Autoestima y otros temas de psicología

Hay personas que tienen su propio ombligo en el lugar del corazón


A las personas que actúan con maldad hay que desearles suerte, pues la necesitarán tarde o temprano. Los malos actos no quedan impunes, aunque muchas veces creamos que el merecido obtenido no está ajustado a los actos emprendidos por esas personas que se comportan esencialmente de manera egoísta y malvada.


De todas formas no conviene caer en el autoengaño, por lo que debemos saber que muchas veces esa retribución no es visible. La oscuridad que generan en una persona los actos de egoísmo y maldad obtiene su máximo esplendor a nivel interno.




Una persona que solo piensa en sí misma y que actúa según sus propios intereses sin importarle quién esté delante, acaba pagando un alto precio. Con gran probabilidad su vida se tiñe de soledad y de rechazo, mermando su potencial capacidad de obtener bienestar en la vida.


Están las personas que obtienen gratificación directa a través de la realización de malos actos. Estas personas solo generan sentimientos aproximados de odio y temor a su alrededor y, como sabemos, vivir solo con uno mismo acaba siendo tremendamente doloroso.


Como en todo, hay niveles de egoísmo, de maldad y de despecho. Sin embargo, se haga o no se haga explícita esta vida interior negativa siempre redunda en una gran falta de paz interior, lo que a la persona de buenos sentimientos le genera compasión y tristeza.







La hipótesis del mundo justo, un autoengaño común en las personas

Cuando algo no nos gusta, nos resulta desagradable o injusto siempre acudimos a la idea del destino como justiciero. Sin embargo, esto solo es una manera más de cerrar los ojos para no contemplar aquello que nos gustaría que fuese de una manera determinada pero que, además, no podemos controlar.


Pensar que cada cual recibe su merecido nos hace sentir que todo está bien y que nuestra felicidad no peligra, pues lo malo solo le ocurre a quien lo merece porque se ha comportado con maldad o porque se muestra insensible.




Hay gente llena de maldad a la que nos gustaría que el tiempo diese su merecido, por lo que fantaseamos con esa idea de que el mundo es justo y que cualquier bien que le alcance será solo un espejismo.
Nos gusta y necesitamos creer en ello para vivir con tranquilidad. Nuestra mente nos hace sentir la necesidad de que lo podemos controlar todo, pero lo cierto es que solo podemos manejar cierta parte de nuestras experiencias.





El egoísmo, manantial de malas relaciones

Hay personas que tienen su propio ombligo en el lugar del corazón. Personas que solo creen en sí mismas y solo se mueven por sus intereses, dejando a un lado los sentimientos de los demás.


Esto genera enorme malestar, por lo que podemos afirmar que el egoísmo es la fuente que genera malas relaciones basadas en la injusticia y el dolor más profundo.


No podemos controlar cómo son los demás, pero sí que podemos lograr que nos afecte lo menos posible. Anticiparnos a lo negativo y mantenernos vigilantes ayuda a que la basura se saque sola.
Vivir ajenos a la realidad de que hay gente que no siembra buenos sentimientos es algo que solo nos afecta a nosotros. Tomar distancia emocional y observar detenidamente los actos de los demás nos ayudará a anticipar y a no validar aquello que las malas artes de ciertas personas pretenden.

Por Raquel Aldana
Qué bueno el artículo! Y qué gran verdad.....Gracias x traerlo!
 
¿Por qué nos enganchan las series?

Drama, acción, thriller, comedia, aventuras… un sin fin de géneros diferentes encuadran a las series como una de las manifestaciones más extraordinarias de la cultura visual actual.


https://twitter.com/intent/tweet?te...villosa.com/por-que-nos-enganchan-las-series/


Lejos de debates en los que se discute si pueden compararse con manifestaciones artísticas como la novela o la pintura, la realidad es que la series son cada vez más variadas, sorprendentes y, en ocasiones, inteligentes. Sin embargo, por muy peculiares que sean y por mucho que las amemos, las series responden a estructuras más que prefijadas por los guionistas y académicos, estructuras que buscan garantizar su éxito.


Según Vicente Luis Mora “las series jamás desafían al medio –ni a la comprensión del lectoespectador– permaneciendo iguales a sí mismas: sus capítulos son homogéneos en duración (salvo alguna excepción, como The Sopranos), siguen la secuencia prevista por la cadena a la que pertenecen (con cortes publicitarios, salvo en HBO, Netflix y similares)”.


Además, “van creando una ficción con las rígidas reglas del melodrama convencional (planteamiento, nudo, conflicto, apariencia de final irresoluble, súbito giro dramático final que arregla la trama, casi siempre para bien), cuestionan algunos modelos sociales pero nunca el capitalismo que las sustenta como producto […] y nunca se plantean un desafío estético como series”.


Los guionistas conocen la fórmula para tenernos enganchados a sus tramas. Deberíamos preguntarnos entonces ¿qué factores psicológicos están detrás del éxito de las series?


1. Sencilla accesibilidad

Es un ocio de fácil acceso, al alcance de todo el mundo, prácticamente gratuito. Solo necesitas una televisión, un DVD o, en su defecto, un ordenador con conexión a internet. Es, por lo tanto, una accesibilidad mucho más sencilla y económica que otras formas de entretenimiento. Ni tan siquiera tienes que salir de casa, coger el coche y recorrer kilómetros. Tan solo debes abrir los ojos y ponerte cómodo.


2. Pasividad

Mientras ves una serie no es necesario que hagas mucho más. Quizás comer unas palomitas. Reírte. Recordar qué ha sucedido anteriormente. Cuesta poco esfuerzo, tanto a nivel físico como cognitivo. Para verlas solo debemos poner en juego la atención, la memoria, la vista y el oído. Muchos detractores de la televisión y de las series ven en esta cualidad un gran insulto para los espectadores.


Sin embargo, ésta es una de las razones más potentes para que las series sean de consumo de masas. La gente llega normalmente cansada física y mentalmente a casa y ver una serie no le suponen un gran esfuerzo.







3. Catarsis

Este término proviene del griego y significa purificación. Se aplicaba, sobre todo, en el contexto del teatro al referirse al efecto de sanación que ejercía sobre los espectadores el ver una tragedia o una comedia. Esto sucedía entonces y sigue sucediendo actualmente de la mano de las series, las películas, las canciones, las obras de teatro…


Al observar algunos contenidos con los que podemos vernos identificados, sentimos un gran vendaval de emociones. Quizás nos enfadamos, sufrimos, incluso lloramos. Esto hace que saquemos hacia fuera una suerte de revoltijo interno que nos pesaba y perturbaba, generándose una liberación interior y, por lo tanto, una gran sensación de bienestar.


También, al ver grandes dramas o comedias, aunque no nos sintamos identificados, por un momento, olvidamos nuestra propia realidad, evadiéndonos de ella, lo que es también gratificante si la realidad es negativa.




4. Identificación

Muchos de los personajes o de las situaciones pueden recordarnos a nosotros mismos, a algún miembro de nuestra familia o a un amigo. Muchas situaciones de las series nos han pasado a nosotros mismos. Por lo tanto nos identificamos con ellas.


El proceso de identificación es un fuerte lazo que nos une y vincula con aquellas cosas que nos recuerdan a nosotros. Ésta vinculación es potente, por ello lo pretenden la mayoría de las series. También los publicistas y comerciales.





5. Querer saber lo que va a suceder

A todos nos ha sucedido que un capítulo termine y necesitemos urgentemente ver el siguiente para saber qué sucede después. Dejarnos con las ganas de más es una de las razones más potentes para engancharse a una serie. ¿Qué explicación da la psicología a este fenómeno?


La ley del Cierre dice que las formas cerradas son más estables visualmente. Esto hace que tendamos a cerrar cualquier forma incompleta. Esta ley de la percepción tiene consecuencias a nivel psíquico. Las formas abiertas o inconclusas provocan ansiedad, haciendo que la persona sienta una poderosa necesidad de finalizar aquello que está incompleto. A esto lo llama La ley del Cierre.


6. Modelos de actuación y aprendizaje vicario

Las series nos hablan de formas de vivir, de usos, costumbres. De éxitos y derrotas de vidas ajenas. Pretenden ser un reflejo de nuestra sociedad, pero a la vez están enseñándonos sobre las diferentes formas de comportarse ante una situación. Para bien y para mal. Aprendemos de los errores de nuestros protagonistas. Pero también disfrutamos de sus éxitos, casi tanto como si nos sucedieran a nosotros mismos.


7. Alivio de la Soledad

Para alguien que se siente solo, las series pueden ser un gran sustituto de compañía real. Cuando somos seguidores de una serie, los diferentes protagonistas pueden sernos tan cercanos como personas de nuestra propia familia a los que quieres e incluso odias.





8. El cerebro

Viendo una serie pasamos por diferentes estados emocionales en cuestión de poco minutos. Vemos situaciones novedosas, extrañas, complejas, simpáticas. Amor, desamor. Todo totalmente concentrado en 20 minutos. A nivel cerebral, el subidón emocional está servido.


Los neurotransmisores trabajan como locos para prepararnos para cada una de esas situaciones tan diferentes. La dopamina aumenta ante las situaciones que consideramos novedosas y placenteras. La serotonina disminuye cuando nos estresamos y la adrenalina se segrega cuando nos asustamos. En una situación normal de la vida cotidiana es muy difícil que todos estos transmisores trabajen tanto en tan poco tiempo.


La dopamina es la sustancia química que otorga placer al cerebro. La rutina, la normalidad no altera la dopamina. Solo lo hace la sorpresa. Si es buena, aumenta. Si es mala, desciende. Es sencillo que con las series la dopamina se eleve a menudo.


Hay personas que por sus patrones particulares, necesitan más situaciones novedosas para experimentar el aumento de la dopamina en el cerebro. Según Steve Johnson esta sería la razón por la que algunas personas sean más vulnerables a algunas adicciones. Pero también que haya gente que se enganche más a las series que otras.


Y tú, ¿eres un serie-adicto?


Por Aida Díaz González
 
La psicología de la superstición



La psicología de la superstición lleva acompañando a la humanidad desde que tenemos conciencia. Siempre han existido conductas supersticiosas. De hecho, cada cultura tiene las suyas propias. Por ejemplo, en algunas zonas de Rusia romper una pieza de vajilla es un buen augurio. Es como si cada superstición tuviera algún tipo de utilidad en el día a día.


En nuestra cultura tenemos varias supersticiones latentes que actúan de manera sigilosa. Todos conocemos a alguien que señala la cantidad de mala suerte que trae cruzarse con un gato negro o romper un espejo. Lo paradójico es que, a pesar de que no hay argumento lógico ni científico que las sostenga, aquellas personas que realmente tienen estas creencias tienden a condicionar su vida en base a ellas. En algunos casos pueden ser pequeños gestos de escasa importancia, pero en otros pueden llegar a ser verdaderos rituales encadenados.




¿Qué es la superstición?

La superstición es la creencia en una asociación sin que existan argumentos consensuados que la sostengan. Es decir, creer que llevar una pata de conejo en el llavero trae buena suerte. No existe una evidencia de que esto sea así, pero algunas personas sí lo piensan. Más ejemplos de supersticiones:


  • Pedir un deseo al presenciar una estrella fugaz.
  • Llevar un trébol de cuatro hojas consigo para atraer a la buena suerte.
  • Cruzar los dedos cuando expresamos un deseo para que se cumpla.
  • Al bajarse de la cama pisar con el pie derecho con el pensamiento de que así el día será más fácil.
  • Atribuir buena suerte a objetos como una herradura.




Normalmente las supersticiones tratan de acercar la buena suerte o alejar la mala. Son una forma (supuesta) de atraer al éxito o de espantar al fracaso. Pensamos que realizar estas conductas van a hacernos la vida más sencilla y a proveernos de dinero, amor o éxito. Aunque hay una serie de supersticiones globales, cada persona puede llegar a desarrollar las suyas.




¿Cuál es el origen de la psicología de la superstición?

El principio que subyace a la psicología de la superstición es el llamado condicionamiento operante identificado por B. F. Skinner. Para ello, comenzó trabajando con palomas. Cuando estos animales presionaban un botón situado dentro de su jaula, se les entregaba comida.


Con el paso del tiempo, “aprendieron” que dicho botón les otorgaba comida, por lo que lo accionaban cuando tenían hambre. Más tarde, el sistema cambió. De tal manera que, cuando las palomas ejecutaban ciertos movimientos, recibían el refuerzo. Como resultado final, incorporaron “conductas supersticiosas” relacionadas con los movimientos con la intención de conseguir la recompensa.


Pues bien, esto es muy similar a lo que ocurre en los seres humanos con las supersticiones. Una persona puede asociar una consecuencia positiva o negativa con una conducta en concreto. Si, por ejemplo, acudimos a un examen con una camiseta concreta y obtenemos un buen resultado, es posible que a los siguientes exámenes vayamos con la misma prenda.




También existen otros fenómenos que favorecen la superstición, como la profecía autocumplida o el sesgo de confirmación. Este sesgo orienta la atención de las personas hacia aquellos datos/eventos que confirman la hipótesis de partida, ignorando o prestando poca atención a aquellos que no lo hacen. Así, si creemos en la superstición del gato y ese día nos lo hemos cruzado, es fácil que culpemos a dicho encuentro de todo lo negativo que nos pase durante el día, asociando lo positivo a otras causas.


Problemas de la psicología de la superstición

Usualmente la superstición no es mala en sí misma. Son simplemente un conjunto de creencias que habitan en nuestra mente. No obstante, si pueden llegar a ser un problema cuando alcanzan ciertos niveles:


  • Se puede llegar a depender de un objeto o amuleto hasta el punto de no sentirse seguro sin él.
  • La superstición nubla el pensamiento y lo orienta hacia la creencia de ciencias o métodos con baja fiabilidad. Por ejemplo, el horóscopo.
  • Nuestro rendimiento puede verse afectado en caso de no haber realizado determinados rituales.

Todo esto eleva los niveles de ansiedad y merma la confianza en nuestras capacidades. Depender a tal punto de un objeto o conducta infravalora la habilidad que tenemos para lograr las cosas por nosotros mismos. Es una forma sutil de quitarnos mérito y desviarlo a algo que no lo tiene.





¿Cómo combatir la superstición?

La mejor manera de luchar contra la superstición es haciendo uso del poder de nuestra mente. Adquirir una actitud crítica frente a las asociaciones que establecemos y con las que funcionamos es un buen factor de protección contra este tipo de convicciones. La proactividad selectiva limita y depura el número de ideas que nos rigen, de manera que de forma indirecta nuestra libertad aumenta.


Exponerse a situaciones en las que uno pueda sentirse indefenso por no portar sus amuletos es una buena manera de mitigar la ansiedad que genera. Al final la superstición no es más que una creencia y no una ley de la naturaleza. Por eso también es importante aprender a controlar la ansiedad, no solamente para casos de superstición, sino también para la vida en general.


A modo de conclusión, es probable que la superstición -y por lo tanto la psicología de la superstición- nos acompañe, como especie, para siempre. Sus beneficios pueden ser varios: como reducir la incertidumbre o aumentar la sensación de control. Por contra, la parte negativa aparece cuando nos limita o nos genera ansiedad.

Por Iván García Gallardo
 
El hábito de suponer y sus consecuencias




¿Qué pasó? ¿Por qué lo hizo? ¿Qué va a hacer? Si te sientes tentado(a) a responder a una pregunta similar con: “Pues, no sé, pero supongo que…”, quizás sea el momento de detenerte.




A qué llevan las suposiciones

Realizar una suposición es dar por hecho algo sin molestarnos en buscar pruebas para apoyar nuestro razonamiento. Es buscar una explicación y, a continuación, reforzarla con sucesivos pensamientos y comentarios. El problema es que la persona que supone, generalmente termina creyendo aquel hecho “creado” por él mismo. Lo más grave es que, en muchos casos, más tarde ni siquiera recuerda el origen de tal afirmación.


Así que, como vemos, es muy frecuente que una simple suposición generada por la “sencilla e inocente costumbre de hablar de los demás” termine transformada en un rumor falso y, en definitiva, en una mentira.


Suponer puede arruinar la reputación de otra persona, porque aunque tú enfatices que estás expresando tu opinión solamente y no un hecho, cuando tu declaración se ha echado a “correr”, lo más probable es que se omita la parte en que dijiste que no estabas seguro.


Y, algo sorprendente: aunque no comentes tus ideas con nadie más, de todos modos puedes crear una imagen distorsionada de la persona en cuestión en tu propia mente. Y todo por una simple e inocente suposición…


Combustible de malos pensamientos





Ya sea que el diálogo se mantenga con otra persona o contigo mismo, puedes estar alimentando una mentira, una mentira dirigida a otra persona o a ti mismo. Aún si la mentira no es tomada como cierta, genera ciertas emociones y las emociones son dificilísimas de borrar. Y aún si son borradas, quedarán los residuos de la sospecha y una predisposición negativa.


Piensa en los sentimientos que generan las siguientes suposiciones:


“Seguro que ella le está siendo infiel.”
“Los más probable es que él maltrate a los niños.”
“Supongo que sus palabras no son sinceras. No creo que nos haya dicho la verdad.”


¿Por qué siempre pensamos lo peor?



Lamentablemente, la mayoría de las suposiciones que hacemos son negativas. El ser humano tiene la tendencia a dar mayor importancia a las noticias malas. Pero, ¿por qué ocurre esto? Una teoría dice que esto se debe al instinto de supervivencia, porque a través del desarrollo del ser humano se prestaba más atención cuando alguien decía: “Esa serpiente es venenosa”, que cuando alguien decía “¡Qué lindo atardecer!”


Según dicha teoría, esto llevó a que demos más peso a cosas negativas y que, por ende, le asignemos más credibilidad. En otras palabras, en forma inconsciente y para preservarnos, estamos predispuestos a pensar lo peor de las otras personas…


Comúnmente, tendemos a suponer que muchas de las cosas que suceden tienen que ver con nosotros personalmente (aunque la verdad es que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera figuramos en la historia…), que los demás saben lo que nosotros queremos o deseamos, o que los demás reaccionarán igual que nosotros.


Ninguna de estas suposiciones es productiva y actuar basándonos en alguna de ellas puede llegar a ser devastador para todas las personas involucradas, incluyéndonos a nosotros mismos.


Que la suposición no sustituya la comunicación

¿Qué hacer si de veras te preocupa qué hizo alguien o por qué lo hizo? Eso es muy sencillo, ¡pregúntale! Un diálogo con la persona implicada es cien veces más productivo que un diálogo interno o con un tercero. Si simplemente haces una suposición, le estás robando a la persona implicada la oportunidad de expresarse.


Cuando te cercioras de las cosas, puedes actuar con una base de información confiable. Si no te sientes cómodo preguntando directamente, tendrás que evaluar si es un asunto que realmente te incumbe. Si no, ¿no serí mejor ocuparse de otros asuntos?


Que la suposición no obstaculice tu crecimiento personal

Las suposiciones no siempre tienen que ver con el comportamiento ajeno. Existe otra clase de suposiciones que pueden convertirse en una gran traba en nuestro propio camino.


Cuando suponemos que no nos va a gustar algo que nunca hemos probado, o que no podremos aprender algo nuevo, o que nunca podremos conocer ese lugar con el que tanto soñamos, etc., estamos construyendo una “pared” que nos bloqueará el paso a nuevas experiencias. A veces asumimos que las tradiciones son ineludibles y que no hay una manera diferente de hacer las cosas. Esto sofoca nuestra creatividad y nos convierte en personas rutinarias y estancadas.


En conclusión, deberíamos evitar las suposiciones a toda costa, se trate de uno mismo o de otras personas. En cambio, verifiquemos. Preguntemos. Averigüemos. Experimentemos.

Por Claudio Navarro
 
Contagio Emocional: 9 Maneras de fortalecer tu “sistema inmune emocional”

El estado emocional de una persona puede verse afectada por la exposición a las expresiones emocionales de sus contactos sociales, lo que significa que el estado de ánimo puede propagarse de persona a persona, incluso a través de nuestras interacciones en línea, por un proceso llamado “contagio emocional”.


“La globalización implica una mayor capacidad de contagio de las emociones, es un fenómeno natural que se está acelerando y amplificando, por lo fácil que resulta hoy en día comunicarnos y conectarnos, tenemos una gran capacidad para contagiar emociones, así que si puedes elegir: ¡Reparte emociones positivas!”. Elsa Punset


Las emociones se transfieren, en parte por una imitación inconsciente que se da a través del observar, escanear y registrar el lenguaje no verbal, que incluye: la postura, los movimientos corporales, los movimientos faciales y hasta los oculares. Cuando las personas sincronizan ciertas conductas motivadas por una emoción sucede el “contagio emocional”.


¿Has estado en un lugar en donde las personas están bostezando y terminas por bostezar, aunque no tengas sueño? Esto es porque el cerebro está interconectado a través de una red neuronal llamada neuronas espejo, las que nos hacen posible: imitar gestos, expresiones faciales, emociones y sentir empatía, eso nos ayuda a identificarnos con un grupo social y sentirnos integrados en ese grupo. Las personas con trastorno de espectro autista, con esquizofrenia o con trastorno antisocial de la personalidad no muestran dicha capacidad de empatía, común en los demás, pero en diferentes grados.


Las emociones modifican tu respuesta biológica y activan otras zonas cerebrales, la Escala de Contagio Emocional de William Doherty, presenta parámetros psicométricos para su medición. Todas las personas tienen diferentes grados de susceptibilidad emocional, en algunas personas parecería que muchas cosas que suceden a su alrededor no les perturban demasiado y otras personas se pueden ver muy afectadas por algo que parecería un pequeño detalle, son personas altamente sensibles. Se ha observado que el contagio emocional varía según el género de los sujetos, siendo las mujeres más susceptibles a él.





Las personas suelen parecerse a los sujetos con los que conviven, no siempre en cuanto a sus rasgos físicos, pero sí en cuanto sus gestos, pues existe la tendencia natural a imitarnos los unos a otros, incluso en las expresiones faciales, por eso, encontramos algo de parecido en los integrantes de una pareja y en un niño, sus gestos suelen ser más parecidos a los de la persona que está en contacto con él por más tiempo, aunque no se parezcan físicamente demasiado.


¿Cómo reaccionas frente a los demás?

¿Por lo general tu manera de reaccionar ante diferentes situaciones es en ocasiones un tanto exagerada o suele ser ecuánime? ¿Cómo les demuestras a los demás que estás en desacuerdo con alguna de sus ideas sin atacar su persona? Recuerda que: “muchos podrán olvidar las cosas que les has dicho, aunque hayan sido importantes, también pueden olvidar con facilidad incluso las cosas que hiciste por ellos, aunque fueran muy significativas para ti… Pero es más difícil que olviden cómo las hiciste sentir, por lo que es de suma importancia cuidar este aspecto para fomentar relaciones sanas”.


El contagio emocional en tu día a día

El ambiente laboral es muy importante, ya que pasamos muchas horas a la semana en él y un buen líder entiende que el bienestar emocional y la salud de una organización están íntimamente relacionados. Sin embargo, no todos jefes dentro de las empresas tienen esto en mente, el tener un Jefe autoritario y que constantemente está de mal humor puede influir en el clima laboral e incluso en los resultados, pues a los empleados les suele resultar más difícil identificarse con los valores y objetivos de la organización o como comúnmente se dice: “ponerse la camiseta”.


¿Muestras tolerancia y respeto hacia las personas que están en tu vida, aunque tengan opiniones o habilidades diferentes a las tuyas? ¿De qué manera tratas a las personas con las que estas en conflicto? Practicar la inteligencia emocional puede hacer que mejores no sólo tus relaciones interpersonales o con los demás, sino que te ayuda a mejorar la relación intrapersonal, la cual es la más importante, porque es la que tienes contigo mismo. La buena gestión de las emociones te ayudará a funcionar de mejores maneras en tu casa, en tu trabajo, con tu pareja, amigos, en la escuela y en los demás lugares en donde te desenvuelves, brindándote más oportunidades y no cerrándote puertas. Dentro los ambientes laborales y otros contextos, es importante la actitud, no sólo la aptitud.

Estrategias para no dejarte llevar por las emociones

No te tomes de forma personal los comentarios hirientes, esos muchos a veces tienen más que ver con lo que la persona está proyectando de sí misma. Es cierto, que no puedes elegir las circunstancias que se te presentan en el diario vivir, a veces son muy desafiantes, ni puedes elegir a tus compañeros, pero sí puedes modificar tu manera de responder ante esto, haciéndolo de maneras más inteligentes y adaptativas.


Cuando nos estresamos o tenemos una emoción como la ira, tristeza o temor se modifica nuestra respuesta en el sistema sanguíneo, así como en el acceso y flujo del oxígeno a diferentes partes de nuestro cuerpo, por lo que es muy recomendable que cuando experimentes una emoción negativa intentes respirar larga y profundamente, esto puede ser un buen recurso, pues no te tienes que retirar de un “ambiente tóxico” al cual no puedas evadir. Al no dar pie a emociones negativas, puedes hacer uso de tus procesos cognitivos con mayor facilidad, lo cual te ayuda a llegar a soluciones más efectivas. Por otra parte, la pobre regulación emocional es un serio inconveniente para el desarrollo de los vínculos sociales sanos.


El estrés: Potencialmente contagioso y dañino

Muchas emociones y maneras de responder provienen de la amígdala cerebral, que es una de las principales encargadas de guardar nuestras memorias emocionales, especialmente las negativas. Activa inmediatamente nuestro sistema de afrontamiento, de evitación del conflicto, escape o huida y prepara al cuerpo para ello, esas respuestas ayudan a tu protección y supervivencia cuando es necesario.


El sistema límbico puede ser más veloz que el cognitivo y muchos seres humanos están automatizados para a operar desde ahí ante muchos estímulos cotidianos. Cuando se activa, por situaciones estresantes, se producen una serie sustancias como la epinefrina, adrenalina y el cortisol, las cuales activan al cuerpo para un posible ataque, ya sea real o percibido, a su vez capacita al organismo para dar una respuesta. Sin embargo, puede hacer que disminuyan algunas habilidades cognitivas de momento, lo cual es inconveniente cuando necesitamos mantener una conversación de negocios o llegar a la resolución de un problema, por ejemplo. A su vez, la exposición de manera constante a estos cambios bioquímicos puede llegar a ser nociva para la salud.

El ambiente de estrés en el grupo puede afectar los niveles de cortisol, haciendo que éstos sean más altos. Se realizó un estudio en niños de educación básica y se relacionó directamente el estrés con problemas de aprendizaje, lenguaje y atención, así como con problemas de salud mental. El estrés que sienten los maestros suele estar vinculado a los niveles de estrés que experimentan los alumnos.

En nuestra sociedad, se nos presentan por medio de distintos canales, programas y medios diversos contenidos audiovisuales que puede generarnos estrés empático, es un fenómeno que debe tomarse en cuenta para el cuidado de nuestra salud, pues ocurre incluso cuando estamos cerca de una persona que padecer estrés constante.

El estrés es una amenaza importante para la salud en la sociedad contemporánea. Es causa de una serie de problemas psicológicos como la fatiga, el insomnio, trastornos de ansiedad y la depresión, entre otros. Su cronicidad puede hacer que se presente alguna enfermedad física, ya que el estrés afecta a un organismo en general de una forma fisiológicamente cuantificable, una manera de medir esto es mediante el aumento de las concentraciones de la hormona del estrés: cortisol.

Redes sociales y el contagio emocional viral
Las redes sociales se utilizan como canales de comunicación para millones de personas día a día. La comunicación y las emociones que se expresan en estos medios y pueden afectar el estado emocional de otras personas. Algunas personas son más susceptibles a la influencia emocional que otros, según los investigadores.

La hiperconectividad puede hacer que nuestros periodos de relajación cambien, pues muchas personas en vez de tomar tiempo para sí mismas y relajarse de otras maneras, ahora suelen tomar sus dispositivos electrónicos y tratan de “ponerse al día” o ver alguna serie o programa, lo cual hace que el cerebro no se relaje, sino que permanezca activo, y si lo que se visualizamos son imágenes o noticias desagradables o estresantes, eso nos puede contagiar una emoción, misma que generará reacciones fisiológicas en nuestro cuerpo, si son mensajes o noticias que nos causan estrés, se ponen en marcha el cortisol, la adrenalina, la noradrenalina y suceden una serie de reacciones bioquímicas que obligan al cuerpo a trabajar de más aunque tu cuerpo esté en aparente en reposo. Por mencionar un importante riesgo: se ha encontrado un fuerte vínculo entre la hipercortisolemia crónica y la depresión.

Veronika Engert, dijo al respecto: “Esto significa que incluso los programas de televisión que muestran el sufrimiento de otras personas pueden transmitir a los espectadores estrés, ya que el estrés tiene un enorme potencial de contagio. Sin embargo, los niveles elevados de cortisol de forma permanente no son buenos, pues tienen un impacto negativo sobre el sistema inmune y tiene propiedades neurotóxicas a largo plazo.”

Cualquier persona que se enfrenta con el sufrimiento y el estrés de otra, sobre todo si se mantiene, tiene un mayor riesgo de ser afectado. Por lo que, las personas que trabajan o tratan constantemente con sujetos que padecen estrés crónico tienen un mayor riesgo de sufrir consecuencias potencialmente dañinas en su salud, derivadas del denominado: “estrés empático”.

El incremento del estrés debido a las redes sociales
Un experimento reciente realizado en Facebook planteó la hipótesis de que las emociones se extienden en línea, incluso en ausencia de señales no verbales típicas de las interacciones en persona, y que hay individuos que son más propensos a adoptar emociones positivas y otros negativas, cuando se sobre expresan en su red social. Los experimentos de este tipo, plantean problemas éticos, ya que recurren a la manipulación de contenido con consecuencias desconocidas para las personas que participan en ella.

Por otro lado, Zeyao Yang y Ferrara estudiaron la dinámica del contagio social tomando de manera aleatoria usuarios de Twitter para su estudio y sólo observaron la respuesta, no emplearon manipulación de contenidos, sino que crearon un modelo utilizando algoritmos para medir la respuesta emocional de los tweets, clasificándolos como: positivos, negativos o neutrales y encontraron que efectivamente hay un contagio emocional; sin embargo, hay buenas nuevas: las emociones positivas son más fáciles de contagiar.

“Lo que tuiteas y compartes en los medios de comunicación social es importante. A menudo, no solo te estás expresando, estás influenciando a otros”. Emilio Ferrara, científico informático y autor principal del estudio.

Puedes optar por dar retroalimentación positiva cuando la ocasión lo amerite y expresar tu gratitud, esto puede hacer que se generen más emociones positivas.

9 Maneras de fortalecer tu “sistema inmune emocional”
Elsa Punset nos propone ciertas estrategias que nos ayudan a esto:

1. Sé consciente de tus emociones
Observa las emociones que experimentas durante el día e identifica cuáles de ellas son las que más “contagias” a los demás.

2. Exagera los activadores del buen humor
Trata de sonreír, si no tienes motivos para sonreír puedes buscar en tu memoria un momento agradable o gracioso. Sonreír y expresar nuestra gratitud hace que te sientas mejor y que se contagien emociones positivas.

3. Consume cacao
Tiene poderes antidepresivos y estimulantes que te harán sentir mejor, contienen también teobromina y polifenoles que te proporcionan un sentimiento de satisfacción. En caso de que tu médico no te lo contraindique.

4. Haz deporte
Esto genera la producción de dopamina, serotonina y endorfina, entre otros neurotransmisores, los cuales contribuyen a que tengas buen ánimo.

5. Sal con amigos
Ve con amigos y personas que compartan tus mismos intereses a realizar juntos de actividades que disfrutes.

6. Elimina o limita lo que te desgasta
Evita las críticas y la lucha excesiva de poder
, muchas relaciones tienen su base en el sometimiento y la dominación, el querer tratar de controlar siempre las situaciones generan mucho desgaste emocional.

7. Enfócate en lo que haces bien
Trata de enfocarte también en el presente, te ayudará a eliminar un poco de angustia y ansiedad por el pasado o el futuro y podrás centrar más fácilmente tu atención en tus objetivos y metas.

8. Rodéate de personas positivas
Construye círculos sociales positivos y libérate en la medida de lo posible, de personas que te transmiten constantemente estrés y emociones desagradables. ¿Cómo eliges a las personas con quienes te relacionas?

9. Piensa detenidamente antes de decir o escribir algún mensaje negativo
Evita contagiar a los demás de esa emoción que a veces puede ser pasajera
, pero puede desgastar las relaciones de manera permanente. Práctica algunas técnicas de respiración pueden ser de gran ayuda para aprender a enfocar tu atención y cambiar tu estado mental por uno más ecuánime.

Conclusiones
Todos los días estamos en contacto con situaciones desagradables y en nuestro camino a veces hay personas que transmiten constantemente emociones como la ira, el miedo y la ansiedad, si no estamos lo suficientemente inmunes a ello o en equilibrio y salud, nos “contagian” sus emociones y el estrés, tan pernicioso para la salud. ¡Tú puedes elegir! Al menos puedes cambiar tu atención hacia tu propia respiración, utilizar estrategias más eficaces para gestionar tus emociones y tratar de integrarte con otro tipo de personas o construir círculos de personas que te transmitan emociones que contribuyan a tu bienestar biopsicosocial.
En muchas ocasiones no es una situación inesperada la que te llena de angustia y ansiedad, puede estar relacionada con algún recuerdo de alguna situación similar, como es el caso de las personas que pasaron por una situación de trauma como el haber sido víctimas de violencia o abuso, pueden padecer el trastorno de estrés post traumático; en estos casos es aconsejable la asistencia psicológica, es posible aprender estrategias para responder de manera diferente a los estímulos que pudieran ser asociados con la situación traumática, a la vez que coadyuva a superar este tipo de conflictos.

Muchas personas tienen programaciones que los pueden hacer sufrir de más. Recuerda que tus decisiones marcan una gran diferencia, está en ti el elegir la manera en que vas a reaccionar a los retos que se presentan todos los días: si eliges el comunicarte de manera asertiva, entonces fomentas una sociedad más colaborativa y menos competitiva; si optas por ver los problemas como oportunidades, puedes construir soluciones creativas aun en medio de las dificultades.

“Cuando modelo paz y armonía, todos los que me rodean reciben mi influencia”. Virginia Satir



Por Miryam Gomez Obregon

 
Rasgos de personas que transmiten energía positiva



¿Te has dado cuenta de que existen personas que siempre tienen una actitud positiva? Ese tipo de personas que, cuando estás con ellas, parece que te recarguen las pilas y te llenen de energía positividad. Hoy, hablamos de los rasgos de esas personas que transmiten energía positiva.


¿Cómo son las personas que transmiten energía positiva?

A continuación, te menciono cuáles son los rasgos más frecuentes entre las personas que transmiten energía positiva. Como podrás comprobar, son rasgos fáciles de identificar y que te ayudarán a localizar a este tipo de personas.


Son personas extrovertidas

La primera característica que comparten las personas que transmiten energía positiva es que son extrovertidas. Es decir, su energía positiva no se da en todo lugar y momento, sino que necesitan ese contacto con las demás personas para sentirse bien.


Esto quiere decir que, en el momento en el que están solas, su comportamiento no tiene por qué ser demasiado distinto al que tiene cualquier otra persona. Sin embargo, la diferencia se nota cuando sí están en contacto con otras personas.


Sonríen mucho

Las personas que transmiten energía positiva tienen otra característica común, y es la de sonreír mucho y con facilidad. Y esto, que podría parecer fácil, lo cierto es que no es muy habitual. Hay muchísima gente que evita sonreír, ya sea por vergüenza de su sonrisa o porque no es su forma de ser.


Como las personas que transmiten energía positiva tienden a sonreír con facilidad, en primer lugar, a los demás nos parecen mucho más agradables (para eso sirve la sonrisa, al fin y al cabo), y, además, se nos contagia la sonrisa, puesto que con ésta sucede algo parecido a lo que pasa con el bostezo.


Y, por último, conviene recordar que, cuando sonreímos, aunque en ese momento no nos estuviésemos sintiendo demasiado bien, el cerebro libera endorfinas y dopamina, por lo que pasas a sentirte un poco mejor.





Son honestas

Este punto es importante. Hay algunas personas (los profesionales de las ventas, por ejemplo) que saben fingir la felicidad y la positividad. Sin embargo, siempre nos queda esa sensación de que esa felicidad y buen sentimiento no estaba siendo genuino.


Con las personas que transmiten positividad no sucede así. Se nota que su buen humor es genuino y que son honestos tanto cuando están contentos como en los momentos puntuales que no lo están. Y por eso nos parecen mucho más atractivas e importantes.


Disfrutan y valoran el buen humor

Muchas personas, cuando encuentran algo que les hace sentir bien, tratan de guardárselo para ellas, como si la fuente de ese bienestar pudiera acabarse. Las personas que transmiten energía positiva no son así.


Las personas que transmiten su positividad se sienten mejor cuando comparten las fuentes de alegría con los demás. Es decir, son personas que intentan que las demás personas también se sientan mejor.





Tratan de prosperar, no se estancan

En general, las personas que transmiten energía positiva tienden a intentar prosperar, sin quedarse estancados. Esto no suele ser por una ambición dirigida hacia algún punto concreto, sino porque, de lo contrario, sienten que no están creciendo personalmente.


Es decir, los nuevos proyectos, para una persona positiva, no son sino un reflejo en el mundo real de los procesos de evolución personal que están llevando a cabo en su interior. Se trata de un optimismo vital que, lógicamente, se transmite a los que hay alrededor.


Ven el vaso medio lleno

Naturalmente, las personas positivas se centran en el lado positivo de las cosas. Pero esto, que parece una obviedad, va un pasito más allá. No solo se centran en el lado positivo, sino que tratan de mostrárselo a los demás.


Es decir, cuando le cuentas un problema a una persona positiva, rápidamente ésta busca los aspectos positivos y te los muestra, “obligándote” a que te centres en ellos, en lugar de en los positivos.


No son prejuiciosos con los demás

Por último, las personas que transmiten energía positiva tienden a ser personas sin prejuicios. Naturalmente, esto no es del todo así, todos tenemos prejuicios que nos ayudan a vivir. Pero, en el caso de las personas que transmiten energía positiva, resulta complicado encontrar prejuicios negativos sobre tal o cual forma de vida.


Esto tiene un efecto secundario muy importante, y es que no discriminan a la hora de transmitir su felicidad. No tienen ningún tipo de problema en tratar de hacer feliz a una persona que no conocen de nada. Incluso en los casos en que una persona no es especialmente de su agrado, si ven que está en una mala situación, tratarán de ayudarla.


Como ves, los rasgos de las personas que transmiten energía positiva son muy claros. Y nuestra recomendación es que, si no puedes asumirlos tú mismo, trates de encontrar personas que tengan estos rasgos para que te aproveches de su positividad.

Por Marta Guerri
 
Aspectos psicológicos de la envidia



El conocido filósofo español Fernando Savater (1991) afirma que la envidia “es la virtud democrática por excelencia” y que por ello no debe verse como pecado siguiendo los cánones tradicionales. Gracias a ella se evita que otros tengan más derechos que uno/a mismo empujándonos a todos a buscar la igualdad social. Por ello, según Savater, habría que considerarla más una auténtica virtud que un vicio. Incluso este filósofo relata cómo la envidia le ayudó a emular y desear parecerse a determinados intelectuales que ha ido admirando a lo largo de su vida, y cómo esto le ha ayudado a su propio desarrollo personal.


Las afirmaciones de Savater, reconociendo sus aportaciones, como veremos al hablar de la “envidia mimética”, son cuestionables. Por lo pronto parece confundir envidia con admiración, y por otro, contradice la experiencia real y directa de muchas personas que han padecido o recibió los actos envidiosos.

La gente no suele reconocer que tiene envidia y, a lo sumo, afirma que solo tiene “envidia sana”, si es que eso realmente existe. Nadie va a la consulta del psicólogo quejándose de que tiene envidia. Las demandas psicológicas habituales suelen ser por “depresión”, y solo en el despliegue biográfico de la persona al ir relatando distintos aspectos de su vida, en un clima de confianza y seguridad, aparece muchas veces la presencia de la envidia hacia otros, casi siempre próximos (hermanos, familiares, compañeros de trabajo, etc.).

La mayoría de los psicólogos y psiquiatras, y aún más los de orientación psicoanalítica, han destacado los aspectos destructivos y patológicos de la envidia. Rattner (1974) describe cuatro formas generales de envidia: la envidia entre los hermanos (que tiene un origen en las experiencias de la infancia), la envidia entre los sexos (dado que la cultura ha valorado más lo masculino en general), la envidia entre los compañeros de trabajo (que da lugar a no pocos casos de “mobbing” o acoso laboral) y la envidia fomentada socialmente (el espíritu competitivo de la sociedad de consumo).


¿Y cuáles son los orígenes y causas de la envidia?

Por lo pronto, hay que situar su origen en las experiencias del niño/a en su tierna infancia. Algunos psicoanalistas como M. Klein (1957) consideran que la envidia tiene su raíz en el primer objeto de importancia para el niño: su madre. El niño distingue entre el “pecho bueno” cuando su madre le amamanta y sacia su deseo de hambre, y el “pecho malo”, cuando su madre frustra su deseo de saciarse; siendo esto universal y relativamente dependiente de los cuidados que realice la madre. De hecho, otros autores han insistido más aún en el papel de las primeras experiencias de frustración del niño (Ferenczi, 1913; Rank, 1924). El psicoanalista español Guerra Cid (2004, 2006) afirma que en la historia personal de quién padece envidia aparece una intensa frustración que aumenta cuando el otro tiene lo que él anhela. Ese deseo, salvo en personas con mentalidad más simple, no suele ser de las cosas materiales que el otro posee, sino más bien de sus cualidades que le permiten tener la admiración y bienes materiales.


El gran envidioso suele desear, fantasear y hasta llevar a cabo, acciones de perjuicio o destrucción dirigida al envidiado. Es un ser amargado incapaz de aceptar sus limitaciones, al que habría que aplicarle el refrán tradicional de “Dime que envidias y te diré de qué careces”. La persona con envidia suele utilizar una curiosa “racionalización” para mantener su estado de envidia: argumenta que en su vida ha tenido mala suerte y que el envidiado, por el contrario, ha sido agraciado por la buena suerte.


Si se mira despacio en la vida del envidioso suelen ser frecuentes las experiencias de múltiples fracasos en su vida amorosa, laboral y social; y no precisamente a causa de la mala suerte sino por no contar con numerosas variables de la realidad para tomar sus decisiones, precisamente por su baja tolerancia a la frustración y su deseo de tener las máximas satisfacciones en el plazo más inmediato. Desde esta óptica, la “envidia sana” no existe, solo hay una y es “patológica”.


El carácter enfermizo de la envidia ha sido considerado incluso en la tradición escolástica tomasiana. Según el psicólogo tomista Martin Echevarria (2005), la envidia es una forma enfermiza o viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de querer tener siempre más y de poseerlo todo; y que tendría dos causas (siguiendo al aquinate): una intelectual o cognitiva (desconocimiento de los propios límites y cualidades) y otra afectiva (el temor a fallar en lo que se considera que supera las propias capacidades).

También en muchos casos se añaden verdaderas tradiciones familiares de envidiosos que educan al niño en el resentimiento hacia el envidiado. Si en ese ambiente familiar y hasta escolar, se prima mucho comparar al niño con las cualidades de otro, la envidia estará servida y el daño al niño realizado.


Pero sin duda, uno de los psicólogos y psiquiatras que más han estudiado la envidia ha sido Alfred Adler. Para éste, la envidia se configura en una atmósfera familiar infantil donde prima la competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es frecuente. Los niños mayores y menores suelen ser los más vulnerables a la envidia en ese contexto. El hermano mayor porque ha sido “único” objeto de privilegio y atenciones, y ahora se ve “destronado de su reinado” por la venida de otro hermanito con el que rivaliza; y puede recurrir a “apaños” como “ser ahora muy malo”, “orinarse encima” y otras estratagemas conscientes e inconscientes para recuperar el trono de atenciones y afectos perdidos. También el menor porque suele ser objeto de mimos y protección excesivos que cuando sale del ambiente familiar habitual tiene que afrontar un mundo despiadado, difícil y frustrante.


Y, por último, podríamos hablar de la envidia no solo como afecto, sino como una forma de conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus “causas”, sino también sus efectos, consecuencias o funciones finalistas” (Marino Perez, 2004). La envidia, desde esta perspectiva, cumple un papel social relacionado con la “función de regulación del poder”.


Habría que distinguir aquí entre una “envidia mimética” donde no solo es importante el objeto del deseo para el propio envidioso; sino que el objeto del deseo es aún más deseable cuanto más sea deseado por otros. La función aquí es orientar los objetos que son deseables y valiosos según la sociedad del momento en cuestión. En la sociedad de consumo esos objetos del deseo son “creados continuamente” sin remitir a necesidades reales, y tienen un claro exponente en los medios de comunicación y la publicidad.


Y, por otro lado, estaría la “envidia maléfica” donde se desea que el otro pierda lo que tiene sin que sea necesario tenerlo uno mismo. En este caso, la envidia está muy relacionada con las comparaciones sociales con otros donde el “rebajamiento del otro” cumple con la función o finalidad de la propia afirmación; operando en una especie de equilibrio tanto real como imaginario. El hecho es que ambas formas de envidia pueden convivir en la misma persona y sociedad. Incluso hay quien “provoca” la envidia en otros haciendo “ostentación” de bienes materiales o cualidades como una forma de sentirse superior al envidioso.


En suma, afirma Marino Pérez (2004), para que se dé la envidia tiene que haber una serie de causas antecedentes: incluyen la presencia de objetos deseados que pertenecen a otros, desigualdades que hacen evidente la inferioridad de otros casi siempre próximos y/o el afán insaciable de igualdad en sociedades democráticas; y una serie de consecuencias o funciones: orientar a objetos de consumo social deseables, equilibrio real o imaginario de la propia inferioridad y/o sentimiento de superioridad ante el otro.


¿Y tiene remedio o solución la envidia?

Para la opinión del psiquiatra cordobés Castilla del Pino (2000) la envidia es intratable e incurable. Para otros especialistas el asunto no es tan pesimista, pero debe contar con varias condiciones. Para la persona que ya está en tratamiento (y no precisamente por admitir su envidia como apuntábamos al principio), ésta debe admitir su propia identidad, con sus limitaciones y cualidades; lo que conllevará “resistencias y defensas frecuentes” y será un trabajo psicológico duro y difícil, pero no imposible. Para los padres y educadores será muy importante en plan preventivo trabajar las conductas de solidaridad y cooperación desde las primeras fases de la vida de los niños; aquello que Alfred Adler llamó “sentimiento de comunidad o interés social” (Ruiz, Oberst y Quesada, 2006). Pero bien es cierto que la sociedad en general no está por esa labor y el “complejo de Caín” seguirá haciendo mucho daño a esta y a las próximas generaciones, por lo que el trabajo es inacabable.

Por Juan José Ruíz Sánchez
También en muchos casos se añaden verdaderas tradiciones familiares de envidiosos que educan al niño en el resentimiento hacia el envidiado. Si en ese ambiente familiar y hasta escolar, se prima mucho comparar al niño con las cualidades de otro, la envidia estará servida y el daño al niño realizado.


Pero sin duda, uno de los psicólogos y psiquiatras que más han estudiado la envidia ha sido Alfred Adler. Para éste, la envidia se configura en una atmósfera familiar infantil donde prima la competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es frecuente. Los niños mayores y menores suelen ser los más vulnerables a la envidia en ese contexto. El hermano mayor porque ha sido “único” objeto de privilegio y atenciones, y ahora se ve “destronado de su reinado” por la venida de otro hermanito con el que rivaliza; y puede recurrir a “apaños” como “ser ahora muy malo”, “orinarse encima” y otras estratagemas conscientes e inconscientes para recuperar el trono de atenciones y afectos perdidos. También el menor porque suele ser objeto de mimos y protección excesivos que cuando sale del ambiente familiar habitual tiene que afrontar un mundo despiadado, difícil y frustrante.


Y, por último, podríamos hablar de la envidia no solo como afecto, sino como una forma de conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus “causas”, sino también sus efectos, consecuencias o funciones finalistas” (Marino Perez, 2004). La envidia, desde esta perspectiva, cumple un papel social relacionado con la “función de regulación del poder”.


Habría que distinguir aquí entre una “envidia mimética” donde no solo es importante el objeto del deseo para el propio envidioso; sino que el objeto del deseo es aún más deseable cuanto más sea deseado por otros. La función aquí es orientar los objetos que son deseables y valiosos según la sociedad del momento en cuestión. En la sociedad de consumo esos objetos del deseo son “creados continuamente” sin remitir a necesidades reales, y tienen un claro exponente en los medios de comunicación y la publicidad.


Y, por otro lado, estaría la “envidia maléfica” donde se desea que el otro pierda lo que tiene sin que sea necesario tenerlo uno mismo. En este caso, la envidia está muy relacionada con las comparaciones sociales con otros donde el “rebajamiento del otro” cumple con la función o finalidad de la propia afirmación; operando en una especie de equilibrio tanto real como imaginario. El hecho es que ambas formas de envidia pueden convivir en la misma persona y sociedad. Incluso hay quien “provoca” la envidia en otros haciendo “ostentación” de bienes materiales o cualidades como una forma de sentirse superior al envidioso.


En suma, afirma Marino Pérez (2004), para que se dé la envidia tiene que haber una serie de causas antecedentes: incluyen la presencia de objetos deseados que pertenecen a otros, desigualdades que hacen evidente la inferioridad de otros casi siempre próximos y/o el afán insaciable de igualdad en sociedades democráticas; y una serie de consecuencias o funciones: orientar a objetos de consumo social deseables, equilibrio real o imaginario de la propia inferioridad y/o sentimiento de superioridad ante el otro.


¿Y tiene remedio o solución la envidia?

Para la opinión del psiquiatra cordobés Castilla del Pino (2000) la envidia es intratable e incurable. Para otros especialistas el asunto no es tan pesimista, pero debe contar con varias condiciones. Para la persona que ya está en tratamiento (y no precisamente por admitir su envidia como apuntábamos al principio), ésta debe admitir su propia identidad, con sus limitaciones y cualidades; lo que conllevará “resistencias y defensas frecuentes” y será un trabajo psicológico duro y difícil, pero no imposible. Para los padres y educadores será muy importante en plan preventivo trabajar las conductas de solidaridad y cooperación desde las primeras fases de la vida de los niños; aquello que Alfred Adler llamó “sentimiento de comunidad o interés social” (Ruiz, Oberst y Quesada, 2006). Pero bien es cierto que la sociedad en general no está por esa labor y el “complejo de Caín” seguirá haciendo mucho daño a esta y a las próximas generaciones, por lo que el trabajo es inacabable.
 
El lado bueno de la envidia


A diario surgen situaciones en donde los individuos nos comparamos con otros en lo que respecta a pertenencias, experiencias, cualidades, etc., y si no salimos favorecidos ―aunque nos cueste admitirlo― nos sentimos molestos.


Esta sensación incómoda cuando a alguien le va muy bien o logra algo que nosotros queremos, así como también de placer que aparece cuando algo le sale mal a ese mismo individuo, es una reacción humana conocida como envidia (del latín invidia: mirar con malos ojos).


Este sentimiento no nos permite prestarle atención a nuestra vida ni superarnos a nosotros mismos. Sin embargo, investigaciones como las realizadas en la Universidad Cristiana de Texas, en Fort Worth, y en la Universidad Texas, en Austin, presentan que esta emoción nos posibilita comprender el lugar en donde nos encontramos para contrarrestarlo.


Para llegar a esta conclusión, los científicos Sarah Hill y David Buss efectuaron un estudio en donde dividieron un grupo de estudiantes en dos: el grupo A fue de control, mientras que al B le pidieron que recordara situaciones en las cuales hubieran sentido envidia de amigos o conocidos, para así despertar esta emoción.

Luego a todos los participantes se les entregó para que leyeran unas entrevistas realizadas a estudiantes de edades similares en las cuales respondían sobre sus metas, logros y otros temas. Los contenidos no eran reales, sino que habían sido diseñados por los investigadores.


El trabajo arrojó como resultado que los estudiantes del grupo B ―es decir, los “envidiosos”―, invertían más tiempo en leer las entrevistas. Asimismo, en una prueba posterior de memoria sobre lo que recordaban del texto, ellos expresaron muchos más detalles, lo que demostraba que habían estado más atentos a los posibles competidores.


De este modo, se puede ver este estado mental ―según la opinión de los psicólogos evolutivos― como algo que nos motiva a mejorar, difiriendo de otros estudios que presentan sólo el lado desfavorable que este sentimiento puede producir.


Por su parte, Neils Van de Ven, de la Universidad de Tilburg, en Holanda, es otro investigador que intenta buscar el lado positivo de la envidia. En uno de sus trabajos sobre el tema pidió a estudiantes universitarios que vieran el perfil de un alumno exitoso, e imaginaran la envidia sana, la envidia maliciosa o admiración. Después de lo anterior, realizaron un ejercicio mental.


El equipo de la Universidad de Tilburg pudo observar que quienes habían sentido envidia sana se esforzaban más en la tarea, e incluso sus puntaciones eran mejores de las de aquellos que habían experimentado admiración.


La envidia ha sido y es estudiada también desde los circuitos neuronales que estimula, permitiendo así su mejor comprensión. Investigadores del Instituto de Ciencias Radiológicas de Japón, al trabajar con voluntarios que se imaginaban confrontados con personajes de mayor o menor estatus o éxito, pudieron ver a través de imágenes del cerebro que cuando los participantes vivían este sentimiento las regiones cerebrales involucradas en el registro del dolor físico se encendían. Asimismo, observaron que cuanto más profunda era la sensación, más se activaban los centros de dolor de la corteza cingular anterior, entre otras zonas.





En cambio, si se les pedía que imaginaran que la persona envidiada caía en desgracia, se activaban los circuitos de recompensa cerebral, también en forma proporcional a qué tan grande era la envidia. Aquellos que la sintieron en mayor medida reaccionaron a la noticia de la desgracia ajena con una respuesta comparativamente más activa en los centros dopaminérgicos del núcleo estriado.





La envidia parece ser algo común en nuestras vidas, pero la manejamos y la mantenemos a raya gracias a nuestra función ejecutiva de autocontrol. Sin embargo, tal como se presentó en diversos artículos de la revista Descubriendo el cerebro y la mente, el autocontrol puede verse disminuido fácilmente por las exigencias diarias, la falta de tiempo, el poco descanso, la baja de glucosa o el esfuerzo que hacemos para controlarnos.


Imaginemos que nos peleamos con nuestra pareja a la mañana y nos enfadamos mucho, al llegar a nuestro lugar de trabajo debemos actuar de un modo agradable y sonriente con nuestros compañeros que compraron bombones para compartir y festejar un éxito que logramos como equipo. Esto exige un gran esfuerzo que agota nuestros recursos de autocontrol, lo que puede hacer que no podamos resistirnos a la tentación y, pese a estar a dieta, encontrarnos comiendo un buen número de chocolates.


Los científicos Jan Crusus y Thomas Mussweiler del departamento de Psicología de la Universidad de Colonia, Alemania, buscaron descubrir si el autocontrol también interviene en la envidia. Para su estudio, realizaron una degustación ficticia durante un festejo de carnaval mientras pasaban las carrozas. El contexto elegido no fue casual, ya que durante estas celebraciones las personas están alcoholizadas y este era uno de los puntos que los investigadores deseaban tener en cuenta para su experimentación.


Ellos deseaban comprobar si el alcohol influía en el autocontrol y con ello en la manifestación de este sentimiento. Durante la prueba, los profesionales realizaron un sorteo a través del cual las personas podían recibir un caramelo o un bombón, pero en realidad siempre conseguirían un caramelo, ya que los bombones los obtendrían únicamente los miembros del equipo de investigación, que los acompañaban como si fueran parte del público. El resultado permitió concluir que a medida que la ingesta de alcohol era mayor, las personas sentían más celos hacia quienes lograban el bombón.


Para acompañar lo anterior con una prueba control, realizaron también “el sorteo”, pero en este segundo caso, sin participantes de su equipo, y si bien la gente siempre ganaba un caramelo, se les comentaba que otros habían conseguido el bombón. En esta situación, pese al alcohol, no había aparecido la envidia, lo que hace parecer necesaria la presencia del otro para sentir esta emoción.

Otra experimentación la realizaron en su laboratorio, en donde ofrecían a algunos participantes una galletita con manteca y a otros, un delicioso helado. Para disminuir el autocontrol, a algunos de ellos se los sometía anteriormente a complicados ejercicios de memoria. Al estar cansados por el esfuerzo cognitivo, los participantes que habían realizado el ejercicio contaban con menor dominio de su persona, lo que los llevaba a sentir fácilmente envidia y desear el helado que el otro tenía; incluso llegaban a ofrecer pagar más de lo debido por obtenerlo.


Resumiendo podemos concluir que:


  • Todas las emociones son positivas ya que nos informan de algo. En al caso de la envidia, nos avisa cuándo estamos en desventaja con respecto a los demás.
  • La envidia y su intensidad pueden ser modeladas a través del autocontrol.
  • El cansancio mental, el estrés, la falta de sueño y el alcohol disminuyen el autocontrol y pueden acentuar los sentimientos envidiosos.
A esta altura cabe preguntarse si la envidia evolucionó hasta nuestros días sólo para hacernos sentir mal o molestos con otros.


Seguramente, como dicen los científicos evolucionistas, debe haber otro sentido, y es el de hacernos prestar atención para que veamos qué hacer para superarnos. Esta mirada evolucionista permite también explicar por qué los seres humanos somos comparativamente menos jerárquicos que otras especies de primates y con más deseos de equidad.


Conocer sobre nuestras emociones ―en este caso a la envidia―, nos permite comprenderlas, modelarlas y dirigirlas hacia su función más humana. No es necesario sentirnos molestos para vernos impulsados a mejorar, aunque esa sea la intención de la envidia y no podamos dejar de sentirla en primera instancia, pero sí modelarla y saber que es posible aprender de los otros y de sus experiencias para lograr una vida más trascendente, pasando de la sana envidia al sano aprendizaje social.


Escrito por: Dr. Nse. Carlos A. Logatt Grabner – Presidente de Asociación Educar
 
Perfeccionismo: ¿rasgo adaptativo o desadaptativo?

El perfeccionismo, un constructo psicológico que se ha conceptualizado de distintas maneras a lo largo del tiempo y ha incrementado su estudio e investigación en los últimos años.

La concepción del perfeccionismo que ha predominado por varios años ha estado asociada a un rasgo de personalidad negativo y hacía referencia a personas que se proponían estándares de desempeño elevados e inclusive metas imposibles, esforzándose de una forma compulsiva para alcanzarlos y la evaluación que hacían de su desempeño se hacía en base a la productividad y los logros.


Al hablar de personalidad, es importante hacer una breve referencia teórica de la misma. Se entiende a la personalidad como un constructo que define la actividad psíquica global, siendo resultado de una combinación genética y factores del desarrollo, que se manifiesta mediante las conductas de un individuo y en su desempeño habitual. Si bien se considera que la personalidad es una entidad compleja que está en constante cambio, la misma se mantiene más o menos estable a lo largo de vida. A los elementos que la configuran se los denomina “rasgos de personalidad”, los cuales tienen un componente hereditario que se enlaza a componentes ambientales. El conjunto de rasgos conforman la personalidad y dan cuenta del modo de ser de las personas.


Se evalúan mediante un continuo que va de nulo a extremo y es precisamente esa oscilación en su manifestación lo que determina la normalidad de un individuo, porque da cuenta de su flexibilidad cognitiva. Por el contrario, cuando una persona presenta un trastorno en la personalidad hay determinados rasgos que se presentan de forma extrema y lleva a que el individuo siempre responda del mismo modo, independientemente de la situación, de la persona o lugar (persistencia de patrones).


Este hecho da cuenta de una disfuncionalidad en el modo de ser del individuo, que se caracteriza por rigidez cognitiva y un repertorio conductual escaso, que genera como consecuencia que se apele siempre al empleo de las mismas estrategias de afrontamiento. Como sabemos, tal respuesta no siempre va a resultar adaptativa, generando en dichas situaciones un intenso malestar, sufrimiento y dificultades interpersonales.


La evaluación de la personalidad no se realiza en polaridades, presencia o ausencia de determinado rasgo, sino como un continuo


Es importante resaltar que no existen rasgos de personalidad que sean positivos o negativos, sino que los mismos se evalúan en contexto, es decir, según cómo se presentan, su funcionalidad o disfuncionalidad, flexibilidad, intensidad, y cómo se van relacionando con otros rasgos que integran la personalidad. Tampoco implica ausencia o presencia, es decir, no se trata de que uno tenga o no tenga determinado rasgo, sino que puede tenerlo pero en una menor o mayor intensidad. Por ende, la evaluación de la personalidad no se realiza en polaridades, presencia o ausencia de determinado rasgo, sino como un continuo, ya que ambos polos darían cuenta de trastornos en la personalidad, que se caracterizan por alteraciones en el modo de ser de las personas.

El perfeccionismo es rasgos de personalidad, que al igual que es resto, cuando se presenta de forma desadaptativa impacta en el desempeño habitual de los individuos. Hollander en 1978 ha sido quien lo ha definido por primera vez, y hablaba de individuos que se exigían a sí mismos y/o a los demás un rendimiento que es mayor al que una situación requería. Actualmente, una de las definiciones más aceptadas es la que explica a este constructo como una tendencia que tienen las personas de establecer altos estándares de desempeño en combinación con una evaluación excesivamente crítica de los mismos y una creciente preocupación por cometer errores (Frost, Marten, Lahar y Rosenblate, 1990).


se ha ido abandonando la visión meramente negativa del perfeccionismo, comenzando a pensarse que el mismo podía ejercer influencia adaptativa o desadaptativa en la conducta, cognición y en el afecto




Siguiendo a estos autores, los perfeccionistas son personas que se caracterizan por hacer énfasis excesivo en la precisión y la organización, por el sentimiento de que todo deben hacerlo al máximo de las expectativas o de lo contrario sería un fracaso, que evalúan de manera inadecuada los logros individuales y consideran que no cubren las expectativas de las otras personas, autovalorándose según el esfuerzo que han realizado en la consecución de sus objetivos, una autovaloración predominantemente negativa. Tal actitud trae consigo sentimientos de frustración y un intenso malestar subjetivo, debido a que no se alcanza la satisfacción y siempre buscan exigirse más.


Con el transcurso de los años, se ha ido abandonando la visión meramente negativa del perfeccionismo, comenzando a pensarse que el mismo podía ejercer influencia adaptativa o desadaptativa en la conducta, cognición y en el afecto (Terry- short, Owens, Slade y Dewey, Citados en Fernán, Scappatura, Lago y Keegan, 2007). De este modo, se puede apreciar que se comenzaba a incluir aspectos adaptativos del perfeccionismo, adoptando una visión multidimensional del mismo, lo que permitía pensarlo como un rasgo no solo negativo (perfeccionismo desadaptativo) sino también como rasgo positivo (perfeccionismo adaptativo).


De este modo, Rice, Ashby y Slaney (1998) clasificaron al perfeccionismo en dos tipos: perfeccionismo adaptativo,perfeccionismo desadaptativo.


El primero, alude a un rasgo que presentan individuos que desean la excelencia, se proponen metas elevadas pero coherentes y alcanzables, y aunque esto los vuelve rigurosos, no los hace hostiles ni extremadamente críticos. Reconocen sus límites, tratan de explotar todo su potencial, y si no alcanzan con el cumplimiento de sus objetivos, tienen la habilidad para verse exitosos de todos modos y lo utilizan como motivación para esforzarse nuevamente (Kottman, 2000). La perfección está más bien acotada a determinadas tareas o actividades y si bien son muy organizados, no interfiere de forma negativa en su desempeño global.


Por el contrario, los segundos, dan cuenta de individuos que ante un mínimo fracaso presentan reacciones exageradas experimentando intensa frustración, enojo, tristeza, vergüenza (Lombardi, Florentino y Lombardi, 1998). Son personas que se preocupan demasiado por su desempeño general, por la crítica y por la posibilidad de cometer algún error, de manera que se proponen y buscan alcanzar un desempeño ideal. También, por lo general poseen escasa autoeficacia percibida por lo que suelen pensar que no cuentan con las herramientas necesarias para afrontarse de manera eficaz a una determinada situación.


Las dimensiones del perfeccionismo se han asociado a la psicopatología en general como por ejemplo: ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria, depresión, trastornos de la personalidad, entre otros, ya que ocasiona diversas consecuencias clínicas en los individuos. Para evaluarlo, uno de los instrumentos más utilizados en nuestro país es el Almost Perfect Scale-Revised (APS-R) (versión original: Slaney, Mobley, Trippi, Ashby y Johnson (1996); adaptación argentina: Arana, Scappatura, Lago y Keegan, (2006) y Arana, Keegan y Rutsztein, (2009). El mismo, consta de 23 Ítems distribuidos en tres subescalas que evalúan distintas dimensiones:


  • Altos estándares, que mide la presencia de estándares elevados de logro y Desempeño y representa a un aspecto positivo de este fenómeno (aspecto positivo).
  • Orden, mide la preferencia por el orden y la pulcritud y representa un aspecto positivo del perfeccionismo (aspecto positivo).
  • Discrepancia, que mide el grado en el que las personas perciben que son incapaces de cumplir con sus estándares de desempeño (aspecto negativo).
Arana, Keegan y Rutsztein (2009) explican en base a investigaciones previas en el tema, que la subescala altos estándares se asocia de forma positiva al autoestima y al empleo de estrategias de afrontamiento adaptativas y que por el contrario, la subescala de discrepancia, es la que se asocia al estrés y la depresión. En base a estas consideraciones, se explica que en realidad lo que hace que una persona sea perfeccionista no son sus altos estándares ni tampoco su desempeño real, sino la distancia/discrepancia que percibe entre ambos (Rice et al., 1978).

Por Gabriela Ferraris Mukdise
 
Hay decepciones que te hacen abrir los ojos y cerrar el corazón



Lejos de hundirnos, las decepciones deben ayudarnos a crecer como personas, y debemos aprender a asimilarlas y a hacerlas parte de nuestro ser para que no nos impidan avanzar

¿Cuántas decepciones te has llevado a lo largo de tu vida? Seguramente, muchas. No obstante, hay algunas que nos han hecho cambiar de algún modo. Tras esas experiencias, hemos aprendido a ser más prudentes y, quizá, más desconfiados.


Suele decirse que toda decepción tiene su impacto emocional en el ser humano. Es, por tanto, un proceso normal que forma parte de nuestro ciclo vital. Ahora bien, es conveniente saber gestionarlas de modo adecuado para que no acaben cerrando nuestro corazón para siempre.




La vida debe ser siempre una invitación continua a experimentar, a arriesgarnos, a mantener la ilusión. Y, desde luego, toda decepción duele, pero si las vivimos es por algo: para aprender.




Las palabras o elección de alguien no te define como persona


Hay quien, tras ser rechazado, piensa que no vale como persona. Se mira al espejo y se convence a sí mismo de que no hay nada positivo en su imagen, que no agrada, que su personalidad no parece estar hecha para encajar con otras parejas.


  • Es un error. La opinión de una persona no te define. Es su palabra, es su mundo, sus creencias y nada de ello tiene que ver contigo por en muy alta estima que la tuvieras.
  • Las decepciones que nos llegan de una o varias personas en concreto son solo muestras de que, en realidad, “no encajamos con sus mundos”. Y, lo creas o no, existen muchos más mundos, más universos creados por personas maravillosas que sí encajarán con tus esquinas, vacíos y recovecos.
  • Lo complejo de las decepciones es que en ocasiones, nos llegan de personas que nos son muy significativas. Por tanto, es normal sufrirlas.
  • Ahora bien, ese sufrimiento debe se puntual y no cargarlo para siempre en nuestro corazón, o quedaremos prisioneros de nuestros propios enemigos. Las decepciones se asumen, y después, nos deben servir de aprendizaje.
Es esencial “desactivar” toda emoción negativa de su recuerdo para poder avanzar.







Cómo gestionar las decepciones
En efecto, hay decepciones que nos hacen abrir los ojos y cerrar el corazón. El mundo es complejo, y las personas con las que nos relacionamos no siempre actúan como nosotros esperamos.



No obstante, hemos de tener claro que también nosotros podemos decepcionar a los demás de algún modo u otro.



De ahí, que valga la pena tener en cuenta estas sencillas ideas.



Valora a las personas de forma justa, no te hagas grandes expectativas
Lo mejor para vivir en paz y equilibrio es dejarnos llevar en el día a día y no crear altas expectativas. Está claro que si hay algo que todos necesitamos es poder confiar en las personas que queremos.



Si nos fallan, tienes todo el derecho a sentirte enfadado o indignado.




Ahora bien, algo que nos puede ayudar mucho es evitar ideas como “mi pareja me va a apoyar en todo y lo va a hacer todo por mi”, “mis amigos están de acuerdo en todo lo que hago y están a mi disposición en cualquier momento”.



No caigas en estas ideas. No lo esperes todo de los demás, espéralo todo de ti mismo.



Evita las decepciones permanentes, busca tu propia cura
Las decepciones son aspectos que nos van a acompañar toda la vida. El mundo nunca va a ajustarse a nuestras expectativas. Nuestros seres queridos nos pueden fallar y aquellos a quienes tenemos en un pedestal nos demuestran de vez en cuando que también son falibles.



Debemos asumirlo, pero nunca rendirnos. Las decepciones te harán abrir los ojos y lo más probable es que, después de ellas, seas más cauto, prudente e incluso escéptico.



No pasa nada. Es normal, pero no lo es que te dejes llevar y caigas en estas dimensiones:



  • El negativismo.
  • La falta de confianza en el ser humano en general.
  • La pérdida de la ilusión.



Esto es lo último en lo que debemos convertirnos: en personas enfundadas por la tristeza, esa herida causada por una decepción que nunca sanó.



Las decepciones duelen y nos cambian, pero nunca debes dejar que te hagan cerrar puertas hacia tu propio crecimiento personal.



  • La vida es cambio y es aprendizaje. Son aspectos negativos que integrar y asumir para después poder avanzar.
  • En ocasiones, una decepción nos hace salir de un engaño en el que estábamos viviendo. Es algo que debes tener en cuenta, porque a veces son necesarias para poder ver una realidad de la que no éramos conscientes:
Que esa persona no te respetaba como tú pensabas, que te mentían a tus espaldas, que eran egoístas y se priorizaban a sí mismas por encima de todo…



No veas las decepciones como hechos insalvables puesto que, en ocasiones, son hasta necesarias. Para salir de ellas, para afrontarlas, debes entrar en contacto contigo mismo para recobrar tu autoestima, y después es necesario que seas capaz de volver a confiar.




Siempre hay gente buena, siempre hay mil proyectos que te pueden ilusionar y hacerte feliz. La esperanza es algo que nunca se termina mientras tú la contengas en tu propio corazón.


Por Valeria Sabater





 
Mentalidad de crecimiento: no es lo que eres, sino lo que puedes llegar a ser



Más allá de lo que eres o de lo que otros hayan dicho de ti, está lo que tú puedes llegar a ser y demostrar al mundo con tu potencial y determinación. Porque al aplicar una mentalidad de crecimiento rompes moldes y condicionamientos para avanzar con mayor confianza y optimismo. Pocas estrategias pueden ayudarte tanto a promover el cambio en positivo para alcanzar el bienestar.


Hay quien dice que las personas, al igual que cualquier organización, se caracterizan por dos enfoques diferentes. Por un lado están quienes aplican la mentalidad de crecimiento y quienes, por otra parte, hacen uso de una mentalidad fija. Cuando nos define la primera dimensión, nos constituimos como entidades que confían en que su talento puede mejorar y desarrollarse más aún. Es despertar el propio potencial a través del trabajo, la constancia y la innovación para alcanzar el éxito o el bienestar.




“Si crees totalmente en ti mismo, no habrá nada que esté fuera de tus posibilidades”.


-Wayne Dyer-


En su contra, tenemos una dinámica bastante común; esa donde uno entiende “que ya tiene todo lo que necesita”. Al aplicar esta perspectiva, esta mentalidad fija, esquivan cualquier intento de cambio o de mejora. Cierran las puertas al desafío, al ir más allá, puesto que prefieren quedarse en suelo firme y seguro alimentando las mismas pautas, las mismas estrategias obsoletas. Así, y por curioso que nos parezca, esta última artimaña la aplicamos a diario muchos de nosotros y, sin duda, un sinfín de empresas.


Así, cuando menos lo esperamos asoma en nuestra mente esa voz que nos dice aquello de:”no cambies, no hagas nada, mejor quédate donde estas. Tú ya eres inteligente o tu empresa ya está bien posicionada en el mercado ¿para qué arriesgar entonces?”… Si te es conocido este diálogo interno es momento de descubrir cómo nos puede beneficiar hacer uso del auténtico enfoque del desarrollo personal: la mentalidad de crecimiento.







Mentalidad de crecimiento: más allá del ser está el potencial

Todos sabemos que nuestras mentes tienen capacidad de influir de forma directa en nuestras vidas. Somos lo que pensamos y lo que nuestros pensamientos nos hacen sentir. Aún más, lo que verdaderamente influye sobre nuestra realidad es lo que pensamos sobre nosotros mismos; de hecho, ahí está la auténtica clave de todo.


Esto último es precisamente lo que pudo ver la doctora Carol Dweck, de la Universidad de Stanford, una de las investigadoras más renombradas en el campo de la personalidad y la psicología social, y quien acuñó el término “mentalidad de crecimiento”


Tras una investigación que duró más de 30 años y que fue publicada en el espacio MindsetWorks, la doctora Dweck demostró que aquello que los estudiantes piensan sobre su propia persona afecta de forma directa a su rendimiento. Esta idea en la que todos podemos estar de acuerdo tiene importantes matices que es necesario comprender.


  • Si se elogia a un alumno exclusivamente por sus habilidades o inteligencia, no siempre asumirá desafíos o retos personales. ¿La razón? Temerán no estar a la altura en algún momento y preferirán quedarse en su zona de confort, esa donde ir a lo seguro reforzando sus propias competencias ya adquiridas. No basta, por tanto, con decirle a un niño “pero qué inteligente eres”. Hay algo más importante.
  • Ahora bien, si elogiamos a un alumno por el esfuerzo que realiza, le inculcamos el valor del trabajo y le hacemos ver sus logros y avances, este tendrá una imagen muy positiva sobre sí mismo. No temerá por ejemplo probar nuevas tareas o asumir retos, porque estos son un modo de desafiarse a sí mismo y comprobar hasta dónde puede llegar.






La mentalidad que inculquemos a nuestros niños y adolescentes se reflejará de forma directa en su rendimiento. Esta la conclusión a la que llegó la doctora Carol Dweck en su meticuloso estudio y que más tarde quedó recogido en el Informe Stanford del 2007.


La mentalidad de crecimiento es algo que va más allá de la motivación, es encender esa chispa donde dar a entender a alguien que es capaz de mucho más, que su potencial no está limitado. Que en la vida no basta con ser: hay que demostrar, esforzarse, ser constantes y optimistas…
https://twitter.com/intent/tweet?te...a.com/mentalidad-de-crecimiento-llegar-a-ser/
Eres más de lo que crees: la necesidad de aplicar la mentalidad de crecimiento

Las personas estamos acostumbradas a las etiquetas. Hay quien tiene TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) otros depresión o ansiedad, otros son introvertidos, demasiado sensibles, algunos solitarios, los hay negados para las matemáticas, otros obsesivos y algunos hasta increíblemente inteligentes.


Cuando alguien nos dice lo que somos, bien como un simple comentario o como resultado de una prueba clínica, hay quien dice aquello de “bien, pues ya está, esto es lo que soy y así es como voy actuar“. Esto es algo que vemos por ejemplo de forma habitual en las aulas: muchos niños quedan condicionados por aquello que los adultos dicen de ellos. Nadie les ha enseñado a ellos (y a nosotros tampoco) a enfocar las cosas de otro modo.


Aplicar la mentalidad de crecimiento es decirnos “bien, los síntomas están ahí. Soy más nervioso de lo habitual, o muy inteligente o torpe para las mates, o tendente a la depresión, está claro. Sin embargo, una etiqueta no define lo que soy. Me define mi comportamiento, así que si empiezo a pensar de manera diferente, puedo mejorar mi realidad y hacer que las cosas cambien a mejor”.





La doctora Carol Dweck nos propone en su conocido libro “Mindset: la actitud del éxito” que aprendamos a aplicar las siguientes estrategias en nuestro día a día para favorecer esa mentalidad de crecimiento:


  • Entiende que cada cual puede llegar al mundo con unas determinadas habilidades. Sin embargo, el auténtico talento se hace, se practica, se trabaja a diario.
  • Asume nuevos desafíos, rétate a diario.
  • Aplica un enfoque positivo.
  • Valora las críticas que sean útiles, las que te ayuden a crecer. Ignora las demás.
  • Ten disciplina, constancia y apertura. El éxito no es casual, todo triunfo o todo cambio implica trabajo, persistencia y confianza en uno mismo.

Para concluir, la mentalidad de crecimiento requiere sin duda que nos aceptemos a nosotros mismos pero, a su vez, que seamos capaces de vernos no como entidades fijas y realizadas, sino como personas orientadas al cambio. El ser humano, por sí mismo es cambio y movimiento, es evolución, apertura y aprendizaje continuo.

Por Valeria Sabater
 
El ombligo del mundo



Las personas sanas y normales nos vemos como individuos competentes aunque haya campos en los que obviamente no sobresalgamos, será una cuestión de autoconservación pero ningún idiota es consciente de serlo. Y esto es sano, además en el caso de la belleza es también algo totalmente relativo y subjetivo.


El problema viene cuando el mediocre o “normal” se cree superior a los demás… Ahí radican los problemas de falta de humildad que acaban por frustrar a los de alrededor y más si cabe, cuando no puedes decirle al sujeto en cuestión “tú eres tonto, chaval. Ni que fueras el ombligo del mundo“.


Seguro que con los primeros párrafos, ya estás visualizando a tu tonto de baba particular, pues ten cuidado que es bastante probable que tú seas el invitado a La Cena de los idiotas de alguien y ni siquiera lo sospechas. Al menos, se educado y sobre todo buena persona.


La frustración que produce no poder decir lo que piensas, debe ser parte del proceso de madurez y en mi caso, síntoma inequívoco de que aún me queda por crecer o que vivo en un mundo de piruletas y fantasías en el que si actúo de buena fe y acorde a mi moral nada debería salirme mal. Este “mal” es de predisposición genética y parece que no se cura con el tiempo, tengo el vivo ejemplo en casa. Al final, parece que ellos, los mediocres con ínfulas, son los que ganan y a los mediocres sin más nos queda el clásico “ajo y agua” o seguir dando tumbos, si eres un mediocre con un plan “b” o tu tonto de baba es totalmente prescincible.


Los buenos modales deberían ser para él que los merezca. Sin embago, lo socialmente aceptado es que seas amable y des un trato correcto a todos, mientras los tontos de baba, como son superiores, pueden permitirse ser bordes porque al fin y al cabo, ellos son mejores que los demás y si no lo ves es porque no eres tonto de baba, lo eres de capirote, de esos que creen que serán capaces de cambiar el mundo.


Como ya he dicho, en mi caso es genético quizá tú… seas el ombligo del mundo o ¡estés a tiempo de salvarte!


Pdt: Todos los ombligos tienen pelusas, luego si eres el del mundo… háztelo mirar.


Y si te das por aludido, ya sabes aquello de “quien se pica, ajos come”.

Por Aurora Echevarría
 

Temas Similares

4 5 6
Respuestas
64
Visitas
3K
Back