OP
pilou12
Guest
21
Su mejilla se apoyó sobre mi hombro, un peso cálido y húmedo.
-¿Por qué lloras?
Se enderezó disparada como un muelle; se quedó sentada. -Por Dios -dijo, yéndose hacia la ventana para salir a la escalera de incendios-, si hay una cosa que detesto en el mundo son los fisgones.
Al día siguiente, viernes, me encontré al llegar a casa con que me esperaba en la puerta una enorme cesta de luxe de Charles & Co, con su tarjeta: Miss Holiday Golightly, Viajera; y detrás, garabateadas con una letra monstruosamente torpe, de niña de jardín de infancia:
Bendito seas, querido Fred. Olvidate por favor de la otra noche. Te portaste como un ángel. Mille Tendresses, Holly. P. S. No volveré a molestarte.
Contesté: Hazlo, porfavor, y dejé esta nota en su puerta con lo máximo que podía permitirme, un ramo de violetas de florista callejera.
Pero Holly parecía haber hablado en serio; no volví a verla ni a oír nada de ella, y supuse que había llegado al extremo de conseguir una llave del portal. Fuera como fuese, dejó de llamar a mi timbre. Lo eché de menos; y a medida que los días fueron disolviéndose comencé a sentir por ella cierto desproporcionado resentimiento, como si mi mejor amigo se hubiese olvidado de mí.
Una inquietante soledad se filtró en mi vida, pero no me produjo ningún deseo de buscar a mis amigos más antiguos, que ahora me parecían una dieta sin sal ni azúcar.
Cuando llegó el miércoles, el pensar en Holly, en Sing Sing y Sally Tomato, en mundos en los que los hombres sacaban con dos dedos un billete de cincuenta dólares para el tocador, resultaba ya tan obsesivo que no pude trabajar. Por la noche dejé un recado en su buzón: Mañana es jueves. La siguiente mañana me premió con una nueva nota escrita con su juguetona letra infantil: Bendito seas por recordármelo. ¿Podrías pasarte a tomar una copa a eso de las seis de la tarde?
Esperé hasta las seis y diez, y entonces me obligué a retrasarme otros cinco minutos.
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
Su mejilla se apoyó sobre mi hombro, un peso cálido y húmedo.
-¿Por qué lloras?
Se enderezó disparada como un muelle; se quedó sentada. -Por Dios -dijo, yéndose hacia la ventana para salir a la escalera de incendios-, si hay una cosa que detesto en el mundo son los fisgones.
Al día siguiente, viernes, me encontré al llegar a casa con que me esperaba en la puerta una enorme cesta de luxe de Charles & Co, con su tarjeta: Miss Holiday Golightly, Viajera; y detrás, garabateadas con una letra monstruosamente torpe, de niña de jardín de infancia:
Bendito seas, querido Fred. Olvidate por favor de la otra noche. Te portaste como un ángel. Mille Tendresses, Holly. P. S. No volveré a molestarte.
Contesté: Hazlo, porfavor, y dejé esta nota en su puerta con lo máximo que podía permitirme, un ramo de violetas de florista callejera.
Pero Holly parecía haber hablado en serio; no volví a verla ni a oír nada de ella, y supuse que había llegado al extremo de conseguir una llave del portal. Fuera como fuese, dejó de llamar a mi timbre. Lo eché de menos; y a medida que los días fueron disolviéndose comencé a sentir por ella cierto desproporcionado resentimiento, como si mi mejor amigo se hubiese olvidado de mí.
Una inquietante soledad se filtró en mi vida, pero no me produjo ningún deseo de buscar a mis amigos más antiguos, que ahora me parecían una dieta sin sal ni azúcar.
Cuando llegó el miércoles, el pensar en Holly, en Sing Sing y Sally Tomato, en mundos en los que los hombres sacaban con dos dedos un billete de cincuenta dólares para el tocador, resultaba ya tan obsesivo que no pude trabajar. Por la noche dejé un recado en su buzón: Mañana es jueves. La siguiente mañana me premió con una nueva nota escrita con su juguetona letra infantil: Bendito seas por recordármelo. ¿Podrías pasarte a tomar una copa a eso de las seis de la tarde?
Esperé hasta las seis y diez, y entonces me obligué a retrasarme otros cinco minutos.
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote