Autoestima y otros temas de psicología

Nadie me hará creer que no merezco lo que quiero



Hay un dicho oriental que dice que es peligroso desear algo porque todo lo que se desea puede hacerse realidad. Yo no sé si esto es así, lo que sé es que no dejaré que nadie me haga creer que no puedo conseguir aquello que deseo y, mucho menos, que no me lo merezco.


Tenemos que saber quiénes somos y qué queremos ser, dado que es necesario saberlo para comenzar a construirnos desde ahí. Parece un enigma fácil, pero es muy complicado llegar a conocer qué queremos hacer con nuestra vida y ponerlo en práctica. Sin embargo, lograrlo implica saber dónde queremos ir y, al saberlo, lo que nos merecemos llegará solo.




“Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto.”
-Película: En busca de la felicidad-

Solo yo sé lo que me merezco
Nadie me va a conocer mejor de lo que pueda llegar a conocerme yo: soy yo quién sabe qué he vivido y cómo lo he hecho
. Esta es la razón por la que, además, siempre pido que no me juzguen, porque las experiencias por las que he pasado son únicas y propias hasta llegar hasta dónde estoy.

Cuando consigues conocerte a ti mismo comienzas a establecer tus prioridades y a actuar conforme a ellas, marcas los límites y te descubres sabiéndote feliz con unas cosas e incómodo con otras. Es a partir de este momento cuando, además, sabes qué tienes que permitirte para disfrutar al máximo de tu vida y, cuando te permites lo que te mereces, atraes lo que necesitas.

Necesito lo que me merezco y solo puedo tenerlo por mí misma dándome la oportunidad de creer en ello. No quiero a nadie en mi vida que me haga creer que no merezco lo que necesito o que no estoy a la altura de ello. Quiero disfrutar de lo que deseo y lo que agradezco tener.

Merezco lo que quiero
Es probable que muchas veces hayas visto tu autoestima baja porque te han hecho creer que era así como tenías que verte o, incluso, cabe la posibilidad de que sin proponérselo también lo hayan conseguido. Sin embargo, cuanto antes aprendamos a darnos permiso para ser todo lo que podamos ser y lo queramos, antes nos sentiremos bien con lo que hacemos.


Ante situaciones malas seguro que hemos oído mil veces frases como: con lo que he hecho no me merezco esto, no necesito pasar por esto, no he hecho nada para que ocurra lo que está ocurriendo, etc. Pero, y si la cuestión es: ¿dónde tengo que poner el límite entre el aprendizaje y el dolor excesivo?

Siempre he pensado que es más beneficioso mirar las situaciones desde el punto de vista de lo que estamos permitiendo: si permitimos que algo que creemos no merecer nos desgaste, estamos apoyando la idea de merecerlo; y, todos estamos aquí para garantizar que hemos vivido cada día cómo queríamos hacerlo.

Si me hace feliz, es para mí
Yo no me conformo con algo que no creo suficiente, no me quedo con menos de lo que de verdad pienso que me merezco: no es que quiera lo más bonito del mundo, quiero aquello y aquellas personas que hagan más bonito mi mundo. No necesito a alguien que me haga sentir lo contrario.

Es cierto que a veces estamos ciegos y no vemos más allá de la superficie. Por ejemplo, puede que hayas estado en una relación de pareja que la gente que tenías alrededor no aceptaba porque pensaba que no te la merecías.

En esos casos nos encerramos en nosotros mismos y no queremos escuchar cuando, muchas veces, deberíamos hacerlo porque si nos quieren querrán lo mejor para nosotros. Otras veces, la envidia puede estar jugando su papel en estas situaciones.


“Y sé feliz.

Pero no por alguien.

Tampoco por algo.

Quizás con alguien.

Nada de eso;

sé feliz porque al fin y al cabo es lo que te mereces.”

-Loreto Sesma-


Ante todo tengo que pensar en que lo importante es que me haga feliz, para que los que estén a mi alrededor también lo estén. Si me hace feliz es para mí, me lo merezco y tengo que luchar por ello.

Por Cristina Medina Gomez
 
Los 3 mejores alimentos para tu amor propio

La falta de amor propio está en la base de la mayoría de los sentimientos de malestar. También es la fuente de infinidad de conflictos y malas decisiones en la vida. Se trata de una carencia que conduce a realizar un sinfín de acciones erráticas, como tratar permanentemente de probarte o de probar a los demás, buscar afanosamente la aprobación o convertir los afectos en un campo de batalla.


El amor descansa sobre tres pilares principalmente: el respeto, el cuidado y el conocimiento. El respeto implica aceptación y valoración. Si respetas algo, esto se traduce en que no necesitas estar todo el tiempo cuestionándolo, criticándolo o tratando de modificarlo. Simplemente aceptas que es como es y toleras que sea de ese modo. En otras palabras, lo reafirmas.




En cuanto al cuidado, significa que te relacionas con aquello que amas de una manera que promueva su crecimiento y su conservación. Tanto el respeto como el cuidado están estrechamente relacionados con el conocimiento: no puedes respetar aquello que no conoces, ni puedes cuidarlo y ayudarlo a crecer si no sabes hacia dónde tiende su evolución.


“Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida”
-Oscar Wilde-

Cuando hay amor propio, también hay respeto por uno mismo, auto cuidado en el sentido más amplio de ese concepto, y auto conocimiento. Cuando no lo hay, se navega en la incertidumbre de no saber quién es uno mismo, ni hacia dónde se dirige. También se duda de los pensamientos, los sentimientos y las acciones: cuestionas duramente tus errores y sientes que deberías ser otro para poder vivir bien. Es, en suma, como vivir una tormenta interior que no cesa. Cuando ese es el caso, es hora de alimentar el amor propio. Enseguida te damos 3 acciones clave para que lo logres.

Aprender a verte con bondad para alimentar el amor propio

Es probable que en algún punto de tu vida te hayas convencido de que “hay algo malo” en ti. Tal vez te educaron de una manera en la que siempre estaban muy pendientes de tus errores o los enfatizaban exageradamente. Por eso es posible que te hayas acostumbrado a mirarte desde esa óptica: destacando tus equivocaciones y minimizando tus esfuerzos y tus logros.


Es importante que conozcas un secreto: una señal inequívoca de la falta de amor propio es precisamente esa necesidad, no solo de criticarse a sí mismo, sino también de cuestionar y descalificar a otros. Así que a quien te señaló, o te está señalando con el dedo, no se la va muy bien consigo mismo.


Aprende a superar ese condicionamiento. Rompe la cadena de pensamientos que te llevan a descalificarte una y otra vez. Esta es la tarea: por cada error o defecto que te encuentres, debes hallar dos virtudes. Intenta mirarte con bondad y así aprenderás a quererte.


Esforzarte por ser mejor incrementa tu amor propio

Todos somos dignos de respeto y de valoración, solamente por pertenecer a la raza humana. Nunca olvides esto. Tampoco olvides que la manera más sana de otorgarle valor a lo que haces es el esfuerzo consciente.




El esfuerzo es un potente alimento del amor propio. Sin que apenas lo percibas, te otorga un sentimiento de dignidad que se traduce en respeto por lo que eres y por lo que haces. Cuando tomas el camino fácil, imperceptiblemente ocurre lo contrario: desvalorizas lo que obtienes y, con ello, lo que eres.

Esfuerzo no significa ir en contra de tus propios deseos ni violentarte para alcanzar tus metas. Se refiere más bien al empeño que pones en lo que haces libremente, para que quede bien hecho y completo. Puede exigirte que pongas en juego tu voluntad en algún punto, pero al mismo tiempo te recompensa con un sentimiento creciente de amor propio.


Entender a quienes te minusvaloran

Nunca vas a poder ser feliz, ni estar a gusto contigo mismo, si mantienes una fuerte dependencia hacia la opinión de otros. No es que alguien específicamente quiera hacerte daño con sus opiniones (aunque a veces ocurre), sino que difícilmente un juicio sobre ti es lo suficientemente elaborado como para tenerlo en cuenta.


¿Crees que los demás se toman horas y horas para reflexionar sobre ti antes de emitir una opinión sobre quién eres? Seguro que no es así. Muchos actúan mecánicamente y dictan frases a la ligera. Para que una crítica sea tenida en cuenta, debería ser muy detallada y profunda.


Piensa que quizás no estás satisfaciendo las necesidades o las opiniones de esa persona, y por eso te cuestiona. Finalmente, el problema es más de esa persona que tuyo. Tu tarea en la vida no es ajustarte a lo que otros desean, sino hacer tu propio camino. Ese sendero y ese proceso son únicos y muchas veces no van a complacer a los demás. Es una buena idea que seas consciente de que eso es normal y de que a todos nos pasa.

Precisamente una de las consecuencias del amor propio es que genera aceptación y aprecio en los demás. Quien se quiere a sí mismo, suscita un respeto natural y una valoración en quienes le rodean. Quererte es una tarea que debes emprender y que te dará más satisfacciones que cualquier otra que emprendas en la vida.

Por Edith Sánchez
 
El síndrome de Lucio: el condicionamiento adoptado




Lucio es el protagonista del experimento que da nombre al síndrome. Su comportamiento en dicha investigación fue el punto de partida para lo que se conoce actualmente con el nombre de “síndrome de Lucio”. Pero, ¿qué nos enseña este pez pequeñín?


Tenemos más de Lucio de lo que pensamos. Aunque no vivamos en el agua ni tengamos branquias, podremos sentirnos identificados con él cuando conozcamos su historia. Además, probablemente, conocer el síndrome de Lucio nos hará reflexionar sobre nuestro comportamiento o pensamiento ante ciertas situaciones.






Síndrome de Lucio: el experimento

Durante esta prueba nuestro amigo dejó una gran enseñanza a los científicos y psicólogos. Posteriormente se comparó con lo que hacemos los seres humanos. Al parecer, la forma de actuar de un pez y de una persona tiene más puntos en común de lo que parece.

El experimento que dio lugar al síndrome de Lucio fue muy simple: se colocó al pez en cuestión en una pecera dividida en dos partes por un cristal trasparente. En un lado estaba él y en el otro su comida (unas carpas pequeñas).

Lo primero que hizo Lucio fue intentar almorzar ese banquete que tenía frente a sus ojos. Pero cuando estaba llegando a la presa chocó contra el vidrio.




Intentó una y otra vez hasta que se dio por vencido y cambió de dirección nadando en su porción de pecera. Los investigadores retiraron el cristal, pero Lucio se siguió comportando como si existiera y no intentó de nuevo acceder a al comida, permaneciendo en su lado de la pecera.


¿Por qué? Porque su experiencia lo había condicionado y estaba seguro de que no había manera de acceder a ellos.


Síndrome de Lucio aplicado a las personas

Algo parecido a lo que le sucede a Lucio le ocurre al elefante del famoso cuento de Jorge Bucay. Este elefante es encadenado cuando es pequeño. Unas cadenas que en ese momento no le permiten escapar, sin embargo, cuando crece se quedan débiles frente a su nueva fuerza y aún así no vuelve a intentar escapar. Algo así nos pasa a menudo.




Cuando pensamos que hay algo que no podemos llevar a cabo porque la experiencia previa nos lo ha dicho, dejamos de intentarlo.

A pesar de que las condiciones cambien, de que crezcamos y de que adquiramos nuevas habilidades no lo volvemos a intentar porque en nuestra experiencia reside el recuerdo de que fracasaremos.


Si creemos que contamos con toda la información completa sobre una situación, pero no podemos completar nuestra misión, presentamos el síndrome de Lucio. Aceptamos esa incapacidad que hemos adquirido gracias a nuestra experiencia previa. Si algo no funcionó en el pasado, creemos que pasará lo mismo en el presente o futuro.


Nos negamos a buscar o considerar otras opciones o perspectivas, bajamos la cabeza y nos rendimos, plantamos bandera blanca sin volverlo a intentar porque ya lo hemos hecho y no conseguimos buenos resultados.


Ya sea por aprendizajes familiares, experiencias personales o información errónea que hemos recopilado, podemos actuar como Lucio y no volver a intentarlo de nuevo.


Haz un nuevo esfuerzo

Cada vez que digas “ya lo he intentado lo suficiente” o “no hay nada más que pueda hacer”, piénsalo de nuevo. Puede que la situación haya cambiado y que alguien o tú mismo haya retirado el cristal que te separa de tu objetivo. Ponte a analizar qué te ha faltado hacer y ve a por ello.

No olvides que el cambio y la trasformación es mucho más común que lo constante y lo permanente: tus necesidades, tus habilidades, tu futuro, tus expectativas… Si hoy no ha sido posible, inténtalo mañana o el próximo mes. No bajes los brazos ni sufras durante el proceso, mejor aprovecha para aprender de él.

Que nada ni nadie te condicione y cambie tus creencias y pensamientos. Ni siquiera tu tienes el derecho de hacerlo. Piensa en Lucio la próxima vez que haya una tarea demasiado difícil a la que debas enfrentarte… pero no actúes como él.

Busca la manera de salir airoso aunque te cueste tiempo, energía y recursos. La recompensa de lograr tu meta es suficiente para intentarlo una vez más.

Por Yamila Papa



 
Tú eres el creador de tu realidad


¿Sabes qué es la realidad, lo que es verdad y lo que es mentira en este mundo de experiencias?


Como expuso Inmanuel Kant “Solo podemos conocer a priori de las cosas aquello que antes hemos puesto en ellas”. Kant con esta afirmación hace un giro copernicano, una revolución que supone un cambio de perspectiva, donde no existe la realidad en sí misma, puesto que cada sujeto es activo y transforma la realidad conforme a su propia experiencia.




Kant menciona que el conocimiento solo podemos comprenderlo a priori si admitimos que solo conocemos los fenómenos y no las cosas en sí mismas.


Gracias a la aportación revolucionaria de Kant, entendemos que somos sujetos activos en nuestra propia experiencia. No existe una realidad única que nos influya como sujetos pasivos, por lo que no somos esclavos de nuestras circunstancias.


Somos creadores de nuestra experiencia

Somos dueños y responsables de lo que nos sucede por ende toda experiencia es una repercusión, una devolución de nuestros pensamientos, de nuestro estado emocional y de la actitud que decidimos tomar en cada momento.


Seguramente habréis tenido la ocasión de experimentar que dependiendo de lo receptivos que nos encontremos, atraemos a nuestra vida situaciones más beneficiosas o perjudiciales. Dependiendo del grado de apertura y de dónde estamos poniendo el foco de atención conseguiremos atraer experiencias que estén en consonancia con la energía que estamos poniendo en nuestro ambiente.

Esto sucede también a nivel interno, nos debilitamos y contraemos enfermedades más fácilmente si nuestros pensamientos nos llevan a creer que somos títeres de las circunstancias y que nada podemos hacer ante ellas.


Cuando existe una sucesión continua de experiencias desagradables, no significa que la vida se haya puesto en nuestra contra; más bien significa que de alguna forma estamos boicoteando nuestra experiencia, a través de la energía que movilizamos con nuestros pensamientos y nuestros actos.




No existen las malas o buenas experiencias, existen tan solo las experiencias que cada persona bajo las mismas circunstancias podrá darle múltiples significados diferentes, sacar diversos aprendizajes y salir adelante de un forma reforzada, o anclarse en lo sucedido y autodestruirse poco a poco.


No somos esclavos de nuestro pensamiento ni de nuestras emociones

A diferencia de lo que muchas personas puedan creer, podemos controlar nuestros pensamientos y podemos entregarnos a nuestras emociones para que no se estanquen.


El pensamiento queda muchas veces arraigado a lo que está acostumbrado, nuestras redes neuronales se fortalecen y de forma automática se activan generando pensamientos desagradables ante cualquier situación, si hemos reforzado esta actitud.


En el momento que no nos hacemos conscientes de esto, acabamos siendo esclavos de lo que pensamos, creyendo que no hay forma de salir de nuestros pensamientos que nos generan malestar, y nos llevan a realizar acciones que confirman el estado de nuestra actitud.




No empleamos la energía suficiente hacia lo que queremos conseguir, por lo que obtenemos resultados frustrantes, y a continuación nos preguntamos ¿por qué nunca consigo lo que quiero? ¿Por qué todo lo malo siempre me pasa a mí?

Y nos enganchamos a ese círculo vicioso creándonos una mayor impotencia, que no es debida a las propias circunstancias en sí, sino a cómo nosotros hemos respondido ante la situación y cómo nos hemos entregado a ella.


Tomando conciencia de que creamos nuestra propia realidad, y no somos unos títeres de las circunstancias, es la única forma de cambiar el pensamiento y modificarlo; en el propio momento en el que nos damos cuenta que una vez más nos estamos boicoteando.


Solo nosotros podemos cambiar eso, la realidad en cómo vemos las cosas y cómo se nos presentan. El estado emocional, a su vez, también se adaptará en función a cómo entendemos cada una de nuestras experiencias, cómo las vivimos y asimilamos incorporándolas en nuestro aprendizaje.


Porque tampoco hay emociones buenas o malas, simplemente reacciones necesarias ante lo que experimentamos. Son indicadores de lo que nos ocurre, y atenderlas nos ayuda a un mayor conocimiento hacia nosotros mismos.


Sintiendo, las emociones se liberan, fluye la energía dejando paso así a sentir las nuevas experiencias.


Cuando nos aferramos a taponar una de las emociones por no querer sentirla, considerándola como inapropiada o negativa. Estamos dándole una mayor fuerza, aumentando su intensidad y contagiando a las demás emociones, de tal forma que se produce un desequilibrio.


Construimos nuestra realidad, le damos forma, somos los propios arquitectos de nuestra experiencia, ¿estás dispuesto/a a asumir la responsabilidad?


Seas consciente o no, tú eres el creador de tu realidad y de tu propia experiencia, que se desarrolla como una respuesta a los pensamientos y emociones que has puesto en marcha.

Por Rafa Aragón

 
La amistad, ese vínculo afectivo que nos une a otras personas



Tienes un problema y parece que el mundo se desmorona a tu alrededor. Sientes la necesidad imperiosa de hablar con alguien, pero no con cualquiera. Descuelgas el teléfono, marcas un número y después de unos minutos te sientes mucho mejor. Así es la amistad, una persona a veces a cientos de kilómetros de distancia que escucha lo que te pasa, te ha dice lo que opina y te reconforta.


La amistad es una bonita palabra y mejor sentimiento. Es ese lazo invisible que nos une a otros. Un vínculo de afecto que nace con personas que se cruzan en nuestro camino y, de manera casi mágica, se convierten en seres imprescindibles en nuestra vida. Es una relación entre iguales que nos otorga la satisfacción de compartir experiencias, sentirnos seguros y confiar en alguien sin fisuras.




“Una de las más bellas cualidades de la verdadera amistad es entender y ser entendido.”


-Séneca-


Existen varios tipos de "amigos" y, por tanto, de amistad. Centrémonos en la amistad verdadera. En esa que ni se impone, ni se programa. Esa amistad se construye poco a poco, a base esfuerzo y dedicación mutua. Con el paso del tiempo, esta relación crea un vínculo tan fuerte capaz de mantenerse y prolongarse en el tiempo.


Valores que cimientan la amistad

Nos refugiamos en nuestros amigos para que nos ayuden en nuestros problemas. Escuchamos sus consejos, porque no nos juzgan, no nos dicen lo que queremos oír, sino lo que es mejor para nosotros. Les confiamos nuestros secretos, nuestras inquietudes y nuestros proyectos. También son a quienes recurrimos para hacerles partícipes de nuestras alegrías.

Una verdadera amistad no entiende de distancia, de horarios, ni tiene fecha de caducidad. Es una relación donde buscamos y ofrecemos apoyo mutuo. Un buen amigo nunca anula al otro, sino que lo ayuda a superarse.


La amistad se basa en la empatía, es decir, la capacidad de comprender y ponerse en la piel de la otra persona, de sufrir y alegrarse con ella. Es un vínculo que nos capacita para “dividir las penas y multiplicar las alegrías”.


Una relación sana y constructiva se cimienta en valores tales como la sinceridad, la compresión, el afecto mutuo, el respeto, la comunicación, la entrega, la preocupación por el otro, la confianza sin límites, la paciencia, la capacidad de escuchar y el saber perdonar. La coherencia, la flexibilidad, la generosidad, el agradecimiento y la lealtad son otros valores a tener en cuenta para consolidar una relación de amistad.


“Ser honesto no puede hacerte conseguir un montón de amigos, pero siempre te hace obtener los correctos.”




-John Lennon-


Los beneficios de la amistad

Nuestra condición de seres sociales es lo que nos crea la necesidad, casi imperiosa, de establecer relaciones y vínculos con otras personas. La amistad, por tanto, es importante en la vida de una persona por lo que aporta a nivel emocional. Dice el refrán que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro” y no le falta razón.

Sentirse querido por alguien con quien no tenemos lazos de sangre, nos da satisfacción y apoyo emocional. Este vínculo fortalece nuestra autoestima y el placer de sentirnos acompañados. Además, nos otorga la confianza y seguridad de contar con el respaldo de alguien en los momentos difíciles.


Sin duda, tener amigos verdaderos favorece a nuestra autoestima y nos hace sentir que pertenecemos a un grupo. En ocasiones, podemos sentirnos desvinculados de los demás por no tener cosas en común. Esto no ocurre con los amigos. Compartimos momentos, pensamientos, experiencias… Todo eso nos hace sentir en consonancia.


“Un verdadero amigo es aquel que se acerca a ti cuando el resto del mundo te abandona.”


-Walter Winchell-


Asimismo, poder compartir las experiencias con los demás y que estos también compartan las suyas nos da un enriquecimiento del que no somos conscientes. Podemos aprender mucho de lo que les ocurre a los demás y ellos, por su parte, de lo que nos sucede a nosotros. Por eso, hay que aprender a valorar a los verdaderos amigos. Aunque también hay que alejarse de aquellos que no nos convienen.

Por Marian García
 
Dependencia psicológica: primera parte

Una tarde apacible de verano, ver llover sobre las plantas, en la galería de la casa. Caminar descalzo sobre el césped recién cortado. Sentarse a comer ese plato favorito en la compañía deseada. Deslizarse con el auto por la carretera escuchando la música de mi juventud. La dulce e intensa intimidad de una noche amorosa que se demora hasta el amanecer. El sobresalto al leer, ensimismado, viajando en el metro, el remate rotundo de ese poema de Borges. El aroma del café, que está siendo preparado para mí, percibido apenas, mientras no acabo de remolonear en la cama.


Experiencias de placer. Momentos ajenos al dolor y al deber, guardados por la memoria como representantes de la felicidad. Hay quien asegura que la felicidad es eso, un registro de la memoria: nos damos cuenta que hemos sido felices.
Detenerse en el placer, demorarlo, anticiparlo, provocarlo, intentar repetirlo, ¿qué tiene eso de malo? O es acaso que debiéramos procurarnos el dolor, eso que la vida trae sola y sin ayuda. O sólo atender al deber y la obligación, acreditando activos en una cuenta, que vaya a saber cuándo y en qué condiciones pasaremos a cobrar.


Es fácil evocar en casi cualquier persona la experiencia del placer a partir de los ejemplos que imaginamos más arriba, todos ellos tienen algo de universales. No obstante el placer nos llega muchas veces por vericuetos enrevesados. Si lo observamos detenidamente veremos que muchísimas cosas y situaciones nos pueden provocar placer, y, con el debido adiestramiento, casi todo puede llegar a ser placentero, hasta el sufrimiento mismo, hasta lo destructivo.


¿Cómo es esto posible?


Se trata de uno de los problemas más complejos que ha enfrentado la Psicología desde sus inicios, y resolverlo, aún parcialmente, ha desvelado a muchos estudiosos, hasta el día de hoy. Hay cosas que nos gustan, y que además nos gusta que nos gusten. Los atardeceres sobre el mar por ejemplo. Nos gusta reconocernos y ser reconocidos como personas sensibles, capaces de conmoverse por los matices del naranja y el rojo del sol hundiéndose en el mar. Hay cosas que no nos gustan, pero nos gustaría que nos gustasen, la música contemporánea podría ser el caso. Eso nos mostraría como personas cultas, de intereses estéticos diversos, capaces de encontrar la belleza donde todos hallan ruidos incomprensibles. Hay cosas que nos gustan, a veces muchísimo, pero no nos gusta que nos gusten, como ese programa chabacano de la TV, o hurgarnos con la lengua la oquedad de una muela. Demuestra que tenemos aspectos que juzgamos tontos u ordinarios y no nos gusta mostrarlos. Mantenemos así, una colección privada de placeres secretos, casi nunca compartidos. Vemos entonces, que la relación con nuestro placer es a veces armónica y a veces conflictiva. Muchas veces no acuerdo con ese placer intenso que siento surgir desde una profundidad en mí que no quiero reconocer como propia.


Hay también en el placer un elemento que debemos considerar, y es lo que llamábamos antes el adiestramiento o la educación para el placer. A todos nos gusta espontáneamente, desde niños, lo dulce, pero los sabores amargos o ácidos de algunas bebidas o alimentos, debemos aprender a gustarlos, probándolos de a poco, hasta que logramos apreciarlos intensamente. Puede suceder que algo llegue a gustarnos sólo después de un largo aprendizaje que incluye un gran esfuerzo, emprendido tan sólo porque estamos convencidos que aquello es algo bueno, bello o muy nutritivo. Por ejemplo, disfrutar de poder correr diez kilómetros, o de tocar la serie completa del Clave Bien Temperado de Bach. Curiosamente, también puedo entrenarme, con gran ahínco, para encontrar placer en producirme pequeños cortes con una navaja en el antebrazo, si tengo éxito los cortes serán cada vez mayores. ¿En qué momento de mi historia y bajo cuáles circunstancias logré anudar el goce con esa actitud autodestructiva? Difícil saberlo, pero es harto frecuente hallar situaciones humanas en las cuales el placer, el dolor y la autodestrucción se hallan entretejidas en una trama de apariencia indisoluble. El placer es “hacia la vida” en algunos de nuestros ejemplos, y “hacia la muerte” en otros. Parece ser, entonces, que sólo el placer, él y por sí mismo, si bien necesario, no es suficiente para informarnos acerca de aquello, que a falta de una expresión mejor, llamaremos “lo bueno de la vida”.


La psicología nos ha enseñado, desde hace mucho tiempo, que existe una tendencia espontánea y universal en nuestro psiquismo que alimenta la esperanza ilusoria de mantener estables e indefinidamente prolongados en el tiempo, estados carentes de conflictos y por lo tanto de sufrimiento. Estados en los cuales todos nuestros deseos pueden cumplirse sin generar desacuerdos ni confrontaciones de ningún tipo. Esta fantasía infantil, anidada en lo profundo de nuestra mente inconsciente, se resiste a incluir la alternancia entre placer y dolor como una regla básica del estatuto de la existencia humana. Llevar esta convicción al extremo, suele conducir a las personas a atrincherarse en las mil variantes de los paraísos artificiales, algunas más peligrosas que otras. Al cabo, el dolor que se intentó evitar, irrumpe multiplicado e inmanejable. Esta creencia, a todas vistas un poco loca, forma parte de la raíz y naturaleza de nuestro ego. Han sido las psicologías derivadas del pensamiento de algunas de las culturas de Oriente quienes mejor nos han señalado la vía de salida de esta trampa ilusoria, al enseñarnos que tanto el placer como el dolor son experiencias alternantes e impermanentes, que deben ser transitadas (no descartadas sino trascendidas) para alcanzar la verdadera naturaleza de nuestro ser.


Los seres humanos somos muy complejos. Si nos comparamos con nuestros hermanos los animales, esa complejidad de nuestro funcionamiento mental y de nuestro comportamiento la vemos proviniendo de una mayor complejidad en el desarrollo cerebral. A medida que esa complejidad fue desplegándose en el comportamiento y en la cultura, la satisfacción de las necesidades y la obtención de placer fue haciéndose cada vez más sofisticada y comenzó a alejarse de los primitivos objetos y situaciones capaces de proporcionar satisfacción. Así es como el puro hambre biológico dio lugar a los diversos y refinados apetitos satisfechos por el arte culinario, o como el ritmo de la actividad sexual dejó de estar marcado por el celo y la necesidad reproductiva, para devenir en un fin en sí mismo, en el cual la necesidad a satisfacer es la obtención de placer misma. Accedemos así entonces, a lo que Foucault llama el uso de los placeres. La palabra uso, alude a la posibilidad de acceder al placer en la misma forma en que uno lo hace a cualquier instrumento que esta allí para ser utilizado, según mi necesidad y conveniencia: un destornillador, un CD, un automóvil o un software. Semejante posibilidad de manejo del placer implica una verdadera revolución en la historia de los seres vivos, y es exclusivamente humana. Se originan así entonces una nueva serie de problemas y preocupaciones acerca de cuáles son las mejores maneras de administrar y regular ese poder sobre el placer, ya que, tempranamente se advierte que, librado a su antojo puede resultar nocivo. Todas las religiones, sistemas morales e ideologías, cada una en su momento, han tenido algo para decir sobre este espinoso asunto.


Es importante que aclaremos que cuando hablamos de uso en cuestiones referidas a la conducta humana, surge la posibilidad de considerar el pasaje al abuso y a la dependencia. Es así que uso, abuso y dependencia representan un tríptico de progresivos pasos posibles en la relación de los seres humanos con la búsqueda y administración del placer, y (¡a no olvidarlo!) con la evitación del dolor.

Las situaciones de dependencia quedan establecidas cuando la persona comienza a vivir por y para el objeto de su placer. El hombre, a lo largo de la evolución histórica, ha tenido acceso a operar en forma, a veces directa y a veces mediatizada, sobre lo que conocemos hoy en día, desde la neurobiología, como circuitos de recompensa. Los circuitos de recompensa son conexiones estables de nuestro cerebro, cuya activación produce vivencia de placer. Su funcionamiento, aunque no las consecuencias del mismo, permanece por debajo del nivel de la conciencia. Las sustancias desde antiguo conocidas como adictivas (cocaína, heroína, marihuana, etc.) producen (con algunas diferencias) la puesta en marcha de estos circuitos. El uso sostenido de las mismas desarrolla (con variaciones entre las diferentes sustancias) tolerancia (necesidad de aumentar la dosis para obtener igual efecto) y dependencia. La dependencia es algunas veces psicológica (necesidad impostergable de volver a vivir la sensación placentera) y otras veces, además de psicológica, física, ya que las sustancias en cuestión pasan a formar parte del propio metabolismo cerebral, no pudiendo ser interrumpida bruscamente su administración, sino a costo de provocar intensísimos síntomas desagradables, que a veces pueden poner en riesgo la vida (síndrome de abstinencia). Cuando se llega a ese punto el tejido nervioso ya no puede trabajar en ausencia de la sustancia extraña, iniciándose un proceso de deterioro progresivo. Es conocido el experimento hecho en ratas de laboratorio que ilustra la situación. Se implantan electrodos en el cerebro del roedor que al ser activados producen el efecto placentero. Se le enseña al animal a activarlos mediante una palanca que puede accionar con la pata. Llegados a este punto los animales se autoestimulan interminablemente. Dejan de comer y beber y mueren exhaustos. La activación antojadiza de estos circuitos de recompensa es un ejemplo inmejorable de aquella situación humana inmortalizada en la historia del aprendiz de brujo. Un joven estudiante aprende, espiando al viejo brujo, cómo hacer para que los cubos de agua se llenen y vacíen solos, y la escoba barra por sí misma, sin que él deba ocuparse de manejarla. Cuando le toca asear el gabinete echa mano de las palabras mágicas y pone en funcionamiento el hechizo. Todo funciona bien hasta que se da cuenta que no conoce el conjuro para detenerlos.
El viejo brujo llega, para frenar el caos, evitando justo a tiempo que el infeliz aprendiz muera ahogado. En la historia de las adicciones, muchas veces el viejo brujo no llega a tiempo.


No obstante los ribetes trágicos que pueden adquirir las situaciones humanas de adicción a sustancias, la historia de las adicciones y la dependencia está menos ligada, en su génesis, al uso de químicos que a la actitud psicológica que hemos caracterizado en este artículo. La utilización de sustancias químicas o alcohol le añade un elemento dramático al complicar la salud corporal en el descalabro, y empeorar el pronóstico, pero el puntapié inicial está dado por una tendencia a resolver los conflictos a través de una actitud infantil regresiva y negadora, a evitar enfrentar el dolor, a conducirse omnipotente y mágicamente con los deseos, a refugiarse en la fantasía de resoluciones ilusorias y evasivas de los problemas que la vida trae. Es así que podemos tornarnos dependientes en una cantidad interminable de situaciones. Podemos establecer vínculos de uso, abuso y dependencia, entregando nuestra vida a un vivir por y para el juego, una relación de pareja simbiótica, las compras compulsivas, el trabajo, el s*x*, internet, y cuanta cosa se cruce en nuestro camino.

http://psicoactualidad.com/principa...e-psicologia/114-dependencia-psicologica.html
 
Dependencia psicológica: segunda parte

Veamos ahora porque decimos que es posible establecer relaciones de patológica dependencia con infinidad de objetos y situaciones. Detengámonos a revisar un poco nuestras relaciones sentimentales, y la manera en que las establecemos, para no restringir las situaciones de dependencia a sustancias químicas, como quien cree que es ese “objeto malo” el causante de mi dolor.

Las relaciones con las personas, que se han ido transformando a lo largo de la vida en nuestros otros significativos no son prescindibles. Son nuestra atmósfera humana. Es allí donde respiramos el aire que nos mantiene humanamente vivientes. Conforman para cada cual el mundo particular que se ha construido, de modo tal que vivimos en ellas, es decir dentro de esas relaciones, como quien habita una casa. Sin esos vínculos nos sentimos a la intemperie. Las relaciones con nuestros otros significativos, padres, hijos, parejas, hermanos, amigos, nos otorgan un hondo sentido de pertenencia. Aún más que eso, son las que terminan de consolidar nuestra identidad: somos quienes somos en relación a esos otros. Pertenencia e identidad ¿Qué es esto? Pues nada menos que pertenecer, participar, ser una parte esencial, de un grupo humano, y a la vez definirme con rasgos propios, que me otorgan individualidad. La pertenencia me protege del aislamiento y la identidad evita que me funda indiferenciadamente con los demás. Pertenencia e identidad son dos valores muy hondamente apreciados por cada uno de nosotros. Esa apreciación es profundamente subjetiva e inconsciente, y se percibe como una distinción en el interior de una polaridad entre pertenencia versus aislamiento en un caso, y ser alguien versus ser nadie en el otro. Aislamiento y carencia de identidad son vividos como angustiantes, mientras que pertenencia e identidad resuenan emocionalmente como gratificantes, placenteros.
Retengamos ese dato.

Atendamos ahora al curioso hecho que sigue. En algunos momentos de mi historia, cuando era aún muy pequeño, fui acomodando mi pertenencia y mi identidad a lo que la vida me ofrecía. No a lo ideal, sino a lo posible. Me fui adaptando, lo más creativamente que pude, a las condiciones físicas y mentales con las que nací dotado y al lugar en que me tocó “aterrizar” a mi llegada al planeta. Lugar que ya estaba prefigurado antes de mi nacimiento.


A Esteban le tocó nacer en una acomodada familia de clase alta, como primer hijo, sobrino y nieto, Rosa aterrizó en un suburbio de Buenos Aires, su madre es una mujer buenísima y ciega, Ibrahim es el sexto hijo de una familia de campesinos en algún país de Medio Oriente, será criado por una tía paterna y tendrá un hermano menor discapacitado. Cada uno puede añadir su propio personaje a la lista. Una vez que logro “calzar” una identidad y una pertenencia algo dentro de mí se calma. Una angustia insoportable cede. Para acomodarme creativamente a la vida deberé ser unas veces “la alegría de la casa”, o tal vez me tocará ir de valiente y provocador, otra persona verá que todo funciona cuando se comporta como una chiquilina ingenua, o si la va de “salvadora del mundo”. Sucede que una vez que esas formas de funcionamiento se estabilizan quedan ligadas a la gratificante, placentera (y muchas veces oculta) sensación de ser y pertenecer. Aunque mi identidad sea la de un violento y mi pertenencia a un grupo marginal.


Tenderé entonces, a establecer mis nuevas relaciones con aquellas personas que puedan jugar los roles complementarios necesarios para que yo continúe jugando el mío, si hay algo seguro en este mundo humano, es que siempre habrá un roto para un descosido, de manera que podemos dar por descontado que cada quien hallará su partenaire adecuado. El “otro” con el que intentaré armar un vínculo, no será entonces un auténtico y legítimo “otro”, sino un objeto, lo percibiré sólo parcialmente, en la medida en que me permite jugar mi juego, que, si la relación funciona, se convertirá en nuestro juego. Un objeto de mi juego aprendido en la niñez para calmar la angustia. Un objeto del que haré uso, abuso y hasta podré volverme dependiente.


Estos esquemas armados por nuestra mente infantil nos dominan luego a lo largo de muchísimos años de dolorosas experiencias. La palabra vínculo proviene de la palabra cadena, y al examinar los vínculos humanos a la luz de lo que estamos describiendo, comprendemos esa conexión. Ronald Laing en su libro Nudos describe poéticamente muchas de esas complicadas tramas vinculares, descubiertas en su experiencia como terapeuta, extraemos algún fragmento:


“Había una vez un niño llamado Juan
que quería estar todo el tiempo con su mamita
y tenía miedo de que ella se fuera


después cuando fue un poco más grande,
quería estar lejos de su mamita
y tenía miedo de que
ella quisiera estar todo el tiempo con él


cuando fue grande se enamoró de Juana
y quería estar todo el tiempo con ella
y tenía miedo de que ella se fuera


cuando fue un poco mayor,
no quería estar todo el tiempo con Juana
tenía miedo
de que ella quisiera estar todo el tiempo con él, y
de que ella tuviera miedo
de que él no quisiera estar todo el tiempo con ella


Juan hace que Juana tenga miedo de que él la abandone
porque él tiene miedo de que ella lo abandone.


Juan tiene miedo de que Juana sea como la madre de él
Juana tiene miedo de que Juan sea como la madre de ella


Juan tiene miedo de que
Juana crea que él es como la madre de ella
y de que Juana tenga miedo de que
Juan crea que ella es como la madre de él


Juana tiene miedo de que
Juan crea que ella es como la madre de él
y de que Juan tenga miedo de que
Juana crea que él es como la madre de ella”.


Lo que hace tan atrapantes estas observaciones de Laing es, la manera tan sencilla en que quedan expuestos los miedos y las negociaciones de la mente infantil, en medio de las relaciones de la vida adulta, convocando al enredo infinito de la mente infantil de los otros.


Si logro calzar justo con alguien que me permita repetir el estilo de vínculo íntimo que fue dominante en mi infancia, aquel en el cual satisfice mis primeras necesidades de identidad y pertenencia, lo mantendré aunque sea una fuente inagotable de dolor y frustración. Aunque concientemente pueda manifestar mi fastidio y mi rechazo, permaneceré dependientemente ligado a esa relación.


La clave para deshacer estos nudos infinitos se la vamos a pedir a un poeta. Los poetas han sido siempre muy lúcidos para percibir los males del alma y sus remedios. Homero le hace decir a Helena en la Ilíada: “Héctor, tú eres mi padre, mi señora madre y todos mis hermanos. Pero sobre todo eres el amor que florece”


En la primera parte de la frase Homero nos explica en sólo doce palabras que la puerta de entrada, inevitable, a todas las relaciones amorosas de nuestra vida se establece sobre el molde que aprendimos en nuestros vínculos primarios. Añade luego un pero y un sobre todo, que nos advierten, muy claramente, que esas relaciones deberán ser trascendidas, atravesadas, superadas, si pretendemos acceder al milagro de el amor que florece.


El primer paso para ese atravesar es advertir que el otro es un legítimo y auténtico otro. No es un objeto para la procuración de mi placer o el despliegue de mi rollo. Tiene su propia historia, con sus miedos, sus secretos y sus necesidades, y sería bueno que lograra detenerme para permitir a lo novedoso que muestre sus atractivos. A ese otro llego por lo igual, pero sólo creceré y crecerá la relación si accedo a lo diferente. Si me quedo en lo conocido sólo podré avanzar hacia lo conocido. Instalado allí caminaré en círculos, anestesiadamente, o sufriré la frustración de una relación tóxica de la que me he vuelto dependiente, al estilo de “ni contigo ni si ti”. Ese atravesar implica asumir el riesgo de la propia libertad. Tomar las riendas de la propia vida para dirigirlas concientemente hacia regiones desconocidas dónde habrá que sortear obstáculos difíciles y situaciones críticas. Aprender a usar otros recursos distintos de los conocidos y trillados.

El primer paso en un camino de crecimiento es frustrar mis viejos mecanismos conocidos para permitir que surjan otros. Eso origina inevitablemente situaciones de crisis, angustia y dolor. Ese dolor no puede ser evitado, no debe ser evitado. Pero ese dolor tiene un sentido porque nos permitirá crecer. No es un dolor destructivo. Lo que destruye es el dolor inútil, el que no lleva a ningún lado, el del perro mordiéndose la cola. Es posible que a veces requiera ayuda para atravesar esa zona de crisis, deberé aprender a pedirla, renunciando a otra característica de mi mente infantil: la omnipotencia. Es posible, tal vez seguro, que alguien se fastidie por los movimientos de mi crisis, que algunas relaciones se resientan o se pierdan (desde ya perderé la relación íntima que sostengo con los padres de la infancia). Deberé aprender, adultamente, a evaluar que gano si gano y que pierdo si pierdo, y a elegir, y a aceptar las consecuencias de mis elecciones, todas las consecuencias.

Atravesar la crisis me permitirá encontrarme conmigo mismo como una persona más libre y madura, menos ilusa, más plena de sentido. La felicidad nunca es algo que pueda garantizarse, pero sí la autenticidad, la verdad en el vivir.


http://psicoactualidad.com/principa...e-psicologia/114-dependencia-psicologica.html
 
Dependencia psicológica: tercera parte


¿Cómo salir, entonces, de los enrevesados caminos de la mente que nos pueden llevar a tomar lo destructivo por constructivo, lo tóxico por nutritivo?


Demos una idea aproximada acerca de cómo son esos senderos, para ensayar los modos posibles de liberarse. Hagamos entonces un tour alrededor de nuestras ideas más locas.


Allí viene Superman

Juan Carlos bebe en exceso desde hace, por lo menos, un año y medio. Se da cuenta perfectamente que está usando el alcohol para poder hacerle frente a situaciones que lo atemorizan. Ayer necesitó de una botella y media de cerveza para poder acudir a su segunda cita con Paula. La primera vez que se encontraron estuvo tan inhibido que no pudo meter ni un bocadillo, en cambio ayer se lo veía verdaderamente seductor. Héctor, el hermano menor, encontró varias botellas en su cuarto y lo sorprendió más de una vez bebiendo a solas. Pudo decírselo abiertamente. Juan Carlos le respondió que sabía que estaba bebiendo un poco de más, pero que la situación estaba perfectamente controlada. Le explicó que él era una persona especialmente dotada para dominar sus impulsos en el momento mismo en que lo considerara necesario. Que el alcohol no era un enemigo suficientemente poderoso ante su fortaleza de carácter. Que comprendía que le costara entenderlo, porque el común de la gente no posee esos rasgos de personalidad que hacen de él alguien un poco especial.


Fueron necesarios la pérdida de una Paula y dos empleos para que Juan Carlos bajara estrepitosamente del Olimpo de su omnipotencia. Lo primero que aprendió a distinguir, cuando llego a tierra firme, fue la diferencia entre puedo y no puedo. Lo segundo fue diferenciar no puedo de no se puede. Parecen diferencias mínimas, tontas u obvias, pero para Juan Carlos significaron la distancia entre la locura y la cordura, entre la vida y la muerte. Te pido que intentes establecer la distinción en episodios de tu propia vida y así observes la relación con tu propia omnipotencia. Hay cosas que puedo hacer, hasta un cierto punto en que puede ocurrir que deje de poder. Como por ejemplo cuando dejo que el alcohol avance sobre las sutiles vías metabólicas de mi organismo, llegará un momento en que ya no pueda, voluntariamente controlar la ingesta. Hay cosas que no puedo hoy, pero tal vez pueda mañana, pero también hay cosas que no se pueden, ni hoy, ni mañana ni nunca porque están más allá de mis posibilidades y de las de cualquiera , como por ejemplo decidir que a mí, en particular, determinada cosa no va a hacerme daño, simplemente porque así lo quiero.


Llega Mr. Magoo

Guadalupe vive frente al ordenador. Vive quiere decir que vive, o sea, come, bebe, conversa, fantasea, sueña, ríe, disfruta, se enoja, se excita, viaja, estudia, juega… juega a que vive. El chat, internet, algo de música y películas llenan la vida, reemplazan la vida.


Hace tiempo que no sale de casa sólo por el gusto de dar un paseo, sus problemas con el acné y el sobrepeso se han agravado mucho. Dejó de bañarse a diario. Sus amigas se lo dicen, a través del ordenador y cuando pueden, rara vez, personalmente. Se lo dicen porque es obvio y evidente para cualquiera: Guada tiene muchas dificultades para relacionarse con las personas reales, particularmente porque siente un gran rechazo por su aspecto físico. Todos lo ven, menos ella. Así es la negación. Empieza uno no viendo los detalles dolorosos de ciertas situaciones, y termina no viendo ni por dónde camina. A través de la negación uno puede tapar con algo tan chiquito como el dedo pulgar algo tan grande como la luna.


Quien fue de una gran ayuda para que Guadalupe diera el primer paso para salir de su adicción al ordenador fue su amiga Carmen. Carmen se dio cuenta que varias de las amigas de Guada la ayudaban a sostener esa ficción de vida en lugar de ayudarla a ver que eso no era vida. Le hacían las compras, o trámites, por la pena que les daba su estado iban a quedarse con ella o le cocinaban. Retiraron, entonces, ese apoyo logístico y lo primero que pasó fue que Guadalupe comenzó a sentir los fastidiosos inconvenientes prácticos de su aislamiento. Lo segundo ocurrió unos días después y fue un poco más dramático. Tras una de sus esporádicas duchas se topó de repente y sin proponérselo con su imagen en el espejo. Desnuda, de frente e inadvertida, la visión le produjo un inmenso rechazo. Sintió odio, asco, y se gritó cosas horribles a la cara. Pero en medio de esa crisis de gritos y llanto, descubrió en la mirada de esa mueca vociferante el enorme dolor, miedo y pena que se escondía tras ese rechazo. Vio en esos ojos una niñita asustada y perdida y sintió la perentoria necesidad de cuidarla, protegerla. Fue como si de repente viera, simplemente viera lo que siempre había estado allí. Ese sólo ver fue la puntada inicial, de un camino de recuperación. Necesitó ayuda, pero ahora la ayuda fue para salir, no para permanecer.


La Reina de la Tragedia

Elvira ha vuelto a estar con Pepe. Parece increíble pero es cierto. No serían nada esos cinco años de peleas permanentes, reclamos interminables, celos insufribles. Fue muy duro tener que informar que el novio que participaba desde hace tanto de las reuniones familiares era un señor casado, padre de tres criaturas (las mellizas son preciosas). No hablemos de aquellos ahorros perdidos en 2002, prestados por una semanita nomás, que nunca volvieron a aparecer (Elvira ya no se los reclama porque Pepe se deprime).


Ella lo pone muy nervioso con sus preguntas y sus emplazamientos, si no fuera por eso él jamás le levantaría la mano, porque “en el fondo es bueno, después se siente culpable y me pide perdón”. Cuando viaja en el tren, sola, se da cuenta de cosas, no es tonta, pero tampoco puede entender algunas de las cosas de las que se percata. Es un secreto que a nadie le cuenta, que descubre un oculto placer en ser considerada tan lastimosamente por tanta gente, “…pobre Elvira…”. Pero más secreto es que a veces se da cuenta que ejerce un poder muy grande sobre Pepe, parece mentira, pero lo puede. No obstante sufre, sufre de verdad, no simula. Un día viajando en el tren, mirando por la ventanilla, se dijo a sí misma, en silencio, apenitas, “ya no quiero”. Eso fue todo. Había gritado, llorado, golpeado, insultado a Pepe en escenas horribles tantas veces, tan inútilmente. Pero esta vez fue distinto. Lo que le sonó fuerte en el “ya no quiero” no fue el “ya” sino el “quiero”.


Descubrió que había un deseo de sufrir, y eso la impresionó. Pero aparecía ahora un deseo de no sufrir, hijo de esas cositas secretas de las que se daba cuenta cuando viajaba en el tren. Descubrió, también, que había una libertad, pequeñita, condicionada, pero que era suya, y que podía crecer. Eso fue todo. Sólo una puerta que se abrió, y Elvira tuvo la inteligencia de avanzar por ese camino. Le llevó tiempo, requirió ayuda, pero salió de la asfixiante dependencia emocional en la que se encontraba. Descubrió su libertad y la cultivó. Lo que pasó con Pepe ya es otra historia y no importa tanto.


Superman, el omnipotente que desconoce los límites, Mr. Magoo, el negador que no ve ni lo que tiene montado en la nariz, La Reina de la Tragedia adicta a la pasión de sufrir son sólo tres ejemplos de los mundos locos que nos podemos armar con nuestras ideas locas. Todos ellos tienen vías de salida que son caminos de aprendizaje: aprender los límites de mi poder sin caer en la impotencia, aprender a ver lo obvio sin negarlo inmediatamente después, aprender a ejercer mi libertad de…, y así poder ejercer mi libertad para…


Podríamos habernos encontrado en nuestra galería con Peter Pan, el eterno niño mágico, con Popeye, seguro de poder vencer el mal con una dosis de espinaca, con el señor adicto al trabajo con el que se cruza El Principito, convencido de que es cada vez mejor haciendo cada vez más. Todos ellos encierran en su error la posibilidad de su remedio, es sólo el deseo, la paciencia y un poco de ayuda lo que hace falta para recuperarse.
 
Relaciones significativas: amistades hechas de risas y dolores compartidos



Las relaciones significativas se miden por la profundidad de las huellas, por la sensibilidad compartida, por el acompañamiento en los buenos y en los malos momentos. Son esas relaciones magníficas que no se miden por los años sino por la calidad de las experiencias.

Esas relaciones que hacen rememorables, intensos y cálidos 5 minutos, que no necesitan de un día entero para descifrar una mirada y que entienden las ausencias del modo correcto, sin dobles lecturas ni malas intenciones.


Las relaciones significativas son esas que permanecen, que no se marchan, que no prejuzgan, que no sucumben a tiranías sociales, que no buscan excusas ni generan tristezas. Son esas que te dicen las cosas claras, las que maquillan sus palabras en su justa medida, las que te colocan en un lugar destacado de su vida y te ayudan a derribar los muros que te atormentan.

No hay nada tan maravilloso como la calidez que transmiten las miradas que te conocen

Estarás de acuerdo conmigo. No hay nada tan maravilloso como la calidez que transmiten las miradas que te conocen. Esas miradas que te teletrasportan a tu hogar, a una noche de lluvia bajo la manta o a una conversación forjada en el calor de la intimidad.

No podemos enfrentarnos ante la vida ni arreglar el mundo con cualquiera. Lo hacemos con las amistades hechas de jirones y de risas compartidas. Esas son las que saben a café recién hecho, a horas que desaparecen por arte de magia de las agujas de nuestro reloj.


Son esas personas, las que nos han hecho echar raíces, las que nos hacen ver lo que sembramos. Porque las mejores emociones que experimenta el ser humano se traducen en permanecer, en quedarse en un lugar por una razón.

El cariño sincero nunca se termina, no es negociable ni condicional
En el devenir de la vida la gran mayoría de las personas adultas han aprendido que hay amistades que se terminan, cariños egoístas que no permiten crecer, relaciones líquidas sin fundamento vital que se basan en intereses caducos y perecederos.




Quien haya experimentado algo así sabrá que las verdaderas amistades se cuentan con los dedos de una mano. Comprendemos con los desplantes que lo cómodo para un interés caduco es evitar abrazar la compañía con la intensidad necesaria.



Por eso TODO ese cariño indescriptible es mucho más que la suma de las partes. Es la confluencia de los aprendizajes, de las palabras lanzadas y de la sinceridad manifiesta la que construye a una persona. Es todo esto lo que hace a una persona mejorar.



Porque si tuviésemos que extraer un indicador personal de una relación significativa, la mejor muestra sería esa: una persona más feliz y con menos miedos. Una persona que pisa tan fuerte que deja huella.


No necesitamos a nadie que se comporte como si no nos necesita o como si no le necesitáramos. Sentir que nos podemos apoyar en el otro o que podemos ayudar a la persona que queremos es una de las mejores sensaciones que existen. Este hecho, además, resulta un pilar fundamental para entretejer una unión inquebrantable.


Relaciones transitorias son todas aquellas que establecemos de manera casual en nuestra vida y que no terminan de quedarse. Sin embargo, tener a alguien que conoce nuestros fantasmas, nuestros miedos y nuestros demonios es lo que nos amarra a la vida.


Porque saber que alguien no tiembla a la hora de quedarse a nuestro lado a pesar de todo es saber que nos quieren aunque no hayamos estado del todo acertados. Eso nos ancla, nos ayuda a entender que los errores son parte de nuestra condición y que no merece la pena quedarse atascado en ellos.


Por eso las relaciones significativas son aquellas que nos agarran fuerte, aquellas que nos hacen comprender que la vida no es tan oscura como los fantasmas nos hacen creer. Aquellas que nos permiten coleccionar motivos para ser mejores personas y saber que las angustias pueden dividirse por la mitad cuando compartimos la vida con ellas.


Por Raquel Aldana

 
Cómo tener éxito en la educación emocional de tus hijos

Con una correcta educación emocional estaremos enseñando a nuestros hijos a ser ciudadanos justos, a la vez que fomentamos su felicidad futura
Puedes enseñar a tus hijos a cruzar los semáforos en verde, a cuidar de sus mascotas, les puedes enseñar a leer y a multiplicar, e incluso reciclar la basura que se produce en casa. Ahora bien, ¿le enseñas también expresar sus sentimientos? ¿A que diga en voz alta aquello que siente antes de que se encierre en su habitación con un portazo?


La educación no se basa solo en llenar una mente vacía con conocimientos y datos que acumular. Educar es ofrecer también estrategias con las cuales valerse en este mundo complejo para aprender a ser feliz y, a la vez, hacer felices a otros. Es vital que valores la educación emocional de tus hijos como un propósito que atender cada día.




En vista de que los centros educativos, de momento, no han integrado esta área en sus currículums académicos, es imprescindible que, desde muy pequeños, tengamos en cuenta todos estos importantes aspectos que ahora te explicamos.


Cómo desarrollar la educación emocional en tus hijos

La educación de nuestros niños empieza desde el primer día que llegan al mundo. Educar es también ofrecer amor, caricias, palabras y rutinas. La hora de alimentarse, las horas de dormir, esa sonrisa en la que los niños se ven reflejados y que intentan imitar. Esa voz que les da aliento y apoyo, que les ofrece seguridad en cada paso que emprenden, ese refuerzo que les anima a ser valientes después de cada caída… Todo ello también es educación emocional.


La verdadera aventura llega a partir de los 8 años. En esta edad, los niños empiezan ya a hacerse unos esquemas de lo que es el mundo y de lo que son ellos. Disponen ya un sentido de la justicia y tienen muy en cuenta lo que está bien y lo que está mal. A partir de esta edad, van a asentar su personalidad, sus intereses. Van a asomarse al mundo con una curiosidad más amplia, ahí donde nosotros somos la clave para ofrecerles apoyo, autonomía y ese cariño cotidiano.


Ten en cuenta pues qué dimensiones debes fomentar como parte de la educación emocional de tus hijos:






1. Autoconocimiento

Los niños deben crecer siendo la mejor versión de ellos mismos. ¿Qué significa esto? Que deben ser conscientes de su potencial y de sus limitaciones. Enséñales el valor de hacer las cosas por sí mismos, de ser autónomos para que puedan ver, día a día, todo lo que son capaces de hacer, lo que se les da bien y lo que se les da mal.


Ten mucho cuidado con la sobreprotección o, de lo contrario, impedirás el que sean responsables de sí mismos el día de mañana o el que dispongan de una buena autoestima. Permíteles crecer apoyándolos en cada paso que den, sin olvidar tampoco que cada vez que se equivoquen en algo, no debes sancionarlos, sino enseñarles cómo pueden hacerlo mejor.


2. Dales responsabilidades

Una persona responsable de sí misma tiene madurez emocional. Es alguien que no depende de los demás para hacer cosas y que, además, confía en sí mismo. A medida que se hagan mayores, ponles más responsabilidades. Deben aprender que la vida no son solo derechos y libertades, sino que todos hemos de ser responsables de nuestras cosas para ser autónomos.


3. Aprender a ser feliz pero también a aceptar la frustación

Desde muy pequeños deben ser capaces de entender que no lo pueden tener todo. Cada vez que reciban una negativa por tu parte, no deben responder a la desesperada como si se terminara el mundo. Pongamos un ejemplo:


Tu hijo, con 8 años, te pide que le compres un móvil. Obviamente aún es demasiado joven para ello, así que debes argumentárselo y debe comprenderlo. Si coge una rabieta, si golpea los muebles y te grita, es un niño que no ha aprendido aún a aceptar la frustración, y ello, a largo plazo, le va a ocasionar una gran infelicidad. Gestiona adecuadamente estas situaciones, razona, pon límites, explica y haz que comprenda cada decisión.


4. La importancia del “bien común” y el “todos ganamos”

La vida no es una isla en la que transitar en soledad. Todos nosotros vivimos en una sociedad con otras personas que forman parte de nuestra cotidianidad, establecemos vínculos y crecemos personal y emocionalmente unos con otros.


¿Qué significa esto? Que, para tener éxito en la educación emocional de nuestros hijos, hemos de trabajar también estas dimensiones:


  • Fomentar la empatía, el que reconozcan las emociones en los demás, en sus abuelos, sus hermanos, sus amigos…

  • Entender que si yo hago algo malo, ello repercute también en los demás. Si yo me esfuerzo en ser respetuoso, en comprender y hacer felices a los demás, “todos ganamos”. Si yo regalo una sonrisa, lo más probable es que me respondan con lo mismo. Las emociones positivas son siempre las más poderosas.

  • También es importante conseguir que los niños aprendan a hacerse felices a sí mismos, es decir, deben valorar el disfrutar de sus aficiones, el emprender cosas nuevas que les aporten conocimiento y satisfacción y el saber también que quererse a uno mismo es un arma poderosa. Con una buena autoestima, con una buena aceptación física y emocional, también será capaz de amar mejor a los demás.

No lo dudes, pon en práctica cada día estos consejos y verás como tienes éxito en la educación emocional de tus hijos.

https://mejorconsalud.com/exito-la-educacion-emocional-tus-hijos/

 
Desarrolla tu fuerza interior

Tener fuerza interior puede ayudarnos a salir airosos de cualquier situación desfavorable o puede, sencillamente, ayudarnos a evolucionar y seguir creciendo. También nos puede servir para saber cómo actuar ante los obstáculos que van surgiendo en nuestro andar por la vida. Entonces, es necesario reforzar ese poder interior que todos tenemos y que en algunos casos se halla “dormido”.


Si ante el fracaso te levantas una y otra vez, si tienes la capacidad de trabajar duro para conseguir tus metas, si nada ni nadie te detiene hasta obtener lo que deseas. Entonces, ¡enhorabuena! Tu fuerza interior es realmente poderosa.




“El verdadero buscador crece y aprende, y descubre que siempre es el principal responsable de lo que sucede.”
-Jorge Bucay-

La clave está en no desistir, en nunca “plantar bandera blanca” ni darnos por vencidos, aun cuando la tormenta haya creado tantas olas y estemos muy lejos del puerto más cercano. No se trata de una simple metáfora, sino de la vida misma, que a veces pareciera alejarnos de nuestras metas aunque sostengamos fuertemente el timón o icemos las velas.


¿Qué diferencia a las personas con una gran fuerza interior?

En primer lugar, ellas tienen el control de lo que les ocurre, o al menos, actúan como si lo tuvieran. Algunos pueden decir que han sido bendecidos, otros que tienen buena suerte y otros que son empujados por una estrella, pero todos miran al futuro con esperanza.


Además, tienen esperanza porque saben que se van a equivocar pero también que van a aprender. Saben que no todo va a ser fácil, pero no encuentran una razón lo suficientemente poderosa que les diga que no van a poder.


En segundo lugar, las personas con una gran fuerza interior saben que hay cosas en las que no pueden influir ni cambiar, por lo tanto, no gastan sus energías en ellas. Por el contrario, se enfocan en aquello que está en sus manos y trabajan incansablemente para poder llevar a cabo lo que desean.




Esto se puede aplicar a cualquier ámbito de la vida diaria. Por ejemplo, si estamos en un embotellamiento de tránsito, ¿De qué nos sirve gritar, enojarnos o perder el control? Mejor es enfocar las energías en algo más productivo, como ser leer un libro, escuchar música, aprovechar para pensar temas para la siguiente reunión, etc (y siempre salir más temprano de casa para evitar estos eventos frecuentes en las grandes ciudades).


Cómo mejorar la fuerza interior

Si quieres mejorar tu fuerza interior deberás ver el pasado como una fuente de información a la cual puedes acceder cuando lo necesites. ¡Pero atención! Existen otras bases de datos para nutrirnos. Muchas personas viven atadas a su pasado y no es bueno. Todo lo que les ha ocurrido se convierte en un fardo o en una mochila pesada que no permite avanzar un solo paso. Los que realmente tienen una fuerza interior considerable saben que las vivencias del ayer son valiosas, pero que no hay que encadenarse a ellas.

Por otra parte, para ser una persona con una fortaleza interior, no hay que quejarse. En realidad, el problema no está en quejarse, sino en mantener esa actitud “de por vida”. Esto quiere decir, que es muy simple volverse un quejoso crónico, pero no hacer nada para cambiar aquello de lo que nos quejamos o criticamos.


No te centres en los aspectos negativos, no pierdas energías en nimiedades. Si hay algo que te molesta, actúa de tal manera que puedas cambiarlo. No te sientes a llorar sobre la leche derramada, como dice el refrán popular, ponte a limpiar el desastre.


“Es duro fracasar, pero es todavía peor no haber intentado nunca triunfar.”
-Theodore Roosevelt-

Y por último, los que pueden sentirse orgullosos de su fuerza interior no quieren impresionar a nadie más que a ellos mismos. No actúan para demostrar a los demás lo que son capaces de hacer, sino que son felices por su propios logros.


La motivación es algo que no pierden ni por un instante y estas personas la alimentan celebrando sus logros; no para presumir sino para disfrutar de lo que han conseguido. Esto no quiere decir que no puedan comunicar lo que consiguen, sino que saben cuándo, cómo y a quiénes contar sus buenas noticias.

Por Yamila Papa
https://twitter.com/intent/tweet?te...aravillosa.com/desarrolla-tu-fuerza-interior/
 
La única forma de llegar a otro lado es cambiar de camino


No hay vía para encontrar un camino que nos haga felices sin que comencemos a aprender cómo gestionar y superar las piedras que distorsionan la trayectoria. Estos obstáculos siguen en medio y tropezamos con ellos más de una vez, aún cuando tratamos de salir de dónde estamos e ir hacia otro lado.


Esto ocurre porque nos hemos obsesionado con volver a atrás: seguimos anclados con los pies en ese camino que tanto daño nos ha hecho, en lugar de tomar otro que nos permita avanzar. Sin embargo parece lógica la dificultad que nos supone hacerlo pues hasta la lluvia más suave, si moja, se nota.




Mirar atrás solo para futuras repeticiones

Nos cuesta un esfuerzo muy grande conseguir que el pasado sea solamente aquel sitio donde mirarse para saber que ya no somos los mismos. Nos cuesta mucho trabajo sentarnos a reflexionar y darnos cuenta de que ya no podemos mirar lo que fue desde la perspectiva del hoy, porque el mundo sigue y tenemos que seguir con él.


“No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significaba abandonar otros.”
-Paulo Coelho-

Es teóricamente fácil decirle a alguien: solo tienes que olvidar y pasar página. En la práctica complicado decirse a uno mismo las mismas palabras: porque somos nosotros los que hemos sentido y los que sabemos cuánto supone dejar eso que escuece en un cajón de recuerdos sin usar.


Porque la verdad es que lo más beneficioso que podemos hacer, cuando el camino nos ponga los mismos obstáculos una y otra vez, es dejar esos recuerdos únicamente para la memoria: para que no se hagan dobles, ni triples; para que lo que ha dolido no se repita y, si lo hace, saber cómo salir de tal círculo doloroso.

El nuevo camino no se hace en un día

Hacer el camino al andar o buscar uno nuevo. El símil es diferente pero el objetivo del mensaje es común: es necesario ser valiente y seguir adelante, pero eso nos llevará el tiempo oportuno según la intensidad de las vivencias amargas que hayamos tenido.


Dejar el pasado a un lado implica sanar heridas y las heridas necesitan también su periodo de cicatrización y sutura: los bloqueos emocionales que se ocasionan a raíz de ellas nos obligan a parar en seco y volver a reconocernos, pues solo de esta manera seremos capaces de entablar nuevas relaciones o ser felices con lo que hacemos.




En este sentido, nos sentimos desprotegidos cuando descubrimos que nuestras verdades se modifican continuamente y que tarde o temprano todos nos vemos forzados a perder para poder seguir ganando: con tiempo, con constancia, poco a poco.


“Al andar se hace el camino


y al vover la vista atrás


se ve la senda que nunca


se ha de volver a pisar.”




-Antonio Machado-

La decisión está en tus manos

La única realidad es que aunque suponga todo un reto la decisión de cambiar de camino está en nuestras manos, ya que nadie más lo hará. Tras mucho sacrificio, solo así podremos sentirnos libres y plenos: llegarán principios nuevos y estaremos abiertos a entregarnos a ellos.


Ciertamente, estar preparado es media victoria y eso significa que llegará un día en el que querer cambiar de lado nos llevará justo hacia él: construiremos nuevas emociones y si nos equivocamos al hacerlo podremos recordar cómo lo hemos superado otras veces.


Al final quedarán estelas en la mar, es decir, lo que vivido como parte de lo que somos y dejarán de ser obstáculos. El nuevo camino será la prueba de que necesitamos pagar un precio por el bienestar emocional y a veces este llega en forma de curvas pronunciadas y baches que hay que aprender a manejar.


“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.


Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.


Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.


Sé tú el que aparta la piedra del camino.”


-Gabriela Mistral-

Por Cristina Medina Gomez
 

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