Autoestima y otros temas de psicología

Hay un juez llamado tiempo que pone a todos en su lugar


Todos nosotros somos libres de nuestros actos pero no de las consecuencias. Un gesto, una palabra o una mala acción ocasionan siempre un impacto más o menos perceptible, y aunque no lo creamos, el tiempo es un juez muy sabio. A pesar de no dar sentencia de inmediato, siempre suele dar la razón a quien la tiene.


El célebre psicólogo e investigador Howard Gardner, por ejemplo, nos sorprendió hace poco con uno de sus razonamientos: “una mala persona nunca llega a ser un buen profesional”. Para el “padre de las inteligencias múltiples” alguien guiado únicamente por el interés propio nunca alcanza la excelencia y esta es una realidad que también suele revelarse en el espejo del tiempo.




Cada uno cosecha lo que siembra y, aunque muchos sean libres de sus actos, no lo son de las consecuencias porque, tarde o temprano, ese juez llamado tiempo dará la razón al que la tiene

Es importante tener en cuenta que aspectos tan comunes, como un tono de voz despectivo o el uso excesivo de burlas e ironías en el lenguaje, suelen traer serias consecuencias en el mundo afectivo y personal de las víctimas que lo reciben. El no ser capaz de asumir la responsabilidad de dichos actos responde a la falta de madurez que, tarde o temprano, trae consecuencias


Te invitamos a reflexionar sobre ello.

El tiempo, ese juez tan sabio

Pongamos un ejemplo: visualicemos a un padre educando con severidad y ausencia de afecto a sus hijos. Sabemos que ese estilo de crianza y educación traerá consecuencias, sin embargo, lo peor de todo, es que este padre busca con estas acciones ofrecer al mundo personas fuertes y con un determinado estilo de conducta. No obstante, lo que conseguirá probablemente es algo muy diferente de lo que pretendía: infelicidad, miedo y baja autoestima.




Con el tiempo, esos niños convertidos en adultos, dictaran sentencia: alejarse o evitar a ese padre, algo que tal vez, esta persona no llegue a entender. La razón de ello está en que muchas veces quien hace daño “no se siente responsable de sus actos”, carece de una adecuada cercanía emocional y prefiere hacer uso de la culpa (mis hijos son desagradecidos, mis hijos no me quieren).


Una forma básica y esencial de tener en cuenta que todo acto, por pequeño que sea, tiene consecuencias, es hacer uso de lo que se conoce como “responsabilidad plena”. Ser responsable no significa solo asumir la culpa de nuestras acciones, es entender que tenemos una obligada capacidad de respuesta hacia los demás, que la madurez humana empieza haciéndonos responsables de cada una de nuestras palabras, actos o pensamientos que generamos para propiciar nuestro bienestar y el de los demás.

La responsabilidad, un acto de valentía

Entender que, por ejemplo, la soledad de ahora es consecuencia de una mala acción del pasado es sin duda un buen paso para descubrir, que todos estamos unidos por un finísimo hilo donde un movimiento negativo o disruptivo, trae un como consecuencia un nudo o la ruptura de ese hilo. De ese vínculo.


Procura que tus actos hablen más que tus palabras, que tu responsabilidad sea el reflejo de un alma; para ello, procura tener siempre buenos pensamientos. Entonces, ten por seguro que el tiempo te tratará como mereces

Es necesario tener en cuenta que somos “propietarios” de gran parte de nuestras circunstancias vitales, y que una forma de propiciar nuestro bienestar y de aquellos que nos rodean es mediante la responsabilidad personal: todo un acto de valentía que te invitamos a poner en práctica a través de estos sencillos principio.


Claves para tomar conciencia de nuestra responsabilidad

El primer paso para tomar conciencia de “la responsabilidad plena” es abandonar nuestras islas de recogimiento en las que focalizamos gran parte de lo que acontece en el exterior en base a nuestras necesidades. Por ello, esta serie de constructos son adecuados también para los niños. Utilizándolos con ellos podemos enseñarles que que sus actos, tienen consecuencias.


  • Lo que piensas, lo que expresas, lo que haces, lo que callas. Toda nuestra persona genera un tipo de lenguaje y un impacto en los demás, hasta el punto de crear una emocionalidad positiva o negativa. Hemos de ser capaces de intuir y ante todo, de empatizar ante quien tenemos delante.

  • Anticipa las consecuencias de tus actos: sé tu propio juez. Con esta clave no nos estamos refiriendo a caer en una especie de “autocontrol” por el cual llegaremos a ser nuestros propios verdugos antes de haber dicho o hecho nada. Se trata solo de intentar anticipar qué impacto puede tener una acción determinada en los demás y, en consecuencia, también en nosotros mismos.

  • Ser responsable implica comprender que no somos “libres” del todo. La persona que no ve límite alguno en sus actos, en sus deseos y sus necesidades, practica ese libertinaje que, tarde o temprano, también trae consecuencias. La recurrida frase de “mi libertad termina donde empieza la tuya” adquiere aquí su sentido. No obstante, también es interesante intentar propiciar la libertad y el crecimiento ajeno, para de este modo, alimentar un círculo de enriquecimiento mutuo.

Vale la pena ponerlo en práctica.

Por Valeria Sabater
 
¿Cómo afectan las emociones a la espalda?




Decía Platón que el cuerpo es la cárcel del alma. Porque en ocasiones, en lugar de ser nuestro aliado es el mensajero de algo que duele, de algo que no va bien. Así, y en caso de que te hayas preguntado alguna vez cómo afectan las emociones a la espalda, la respuesta no puede ser más clara: generan contracturas, tensiones y dolores que los fármacos no siempre alivian.


Hablar de dolor de espalda es referirnos a una de las condiciones más comunes de la población junto con las cefaleas. Se estima que 1 de cada 10 personas lo sufre a menudo y que es, además, una de las principales causas de baja laboral. Por otro lado, y a pesar de que esta dolencia tenga por lo general los más diversos orígenes: mala ergonomía laboral, hernias, problemas renales, osteoporosis, artritis, degeneración de discos, etc., hay un aspecto que a menudo queda descuidado.




Cualquier dolencia mental y molestia emocional puede conducir a la aparición de dolencias físicas, siendo la espalda el área corporal más afectada.

Hablamos, cómo no, de la relación mente-cuerpo. En especial de las emociones y de su impacto en esa complejísima pero fantástica combinación de huesos, ligamentos, tendones, músculos, espacios intervertebrales, articulaciones y nervios. Factores como el estrés o la ansiedad generan pequeños cambios en estas estructuras que, poco a poco, se traducen en inflamación, en problemas de coordinación y en esos episodios marcados por el dolor que tanto afectan a nuestra calidad de vida.


Cómo afectan las emociones a la espalda

El modo en cómo afectan las emociones a la espalda es tan variado como llamativo. Hay expertos que no tienen prejuicios a la hora de señalar que la columna vertebral es el soporte no solo de nuestras cargas físicas, sino también las emocionales. La espalda es como el pilar de nuestra existencia, y no hablamos en términos espirituales o trascendentales. No tenemos más que recordar su función estructural: proteger y recubrir nuestro delicado sistema nervioso.




Sentir dolor lumbar, sufrir una contractura o lo que es peor, padecer dolor crónico de espalda paraliza la propia funcionalidad, nos obliga a detenernos. El dolor es, por encima de todo, como ese perro fiel que hay ante nuestra casa y que ladra cuando hay un peligro. Hacerlo callar mediante fármacos no servirá de nada si no conocemos la causa, si no desvelamos qué es eso que está amenazando el “pilar de nuestro cuerpo”, el equilibrio de nuestra existencia física.


La tristeza, la preocupación y el estrés y su relación con la espalda

Por llamativo que nos parezca, el dolor de espalda suele ser uno de los síntomas físicos más comunes en pacientes con depresión o ansiedad generalizada. Así, es más que común ver a personas pasar por todo un periplo de fisioterapeutas y especialistas en la columna vertebral sin hallar alivio, sin encontrar remedio a ese dolor recurrente de espalda. Hasta que, finalmente, reciben el diagnóstico acertado por parte de un psicólogo u otro profesional de la salud mental.


No podemos olvidar que el dolor es, por encima de todo, una experiencia neurológica transmitida por nuestro sistema nervioso. Así, en esos estados caracterizados por la angustia, el miedo, la decepción o el desánimo lo que hay en nuestro cerebro es un desequilibrio químico. Una irregularidad entre la seretonina y la norepinefrina genera, por ejemplo, un incremento en la percepción del dolor.

A su vez, esos estados caracterizados por el estrés o la ansiedad se traducen en un mayor nivel de cortisol en sangre. Esta hormona aumenta el flujo de sangre, eleva la tensión muscular e incluso facilita la aparición de ciertos procesos autoinmunes que pueden atacar a las articulaciones, favorecer la inflamación de los nervios e incluso reducir el calcio de nuestros huesos.


El dolor emocional y el dolor de espalda

Natación, antiinflamatorios, relajantes musculares… Ninguno de estos enfoques sirve cuando la persona que sufre dolor de espalda, padece en realidad dolor emocional. Tal y como nos explican en un artículo de la revista Psychology Today el sufrimiento emocional es el indicador de que alguna parte de nuestro ser está rota, fragmentada. Esa lesión invisible se somatiza generalmente en forma de dolor de espalda, cefaleas, problemas digestivos…


En el Centro Médico de la Universidad de Duke, por ejemplo, son expertos en el tratamiento de este tipo de condiciones. El doctor Benson Hoffman explica que casi el 80% de nosotros experimentaremos en alguna ocasión dolor lumbar. Se trata de la afección más común y qué vendría a demostrar cómo afectan las emociones a la espalda y, en concreto, cómo el sufrimiento emocional asociado a la tristeza o la decepción se localiza en esta área de nuestro cuerpo.


El tema sin duda es tan fascinante como revelador.


El modo en cómo afectan las emociones a la espalda dependerá siempre de nuestra habilidad para gestionar las preocupaciones y esas tensiones cotidianas que elegimos esconder antes que ventilar.

¿Cómo prevenir y tratar el dolor de espalda asociado a nuestras emociones?

Visualicemos por un instante una imagen. Imaginémonos a nosotros mismos con un carcaj a la espalda, un carcaj lleno de flechas preparadas para destruir el dolor, para sobrellevarlo mejor y para defendernos de aquello que puede adherirse a nosotros para transformarse en sufrimiento.


  • Un modo de conseguir un carcaj bien equipado es mediante la terapia de la bio-retroalimentación. Se trata de una práctica donde se enseña al paciente a mejorar su salud tomando mayor conciencia de aspectos tales como la presión arterial, la frecuencia cardíaca o la tensión muscular. Consiste básicamente en entrenar al cerebro para que trabaje a nuestro favor, al tomar conciencia de procesos que antes no teníamos en cuenta.
  • Por otro lado, la terapia conductual cognitiva se alza a su vez como otro encuadre más que apropiado para tener un mayor control de nuestros pensamientos, gestionar las emociones y propiciar conductas más ajustadas y beneficiosas para nosotros.
  • El modo en que afectan las emociones a la espalda es más que evidente. Por tanto, no debemos renunciar a probar diferentes técnicas para hallar aquella que más se ajuste a nuestras características. Desde la Asociación Americana de dolor crónico recomiendan desde incrementar el nuestra dieta aquellos alimentos ricos en vitamina B, hasta hacer uso de las llamadas técnicas de desviación, es decir entrenarnos en imágenes guiadas, aromas e incluso músicas para aprender a desviar el dolor.
Sabemos ya cómo afectan las emociones a la espalda. Sabemos que la mente tiene un vínculo directo con nuestro cuerpo y que el cerebro orquesta ese control a veces despiadado donde cualquier preocupación, enfado o problema no resuelto, hará de nuestra espalda su sala de torturas particular. Aprendamos a prevenir, cuidemos de nuestras emociones tanto como de la propia alimentación y no nos olvidemos nunca del “movimiento”. Un cuerpo que se mueve y una mente que sabe despejarse de vez en cuando también son claves de salud.

Por Valeria Sabater

 
Aceptar la muerte… ¿Cómo lograrlo?


No deja de resultar paradójico que nos cueste tanto aceptar el hecho más cierto de la vida: la muerte. Que todos vamos a morir es una verdad absoluta. Nadie escapa a ese destino y, aún así, pasamos buena parte de la vida tratando de ignorarlo o de evadirlo. Hay quienes incluso eluden hasta los pensamientos o las conversaciones que tengan que ver con la muerte.

No siempre ha sido así. En el antiguo Egipto, por ejemplo, la muerte era un tema diario. Los faraones y los notables, así como los esclavos inclusive, dedicaban buena parte de sus vidas a preparar la muerte. Lo usual era que los hombres de poder diseñaran sus tumbas con suficiente anticipación y suficiente lujo. Eso sí: no creían que la vida terminara con la muerte física.


Duerme con el pensamiento de la muerte y levántate con el pensamiento de que la vida es corta”.

-Proverbio-

Asimismo, los antiguos romanos tenían una costumbre muy diciente. Cuando los grandes generales obtenían una victoria militar entraban en la ciudad en medio de un callejón de honor. Eran vitoreados por todos. Sin embargo, detrás de ellos tenía que ir un esclavo repitiéndole una frase al oído: "Memento mori". Esto quiere decir: “Recuerda que vas a morir”. No querían dañarle el momento, sino recordarle que ningún triunfo es tan grande como para estar por encima de la muerte.

La muerte como deseo y como finalidad
La Edad Media fue la época del oscurantismo religioso, al menos en Occidente. El mundo era visto como la creación de Dios y todo lo que ocurría en él tenía un significado dentro de la lógica divina. La muerte era el paso que permitía un encuentro con Dios. La vida física era solo una especie de preludio para esa existencia definitiva.


Uno de los escritos más representativos de la época es el poema “Vivo sin vivir en mí”, de Santa Teresa de Ávila. La primera estrofa dice: “Vivo sin vivir en mí,/y de tal manera espero,/que muero porque no muero”. Refleja una idea de la muerte como deseo. Sin embargo, persiste la imposibilidad de creer que hay un fin para la vida humana.


Como quiera que fuera, lo cierto es que la muerte era una realidad que se asumía plenamente. Se aceptaba como un hecho del que era necesario hablar y tener muy presente. Un hecho al que se le otorgaba una explicación simbólica y para el que el ser humano debía prepararse.




La muerte y la modernidad

La ciencia ha sido la portadora de grandes desengaños para la imaginación, a la vez que ha postulado verdades a las que muchos todavía hoy se resisten. La modernidad trajo consigo un nuevo florecimiento de la ciencia. Leonardo Da Vinci, que estuvo en los albores de esta época, se atrevió a hacer autopsias. Con ello comenzaba a agrietar el halo sagrado que gravitaba sobre la muerte.

Vinieron los grandes médicos y científicos que emprendieron una lucha frontal contra la muerte. El tema se convirtió también en un asunto de la ciencia. Así, un propósito de los nuevos conocimientos era prolongar la vida, a la que ahora se veía como un bien supremo. Se reveló también que el ser humano era un mamífero evolucionado y que en él también imperaban las leyes de la biología.


Un sector de pensadores descreyeron por primera vez de un Dios, y con ello de la posibilidad de que hubiese algo más allá de la vida física. Aparecieron corrientes de pensamiento que así lo expresaban, pero que también dejaban ver una enorme frustración frente a la vida. El nihilismo y el existencialismo son algunas de ellas. Quienes se adhirieron a esas formas de pensar portaban una actitud que se debatía entre la desilusión y la crítica.


Afrontar la muerte en la actualidad

La revolución industrial trajo consigo una producción en serie para la que no parecía haber límites. Se proclamó el fin de la historia y se produjo una revolución tecnológica sin precedentes. Paso a paso entramos en el mundo de lo efímero, lo desechable, los ciclos de vida cortos, que de todos modos solo terminan para volver a comenzar.


La idea de la muerte se fue diluyendo. Comenzó a desaparecer de las inquietudes del hombre de a pie. El tiempo de la reflexión ha sido casi totalmente sustituido por el tiempo del trabajo y el ritmo de los acontecimientos apenas si permite pensar en cómo organizar la hora siguiente. Es como si la muerte se hubiera convertido en una sorpresa catastrófica, que siempre toma por asalto la realidad.

Tan intensa es la negación de la muerte, que incluso muchos se niegan a vivir el duelo, una vez que se presenta. Tratan de “salir de eso” rápidamente. Volver a sus rutinas cuanto antes. Volver a sus preocupaciones de siempre. Fingir que es una realidad ajena, o, en todo caso, lejana.


¿Y para qué sirve pensar en la muerte y aceptarla como un hecho ineludible?, se preguntan muchos. La respuesta está en esas depresiones, ansiedades o intolerancias que se instalan como un quiste, sin saber por qué. Quizás aceptar la nada, la muerte, sea un camino excepcional para aprender a vivir la vida. Quizás si hay mayor conciencia de que todo termina, también aparecen razones de fondo para darle sentido a este día de hoy, el único que tenemos.

Por Edith Sánchez
 
Tu realidad no es la mía



Me dispongo a compartir esta reflexión contigo, arriesgándome simplemente a que tú, que estás ahí al otro lado de la pantalla, no compartas lo mismo, pero forma parte de este juego sin salida… Tu realidad no es la mía. Más adelante lo comprenderás.


No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos…

Detente un momento y piénsalo.


Cada persona construye su propia realidad

Tú, con tus virtudes y tus defectos, tus experiencias e ilusiones a cuestas, desde cualquier lugar del mundo, desde donde estés, miras a la vida y lo que sucede, de acuerdo a tus particularidades y preferencias.


Yo, con mis virtudes y mis defectos, mis experiencias y mis ilusiones a cuestas, desde cualquier lugar del mundo, desde donde esté, miro a la vida y lo que sucede, de acuerdo a mis particularidades y preferencias. Y en nuestro diálogo, intentamos intercambiar nuestros mundos pensando, a veces, que es el mismo. Por eso, en ocasiones, nos cuesta tanto llegar a un acuerdo o que nos comprendan.

De hecho, ambos podíamos haber asistido al mismo acto o ser partícipes de una misma situación, pero cada uno de nosotros lo ha vivido a su manera, de acuerdo a su experiencia, a sus preferencias, a sus creencias, etc. Es decir, de acuerdo a la forma de ser de cada uno.


De ahí que cualquier opinión sea tan válida como la nuestra, de ahí el relativismo de lo vivido, la subjetividad de nuestros mundos y la construcción de nuestras realidades.




Tú con toda tu experiencia, yo con todo mi bagaje, aun estando en el mismo punto y observando lo que puede parecer lo mismo, conformamos realidades diferentes.

Veamos un ejemplo:


Nos han invitado a una fiesta y hemos decidido ir. Pero justo antes de salir, te llama un amigo para confirmarte que entrarás a trabajar en su empresa, que es definitivo; en cambio, yo he discutido con mi pareja y finalmente hemos decidido dejarlo. Lo que me pide el cuerpo es quedarme en casa, pero me armo de valor y pienso que refugiarme en mi interior me hundiría más. Así, decido seguir con los planes que tenía.


Nos encontramos allí. Tú radiante de felicidad, yo inmersa en la tristeza, intentando disimularla.




Aun así, comemos, hablamos, bailamos… y en un momento suena una canción que me recuerda a él, no puedo evitarlo y la atmósfera de la fiesta se convierte para mí en algo confusa, nostálgica y melancólica. Mientras tú sigues bailando, entusiasmado, como si no hubiera mañana… y yo finalmente, decido irme a casa. Tú aún quieres quedarte un rato más.


Al rememorar la fiesta celebrada la noche anterior, yo recuerdo aquella canción que me entristeció, los platos que tanto le gustaban a él y el continuo disimulo que tenía para que nadie me notara triste y lo achacara a mi ruptura. Mientras que tú recordaste tus bailes con entusiasmo y que estuviste más expansivo y divertido que de costumbre.

¿Parece que hubiéramos ido a fiestas distintas no? La cuestión es que era la misma, pero tú la viviste en grande y yo a lo mínimo, focalizando nuestra atención en cosas diferentes cada uno de nosotros.


¿Quieres más pruebas?


Cuando hables con otro, ten en cuenta su visión de la realidad

A menudo cuando hablamos de sentimientos o conceptos abstractos como el amor, la amistad, la confianza o la libertad, creemos estar hablando de lo mismo, pero existen diferencias.


Te propongo que le preguntes a tu compañero qué son para él esos conceptos, te sorprenderás de cómo los verá. Seguro que tienen sus propios matices. Por eso es importante, cuando conversamos, preguntar al otro cuál es el significado para él de lo que estamos hablando. Así, conocerás su perspectiva. Su mundo, su realidad.

El encuentro entre dos personas es la confluencia de dos mundos, de dos realidades que a menudo, conversan para mostrarse y conocerse. Por eso, no hay que ser beligerante con el otro e intentar no exigir ni imponer nuestra visión. Ten en cuenta que lo que yo he vivido, no tiene nada que ver con tu experiencia. Recuerda, no vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos.

¡Atrévete a descubrir otros mundos, otras realidades!

Por Gema Sánchez Cuevas



 
Conexionismo, un modelo de funcionamiento neuronal



Entender el funcionamiento del cerebro es uno de los mayores retos a los que se enfrenta la psicología. De ahí la existencia de los diversos enfoques y perspectivas. De hecho, tras la aparición de la psicología cognitiva y la máquina de Turing hubo una revolución en este campo. A partir de este momento se empezó a contemplar el cerebro como un procesador de información.


La primera teoría que se creó para explicar el funcionamiento del cerebro fue la metáfora computacional, pero pronto empezó a tener fallos. Teniendo en cuenta esta situación, los psicólogos cognitivos, con la intención de buscar nuevas explicaciones, crearon una teoría conocida como conexionismo.




Sin embargo, antes de explicar qué es el conexionismo, es importante entender la visión de la psicología cognitiva sobre el cerebro. De esta manera, comprenderemos las implicaciones y fallos de la metáfora computacional. Por esta razón, haremos un repaso sobre los aspectos principales de esta rama de la psicología en el siguiente apartado.


La psicología cognitiva y la metáfora computacional

La psicología cognitiva entiende el cerebro humano como un procesador de información. Esto quiere decir que es un sistema que es capaz de codificar los datos provenientes de su entorno, modificarlos y extraer nueva información de ellos. Además, estos datos nuevos se incorporan al sistema en un continuo de inputs y outputs.

La metáfora computacional explica que el cerebro es como un ordenador. A través de una serie de algoritmos programados, transforma los inputs de información en una serie de outputs. Esto en un principio puede parecer tener sentido, ya que podemos estudiar algunas conductas humanas que se adaptan a este modelo. Ahora bien, si exploramos un poco más, empezamos a detectar fallos en esta perspectiva.


Los errores más relevantes son la rapidez con la que procesamos la información, la flexibilidad con la que actuamos y la imprecisión de nuestras respuestas. Si nuestro cerebro tuviera algoritmos programados tendríamos respuestas de otro tipo: más lentas debido a todos los pasos de procesamiento a realizar, más rígidas y mucho más precisas de lo que son. En pocas palabras, seríamos como ordenadores, y a simple vista observamos que no es así.


A pesar de que podemos hacer intentos para adaptar esta teoría a las nuevas evidencias, cambiando la rigidez de los algoritmos programados por otros más flexibles y capaces de aprender, aun así seguiríamos identificando fallos en la metáfora computacional. Y aquí es dónde entra el conexionismo, una corriente que resulta más sencilla que la anterior, y que explica el procesamiento de la información del cerebro de forma más satisfactoria.




¿Qué es el conexionismo?

El conexionismo deja atrás los algoritmos computacionales y explica que la información se procesa a través de patrones de propagación de la activación. Pero, ¿qué son estos patrones? En un lenguaje más sencillo, esto significa que cuando un input de información entra en tu cerebro, las neuronas empiezan a activarse formando un patrón concreto, lo que producirá un output determinado. Esto formará unas redes entre las neuronas que procesarán la información de manera rápida y sin necesidad de algoritmos preprogramados.


Para entender esto pongamos un ejemplo sencillo. Imagina que una persona te dice que definas qué es un perro. Al llegar a tu oído la palabra, de manera automática se activará en tu cerebro el conjunto de neuronas asociadas a ella. La activación de este grupo de células se propagará a otros con los que esté conectado, como los relacionados con las palabras mamífero, ladrar o pelo. Y esto activará un patrón en el que estas características están incluidas, lo cual te llevará a definir a un perro como ‘un mamífero con pelo que ladra’.


Propiedades de los sistemas conexionistas

Según esta perspectiva, para que estos sistemas funcionen como el cerebro humano parece comportarse, tienen que cumplir unas condiciones. Las propiedades básicas que deben seguir son las siguientes:


  • Propagación de la activación. Esto quiere decir que las neuronas, cuando son activadas, influyen en aquellas con las que están conectadas. Esto puede ocurrir facilitando su activación o inhibiéndola. En el ejemplo anterior, las neuronas de perro facilitan las de mamífero, pero inhiben las de reptil.
  • Aprendizaje neuronal. El aprendizaje y la experiencia afectan a las conexiones entre las neuronas. Así, si vemos a muchos perros que tienen pelo, las conexiones entre las neuronas relacionadas con ambos conceptos se verán fortalecidas. Esta sería la forma en la que se crearían las redes neuronales que nos ayudan al procesamiento.
  • Procesamiento en paralelo. Obviamente esto no se trata de un proceso en serie, no se van activando las neuronas una tras otra. La activación se propaga en paralelo entre todas las neuronas. Y tampoco hace falta procesar un patrón de activación tras otro, se pueden dar múltiples en un mismo tiempo. Gracias a esto somos capaces de interpretar gran cantidad de datos a la vez, aunque existe un límite en nuestra capacidad.
  • Redes neuronales. El sistema sería una gran red de neuronas agrupadas entre sí, a través de mecanismos de inhibición y activación. Dentro de estas redes también se encontrarían los inputs de información y los outputs conductuales. Estas agrupaciones representarían la información estructurada que posee el cerebro, y los patrones de activación serían la manera en la que ocurren los procesamientos de dicha información.
Conclusiones

Este modo de interpretar el funcionamiento neuronal no solo parece muy interesante, sino que los estudios en torno a él parecen fructíferos. Hoy en día se han creado simulaciones a ordenador de sistemas conexionistas sobre la memoria y el lenguaje, que se asemejan muchísimo al comportamiento humano. Sin embargo, aún no podemos afirmar que esta sea la manera exacta del funcionamiento del cerebro.


Además, este modelo no solo ha ayudado a contribuir al estudio de la psicología en todos sus campos. También encontramos múltiples aplicaciones de estos sistemas conexionistas en informática. Sobre todo, la teoría ha supuesto un gran avance en los estudios acerca de la inteligencia artificial.


Para concluir, es importante entender que la complejidad del conexionismo es mucho mayor a la planteada en este artículo. Aquí podemos encontrar una versión simplificada de lo que realmente es, útil solamente como aproximación. Si se ha despertado tu curiosidad por el tema, no dudes en seguir investigando acerca de esta teoría y sus implicaciones.

Por Alejandro Sanfeliciano
 
La eudaimonía o la clave de la felicidad según Carl Jung



Eudaimonía significa tener buena fortuna, riqueza o felicidad. Es un florecimiento interno que según Carl Jung todos deberíamos promover tomando contacto primero con nuestro propio daimon. Se trata de un genio interno, de un arquetipo que guía nuestras pasiones y motivaciones inconscientes, ese que define nuestras esencias y al que deberíamos escuchar más a menudo.


Si hay algo que abunda en exceso en casi cualquier lado (librerías, redes sociales, mensajes impresos en nuestra ropa) es la necesidad de ser felices. No hay anuncio de televisión donde no se nos sugiera que al beber ese refresco o tener ese móvil, experimentaremos nuevas y maravillosas sensaciones. Hay una visión de la felicidad actual que adquiere un tono casi imperativo.




“El carácter del hombre es su daimon”.
-Heráclito-

Vivimos una postmodernidad donde esa obligación por ser felices nos lleva muy a menudo a la propia infelicidad. Recordemos, por ejemplo, lo que nos dice el matemático y filósofo Nassim Nicholas Taleb en su libro El cisne negro: las personas aún creemos que todo el mundo está lleno de cisnes blancos, que basta con esforzarse para conseguir lo que uno desea, que las promesas que nos hicieron de niños ser harán un día realidad.


Sin embargo, según Taleb, nuestro mundo es tremendamente complejo. Tanto, que cuando vemos un cisne negro no sabemos cómo reaccionar, nos volvemos vulnerables porque no sabemos gestionar los imprevistos y la incertidumbre. La felicidad, por tanto, nunca podrá hallarse si ponemos la mirada en el exterior. Debemos fortalecer nuestro carácter, nuestro daimon, como diría el propio Carl Jung.

La eudaimonía y la importancia de conocernos a nosotros mismos
Uno de los herederos del legado de Carl Jung fue James Hillman.
Este analista junguiano fue uno de los exponentes que más profundizó en el concepto de los arquetipos, y más concretamente, en la ideal del daimon. En su libro The Souls Code nos recuerda la importancia de tomar contacto con ese genio o “demonio” interno para poder construir una vida plena, una felicidad real. Para comprender mejor esta interesante teoría, analicemos con detenimiento lo que nos revela el profesor Hillman en su libro.

¿Qué es un daimon?
  • Daimon en griego significa demonio. Sin embargo, lejos de tener una atribución negativa o maligna, simboliza en realidad la entidad más elevada del ser humano. En la ética de Aristóteles, daimon era virtud y la sabiduría en su aspecto más práctico.
  • Carl Jung, por su parte, nos explicó que el daimon habita en nuestro inconsciente. Guía muchos de nuestros actos, nos impulsa, nos susurra ideas, nos inspira y da voz a nuestra intuición. Sin embargo, en la sociedad actual y en el ritmo de vida que llevamos a día de hoy es común alejarnos de esa voz interna.
  • Una educación orientada a formar personas iguales y un mercado laboral que no valora la originalidad, merma por completo la oportunidad de sacar a la luz este duende interno. Esa entidad está llena de vitalidad, tiene un enorme potencial y clama por liberar su impulso creativo, sin embargo, no siempre nos atrevemos darle su espacio.
El daimon y la eudaimonía: cuestión de valentía
El doctor James Hillman nos sugiere que pocas cosas son tan decisivas como aprender a escuchar a ese espíritu, a esa entidad mágica y colorida que habita en todas nuestras motivaciones. Por ello, nada puede inspirarnos más que esa frase que estaba inscrita en el pronaos del templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”.


  • Quien deja de poner su mirada en el exterior, en lo que quieren los otros y se inicia por fin en el viaje del autoconocimiento, logrará alcanzar a su daimon.
  • Ahora bien, abrazar la eudaimonía no siempre es fácil. Porque en ocasiones, el daimon quiere cosas que nuestro entorno no entiende. Tal vez el abogado no quiera ejercer la abogacía, tal vez desee ser artista. Puede a su vez que el artista famoso y acaudalado, ya no quiera crear, puede que su daimon le pida ejercer una labor humanitaria. Puede también que nuestro daimon nos clame mayor independencia, espacios propios y libertades que ahora no nos atrevemos a pedir.
La eudaimonía exige sin duda altas dosis de valentía. Aún más, si nos atrevemos a escuchar a esa voz interior, a ese daimon inquieto y hambriento por hacer cosas, nos someterá a diferentes castigos. Tal y como nos recuerda Carl Jung, si no somos capaces de escuchar las necesidades del daimon, nuestra alma enfermará. Porque ir en contra de nuestros deseos y motivaciones trae la infelicidad.

¿Cómo cultivar la eudaimonía?
Sabemos ya que nada puede ser tan decisivo como favorecer el autoconocimiento
. Tomar contacto con nuestros deseos, nuestras esencias, identidades y valores personales es sin duda un modo de abrazar nuestro daimon y de reconocerlo. Sin embargo, no basta con tomar contacto con él, con decirle “sé que estás ahí”. Debemos darle libertad, libertad creativa, libertad de expresión.

Cultivar una auténtica eudaimonía exige hacer cambios, implica dejar a un lado esquemas impuestos desde el exterior y ser capaces de crear nuestra propia realidad. Así, debemos ser a su vez plenamente conscientes de la complejidad de nuestro entorno, ahí donde lo imprevisto, la incertidumbre y las dificultades serán constantes. El daimon quiere cosas, pero para alcanzar la eudaimonía debemos lidiar también con unos escenarios donde no es fácil expresarnos, realizarnos.

En relación a esto mismo nos viene bien recordar lo que Immanuel Kant nos explicó una vez: para ser felices debemos aprender a ser sagaces. Es decir, debemos ser capaces de elegir los medios adecuados para conseguir la mayor cantidad bienestar propio. Queda claro que tal empresa, tal finalidad, no es nada fácil.

Por ello, siempre tenemos a nuestro alcance la terapia junguiana. Este enfoque terapéutico está orientado precisamente a este fin, a poner a nuestro alcance la eudaimonía, ayudándonos a discernir nuestras singularidades y potencial para alcanzar la felicidad que queremos, la que se ajusta a nosotros mismos.

Por Valeria Sabater


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Esa sensación, la de sentir que nadie te quiere de verdad



Todos necesitamos sentir que somos amados. Es casi tan importante como comer o dormir: una necesidad fundamental. Cuando sientes que nadie te quiere de verdad, que no le importas lo suficiente a ninguna persona, es como si te privaran del alimento para vivir. La supervivencia física depende de la comida y el sueño y la supervivencia emocional del afecto.


La sensación de que nadie te quiere de verdad surge de diferentes fuentes. En principio, es una verdad que nos cobija a todos los seres humanos. Nadie nos ama de manera perfecta. Hasta los amores más profundos y sinceros, como el de las madres, son imperfectos e incompletos.




Si no se rompe, ¿cómo logrará abrirse tu corazón?


-Khalil Gibran-


Si idealizas mucho el amor podrías llegar a concluir que nadie te quiere de verdad, porque no están dispuestos a dar la vida por ti. O porque eventualmente te fallan y no están ahí siempre que lo necesitas. Quienes aman desde la carencia afectiva demandan más del amor que otros pueden darle. Y como sus expectativas son tan altas y no se cumplen, podrían sentirse defraudados constantemente.


Puede que haya veces en las que sientas que nadie te quiere de verdad porque, sencillamente, no logras construir vínculos genuinos de afecto con los otros. Quizás te has escondido debajo de tu piel y te aíslas. Tal vez no sabes cómo construir y mantener los lazos de afecto. Entonces, te sientes atrapado en una soledad que hiere, en un desafecto que duele.

Nadie te quiere, ¿y tú tampoco?

Suele suceder que, cuando sientes que nadie te quiere, ese “nadie” también te incluya a ti. Es relativamente fácil que alguien se dé cuenta de que tiene la autoestima a ras de piso. También es fácil decir: “Bien, ahora solo se trata de quererme más”. Lo difícil es darle a ese propósito realidad.


Digamos un pequeño trabalenguas: no es que uno no quiera quererse, sino que no encuentra el modo de hacerlo. La falta de aprecio por uno mismo no nace de la nada. Detrás de ello frecuentemente hay toda una historia de desafectos, a veces de abandonos o agresiones violentas.




Uno de los motivos más probables que pueden encontrarse detrás de la sensación de falta de afecto por nosotros mismos es que durante los primeros años de nuestra vida nos dieron falsos argumentos, muchas veces disfrazados de inocencia, por los que no hacerlo. De una u otra forma nos transmitieron la idea de que no valíamos la pena. De que no éramos suficientemente dignos de amor.


Lo creímos porque, seguramente, quien nos llevó a pensar así fue una persona querida, incluso admirada. Es muy posible que hayamos comenzado la vida amando sin ser amados. Cargando un “por qué” para el que no existían respuestas. Incluso es posible que hayamos aprendido a no querernos, solo para complacer a un padre, una madre o alguna figura amada que esperaba eso de nosotros porque vivía en extravío.


¿Ayudamos a los demás para que no nos quieran?

Es una realidad que a veces estamos en una condición de deprivación afectiva. O en otras palabras, de carencia de afecto. Incluso podemos llegar a la conclusión de que no queremos vivir así, sin embargo no es fácil desamarrar el nudo que nos ata a esa condición. En este punto vale la pena hacernos la pregunta del subtítulo: ¿ayudamos a los demás para que nos quieran?

Aunque el sentimiento de que nadie te quiere de verdad es muy profundo, la salida de ese foso puede no estar tan lejos. A veces se trata solo de perdonar a quienes no nos han amado, por sus limitaciones emocionales. De admitir que su desafecto tenía mucho más que ver con ellos, que con nosotros mismos.


También implica perdonarnos a nosotros mismos, porque, en verdad, no hicimos o dejamos de hacer algo para hacernos merecedores de ese desamor. Entender que no hay nada malo en nosotros y que cualquier sentimiento de culpa, con su consecuente castigo, no tiene razón de ser.


La salida…

Es importante preguntarnos si nosotros sabemos amar a los demás. Si nuestro concepto de amor ha evolucionado lo suficiente como para entender que dar afecto no es sacrificarse arbitrariamente por otros. O ser extremadamente solícitos a la hora de satisfacer sus necesidades.


A veces nos mostramos desesperadamente necesitados de afecto y esto asusta, aleja. Es una confesión firmada de que no nos queremos y de que necesitamos de ese otro para lograr sentir algo de aprecio por nosotros mismos. En este punto sucede que nadie quiere cargar con semejante responsabilidad, ni tiene por qué hacerlo.

Es posible que tampoco hayamos desarrollado suficientes habilidades sociales. Siempre podemos aprender a relacionarnos con los demás de una manera más fluida y espontánea. Se aprende, se aplica y se entrena. Luego, funciona. Es el primer paso para romper esa barrera que nos separa de los demás. Quizás, entonces, después de abrir las compuertas, aprendamos a avanzar en esa extraordinaria aventura del afecto mutuo.

Por Edith Sánchez
 
El altruismo, una virtud extraordinaria




El altruismo es una cualidad muy peculiar que implica velar por el bien de los demás sacrificando los intereses propios. Es la actitud opuesta al egoísmo y por eso ha llamado la atención de los estudiosos de distintas áreas. Los biólogos, por ejemplo, han podido observar un comportamiento altruista en ciertas especies (especialmente en los chimpancés). De hecho, se dice que el altruismo es un elemento clave en el desarrollo de aquellas especies que tienen alguna estructura social.


En la sociedad humana, las personas altruistas aportan significativamente a su medio. De hecho, se podría afirmar que si no hubiese altruismo, nuestra supervivencia como grupo se vería amenazada. Observa como los superhéroes más conocidos en el mundo de las historietas poseen este rasgo. Por otro lado, hay una conocida frase que dice que los valores no lo son hasta que nos cuestan dinero, hasta que se enfrentan a nuestro propio interés y los elegimos.




Por otro lado el altruismo, como muchos de nuestros comportamientos, está influenciado por el contexto social. Si en nuestro entorno apreciamos conductas en este sentido es más fácil que sumemos este valor a nuestro comportamiento. Si por el contrario, vivimos en un entorno en el que impera la ley de “sálvese quien pueda”, entonces seremos más reticentes.


Otras variables que facilitan el desarrollo de este tipo de conducta son las personales: tanto las de ese momento o circunstanciales como las de nuestra historia de vida. Entre las del momento se encuentra, por ejemplo la prisa que tengamos. Si es mucha normalmente nuestra atención está centrada en encontrar la vía para llegar lo antes posible y se evade de lo que pueda suceder a nuestro alrededor. En cuanto a las vitales, tiene mucho que ver el entorno en el que nos hayamos criado: si hemos crecido en una familia con conductas altruistas el recuerdo de la satisfacción de ayudar estará grabado en nosotros.




¿Cómo puedo convertirme en una persona altruista?

Para convertirte en una persona altruista debes conocer los cuatro pilares sobre los cuales se apoya esta actitud:


Bondad: Se habla mucho de la bondad, pero en realidad es un término impreciso. Para algunos incluso, la bondad es sinónimo de sumisión o falta de carácter. Según el diccionario, la palabra viene de la unión de dos vocablos en latín: “bonus”, que significa “bueno”, seguido del sufijo “-tat”, que significa “cualidad”. En la práctica, llamamos "bueno” a alguien que procura actuar de una manera ética y justa. Lo cierto es que la bondad, más que una virtud, es una actitud constructiva ante la vida y ante los demás.




Solidaridad: Es una virtud muy valorada dentro de varias religiones, especialmente dentro de la fe cristiana. Una persona solidaria estará siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesite. No debes ser la Madre Teresa de Calcuta para ser solidario. Basta con que desarrolles un cierto sentido de responsabilidad frente a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad. Hoy son ellos, pero mañana podrías ser tú quien necesita ayuda.


Empatía: Es la habilidad para comprender las necesidades de alguien más, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. La famosa “regla de oro”, presente en prácticamente todas las culturas de la humanidad, sintetiza este comportamiento con el siguiente postulado: “Trata a los demás como quieras que te traten. Para desarrollar la empatía tendrás que ver más allá de tu perspectiva cotidiana, intentar comprender la situación por la cual atraviesa otra persona.


Comprensión: Comprender a otros significa particularmente ser capaz de verlos en sus propios términos y no en los tuyos. Se logra cuando sientes que no tienes la verdad absoluta y que los demás tienen sus propias razones, tan válidas como las tuyas aunque sean diferentes. Actuar de manera comprensiva implica sobrepasar cualquier diferencia religiosa, étnica, cultural o política para preservar el bienestar colectivo.


A medida que vayas desarrollando una actitud altruista, verás el impacto positivo que tiene en ti mismo y en tu entorno. Precisamente de ahí viene la importancia del altruismo. Recuerda que tus acciones serán más efectivas si trabajas de manera conjunta con otras personas y que todos podemos estar más confiados y seguros si sabemos que podemos contar con los demás.

Por Edith Sánchez
 
Ama cuando estés listo, no cuando estés solo




El amor es pura adrenalina y escapa a cualquier intento de racionalización: no podemos controlarlo y no podemos decidir cuando queremos que suceda. Sucede y se siente algo extraordinario, tan aterrador y especial al mismo tiempo que no deja indiferente a nadie. Así, no se puede disimular ni ocultar que se ama, nos enamoramos y cualquier intento de lógica es inútil.


La naturaleza mágica del amor hace que no podamos forzarlo a ocurrir cuando deseemos. De hecho, cuando el filósofo francés Sartre señaló que somos libres menos para decidir querer serlo, se le olvidaba añadir la sensación de estar enamorado: no se elige, surge y puede llegar tanto en un buen momento de nuestra vida como en uno no tan bueno.




Las relaciones rebote

Seguro que has vivido alguna vez el terrible dolor que provoca una ruptura sentimental y por eso conoces mejor que nadie las secuelas de esa pérdida emocional: se han llamado relaciones rebote a aquellas que se inician justo después de haber acabado otra relación y que, por tanto, ha dejado sus heridas.


“¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es?”



-Gonzalo Rojas, poema “¿Qué se ama cuando se ama?-

No todas las relaciones que comienzan después de una ruptura son producto de este efecto rebote, pero en muchos casos lo que ocurre es que se cree mitigar el sufrimiento y se trata de salir adelante de manera equivocada: uno sin darse cuenta piensa que esa nueva persona solucionará el malestar y unirá los rotos de la antigua persona a la que quería.


Realmente detrás de este comportamiento hay soledad e inestabilidad: estamos tan mal que no hemos podido superarlo, pero lo ocultamos porque es más sencillo que afrontarlo. Esto es, el vínculo perdido nos hace pensar que necesitamos otro vínculo para sentirnos llenos: se busca amar desesperadamente para borrar el pasado, olvidando que solo ama de verdad el que está listo para hacerlo.




Miedo a la soltería

Compartir la vida con alguien no es nada fácil, pero si existe amor verdadero las piezas encajan y la relación avanza con felicidad. Igualmente tampoco es sencillo convivir con uno mismo si hay algo dentro fuera de lugar y que precisa atención. Por tanto, antes de tratar de correr tras el equilibrio en pareja, se ha de aprender a estar con la soledad propia o, de lo contrario, cualquier unión que se forje será un espejismo.


Para superar la soledad o, mejor dicho, para darnos cuenta de que bien llevada es positiva lo primero que tenemos que hacer es plantarle cara al miedo: muchas personas no aman a su compañero, sino que tienen miedo a no tener a nadie. Además, mientras no entendamos esto probablemente repitamos el error una y otra vez en todas nuestras parejas.


El miedo a la soltería es un problema cada vez más común en el mundo occidental que a veces no permite a quien lo sufre pasar el proceso de duelo que exige una ruptura. Este acontecimiento crea dependencia emocional y conceptos equívocos acerca de la soledad y de la libertad: estar solos no indica “ser un amargado” ni estar con alguien significa “falta de libertad.



“No hay fórmula.


El amor

es la frontera milimétrica

que separa el alma

de la materia más absoluta,

una fantasía demasiado tangible”

-Suso Sudón, poema “Metamor”-

El hechizo de coincidir
Como habíamos dicho arriba, solo ama de verdad quien está preparado para ello, quien ha reconocido que no quiere caer en las mismas trampas del ayer y quien se atreve a asumir el riesgo porque es mayor lo que siente que su temblor. Es el hechizo de coincidir con alguien cuando no lo esperas y saber que solo tienes la opción de intentarlo.


Hay quien anhela sentirse amado tanto como para dejar que su corazón se nuble de irrealidades, hay quien no se quiere a sí mismo y pretende ser querido, hay quien solo escucha a su mente para lanzar un movimiento y se olvida de la emoción. El amor es emocional y no puede medirse, ni calcularse. Quien consigue sentirse enamorado al final se da cuenta de que no ha tenido que hacer esfuerzos para lograrlo: porque era su momento y la vida se lo tenía guardado.

“Era tu historia
Se cruzó con la mía
Tanta gente, tanta gente ahí fuera
Y coincidir aquel día


-Canción Coincidir, Macaco-

Por Cristina Medina Gomez


 
Cuando dejas de esperar tu vida cambia



Me gusta actuar de forma sencilla ante la vida, ante mi vida. Una de mis tareas diarias desde hace ya algunos días consiste en pretender liberar la conciencia de mis ilusiones o promesas eternas y lo que su sentir y existencia en mi vida pueden generar. Me di cuenta que empleaba una elevada gran cantidad de energía a la hora de “verme” en la situación futura que deseaba. Me concentraba demasiado en el mañana. Esperaba… No era consciente de que solo cuando dejas de esperar tu vida cambia.


Tomé entonces la decisión de dejar de vivir esperando y no esperar algo de mí. En cuanto tomas esta decisión tu corazón respira aliviado y tu alma comienza a vivir verdaderamente. En general, nos centramos en el cómo tenemos que vivir, sin darnos cuenta que solo por eso nos condicionamos y en realidad no vivimos. Encarcelamos nuestra alma y la robotizamos.




Así, un día decidí detener los pensamientos acerca de mi persona, de lo que yo misma esperaba de mí, de todas mis ilusiones. Decidí dejar de crear expectativas y vivir en ellas continuamente… Para centrarme en lo que sucedía a cada momento y poder disfrutarlo, en lugar de estar esperando. Descubrí, entonces, que la vida cambia cuando dejar de esperar y empiezas a vivir.


“Lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo”.
-Proverbio árabe-

Deja de esperar algo de los demás

Decidí por lo tanto, dejar de esperar algo de los demás. Pues que las personas de tu alrededor te valoren, que tu pareja te entienda, que tú misma te entiendas y que los demás confíen en ti, en tu potencial y en tu saber hacer… no siempre es tarea fácil. Aprendí que lo más importante es que yo crea en mí y que si hago algo no es para esperar nada a cambio, sino porque realmente me apetece.

No esperes el dinero en tu día a día

Antes me concentraba en cantidades elevadas de dinero como consecuencia a grandes oportunidades de trabajo que esperaba con mucha ilusión. Me di cuenta que cuanto más anhelaba lo material, menos me lo concedía la vida y menos aún avanzaba hacia ese estado. Entonces acepté de buen grado lo que ya tenía y que no necesitaba más para sentirme bien conmigo misma o ser feliz.


Me dí cuenta que no estaba disfrutando ni saboreando lo que en esos momentos tenía, porque lo único en lo que me focalizaba era en el futuro, en cuando tuviese más y ganase más… realmente perdía el tiempo más importante, el instante presente.




Deja de esperar que todo sea perfecto

¿Para qué esperar que todo sea perfecto? En realidad, pensando así me di cuenta que no estaba sintiendo mi verdadera paz interior. Aquella que todos nosotros tenemos alojada en nuestra alma y corazón por nacimiento. Nuestra esencia y regalo como seres humanos que somos, únicos y extraordinarios.


Cuando dejas de esperar que todo sea perfecto, dejas de depender del entorno para sacar a la luz tu verdadero poder, la serenidad y tu equilibrio interior. Lo que nada ni nadie podrá alterar jamás… La perfección no existe, yo me cansé de ir en su busca.


Mi vida cambia cuando dejo de intentar ser perfecto o que todo lo sea, y empiezo a aceptar las cosas tal y como son.

No pienses en el día de mañana

Cuando nos sucede esa forma de percibir la realidad es porque tenemos miedo de no poder superar aquello que tememos y puede que suceda. Entonces comencé a plantearme la idea de decirme a mi misma que “pasará lo que tenga que pasar, y todo para algo excepcional”.




Todos tenemos planes. Yo misma tengo metas increíbles, pero cuando valoras tu vida bajo este lema percibes en realidad las grandes oportunidades que ésta tiene para darte. Y tus planes se convierten en poco en comparación.


Hay algo que ahora me llevo y es que las expectativas detienen la energía y nos enfocan en realidad en tan solo un par de caminos u opciones. Estas posibilidades además, suelen ya estar en tu mente. Tu energía se bloquea entonces pensando únicamente el “cómo” en lugar del “para qué.”


Siempre estaba esperando algo. Mi mente creaba una cadena de eventos que yo quería que pasaran en mi vida, y por lo tanto mi cabeza siempre estaba trabajando bajo presión para seguir cumpliendo con mis expectativas y no olvidarme de nada. Mi cuerpo estaba siempre en completo funcionamiento preguntándome qué tenia que suceder y que cosas podía llevar a cabo para conseguir aquello que ansiaba.

Y todo porque no sabía a ciencia cierta cómo lograr aquello que estaba esperando de mí misma. Pero ¿sabes lo más gracioso? Cuando dejaba de pensar en esa cadena mecánica, comenzaban a suceder respuestas e ideas excepcionales que me permitían conseguir las cosas de forma más simple y disfrutando.


Me cansaba física y emocionalmente en exceso cuando me proponía algo por todo lo anterior. Era como prepararme para una maratón que me decepcionaba y se llevaba un cachito de mi vida. Y es paradójico: lo que más deseaba se llevaba durante el proceso para conseguirlo parte de mi energía vital. Incongruente, ¿no crees?


Después de cuadrar todos los puntos anteriores en mi mente, y llegar al acuerdo con ella de qué era lo que mi alma necesitaba y corazón anhelaba, mi vida comenzó a llenarse de nuevos regalos que venían por su propia cuenta. Comencé a valorar que antes no apreciaba lo que la vida me estaba regalando, al estar continuamente buscando la respuesta a la pregunta “¿cómo lograrlo?”.


Y ahora, para finalizar, es cuando te cuento el secreto de que todo se resume en que decidí dejar de controlar mi vida y empeñarme en averiguar como iban a suceder las cosas. Que todo lo que sucede al ritmo que acontece es porque tiene su propio tiempo, inalterable y simple. Entonces es cuando podemos apreciar cómo sentir la vida y cómo fluir sin esperar nada, solo vivir y ser tú mismo verdaderamente.


La vida cambia cuando dejas de esperar. La vida cambia cuando te permites ser y empiezas a aceptar.


“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.
-Miguel de Cervantes-

Por Paula Díaz
https://twitter.com/intent/tweet?te...villosa.com/cuando-dejas-esperar-vida-cambia/
 
2 relatos para el alma


Muchas veces vivimos situaciones difíciles en las que no sabemos cómo actuar o para las que no encontramos consuelo en las personas cercanas. Repletos de dudas y sin ningún apoyo al que poder recurrir, nos sumergimos en el problema cada vez más… ¿Sabías que algunos relatos pueden ayudarte a vislumbrar la solución o a sentirte mejor?


Relatos con los que nos sintamos identificados pueden actuar como una lámpara que dé luz al problema, además de como un bálsamo para nuestra alma. A continuación, os contamos dos relatos que significan algo más que dos historias. Disfrútalos.




¿Cuánto pesa una pluma?

“Kuri era uno de los pocos habitantes de la pequeña región de Kamú. En invierno, los días se oscurecían temprano y los negros pensamientos de Kuri amanecían con el ocaso.


“No lo soporto más”, susurraba mientras emprendía el camino hacia el monasterio. Rencor, Rabia, culpa e Ira lo acompañaban desde hacía mucho tiempo, como inseparables compañeros de viaje.


-¿Qué te preocupa?, le preguntó el monje cuando Kuri le pidió ayuda.


-Últimamente me siento muy cansado. Pienso mucho, sobre todo en el pasado.


El monje comprendió al instante lo que le sucedía. Rebuscó en los cajones del escritorio y le tendió una antigua pluma de tintero.


-¿Cuánto crees que pesa esta pluma?, le preguntó.


Kuri meditó por un momento.


-2 gramos, arriesgó.


Entonces el monje le pidió que, así como estaba con su brazo extendido, sostuviera la pluma un rato más, mientras él iba a buscar el libro que indicaba su peso exacto. Le explicó que, a su vuelta, podría cambiar la respuesta si lo consideraba necesario. Kuri, aunque no comprendía qué le podría hacer cambiar de idea, no objetó frase alguna, simplemente movió la cabeza afirmativamente.




Después de cinco minutos, Kuri pensaba que mantendría su respuesta o, bueno, quizá añadiera un gramo más. Pasados veinte, el brazo le dolía considerablemente.


Cuando el monje volvió después de media hora, Kuri estaba a punto de rendirse. “No puedo más”, susurraba.


El monje se sentó frente a él y, tras hacer un gesto para que descansara, le preguntó de nuevo:


-¿Cuánto crees que pesa esta pluma?


Kuri estaba confundido.


-Al principio, creí que no pesaba apenas. Unos tres gramos. Pasado un rato, su peso pareció triplicarse y, antes de que llegaras, se me antojaba como un trozo de plomo.




-Querido Kuri, las emociones negativas son como esta pluma: si sólo las experimentas y las sueltas, no pesan prácticamente nada. En cambio, si las sostienes durante mucho tiempo, acabas por sentirlas como una losa sobre tu corazón.


Kuri recorrió el camino de regreso a paso rápido, ligero como una pluma… O bastante menos.”


El primero de estos dos relatos nos enseña que las preocupaciones y emociones negativas son perjudiciales para nuestra salud mental y física si permitimos que nos invadan durante demasiado tiempo. No tienes por qué seguir soportándolas. Supera rencores, olvida viejas ofensas. Permítete soltar todo lo que te pese y recupera la energía necesaria para ser feliz. ¡Te lo mereces!

El camino

“En aquella época, la sequía había hecho estragos y a las mujeres recolectoras les resultaba muy difícil conseguir comida para la comunidad.


Abhigya, la más anciana del grupo, había localizado un árbol de mango en la frontera, por lo que -pese a que se trataba de un peligroso camino- envió a dos jóvenes y valientes mujeres, Abhaya y Agrata, a recoger sus frutos.


Abhaya, cuyo nombre significa “sin miedo”, caminaba delante, decidida, siguiendo estrictamente las indicaciones del mapa. Agrata la acompañaba sin hacer honor a su nombre, que significa “tomar la iniciativa”.


A los pocos pasos, una tarántula picó a Abhaya. Agrata auxilió a su compañera y, aunque confirmó que no se trataba de una picadura mortal, le sugirió a Abhaya que cambiaran de camino ya que ése estaba plagado de insectos. “No, Agrata, este es el camino marcado para llegar al árbol, debemos seguirlo para poder alcanzarlo”, replicó Abhaya disimulando los calambres dolorosos que todavía le provocaba la picadura.


Las jóvenes prosiguieron la marcha a buen ritmo, hasta que Abhaya se rozó con una ortiga. Agrata ayudó a su compañera extrayendo jugo de las mismas ortigas y extendiéndolo sobre su sarpullido. “Vamos a probar otro camino, Abhaya, uno sin ortigas”, propuso de nuevo Agrata. Abhaya se negó, volvió a recordarle que aquélla era la ruta que les llevaba al árbol.


Después de otras cuantas calamidades y la testarudez de Abhaya en su empeño por seguir el mapa, llegaron al árbol de mango. Abhaya estaba agotada y malherida. Agrata se ofreció para cargar con la cesta, a condición de que volvieran por otro camino. Abhaya, casi sin fuerzas, aceptó.


La vuelta se desarrolló sin incidentes, el camino que Agrata iba eligiendo las recibía acogedor, libre de insectos y ortigas. Cuando por fin le entregaron la cesta de mangos a Abhigya, ésta les preguntó:


-¿Qué habéis aprendido hoy?


-La terquedad y la rigidez pueden ser peligrosas, respondió Abhaya.


-Quien dibujó el mapa nunca había ido a coger mangos de ese árbol, respondió Agrata.


El segundo de los relatos para el alma nos muestra cómo a veces nos empeñamos en obedecer sin cuestionar lo que es mejor para nosotros o en seguir de forma estricta el camino que creímos correcto aunque nos haga sufrir, sin permitirnos considerar otras opciones o los consejos de quienes nos quieren.

Ser flexibles y asertivos, aceptar que nos hemos equivocado, permitirnos cambiar de idea, probar nuevos caminos así como aceptar ayuda y tener en cuenta los consejos de los demás puede ayudarnos a alcanzar nuestro objetivo sin padecimientos. Haz la prueba.

Por Mar Pastor
 
Las emociones inútiles: culpabilidad y preocupación


Nuestra vida está rodeada de culpabilidad y preocupación, dos emociones que no nos aportan nada bueno, pero a las que le damos más importancia de la que deberíamos.


Solemos sentirnos culpables por cosas que hemos hecho. Cosas con las que no nos sentimos conformes con los resultados que han tenido. Paralelamente, nos preocupamos por aquello que podríamos hacer, pero no hacemos, ya sea por miedo o falta de acción.




“La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento”
-San Bernardo de Claraval-

Pero, ¿sabes realmente qué es lo que pierdes al darle importancia a estas dos emociones?


Sabemos que es algo que no podemos evitar, pero ser consciente de lo mucho que perdemos preocupándonos en darles un primer lugar nos puede ayudar a verlas como realmente son: emociones inútiles.


Las emociones inútiles te inmovilizan

Tanto la culpabilidad como la preocupación son dos emociones cuyas consecuencias te inmovilizan, mientras provocan que pierdas el tiempo brindándoles una atención que no merecen.


La primera, la culpabilidad, provoca que pierdas tus momentos presentes pensando en aquello por lo que te culpabilizas, perdiendo el tiempo pensando en algo que ya está hecho y no tiene solución.


En cambio, la segunda, la preocupación ocasiona que te quedes inmóvil, parado, mientras piensas en un futuro que aún no ha llegado, pero que te preocupa.


Sentirte mal o preocuparte no cambiará nada que haya pasado ni lo que esté por venir



Pero, ¿por qué le damos tanta importancia a estas dos emociones? Ahora que somos conscientes de que no nos aportan nada, ¿por qué aún así si les brindamos tanta importancia?


Todas las personas que están a nuestro alrededor viven alrededor de estas dos emociones. Es fácil ver a personas deprimidas y pesimistas que continuamente se culpabilizan y se preocupan por cosas que han hecho o que aún no han sido.





Probablemente, tú no eres una excepción dentro de este grupo. Por eso, es necesario que identifiques estas dos emociones, las elimines y, de esta manera, puedas evitar las consecuencias que puedan tener como, por ejemplo, la angustia.




La angustia es una de las formas que tiene la culpabilidad y la preocupación de manifestarse. De esta manera, te sentirás abatido y molesto a la vez que obsesionado por algo que ha sucedido o que puede suceder.


Aprende lecciones de pasado, redirige tu futuro

Una vez que hemos identificado estas emociones en nosotros, que somos conscientes de cómo nos hacen sentir y de que no nos sirven más que para generarnos angustia, es el momento de ponerles solución.


Debemos ver la culpabilidad no como algo que nos atormente, sino como una oportunidad de aprender de un error que hemos cometido. Esto nos ayudará a no volver a caer en lo mismo, a progresar y seguir para delante en nuestra vida.


Piensa que nadie está libre de culpa. Todos, en algún momento, cometemos errores. Pero, ¡no pienses que es negativo! En absoluto.


Cometer errores nos hace mejores personas, siempre y cuando los veamos como una oportunidad de desarrollo personal, como una oportunidad de crecimiento.





En cuanto a la preocupación, estar obsesionados por lo que puede pasar en el futuro realmente no nos aporta nada. Cuando llegue el momento, debemos actuar y lo que tenga que pasar pasará.


Pensar en qué puede ocurrir antes de tiempo es inútil, porque quizás cuando llegue el momento todo suceda de una manera que no te esperabas. Esto puede ser positivo o negativo. Seguro que te viene a la mente algún momento en el que nada salió como pretendías o pensabas.


El pasado no se puede modificar, el futuro es algo que aún está por llegar
https://twitter.com/intent/tweet?te...emociones-inutiles-culpabilidad-preocupacion/
Con todo esto, estamos preparados para enfrentar nuestro pasado y nuestro futuro de una manera diferente. Nadie dice que no puedas sentir estas emociones, pero sí aprender de ellas.


Somos seres emocionales que debemos aprender a manejar todo aquello que sentimos en nuestro favor. Hasta lo más negativo puede ser una oportunidad para aprender y ser mejores personas.


No te cierres ni te angusties culpándote y preocupándote por cosas que ya no está de tu mano cambiarlas. Lo que ya sucedió no se puede cambiar y lo que puede venir es algo que no sabremos nunca qué será, hasta que suceda de verdad.


Por Raquel Lemos Rodríguez



 

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