílabos, pentasílabos, etc. Pero paralelos externos como estos últimos no hubieran bastado por sí solos para que la interpretación de Arrebola fuese convincente; para este efecto importaba mucho más esa otra semejanza que se da entre el alma del cante flamenco y la de la lírica becqueriana, a la que alude el mismo cantor al afirmar que la obra de Bécquer es «una poesía hondamente esencial» (Arrebola, 1986, pág.16). Ahora bien, esta esencia de la poesía que encuentra el intérprete del cante popular en el verso becqueriano, resulta claro que es lo mismo que «la síntesis de la poesía» que Bécquer encuentra en el verso del pueblo. Y esta «síntesis» popular, sirviendo como modelo, lleva en las Rimas a una nueva manifestación parcialmente popularizada del carácter intuitivo que es, por otra parte, tan fundamental a lo largo de todo el poemario de Bécquer; manifestación que también en el delicado poeta de himnos alados toma la forma de sorprendentes metáforas autónomas que atraen menos por lo que nos comunican sobre el aparente objeto de la descripción, que por lo que insinúan en sí independientemente de cualquier consciente propósito descriptivo.

El ejemplo becqueriano que tal vez más recuerda las metáforas autónomas del género popular del que venimos hablando es la famosa quintilla o rima LX: «Mi vida es un erial, / flor que toco se deshoja; / que en mi camino fatal / alguien va sembrando el mal / para que yo lo recoja»(Bécquer, Rimas, 1991, págs. 303-304); y hay que recordar que fue una de las escogidas por Arrebola para su recital. Pienso asimismo en esas rimas que nos brindan visiones desconcertantes, incomprendidas hasta el final del poema o la estrofa y que, no obstante, son extrañamente significativas desde su mismo principio: «Saeta que voladora / cruza, arrojada al azar, / y que no se sabe dónde / temblando se clavará; / hoja que del árbol seca, / (...)» (rima II); «Cendal flotante de leve bruma, / rizada cinta de blanca espuma, / rumor sonoro / de arpa de oro, / beso del aura, onda de luz / [...]» (rima XV); «Aire que besa, corazón que llora, / águila del dolor y la pasión, / cruz resignada, alma que perdona / [...]» (rima póstuma) (Ibid., págs. 185, 220-221, 370). Son del mismo tipo las rimas XXIV, LII, LXII y LXXII; y en otras muchas se dan metáforas autónomas menos extendidas.

En el siglo XIX existe muchísima menos oposición entre poesía culta y poesía popular de la que podría suponerse -también Heine está muy influido por los Volkslieder-, y en el fondo no es nada sorprendente que se den metáforas de igual delicadeza en la poesía popular y en la de los autores del Intermezzo y las Rimas; pues, si bien el exquisito estilo metafórico de éstos es el producto de la lima de Horacio (véase Sebold, 1982), el del verso tradicional es efecto de la «lima comunal» de todas esas generaciones que vienen refinando las canciones populares al introducir cada una sus correcciones e intuiciones antes de transmitirlas a sus hijos. En conexión con el ya apuntado hecho de que venían evolucionando dentro de la misma España todas las corrientes que podían llevar al fenómeno Bécquer, sin que éste tuviera que depender en absoluto de influjos foráneos, tiene interés notar que el concepto becqueriano de la poesía popular como obra de un genial autor comunal también existe en la Península Ibérica al menos desde 1852 (momento en que el todavía neoclásico Gustavo, de dieciséis años, escribía un tratado sobre las tres unidades en el abandonado libro de cuentas de su padre); pues en la primera edición de su Libro de los cantares, de ese año, Antonio de Trueba se introduce a su prólogo afirmando: «El pueblo es un gran poeta, porque posee en alto grado el sentimiento, que en mi concepto es el alma de la poesía» (Trueba, 1852, pág. V).

Se deben al influjo del tema espiritista algunos de esos ya aludidos momentos en que el asunto de la poesía becqueriana parece fundirse de tal modo con su forma, que casi deja de haber asunto. Es el espiritismo una doctrina pseudocientífica, pseudorreligiosa, del siglo XIX y comienzos del XX, cuya finalidad era la comunicación con las almas de los fenecidos. De la influencia del espiritismo sobre el verso y la prosa de Bécquer hablé por vez primera en 1987 (pág. 22); y de la misma influencia hablo en la Introducción y las notas a mi edición de las Rimas, especialmente en mis comentarios a las rimas I, V, VIII, XXVIII, XLVII, LXVI, LXXI y LXXV. La función principal del tema espiritista es, en efecto, formal, como sugería hace un momento, pues sirve para proporcionar un marco, digamos, aéreo, más espiritual que material a la idea, la impresión o la acción poetizada en una rima determinada. Pues ya en las mismas obras espiritistas (de las que vamos a hablar a continuación) se alude a fenómenos marcadamente becquerianos, por llamarlos así, como son los vuelos de las almas a través del espacio y el tiempo, los encuentros entre los mundos espiritual y físico y las vaporosas visiones de la realidad inmediata y el cosmos.

El espiritismo se origina en Estados Unidos hacia 1848, se disemina por Europa durante el próximo decenio, se publican noticias sobre él en la prensa periódica española en los primeros años sesenta de la centuria pasada, y en 1867 empiezan a salir de las imprentas españolas libros espiritistas. Bécquer es de los primeros en mostrar curiosidad por la nueva boga. En sus Pensamientos (1862), revela su familiaridad con la metempsicosis, base indispensable de la doctrina espiritista: «¿Dónde me ha dado esa cita misteriosa? -apostrofa a una bella mujer, quien no llega nunca-. No lo sé. Acaso en el cielo, en otra vida anterior a la que sólo me liga este confuso recuerdo» (Bécquer, 1969, pág. 647). En 28 de febrero del año siguiente, en las páginas de El Contemporáneo, aludirá en forma irónica a este mismo artículo de la fe espiritista: «me dan ganas de creer en la metempsicosis» (Bécquer, 1969, pág. 746). El espíritu de Guillermo Pitt dicta un tratado de política a los espiritistas de Zaragoza; el reglamento de la Sociedad Espiritista de Huesca se lo dicta el alma de Cervantes; los militares, los médicos, los veterinarios y los maestros de Escuelas Normales son, en España, grupos en los que se dan grandes números de adictos al espiritismo; hay diputados espiritistas en el Congreso, y hasta se propone la fundación de cátedras de «ciencia» espiritista. La locura espiritista prende en toda España. Los libros más importantes para la divulgación del espiritismo en toda Europa fueron los de Allan Kardec, especialmente su obra Qu'est-ce que le Spiritisme: Introduction à la connaissance du monde invisible ou des esprits, contenant les principes fondamentaux de la doctrine spirite et la réponse à quelques objections préjudicielles (1859), que tuvo traducciones españolas y ha vuelto a imprimirse en España en fecha tan cercana como 1986. Esta obra por lo visto penetró en España casi inmediatamente, y en 1865 la Sociedad Espiritista Española fue fundada por un discípulo de Kardec.

El ya mencionado libro de Kardec es muy útil para el estudio de la influencia espiritista sobre la literatura; mas, paradójicamente, el libro más iluminativo para la investigación de tal aportación al arte de las Rimas es una obra que Bécquer no pudo conocer por coincidir la fecha de primera publicación de ésta y la de la muerte de nuestro poeta. Se trata de Marietta. Páginas de dos existencias. Páginas de ultratumba Primera y Segunda parte. Obra emanada de los elevados espíritus de Marietta y Estrella. Escrita por Daniel Suárez Artazu, médium de la Sociedad Espiritista Española (1870), que he consultado por su segunda edición más completa: Madrid, Imprenta de Folguera, 1874. Es esta obra un relato de intención medio doctrinal, medio creativa; y habiéndose inspirado y escrito en los mismos años en que Bécquer, ya versado en las ideas espiritistas, producía sus principales obras en prosa y verso, el libro de Artazu viene a ser una guía única para la comprensión de cómo podían aplicarse tales ideas a los problemas de la creación. Lo que tal vez tengan más en común la poesía becqueriana y el espiritismo, es cierta voluntad expresiva que busca la representación de lo inefable con el menor uso posible de la palabra. Pienso en esas rimas en que las almas desligadas hablan a través del viento y otros fenómenos naturales («si en todo cuanto rodea / al alma que te desea / te creo sentir y ver» [Bécquer, Rimas, 1991, pág. 247]), por ejemplo, las rimas XVI, XXVII, XXVIII, etc. Porque tales comunicaciones tienen como una poética en el libro de Artazu: «El lenguaje mudo con que se expresan los movimientos de las almas, sólo para ellas comprensible, no tiene traducción en ningún otro lenguaje. [...] No fue voz la que habló esta vez, fue una voluntad exterior a la mía [...], aprovechando la misteriosa ley que rige la intuición de las almas» (Suárez Artazu, 1874, págs. 114, 340). Miraremos todo esto en detalle después de alguna observación orientadora sobre el libro que se acaba de citar.

En la lírica prosa de Marietta se narran los imposibles amores de dicha virgen napolitana con un joven caballero extranjero en la poética naturaleza italiana; elementos que revelan cierta deuda de «este poema» (Suárez Artazu, 1874, pág. 47) con la novela Graziella de Lamartine; y el nombre del aludido amante granadino, Rafael, no es imposible que sea reminiscencia de otra novela lírica de Lamartine, que lleva ese nombre de título. Estrella, la rival granadina de Marietta, emplea una carta falsificada para hacer creer que ésta ha fallecido, y así pone en marcha una intriga que lleva a la muerte de los tres. Los personajes vivieron durante el siglo XVI, mas los espíritus de Marietta y Estrella dictan su historia al médium Suárez Artazu durante el siglo XIX.

Se apreciará más exactamente el alcance de la aportación espiritista a la obra de Bécquer si consideramos esta influencia tanto en su prosa como en su verso. En casi todas sus Leyendas -pienso sobre todo en las pertenecientes al género fantástico-, Bécquer escribe al dictado «de labios de la gente del pueblo» (La cueva de la mora, 1863, en Bécquer, 1969, pág. 236), es decir, de los labios de ancianos, demandaderas de convento, dueñas chismosas, muchachas muy buenas, etc., que funcionan como unos médium que con su vulgar credulidad revisten lo sobrenatural del aspecto de lo plausible. Alienta en cada uno de nosotros un crédulo hombre vulgar, condición indispensable para nuestra aceptación estética de lo imposible y así para la poética de la literatura fantástica; y resulta interesante que Artazu justifique de la mismísima manera la fe en los aspectos sobrenaturales del espiritismo: «La sospecha de los que piensan así, y nadie deja de pensar así alguna vez, responde a la verdad que clama a todos los oídos» (Suárez Artazu, 1874, pág. 323; la cursiva es mía).

La música era una de las vías que los muertos usaban para comunicarse con los vivos, es decir, a través de un médium que fuera también músico; y por tanto, el mal organista y la hija de maese Pérez, cuyos dedos utiliza éste para tocar su órgano después de muerto, son evidentemente médium (en Maese Pérez el organista). En El monte de las Ánimas, la misteriosa vuelta de Alonso de Alcudiel, después de muerto, para devolverle a Beatriz su banda azul, la puede haber realizado el joven cazador en su cuerpo astral, forma de existencia intermedia entre la corpórea y la espiritual, en la que, según los espiritistas, los fenecidos moran entre nosotros. En La promesa, la aparición, suspendida en el aire, de la mano de la ya muerta Margarita, parece ser una variante de la levitación, fenómeno de sentido muy profundo para los espiritistas. Gracias al hecho de que la luz «conserva viva, latente en su rayo la imagen de las cosas y objetos que hiere» y «el sonido se reproduce eternamente en el espacio», los personajes del relato de Artazu pueden todavía presenciar como actuales acontecimientos su cedidos muchos años antes; y no otra debe de ser la explicación científica de la repetición todos los años del incendio del templo de los monjes de la Montaña y la horrible muerte de éstos, en El miserere. La luz para los espiritistas es un esencial medio de comunicación con espíritus que habitan otros mundos; los personajes de Mariettapersiguen «el rayo de otros soles» hasta llegar a «un mundo formado de polvo de soles» (Suárez Artazu, 1874, págs. 198-199); y de la misma manera el rayo de luna del que se enamora Manrique, en la narración becqueriana así titulada, no será sino el espíritu de una de «las mujeres de esas regiones luminosas», pues «es posible que esos puntos de luz sean mundos» (Bécquer, 1969, pág. 162).

Entre las Rimas y Marietta se dan paralelos tanto más interesantes cuanto que son más concretos; de lo cual se desprende que influyen lo mismo sobre la forma del «poema» de Artazu que sobre la de los poemas de Bécquer elementos temáticos y estilísticos que eran característicos de los manuales y tratados espiritistas del decenio de 1860. Esto fácilmente se probaría consultando el ya mencionado libro de Kardec o cualquiera de los otros cinco que él publicó antes de su muerte en 1869; mas se ilustra la misma deuda en forma mucho más atrayente mediante el ya consultado relato didáctico de Artazu, pues se descubre a la par por las citas de éste la relación entre divulgación espiritista y estilo intuitivo o vago (porque he aquí otra fuente de la vaguedad poética tan notable en el verso becqueriano). El ejemplo más destacado de influencia espiritista, en las Rimas, es la LXXV, en la que el espíritu, «huésped de las nieblas», «alado sube a la región vacía / a encontrarse con otros / y allí desnudo de la humana forma», habitando «... de la idea / el mundo silencioso», conoce «... a muchas gentes / a quienes no conozco» (Bécquer, Rimas, 1991, págs. 343-346). Pues es auténticamente sorprendente la semejanza entre estos versos de Gustavo y las líneas siguientes de Marietta: «Habitante del espacio, fénix que renace de la materia, peregrino de los mundos que deja en cada uno de ellos un ser que fue y es él, cuenta sus horas por duraciones de vida [...] Reside fuera de las esferas de acción y sensación humana. Se asienta en el éter. Ve pasar a su lado los tiempos, cuyo soplo sacude su fluídica vestidura, resto flotante, azul desprendido de la colgada tienda de estrellas que le sirve de morada [...] Y después de saborear sus glorias, prepárase para otras empresas en universos ignorados» (Suárez Artazu, 1874, págs. 199-200).

Lo que destaca en ambos textos es la singular delicadeza que el enfoque espiritista hizo posible. Confrontemos algunas muestras más deMarietta y las Rimas: 1) «La palabra [resulta] mezquina para describir tanta grandeza» (Suárez Artazu, 1874, pág. 144) -«Yo sé un himno gigante y extraño [...] Pero en vano es luchar; que no hay cifra / capaz de encerrarle...» (rima I, en Bécquer, Rimas, 1991, págs. 183-184). 2) «Se percibían allí melodías de color y armónicas medias tintas» (Suárez Artazu, 1874, pág. 325) -«... palabras que fuesen a un tiempo / suspiros y risas, colores y notas» (rima I, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 184). 3) «Fui muchas veces brisa de esta playa» (Suárez Artazu, 1874, pág. 228) -«Yo río en los alcores, / susurro en la alta yerba, / suspiro en la onda pura», etc. (rima V, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 197). 4) «Salía de la forma para penetrar en la idea» (Suárez Artazu, 1874, pág. 347) -«yo vivo con la vida, / sin formas de la idea». «Yo soy el invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma / al mundo de la idea» (rima V, en Bécquer, Rimas, 1991, págs. 195, 200). 5) «Una palabra, un gesto, una mirada sola [...] Un gesto, una mirada, una palabra sola [...] Sí; una mirada, una palabra, un gesto solo» (Suárez Artazu, 1874, pág. 93) -«Por una mirada, un mundo», etc. (rima XXIII, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 233). 6) «Nada más difícil que profundizar el corazón humano [...] y sacar a luz, de su misteriosa profundidad, algún arcano». «... Asomarse a ciertas profundidades del corazón humano produce vértigos que incitan a las almas al su***dio»(Suárez Artazu, 1874, págs. 141, 273) -«Yo me he asomado a las profundas simas / de la tierra y del cielo [...] Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo / y me incliné un momento, / y mi alma y mis ojos se turbaron: / ¡Tan hondo era y tan negro!» (rima XLVII, en Bécquer, Rimas, 1991, págs.278-279). Sobre esta última rima también ha influido un cantar de La soledad, de Augusto Ferrán, y la poesía popular, como se verá por las notas al presente poema en mi edición. 7) «Errante entre los primeros hielos de la vida, no encontrando sobre la tierra ecos que reprodujeran los latidos de mi pecho, quise remontarme al cielo [...] [Pero] a Dios no se le encuentra sino al través del amor de otras almas. ¡Qué desierto más árido el de mi vida! ¡Qué espantosa soledad!» (Suárez Artazu, 1874, pág. 289) -«¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído / de las turbas llegaba el ronco hervir, / yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba / desierto para mí!» (rima XV, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 314). 8) «En las sinuosidades y accidentes de cualquier sitio, el alma va dejando pedazos de sí misma» (Suárez Artazu, 1874, pág. 221) -«los despojos de un alma hecha jirones / en las zarzas agudas / te dirán el camino / que conduce a mi cuna» (rima LXVI, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 316). 9) «Para cada suspiro hay una esperanza de consuelo, para cada lágrima un momento de alegría» (Suárez Artazu, 1874, pág. 138) -«Triste cosa es el sueño / que llanto nos arranca, / mas tengo en mi tristeza una alegría... / ¡sé que aún me quedan lágrimas!» (rima LXVIII, en Bécquer, Rimas, 1991, pág. 321).

En la Conclusión de Marietta se halla un fascinante trozo que podría pasar por un resumen del credo o poética del autor de las Rimas. Pues todo lo que hace en las líneas siguientes el espíritu peregrino del espacio se halla realizado también en el poemario que comentamos. Aunque el sujeto gramatical de los períodos citados a continuación sea «el espíritu», no se sorprendería ningún lector si se le dijera que era Bécquer:

Es capaz de no perder ni una sola de las vibraciones que se desprenden de la armonía que se extiende en el espacio y que marcha a perder los torrentes de sus últimas notas en los linderos de lo infinito.

Toca las substancias más tenues, examina los elementos más simples, y analiza los detalles más delicados.

Penetra en él la belleza, siente en sí la armonía.

Su pensamiento es su elocuencia, y entregando sus sentimientos a un lirismo eterno, puede describir cuadros bellísimos sólo con poner de manifiesto sensaciones.


(Suárez Artazu, 1874, págs. 379-380.)


En estas páginas he insistido en la esencial univocidad de los calificativos desnudo, intuitivo y vago cuando se trata del estudio de la forma de las Rimas. Pues bien, es curioso el pasaje de Artazu que acabo de copiar porque por él se revela cuán singularmente aptos eran los rasgos del espiritismo para unirse a los ya mencionados de las Rimas, consolidando éstos y encareciéndolos al mismo tiempo. ¿Hay un término más idóneo que lirismo eterno para una poesía en la que se recuerda una y otra vez esa «indefinible esencia» que rige perpetuamente las armonías del universo? ¿Hay mejor descripción de la poesía desnuda que decir que presenta bellos cuadros sin más medio expresivo que el hábil uso de nuestros cinco sentidos naturales? Sin tomar en cuenta el espiritismo sería imposible explicar en forma plausible las evanescencias, luminosidades, imágenes aéreas, emociones indefinibles, melodías ultraterrestres y vistas infinitas que son tan características de la poesía de Bécquer. Pero tampoco habría que restar trascendencia a ninguna de las demás inspiraciones, influencias y condiciones fecundantes a las que nos hemos referido en estas páginas: regidos por la imaginación y la razón de Gustavo (rima III, en Bécquer, Rimas, 1991, págs. 187-191), tantos elementos se unen en el más perfecto proceso creativo
 
Amélie Nothomb y las madres imposibles
  • ANTONIO LUCAS
Miércoles, 10 abril 2019 - 00:04
La escritora belga explora los límites de los celos y la envidia a través de las relaciones viciadas entre madres e hijas en una novela desasosegante, la número 25 de su trayectoria

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Amelie Nothomb, autora de 'Golpéate e corazón'. IÑAKI ANDRÉS
Un verso del poeta italiano Eugenio Montale lo expresa bien: Frecuentemente hallé el dolor: vivir. Podría ser lema de la nueva novela de la belga Amélie Nothomb (1967), Golpéate el corazón(Anagrama). Una historia seca, fiel a la estética desasosegante de la autora que hace poco más de un cuarto de siglo encontró un cuarto propio dentro de la literatura en francés con Higiene del asesino. Desde ese momento, Nothomb estableció una red de datos confusos alrededor de su biografía, desarrolló una forma extraña de situarse en el mundo sin aceptar compañeros de viaje y asumió la escritura con un empeño insaciable que le lleva a publicar una historia por año.

Nothomb es una narradora eficaz. Inteligente al trazar la cartografía de sus novelas. Concisa y de una sequedad que no permite puntos de fuga en la lectura. La suya es una notable estrategia. Pero además, muchas de sus novelas mantienen bien el pulso de una complejidad que aveces parece sobreactuada. Al peso, la mayor parte de su catálogo de personajes es de un marcado carácter refractario. Seres incapaces de fijar relaciones de afecto si no vienen afianzadas (previamente) por una avería, por la herida de sentirse fuera de sitio. Sucede también así en esta pieza que toma el título de un texto de Alfred de Musset, uno de los iconos del romanticismo francés: «Golpéate el corazón, ahí es donde reside el genio». Es la frase que impulsa a Marie a estudiar medicina. Es la frase que le advierte de una traición. Es la frase en la que cifra una existencia que tiene altas dosis de desamparo. No de desconcierto, sino de extravío.

Una muchacha nace de una madre joven, de una madre que sólo quería divertirse pero a la que el inesperado embarazo rompe las reglas de su propia juventud. Una madre que se casa demasiado pronto con el novio imprevisto. Una madre que condena a Marie, su primera hija, a la intemperie desde niña, pero que mantiene una pasión desbocada por la menor de sus hijas. Una madre imposible por su estricta carga de celos, de frialdad, de envidia. Una madre que condena a la niña Marie al destierro en casa de los abuelos. Una madre para la que su hija mayor sólo tiene una pregunta: por qué. Una madre que renuncia a ver crecer a su hija con el tedio abrumador de quien se detiene ante un río y sólo ve un río por fuera.

Este personaje esencial, Marie, tiene la cadencia masacrada de las criaturas de Nothomb. Crece y crece sola. Elige y elige sin consultar. Madura y madura sin referentes. Quiere y no aprende a querer. Esa misma niña se va concretando en una mujer capaz de alojar la propia destemplanza de los celos de su madre sin desfondarse, la envidia de su madre sin dejarse sepultar. Golpéate el corazón, ahí es donde..., leyó un día. Y entendió que en esa frase alguien había acuñado un destino para ella: la medicina. Marie estudia para convertirse en cardióloga. Marie mantiene la amistad como último postigo de la desesperación. Nada más que amistad. Nada más es posible. Marie no entiende los celos. No está capacitada para envidiar. Fea incapacidad para habitar en el mal mundo adolescente del instituto, para enclavijarse a ciertas juventudes en la universidad. Vive de la pasión admirada por una de sus profesoras de Medicina, Olivia. Y en ella deja ver la necesidad de recobrar remotamente a la madre que no hubo. Pero el desengaño es un cianuro que siempre sabe igual. En la ambigua relación entre la alumna y la docente sólo cabe, una vez más, la derrota cuando ve en su mentora académica los mismos mecanismos de deslealtad que devoraron a su madre, que la lanzaron contra ella. La misma patología de envidiar.

Nothomb conoce bien el secreto de la conmoción y la crueldad. Es su Macondo. Desde la escarpadura de las emociones hilvana daños subconscientes y un feroz desamparo que tiene la raíz bien sujeta a Freud. El ser humano es de la noche que lo sigue. Eso viene a decir la belga en esta novela, la número 25 de su aventura narrativa. Ella misma apela en ocasiones a la estepa de su infancia, a la soledad de entonces. A todo lo que eso provoca. A cómo el grito de auxilio se convierte en razón de una vida para el sufrimiento de una niña traspapelada. Y cómo tendemos a tapar los huecos donde no tenemos a nadie. A rellenarlos con cualquier resina, con cualquier sustancia, con cualquier compañía malograda.

Golpéate el corazón desliza un conflicto de madres e hijas. En este caso, como un desmán absoluto y una confusión de identidades. Marie será cardióloga y lo será a pesar de las mujeres que marcan su biografía. La rivalidad y la manipulación agotaron sus secretos para ella. No le dejaron más opción que el crimen o el coraje. Y eligió el combate. Otros vendrán que maten.

Nothomb escribe aquí descabalando la idea sagrada de una madre para afianzar la fuerza trascendente de una hija. La novela es coherente con la tradición malévola de su narrativa. Sentir que amamos es una confusión que se convierte en arma cuando no sabemos qué es amar. Los personajes de Amelie Nothomb tienen algo de incurables. Algo particularmente atroz: no tienen escapatoria, tan sólo la posibilidad de aceptar que cada uno carga con su propio sufrimiento y el alivio (aunque no siempre) es lograr vivir. Quizá por eso, la soledad es el único presagio vivo en Golpéate el corazón. No hay otra manera de ponerse a salvo.
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/04/10/5ca616b3fdddffb32e8b46f2.html
 
Así es el microrrelato de 100 palabras con el que un escritor ha ganado 20.000 dólares
Ese es el montante que corresponde al premio de la Fundación César Egido Serrano, el filántropo español que ha creado este concurso Internacional de Relato Corto
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20.000 dólares por 100 palabras. Ese es el montante que corresponde al premio de la Fundación César Egido Serrano, el filántropo español que ha creado estos galardones, y que, en este caso, ha recaído en el productor teatral y escritor Devlin Elliott. A 200 euros la palabra...

La entrega de premios del V Concurso Internacional de Relato Corto «Museo de la palabra», se celebró ayer 10 de abril en Toledo y, aparte de los 20.000 dólares para el ganador, hay tres accésits de 2.000 dólares. El presidente del Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, fue el encargado de hacer la entrega de estos premios en el Palacio de Fuensalida.

Pero, ¿cómo es el microrrelato de Elliott que ha ganado el premio?



«Estaba volviendo a casa cuando vi mi reflejo en la ventana de un bar concurrido; mi silueta se impuso sobre la de una mujer seductora canturreando sobre el micrófono, en el interior. Nunca me sentí tan solo mientras mi mirada retrocedía desde la cantante hasta mi rostro, mirándome de vuelta en la ventana. "¡Perdón!", dijo un grupo de amigos mientras intentaban pasarme de largo. Sobresaltado, me giré para verles y les hice una seña: "Lo siento mucho, perdonadme", mientras emprendí el camino en silencio. Momentos después, uno de ellos me tocó el hombro con una sonrisa e hizo un gesto: "¿Te vienes?"».

Elliot fue nominado a los premios Tony por «Ragtime», «Deuce» o «Master Class», entre otras obras, mientras que, como escritor, ha sido coautor de los libros infantiles «Naughty Mabel» y «Naughty Mabel Sees It All» junto a su marido, el actor Nathan Lane («Modern Family»), que recientemente anunció que participará en la nueva serie «City of Angels».

Los accésit de 2.000 dólares serán para la mexicana Tere de las Casas Mariaca por su relato en español «El paso»; para el marroquí Mohamed Hadash, por su relato 'Vara de olivo' en lengua árabe y para el israelí Noam Shalit, por su relato en hebreo «Tacto».

El concurso Internacional de Relato Corto 'Museo de la Palabra' simboliza la importancia de la palabra para fomentar el entendimiento entre los distintos pueblos, ideologías, religiones y culturas.

El concurso premia los mejores microrrelatos de menos de 100 palabras escritos en inglés, español, hebreo o árabe y es una iniciativa de la Fundación César Ejido Serrano-Museo de la Palabra, una organización sin ánimo de lucro con sede en el Museo de la Palabra en la localidad toledana de Quero. La Fundación tiene por objetivo impulsar que la palabra y el diálogo sean las herramientas frente a la violencia y la única forma de resolver los conflictos. En esta quinta edición se han presentado 43.185 autores de un total de 172 países.

César Egido fue nombrado en 2015 Hijo Predilecto de Castilla la Mancha, el Honor más grande que él considera se le podía dar en su región. Este nombramiento le fue concedido: «Por fomentar, de manera altruista, el diálogo y entendimiento entre las diferentes culturas, por llevar el nombre de nuestra región por todo el mundo y hacer realidad un ideal quijotesco».
https://www.abc.es/cultura/libros/a...anado-20000-dolares-201904111311_noticia.html
 
Con todos ustedes, Ursula K. Le Guin

Creación cultural Igualdad

Filmin estrena el documental Los mundos de Ursula K. Le Guin, una breve tarjeta de visita para conocer a la autora de clásicos de la ciencia ficción como Los desposeídos y, a la vez, una carta de amor para los aficionados a su obra

Ignasi Franch
13/04/2019 - 21:11h
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El filme documenta la vida y obra de la escritora estadounidense de manera concisa pero lanzando hilos de complejidad

Tres libros de fantasía escritos por mujeres: utopías socialistas, mundos ambisexuales y heridas de la esclavitud
Ha sido considerada como uno de los puntales de la ciencia ficción con perspectiva de género y un pilar del pensamiento crítico a través de la narrativa fantástica. Ursula K. Le Guin ganó siete premios Hugo y seis premios Nebula, los dos grandes galardones de estos ámbitos literarios. También fue nombrada miembro de la selecta Academia Americana de las Artes y las Letras. Y falleció en enero de 2018, entre honores constantes y charlas punzantes, convertida en un símbolo de excelencia artística y de compromiso intelectual en el históricamente muy masculinizado ámbito de la literatura fantástica.

El documental Los mundos de Ursula K. Le Guin, estrenado por la plataforma de vídeo online Filmin, es una tarjeta de presentación y a la vez una carta de amor a la autora de El eterno regreso a casa. Para los no iniciados, supone una vía de entrada al ideario y la obra de la escritora estadounidense, especialmente de sus primeros clásicos.

Cuentos de Terramar, Los desposeídos o La mano izquierda de la oscuridad fueron libros concebidos desde los Estados Unidos progresistas, cuando la contracultura y sus ramificaciones pop aún no habían sido barridas por la revolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Aunque Le Guin era consciente de la dificultad en la construcción de utopías, plasmada en Los desposeídos, su enfoque estaba lejos de la posterior inflexión del fantástico hacia las atmósferas depresivas y los futuros de desigualdad extrema y tiranía corporativa propios del ciberpunk.

Quizá para los conocedores en profundidad de la obra de la escritora estadounidense, el filme de Arwen Curry no aporta muchos datos desconocidos o consideraciones sorprendentes. El resultado no dejará de resultar atractivo por el acercamiento relativamente íntimo a la autora y porque la carta de amor viene firmada por nombres ilustres. A lo largo del metraje, comparece un auténtico quién es quién de la literatura fantástica encabezado por Margaret Atwood (El año del diluvio) y el polifacético escritor Neil Gaiman (American Gods).


Fantasías con pensamiento crítico
Filmado durante años, Los mundos de Ursula K. Le Guin combina filmaciones recientes de la autora con intervenciones de archivo. También usa de manera constante una tercera pata: esos discursos de Gaiman, David Mitchell (El Atlas de las nubes) y compañía que suelen ir más allá de los comentarios generales para analizar aspectos de algunas obras.

El repaso cronológico de los primeros libros de la estadounidense se alterna con incisos sobre su vida familiar. Una vida familiar decisiva, al menos, en un aspecto: la familiarización con la antropología hizo que fuese muy consciente de las dinámicas etnocéntricas de la narrativa. Se tendía a imaginar realidades no tan diferente porque se creaban desde perspectivas muy limitadas, y se tendía también a condenar al diferente, al Otro.

Le Guin se propuso imaginar formas de vida y sociedades realmente diferentes. Lo hizo sin el pesimismo que mostraba Stanislaw Lem (Solaris), para quien el entendimiento entre dos especies suficientemente diferentes resultaría completamente imposible. Esa era la idea de fondo de obras como La voz del Amo o Fiasco. Le Guin, en cambio, optó por crear un universo más acogedor vertebrado parcialmente por Ekumen, una federación de mundos habitados por seres humanos.

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'Cuentos de Terramar', de Goro Miyazaki: la adaptación libre de uno de los ciclos narrativos de Le Guin decepcionó a su autora



Quizá el punto débil del documental es que, quizá a causa de su brevedad (apenas supera la hora de duración), no ilustra al espectador sobre los también fértiles años 90 y la primera década de este siglo. El relato salta de su absoluta consagración a sus años finales como referente intelectual feminista, cercano al anarquismo. Y destaca su posición adquirida como cultivadora de géneros populares que había cosechado honores más allá de ese círculo que, en ocasiones, podía tener algo de prisión.

En este aspecto, el de las posibles prisiones de las inercias, el montaje planteado por Curry nos ofrece algunas joyas. El pensamiento crítico de Le Guin influía en la concepción de su narrativa, pero también en la visión que tenía de sí misma, de su obra previa y de los caminos futuros a seguir. La autora, por ejemplo, revela que se puso a la defensiva cuando voces feministas criticaron sus primeros éxitos. Después, asumió que tenían razón: estaba siguiendo la convención de escoger héroes hombres o había usado el masculino como género por defecto al referirse a las personas andróginas (y de s*x* cambiante en sus diversos periodos de celo) que habitan La mano izquierda de la oscuridad.

Si la historia de la literatura, o las secciones de opinión de nuestros periódicos y suplementos, están llenos de escritores que se acomodaron en posiciones ideológicas inamovibles o han ensayado tardíos giros reaccionarios, Le Guin siguió profundizando en su ideario y adoptando causas hasta el final. Su crítica del actual sistema capitalista, escasamente popular entre la opinión publicada estadounidense, le llevaba a destacar una obviedad que, ahogados como estamos en el no hay alternativathatcherista, no parece tan evidente: "Podemos vivir de una manera diferente", afirma en un momento de la película.

El documental también muestra fragmentos de su polémico discurso de aceptación de un premio honorífico en los National Book Awards de 2014: "Vivimos en el capitalismo, su poder parece ineludible, pero también lo parecía derecho divino de los reyes", declaró Le Guin. Es una de las culminaciones de un modesto filme entregado a divulgar su obra y pensamiento de manera accesible a nuevos lectores. Sirve, además, de emotivo regalo para quienes la siguieron y admiraron.

https://www.eldiario.es/cultura/cine/ustedes-Ursula-Guin_0_887861844.html
 
Antonio J. Rodríguez: "La política-espectáculo con esteroides no es nueva"
El joven escritor publica Candidato (Penguin Random House), una novela que satiriza las nuevas concepciones políticas en Europa

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Antonio J. Rodríguez. Luna Miguel
KARINA SAINZ BORGO
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PUBLICADO 15.04.2019 - 05:15 ACTUALIZADOhace 5 horas

Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) se mete en las tripas de una campaña electoral, no ésta, aunque podría. Componendas, trampas y conspiraciones. La vanidad y el deseo igualan a quienes optan al poder. De eso va Candidato(Penguin Random House), la tercera novela de Rodríguez, una historia que rebusca en los entresijos de la ambición para poner en entredicho los relatos contemporáneos del éxito, hasta el punto de plantearlos como una ficción: algo no del todo cierto, pero tampoco completamente falso.

Candidato está protagonizada por Simón Soria, liberal afrancesado y profesor de políticas públicas. A pesar de su treinta, Soria se aburre. Su carrera ha terminado por hartarlo y se siente arrinconado por sus ideas impopulares dentro de la facultad. Goza,, es verdad, de reconocimiento e incluso lleva consigo el perfume intelectual de La Sorbona, pero vive angustiado por un éxito que nunca parece suficiente y no termina de cuajar.

Todo cambia cuando se topa con Rania al-Jatib, una cineasta de origen palestino y convicciones feministas que vive en París, y con la que coincide Simón Soria una vez que decide convertirse en el ideólogo del Partido de la Democracia, formación conservadora que busca un lavado de cara a pocos meses de las elecciones generales. Si en Freesy Cool, su primera novela, hablaba de la eterna búsqueda del aspirante y en Vidas falsas explotó la frustración a la que induce la sociedad de consumo, en ésta busca el lado satírico de las tragedias mínimas que componen la comedia humana.

Si en Freesy Cool narraba la vida de un aspirante a novelista, en Vidas falsasde la frustración asociada a la sociedad de consumo y en esta de la que genera el poder, ¿se podría entender que escribe usted sobre aquello que no está completo?

Es verdad que aunque se traten de temas y estilos distintos, un leitmotiv que suele vertebrar todas mis ficciones hasta la fecha son los distintos relatos del éxito en nuestro tiempo, y la imposibilidad de una mínima calma: todo está en continuo movimiento, todo se tambalea siempre, y a fin de cuentas vivimos en sociedades que de alguna manera nos obligan a crecer o desaparecer. Esos ascensos y caídas son por otro lado inevitables, universales e involuntariamente humorísticos, a ratos.

Hay sátira en la mirada que arroja de la clase política. No lo veo llevándose las manos a la cabeza porque todo tiempo pasado fue mejor, tampoco parece demasiado optimista

Hay sátira, pero también, quiero creer, una cierta veracidad: una parte relevante de las subtramas que forman parte de Candidato están inspiradas en sucesos que han ocurrido realmente. En otro orden de cosas, es verdad que el libro dialoga con una cierta percepción actual de la política-espectáculo, en el cual todo es una campaña electoral continua, en donde además ya sabemos que entre lo que se dice en campaña (expectativas) y lo que se hace finalmente (realidad) media un abismo. Tampoco creo que esto sea algo radicalmente novedoso: es solo que esta política-espectáculo con esteroides nos ha hecho darnos cuenta de la realidad, y también de la historia. En realidad siempre ha sido así, pero sin esteroides.

Liberal, afrancesado, vanidoso y aguijoneado aspirante a político… ¿Los hacen en serie a los políticos ahora?

Bajo mi perspectiva, vivimos un momento en donde se han generado dos escuelas de hacer política: los candidatos aspiracionales (Trudeau, Macron, Renzi, Obama…) y los escandalosos (Salvini, Trump, Bolsonaro, Berlusconi…). En este sentido, suelo leer a Simón como una intersección entre estad dos formas tan diferentes pero también tan parecidas de hacer campaña.

En el supermercado político actual, ¿son los políticos productos intercambiables? ¿son en el fondo Simón y Rania al-Jatib las caras de una misma moneda?

Para mí los personajes interesantes son los poliédricos, aquellos que son capaces de constituir un relato complejo, capaz de actuar como bisagra con distintos elementos de la política aparentemente separados. En este sentido, Simón es un personaje que viene del activismo y coquetea con un liberalismo ilustrado (de alguna manera, hace de manera exprés el recorrido que se le suele atribuir a los protagonistas del 68); en paralelo, Rania es una feminista palestina que defiende un feminismo laico, muy apetecible para ciertos partidos conservadores. Los dos son personajes más o menos incómodos, además de tipos políticos reconocibles. Por esta razón los consideré material de novela.

Toda campaña electoral es, en sí misma, una ficción… ¿lo novelesco corre de su cuenta?

La novela me interesaba por varias razones: a diferencia del ensayo o el periodismo, la ficción no tiene por qué tomar un partido rotundo por una idea, sino más bien servir como dispositivo de provocación intelectual (uno escribe escenas e ideas con el propósito de despertar reacciones y estímulos en el lector). En paralelo, a pesar de que el libro es también una novela de ideas y la reflexión sobre la política actual como centro de gravedad, la novela también sirve para hablar de ciertos temas universales—el amor, la vanidad, los afectos…—, que de otra manera hubiese sido imposible.

Usted no separa la dupla periodismo y literatura. Si embargo, y se lo pregunto como editor y como autor, ¿cómo entiende la bisagra cada vez más débil de ficción y no ficción?

De alguna manera pienso que una cierta madurez lectora o cultural nos ha guiado a buscar otros sistemas narrativos más complejos (es la razón por la que de adultos no nos solemos contar fábulas), y que en realidad la ficción siempre ha dependido de la no ficción, y viceversa. Por otro lado, hoy se siguen escribiendo novelas con estructuras que tienen evocaciones decimonónicas y son magníficas. En cuanto a Candidato, cuando escribía el libro, por ejemplo, intentaba que sonase como me podría sonar una buena pieza periodística—la clase de reportaje que a mí me gustaría leer o publicar—. Ahí las fronteras están claras: lo que lees es simple y llanamente ficción, pero creo que también hay ecos de un cierto estado de duermevela —ni vigilia ni sueño— en donde ocurren cosas interesantes.

¿Cuál siente que es la relación de su generación con la ficción con respecto a otras?

Creo que se trata de una generación hiperconsciente de la ficción por su omnipresencia: en las redes sociales, en la política, en la publicidad, en los periódicos… Al mismo tiempo, se trata de una generación que lleva diez años de baño de realidad ininterrumpido: hemos atravesado un periodo histórico que nos ha obligado a tener algo de conocimiento de la política y la economía y también de cómo el género media todas las relaciones personales, corporativas y políticas, lo que inevitablemente acaba o acabará filtrándose a los relatos que nos contamos.

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