Escritores, por sus escritos los conoceréis.

Naranjo gana el I Premio Saliou Traoré con su retrato de la vida en África
EFEMadrid24 may. 2019
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Foto de archivo del periodista especializado en África José Naranjo, que ha sido elegido este viernes por unanimidad ganador del I Premio Saliou Traoré de Periodismo en español sobre el continente africano, instituido por Efe y Casa Africa. EFE


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El periodista Nicolás Castellano (i), la presidenta del Consejo de Estado, Teresa Fernández de la Vega (2i), el presidente de la Agencia EFE, Fernando Garea (c), el director de Comunicación de Casa Africa, Joan Tusell (2d), y el periodista y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid, Felipe Sahagún (d), durante la reunión del fallo del I Premio Saliou Traoré de Periodismo en español sobre el continente africano, , instituido por Efe y Casa África. EFE


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Vista general la reunión del fallo del I Premio Saliou Traoré de Periodismo en español sobre el continente africano, instituido por Efe y Casa África. EFE



El retrato de la vida diaria en África, a través de pequeñas historias sobre un continente enorme, le ha servido a José Naranjo para ganar hoy el I Premio Saliou Traoré de Periodismo en español, instituido por Efe y Casa África.

"Crónicas africanas", una serie de 47 reportajes sobre aspectos cotidianos de la vida africana publicada en La Provincia-Diario de Las Palmas a lo largo de 2018, cautivó al jurado por su solidez, su profesionalidad, su humanidad y su reflejo de la diversidad.

"Estoy feliz, es una alegría enorme recibir este premio que lleva el nombre de Saliou, que fue un hermano mayor para mí y me ayudó tanto cuando me instalé en Dakar en 2011", dijo a Efe Naranjo al recordar a su amigo, el veterano corresponsal de Efe en Senegal, fallecido el año pasado.

En las historias premiadas, Naranjo aborda aspectos, lugares y personajes que no suelen salir en los medios de comunicación, desde el trabajo de un sastre en Senegal hasta el popular cine al aire libre en Chad, la integración de los albinos en Guinea Bissau o el cultivo de arroz en Nigeria.

Es "una cita con la realidad africana cada domingo" a través de una docena de países (Senegal, Malí, Guinea Bissau, Mauritania, Congo, RDC, Chad, Gambia, Nigeria, Níger, Ghana y Liberia) "más allá de las guerras, el hambre, la miseria y las enfermedades", explicó.

"Esta serie fue un regalo, me la propuso el periódico y me sentí enormemente agradecido de poder contar la vida del continente de otra manera", añadió Naranjo, que quiso reivindicar el papel de la prensa regional, lejos del centro de la política nacional.

La Provincia "es el diario que se leía siempre en mi casa y eso también me hace feliz", agregó este freelance canario de 47 años, también colaborador habitual del diario El País.

Ganar este premio supone además un "estímulo muy importante, porque estoy lejos y a veces es difícil calibrar el impacto de tu trabajo y este galardón me dice que mis historias llegan".

La exvicepresidenta del Gobierno Teresa Fernández de la Vega, miembro del jurado, destacó a Efe "su rigor, compromiso y capacidad de reflejar tantos temas diversos" en unas crónicas "independientes, pero que juntas reflejan la totalidad de África".

También quiso reconocer el "altísimo nivel" de los 26 trabajos presentados, al igual que el resto del jurado, formado por el presidente de Efe, Fernando Garea, y el director de Comunicación de Casa África, Joan Tusell, junto a los periodistas Felipe Sahagún y Nico Castellano.

Establecido en Dakar desde hace años, Naranjo es un periodista con una larga y reconocida trayectoria y su trabajo es alabado por su rigor y conocimiento en la región atlántica del continente.

El galardón, dotado con 5.000 euros y una estatuilla, es una apuesta por una información diferente y un homenaje a Traoré, veterano corresponsal de Efe durante 37 años en Africa Occidental.

De hecho, el trabajo de Naranjo "hace honor al periodismo de Saliou, diverso, cotidiano, real, esa África no habitual. Los dos han conseguido contar la otra África", dijo Castellano, periodista especializado en inmigración, derechos humanos y desarrollo.

"El caso de Pepe (como es conocido Naranjo) rompe con el tópico falso de que un corresponsal no se mueve del lugar y su trabajo destila el conocimiento de quien vive y se patea esa zona del mundo", añadió el informador de la Cadena Ser.

En ese mismo sentido, Sahagún, periodista especializado en política internacional y profesor en la Universidad Complutense de Madrid, aseguró que "el recorrido de Naranjo por África no muestra solo 3 o 4 caras del continente, sino las mil Áfricas".

"Lo tiene todo, lo social, lo político, lo humano, lo cultural, lo medioambiental, con testimonios de primera mano, sin alharacas, dejando que lo cuenten las personas que lo protagonizan", añadió al resaltar que el jurado ha valorado "el reporterismo total".

Tusell, miembro del jurado en representación de Casa África en nombre de su director general, José Segura Clavell, alabó "la mirada" de Naranjo, que no se limita a los "estereotipos africanos: los bombardeos, la miseria, el hambre", que es "lo que hacía Saliou".

"La apuesta de Pepe ha sido arriesgada, al presentar un periodismo no de actualidad, sino un maravilloso retrato semanal de la realidad", dijo Tusell, que también quiso destacar la importancia de la apuesta de un periódico regional por contenidos africanos diferentes durante un año.

En esta primera edición se presentaron 26 trabajos, de los cuales dos procedían de Colombia y el resto de España.

La ceremonia de entrega del premio, que se ha dado a conocer en la víspera del Día de África, se celebrará el próximo día 14 de octubre en la sede de Casa África en Las Palmas de Gran Canaria.

Marta Rullán

https://www.efe.com/efe/espana/dest...su-retrato-de-la-vida-en-africa/10011-3984189
 
Selma Lagerlöf y Astrid Lindgren: Qué todos sepan vuestros nombres.
Publicado por David Gambarte.
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Selma Lagerlöf, 1906. Foto: A. Blomberg, Stockholm (DP).

Las vidas de los grandes escritores están plagadas de lugares comunes. Una clase de gimnasia, vestirse para una primera cita, pagar facturas, el dolor por lo perdido, una infancia al sol, barro en los zapatos. En una entrevista publicada en el diario Clarín en 2011, el brasileño Gilberto Noll defendía que «la literatura busca trascender la mediocridad de lo cotidiano. La literatura es una forma de resistir». Selma Lagerlöf y Astrid Lindgrenresistieron, y tuvieron vidas normales salpicadas de acontecimientos extraordinarios.

Selma Lagerlöf publicó casi cuarenta obras, entre novelas y volúmenes de cuentos, de temática diversa. Su obra más conocida es El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, traducida a más de sesenta idiomas. Selma ostentó el honor de ser la escritora sueca más traducida hasta que apareció Astrid Lindgren con Pippi Långstrump, publicada en más de setenta lenguas. Astrid escribió cerca de cincuenta obras, entre novelas, libros de cuentos y alguna rareza; la mayor parte de ellos de temática infantil y juvenil. Y (ahora hay que coger aire) ha vendido más de ciento sesenta y cinco millones de libros en todo el mundo.

Estamos en un frío Estocolmo de finales del año 1939. Astrid ha leído por encargo La Nochebuena y otros cuentos de Navidad de Selma Lagerlöf y está escribiendo una reseña para el diario Stockholms-Tidningen. La nieve cae ligera tras las ventanas. Su hija Karin llora y Lasse, el mayor, cuida de ella mientras su madre hilvana el texto que tiene que enviar a primera hora del día siguiente. Días después de publicar la reseña habla con Börje Brilioth, el jefe de redacción, para que la ponga en contacto con Selma. Intentará que le conceda una entrevista. Selma acepta la entrevista con una carta breve en la que también se interesa por los textos de Astrid. Deciden reunirse en abril del siguiente año en el café Sundbergs Konditori de Estocolmo. Astrid solo ha leído algunos de sus libros y se hace con algún título más para preparar la entrevista. Lee con vivo interés El anillo del general y vuelve a sentir una perplejidad similar a la que experimentó por aquel lenguaje preciso, aquel estilo que basculaba entre el realismo y la fantasía, cuando años atrás leyó Jerusalén. Pero la cita en el Sundbergs no tiene lugar. Selma fallece en marzo de 1940 en su casa natal de Mårbacka, casa que había recuperado gracias a la dotación del Premio Nobel de Literatura (1909). Allí pasó sus últimos días junto a su hermana y junto a Sophie Elkan. Su amante, su confidente, su compañera de vida. El Nobel de Selma había sido el primero otorgado a una mujer y tardarían diecisiete años en dárselo a otra: la italiana Grazia Deledda. Había muerto la primera Premio Nobel de Literatura.

Pasan los años. La guerra lo ocupa todo, incluso en un país como Suecia, que hace equilibrios imposibles para mantenerse neutral. Astrid escribe su Diario de Guerra y trabaja en secreto para Agencia Especial de Inteligencia sueca. Mientras tanto escribe, persevera y presenta sus manuscritos a editoriales y certámenes hasta que, en 1945, tras ganar el primer premio del concurso de la editorial Rabén & Sjögren logra publicar Pippi Långstrump. En realidad, se trata de su segunda obra publicada (el año anterior la misma editorial había sacado Cartas de Brita-Mari), aunque ya nada es igual después de Pippi.

Astrid viaja a los Estados Unidos para escribir una serie de artículos de viajes para la revista Damernas Värld. Allí presencia, entre muchas otras cosas, una sociedad enferma por la discriminación racial. «A good negro is a negro that is five feet under ground», le espeta a Astrid un taxista durante una carrera por las calles del Barrio Francés de Nueva Orleans. Escribe sobre ello y toma notas que le servirán para publicar Kati en América años más tarde. Este viaje sucede en el 1948 y Astrid aprovecha para viajar por la Costa Este. Ya en Nueva York, otro personaje excelso se cuela en este relato. También nacida en Suecia, Greta Lovisa Gustafsson, interpretó un papel secundario en la adaptación cinematográfica de la primera novela de Selma Lagerlöf: La saga de Gösta Berling. Cuando quince años después dejó el cine tenía apenas treinta y seis años y se había convertido en una leyenda: Greta Garbo. Me quiero imaginar a Astrid entrando en una sala de cine de la 58, al lado de la Quinta Avenida, para ver una reposición de Gösta Berling’s Saga. Algo más de tres horas de cine mudo que Astrid pasa contemplando los paisajes de la provincia de Värmland. Se vuelven a cruzar nuestras protagonistas. Esta vez junto al mito de la Garbo.

En muchas de las historias de Selma y Astrid late el vínculo con su propia infancia donde las relaciones entre padres e hijos establecen la frontera entre realidad e imaginación. Selma construye sus textos sin dejar de mirar atrás (al pasado más personal y al pasado común); sin embargo, Astrid escribe sus historias trasmutando su manera de mirar las cosas en los ojos de un niño. El discurso de Selma al recibir el Nobel traza una emocionante conversación con su padre (fallecido cuando ella era joven), como vehículo narrativo que utiliza para agradecer a las personas y los sucesos de su pasado que ella haya podido ser escritora y que, por extensión, pueda estar allí recibiendo el galardón. Cuando Astrid recibe en el 58 el Premio Hans Christian Andersen (considerado el Nobel de la literatura infantil y juvenil) su discurso de aceptación termina con estas palabras: «Un niño solo con su libro crea, en algún lugar secreto de su alma, sus propias imágenes que van más allá de cualquier otra cosa. El ser humano debe poseer estas imágenes. El día en que la imaginación de los niños no pueda seguir generándolas, será un día en que toda la humanidad se empobrecerá. Todas las grandes cosas que suceden en el mundo suceden primero en la imaginación de alguien, y el mañana depende en gran medida del poder de la imaginación de los que hoy están aprendiendo a leer. Esta es la razón por la que los niños deben tener libros».

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Astrid Lindgren, 1965. Foto: Ulf Strahleus / Cordon.
Astrid recibe una carta de la Svensk Biblioteksförening. La abre con cierta inquietud: la Asociación Sueca de Librerías le ha concedido la Nils Holgersson-Plaketten por el libro de cuentos Nils Karlsson Pyssling. Astrid recuerda emocionada aquella oportunidad malograda de entrevistar a Selma; han pasado diez años desde su muerte y este es el primer premio concedido en honor de la Nobel sueca.

Aunque los libros de aventuras de Pippi Långstrump sean sus obras más conocidas en el mundo hispanohablante (acaso también por la adaptación televisiva de los años setenta), Astrid escribe entre los años cincuenta y setenta cinco novelas que me atrevería a considerar su cumbre (más bien un altiplano) narrativa. Mío, mi pequeño Mío; La isla de la corneja cenicienta; Ronja, la hija del bandolero; Los hermanos corazón de león; y Rasmus y el vagabundo, obra por la que recibe el Premio Hans Christian Andersen en el año 1958.

Astrid ya se ha convertido en un personaje de gran relevancia en la vida cultural y política de Suecia. Es febrero del año 1976 y el escritorio de su apartamento está iluminado por los rayos de un sol cada vez más alto que hace brillar los alisos de Dalagatan. Astrid está escribiendo un texto irónico, pero lo hace con dolor. Su texto, Pomperipossa en el mundo del dinero, es una historia satírica que pretende denunciar que, según la normativa estatal de impuestos, algunos profesionales autónomos como ella terminan pagando un tipo marginal de más del 100%. Publica el escrito en marzo en el diario Expressen de Estocolmo y esto genera una polémica tremenda con el que es su partido político, el Partido Socialdemócrata Sueco. Ella nunca dejará de ser socialdemócrata, pero estos pierden las elecciones por primera vez en más de cuarenta años.

Ya de lleno en los años ochenta, ahora sí, por una cuestión generacional me siento legitimado para introducir a un niño en esta historia. Porque los niños, aún sin ser los protagonistas, nunca dejaron de estar presentes. Lo llamaré Lennart, y para él Astrid y Selma son esas señoras que escribieron las historias que tanto disfruta leyendo. Historias que bebieron (esto Lennart aún no lo sabe) de Dumas, de Andersen, de Tegnér, de los hermanos Grimm. Lennart le dicta a su padre cartas para Astrid que luego echarán en el gran buzón rojo que hay delante de casa. Cartas que ella le responde amablemente, pero de tarde en tarde. En una de esas misivas, su padre incluye el primer verso íntimo que escuchó de su hijo: «Papá, quiero columpiarme hasta que venga el verano». Su padre también le lee a escondidas Ronja y Mío, mi pequeño Mío cuando Lennart es aún demasiado pequeño para ello. Algunos pasajes los lee con lágrimas en los ojos. Espera unos años, hasta que su hijo es mayor, para leerle El maravilloso viaje de Nils Holgersson (padre e hijo viajan junto a Nils de sur a norte hasta llegar a la aldea lapona de Kiruna, y de norte a sur, de vuelta a casa, montado en un ganso doméstico llamado Martin) y Los hermanos Corazón de León (una fábula dolorosa, difícil, bellísima). Lennart crece, y por las tardes frecuenta la magnífica Biblioteca Pública de Estocolmo. Allí busca libros en sus estantes circulares, de la misma manera que con toda seguridad Selma y Astrid hicieron. En Estocolmo, la ciudad del capítulo 37 de Nils Holgersson, hay un lugar llamado Junibacken, que Lennart visita para volver a las historias de Astrid, de Selma, o incluso de Stevenson y del contemporáneo Sven Nordqvist. No se trata una visita a un lugar cualquiera; es abrir un libro y entrar en él, abrirlos todos, volver a ver con los ojos de un niño, no querer salir de allí. Pasa el tiempo y Lennart se va a estudiar a Uppsala. Una noche de junio lee de un tirón El emperador de Portugalia tumbado sobre la hierba del Jardín Botánico de la universidad.

Este relato, en definitiva, trata de dos personajes fundamentales en la sociedad sueca del siglo XX. Ambas fueron feministas militantes. Mujeres con voces independientes y de corpulencia intelectual. Selma Lagerlöf se significa en su lucha por la paz, por la aprobación del sufragio femenino en Suecia (1919), y ayuda de manera activa a algunos judíos a huir de Alemania a finales de los años treinta. Una de ellas es su gran amiga, la escritora alemana, Nelly Sachs; galardonada con el Nobel de literatura en el año 1966. Astrid, por su parte, es una incansable activista por los derechos de los niños, por la no violencia y en contra de la discriminación racial.

Sospecho que Selma y Astrid nunca se conocieron (aquella entrevista de la primavera de 1940 no sucedió; tampoco la llamada para acordarla) y que quizás solo podamos unirlas con textos como este o a través de la fantasía de un niño (pongamos que hablo de otro niño, porque Lennart ya debe ser un crecido lector de revistas culturales) que camina por Odengatan mirando hacia el cielo a través de las ramas desnudas de los tilos. Es el principio de la primavera y se imagina el verano que vendrá recordando a Ronja «será un amasijo de amaneceres, y de matas de arándanos llenas de frutos, y de las pecas que tienes en los brazos, y de la luz de la luna sobre el río por las noches, y de cielos estrellados, y de bosque en el calor del mediodía cuando el sol brilla en los pinos». Lleva dos billetes de veinte coronas en el bolsillo con los rostros de Selma Lagerlöf y Astrid Lindgren en sus anversos. Dos mujeres ilustres que se miran frente a frente. Se sonríen con unos ojos que miraron al mundo como pocos lo han sabido mirar.

De ellas nos quedan sus personajes, sus historias, su militancia feminista, Ronja jugando en el bosque de Mattis, Pippi Långstrump montando a Pequeño Tío, su activismo en contra de la violencia, un asteroide de veinte kilómetros de diámetro llamado 3204 Lindgren, un Nobel de Literatura, un niño que cruza la geografía sueca montado en un ganso de granja. De ellas nos queda mucho; quizás también un buen pedazo de nuestra propia imaginación.

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Foto: Cordon




https://www.jotdown.es/2019/05/selma-lagerlof-y-astrid-lindgren-que-todos-sepan-vuestros-nombres/
 
Última edición:
En el club Bilderberg de la cultura.
Publicado por Martin Sacristán.
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Formentor, a Royal Hideaway Hotel

Jot Down para Grupo Barceló

Dónde pueden reunirse los artistas célebres cuando han alcanzado la cima, han de moverse en un pequeño círculo de entendidos y no de aduladores, y precisan además el retiro de un paraíso no habitado. Y cómo desarrollarán su arte aquellos no tocados aún por la varita del éxito, pero en vías de obtenerlo, si no disponen de un espacio cedido por los mecenas para hacerlo. Estas dos preguntas sacudieron a Adán Diehl, poeta argentino, al terminar su gran vuelta al mundo. El viaje de aprendizaje había decidido concluirlo en el París de principios de siglo, donde exprimió sus tres pasiones, el lujo, la pintura y la poesía. Llegó incluso a participar en la revista La Nouvelle Revue, todo un referente en su tiempo de la narrativa moderna, y que después de un primer rechazo sería la primera en publicar capítulos en avance de En busca del tiempo perdido.

Pero todas aquellas novedades acabaron hastiando el ánimo de Diehl, y su pregunta quedó sin contestar en una Ciudad de la Luz, que una vez apurada hasta sus máximos placeres, le aburría. Regresó a Argentina, y solo le animó a volver la Primera Guerra Mundial, para ejercer como corresponsal de guerra. A su ánimo diletante le daba ahora por el periodismo, y se lo podía permitir, porque además de amante de la cultura era, por encima de todo, multimillonario. Lo que posiblemente no esperaba es que la respuesta a su primigenia inquietud, dónde erigir un templo de culto al arte, le llegase por azar y desde un lugar lejano, mediterráneo, y orlado por esa aura que pueden tener los paraísos por descubrir. Y es que en el París de 1915 hablar de la bahía de Formentor era referirse a un lugar tan lejano y misterioso como el mismo corazón del África.

El primer contacto con ese rincón de la isla de Mallorca dice mucho de cómo se forjaría su sueño, materializado años más tarde en el Hotel Formentor. Diehl estaba frente al cuadro de Hermen Anglada Camarasa, Formentor después de la tormenta. El lienzo es impresionista y podría ser cualquier paisaje marino mediterráneo, salvo para el natural de esa tierra, que reconocerá en esa potente luz, esos colores, incluso en ese arcoíris parcial de uno de sus extremos, las condiciones naturales que se dan en el norte de la isla. Mientras estaba absorto en la contemplación del óleo, Anglada iba explicándole cómo era su tierra, por qué había tratado de tal o cual manera la composición, las luces, los tonos. En un momento dado, el poeta argentino sintió que había tenido una revelación. Debía viajar a Pollença a toda costa, y ver por sí mismo que esa realidad atrapada por el arte tenía un reverso tangible.

Pero a dónde ir exactamente, dónde alojarse. En aquel principio de siglo el cabo de Formentor no era más que un entorno rural, ajeno a visitantes y no digamos ya a turistas, y carente por supuesto de cualquier comodidad o alojamiento. Anglada le encomendó entonces visitar a un conocido que le introdujera en el lugar, un tal Miquel Costa y Llobera. Una vez con él, la pasión de Diehl ya no conoció límites. Eran poetas los dos, habían estudiado leyes, y la profunda pasión del mallorquín por su tierra, que vertió en sus poemas, le fue contagiada al argentino. Lo vio claro como el día. Allí, en aquel rincón remoto y perdido de la bahía, abierto al mar por delante, rodeado de verdes colinas por detrás, iba a erigir un hotel exclusivo, retiro de reflexión y descanso para los grandes artistas, donde podrían aislarse del mundo, y donde invitaría también a aquellos que no podían permitirse tales lujos, sufragándolo a su costa. Costa y Llobera accedió a venderle sus tierras familiares, donde plasmaría su sueño.

Pero era una locura, el sueño de un visionario, una utopía. Por no haber no había ni carretera que uniera el lugar con el resto de Pollença. La bahía de Formentor estaba, básicamente, comunicada con el resto del mundo por mar. Tampoco tenía agua corriente, comodidad indispensable para un hotel. La única posibilidad comercial de aquellas tierras era la tala de pinos. Y aunque los pinares se adentraban en playas auténticamente vírgenes, aquello alejaba, más que atraía, a los visitantes, deseosos de encontrar lugares «civilizados». Adán Diehl decidió llevar a Formentor esa civilización, pero respetando el entorno, los pinares, la propia naturaleza balear, en un empeño inédito y completamente adelantado a su tiempo. Los jardines que todavía rodean hoy su hotel son la plasmación de esa voluntad de valorar la hermosura de las especies y paisajes locales. También movió a las autoridades y habitantes en un empeño colectivo que ofrecía, además de un hermoso sueño, atractivas razones para sumarse a él. Los obreros mallorquines conocían por primera vez la jornada de ocho horas y los sueldos dignos trabajando en los oficios de la construcción.

El hotel estuvo concebido además con esa alegría derrochadora de los felices años veinte. Inaugurado meses antes del Cracde 1929, Diehl lo dotó de lujo hasta en sus más mínimos detalles: cada mueble, cubertería y mantel tenía que satisfacer la exigencia de los ricos de aquel tiempo. La bahía, sus pinares, el mar eran ya por sí mismos suficientes para estar rodeado de exquisitez. Pero él quería que esa impresión no abandonara nunca al visitante mientras durara su estancia. Además de los ilustres invitados, como el arquitecto Le Corbusier, su fundador conoció un efímero éxito cultural en 1931 con su Semana de la Sabiduría. Francesc Cambó, Pérez de Ayala y Ortega y Gasset, junto a otros muchos, iban a reunirse allí para tratar sobre el encaje Cataluña-España. Estos tres intelectuales fallaron a última hora, acababa de proclamarse la Segunda República, y decidieron acudir a otras reuniones políticas. Sí acudieron otras figuras de renombre, como Ramón Gómez de la Serna, o el filósofo Hermann von Keyserling. Este casi fracaso fue el preludio del fin. En 1934, como fruto de la crisis provocada por el crack bursátil, se cortó la financiación a los bancos argentinos, a Diehl le pidieron la devolución íntegra de las deudas contraídas, y fue su ruina. El hotel acabó en manos de los bancos, que no sabrían muy bien qué hacer con él, salvo cerrarlo. El soñador regresó a su patria con un billete de tercera, junto a su mujer, en la más absoluta de las penurias, donde sería olvidado.

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Charles Chaplin caminando hacia la playa del hotel.
Pero el sueño no había concluido, era demasiado atractivo para poder concluir. El hotel parecía llamar a la cultura, y en 1953 el empresario mallorquín Joan Buadas lo compró, revitalizándolo con la gestión de su hijo Tomeu Buadas, y la amistad de este con Camilo José Cela. La bestia literaria de Iria Flavia ya era bien conocido por La familia de Pascual Duarte y La colmena, aunque quizá solo los más allegados supieran de su inicial vocación de poeta. En 1959 participó en la promoción de las Conversaciones Poéticas de Formentor, a las que seguiría el Coloquio Internacional de Novela impulsado por Carlos Barral. El impulso hizo que desfilaran por Formentor Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, José Hierro, Luis Rosales, Agustín Goytisolo, y los narradores Italo Calvino, Miguel Delibes, Carmen Laforte o Marguerite Duras. Por citar algunos. El impulso cultural convivía con el del lujo ubicado en un paraíso mallorquín, y en los jardines podías cruzarte con Audrey Hepburn, Charles Chaplin, el Dalai Lama, el príncipe de Gales, Winston Churchill y Grace Kelly, ya princesa de Mónaco. Quién podía negar ya que el espíritu originario de Adán Diehl había no ya revivido, sino alcanzado su esplendor.

Volvió a tener su momento de decaimiento cuando murió en accidente de avión Tomeu Buadas, su director, junto a otros empresarios mallorquines. El hermano continuó el legado, pero los tiempos fueron otros y el momento de las grandes figuras de la cultura parecía decaer o discurrir por otros derroteros. Muchos temieron que cuando en 2006 el grupo hotelero mallorquín Barceló Hotel Group adquirió el hotel a la familia Buadas todo terminara. La multinacional bien podría haber desvirtuado la parte cultural de Formentor, dejándolo reducido a un paradisíaco alojamiento más. Eso no solo no ha sucedido, sino que su vocación hacia la cultura está más viva que nunca con el nombre de Formentor a Royal Hideaway Hotel. Abierta, debo decirlo, a todos los que la aman, en su admiración como Adán Diehl o en su desarrollo como los artistas que acuden allí a conversar sobre qué es. Este año vuelve a suceder con una serie de acontecimientos muy destacados.

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El modisto Jean Patou, inspirado por el entorno, diseñó este pantalón Formentor, hoy denominado Palazzo, en los años 30.
El primero de ellos, las Conversaciones Literarias de Formentor, celebran en 2019 su decimosegunda edición, denominada «Monstruos, bestias y alienígenas, las foscas quimeras de la ilusión». Organizadas por la Fundación Santillana, reúnen a escritoras y escritores destacados con sus lectores, para compartir con ellos sus novelas predilectas sobre el tema de este año, descubrirnos libros que desconocíamos, o matices en otros que ya habíamos leído. Y naturalmente sus personajes preferidos entre las aberraciones monstruosas de la imaginación. Las inscripciones se abrirán al público a partir de junio. Para los que escriben, esta revista patrocina el concurso de periodismo Jot Down-Formentor, que premiará textos de no ficción sobre la temática de esta edición. Su ganador o ganadora viajará desde cualquier lugar de Europa en el que resida hasta el hotel, donde será alojado en régimen de pensión completa.

El Premio Formentor de las Letras 2019 se entregará además el 20 de septiembre a la escritora francesa Annie Ernaux, pues su obra es, en palabras del jurado, «un implacable ejercicio de veracidad que penetra los más íntimos recovecos de la conciencia». Ernaux abandonó pronto la ficción para centrarse en expresar lo autobiográfico, y en ese largo recorrido por su vida ha hablado del ascenso social de sus padres, su matrimonio, el aborto que sufrió, el alzhéimer que afectó a su madre y su posterior muerte por cáncer. Son algunos de los temas que vertebran sus diecinueve obras, y que serán galardonadas como en su momento lo fueron los ganadores de ediciones previas: Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Calasso, Alberto Manguel yMircea Cartarescu.

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Gustavo Dudamel es actualmente director musical de la Filarmónica de Los Ángeles.
Esta nueva etapa del Hotel Formentor ha añadido además a su tradición cultural un festival de música clásica a orillas del Mediterráneo que es ya referente internacional, el Formentor Sunset Classics. En los dos ciclos que se organizan anualmente ya han tocado Daniel Barenboim, Lang Lang y Zubin Mehta, entre otros, y han hecho sonar su genio en los dos ciclos que se organizan anualmente. Para este año los Conciertos de Temporada contarán con las notas de la pianista Maria João Pires el 31 de mayo, con obras de Mozart, Beethoven y Chopin. Su forma de interpretar, plena de lirismo y profundidad, sonó en los idílicos jardines del hotel, esos que concibió originariamente Adán Diehl. El 29 de junio la Orquesta Filarmónica de Munich sonará dirigida por la batuta de Gustavo Dudamel, que repite tras su estreno en la V edición del festival en un espectacular concierto en el Teatro Real de Madrid. Por primera vez en el festival se escuchará la Sinfonía Nr.2, «Resurreción», obra de Gustav Mahler, donde el autor reflexiona sobre la vida, la muerte y el tormento existencial del alma humana, con más de doscientos músicos sobre la escena. Por su parte, el Ciclo de Cámara actuarán las grandes figuras en ascenso. El 26 de julio, lo abrirá el pianista ucraniano Dmytro Choni, aclamado como ganador del Primer Premio y la Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Piano de Santander, Paloma O’Shea, 2018. El 9 de agosto será el recital de violín y piano ejecutado por Rubén Mendoza, quien recibió en años anteriores la Beca del Barceló Hotel Group, fruto del convenio de colaboración con al Fundación Albéniz.

Habrá quien considere exageración haber llamado a este hotel Club Bilderberg de la cultura. Y sin embargo pocas realidades actuales reflejan mejor el espíritu doble que alentó a Adán Diehl, y en el que siempre se ha movido la creación cultural. Por una parte, el público dispuesto a disfrutar y gastar su dinero en las creaciones, y de otra, el conjunto de artistas que, una vez lograda su repercusión, siempre está necesitado de espacios donde se le invite a difundir sus creaciones. La élite de quien compra el arte y la élite de quien lo concibe, reunidos, siembran la semilla del futuro en una de las más bellas bahías del Mediterráneo, que Formentor, a Royal Hideaway Hotel conserva inalterada en su 90 aniversario. A diferencia del Bilderberg, sus reuniones son abiertas, libres y hermosas, como solo lo pueden ser el verdadero arte y la cultura que las alumbra.

https://www.jotdown.es/2019/05/en-el-club-bilderberg-de-la-cultura/
 
Las asombrosas hermanas Brontë
Publicado por Ángeles Caso
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Diseño: relajaelcoco.
A veces me las imagino a las tres escribiendo, aquellas muchachas pueblerinas y victorianas, perdidas en los páramos de Yorkshire, entre nieves y vendavales y recios brezos. Las hermanas Brontë. Charlotte, Emily y Anne. Tres criaturas extraordinarias, que surgieron de la nada y dejaron tras su paso breve por el mundo todo un tesoro de inspiración.

¿De dónde salió aquel talento asombroso? Supongo que algo tuvo que ver su padre, Patrick Brontë, el reverendo irlandés de origen humildísimo que llegó a estudiar en la elitista Universidad de Cambridge gracias a su inteligencia. Patrick debió de ser un buen padre, un hombre que animó a sus niños a leer y a desarrollarse intelectualmente desde muy pequeños y concedió a sus hijas una libertad poco común en aquel entonces. Él les dio alas, pero ellas volaron tan lejos y con tanta fuerza que parece como si un genio se hubiera detenido junto a sus cunas para esparcir sobre ellas un buen puñado de sus propias estrellas.

Sin embargo, eso no es suficiente. Como no lo es su devoción por Byron y Walter Scott, ni la ausencia de la madre, fallecida joven, ni la muerte tristísima de las dos hermanas mayores, ni los amores frustrados de Charlotte y Anne, ni la angustia por el alcoholismo de su hermano Branwell, ni la soledad sagrada de los páramos. Nada de todo eso basta para explicar de qué poderosos corazones, de qué cerebros deslumbrantes surgieron sus novelas y sus poemas.

Es impresionante pensar que aquellas mujeres vírgenes, decentes, hijas de un pastor protestante de la Inglaterra victoriana, habitantes de un diminuto pueblo remoto y, para colmo, pobres y poco agraciadas físicamente, pudieron albergar tanta pasión dentro de sí. Apenas habían viajado ni estudiado, no habían pisado ni los salones refinados ni las tabernas de los borrachos, no habían conocido la admiración de los hombres ni la competencia de otras mujeres. Eran tan solo tres muchachas inteligentes, obligadas a ganarse la vida como institutrices por no poder aspirar ni a un buen matrimonio ni a un trabajo de prestigio, con unos horizontes vitales estrictamente limitados por la moral de la época y la carencia de fortuna. Y, sin embargo, en cada una de ellas latía la energía inabarcable de la imaginación, enganchada con raíces muy profundas en la vida, en una existencia primigenia y universal, mucho más allá de sus propias vidas pequeñas.

Solemos creer que es imposible escribir sin haber vivido. Ahí están Charlotte, Emily y Anne Brontë para desmentirlo. Quizá nacieran sabias, pues parecían entender casi todos los abismos y las cumbres de la mente humana sin necesidad de haberse paseado por ellos. Tan solo se asomaron al mundo, le echaron un vistazo —no les dio tiempo a más—, y lo entendieron todo.

Me las imagino a las tres en aquel 1846 —treinta, veintiocho y veintiséis años, casi la misma edad que la reina Victoria—, escribiendo sus tres primeras novelas mientras cuidaban de su padre y de su hermano destruido, y atendían las tareas domésticas de la casa. Tenía cada una un pequeño escritorio portátil que trasladaban de un lado a otro, e iban redactando capítulo tras capítulo, leyéndoselos las unas a las otras, mientras pelaban patatas, planchaban ropa, hacían camas o remendaban medias.

Virginia Woolf se equivocó cuando reclamó una habitación propia y dinero para poder ser escritora. En el caso de las Brontë, les bastó desde luego con el talento y la voluntad. No necesitaron un despacho con una buena mesa y un buen fuego en la chimenea. Escribieron en sus dormitorios diminutos y helados, en el comedor, en el jardín, bajo los groselleros —los días felices de aquel verano—, o en la cocina, mientras vigilaban la cocción lenta de las comidas. Escribieron con las ropas ajadas y la vanidad dormida, sin futuro, sabiendo que ni siquiera podrían llegar a publicar bajo sus nombres auténticos y que tendrían que esconderse detrás de seudónimos masculinos. Escribieron conscientes de que jamás recibirían ningún reconocimiento público, que no habría medallas sobre sus pechos ni miradas de admiración cuando entrasen en algún teatro. Que ni siquiera sus propias amigas podrían felicitarlas o hablarles de sus personajes y sus historias, porque nadie sabría nunca que Currer, Ellis y Acton Bell —los supuestos autores de Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey— eran en realidad Charlotte, Emily y Jane Brontë. No, tres mujeres decentes y solteras no podían ser autoras de tres libros en los que se hablaba de aspectos de la naturaleza humana que una mujer decente no debía ni siquiera sospechar.

Escribieron solo por amor y por necesidad, porque desde niñas para ellas escribir era como respirar o correr por los páramos. Empujadas únicamente por su genio imparable. Emily y Anne ni siquiera llegaron a saber lo que sus novelas significaron para los demás: ambas murieron enseguida, en el espacio de cinco meses. Charlotte las sobrevivió unos pocos años, demasiado sola para cargar con todo aquel talento. Las tres volvieron pronto al misterioso mundo oscuro del que habían surgido para lanzar algunos rayos de luz sobre la vida humana. Y nos dejaron todo ese esplendor que forma parte de lo mejor de la era victoriana.
https://www.jotdown.es/2019/05/las-asombrosas-hermanas-bronte/

Maravillosa recensión sobre las hermanas Brönte, pero pese a haber escrito al principio del reinado de Victoria algunas novelas, como Cumbres Borrascosas, corresponden al Romanticismo anterior a la llegada de Victoria: grandes pasiones, venganzas, celos y crueldad llevados al extremo. La literatura victoriana es mucho mas "realista" y mojigata. "Jane Eyre" es el sueño de Cenicienta de Charlotte, la plasmación de su sueño como institutriz pobre y humillada, ser reconocida por su inteligencia, ser respetada y, encima, que el amo se enamore de ella.

Las Brönte tienen otras novelas más realistas, y ésas pueden ser algo victorianas, pero ellas no llegaron a representar la gran novela victoriana, en mi opinión.
 
Walter Mosley
(EEUU, 1952)
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Escritor norteamericano nacido en Los Ángeles, uno de los autores de género negro más admirados y premiados de Estados Unidos. Sus libros han sido traducidos a más de veinte idiomas y entre los galardones que ha obtenido a lo largo de su carrera se cuentan el Pen USA's Lifetime Achievement Award, el NAACP Image Award y el RBA. Principalmente conocido por su serie dedicada al investigador Easy Rawlins, cuyo debut, El diablo vestido de azul, fue objeto de una adaptación cinematográfica con Denzel Washington encabezando el reparto. También ha publicado novelas de ciencia ficción, eróticas y juveniles, así como novelas gráficas, ensayos, obras de teatro y relatos. Colabora en medios como The New York Times Book Review, The New York Times Magazine, Newsweek y The Nation. Reside en Nueva York. © Serie Negra

Textos:

El diablo vestido de azul (fragmento)

Galardones:

RBA (2018)

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=15417

La serie de Easy Rowlins, que, en su momento me leí entera, es toda una ventana a las miserias de la sociedad norteamericana, con su racismo,su hipocresia, su corrupción moral, su intolerancia - pues alguna novela ya llega a ambientarse en la caza de brujas, Easy, al principio con su asesino amigo Mouse y después solo, avanza en el tiempo, es padre, se casa y divorcia, se convierte en padre de las victimas infantiles de sus casos, observando su entorno con la veracidad del descreimiento pero sin perder su humanidad, ni siquiera al verse envuelto en la inhumanidad más absoluta.

Grandes novelas que recomiendo leer en orden, aunque pueden leerse de manera independiente porque el caso criminal se resuelve, son autoinclusivas.
 
El miedo
Publicado por Laura Freixas.

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Foto: Graeme Anderson (CC

Durante muchos años tuve la sensación de que mi vida alcanzaría su sentido en el futuro. Lo que yo iba dejando escrito (las cartas, el diario) era como preguntas que alguna vez tendrían respuesta. Como si su significado último estuviera cifrado y un día fuera a encontrar la clave que me permitiría descifrarlo. Algo así como ascender una montaña, sabiendo que se llegará a la cima, desde la cual se divisará todo: el paisaje, la geografía, el camino recorrido y el lugar que este camino ocupa en el mundo. Lo juzgaba todo desde un punto de vista a posteriori, casi diría póstumo, es decir, desde el resultado; y no conociendo de antemano ese resultado, no conseguía vivir cada momento a fondo y sin reservas, como una realidad plena: todo era condicional.

Preguntas como: ¿Conseguiré ser escritora, y de qué envergadura?, ¿conseguiré encontrar a un hombre y ser feliz con él?, ¿conseguiré tener hijos?, ¿dónde viviremos?, ¿cuánto tiempo nos quedaremos en Madrid y adónde iremos luego?… Y a un nivel más cotidiano, más pequeño, cada cosa que emprendía la realizaba preguntándome en todo momento si me «saldría», desde la novela hasta el tratamiento de fertilidad o cualquier proyecto profesional. Y ahora me doy cuenta de que son preguntas que no se pueden responder nunca, porque toda respuesta es provisional: incluso cuando los hechos resultan definitivos, no tienen vuelta atrás, incluso entonces la interpretación de esos hechos, su vivencia, no deja de cambiar. Lo cual significa que la incertidumbre, que tanto me angustia, no llega nunca a un término, a un puerto, a un punto final. Y paradójicamente, si la incertidumbre es total y permanente, entonces lo único sólido, indiscutible, cierto, es, en cada momento, el instante presente…

Hace veinte años que escribí esos dos párrafos: son extractos de mi diario del sábado 29 de septiembre de 1995 (y por lo tanto del libro publicado por Errata Naturae: Todos llevan máscara, Diario 1995-1996). Creo que ilustran bien lo que ha sido —ya (casi) no— el gran miedo de mi vida: un miedo al futuro que es un miedo al fracaso. Esa cifra que yo estaba buscando, persiguiendo, la que daría sentido retrospectivamente a todo; una cifra que podría resumirse en dos palabras: «escritora» y «feliz», ese santo grial hacia el que peregrinaba, podía escapárseme. Y si a fin de cuentas fracasaba, si no obtenía la felicidad y, sobre todo (porque eso me importó siempre más que lo primero; o mejor dicho, eso, el ser escritora, era una condición indispensable para lo otro: ser feliz), si no conseguía ser escritora, entonces toda mi vida habría sido lamentable, inútil: una farsa. ¿Miedo? No, no era miedo lo que esa posibilidad me inspiraba. Era terror, pánico.

Para quien, como yo, tiene ambiciones, objetivos, metas claramente definidas, una ventaja paradójica del paso los años (o quizá no tanto; quizá la paradoja está solo en su contradicción con esa idea común, tópica y huera, de que la juventud es positiva por definición), una ventaja, digo, de los años, es que a medida que avanzan, disminuye el peso del futuro. Y ese peso era para mí descomunal. Quien dice futuro, en una mentalidad como la que para bien o para mal es la que ha presidido mi vida, dice incógnita, interrogante, desconocido, y quien dice desconocido dice miedo.

Heme aquí, pues, a los cincuenta y seis años, mucho más tranquila, mucho menos atenazada por el miedo, mucho más contenta, que a los treinta y seis, y no digamos a los veintiséis o dieciséis. Ahora, mis miedos son miedos burgueses, estándar, previsibles: los miedos de todo el mundo. En forma de círculos concéntricos. En el más interior están los miedos a cosas que nos pueden suceder por azar, directamente: el cáncer, el accidente de coche, el incendio, el alzhéimer… que podrían sobrevenirme a mí, a mi familia, a mis amistades más cercanas: un círculo de unas pocas decenas de personas. El segundo círculo, intermedio, es una zona de miedos muy amortiguados: la zona en la que se caen aviones de cuyos pasajeros yo podría conocer a alguno, pero a la hora de la verdad no los conozco. Y después, están los grandes miedos vagos. Que se desate una inflación galopante y nos arruine a todos. Que el cambio climático nos inunde, nos mate de sed o de calor. Y, sobre todo, un miedo histórico: la llegada de los bárbaros. Los miro, fascinada, en la televisión, destrozar a martillazos esas estatuas de piedra que personas como nosotros habían limpiado con pinceles, catalogado con lupa, instalado con mimo en una sala de museo con la humedad vigilada por higrómetros.

Sí, hay días que me da pánico pensar en esa gente a la que no conocemos ni entendemos, pero que nos provoca un vago sentimiento de culpa, porque quienes nacimos aquí y no mil kilómetros más allá, solo por eso, sin mérito particular, disfrutamos de hospitales, derechos, vacaciones, protección consular y tarjeta de crédito, mientras que ellos, sin haber hecho tampoco nada especial para merecer su suerte, sufren hacinamiento, miseria, violencia, sumisión a los poderosos, que hasta podemos ser nosotros, cuando ejercemos de turistas… Procuro no pensarlo, porque, ¿qué puedo hacer…? Prefiero refugiarme en otro miedo, casi diría disfrutarlo. Un miedo nuevo que ha surgido en mi vida, ahora que ya no temo fracasar en mi identidad de escritora, y ahora que por otra parte empiezo, dicen, a ser mayor (tengo hipertensión y arrugas). Lo confesaré: mi miedo recién estrenado es el miedo a morir antes de terminar el libro que estoy escribiendo. Y digo disfrutarlo porque este es, aunque parezca imposible, un miedo alegre. No me entristece, angustia, paraliza… como el miedo al fracaso de mis veinte, treinta años; sino que me espolea: a escribir, a trabajar; y es un miedo con el que hablo cara a cara, con el que pacto. Déjame unos años, le digo; solo unos años; y después, con la conciencia del deber cumplido, de las metas alcanzadas, de la vida vivida a fondo como yo quería vivirla, la vida consumida y agotada, te prometo que aceptaré morir, sin amargura.

https://www.jotdown.es/2019/06/el-miedo/
 
Fallece el escritor Llorenç Sànchez Vilanova, Creu de Sant Jordi 2015
Publicó un centenar de libros y se le considera un especialista en la historia del Pallars
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Llorenç Sànchez Lloret, Creu de Sant Jordi 2015 (Cedida)
REDACCIÓN, LA POBLA DE SEGUR
08/06/2019 13:23 Actualizado a 08/06/2019 13:36

El escritor Llorenç Sánchez Vilanova falleció el pasado viernes 7 de junio a la edad de 88 años. Fue galardonado con la Creu de Sant Jordi en el 2015 por su prolífica obra, en especial la que se refiere a la historia del Pallars.

Condicionado por acontecimientos familiares, se trasladó de Barcelona a la Pobla de Segur, donde trabajó en la oficina de una entidad financiera. Pese a que nació en una familia sin tradición cultural, ya de muy pequeño su afición por la lectura y su facilidad creadora potenciaron una vocación de escritor. En los años cuarenta, con menos de veinte años, ya participaba en diversos certámenes literarios, como los Jocs Florals, donde obtuvo varios galardones.

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Llorenç Sànchez Vilanova, escritor. (cedida)
Con el paso del tiempo, su obra, que abarca diversos géneros y estilos, se fue haciendo cada vez más prolífica y profunda. Tiene publicados alrededor de un centenar de libros de historia, biografía, artículo de opinión, poesía, ensayo, teatro, guiones, crítica de arte, traducción, estudio diplomático ... A pesar de no tener formación académica como historiador, se le considera un especialista en historia pallaresa, principalmente de la Pobla de Segur y de la Conca de Dalt.

Entre sus libros destacan El condado de Pallars 768-1491 (1975), El templo parroquial de la Pobla de Segur (1983) y La aventura hidroeléctrica del valle de Capdella (1991). También ha contribuido al progreso social y económico de este entorno.

Ha mantenido colaboraciones habituales en medios de comunicación, como el Diario de Barcelona, El Correo Catalán, La Mañana, Diario de Lleida, y en revistas científicas y culturales.

En 2015 le fue concedida la Creu de Sant Jordi “por el conjunto de una obra que sobrepasa el centenar de títulos y que constituye una valiosa promoción de la Pobla de Segur, Pallars y, por extensión, las comarcas del Pirineo”
https://www.lavanguardia.com/local/...s-creu-sant-jordi-llorenc-sanchez-lloret.html
 
Antonio Gamoneda: «No se puede intentar comprender la poesía como si fuera el BOE»
Para el poeta, «todos los tipos de trascendencia de la escritura poética son secundarios respecto el momento primordial que es el de la escritura»
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SeguirJavier Villuendas@JVilluendas
Casablanca (Marruecos) Actualizado:09/06/2019 00:52h

Con nocturnidad, un bastón y cero alevosía, el poeta, al entrecerrarlos por el humo, fuma sin ojos en la entrada de su hotel en Casablanca, desde donde observa la circulación de un tráfico no tan atroz como en la postal marroquí estándar. Antonio Gamoneda pregunta qué nos puede interesar de alguien tan rojo como él. Y luego ríe e inicia la entrevista mientras se corta las uñas de las manos. Fue el invitado estrella español en la feria literaria de esta ciudad africana. Allí diría: «Un no saber entendiendo, o un entender no entendido», esto es la poesía para el premio Cervantes de 87 años.

¿Le gusta viajar?

Sigue gustándome. Pero como me doy cuenta de que no me queda mucho tiempo de vida, y tengo muchas cosas sin hacer, tengo un poco de sensación de que no puedo gastar el tiempo viajando. Estoy sentado en la mesa de trabajo 14 horas al día si me dejan.

Sin embargo, de León no se mueve. ¿Qué tiene esa ciudad?

Tiene la necesidad. En el 33, mi padre había fallecido y mi madre era asmática. Y a los asturianos asmáticos los mandan a León a secar el aparato respiratorio. Luego viene la revolución minera y la sublevación militar de Franco que termina en el 39. Mientras, la Guerra Civil se había llevado los pequeños recursos que tenía mi madre en Oviedo. Había desaparecido todo, por lo que había que quedarse en León a ver qué pasaba. Y una vez que vas echando raíces, las raíces te retienen.

¿Encontró la afinidad literaria en León?

La afinidad literaria no es propiamente una afinidad, he de decir. Lo principal es llevar uno mismo ese impulso. Y creo que lo hubiera tenido en Asturias, en Praga o en León.

Se resalta de usted su condición solitaria. ¿Hay otra manera de escribir?

Creo que no. La escritura, en particular de estructura poética, es un acto de comunicación pero después. En principio, es una tarea solitaria. Pero lo que ocurre es que existe, y a mí no me parece mal, un hábito en el que los escritores se relacionan entre sí. Y el tejido de la reunión es mucho más amplio en ciudades grandes. Parece un poco obligatorio irse a Madrid, a Barcelona o a París. En mi caso, no es así porque yo me aficioné a la pequeña ciudad, a la convivencia que proporciona la pequeña ciudad. Y tengo amigos de todos los tipos que se pueden tener, de personalidad humana normal y también artistas y escritores en número suficiente. Y el resto del tejido comunicante de las grandes urbes, tú me publicas y yo te doy, yo eso no he sabido lo que es y no me ha interesado.

También le llaman «poeta tardío», pero escribe desde chaval.

Publiqué el primer poema en el 49. Era un mozo, tenía 18 años. Y el primero que conservo es del 47, pero escribo incluso desde antes. Yo no soy un poeta tardío, lo que ocurre que hay circunstancias que demoraron lo que podría ser un conocimiento más extendido de mi escritura. Después de «Sublevación inmóvil» (1959), escribí otro libro, «Blues castellano» (1961-66), y la censura practicó una intervención inaceptable. Me quitaba el 60% del libro. E hice una especie de huelga particular: no publicar ningún libro mientras existiera la censura oficial en España, hasta que no pueda decir lo que quiera. Estuve hasta el 78 sin publicar. En cuanto a escribir, fue un relativo silencio. Y así durante un montón de años. Esto no es creación tardía sino incorporación a la publicación tardía. Y creó una especie de desconexión, pero no me he sentido mal por eso. Luego he tenido suerte, seguramente.

¿Qué función tenía la escritura durante esos años sin publicar?

Tenía la más importante. He vivido ajeno a la repercusión mediática y más ajeno todavía a lo que podríamos llamar la vida cosmopolita de la literatura, Madrid y todo eso. Yo he sido y creo que sigo siendo una especie de provinciano vocacional. Y extiendo esto a la poesía. Me interesa la página en blanco, y el resto ya llegará si llega. Y, si no, me quedo bastante tranquilo.

Otros le achacan hermetismo.

Todo el mundo tiene derecho a pensar lo que le parezca. Y si piensas de una manera sincera, me vale. No que tenga que obedecer o atender a esa crítica, sino que me vale como postura del crítico. Ahora bien, el hermetismo es una palabra equívoca totalmente. Si se pensara y analizara bien, creo que no solo mi poesía sino la de poetas mucho más importantes que yo y que vienen siendo motejados de herméticos, porque ahí está todo el surrealismo estoico, la mayor parte de Federico García Lorca, alguna parte del propio Alberti o casi todo Juan Larrea... Pues este hermetismo, que yo entrecomillo, lo suscriben muchos poetas más importantes que yo. Recibo la opinión y no me disgusto. Hubo una muy pequeña reseñita en alguna revista, creo que era del Opus Dei, que decía que un libro mío era fracasado porque tenía consigo una carga surrealista. Bueno, este señor se está cargando a todo el superrealismo histórico que ha tenido una importancia enorme... ¿Yo qué le voy a decir?

¿Por qué la poesía debe ser de fácil comprensión si ni siquiera sabemos por qué nos gusta un color?

Es por una especie de interés equivocado en comprender la poesía como se puede comprender el Boletín Oficial del Estado. La poesía es otra lengua en la cual hay una semántica que se inventa en cada momento y en cada poeta. No se puede intentar ni desear una comprensión de carácter lógico o lineal, meramente discursivo, como puede ser el ejemplo de antes o un anuncio de publicidad. Si usted pretende comprender así, creo que usted está equivocado. ¿Cómo se comprende un fruto? Un fruto usted lo experimenta con los sentidos y queda enterado de lo que es pero a partir de una experiencia, no a partir de una comprensión como la que usted pretende aplicar al fenómeno poético.

Y, tras la huelga de muchos años, vuelve a publicar en el 78 su «Descripción de la mentira». Pero el eco es escaso.

Muy poco. Recuerdo una página entera del diario «Informaciones», que entonces existía. Era una reseña muy valiosa desde mi punto de vista y parece que desde puntos de vista posteriores. «Descripción de la mentira» apenas tuvo eco en principio. Pero con el paso del tiempo, y al publicar yo otros poemas, la crítica empezó a darse cuenta de aquel poemario hasta el punto de que el año pasado en La Casa Encendida (Madrid) se celebró un congreso con participantes de varias naciones y España, obviamente. Antes de eso, el libro ya había suscitado atención, pero siempre con años de posterioridad no menos de seis, ocho o diez de su publicación.

¿Qué le diría a los artistas que no tienen repercusión?

A los que no tengan fe en sí mismos, nada. Que escriban si quieren, si eso les reconforta, y que traten de no disgustarse demasiado porque no les hagan caso. Y a los que tienen fe en sí mismos, les diría que no se preocupen tampoco porque todos los tipos de trascendencia de la escritura poética son secundarios respecto el momento primordial que es el de la escritura. Pensemos qué repercusión tuvo el poeta más grande de la lengua española, que fue San Juan de la Cruz. Lo único que recibía eran latigazos de sus hermanos en Toledo. ¿Eso disminuye el valor de la experiencia del propio San Juan? ¿Y el valor interminable y colosal de su escritura? No, es secundario. Si tienen fe, que sigan pensando que su deber consigo mismos y la cultura está en escribir. Y que no se preocupen demasiado por la trascendencia mediática.

Trabajó 25 años como empleado en un banco mientras escribía lo que luego no publicaba. ¿Qué prestigio tenía la banca entonces?

Mucho peor.

¿Cómo lo vivía?

Pues hombre, con una depresión que me duró 18 años.

¿Se desahogaba escribiendo?

Digamos que el escribir sí me ayudaba.

Escribió: «¿Qué es la verdad? ¿Quién ha vivido en ella fuera de la dominación?». ¿Hay que mantener la duda para alcanzar la libertad?

La libertad es un sueño, es un deseo. No hay libertad. No solo hablo de libertad social, hablo de libertad física y de pensamiento. Ni siquiera eso. Creemos que somos libres. A veces tenemos nuestra propia limitación, que nos está limitando y quitando libertad, nuestra propia incapacidad. Y luego están las otras mil limitaciones. O sea que sí: la libertad es solo un deseo. Más allá es improbable.

¿Sabe por qué empezó a escribir?

Eso es muy fácil: porque mi padre era escritor, era poeta.

Heredó la poesía.

Es que además aprendí a leer con un libro de mi padre. A los 5 años estaban las escuelas cerradas, en 1936, y yo quería aprender a leer. Y mi madre se había traído solo ese libro de Asturias. Entonces, me inoculó algo.

¿Cuándo empezó a sentirse poeta?

Eso sigo dudándolo, depende de donde pongas el listón. Lo pones en un sitio y a lo mejor te coge, de ahí para arriba. Tuve necesidad de escribir poesía desde muy chiquito, desde antes que me decidiera a hacer un poema. A los 12 años quería ser poeta. Pero una cosa es querer ser y otra serlo.

Al trabajar desde tan joven, le denominan autodidacta. ¿Hay alguna otra manera de ser poeta, una oposición o un costoso máster?

Es una manera de hablar, el autodidactismo puro no existe. Está en los libros, aprendemos de los libros. Otra cosa es no estar matriculado, que yo he estado en algunas carreras, pero no las seguí. Yo he aprendido en los libros, como todo el mundo. Provincias, cierto apartamiento, tener que trabajar desde muy joven porque la Guerra Civil nos dejó a mi madre y a mí completamente descalzos en una tierra relativamente extraña... Y un trabajo duro, mucho peor que ahora. He llegado a hacer más de 80 horas semanales. Y no solo yo. He entrado muchos años el día 1 de enero a las cuatro de la mañana cuadrando los balances del año anterior.

A propósito de estos balances, escribió: «Todo el día 16 y 1000 y 2, ya no puedo más». En otro: «Cuando me pongo los pantalones, me quito la libertad». ¿Qué le parece la apelación a la España que madruga como el súmmum de la dignidad?

Está bien, sí. Pero depende para lo que madrugue. Si es para un trabajo alienado, no sé nada. Si madruga por voluntad de ser activo desde pronto, me parece bien.

¿Ve perverso idealizar el trabajo independientemente de la labor concreta?

No es exclusivamente eso. Los dueños de los instrumentos de producción, que se apoderan del trabajo y de las plusvalías que genera el trabajo, no creen que eso sea una perversión. Empecé cobrando 89 pesetas al mes y luego pasé a cobrar 350. Bueno, fuera lo que fuera, fui retribuido en una proporción que significa el 40% de mi productividad. El resto no va a mí, es de alguien. Ese alguien no lo ha trabajado, tiene su retribución por su trabajo de consejero delegado o presidente. Sin necesidad de entrar en términos revolucionarios, hay un elemento de perversión que empieza antes de mi jornada larga, es una manera de entender la realidad del trabajo y la producción. Perversa, yo digo sí. Pero pregúntaselo a otro, ya verás como te dice que no.

¿Hasta qué punto su condición, digamos obrera, es importante para comprender su obra?

En los términos usuales, no es obrera propiamente dicha. Pero yo lo doy por bueno. Realmente, no he cavado zanjas nunca aunque sí he descargado carbón. Y he trabajado para una entidad bancaria. Sea como sea, es totalmente cierto que mi vida se ha producido, proyectado y configurado en razón de una circunstancia sufriente que es propia de la condición obrera.

«La belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes».

No lo pensaría siquiera apuntar a unos cobardes concretos, sino que ciertamente la poesía es un espacio de riesgo. De riesgo de la propia conciencia, de riesgo de lo que puede tener de comunicación si alcanza a tenerla... Bien, pues parece que los acomodaticios o los cobardes o los que se resignan a las formas convenidas, así como muy tranquilas y muy aclamadas, no es para ellos un lugar demasiado cómodo.

En «Canción errónea», escribe: «Despreció la eternidad. He vivido y no sé por qué. Ahora, he de amar mi propia muerte y no sé morir. Qué equívoco». En la India un hombre va a demandar a sus padres por haberle tenido sin su consentimiento...

Entiendo eso. En algún poema mío me refiero a mis hijos y digo que no sé si me habrán perdonado. No me pidieron permiso ni me dieron su opinión para que yo los pusiera a vivir. Así que hay cierta cercanía con este hombre de la India.

¿No le da sentido a la vida la propia búsqueda de sentido?

Prácticamente lo que hice en esos últimos versos del poema es una repetición de las conclusiones del existencialismo. Se vive y se sabe que va a morir, y todo ello carece de sentido. ¿Por qué? Más o menos es lo que viene a decirse ahí sin que yo haya querido hacer filosofía.

Y en «El libro del frío»: «Hierba de soledad, palomas negras. He llegado por fin. Este no es mi lugar, pero he llegado». ¿Adónde tenía que llegar?

Creo que no voy a llegar en esta vida, ahora ya sé que no voy a llegar. Esto nos lleva al pensamiento existencialista otra vez, a la falta de finalidad de la vida. Finalidad como lugar al que hay que llegar, eso está en el credo del existencialismo. Cuando uno ya entra en la edad del cansancio... Parece que no voy a ir mucho más allá, pero esto no es dónde yo pensaba ir. Realmente no hay que pensar en ningún lugar. Sabemos que vamos a morir. Y está bien, ya es mucho saber. Aunque no está muy claro qué es eso.

https://www.abc.es/cultura/libros/a...oesia-como-si-fuera-201906090051_noticia.html
 
"Hay un distanciamiento cultural entre Catalunya y el resto de España, lleno de prejuicios, que me cuesta entender"

Creación cultural

El escritor catalán acaba de publicar en castellano El hijo del italiano, una novela basada en hechos reales que se convirtió en un bestseller en Sant Jordi
Premiada con el Ramon Llull, la novela recoge la desconocida historia de un millar de marineros italianos acogidos en la posguerra en el pueblo-balneario de Caldes de Malavella
"Me ha interesado reflejar la vida cotidiana en la posguerra que está poco tratada en la literatura", señala el novelista y periodista de Girona

Miguel Ángel Villena
09/06/2019 - 20:16h
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Rafel Nadal EFE

Rafel Nadal (Girona, 1954) cuenta con una brillante e intensa trayectoria como periodista en varios medios, entre ellos El Periódico de Catalunya, del que fue director entre 2006 y 2010. Desde hace unos años compagina sus colaboraciones periodísticas con una carrera literaria que ya acumula media docena de títulos, tanto de narrativa como de ensayo. Distinguido con varios galardones en Catalunya, el último el premio Ramon Llull de este año, Nadal es prácticamente un desconocido en el panorama literario español. Como, por cierto, tantos otros notables autores contemporáneos en catalán, en gallego o en euskera.

Convertida en un auténtico éxito de ventas en el pasado Sant Jordi, la novela El hijo del italiano (Planeta) acaba de publicarse en castellano y su autor reflexiona sobre dos culturas que se dan la espalda. "Me cuesta entender", comenta en una charla con eldiario.es, "ese distanciamiento cultural entre Catalunya y el resto de España que está lleno de prejuicios".

"Digamos que no se ha favorecido una acción política y administrativa de conocimiento mutuo y representa un fenómeno que viene de lejos, aunque haya podido agudizarse en los últimos tiempos por el procès", añade. Y cita "ejemplos muy sangrantes de ese desconocimiento como el de Jaume Cabré que puede llegar a vender 200.000 ejemplares de su novela Las voces del Pamano en un país como Alemania y, en cambio, su presencia resulta muy minoritaria en el mercado español".

Nadal está convencido de que la llave la tienen los libreros a la hora de recomendar títulos en las dos lenguas y atribuye también su responsabilidad a los medios de comunicación que conceden poca difusión a las literaturas de los idiomas minoritarios de España. "Por otro lado", agrega, "mis amigos independentistas siguen leyendo a autores españoles contemporáneos, incluso a alguien como Vargas Llosa situado en sus antípodas políticas".

Un episodio inédito de la posguerra ocurrido en Girona
Sea como fuere, el escritor y periodista de Girona recorre varias ciudades durante estas semanas como promoción de una novela basada en unos impresionantes hechos acaecidos en la posguerra y que hasta ahora habían permanecido inéditos, incluso en Catalunya. Se trata de la estancia de seis meses, entre 1943 y 1944, de un millar de marineros italianos procedentes de buques que habían sido bombardeados al norte de Cerdeña por la aviación nazi tras firmar Italia un armisticio con los aliados. Tras un periplo, que recaló también en Mallorca y en Menorca, como puertos neutrales, el Gobierno franquista decidió trasladarlos a Caldes de Malavella (Girona) y alojarlos en los balnearios, fondas y hostales de un pueblo que contaba entonces apenas 2.300 habitantes. Aquella convivencia generó historias de rivalidad y recelos, pero también de solidaridad, de amistad y de amor. Uno de esos episodios reales figura como la trama principal de El hijo del italiano.

"Apenas quedan recuerdos ni placas en las calles de Caldes de aquel episodio", evoca el escritor que se encontró casualmente con esta sorprendente e impresionante historia en el coloquio de un club de lectura. "Somos un país muy desmemoriado", añade Nadal, "porque se hizo un uso sectario de la memoria. El tema de los muertos en las cunetas, por ejemplo, apela a una cuestión de justicia y no de venganza".

Persuadido de que tanto la guerra como la posguerra siguen siendo un filón literario, reconoce que le ha interesado "la vida cotidiana en los años posteriores al conflicto que está poco tratada en la literatura". La novela muestra bien a las claras cómo las situaciones límite miden la verdadera talla de las personas en medio del ambiente de una posguerra muy dura y cruel donde, a juicio del autor, "aquella época fue en blanco y negro sólo para los perdedores".

No obstante, Rafel Nadal no ha dudado en introducir ternura, esperanza y, en definitiva, el color del campo de Caldes en su relato que le ha llevado tres años de investigación, documentación y escritura.

Narrada con saltos atrás y adelante en el tiempo, desde los años cuarenta hasta la actualidad, con el personaje de un vecino de Caldes que intenta buscar en Italia a su verdadero padre como protagonista, el autor ha utilizado diferentes voces narradoras. Así, en la primera parte de la novela cada personaje tiene una voz diferenciada, pero en la parte central Nadal ha recurrido a un narrador omnisciente que va relatando la historia. Por último, el escritor ha otorgado una voz única a la familia italiana que aparece en el libro.

Con un desenlace abierto, Rafel Nadal señala que le parecía más importante contar esa búsqueda del padre muchos años después que un final cerrado. "Al fin y al cabo", aclara, "el protagonista encuentra el reconocimiento de una familia italiana que lo acoge como un miembro más".

El autor de El hijo del italiano explica que ha preferido que su novela fuera traducida por otra persona, en este caso Josep Escarré, para no caer en la tentación de reescribir de nuevo el libro. "En castellano soy más barroco escribiendo que en catalán", aclara, "y estoy marcado además por muchos años de trabajar en periódicos en castellano. En definitiva prefiero no traducirme a mí mismo".

https://www.eldiario.es/cultura/lib...-Catalunya-Espana-prejuicios_0_907459863.html
 
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Una fiesta secreta
Publicado por Antonio Muñoz Molina

Escribir es un trabajo arduo que de vez en cuando, si uno tiene paciencia y además tiene suerte, se transforma en otra cosa, un arrebato, una especie de trance del que si se habla debe hacerse con tiento, porque es un campo sembrado de malentendidos. Para los antiguos no había la menor duda: la poesía era el fruto de una posesión. Que tal posesión se manifestara en versos perfectamente medidos y en un lenguaje hecho en gran parte de fórmulas no tenía nada de contradictorio. La poesía estaba unida a la música, y también al recitado en voz alta y al canto, lo cual la conectaba más directamente aún con los dioses, metáforas ellos mismos de la naturaleza y de la condición humana. Borrados los saberes humanísticos en la educación contemporánea, las etimologías preservan indicaciones objetivas: en la raíz de la palabra «entusiasmo» está la idea de la posesión por un dios. En la cultura griega arcaica, los dos oficios humanos que conectan de algún modo con la divinidad, el de bardo y el de adivino, llevan consigo la ceguera. Porque ven lo que nadie más puede ver Homero y Tiresias no pueden ver lo que los demás ven con sus ojos. El bardo y el adivino son variantes de la figura del chamán, que a cualquier persona en su juicio la pone en guardia, porque nos recuerda, sobre todo a los que ya tenemos cierta edad, aquellos delirios ineptos de los años setenta, hechos de una mezcla entre la lectura de los libros de Carlos Castaneda y el consumo de porros de hachís con fondo de rock sinfónico, o peor todavía, de rock sinfónico andaluz.

Curiosamente en el romo lenguaje de la droga de entonces afloró la metáfora inmemorial de la ceguera, en una variante que se refería a un estado de máximo colocón, por seguir con el vocabulario de entonces: alguien «pillaba un ciego» o «llevaba un ciego», pero ese presunto estado de conciencia alterada tenía mucho más de tosca modorra con propensión al muermo y a la risa floja que de lucidez visionaria. En mi experiencia, la cosa no dio nunca mucho de sí. A uno le daba a veces por escribir en ese estado y llenaba páginas y páginas, con un fervor parecido al de los espejismos de lucidez de las conversaciones de borrachos. Pero a la mañana siguiente los grandes hallazgos de la noche anterior apenas se descifraban, porque en medio del arrebato no estaba uno para cuidar la letra, y cuando lograba entenderse algo de lo que se había escrito con tal sensación de trance, se comprobaba que era una tontería.

No hay atajos para escribir, al menos que yo sepa, ni más sustancias favorables que las segregadas en abundancia por el propio cerebro. Durante bastantes años yo estuve seguro de que entre la nicotina y la escritura existía una relación necesaria, sin duda por la influencia del cine, que tanto daño ha hecho a las imaginaciones noveleras, sobre todo en esas décadas gloriosas de su alianza criminal con los fabricantes de cigarrillos, cuando no había periodista o escritor de película que no golpeara heroicamente a deshoras la máquina de escribir envuelto en una niebla de tabaco tan espesa como la que rodeaba a los detectives y a los gánsteres, y cuando las mujeres más hermosas entreabrían los labios antes de besar expulsando un hilo de humo. Besar aquellas bocas perfectas habría sido como lamer un cenicero sucio. Una noche de entonces, la época remota de las cartas tangibles y las cabinas de teléfonos, salí a las tres o a las cuatro buscando por los callejones del Albaicín de Granada una cabina para despertar a mi novia, ebrio de alegría y tabaco, y decirle que acababa de terminar la novela en la que había estado trabajando como un galeote los últimos meses. Por el camino creo que no dejé de toser. A la mañana siguiente, cuando desperté bastante tarde, la resaca de tabaco era más poderosa que el alivio de no tener que seguir escribiendo.

Hay que tener cuidado hablando de rapto en un país como España, donde el desprecio por los trabajos intelectuales está todavía más extendido que la autoindulgencia entre quienes se dedican a ellos. Escribir algo que valga la pena requiere no solo mucha perseverancia, sino también algo más primitivo, cabezonería pura, una determinación de hacer eso y solo eso a lo largo de mucho tiempo, o de reservar en la propia conciencia un espacio privado en el que el acto de escribir posee la primacía absoluta. Aunque uno haga otras cosas, se gane la vida como pueda, cuide a su familia, salga a cenar con sus amigos, etc., hay un momento en que lo que hace puede ser descrito con uno de los efectos del amor, según Lope de Vega: «dar la vida y el alma a un desengaño». Lo importante es la primera parte: dar la vida y el alma. El desengaño también, muchas veces, pero la literatura, lo mismo que el amor, también nos puede dar mucho más de lo que le habíamos pedido, de lo que habíamos sabido imaginar, que casi siempre es poco, porque la imaginación del deseo, contra lo que parece, es bastante pobre.

Es verdad que sin el trabajo no hay nada: pero es igual de verdad que el trabajo no es nada si además no sucede, de tarde en tarde, lo inaudito, si el esfuerzo no da paso a una especie de incontrolado abandono, si el que escribe no se deja llevar sin saber hacia dónde, como si uno mismo asistiera al acto de escribir. Hablo de ese momento que para mí está en el origen de cada una de las novelas que he escrito, y que en mi experiencia viene casi siempre después de un largo desaliento, de un miedo tremendo a haberse equivocado, a haber perdido ese secreto valioso que estuvo siempre en la médula de la vocación: la pura alegría de inventar y al mismo tiempo de encontrar el modo de contar lo que se va inventando, de hallar conexiones inusitadas entre materiales que parecían ajenos entre sí, de darse cuenta de que una brizna de recuerdo resulta ser un rasgo definitivo para un personaje o una historia.

Pero es como si la historia ya existiera, y se alimentara ávidamente ella sola lo mismo de recuerdos que de fantasías, mezclándolos sin escrúpulo en una especie de magma cuyo resultado es la ficción. Es un regalo, porque uno podía no haberlo recibido. Paul McCartney soñó «Yesterday» y Coleridge Kubla Khan, y Wagner el breve preludio en el que está contenido como un árbol en una semilla toda la proliferación del Anillo del Nibelungo. Pero solo porque eran ellos y porque habían velado y trabajado tanto les fue posible que esos hallazgos les sucedieran. ¿Cuántas horas, al parecer estériles, había trabajado Proust en los materiales de una novela autobiográfica que no iba a ninguna parte, cuando tuvo el arrebato que empezó a convertirlo todo en La recherche? Juan Carlos Onettiiba un día por el pasillo de su apartamento de Buenos Aires y vio en su imaginación el mundo entero de Santa María.

No hay escritor que no sepa que esa fiesta secreta es el único premio que se puede desear.

https://www.jotdown.es/2019/06/una-fiesta-secreta/
 
El censor franquista que le dijo a Mario Vargas Llosa: "Gracias a mí se publicó 'La ciudad y los perros'"
  • MANUEL LLORENTE
    Madrid
Viernes, 28 junio 2019 - 12:49
Un documental de Chema de la Peña rememora la compleja publicación de la gran novela del escritor peruano y cómo sorteó la censura que comandaba Robles Piquer. "Acepté cambiar siete frases de la novela", confesó este jueves el Nobel

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Mario Vargas Llosa en París, a principios de los años 60.
En febrero de 1963, Mario Vargas Llosa acudió con el editor Carlos Barral a una comida en Madrid con Carlos Robles Piquer, que por entonces dirigía la censura franquista, para ver cómo se podía desatascar la publicación de La ciudad y los perros, que acababa de ganar el Premio Biblioteca Breve por unanimidad. El cuñado de Fraga Iribarne estaba escoltado por un profesor de Barcelona que no había leído el libro y no entendía del todo la conversación. Hasta que Robles Piquer saltó "con su vozarrón": "¡Pero es que se tira a una gallina!".

La carcajada del público ante los comentarios del Premio Nobel fue apoteósica. En la Cineteca de Madrid (Matadero) se presentaba este pasado jueves el documental Mario y los perros, un "viaje iniciático" en palabras de su director, Chema de la Peña, que recorre desde la infancia del escritor hasta el primer boom del Boom, el clamoroso éxito internacional de la primera novela de Vargas Llosa, La ciudad y los perros. El mediometraje podrá verse este domingo en La 2 en Imprescindibles. Ana Peláez, directora del programa, presentó el acto, al que también asistió Isabel Preysler, pareja sentimental de Vargas Llosa.

"Acepté cambiar siete frases de la novela", dijo el escritor ayer tras la proyección que recoge en más de una hora los avatares personales y literarios de aquel joven peruano que se empeñó en escribir y publicar las peripecias de los aspirantes a cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado de Lima. Vargas Llosa también relató cómo en aquel almuerzo le echaron en cara que apareciera en la novela "un coronel bajo y gordo y del que se decía que tenía el vientre de una ballena. "Es el jefe del cuartel, ridiculiza la institución", le increparon. A lo que el escritor contestó: '¿Y si ponemos vientre de cetáceo?'". Por supuesto, más risas.

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Mario Vargas Llosa junto a su pareja sentimental, Isabel Preysler, y el director del documental 'Mario y los perros', Chema de la Peña, este jueves en Madrid.RTVE
Una tercera anécdota: también le afeó la censura franquista que en la novela se viera al capellán del colegio por burdeles los fines de semana "con ojos ardientes". "¡Es que es el único! ¡Quite al capellán o ponga más curas!".

Años después de que la novela se convirtiera en lo que se convirtió, volvieron a encontrarse Vargas Llosa y Robles Piquer en una exposición sobre la obra del autor. Ni corto ni perezoso, tras el abrazo pertinente, clamó el cuñado de Fraga: "No se olvide que gracias a mí se publicó La ciudad y los perros".

Sin perder la jovialidad pero ya más metido en harina, Vargas Llosa restó importancia al trabajo hercúleo que empezó en la taberna ya desaparecida El Jute de Madrid (Doctor Castelo con Menéndez Pelayo, al lado de su casa) en el otoño de 1958 hasta que la acabó en el invierno de 1961 en una buhardilla de París y que se tituló en un principio como Los impostores, disciplina que aprendió en el colegio Leoncio Prado y que reafirmó con el ejemplo que mantuvo Flaubert: "Su caso es muy estimulante pues él sabe que no tiene talento. En la correspondencia de esos cinco años en que escribe Madame Bovary se ve cómo va puliendo, perfeccionando cada palabra, cada frase. Si no tienes genio, lo fabricas. Y eso lo he tenido muy presente en el resto de mi obra", agregó el escritor.

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Mario Vargas Llosa en el Colegio Militar Leoncio Prado.
El éxito de la novela también arrasó en Perú y, según una leyenda urbana, en el colegio Leoncio Prado se quemaron ejemplares como indignación. Si fue una estrategia del editor Manuel Escorza para vender ejemplares no está claro, pero el caso es que logró una "enorme publicidad para el libro". Podría ser cierto pues La ciudad y los perros denuncia los extremos de violencia (y obediencia) a que estaban sometidos aquellos adolescentes. "Para inventar su historia, debí primero ser, de niño, algo de Alberto y del Jaguar, del serrano Cava y del Esclavo, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre y vecino de La Perla, en el Callao; y, de adolescente, haber leído muchos libros de aventuras, creído en las tesis de Sartre sobre la literatura comprometida, devorado las novelas de Malraux y admirado sin límites a los novelistas norteamericanos de la Generación Perdida, a todos,pero, más que a todos, a Faulkner", ha dejado escrito Vargas Llosa.

Por el documental desfilan Julio Cortázar, Jorge Edwards, Carlos Barral, Rosa Regàs... Se recuerda que el libro fue rechazado por varias editoriales (El Ruedo Ibérico y Losada entre ellas), se recuerdan los siete trabajos simultáneos en que se ocupó Vargas Llosa nada más casarse por primera vez, a los 19 años, con su tía Julia Urduqui (entre ellos fichar a muertos en un cementerio); se da fe del respeto y deuda que tuvo Vargas Llosa con su protector Raúl Porras Barrenechea; su tesis universitaria sobre Rubén Darío; su pasado comunista como camarada Alberto, su primer trabajo como periodista (con 16 años) en el periódico La Crónica (sección de sucesos y noches en tascas y burdeles), el descubrimiento de sentirse sudamericano ya en París, su agradecimiento a Carlos Barral y la agente Carmen Balcells...

De todo esto ha pasado más de medio siglo; hoy cree que "las imágenes son más populares que las ideas que vienen en los libros. La cultura tiene hoy la imagen como rol hegemónico, se publican más libros pero son menos importantes y esto va a afectar a los jóvenes. Cuando los escritores escriban para las pantallas, el nivel descenderá".

Sobre su próxima novela, Tiempos recios (Alfagura), que se publicará el 8 de octubre, ni una palabra. Bueno: que la expresión es de Santa Teresa de Jesús y que está ambientada en el golpe militar que derroca al Gobierno de Jacobo Árbenzen en Guatemala por Carlos Castillo Armas. Lo que ya se había anunciado. Para saber más de su vida, sobre La ciudad y los perros y sobre cómo y por qué escribe, este domingo en La 2.
https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/06/28/5d15d7a9fdddff43938b45a9.html
 
Diez años sin Baltasar Porcel
Llamaba la atención su potencia analítica, la capacidad de detectar contradicciones y mostrarlas como factor evolutivo
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Baltasar Porcel en su casa de Sant Elm, Mallorca, 2002. (José María Alguersuari)
SERGIO VILA-SANJUÁN
29/06/2019 00:05
Actualizado a 29/06/2019 03:40


Fui a visitarle, pocos días antes de su muerte, al hospital Clínic de Barcelona. Área de neurología, escalera séptima, cuarta planta. Llevaba el pelo al cero y la barba recortada, entre blanca y color oro. Me cogió la mano y hablamos muy poco; Maria-Àngels le animó a comentar su última novela, en la que había estado trabajando. Su hija Violant me puso al tanto de los detalles médicos. Sabían que el plazo expiraba.

Volví otras dos veces, le encontré durmiendo. El lunes 29 de junio al mediodía tuvo su último momento de lucidez y expresó a los familiares que estaba preocupado por su columna para La Vanguardia (la había dejado de escribir a finales de mayo, y esa falta de contacto con los lectores le desasosegaba).

Le había conocido a principios de verano de 1980, cuando subí a Vallvidrera a entrevistarle para El Correo Catalán (pero esta entrevista yo se la había propuesto a mis jefes porque había seguido su trayectoria y quería conocerle). Charlamos en su piso con vistas al Vallés y Montserrat, entre cuadros de Ràfols, Ponç, Maria Girona, sus íntimos Arranz Bravo y Bartolozzi.

En “La Vanguardia” desde 1966
El columnista incisivo



Me pregunto a menudo qué diría hoy Baltasar del procés, de la situación política española, de Ada Colau y Manuel Valls, de la revolución digital, el movimiento “me too”, el transhumanismo, las novelas de Knausgård, el arte de Plensa, la música de Rosalía y tantas otras cosas



Me habló de sus viajes por EE.UU., China, África. De su giro narrativo, desde el realismo mágico con base en Andratx a una visión del ser humano marcada por el cosmopolitismo. De sus tan debatidos compromisos y giros políticos: antifranquismo, catalanismo, anticapitalismo versión Mayo del 68, maoísmo, anarquismo, hasta un centro izquierda entonces en fase de definición (y que acabaría desembocando en su alineación, clara aunque no incondicional, con el pujolismo, y simultáneamente en su defensa de la monarquía democrática).

Hablamos también de su filosofía individualista: “Yo apuesto por la vida misma porque fuera de ella no existe otra cosa”, me dijo.

A partir de mi entrada en La Vanguardia en 1987 nos vimos con regularidad y solíamos comer un par de veces al año. Le fascinaba la historia interna del diario, donde había empezado a colaborar en 1966, y su influencia sobre la sociedad catalana y española. A mí me llamaba mucho la atención su potencia analítica, esa capacidad de detectar las contradicciones de cualquier situación, y en su misma persona y sus propios puntos de vista, para ponerlas de manifiesto como factor evolutivo.

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Porcel frente a Sa Dragonera, Mallorca, 2002. (José María Alguersuari)
Era un luchador, con alto concepto de sí mismo; podía resultar muy duro en sus polémicas, y a lo largo de los años he ido encontrado no pocos testimonios adversos a su figura. Pero para mí constituyó siempre un interlocutor incisivo, sabio y estimulante. Viví de cerca la publicación de dos de sus mejores obras, Mediterráneo y El cor del senglar, y con motivo de esta última pasé con él en invierno del 2002 un largo fin de semana en Mallorca, recorriendo junto con el fotógrafo José María Alguersuari sus paisajes de infancia y juventud.

Me pregunto a menudo qué diría hoy Baltasar del procés, de la situación política española, de Ada Colau y Manuel Valls, de la revolución digital, el movimiento “me too”, el transhumanismo, las novelas de Knausgård, el arte de Plensa, la música de Rosalía y tantas otras cosas.

https://www.lavanguardia.com/cultur...baltasar-porcel-la-vanguardia-columnismo.html
 
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