Autoestima y otros temas de psicología

Ser altamente empático: 3 estrategias para vivir mejor

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
Una persona con una elevada empatía sufre continuos contagios emocionales. Un modo de establecer un límite más saludable es fortalecer nuestra ecpatía, es decir, ser capaces de conectar pero excluyendo de nosotros la impregnación de los sentimientos ajenos.
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Decía Walt Whitman en un poema que no solía preguntarle a la persona herida cómo se sentía, porque al mirarla, él mismo se convertía en un alma sufriente. Desconocemos si el célebre autor de Hojas en la hierba era altamente empático, pero en esas dos líneas resumía a la perfección una realidad que viven muchas personas.

Hay quien ve este tema algo extraño, incluso contradictorio. ¿Cómo puede la empatía, esa capacidad para ponernos en zapatos ajenos, convertirse a veces en algo doloroso? Básicamente, porque hay quien, como si de una antena se tratara, capta todas y cada una de las emociones ajenas. Pero esto no es todo; se impregnan de tristezas y dolores que no son propios, viven en su piel realidades que no son suyas… y las sufren de igual modo.

Así, mientras el acto de sentir pena y compasión es algo esperable en el ser humano, hay quien lleva al límite esa conexión hasta convertirse en algo traumático. En los casos más extremos, estaríamos hablando incluso de una condición clínica conocida como síndrome por exceso de empatía o desgaste por compasión. El manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) lo etiqueta como una categoría de los trastornos de personalidad.


No es fácil vivir en un mundo donde uno no puede poner una barrera saludable entre el «propio yo» y el «yo» de los demás. Veamos por tanto qué estrategias podemos llevar a cabo para vivir mejor.

«La capacidad de colocarse en el lugar del otro es una de las funciones más importantes de la inteligencia. Demuestra el grado de madurez del ser humano”.
-A. Cury-
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Ser altamente empático, cuando la conexión deriva en sufrimiento

Saber responder ante la angustia de los demás con una empatía bien regulada es clave de bienestar. Sin embargo, nadie nos ha enseñado a controlarla ni a manejarla; vamos a tientas y reaccionamos ante las realidades emocionales ajenas con mayor o menor acierto. Ahora bien, algo que nos señalan varios estudios es que debemos aprender a usarla con efectividad. El objetivo es hacer de la empatía una habilidad interpersonal.


Así, estudios como los llevados a cabo en la Universidad de Cambridge por la doctora Erin B. Tone, por ejemplo, nos señalan algo interesante. Hay una propensión genética hacia la sensibilidad empática. Es decir, ser altamente empático es algo con lo que podemos nacer. Además de ello, se ha demostrado que ese exceso de empatía, tanto emocional como cognitiva, puede derivar en trastornos de internalización.

Así, realidades como la sensación de angustia, de miedo, culpa o infelicidad pueden ser constantes debido precisamente a los «contagios» emocionales. Por otro lado, trabajos como los realizados en el instituto de psiquiatría del King’s College de Londres, nos informan de datos muy parecidos.


Mientras la baja empatía se vincula a personas con claras dificultades en la interacción social o con un trastorno del espectro autista, quienes sufren exceso de ella padecen agotamiento emocional. Este estado, y la clara dificultad para procesar emociones ajenas, pone en muchos casos en riesgo la salud mental de la persona.

¿De qué manera podemos manejar un poco mejor estas realidades? Lo analizamos a continuación.

Atiende las palabras evitando crear imágenes en tu mente
Ser altamente empático tiene, por término medio, una curiosa facultad. Para entenderlo mejor, pondremos un ejemplo: un amigo nuestro nos cuenta que está sufriendo mobbing en el trabajo.

Nuestra mente visualiza cada escena, los compañeros de trabajo humillando, acosando, el sufrimiento en soledad, la ansiedad persistente… Cada palabra escuchada se transforma en una imagen y, de ese modo, conectamos aún más con el sufrimiento y nos lo llevamos con nosotros.

En la medida de lo posible, debemos centrarnos solo en las palabras, evitando que aparezcan en nuestra mente en forma de imagen.


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Ecpatía, mecanismo de protección frente al contagio emocional
La ecpatía gana, más que cuando se conoce, cuando se aplica. Este término fue propuesto por el doctor y catedrático en psiquiatría J.L. González. Se trata de una estrategia cognitiva y emocional por la que evitamos que las emociones ajenas nos arrastren. Para ello, debemos interiorizar lo siguiente:

  • Ecpatía no es calzarnos en zapatos ajenos para comprender cómo se sienten los demás. Es quedarnos donde estamos y hacer un viaje empático de ida y vuelta: yo observo, conecto y vuelvo indemne a mi posición.
  • Se trata de una habilidad mental donde gestionar cualquier contagio y poder así, prestar un apoyo útil y efectivo. Porque recordemos, si yo quedo contagiado por la misma angustia de quien sufre, no le serviré de nada.
  • El doctor J.L. González de Rivera indica que la ecpatía nos obliga en un momento dado, a darle la vuelta al concepto de empatía. Es decir, cuando descubrimos la realidad emocional ajena, debemos elegir excluir de nosotros los sentimientos, actitudes, emociones y motivaciones que experimenta esa persona. Yo permanezco con los míos, de manera ecuánime.
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Visualiza cómo dejas ir las emociones del otro de tu interior
Ser altamente empático implica como bien sabemos, quedarnos con la realidad que vive quien tenemos frente a nosotros. Si padece yo padezco, si están preocupados y con ansiedad, yo también experimento ese estado. Como bien podemos imaginar, no es fácil vivir así; el agotamiento emocional es extremo.

De este modo, una última estrategia sencilla y elemental es hacer uso de la visualización. Una vez conectemos con aquello que experimenta el otro, visualizaremos un diente de león. Basta con soplar un poco y dejar que se desprenda todo lo que se ha adherido a nosotros. Poco a poco, se acaba marchando el dolor, la angustia, el estrés… Todo queda fuera y nosotros nos quedamos libres, fuertes y preparados para apoyar al otro, para darle lo mejor de nosotros.

Para concluir, en caso de identificarnos con este tipo de perfil, no dudemos en aplicar estos sencillos consejos. Hagamos de la empatía un recurso eficaz y saludable.

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Empatía compasiva, cuando el sentimiento se traduce en acción

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
Que alguien entienda nuestra realidad emocional está muy bien. Sin embargo, es aún mejor no quedarse solo en el sentimiento y la mera intención, porque lo que más agradecemos es una empatía compasiva capaz de actuar, de prestar apoyo activo, de ayudar...
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Si hay algo que el mundo necesita es más empatía compasiva. Hablamos de esa dimensión donde no quedarnos solo con el sentimiento que comprende, la emoción que conecta y el corazón capaz de conmoverse. Nos referimos a la acción de quien se compromete y decide ayudar, de quien se atreve a cambiar la realidad del otro para conferirle apoyo, afecto y un bienestar auténtico.

Decía Lewis Carroll que uno de los secretos de esta vida es comprender que estamos en este mundo para algo más que existir. El ser humano está aquí también para ayudar, para que cada uno desde su parcela y disposición particular haga de esta realidad un lugar un poco más noble, un poco más hermoso. Sin embargo, admitámoslo, a veces cuesta.

Y cuesta, porque muchos de nosotros nos quedamos solo en la intención y el sentimiento, pero no en el acto. A través de nuestras redes sociales, por ejemplo, nos llegan un sinfín de iniciativas que apoyamos con un solo click, compartiendo o registrando nuestros datos en determinadas campañas sociales. Somos muy sensibles a infinitos problemas de nuestra sociedad. Sin embargo, en ocasiones, no vemos lo que tenemos más cerca.

La empatía compasiva significa ser capaces de dar una ayuda útil a quien tenemos al lado. No obstante, no siempre logramos ver a ese amigo, a ese familiar o compañero de trabajo que en un momento dado necesitaría de un apoyo activo. Aún más, podemos verlo, es cierto, pero en ocasiones, no sabemos muy bien cómo actuar.


«Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros, lo que hacemos por los demás y por el mundo permanece y es inmortal».


-Albert Pike-


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El tercer tipo de empatía, la más útil
La empatía compasiva fue definida por el psicólogo y experto en emociones Paul Ekman. Esta idea le sirvió también a Daniel Goleman para perfilar el conocido coeficiente emocional, es decir esa dimensión que nos ayudaría a clarificar nuestro nivel de inteligencia emocional.


Es importante, por tanto, tener en cuenta que la empatía no es una dimensión unitaria, no es un concepto plano donde limitarnos a entender que la persona empática es aquella capaz de entender la realidad emocional de quien tiene delante.

Se trata más bien de un factor más amplio y más rico, uno donde no todos puntuaríamos alto sin nos pasaran una prueba para medir nuestra competencia emocional. Veamos en primer lugar cómo se desgrana la empatía y qué tipologías la definen.

Tipos de empatía
  • En primer lugar, está la empatía emocional. En palabras del propio Daniel Goleman, se trata de una dimensión a menudo contagiosa y hasta peligrosa cuando no sabemos poner límites y quedamos ‘impregnados’ del sufrimiento ajeno. Hace referencia a nuestra capacidad para conectar con la realidad emocional del otro. Es sentir lo que el otro siente y calzar su realidad personal. En este proceso entran en acción las neuronas espejo, nuestros sentimientos e incluso nuestra respuesta fisiológica.
  • La empatía cognitiva, por su parte, implica hacer uso del intelecto, de los procesos cognitivos tales como la atención, reflexión, comunicación, las inferencias, etc. Significa básicamente, saber cómo se siente la otra persona, por qué se siente de ese modo y deducir incluso qué ideas y pensamientos pueden estar en la mente del otro.
  • Por último, tenemos a esa gran desconocida, a esa dimensión a menudo descuidada que es la empatía compasiva. En palabras de Daniel Goleman: con este tipo de empatía no solo comprendemos qué siente y cuál es el problema de una persona; además, nos movilizamos para ayudar si así lo creemos necesario.
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¿Cómo es la persona con empatía compasiva?
La persona con empatía compasiva da un paso más allá dentro de su crecimiento personal. Es alguien que maneja a la perfección el campo de las relaciones humanas. La razón de que esto sea así, parte de las siguientes características:

Personas centradas que saben responder ante cada situación
Entrenar y habilitar nuestra empatía nos permitirá ante todo, actuar siempre a medio camino entre la razón y la emoción. Esta dimensión nos ayuda a calibrar cada situación desde una óptica muy centrada, ahí donde no dejarnos llevar por el contagio emocional ni tampoco por esa lógica objetiva que entiende las cosas pero que nunca llega a actuar.


De este modo, la persona ‘empático-compasiva’ sabe cómo ayudar en cada momento, facilitando el soporte más adecuado en cada circunstancia.

Hábiles en reciprocidad
Las relaciones exitosas y los vínculos más significativos se basan siempre en el principio de la reciprocidad. Es un tú me das yo te doy contante, es saber atender y responder sintiéndonos a su vez, merecedores de lo mismo que ofrecemos. Por ello, la empatía compasiva es un principio básico de bienestar personal, porque no se basa solo en saber ayudar a los demás. También nosotros podemos y debemos recibir apoyo.

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Conocen las claves de la conexión humana
La conexión humana es parte de la esencia de la empatía compasiva. Es saber llegar a la persona con autenticidad, comprendiendo su realidad singular, aceptándola tal y como es sin prejuicios, sin sesgos, sin dobles intenciones. La conexión iniciada desde el respeto y la apreciación al otro nos permite también entender necesidades y clarificar qué podemos hacer.

Asimismo, y no menos importante, quien es hábil en empatía compasiva no se limita a ayudar como si fuera un salvador. En realidad, saber prestar apoyo es todo un arte. Hay que saber qué ofrecer y cómo, porque en ocasiones lo que una persona necesita no es siempre lo que nos pide, y eso, es importante tenerlo en cuenta.

Para concluir, señalaba el maestro zen Thich Nhat Hanh que cuando regalamos nuestra presencia y atención plena a los demás, estos florecen como flores. Es cierto, sin embargo, a veces es necesario algo más: que nos movilicemos, que sepamos actuar con acierto.

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Cuando la familia no ayuda en momentos difíciles

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
Es en los momentos complicados cuando más agradecemos el apoyo sincero y cercano de los nuestros. Sin embargo, hay veces en que la familia lejos de prestar ayuda, nos hunde mucho más con su actitud fría o con sus críticas.
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Cuando la familia no ayuda en momentos difíciles solo cabe una salida, aceptar su decisión. Ahora bien, algo que suele suceder es que además de no prestar apoyo, algunos de esos miembros cercanos tienden a intensificar aún más el sufrimiento emitiendo juicios y críticas. De ese modo, merman aún más nuestros recursos psicológicos a la hora de afrontar esas dificultades personales.

Decía Leon Toltstoi al inicio de Anna Karenina que ‘todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz, es infeliz a su manera’. No hay duda. Ese microuniverso llamado familia que nos viene dado a la fuerza cuando venimos al mundo, siempre presenta unas particularidades propias. Tanto es así que casi nunca hay dos iguales y, en ocasiones, hasta actúan contranatura.

Es decir que lejos de favorecer la seguridad y la felicidad y de nutrir a los suyos en valías, recortan potenciales y originan heridas. Marcas que, además, podemos arrastrar a lo largo de todo nuestro ciclo vital. Así, si hay algo que como adultos sabemos bien, es que el propio hecho de madurar requiere cortar ese cordón umbilical de la unidad familiar para realizarnos.

Lo hacemos para ejercer nuestra libertad y crear una vida a golpe de decisiones propias, de caminos tomados en solitario y con decisión. Sin embargo, a veces ocurre: caemos y fallamos. Hay momentos en que nos llega la adversidad en alguna de sus formas y, entonces, siempre agradecemos la comprensión y cercanía de los nuestros.


No obstante, hay familias que, en lugar de apoyar, pueden hundirnos más aún. Lo hacen con su desánimo, con la proyección de la culpa, con la infravaloración e incluso con la frialdad emocional.

“El que es bueno en la familia es también un buen ciudadano”.

-Sófocles-

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Cuando la familia no ayuda: el abandono emocional
Suele decirse que las personas somos rehenes de nuestras familias. Lo que vivimos cada día con esos miembros forma parte de nuestro equipaje emocional y psicológico, ya sea para bien o para mal. A veces, ni tener un lugar propio limita esta influencia. Esos padres, esas madres, hermanos o tíos siguen, en muchos casos, teniendo una clara ascendencia sobre nosotros.

De esta manera, es común que muchas personas acudan a terapia psicológica porque arrastran conflictos no resueltos, así como las heridas de unas familias disfuncionales en las que son comunes los reproches, las vulneraciones, las críticas y las desavenencias. Decía Salvador Minuchin, reconocido terapeuta estructural, que las principales responsabilidades de una familia son la tolerancia, el compromiso y el apoyo.

Cuando estas dimensiones fallan, todo se derrumba. Cuando la familia no ayuda, no demuestra comprensión ni empatía hacia alguno de sus miembros, ese microuniverso se quiebra.

En momentos de dificultad más que ayuda, necesitamos sentirnos acompañados
Cuando afrontamos una dificultad, no siempre necesitamos que quienes nos rodean resuelvan nuestros problemas. La adversidad no se resuelve en todos los casos con dinero o con recursos materiales. Tanto es así que el denominador común que impera es el agradecimiento por la compañía.


Un ejemplo, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Manoa, en Hawai, llevado a cabo por el psicólogo Thomas Wills, se demostró algo interesante. El tipo de soporte que más beneficios psicológicos aporta a las personas es el que no se ve. Es decir, valoramos el amor de los nuestros, nos reconforta sentir que se nos valoran, comprenden y amparan.

Es el apego sincero de los nuestros el que más bienestar genera. Por tanto, cuando la familia no ayuda y, además, nos da la espalda dejándonos en ese vacío afectivo y comprensivo, el dolor es muy intenso.

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Familias que creen que ayudan, cuando en realidad, hacen lo contrario
En ocasiones, puede darse otro tipo de situación igualmente dañina. Así como hay familias que pueden dejar a los suyos en el abandono, negándoles el apoyo y la cercanía, hay quien sí da el paso y opta por ayudar, pero en realidad lo hace mal. Son quienes despliegan una serie de actuaciones y recursos que tienden a intensificar aún más el sufrimiento.

Algo que debemos saber es que prestar ayuda, en realidad, es un arte que no todos saben desempeñar y, a veces, es mejor no hacer nada que hacerlo de manera equívoca. La efectividad en cuanto a saber qué hacer, qué decir y qué no decir requiere de unas habilidades que no todo el mundo dispone. Y, a veces, en el seno familiar pueden darse situaciones donde uno acabe más hundido por parte de unos padres o hermanos que creen estar haciendo lo mejor.

Entonces en los momentos de necesidad ¿a quién pedimos ayuda?
En nuestra cultura, la familia es poco más que una institución, un icono casi sagrado que todo lo trasciende. Sin embargo, es en este escenario, a menudo sobrevalorado, en el que se originan la mayor parte de los conflictos, desavenencias, decepciones y traumas. Como bien decía Tolstoi el mundo se divide en familias felices e infelices y algunos somos originarios de las primeras y otros de las segundas.

¿Qué podemos hacer entonces cuando nos llega la adversidad? ¿Qué hacer si la familia no ayuda? De algún modo, la experiencia ya nos dice quién sí y quién no. Cada uno trae consigo su recorrido vivido y hay que ser inteligente a la hora de solicitar apoyo. A veces, encontramos ese soporte valioso en otras personas con quienes no compartimos código genético.

Asimismo, conviene recordar un detalle. Siempre será mejor no contar con la ayuda de alguien a contar con una cercanía claramente patológica. En momentos de necesidad y dificultad hay que seguir manteniendo una adecuada claridad de miras para saber sobre qué hombro es mejor recostarnos. Pensemos en ello.

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Encontrar el apoyo en un mundo de espaldas

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
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A veces, nuestra valentía se oxida y casi sin saber cómo nos calzamos con las suelas del desánimo. Es entonces cuando más apoyo necesitamos y más espaldas encontramos. Hasta que de pronto, alguien dice esas palabras mágicas capaces de curar: «estoy aquí, contigo», «todo va salir bien, no te preocupes».

El apoyo es ese valor primordial que va más allá de la simple conciencia social o la solidaridad hacia nuestros semejantes. Apoyar es corresponder con afecto, es materializar nuestra empatía en forma de ayuda, respaldar en emociones y en esas acciones donde se inscribe el auténtico cariño, el más cómplice, el más íntegro.

Estaré contigo apoyándote en todo momento, seré la alegría de tus sonrisas y la mano que te alce cuando caigas tan hondo que tan siquiera recuerdes amarte a ti mismo. No lo olvides, siempre me tendrás contigo a las malas, porque en las buenas puede estar cualquiera.

Resulta curioso como todos, de algún modo, nos vemos a nosotros mismos como criaturas fuertes e inexpugnables con nuestras armaduras doradas. No obstante, todo guerrero cae derrotado alguna vez, y no por pedir ayuda vamos a ser más débiles: todos agradecemos una mano amiga en momentos de adversidad.


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El apoyo emocional, el lenguaje sincero del corazón
El apoyo es en ocasiones un lenguaje que habla diferentes idiomas. Hay quien no sabe pedirlo, que calla, disimula y avanza con el alma rota y la mente habitada por el desconsuelo. Otros, en cambio, no saben darlo y se limitan a ofrecer esos parches de rigor donde el «eso no es nada» o «es que tú te preocupas demasiado» llena sus bocas para intentar quedar bien y acabar cuanto antes.

El apoyo emocional debe hablar el mismo idioma que el corazón de la persona necesitada. Es necesario «sintonizar» y para ello, deben aparecer dos dimensiones básicas: el sincero deseo de conectar con quien tenemos en frente y disponer de la adecuada capacidad para saber ofrecer esa ayuda, ese consuelo, esa cercanía.

En un mundo habitado ya por demasiadas espaldas debemos acostumbrarnos a mirar cara a cara a las personas. Nuestros hijos ansían ese apoyo cotidiano que en ocasiones, se nutre simplemente con «estar ahí» y demostrarles que son únicos, especiales y maravillosos. Apoyo es también la cualidad de aportar luz cuando alguien se ha sumido en su propia oscuridad…


Apoyar al ser amado, un lazo de fortaleza
El apoyo mútuo en nuestras relaciones de pareja es como ese puente con el que sortear las dificultades de la vida con mayor seguridad. Es ante todo, no rendirse para que juntos consigamos lo que no lográbamos por separado, y es por supuesto, seguir amándonos aún cuando menos lo merezcamos.

Cuando tu mundo se venga a bajo, ven al mío… Lo reconstruiremos pedazo a pedazo, fibra a fibra, para que nada te falte, para nada de lo que te hace único se pierda de nuevo.

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Apoyar a la persona que queremos requiere de una sutil pero profunda sabiduría que todos deberíamos propiciar y poner en práctica. Te ofrecemos una sencillas estrategias sobre las que reflexionar.

  • Hemos de ser respetuosos con las emociones y sentimientos de la pareja. Elige siempre un «te entiendo, estoy aquí contigo» antes que un «eso no es nada».
  • Mantén el contacto físico, habla el lenguaje de las caricias, de los abrazos, coge las manos de tu pareja cuando te hable y confiere siempre un cariño sincero, una empatía cercana y auténtica.
  • Jamás hagas uso de las ironía o las burlas hacia tu pareja -por inocentes que éstas te parezcan- ni en privado ni aún menos en público.
  • Nunca pospongas una conversación, si el ser amado nos quiere contar algo importante no lo dejes para otro momento. El mejor momento siempre es ahora.

El placer de saber que siempre estarás ahí

En una sociedad más acostumbra a dar espaldas que abrazos es necesario empezar a cambiar conciencias y aprender ese lenguaje único, maravilloso y sanador como es el que confiere el apoyo.

Apoyar es ante todo tener el don de levantar a una persona sobre nuestros hombros para situarla en un terreno más alto, con el fin de que desde allí, sea capaz de ver otras perspectivas por sí misma, otros caminos que le permitan salir de su dificultad. El buen apoyo es el que nos permite crecer, no el que humilla de modo paternalista recordándonos los errores cometidos, las heridas sufridas.

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Es un placer también saber que contamos con esas personas sabias que saben estar cuando las necesitamos, que no piden nada a cambio y que nos aceptan de forma íntegra, con nuestras virtudes y defectos, con nuestras obsesiones e indefensiones.

Recuerda además que no son tus creencias las que te hacen ser mejor persona, son tus acciones. Así pues, si dispones de esas personas con sol en el corazón y polvo de hadas en sus bolsillos, actúa con reciprocidad. Apoya cuando lo necesiten, acompaña, atiende y levántalas muy alto para que puedan ver también sobre tus hombros, donde se hallan sus senderos dorados. Esos donde se inscriben las nuevas oportunidades en tiempos de dificultad.

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Las personas sensibles están hechas así: hacen todo con el corazón

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Raquel Aldana
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Los verdaderos ángeles son aquellas personas que aparecen de la nada y dan luz a nuestra vida. Personas sensibles hechas de pureza que hacen todo con el corazón y que, aun tienen su alma llena de cicatrices, contribuyen a hacer más bonito nuestro trayecto.

Porque ser sensible no es una manera de ser, es una manera de vivir y de compartir camino empoderándonos a través de los sentimientos y de las emociones tanto propias como ajenas. No faltará quien critique la sensibilidad, quien asuma que este rasgo es signo de debilidad y no vea que en él radica nuestra fortaleza.

Las personas sensibles lo saben, las emociones son muchas veces castigadas. Nos hacen creer que sentir nos hace menos eficaces, fuertes y capaces a la hora de tomar decisiones y de caminar por la vida. Nos hacen creer que somos vulnerables y que la sensibilidad es sinónimo de ineficacia.

Hay quien dice que las buenas personas hoy en día son un descuido de la naturaleza, pero lo cierto es que cada uno, en el fondo, manejamos nuestras propias bondades, sonriéndole al mundo de la manera más bella que sabemos y podemos.


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Somos un globo de emociones en un mundo de alfileres
Somos un globo de emociones en un mundo de alfileres. Nos transformamos, muchas veces, en emociones y sentimientos. Ellos nos dan forma, nos caracterizan y, a la vez, nos hacen pagar un alto precio.

Nuestras inquietudes, nuestras emociones y nuestra forma de sentir inflan nuestro globo. Luego están los alfileres, los cuales pinchan nuestro globo y esparcen nuestras emociones, haciendo que la explosión provoque muchas veces una ruptura traumática e irreparable.

Afortunadamente esto ha comenzado a cambiar y nuestra parte emocional es cada vez más valorada y, sobre todo, más cuidada. Esto nos ayuda a sumar a nuestro crecimiento y, con ello, dar validez a nuestro mundo interior.

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Ser personas sensibles y generosas, la clave de la felicidad
Según un estudio publicado en la revista Emotion, los actos de generosidad y la sensibilidad hacia los demás hacen que nos sintamos mejor. Katherine Nelson, experta y autora del estudio, declara que:


“Cuando solo nos ocupamos de nosotros, no constatamos ninguna mejorar en nuestras emociones”

Ella afirma que se esperaba que los resultados de su estudio mostraran que los comportamientos prosociales llevasen a la gente a sentir más emocione positivas y a sentirse más realizados. Sin embargo, le sorprendió ver “que cuando sólo nos ocupamos de nosotros, no constatamos ninguna mejora de las emociones positivas o negativas, ni plenitud psicológica”.

Este hecho es muy importante puesto que a menudo se anima a la gente a darse pequeños caprichos para sentirse mejor, pero los resultados del estudio sugieren que lo mejor que podemos hacer es complacer a alguien.

Así, como venimos diciendo, hacer algo por los demás nos permite sentirnos mejor, más satisfechos y más plenos. Ser personas sensibles, conectar y empatizar con los que nos rodean nos abre un mundo maravilloso de buenas emociones y lindos sentimientos.

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La bondad se ve y se percibe en las miradas limpias, en los actos sinceros y en toda aquella sabiduría que se desprende en la cercanía y en la ilusión de cambiar el mundo, de hacer justicia y de apropiarse de la generosidad.

Así, el hecho de concentrarnos en el bienestar de los demás, nos mejora como personas y nos da la oportunidad de explorar desde el corazón, sanando a su vez las heridas que en algún momento nos rompieron por dentro.

Porque, si hay algo que nos hace mejorar y escalar nuestra montaña con sencillez, es la bondad. Porque ser buena persona es la única inversión que nunca quiebra y siempre enriquece, tanto a uno mismo como al mundo.
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Ideas erróneas sobre el trastorno antisocial de la personalidad

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
Los trastornos mentales necesitan menos mitos y más sensibilidades. Así, un ejemplo de estas falsas ideas es pensar, por ejemplo, que quienes padecen una personalidad antisocial son psicópatas y están abocados a la maldad y la criminalidad.
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En la actualidad, siguen apareciendo numerosas ideas erróneas sobre el trastorno antisocial de la personalidad. Curiosamente, esta distorsión incurre a veces en unas ideas un tanto oscuras de la propia condición clínica, como también en las más glamurosas, incentivadas quizá por el mundo del cine y las series de televisión.

Un buen ejemplo de ello, sería sin duda el personaje de Randle McMurphy en la película El nido del cuco. En esta producción, Jack Nicholson interpretó a la perfección a un hombre que bajo su aparente encanto, se escondía un evidente trastorno antisocial de la personalidad.

También podríamos nombrar a Patrick Bateman de la novela y película American Psycho, a Dexter o al personaje de T. Bag de la serie Prison Break. Todos estas figuras adquirieron el interés del gran público por un tipo de personalidad, tan llamativa como singular, en la que siempre presente la violencia más extrema y sancionable.

Un ejemplo más reciente de ello (y también de la fascinación popular) lo tenemos sin duda en la conocida película Joker. Ahora bien ¿qué hay de cierto en toda esta iconografía que se ha llegado a realizar sobre el trastorno antisocial? ¿Qué hay de verdad y dónde empieza el mito?


Analicemos a continuación con detalle este tema.


Solo el 10% de las personas diagnosticadas con un trastorno de la personalidad antisocial cumplen con los criterios para la psicopatía.

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Ideas erróneas sobre el trastorno antisocial de la personalidad

La personalidad antisocial afecta a casi el 3% de la población. Sabemos también que una buena parte de las personas que permanecen en las instituciones penitenciarias, lo sufre. Es, además, uno de los trastornos de la personalidad del grupo B, incluido en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) y, como ya venimos señalando, se alza como una de las condiciones que mayores ideas falsas -o medio falsas- aglutina.

Para empezar, hay quien los designa como «psicópatas» mientras otros los denominan «sociópatas». Por otro lado, también es muy recurrente relacionar la personalidad antisocial con la criminalidad. De hecho, cabe señalar que uno de los mayores estigmas que sufren estos hombres y mujeres diagnosticados con dicho trastorno es precisamente atribuirles ese matiz de de violencia casi intrínseca


Estas ideas erróneas sobre el trastorno antisocial de la personalidad hacen que no lleguemos a comprender una realidad que, en ocasiones, es más cercana de lo que podamos pensar. Veamos no obstante en qué se basan esas ideas falsas.

La persona con un trastorno antisocial de la personalidad es violenta y no tiene sentimientos
Una idea muy común es atribuir a las personas con un trastorno antisocial de la personalidad una falta absoluta de empatía y de emociones. Asimismo, este perfil, según el ideario popular, está abocado a las conductas delictivas. ¿Qué hay de cierto en estos supuestos?

  • En primer lugar, tener un trastorno mental no es sinónimo de criminalidad o maldad. La persona con este diagnóstico tiene un mayor riesgo de conducta delictiva por su hostilidad a las normas sociales, pero no siempre se deriva en violencia.
  • En realidad, la personalidad antisocial tiene como principal problema la impulsividad. Actúan sin tener en cuenta las consecuencias, son irresponsables e imprudentes. Además, rechazan las normas sociales, tienen problemas para adaptarse a contextos estructurados como la escuela, un trabajo, un entorno familiar, etc.
  • Este tipo de comportamiento, como bien podemos suponer, implica que en algún momento puedan tener algún problema y más de una desavenencia en cualquier contexto social.
  • Asimismo, otro factor común es la falta de responsabilidad hacia sí mismos. De ahí que, a menudo, presenten problemas con el consumo de drogas, alcohol, etc.
¿Son psicópatas o son sociópatas?
Otras de las ideas erróneas sobre el trastorno de la personalidad es la denominación casi arbitraria que se hace de ellos: o bien son psicópatas o bien son sociópatas. Para comprender mejor este tema recomendamos el libro de David Lykken, Las personalidades antisociales. En él nos deja clara una idea: debemos ver esta categoría clínica como un espectro en el que la persona puede evidenciar una mayor o menor gravedad.

  • La psicopatía es una forma severa del propio trastorno de la personalidad antisocial. Además, hay quien considera aquello de que los psicópatas “nacen” y los sociópatas “se hacen”. Es decir, en los primeros habría en muchos casos un factor genético, tal y como nos releva un estudio de la Universidad de Londres del 2012.
  • Se sabe además, que solo el 10% de las personas diagnosticadas con un trastorno de la personalidad antisocial cumplen con los criterios para la psicopatía.
  • Por otro lado, la sociopatía es el subgénero más amplio del trastorno de personalidad antisocial. En este caso, tendríamos a esas personas con problemas en su infancia y adolescencia. La falta de afecto, de protección, de apego seguro, la ausencia de normas sociales y morales en esos primeros años derivan en muchos casos en esos comportamientos antisociales.
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Todas las personas con un trastorno antisocial son solitarias, se sienten rechazadas y se comportan de igual modo
No es lo mismo ser asocial que antisocial. Mientras el primer comportamiento da forma a ese desinterés por la interacción social e incluso del compromiso con los demás, la figura del antisocial va más allá.


No es solo un mero deseo de soledad. Hay una aversión muy marcada hacia sociedad, hay rechazo activo y un deseo de reacción frente a lo establecido.

Todas las personas con un trastorno de la personalidad antisocial son hombres
Cuando pensamos en la personalidad antisocial es casi inevitable imaginar un rostro masculino. El mundo del cine, la literatura y la televisión han incentivado esa idea. Pero, ¿es correcta? ¿Es verdad que este trastorno afecta solo a hombres? La respuesta, de nuevo, es «no».


La personalidad antisocial no se puede tratar
Otra de las ideas erróneas sobre el trastorno antisocial de la personalidad es que no hay tratamiento. Esa maldad o ese comportamiento delictivo es para siempre. En realidad, sí lo hay y sí pueden percibirse mejorías. No obstante, el principal problema es lograr la implicación del propio paciente. En muchos casos, si llegan a terapia es por imposición legal al estar en la cárcel o bien por que la familia les impulsa a ello.

En gran parte de las ocasiones llegan con otros problemas, traumas de infancia, abuso de drogas, etc… De ahí que debe hacerse una intervención muy individualizada y partiendo siempre de una adecuado diagnóstico. Los datos nos dicen además que se han obtenido buenos resultados con la terapia cognitiva centrada en esquemas. Se trata de ayudarles a identificar y abordar patrones de conducta desadaptativos y desarrollar formas más efectivas de relacionarse.

Para concluir la personalidad antisocial, al igual que cualquier otro trastorno mental, necesita menos mitos y más sensibilidades. Si visualizamos a las personas de manera realista y objetiva, venceremos los estigmas para ofrecer una ayuda adecuada.

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La tozudez del amor: cuando encajar las piezas a la fuerza no funciona

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No me gusta no intentarlo, abandonar a la primera de cambio. Me niego a aceptar las cosas como son desde un primer momento. Aunque cueste, voy a poner todo mi empeño para que todo funcione. Tal vez esté equivocada. Quizás me haya confundido y lo que yo considero que es un intento para que todo vaya bien se ha visto reducido a la simple tozudez del amor.

El amor es esfuerzo y es entrega. El amor no es fácil, es sacrificio. ¿Cuántas veces habremos escuchado este tipo de frases? Palabras que parecen banales, pero que se quedan impresas en nuestra mente. De repente, nos vemos luchando por un imposible. Esto es lo que nos enseñan. A batallar, a guerrear, a no quedarnos de brazos cruzados. De esta manera, la otra persona podrá hacerse una idea de todo lo enamorados que estamos.

No nos damos cuenta porque tenemos miedo a sentirnos mal por no esforzarnos. Sin embargo, toda tozudez del amor termina en un gran fracaso.

La tozudez del amor causa grandes desastres
Son muchas las parejas que no saben por qué llega el día en el que se levantan diferentes. Esas cosquillas en el estómago parece que han muerto. Ha pasado el tiempo necesario para que las idealizaciones se hayan roto y las ilusiones atenuado. Ahora observamos la realidad y lo que sentimos es un gran desaliento.


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Algunos no se dan cuenta hasta que pasan años… Ya tienen una familia formada con hijos. Un grupo unido y ¿feliz? Hasta el momento eso parecía, sin embargo todo demuestra que ya no es así. De repente, han surgido diferencias. No son iguales, pero esto no tiene por qué ser negativo. ¿Dónde está esa frase de «los polos opuestos se atraen»?

Palabras que nos llevan a equívocos, a creer mentiras que no son certeras. Las diferencias y ser demasiado distintos no nos une, nos separa. Con la convivencia, las malas experiencias, las situaciones más estresantes, esto se confunde y en ocasiones parece atenuarse, hasta que llega el momento en el que resulta insoportable.

No obstante, a veces el pasado puede ser un razón suficiente para no rendirnos todavía. «No hemos pasado por tantos buenos y malos momentos juntos como para ahora lanzarlos por la borda». Nos agarramos a esto para no perder lo conseguido. Para no sentirnos un fracaso y demostrar que queremos a nuestra pareja, que deseamos que todo siga adelante.

Nos negamos a aceptar que la relación ha llegado a su fin. Sin embargo, forzarla e intentar sostenerla sea como sea, no hace más que minarla aún más.

Los más pequeños del hogar vivirán situaciones muy poco agradables. Discusiones, reproches y muchos más momentos fruto de una tozudez que no es más que un miedo terrible a aceptar el final de la relación. Se ha acabado y te niegas a ello. Pero, las piezas ya no encajan y el miedo a lo que hay fuera de ese círculo en el que llevas viviendo tantos años te paraliza y te entrega a la inercia.

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Si el amor aprieta y duele, no es tu talla
Si el amor aprieta y duele no es tu talla, porque aquello de "Quién te quiera te hará sufrir" es una mentira.El amor no duele, el amor de verdad complementa


No luchar es igual a no querer
Nos equivocamos al pensar que dejar de luchar y aceptar esta situación es sinónimo de que no nos importa la otra persona, ni la relación, ni nada. Sin embargo, es todo lo contrario. Es una prueba de madurez, de saber aceptar cuando ha llegado el final y no querer sortearlo.

Ahora sois conscientes de que vuestras piezas hace tiempo que no encajan o de que incluso nunca lo han hecho. Vuestras buenas intenciones del principio maquillaron una situación que, con el tiempo, se presentó tal y como es. No sois compatibles y no pasa nada.


Sí, pasará algo si forzáis lo que no está hecho para ser obligado.

Podéis sumergiros en una relación insípida, en la que incluso os haréis daño sin querer, pues la circunstancia en la que os encontráis es incómoda para ambos. No lograreis esa felicidad tan ansiada y, poco a poco, os descubriréis amargados en un sinsentido.

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¿Qué ocurre cuando en un puzzle no encaja esa pieza que tan bien nos vendría que lo hiciera? Por mucho que la forzamos, lo único que logramos es que quede torcida, apretada y bastante extraña. Esto es lo que ocurrirá con tu pareja. La angustia, la presión, la incomodidad serán los nuevos adjetivos que sí encajarán en tu relación.

En la tozudez del amor siempre alguien sale herido. La falta de aceptación conducirá a la realidad de un fracaso doloroso.

No tengas miedo a que nada vaya bien. No siempre las cosas salen como queremos y todo se puede torcer en el momento menos esperado. Así es la vida y así son las relaciones. Impredecibles, cambiantes y de las que podemos aprender muchísimo. Deja esa tozudez del amor a un lado y acepta que no todo siempre será como tú quieres. Pero, sobre todo, jamás pienses que esto significa que no te ha importado nada la persona ni el vínculo que ambos habéis intentado unir, aunque fuese a la fuerza.

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6 mitos comunes sobre las personas mentalmente fuertes

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Existen muchas ideas y mitos sobre las personas mentalmente fuertes. Algunas veces pasamos demasiado tiempo pensando en como parecernos más a ellas. Otras veces, caemos en el error de creernos algunos mitos que nos hacen dudar de lo positivo que es ser mentalmente fuerte.

Esta vez te quiero hablar de las creencias más comunes sobre las personas mentalmente fuertes. Verás que ellos son como tú y como yo. La única diferencia puede ser su forma de aceptar y enfrentar los retos de la vida.

Mito 1. Ellos nacieron fuertes
Puedes creer que las personas mentalmente fuertes ya nacieron así. Quizás pienses que vienen con una mentalidad distinta que los define desde su nacimiento. La realidad es muy distinta. Todos nacemos con las mismas habilidades cognitivas, emocionales y de comportamiento.

Las diferencias surgen por la forma en que somos educados, las experiencias que vivimos y la visión que desarrollamos. Por eso no es raro ver que dos hermanos que han tenido la misma vida sean totalmente opuestos.


Uno bien podría entrar en la lista de personas mentalmente fuertes, mientras que el otro es inseguro. La diferencia radica en las perspectivas que cada uno se ha formado y en el trabajo emocional que ha realizado por su cuenta.

Mito 2. Son fríos y poco emocionales
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Esto es totalmente falso. Las personas mentalmente fuertes sienten igual que el resto. De hecho, muchas de ellas son las personas más dulces y agradables que puedes imaginarte. La diferencia es que saben cómo expresar sus emociones.

Simplemente evitan dar todo su amor a las personas que no lo merecen. También están preparados para terminar con las relaciones destructivas cuando éstas aparecen en su vida. Sin duda les dolerá tomar esta decisión pero saben que deben mantenerse a salvo. Puedes pensar que son fríos porque saben controlar sus emociones. Pero esto no es síntoma de frialdad.

Mito 3. Son agresivos y poco amables
Las personas mentalmente fuertes no basan su existencia en complacer a los demás. Tampoco buscarán controlarte o decirte como vivir. Pero eso no significa que sean poco amables.

La idea de que son agresivos nace del hecho de que las personas mentalmente fuertes no tendrán problema en dar su opinión. Si alguna actitud tuya no les gusta y si creen que los tratas de controlar, marcarán su límite.

La mayoría de las veces lo harán de forma amable. La única razón por la que pueden mostrarse agresivos es cuando no respetas sus límites. Fuera de ahí, son igual de agradables y accesibles que cualquiera.

Mito 4. Nunca se han enfrentado a momentos difíciles
Otro mito más que falso de las personas mentalmente fuertes. Es común que al conocer a una de estas personas creas que siempre han tenido una vida fácil. La realidad es bien distinta.


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Todos habrán pasado por experiencias de fracaso, dudas, miedo y tristeza. No pienses que solo tú has tenido una niñez difícil. La diferencia con las personas mentalmente fuertes es que no están dispuestas a permitir que estas experiencias las detengan o las definan.

Saben que cada vivencia que han tenido les ha dado un aprendizaje que es valioso si lo aprovechan. Por eso se concentran en tener metas y alcanzarlas.

Mito 5. Las personas mentalmente fuertes no tienen problemas emocionales
El hecho de que una persona sea mentalmente fuerte no la hace perfecta emocionalmente. Si vives con algún problema emocional, como depresión, y piensas que por eso no puedes ser mentalmente fuerte, te equivocas. Lo único que realmente necesitas es la decisión de combatir esos problemas. A partir de esta decisión puede tomar el camino para ser más fuerte.

La fortaleza mental se basa en habilidades que todos podemos aprender. Algunas habilidades te llevarán más tiempo pero no estás limitado por nada.


Mito 6. El dolor no existe para ellos
Estar dentro de la clasificación de personas mentalmente fuertes no significa que no sientas dolor. Tanto física como emocionalmente sentirás dolor como todos. La diferencia es que serás consciente de que este es necesario para avanzar.

No pienses que por ser mentalmente fuerte podrás correr un maratón por primera vez sin dolor. Esto solo pasará si te entrenas lo suficiente. Lo que sí pasará es que te obligarás a continuar porque tendrás los motivos emocionales suficientes para ello.
Al terminar con los mitos sobre las personas mentalmente fuertes también puedes darte cuenta que eres una de ellas. ¿Es así?

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Energía emocional

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Es a medida que vamos acumulando cansancio y fatiga cuando empezamos a sentirnos también un poco deprimidos.

Encontramos trabas y problemas que antes no estaban ahí, el tiempo pasa más lento y un simple comentario puede alterarnos de manera insospechada e injusta. Sin controlar y guiar adecuadamente nuestra energía y tensión, podemos perder la capacidad de estar alerta y nuestro rendimiento laboral, personal o deportivo se verá mermado.

Esta energía y esta tensión de la que hablamos, es la sensación del estado de ánimo, tan influyente en cada una de las cosas que hacemos. Los estados de ánimo siempre nos mueven. Pueden motivarnos, lanzarnos a actuar. Y pueden inducirnos a lo contrario, a cerrarnos, o cegarnos. Robert E. Thayer, profesor de psicología en la California State University, identifica cuatro estados básicos de la energía y la tensión que pueden alterar o favorecer nuestro estado emocional:

Energía tensa
Alta tensión y alta energía. Sensación agradable de activación y poder. El sujeto está activado a niveles muy altos. Con la influencia de una energía tensa, la persona tiende a esforzarse para conseguir sus objetivos, pero sin pausa para la reflexión. Una apisonadora que, de persistir en el tiempo, conseguirá únicamente un agotamiento total.

Energía tranquila

Baja tensión y alta energía. Serenidad y tranquilidad, además de la sensación de cierto dominio sobre uno mismo. No hay tensión, pero si un estado de vigilancia, optimismo y bienestar. Aumentan por tanto la creatividad y la vitalidad bajo este tipo de energía. Cansancio tenso: Alta tensión y baja energía. Cansancio físico y mental. Viene acompañado de nerviosismo, ansiedad y muchas veces provoca estados de baja autoestima.


Cansancio tranquilo
Baja tensión y baja energía. Estado agradable, de descanso. Nuestra función, será la de identificar el tipo de energía que manifestamos en cada momento, intentando potenciar los estados de energía tranquila y cansancio tranquilo, minimizando los momentos de energía y cansancio tensos. Así, fortaleceremos nuestro rendimiento y bienestar, nos haremos más competentes y realizaremos nuestras tareas de forma adecuada.

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Si quieres resolver un problema, duerme
Fact Checked
21 octubre, 2019
Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
Para resolver algún problema, la estrategia válida no es la de «pensar mucho». Se trata de «pensar bien» y, para ello, necesitamos una mente despejada y un cerebro ágil y libre de estrés. Un estado que solo puede partir de un sueño profundo y reparador.
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Si quieres resolver un problema, deja que tu cerebro descanse, duerme ocho horas. Es más, tampoco excluyas una buena siesta porque más allá de lo que puedas creer, reposar el cuerpo y abandonar la mente al refugio de la almohada nos reinicia y abre nuevas perspectivas. Sin embargo, y como bien sabemos, las personas nos enfrentamos en ocasiones a tentaciones que incrementan o no sacian las necesidades de nuestro organismo.

Así, ante cualquier presión y preocupación, es común que se nos resista el sueño. Es más, en caso de que tengamos que resolver algo o haya algún tema pendiente que atender, es habitual optar por quitarnos horas de descanso. Nos convertimos en noctámbulos mentalmente hiperactivos que ansían sacar un 200% de su cerebro cuando, en realidad, lo que este órgano necesita es desconectar.

Decía con acierto Sherlock Holmes en una de sus aventuras que la solución a todo problema es dormir. Aunque cuanta más tensión y ansiedad experimentamos, más se nos resiste ese descanso reparador, lo sabemos. A pesar de todo, no podemos olvidar que, de momento, seguimos siendo de carne, hueso y necesidades. No somos máquinas y por tanto, hay que darle al día sus buenas horas de sueño.

«El secreto de la creatividad está en dormir bien y en abrir la mente a posibilidades infinitas. Al fin y al cabo… ¿qué es una persona sin sus sueños?».


-Albert Einstein-

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Para resolver un problema, lo mejor es dormir
Algo que a veces descuidamos es cómo nuestras habilidades cognitivas se ven afectadas por la falta de sueño. La atención, la memoria, la capacidad para resolver problemas, para analizar, dar respuestas creativas… Todos estos procesos requieren de una mente y un cerebro sano, oxigenado y sobre todo conectado.

Ahora bien, ¿a qué nos referimos exactamente con «conectado»? Un cerebro ágil es un cerebro donde todas sus células se conectan entre sí de manera efectiva. Esa conectividad facilita el que la información fluya, que se encienda la innovación, que tengamos mayores recursos para reducir el estrés y, en esencia, disponer de un buen rendimiento mental.

Sin embargo, y aquí llega el principal problema, nuestro estilo de vida actual no armoniza demasiado con las necesidades de nuestro cerebro. El buen descanso, dormir entre siete y nueve horas de manera profunda y reparadora, es sinónimo de salud para este órgano tan sensible a nuestros hábitos de vida. Así, factores como la luz de nuestros dispositivos electrónicos (el vamping), el estrés, la preocupación y nuestros horarios afectan a nuestro correcto descanso nocturno.

Veamos más datos a continuación.

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Para resolver un problema la solución no está en «pensar mucho»… ¡Tienes que dormir!

A menudo lo hacemos: cuando tenemos un problema, le damos cien vueltas y mil enfoques. La mente no descansa, analiza, proyecta, valora y predice. A ello se le añade el factor emocional, ahí donde cualquier preocupación siempre está sazonada por la angustia, el nerviosismo y el estrés. En cierto modo nos han enseñado que a la hora de solucionar cualquier desafío, lo esperable es pensar mucho, dedicarle muchas horas a ese tema.

Sin embargo, debemos tenerlo claro, no se trata de pensar mucho, sino de pensar bien. Y para ello, para poder pensar de manera más adecuada y efectiva es necesario el descanso. Por lo tanto, si quieres resolver un problema, duerme. No es un consejo al azar ni bienintencionado, nos lo señala la ciencia y más concretamente, un estudio llevado a cabo por la doctora Kristin Sanders, de la Universidad de California.

En este interesante trabajo se intentaba averiguar si era cierto la opinión general de que un buen descanso ayuda a resolver problemas. Si bien es cierto que es imposible saber si el simple hecho de descansar nos permite dar con la solución más idónea, lo que sí se puede analizar son otras dimensiones:


El buen descanso mejora el ánimo: una ventana llena de posibilidades
Para resolver un problema, necesitamos el ingrediente más importante de todos: un buen estado de ánimo. Las ideas más adecuadas y originales no surgen del malestar, la frustración o la angustia. El bienestar interno, generado por la serotonina y la dopamina, incentiva a la mente y nos ayuda a ver los problemas de otro modo. Casi sin saber cómo, ese desafío se transforma en oportunidad.

De este modo, una forma sensacional de mejorar ese estado de ánimo es a través de un buen descanso nocturno. Dormir entre 6 y 9 horas nos ayuda a reducir el nivel de cortisol de nuestro cuerpo y con ello, se apaga el estrés y la ansiedad.

No obstante, los expertos en higiene del sueño nos señalan que, así como dormir menos de 6 horas es contraproducente, también lo es descansar más de 9 horas diarias. En este último caso, el cuerpo y la mente también experimentan cansancio y enlentecimiento; no es lo adecuado. Por lo tanto, tengámoslo en cuenta, la clave para solucionar cualquier imprevisto, adversidad o desafío en el día a día no está en dedicarle a ese tema muchas horas de reflexión y razonamiento.

Lo ideal es establecer adecuados tiempos de descanso. Porque a menudo, las ideas más deslumbrantes surgen por la mañana, al levantarnos, al desayunar o mientras nos duchamos… Instante en que la mente, relajada e inspirada, da con la respuesta más ingeniosa.

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Epilepsia del lóbulo frontal: origen, síntomas y características

23 octubre, 2019
Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
La epilepsia localizada en el lóbulo frontal del cerebro es la segunda más común. Sin embargo, su diagnóstico no siempre es fácil, de ahí que se confunda en ocasiones con distintos tipos de trastornos psiquiátricos. Conozcamos más datos a continuación.
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La epilepsia del lóbulo frontal se origina en una de las áreas más importantes de nuestro cerebro. Así, y a pesar de que este trastorno cerebral sea el segundo más común, justo después de las convulsiones centradas en las áreas temporales, cabe decir que aún no lo sabemos todo sobre esta condición. A menudo, cursa con alteraciones psiquiátricas, problemas del movimiento e incluso con alteraciones del sueño.

El hecho de esta evidente complejidad sintomática se debe básicamente a un aspecto: su localización. Los lóbulos frontales son responsables de procesos tan relevantes como el movimiento voluntario, el pensamiento consciente, el aprendizaje, el habla, nuestra personalidad, conducta, etc. El impacto de las crisis epilépticas como podemos imaginar puede llegar a ser muy llamativo.

Asimismo, hay otra gran dificultad añadida. Por término medio, los ataques epilépticos en esta área son muy breves y, con frecuencia, se dan por las noches. Por tanto, el diagnóstico no siempre es fácil: se suele confundir con alteraciones del sueño u otras condiciones psiquiátricas.

Veamos no obstante más datos a continuación.


Las personas con epilepsia del lóbulo frontal suelen evidenciar durante las crisis sentimientos contrapuestos. Es común que pasen del miedo a la euforia y que experimenten incluso sensaciones somatosensoriales.

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Epilepsia del lóbulo frontal: definición, síntomas y características
Como bien sabemos, la epilepsia es un trastorno cerebral característico porque la persona padece una serie de crisis convulsivas durante un tiempo determinado. Esas convulsiones están producidas por una actividad anormal de las neuronas.

Por su parte, en el caso de la epilepsia del lóbulo frontal, esas alteraciones en la interconexión neuronal se concentran en los lóbulos frontales, una de las áreas más relevantes de nuestro cerebro.

¿Cuáles son los síntomas?
Las convulsiones del lóbulo frontal suelen ser bastante breves y su recuperación es inmediata. En ocasiones, este trastorno puede empezar con un simple movimiento de los ojos, del rostro e incluso en el movimiento involuntario de las piernas o brazos. Ahora bien, hay un hecho característico: suelen experimentarse, casi en su mayoría, por la noche.

  • A pesar de que son convulsiones breves, pueden aparecer con elevada frecuencia. Hay casos de hasta 50 crisis al día.
  • Durante las crisis, el paciente puede verbalizar palabras de manera involuntaria.
  • En algunos casos, los movimientos pueden ser muy llamativos. En estas situaciones, las crisis están afectando a las áreas motoras de los lóbulos frontales, de manera que la persona puede dar patadas, golpes, simular ir en bicicleta, etc.
  • Hay otro hecho importante. Tal y como nos explica en un estudio el doctor Eduardo Palacios, del Hospital de San José en Bogotá, en el pasado, la epilepsia del lóbulo frontal se confundía con un problema psiquiátrico. ¿La razón? En ocasiones, los pacientes pueden gritar, experimentar miedo, euforia, tener alucinaciones, comportamientos psicóticos, etc.
Así, en el lóbulo frontal se concentran un gran número de procesos relacionados con nuestra personalidad, lenguaje, comportamientoRecordemos por ejemplo, el caso de Phineas Cage y lo que supuso para este celebre paciente una lesión en esta área del cerebro.


¿Cuál es el origen de la epilepsia del lóbulo frontal?
Las convulsiones del lóbulo frontal, o epilepsia del lóbulo frontal, pueden deberse a múltiples factores. Los más comunes son los siguientes:

  • Anomalías en los lóbulos frontales del cerebro.
  • Accidentes cerebrovasculares.
  • Infecciones (meningitis, absceso cerebral, encefalitis…)
  • Lesiones traumáticas.
  • Presencia de algún tumor.
  • Cicatrización en una parte del cerebro causada por una lesión pasada.

Por último, es importante señalar que hay un tipo muy concreto de epilepsia. Se trata de la epilepsia del lóbulo frontal autosómica dominante nocturna, en cuyo caso, existe un factor genético por el cual las personas tienen un 50% de probabilidades de heredarla de sus padres.

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Tratamiento para la epilepsia del lóbulo frontal
Como hemos señalado, no siempre es fácil dar un primer diagnóstico acertado cuando un paciente sufre epilepsia del lóbulo frontal. A veces, las crisis son muy breves y surgen por la noche. Hay cambios en el humor o se experimentan movimientos son leves acompañados de sensaciones somatosensoriales inesperadas, como cambios de temperatura, escalofríos, etc.

Con lo cual, hay personas que acuden a su centro de atención primaria esperando recibir tratamiento para sus cambios en el estado de ánimo y sus problemas para dormir. Así, cuando estos síntomas no se resuelven, es cuando se llevan a cabo otras pruebas diagnósticas como una resonancia magnética. Es entonces cuando se detecta el problema y se inicia esa fase donde intentar dar al paciente la mejor respuesta. Suelen ser las siguientes:

  • Fármacos. Hay distintos tipos de epilepsia y, la mayoría, requieren tratamientos farmacológicos de por vida para reducir las crisis convulsivas. Ahora bien, se sabe que entre un 30 y un 40% de las personas con epilepsia no responden a los medicamentos. En estos casos es recomendable a cirugía.
  • La cirugía en la epilepsia del lóbulo frontal. Estudios como los llevados cabo en el Departamento de Neurología de la Universidad de Dartmouth nos señala que la intervención quirúrgica es especialmente efectiva en las personas menores de 18 años. El índice de éxito es muy elevado. En el caso de las personas adultas, la probabilidad de que la cirugía sea efectiva es del 70%.
Por tanto, algo que queda en evidencia es que necesitamos nuevos tratamientos y enfoques clínicos para tratar este trastorno neurológico. Según indica la doctora Lara Jehi, de la Clínica de Cleveland, lo ideal es detectar lo antes posible este tipo de epilepsia, ya que en las intervenciones tempranas es cuando se han conseguido mejores resultados.

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“El cerebro puede enfermarnos”, dice Suzanne O’Sullivan

Edith Sánchez · 23 septiembre, 2019
Este artículo ha sido verificado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas el 23 septiembre, 2019
Cuando se dice que “el cerebro puede enfermarnos”, se hace alusión a un hecho: muchas enfermedades orgánicas tienen su origen en problemas psíquicos no resueltos.
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La doctora Suzanne O’Sullivan es una famosa neuróloga, autora del libro Todo está en tu cabeza. En esa obra, insiste en una idea: “El cerebro puede enfermarnos”. Se refiere al desconocido mundo de la enfermedad psicosomática.

Las enfermedades psicosomáticas son conocidas desde hace mucho tiempo, pero aún en pleno siglo XXI siguen planteando interrogantes y despertando mucha incomprensión. Muchos piensan en ellas como si fuesen simulaciones. No son conscientes de que, como lo señala O’Sullivan, “El cerebro puede enfermarnos”.

Las enfermedades psicosomáticas no son enfermedades falsas. Lo que ocurre es que sus síntomas se desencadenan por razones mentales.

Por lo tanto, un dolor de piernas psicosomático es totalmente real, lo que ocurre es que el problema no está en la piernas. Quien lo padece, lo sufre, igual que si existiera un daño en la extremidad. Lo que pasa es que no obedece a una razón física, sino a una condición psíquica. De ahí que afirmemos que “El cerebro puede enfermarnos”.


De noventa enfermedades, cincuenta las produce la culpa y cuarenta la ignorancia”.

-Paolo Mantegazza-

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Lo psicosomático
O’Sullivan recuerda que todas las emociones generan cambios físicos. Como ejemplo pone aquello que podemos sentir ante la presencia de un ser amado: “mariposas en el estómago”. Es una sensación física originada en los sentimientos y las emociones. Lo mismo pasa cuando, por ejemplo, hablamos en público. El corazón late más fuerte y las piernas tiemblan.

En esos ejemplos, nadie pone en tela de juicio esa conexión entre emociones y manifestaciones físicas. En cambio, cuando se habla de enfermedad psicosomática, aparecen los problemas. Muchos piensan que el miedo sí puede originar un temblor en las piernas, pero se niegan a reconocer que ese mismo miedo, en ciertas circunstancias, origina síntomas más graves.

Es una contradicción en la que también caen muchos médicos. Hay una fuerte tradición que lleva a separar la mente del cuerpo y a considerar los fenómenos de la mente como “ficciones”, y los fenómenos físicos como “reales”. Si los dos ámbitos estuviesen separados, no sentiríamos “mariposas en el estómago”, ni escalofríos, ante situaciones con alta carga emocional.

“El cerebro puede enfermarnos”
Para la propia Suzanne O’Sullivan fue toda una sorpresa comprobar que “el cerebro puede enfermarnos”. Al comienzo de su práctica médica como neuróloga, recibía pacientes con síntomas graves.


Por ejemplo, tuvo muchos pacientes que presentaban convulsiones epilépticas. Sin embargo, al investigar, descubría que no había un patrón neurológico que las explicara.

Muchas veces se preguntó si esos pacientes estaban fingiendo. Con el tiempo, descubrió que no era así. Estas personas sufrían sus convulsiones y su epilepsia igual que aquellos en los que sí era posible identificar una causa neurológica.

Así fue como entendió que “el cerebro puede enfermarnos”, es decir, que a veces la causa de un cuadro sintomático se origina en la mente y no en el cuerpo. Las manifestaciones de la enfermedad son básicamente las mismas, lo que varía es el origen y, por lo tanto, el protocolo de intervención recomendado.

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Un problema generalizado
O’Sullivan cuenta que muchos de sus pacientes se mostraban decepcionados, incluso molestos, cuando les informaba que su problema era psicosomático. Pedían que les repitieran los exámenes o buscaban segundas opiniones. De alguna manera, esta tendría que haber sido una buena noticia para ellos, pero no fue así. En muchos casos sintieron que estaban siendo considerados «locos».

En este sentido, parece que somos bastante menos hábiles a la hora de identificar síntomas emocionales, en cambio sí lo somos camuflándolos o derivándolos. De manera que ese malestar retorna muchas veces en forma de un síntoma físico, que habitualmente es de orden psicosomático. Entonces, al hacer el diagnóstico, la persona tendría que reconocer eso que antes decidió ignorar. Y muchas no están preparadas para ello o son incrédulas frente a esta relación.

Hay un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), según el cual una de cada cinco personas tiene al menos seis síntomas físicos que no se pueden explicar por una afectación orgánica. Es decir, que tienen problemas psicosomáticos. Otro estudio señala que entre los enfermos que están hospitalizados, al menos el 30 % corresponden a casos de enfermedades psicosomáticas.

En muchos casos, el problema sigue siendo la resistencia de muchos pacientes a aceptar el diagnóstico; su temor a que exista una causa orgánica que se haya pasado por alto o la motivación por simplificar la intervención, depositando la responsabilidad sobre fármacos o intervenciones quirúrgicas, son dos de los principales constructores de esta resistencia. Por otro lado, esta supone un problema, ya que es necesaria la colaboración activa del paciente para atacar eso que se ha somatizado y produce la sintomatología.

En cualquier caso, el sufrimiento es real y, por lo tanto, nuestro deber como sociedad es seguir investigando, al mismo tiempo que derribamos muchos de los mitos que rodean a los problemas psicosomáticos. Y es que sí, «el cerebro puede enfermarnos.»

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