Autoestima y otros temas de psicología

Nadie pierde por dar amor, pierde quien no sabe recibirlo

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Nadie pierde por dar amor, porque ofrecerlo con sinceridad, con pasión y delicado afecto nos dignifica como personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad. Por ello recuerda, nunca te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.

Afortunadamente la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos explican por qué actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que conviene recordar es que el cerebro humano no está preparado para la pérdida, nos supera, nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio del sufrimiento.

«El amor no tiene cura, pero es la cura de todos los males»

-Leonard Cohen-


Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y para construir lazos emocionales con los que sentirnos seguros, con los que edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, «conectando», de ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga que salte al instante la señal de alarma en nuestro cerebro.

Ahora bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el modo en el que afrontamos dicha separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que empiezan a liberarse al instante las hormonas del estrés, conformando en muchos casos lo que se conoce como «el corazón roto«. Sin embargo, desde un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas personas es otro tipo de realidad.

No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten una pérdida de energía, de aliento vital. Es como si todo el amor dado, todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también, dejándolos vacíos, yermos, marchitos…

Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo? Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.

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Dar amor o evitar amar de nuevo
Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras soterradas y miedos camuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje. Nadie empieza de «0». Todo está ahí, y el modo en que hayamos gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor plenitud.

«Es mejor haber amado y perdido
que nunca haber amado en absoluto»

-Alfred Lord Tennyson-


Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.

No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de «mejor no amar para no sufrir«. Sin embargo, es necesario derribar una idea básica en estos procesos de lenta «autodestrucción».

Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona. Son esos actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…

Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de nosotros mismos.


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Sanar el amor perdido

Según un estudio llevado a cabo en la University College London, existen ciertas diferencias entre hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los hombres.

Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El s*x* femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar página suele hacer las cosas más fáciles.

Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos «no» a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.

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Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el «chicle» de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.

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Déjate querer, porque el amor bonito no duele

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Déjate querer, porque el amor que es bonito y auténtico no duele ni traiciona, ni tampoco entiende de lágrimas. El amor que vale la alegría es aquel que se ofrece con los ojos abiertos y el corazón encendido, es una relación madura y consciente donde no se llenan vacíos ni se alivian egoístas soledades.

Si pensamos en ello durante un momento, nos daremos cuenta de lo arraigado que está en nuestra cultura popular la clásica idea del «quien bien te quiere te hará sufrir». Es algo erróneo. El dolor y el amor son dos cosas muy distintas. Porque la relación sincera basada en la reciprocidad, jamás tendrá en su composición un aditivo tóxico ni venenoso.

Deja que te quiera bonito, permite que te quiera como mereces, porque mi querer no duele, y el amor que es real siempre vale la alegría, nunca las penas

John Gottman es uno de los máximos especialistas en relaciones de pareja. En uno de sus libros, «¿Cómo hacer que la pareja dure?» nos explica que el secreto para que una relación sea duradera y feliz está en saber obsequiarse. Con ello, el profesor emérito de psicología de la Universidad de Washington, ensalza la necesidad de atenderse mutuamente, de demostrar interés sincero el uno por el otro y, ante todo, de crear significados y valores compartidos.


El dolor, por tanto no tiene cabida ni sentido en estas relaciones. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

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El desamor y su huella en nuestro cerebro
Una de las características más notables de esas personas que logran establecer una relación de pareja basada en el respeto, la alegría y el crecimiento es que son capaces de amar como si nunca antes hubiesen sido heridas, sin volcar jamás en la nueva pareja el posible dolor de relaciones anteriores. No hay desconfianza ni rezuman amargura.

Ahora bien, a su vez, encontramos esos otros perfiles convencidos de que el sí amor duele, y duele porque sus experiencias pasadas así se lo han confirmado. Hablamos claro está, del desamor. De hecho, según un estudio publicado en la revista «Journal of Neurophysiology« ante una ruptura o una decepción afectiva nuestro cerebro reacciona de igual modo que ante el dolor físico.

Para hacer frente a estas situaciones tan delicadas, está surgiendo en la actualidad un interesante enfoque basado en la neurobiología relacional. Esta teoría tiene como principal punto de partida la idea de que nuestro cerebro, gracias a la neuroplasticidad, es capaz de curar «estas heridas», estas improntas de dolor.

Si fuéramos capaces de reconstruir nuevos tejidos y fortalecer más aún esos enlaces neuronales afectados por el dolor del trauma emocional, lograríamos sin duda un equilibrio interno más saludable.

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La teoría de la «Neurobiología interpersonal» (IPNB) fue desarrollada por el psiquiatra Dan Siegel. Según el propio autor, el mejor modo de sanar esos circuitos neuronales afectados por la indefensión o el desconsuelo tras un fracaso sentimental es practicar la meditación.

El hecho de favorecer un estado de calma donde volvamos a conectar de nuevo con nosotros mismos, es una forma muy adecuada de encontrar ese punto de equilibrio donde entender que lo que duele no es amor en sí, sino más bien nuestras acciones y reacciones. Nuestra incapacidad de saber «obsequiarnos» mutuamente como nos indica John Gottman.

El amor bonito, el que no duele ni sabe a lágrimas
Lo que duele es el desamor nunca el AMOR en mayúsculas. Lo que apaga y desconsuela es la batalla perdida, el cansancio de un corazón yermo, hueco de esperanzas. Ahí donde ya no se confía en el «te prometo que voy a cambiar» o «estoy seguro de que las cosas van a ser diferentes ahora».

Quiero un amor así, de miradas cómplices, de palabras llenas, de corazón humilde y caminos compartidos

Hemos de negarnos en rotundo a que nos vendan un amor con sabor a lágrimas. A que nos convenzan de que el auténtico aprendizaje de la vida llega con el sufrimiento, y que todos, de algún modo, hemos de experimentarlo para poder así nacer de nuevo, nacer de verdad.

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Ahora bien, la felicidad también enseña y mucho. Porque en el amor con letras mayúsculas no hay acentos hirientes, ni minúsculas cargadas de egos, miedos y desconfianzas. El cariño que es bonito no duele ni busca herir y si en algún momento aparece la sonrisa apagada y la mirada baja, la otra persona buscará la razón de esa nube pasajera y la escampará al instante.

Tal y como nos recordaba Erich Fromm, el amor es por encima de todo un acto de fe. Podríamos verlo también como un salto al vacío, donde a pesar de que nadie nos asegure que todo vaya a salir bien, no dudamos en arriesgarnos, en ofrecer siempre lo mejor de nosotros mismos para obsequiar y ser obsequiados.

Para dar felicidad, nunca amarguras.

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«Perdóname», palabra mágica capaz de solucionar malos entendidos

Hay quien sustituye la palabra «perdóname» o «lo siento» por una excusa. Este tipo de personas, además de tener una baja inteligencia emocional, descuidan el poder intrínseco del perdón para sanar malentendidos y reparar relaciones.
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«Perdóname» no es una palabra cualquiera; de hecho, es el ingrediente mágico para que cualquier relación funcione. Decía Gandhi que el perdón es el atributo de los fuertes, porque de algún modo, pronunciar estas palabras en voz alta requiere de grandes dosis de valentía, humildad y fortaleza de carácter para asumir los errores o agravios cometidos.

No diríamos ninguna mentira si afirmáramos que al ser humano le falta una mayor competencia en esta materia. Relacionamos la práctica del perdón en esas situaciones quizá más graves, donde son necesarias las palabras para reparar heridas, para facilitar el poder pasar página y avanzar. Sin embargo, saber pedir perdón en realidad es un acto que deberíamos llevar a cabo con mayor frecuencia en nuestro día a día.

Frases como ‘perdón por no haber cumplido lo que te prometí, por haberte exigido algo que no era de tu competencia, perdón por no haberte respondido bien, por no haberte llamado cuando lo necesitabas, etc.’, conforman sin duda esas situaciones donde se agradece saber conjugar esta palabra mágica. La psicología del perdón nos dice que este acto es la piedra angular de las relaciones humanas y que como tal, deberíamos hacer un mejor (y mayor) uso de ella.

«Cuando perdonas, liberas tu alma. Pero cuando dices, lo siento, liberas dos almas».


-Donald L. Hicks-

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«Perdóname», una palabra con elevado poder
Los malentendidos forman parte del paisaje social. A veces, entendemos lo que no es o hacemos juicios claramente equivocados. Otras veces, descuidamos sin querer a quien más apreciamos porque damos por sentado que no pasa nada, que quien nos aprecia no se ofende… Y sin embargo, sucede, surge el disgusto, la desilusión.

Podríamos poner mil ejemplos de esas situaciones tan comunes en las que surgen las pequeñas desavenencias. No obstante, debemos tenerlo claro, las pequeñas cosas que no se resuelven y que se acumulan, acaban dando forma a algo más grande. Así, por ese agujero que se crea mediante el descuido en una relación acaba por escaparse la confianza, la reciprocidad y hasta el afecto.

Un «perdóname» a tiempo salva amistades, amores, compañerismos e incluso el respeto de nuestros hijos. Sin embargo, hay quien no sabe usar esta palabra, y aún más, los hay que no dudan en sustituir un lo siento por cien excusas. Porque, para esas mentes, el perdón es sinónimo de debilidad. De ahí, que para sus altivas dignidades sea mejor recurrir a esa burda excusa con tal de justificar el fallo, ese agravio, ese descuido.


«Perdóname», sé que te he decepcionado y lo sucedido no volverá a ocurrir
En psicología es común que hablemos de la necesidad de saber perdonar. Algo que la mayoría sabemos es que suele costar bastante dar el perdón a alguien que nos ha hecho daño. Ahora bien, un aspecto del que no se habla tan a menudo es sobre la dificultad existente a la hora de dar el paso y pedir el perdón de alguien.


Lo creamos o no, es complicado; lo es porque se requiere de dimensiones tan importantes como una buena empatía, reconocimiento del daño provocado, valentía para dar el paso y, lo que es más importante, adecuadas habilidades sociales para hacerlo de manera correcta.

Un aspecto que debemos tener en cuenta es que un «perdóname, siento lo sucedido» no sirve de mucho si no hay cambio en la conducta. Pongamos un ejemplo. Un padre le pide perdón a su hijo por no haber cumplido una promesa.

Ahora bien, es posible que ese niño acepte las disculpas de su padre. Sin embargo, si las promesas hechas se siguen incumpliendo de manera reiterada, el perdón pierde su significado. Pasa a ser aire, solo son palabras vacías. De ahí que, más allá de la valentía y la responsabilidad, sean necesarias las conductas reparadoras.

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Personas que nunca piden perdón, ¿qué podemos hacer?
Es posible que muchos tengamos en nuestro entorno cercano a esa persona incapaz de pronunciar un «perdóname» y un «lo siento». Esperamos, confiamos en que en algún momento den el paso y, sin embargo, lejos de hacerlo, asumen actitudes más altivas, ahí donde llegar a hacernos creer que la culpa es nuestra o que lo sucedido carece de importancia.

¿Qué podemos hacer ante este tipo de situaciones? Lo primero es comprender qué hay detrás de estos perfiles. Sabemos, que quien se obstina en no pedir perdón lo que hace es intentar proteger su autoestima. Asimismo, padecen un conflicto con la imagen que desean proyectar, asumiendo que el acto de pedir perdón es sinónimo de debilidad y falibilidad; una forma de perder la confianza de los demás y, de paso, la propia.

Tal y como podemos asumir, no resulta fácil convivir con alguien que relaciona debilidad con el reconocimiento del error. Si esto persiste, si esa falta de inteligencia emocional no se resuelve, viviremos en un estado de frustración y sufrimiento constante. Hacer vida con quien sustituye un «lo siento» por una excusa no es saludable. Por otro lado, tampoco podemos forzar a nadie a pedirnos perdón, porque ese paso debe emerger del corazón y de la necesidad auténtica de reparar lo dañado.

Pensemos en ello, saber pedir perdón es una competencia que debería enseñarse desde la infancia. Al fin y al cabo, pocas palabras son tan relevantes en nuestro día a día.

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El mito de Dafne y el miedo a la s.e.x.o


El mito de Dafne es una historia de amor fallida entre esta ninfa y el dios Apolo. Más allá de la propia historia, entre líneas nos describe lo que se conoce como “angustia de penetración” o miedo al s*x* en las mujeres. Dafne y su historia son representaciones del mismo.
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Cada vez que se habla del mito de Dafne es necesario hablar también de Apolo. La historia de estos dos personajes es inseparable. Tal historia ha servido también para definir una dificultad psicológica: el complejo de Dafne, también llamado angustia de penetración o fobia al s*x*.

Dafne era una ninfa de los árboles, completamente dedicada a la naturaleza y a la caza. Era hija del dios río y de una ninfa de las aguas. Era una criatura muy hermosa. Cuenta el mito de Dafne que tuvo muchos pretendientes, pero los rechazaba a todos. Ella solo pensaba en andar libremente por la naturaleza.

Su padre le pidió que se casara, pues ansiaba tener nietos. Sin embargo, la ninfa no compartía su ilusión. Por eso, le rogó que le permitiera estar soltera para siempre, como la diosa Artemisa. El padre aceptó, pero le advirtió que no sería fácil alejar de ella a los diferentes pretendientes que siempre la acompañaban.

“Una de las supersticiones del ser humano es creer que la virginidad es una virtud”.


-Voltaire-

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El mito de Dafne y Apolo

Apolo, por su parte, era el dios de la música, de la poesía, de la luz y de las artes adivinatorias. Era hijo de Zeus y de Leto, la diosa de la noche y del día. Su única hermana, Artemisa, era la diosa de la caza. Era muy admirado por su belleza y talento. Además había tenido numerosos romances con diosas, ninfas y mortales.

Dice el mito de Dafne que en una ocasión cazó con su flecha a una serpiente pitón, por lo cual se vanaglorió. Poco después vio a Eros, el dios del amor, disparando una de sus flechas. Apolo se burló de como utilizaba el arma, señalando que era demasiado femenina y torpe. Este comentario ofendió profundamente a Eros.

Para vengarse, Eros le disparó una flecha de oro a Apolo. Luego, disparó una flecha de plomo a Dafne. La flecha de oro, que era la del amor, hizo que Apolo quedara inmediatamente prendado de la ninfa. En cambio, la flecha de plomo, que era la del rechazo y la frialdad, generó el efecto opuesto en Dafne, que ya era de por sí amante de la soltería.

Un amor desdichado
Con la flecha de Cupido en su corazón, Apolo sintió que no podía vivir sin Dafne. Por eso comenzó a perseguirla sin tregua. Cuenta el mito de Dafne que no la dejaba en paz ni un momento: se convirtió en sus sombra. Ella huyó y se internó en el bosque, pero Apolo le pidió a los dioses que le ayudaran a encontrarla y estos lo complacieron.

Dice el mito de Dafne que cuando la ninfa se vio descubierta, invocó a su padre para que la salvara del deseo de Apolo. Su padre la escuchó. Cuando Apolo estaba a punto de tocarla, la piel de Dafne comenzó a cambiar. Se tornó rugosa, como la corteza de un árbol.


Luego, sus cabellos se convirtieron en hojas y sus brazos en ramas. Así mismo, sus pies se convirtieron en raíces y se hundieron en la tierra. Desilusionado, pero lleno de amor, Apolo prometió que siempre la amaría. También que pondría sus hojas en las cabezas de los héroes.

Así mismo, le cedió sus poderes de eterna juventud para que siempre estuviera verde. La palabra Dafne significa laurel. Y una corona de laureles es lo que desde entonces se le pone en la cabeza a los héroes.

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El complejo de Dafne
El mito de Dafne se ha interpretado como un relato que habla acerca del temor de algunas mujeres a tener relaciones sexuales. No quieren ser tocadas por ningún hombre y por eso muchas se negarían a sí mismas la posibilidad de tener pareja.

Se habla del complejo de Dafne cuando existe ese patrón de comportamiento. Este se debe, generalmente, a una educación sexual inapropiada que se torna demasiado restrictiva. También es posible que haya experiencias de abuso durante la infancia o creencias equivocadas en torno a la sexualidad. Como en el mito de Dafne, quieren estar solteras para siempre.

En algunos casos, es tan fuerte su resistencia a tener relaciones sexuales que durante las mismas pueden llegar a presentar un espasmo muscular. Este hace que la vagina se contraiga al máximo y las relaciones sexuales se tornen dolorosas. Lo más frecuente es que este tipo de síntomas aparezcan en mujeres muy jóvenes, pero también pueden estar presentes en aquellas con más edad.

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Sé fiel a ti mismo


Los patrones sociales no tienen que ser cumplidos por todos de la misma manera. Por el contrario, podemos convivir bajo ciertos patrones comunes, pero sin abandonar aquello que nos identifica, aquello en lo que creemos.
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Sé fiel a ti mismo; sé fiel a tus ideas, tus creencias, a lo que necesitas, a lo que quieres, a lo que deseas, a tus propias aspiraciones, aunque sean diferentes al resto de las personas. En este sentido, en ocasiones resulta complicado seguir las propias convicciones, sobre todo cuando lo que pensamos y/o sentimos no coincide con la mayoría de las personas que nos rodean esperan.

Por ello, en el momento que nuestra propia convicción va en contra y/o es diferente al resto de personas, pueden entrarnos dudas sobre si nuestras creencias son adecuadas. O quizás nos cueste expresarlas o llevar a cabo esa actividad que tanto nos gustaría realizar por ajustarnos a las expectativas o a la norma. Esto es, por ejemplo, ¿cómo voy a decirle a mis amigos que aquello que llevamos haciendo toda la vida no me resulta agradable y que preferiría cambiarlo?

«Sé fiel a lo que existe dentro de ti».

-André Gide-


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¿Seguimos las normas sociales?
Las normas sociales, según Bicchieri, son el resultado de las interacciones de los individuos y deben entenderse como una especie de gramática de las interacciones sociales. De tal modo que, al igual que una gramática, un sistema de normas especifica qué es aceptable y qué no lo es en una sociedad o grupo.

Asimismo, Émile Durkheim, en su trabajo Las reglas del método sociológico, define las normas sociales con el concepto de hecho social, el cual se refiere a todo comportamiento o idea presente en un grupo social. Según el autor, el hecho social ejerce un poder coercitivo sobre la conducta de las personas, moldeándolas y predisponiéndolas a comportarse y pensar de una determinada manera.

En definitiva, las normas sociales rigen nuestra conducta, aquello que tenemos que llevar a cabo y definen el cómo, cuándo, dónde y el porqué de nuestro comportamiento desde un punto de vista social. Si bien es cierto que las normas son fundamentales para todos los seres humanos, pues es necesario seguir pautas comunes y, a su vez, sentir que pertenecemos a un colectivo, no todas las normas sociales tienen que cumplirse: también podemos desmarcarnos de la norma común.

«Cuando alguien se sale de las normas culturales, la cultura tiene que protegerse»

-Robert M. Pirsig-

Sé fiel a ti mismo en un mundo lleno de normas sociales

Ser fiel a uno mismo significa tomar partido por nuestras propias convicciones y creencias. Ahora bien, ¿ser fiel a uno mismo significa abandonar las normas sociales? Pues, la autofidelidad es totalmente compatible con seguir las normas y, además, es saludable. ¿Acaso podríamos vivir en un mundo sin seguir ninguna norma o patrones comunes?

Está claro que los patrones sociales comunes tienen su función y su razón. Los patrones no tienen que ser cumplidos por todos de la misma manera, sino que, por el contrario, podemos convivir bajo ciertos patrones comunes… pero sin abandonar aquello que nos identifica, aquello en lo que creemos.

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La clave está en el autoconocimiento
Sé fiel a ti mismo parte del autoconocimiento, pues no podemos ser fiel sin conocimiento: necesitamos conocer cómo somos, qué nos inquieta, cuáles son nuestros gustos y nuestras aspiraciones para poder ser fiel a nosotros. En este sentido, responderte ciertas preguntas pueden acercarte a ese autoconocimiento: ¿qué hago?, ¿qué pienso?, ¿qué siento?, ¿qué quiero en realidad?

A su vez, el autoconocimiento puede acercarte a partes de ti mismo que en este momento no terminas de comprender. Quizás pueda acercarte a partes de ti que no son socialmente aceptadas y, por ende, te resulte complicado sacarlas a relucir y/o aceptarlas, puesto que no es lo que conoces como «común». O cabe la posibilidad, entre muchas otras, de que te quieras autoimponer ciertas creencias por no desmarcarte de la costumbre.

En definitiva, realiza un ejercicio interior contigo mismo, inspecciona qué sientes, escucha tu voz interior, prueba a entenderte, ya que sólo así podrás serle fiel a la única persona que está y estará siempre contigo: tú mismo.

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Vivir sin ganas, cuando la apatía se apodera de mí

La tristeza, la apatía o la desgana son síntomas de que algo no marcha bien. Sin embargo, muchas personas cargan con ellas sin intervenir, sin comunicarse y sin pedir ayuda. Pero, ¿por qué ocultan cómo se sienten? ¿Qué podemos hacer si somos nosotros los que nos encontramos en esta situación?
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Vivir sin ganas es el reflejo global de la apatía y desmotivación por lo que esperamos del presente y futuro. Levantarnos, cada día, en este estado, puede convertirse en un suplicio. Una cuesta arriba que se vuelve realmente empinada por la inercia que gobierna nuestro estado mental.

No olvidemos que, para las personas que viven sin ganas, levantarse cada mañana conlleva dedicar tiempo a determinadas tareas con la sensación de no tener fuerzas para realizarlas. En cierto modo, necesitan hacer un esfuerzo extra, requerido por el lastre con el que cargan, para alcanzar objetivos poco costosos (desayunar, vestirse, ducharse…). Por otro lado, la apatía es tan elevada que se les hace un mundo tomar la iniciativa.

«Lo contrario del amor no es el odio sino la apatía».

-Leo Buscaglia-


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Vivir sin ganas en silencio
En ocasiones, la apatía pasa desapercibida, porque la persona suple la carencia de motivación con esfuerzo. Así, quienes rodean a una persona que vive en una espiral de desgana pueden no percatarse del dolor que pueda estar sintiendo esa persona. Pensemos, ¿cómo voy a percibir que está sintiendo una constante apatía si se comporta igual que siempre?

Este es un punto relevante. Muchas veces no le damos la importancia que merece al estado emocional del otro por la ausencia de síntomas externos salientes. La persona sigue cumpliendo en el trabajo, con las obligaciones familiares, acudiendo a las reuniones sociales…, incluso en su rostro podemos ver reflejadas sonrisas; sin embargo, a nivel interno, no existe ilusión.

«La tristeza es también un tipo de defensa».

-Ivo Andric-

Ante la apatía, evita los tópicos
Cuando alguien nos cuenta cómo se siente, tendemos a caer en las típicas frases con frecuencia: «eso no es nada», «ya verás cómo se te pasa», «nos ocurre a todos», «anímate», «no le des tanta importancia»… Señalar que, aunque la intención sea la de ayudar, para una persona que vive sin ganas, las típicas frases motivadoras pueden no ser reconfortantes. Al contrario, la sensación de no ser entendida puede hacer que corte los canales de comunicación y se encierre en sí misma.

Entonces, ¿qué hago si alguien me cuenta que se siente apático? Pues bien, realmente esa persona puede estar necesitando tu apoyo y tu escucha activa: sentir que le entiendes, que comprendes por lo que está pasando, que estarás ahí. Es probable que le reconforte expresar lo que significa para él vivir sin ganas, utilizar la voluntad de manera constante para cumplir con cada tarea.

«El desánimo es la piedra que inevitablemente tienes que pisar para cruzar el río. Puede que te caigas, pero siempre puedes levantarte o nadar para terminar cruzándolo».


-Anónimo-

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Más allá de la apatía
Vivir sin ganas, apático, puede tener un componente fisiológico, tal y como afirma un equipo de investigación. Asocian la desmotivación y la apatía a unos circuitos cerebrales muy concretos que en ciertos momentos pueden evidenciar ciertas anomalías en su funcionamiento. Pensemos que detrás de la desgana es posible que existan condicionantes más allá de las circunstancias externas.

A su vez, la apatía podría esconder ciertas patologías y problemas psicológicos subyacentes, tales como la depresión mayor o la distimia. Por ello, uno de los primeros pasos para superar este estado es descartar problemas médicos (factores causales hormonales u orgánicos) y/o psicológicos.

Dejando a un lado el origen de la apatía, es importante buscar apoyo. Lo podemos hacer tanto en el entorno más cercano como en el campo de profesionales especializados, pues el sufrimiento a veces nos desborda de tal manera que necesitamos ayuda externa para superarlo.

«Si no has aprendido de la tristeza, no puedes apreciar la felicidad».

-Nana Mouskouri-

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¿Por qué nos fascina tanto el amor?

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¿Somos románticos por naturaleza? ¿Qué nos lleva a amar a veces con tanta fuerza que hasta parece hacernos daño? ¿Por qué personajes ilustres como Leonard Cohen llegan a decir que “el amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males?


Lo cierto es que el amor puede ser fácil de describir, pero también muy complejo cuando lo esperamos, lo vivimos o lo apartamos. No obstante, hay autores e investigadores que han tratado de encontrar explicaciones cognitivas e incluso históricas. Una de ellas es Helen Fisher, una antropóloga y bióloga que lleva más de 30 años intentado dar con la respuesta.

La investigación de Fisher para saber por qué somos románticos
Helen Fisher, como investigadora y bióloga que es, ha centrado sus estudios en detectar los procesos cerebrales que se producen ante las reacciones de amor, romanticismo, etc. Entendemos lógicamente este caso el romanticismo como ese conjunto de sentimientos y emociones (que tal vez no sean así, como veremos a continuación) asociadas al enamoramiento. Nada que ver con el movimiento literario del siglo XIX de forma directa.


Para hallar explicaciones, Fisher usó a diversos sujetos que se confesaban perdidamente enamorados. Les sometió a escáneres en zonas específicas para conocer las áreas cerebrales que se activan mientras una persona piensa en la persona a la que amamos.

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Las pruebas de Fisher consistieron en estudiar los flujos sanguíneos cerebrales mientras la persona enamorada observaba la imagen de su pareja. Luego veían un número, lo restaban de siete en siete y miraban una fotografía neutra de un individuo poco significativo. Las pruebas se realizaron diversas veces para asegurar la consistencia de los resultados.

¿Por qué somos románticos, según Helen Fisher?
Aunque las reacciones ante el amor eran muy diversas y en distintos sitios de cerebro, una región fue especialmente activa. Se llama núcleo caudado, una parte primitiva que ya existía en los reptiles y evolucionó antes incluso de que proliferaran los mamíferos hace ahora millones de años.

También dedujo Fisher que el sistema de recompensas de nuestro cerebro es vital. Al observar la foto de la persona amada, liberamos dopamina, el neurotransmisor que se segrega al activar el núcleo caudado, generando motivación y satisfacción. Además, el sistema de recompensa también activa otras regiones cerebrales, como el caso del septum o la AVT, el área ventral tegmental. Ambas se relacionan con los sentimientos de euforia.

Concibiendo el amor romántico
Así pues, es evidente que somos románticos porque nos enamoramos. Y también parece lógico pensar que nos enamoramos porque nos sentimos bien. Algo totalmente justificado, dado que el sistema de recompensas y motivación juega un papel básico en estos procesos.

Según Fisher, enamorarse sería más bien un impulso, más allá de una emoción o un sentimiento de amor. Se debe a que cuesta mucho trabajo de controlar, y es muy difícil que desaparezca. Siempre podemos ser románticos, pues estamos expuestos a enamorarnos. Sin embargo, las emociones pueden ser más pasajeras.

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Otra conclusión a la que llega Fisher es que el amor romántico está plenamente centrado en la gratificación ofrecida desde el sistema de recompensas. Mientras, las emociones se ligan a otros objetos, como el miedo, por ejemplo.


También establece la investigadora que las emociones básicas se asocian a diversas expresiones faciales diferenciadas. Mientras dura el amor romántico, no existe dicha asociación, pues las expresiones son muy variadas.

Como resumen, del amor romántico establecido en la teoría cognitiva de Helen Fisher extraemos que es más una necesidad. Sentimos el impulso de amar y ser amados, porque nos hace felices y nos encontramos mejor, más plenos y motivados.

«En el amor hay siempre algo de locura, pero también hay siempre en la locura algo de razón”

-Friedrich Nietzsche-


Somos románticos
Para Hele Fisher, el amor romántico ha evolucionado en el cerebro humano. Hoy en día vuelca su motivación en una persona específica. Además, atribuye a este proceso cerebral una relación intrínseca y estrecha con el impulso sexual y el apego o necesidad de establecer vínculos profundos.

Así pues, y siempre basándonos en el estudio de Fisher, esas frases tan usadas y manidas como “yo no soy nada romántico” estarían fuera de lugar, pues no es una elección, sino parte de nuestra naturaleza.

“Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos lo hará”

-Julio Cortázar-

No obstante, ya sea un impulso, un sentimiento, una emoción o una incógnita, el romanticismo y el amor son básicos en nuestra vida. Nuestro cerebro lo sabe por naturaleza y evolución. Por eso es aconsejable hacerle caso y disfrutar de las mieles maravillosas del enamoramiento.

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¿Cómo nos seducen a través de nuestras emociones?

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La frase de «la letra con sangre entra» ha quedado anticuada no solamente por la metodología de enseñanza que promulga sino por el contenido que pretende impartir. Poco a poco nos estamos dando cuenta de que la educación no es enseñanza sino que es un vehículo trasformador que debe tratar de manera individualizada a las personas que quieren aprender, para que ellas sean capaces de explotar todo su potencial.

Hoy, nos estamos empezando a dar cuenta de que la creatividad, la asertividad, la empatía o la inteligencia emocional son más importantes que las matemáticas o la historia. Dicho de otra manera, son habilidades psicológicas que le sirven tanto a un historiador o como a un matemático, son habilidades que le sirven a la persona.

Somos seres tanto racionales como emocionales y, sin embargo, hasta ahora nos hemos preocupado de que los niños aprendieran a manejar su razón, dejando a las emociones como un agujero oscuro. Algo propio y personal donde cada uno debíamos hacer la guerra por nuestra cuenta.

Creo que el ser humano ha tenido mucho miedo a enfrentarse a sus propias emociones porque no sabía lo que se iba a encontrar y también creo que poco a poco ese miedo se va superando porque no podemos seguir ignorando su importancia. El ser humano ha necesitado sus emociones para alimentarse, reproducirse, madurar. Pero hubo un momento en el que el ser humano decidió que ya no necesitaba sus emociones, lo importante era controlar su razón y crear algoritmos, incluso con el amor.

¿Son nuestras decisiones reflejo de nuestra razón o de nuestra emoción?

¿Cuántos de nosotros reconoceríamos que somos irracionales en las decisiones que tomamos? Probablemente pocos o ninguno. Y la verdad es que estamos equivocados. La voz de alarma la dio el conocido caso de Phineas Gage, un hombre amable y trabajador que, tras sufrir una aparatosa lesión en la zona frontal del cerebro vio mermada sus capacidades para controlar sus decisiones y transformar sus juicios en sentimientos y conductas apropiadas. Así, Phineas se volvió una persona infantil, irresponsable y despreocupada. Parece que ahí residía uno de los núcleos de comunicación entre la razón y la emoción.

La evidencia sugiere que la zona de la corteza cerebral orbitofrontal es la base de la comunicación entre nuestras emociones (sistema límbico) y nuestros comportamientos. Así, ha quedado recogido en numerosos estudios. Un tipo de investigación (Bechara y cols, 1997) que da cuenta de estas cuestiones consiste en dar a los participantes un dinero ficticio a fin de que intenten ganar todo lo que puedan. Los participantes del estudio se dividen en dos grupos: personas con lesión en la zona mencionada (corteza prefrontal) y personas sin ningún tipo de lesión cerebral.

Cada participante tenía que coger cartas, una cada vez de cuatro barajas. Dos de las barajas eran malas (daban a los jugadores 100 monedas pero también había otras que quitaban cantidades muy superiores). Las otras dos barajas eran buenas (la mayoría daba 50 monedas y las otras quitaban muy poco dinero). Por lo tanto, si los jugadores elegían sólo cartas de la baraja buena ganarían dinero, pero si elegían cartas de la baraja mala perderían.

Los resultados de este estudio son muy interesantes. Tras un largo rato jugando, las personas normales presentaban cambios en las medidas de estrés emocional justo antes de elegir una carta de la baraja mala (todavía no eran conscientes de que había dos barajas buenas y dos malas). Una vez que esto comenzó a suceder, los jugadores normales cambiaron la estrategia de juego y comenzaron a elegir de forma más frecuente cartas de la baraja buena. Algunas de estas personas comentaban que tenían “malas vibraciones” antes de elegir las cartas malas. En definitiva, dejaron que su respuesta emocional (estrés) guiara su elección. Sin embargo, las personas con lesiones no mostraron respuestas emocionales antes de elegir cartas malas pero sí mostraban reacciones negativas cuando se daban cuenta de que habían perdido dinero. Es decir, no eran capaces de sentir esa “prevención emocional” que les proporcionara una estrategia segura. Las lesiones prefrontales parecen impedir esa respuesta emocional que anticipa la pérdida y siguen cometiendo los mismos errores a pesar de sus resultados negativos. Parece, pues, que nuestro cerebro controla si ha sucedido algo bueno o malo y si hemos tomado la decisión correcta, seamos conscientes de ello o no (lo que llamamos intuición).


Estas cuestiones han sido puestas en prácticas por los especialistas en publicidad. Estos y otros estudios más actuales realizados con técnicas de neuroimagen (en los cuales se muestra claramente cuál es la zona activada ante la toma de decisiones guiadas por emoción: zona prefrontal) en publicidad nos están diciendo que la mayoría de las veces nos decantamos, a la hora de comprar aquel objeto o valor, por aquel que nos produce una emoción positiva y agradable. Por ejemplo, ante dos ordenadores con las mismas características, elegimos el más caro porque a la marca que lo ha hecho ha conseguido que seamos capaces de atribuirle unos valores que nos gustan.

Esto ¿es malo o es bueno?
Racionalmente es terrible, es igual por más. Pero emocionalmente no lo es porque ¿Qué ordenador nos produce un mayor placer emocional al ser comprado? ¿Cuál de los dos estimula más nuestro sistema límbico? ¿Con cuál nos haremos más fotos y cuál mostraremos más orgullosos a los demás?

Una vez más queda patente que las marcas no existen, no son algo que podamos tocar, las marcas sólo existen en nuestra mente, la cual consiguen impregnar de emociones positivas para que queramos comprarlo y hagamos por llegar a alcanzar ese producto tan deseado.

¿Las respuestas a todas estas preguntas compensan la diferencia de precio?
Hay marcas que han conseguido que la respuesta sea afirmativa;
que, conociendo cómo elegimos, realmente han trabajado muy duro para ganar terreno en este campo y aún en tiempos de crisis son capaces de provocar que sus potenciales consumidores hagan un gran esfuerzo de ahorro para adquirir sus productos.

Estas marcas hacen que a determinadas personas se les activen las mismas regiones cerebrales que se les activan a las personas profundamente religiosas cuando asisten a un acto religioso. Esto no es más que el sentimiento de pertenencia a un grupo (con valores, estilo y emociones propios).

Podríamos hablar de manipulación emocional, pero tengo la sensación de que seriamos un tanto injustos porque nadie habla de manipulación racional cuando una marca presenta un producto que tiene mejores características. ¿Por qué darle un valor ético negativo al hecho de producir emociones?

Lo cierto es que cuando compramos un producto, también compramos emociones; que cuando elegimos, también elegimos emociones. Y, al final, si no ignoras todas las preguntas que he planteado tendrás más poder sobre la respuesta que les des y probablemente ésta se acercará más a la que quieres realmente.

La razón no es nada sin las emociones pero las emociones sin la razón son más potentes de lo que creemos. Así, conocer y saber qué peso tienen nuestras emociones potenciales es una forma, al final, de restar o sumar felicidad a nuestra vida.


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4 señales que no engañan en una primera cita

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Ana acaba de entrar en el bar. Es su primera cita a ciegas y no tiene ni idea de cómo proceder. Se pregunta a quién se encontrará, pero también está nerviosa porque tiene dudas de si será lo suficientemente atractiva como para gustarle. Desde luego no piensa preguntárselo abiertamente. Aunque lo hiciera podría mentir. Entonces, ¿cómo averiguarlo?

Si os parece vamos a echarle una mano a Ana. ¿En qué aspectos debería fijarse para saber que ha despertado al atención de su acompañante? Por supuesto, lo mejor es que sean aspectos que el otro no pueda manipular. Además, sería importante que esta información fuera veraz.

Le diremos a Ana que nos quedaremos en un mesa apartada, observando disimuladamente la conversación. Cuando haya pasado un tiempo prudencial, ella saldrá al baño y nosotros haremos lo propio para hablar con ella. La puerta se abre y la cita comienza.

Influencia
La primera señal honesta que se da en la en la conversación es la influencia. Con este término nos referimos a la magnitud en la que una persona logra que el su interlocutor adecue los patrones de conversación a los suyos. Por lo tanto, la influencia es un indicador de poder sobre la conversación y una forma fácil de percibirla tiene que ver con la distribución de turnos en una conversación, los cambios de tema o las preguntas.


La utilizan, por ejemplo, los padres para que los niños empiecen a hablar. Dicen una palabra y esperan pacientemente a que el niño la repita o conteste. Por otro lado, la influencia y el poder sobre una conversación demanda un esfuerzo mental.

Así, si el acompañante de nuestra amiga Ana realiza este esfuerzo, significará que está interesado en la cita que están manteniendo, ¿qué otra explicación habría para que invirtiera tantos recursos en la conversación que el propio interés por Ana?

Lo contrario sería una señal de que no está interesado, es tímido o prefiere ser prudente. ¿Con qué nos quedamos? Para saberlo, veamos las siguientes señales sinceras que rodean a la comunicación.

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Mimetismo
Cuando estamos interesados en un conversación sucede algo muy curioso: tendemos a repetir los gestos de la persona con la que hablamos. Si existe este interés y nos tocamos la oreja, hay grandes posibilidades de que nuestro interlocutor lo haga después. Esta también es una manera de ver la influencia: normalmente quién hace los gestos antes es quien ejerce dicha influencia y quien los repite es el influenciado.

Si no existe dicho mimetismo en los gestos será una señal de falta de interés. Así, si la cita de Ana ni intenta ejercer influencia ni hace eco de la influencia de Ana con los gestos lo más probable es que Ana no le interese y en su mente ya se haya puesto a planificar la reunión del Lunes.

Por otro lado, el mimetismo no solamente es una señal de interés, sino también es una sensación de que estamos a gusto. Es un señal de sincronía y encaje, de que las piezas en la conversación cuadran.

Nivel de actividad

Puede ser el nivel de actividad corporal (mímica) o la propia velocidad de la locución. Cualquiera de los dos signos es un síntoma de implicación en la conversación, y por lo tanto de interés. Piensa en qué te ocurre cuando te sientes muy alegre, ¿puedes parar quieto?

No, por supuesto que no. De hecho existe la acertada expresión popular de «dar saltitos de alegría». Así, si vemos que la cita de Ana mueve los brazos, se muestra imprecisa y un tanto descortinada sumaremos una señal de interés más a la lista. Después, con todas estas notas, haremos una valoración global y daremos nuestro veredicto.

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Coherencia
La coherencia tiene que ver con el análisis holístico del comportamiento de la cita de Ana. Está relacionada con cómo se sincronizan el lenguaje verbal y el no verbal, e incluso los diferentes aspectos del lenguaje verbal y no verbal. Alguien alegre tiende a hablar más alto de lo habitual, mientras se mueve mucho. Es decir, de alguna manera en la expresión sincera toda la expresividad dice lo mismo.

El hecho de que no sea así es una señal de disimulo. En este caso podría ser para simular interés, en una forma de intentar mantener el protocolo social y la educación. O de intentar esconder el interés, para no mostrarse vulnerable con un desconocido.

Otro aspecto significativo de la coherencia tiene que ver con la variabilidad a lo largo del tiempo y no con las diferentes maneras de expresarse en un mismo instante. Que haya variabilidad -por ejemplo, en el volumen de la locución- en una conversación forma parte del proceso natural de la misma y que no la haya puede ser una indicador de que existe un excesivo control sobre la comunicación o de que directamente dicha comunicación no es interesante para el que la produce.

Identificadas las cuatro fuentes de información y tomadas las notas para cada una de ellas -a partir de nuestra observación-, podremos decirle a Ana algo más de su cita. Entonces quizás nos sorprendamos nosotros, porque aunque Ana no haya estudiado estas señales honestas previamente, en realidad las solemos evaluar inconscientemente y no somos malos haciéndolo.

Somos tan buenos interpretando este tipo de información que, cuando nos presentan a alguien, no tardamos en hacernos una idea de si le hemos caído bien o mal. Podemos acertar o equivocarnos, pero de una forma o de otra esta es una información que utilizamos todos los días en nuestras vidas.

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Adoro a la gente que no defrauda ningún día del año

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Adoro a la gente que no defrauda. Me gustan las personas que permanecen, que no descontextualizan, que no dramatizan, que no decepcionan. Me gustan porque con ellas aprendo a quererme cuando los miedos asoman y las debilidades manejan mi vida.

También me gustan porque están en días soleados y en días lluviosos, porque me han demostrado que siempre son un buen abrazo, que la gente merece la pena y que aún hay algo en este mundo que permanece.

Y es que hay gente que es bonita todos los días del año, que nos ayuda a entender con la melodía más bella que aquello que emana del corazón es aquello que nos eleva y que nos huele a hogar. Más que nada porque el hogar está dentro de ellos, en su lugar en nuestra vida.

La otra cara de la moneda, las personas que restan
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Porque también hay otra realidad en las personas de las que nos rodeamos, la cruz de la cara. Ellas son las personas con las que nos decepcionamos, las que nos hacen desconfiar injustamente de la gente buena, las que nos hacen pensar que la honestidad, la sensibilidad y el respeto brillan por su ausencia en este mundo de locos.

Estas son las personas que prefieren dejarnos de hablar antes que pedir perdón por algo que hicieron mal. También las hay que se distancian porque simplemente la relación ya no les interesa o que dejan que los malos entendidos manejen kilómetros emocionales.

Con ellas es difícil dejar que nuestro corazón lata sin dolor. Se nos hace imposible querer sin culpa o abrazar sin miedo. Pero las fachadas caen por su propio peso, las gomas de las máscaras se rompen y la verdad se grita a sí misma volviéndose eco.

La decepción nos deja huérfanos, nos aturde y nos hace sentir desnudos e indefensos. Pero gracias a eso podemos valorar que lo que de verdad merece la alegría deja a un lado la pena.

La comprensión a través del alma
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Hay personas con las que nos entendemos con una mirada, pues la complicidad atraviesa el alma. Y es que quienes le dan sentido a nuestra vida son aquellas personas con las que la compartimos.

Con ellos es más difícil disimular una sonrisa que explicar porqué estamos tristes. Con ellos vamos a contracorriente. Ellos quieren salvarte, miran por tu bien, quieren que sucedas, que recibas impulso, que salgas del hoyo.

Y el sentimiento es mutuo. Eso es lo que hace que estas relaciones sean tan significativas, tan propias, tan nuestras. Porque en ellas está parte de nuestra esencia, de nuestro agarre y de nuestro orgullo.


Por eso nos gusta esta gente que no defrauda nunca, porque va de frente y te mira a los ojos. Porque te hace espabilar, porque acaricia tus heridas, porque llena de amor cada logro y cada pequeño detalle.


El principio de incondicionalidad
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Es complicado abrazar sin miedo cuando hemos tenido que sobrevivir a un portazo, a un golpe que nos silenció, que nos hizo tragar saliva, que nos abrió una herida y nos obligó a retemblarnos de frío.

Pero gracias a esto sabemos reconocer a la legua la incondicionalidad, la bondad inabarcable, la humildad, la honestidad, la amabilidad, el respeto y el cariño sincero. Así sabemos que debemos alejarnos del egoísmo, de la amargura, de la hipocresía y de la soberbia.

Así seguiremos acercándonos a la gente que no defrauda, rodeándonos de aquellas personas que decoran con sonrisas los obstáculos, que le echan un pulso a la vida.

Es que elegir con quien compartir la vida es una de las casualidades más bonitas que existen. Siempre habrá unas personas que restan, otras que suman, otras que aportan y otras que enganchan. Pero luego estarán aquellas de las que es imposible separarse, aunque cientos de kilómetros lo hagan. Son la gente que no defrauda.

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Amamos o nos necesitamos: ¿es el amor una necesidad?

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Al llegar a ciertos momentos de nuestras vidas, es posible que nos preguntemos si realmente sabemos distinguir el amor de una necesidad. ¿Amamos o necesitamos?, ¿sabemos realmente qué es el amor?, ¿por qué es diferente de una necesidad?

Hablar del «amor», en cualquiera de sus expresiones, se torna muy complicado por el uso excesivo que se le ha dado a esta palabra en temas que, en realidad, son muy diferentes.

Al ser algo más que una palabra, quizás haya que hacer hincapié en qué no es el amor, en lugar de buscarle una posible definición.

El amor NO es…
  • La palabra «amor» (si lo defines, entonces no es).
  • Posesión (lo que posees te posee, no se puede encerrar ni atrapar).
  • Pensamiento (no pienses “amo” practica y siente “amar”).
  • Interés (donde hay motivo, no hay amor, no cotiza en bolsa, solo ES).
  • Necesidad (no está para cubrir vacíos del ego).
  • Temporal (no está en ti, estás en él siempre “ahora”).
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Y la pareja NO consiste en…
  • «Ser pareja», sino en ser libres.
  • Hacerse promesas, sino en coger ambos el timón.
  • Firmar nada, sino en afirmar libertades.

Además:

  • No requiere demostraciones, sino comunicación.
  • No se relacionan las máscaras ni la imagen que uno tiene del otro.
  • No es «enamorarse», eso solo es neuroquímica que se acaba.
En cuanto al amor “de pareja” en sus múltiples manifestaciones, el enamoramiento es el más confuso, pues este estado transitorio supone una alteración de los neurotransmisores (la dopamina y noradrenalina suben y la serotonina disminuye) con efecto muy similar a la adicción a las drogas. Por eso, es recomendable dejar pasar este estado de enamoramiento para tomar decisiones.

Según el psicólogo John Bradshaw, las relaciones duraderas deben superar el enamoramiento o estado de transición hasta el “compañerismo”.

Existe un estudio muy comentado sobre cómo cambiamos los recuerdos en cuanto a este tema. Holmberg y Holmes (1994) entrevistaron a 400 parejas casadas que afirmaban que les iba muy bien y estaban enamorados.

Dos años después, volvieron a entrevistarles y las parejas que se habían separado o se encontraban en una situación peor, afirmaron que la relación había ido mal desde el inicio. Esto nos permite ver cómo somos capaces de construir recuerdos que justifican nuestras decisiones.

Ahora, veamos qué es una relación de amor.

La relación de amor
  • Es expresarse en todos los sentidos.
  • Es libertad total (de lo contrario, no es una relación).
  • Es jugar sin reglas, porque no hay reglas si hay amor.
  • Es imaginación, sorpresa y apoyo sin condición.
  • Es respeto a uno mismo para respetar a los dos.
  • Es conducir con baches y revisar las ruedas entre los dos.
  • Una relación no es compromiso, sino liberación.
Con el paso de los años se van ocultando libertades y aumentando juicios, orgullos y egos. A todo esto, sumamos el problema de la tecnología con el consiguiente aumento de lo superficial sobre lo humano.

Van aumentando las operaciones de estética como regalos, la obsesión por obtener reconocimiento, y la decadencia va en aumento, así como el exhibicionismo del físico por redes sociales y móviles; hasta el punto que ya hay tratamientos y terapias para este gran problema.

La institucionalización como obstáculo para el amor
Institucionalización
No se puede encerrar en templos, sectas, religiones, modas, ritos o filosofías. ¿Crees que puedes etiquetar, clasificar o apropiarte de la libertad? Por eso, el amor no tiene santuarios, pues se encuentra cuando no se busca y aparece cuando quitas los obstáculos.

¿Acaso no había luz cuando estaba la habitación con las cortinas cerradas? Solo tienes que apartarlas, la libertad no se busca, aparece dándote cuenta de tu prisión.

Resultados
Un ruiseñor no trina para ser aplaudido y esa naturalidad le da belleza en sus melodías. A veces, se considera el amor un resultado, algo muy trabajoso. Consiste en quitar más que en poner por eso estamos hablando de obstáculos.

También ocurre con las aficiones y actitudes. No se nos educa para amar lo que hacemos, sino para amar el resultado y buscar el reconocimiento. Eso nos aleja de la belleza del apasionamiento natural que nace de una conducta sin meta, de una reacción a la armonía con el entorno que nos rodea.

Condicionamiento
Romper y cuestionar toda condición que encierra y oculta esta capacidad de amar que llevamos dentro. ¿Qué haces por lo que se espera de ti o por lo que tú mismo quieres?

Hay personas tan atrapadas en la identificación que aman más un símbolo que a una persona, una bandera o una ideología como prioridad para dividirse y sentirse especiales. Son carencias y vacíos por miedo a amar, pues el amor arrasa con todo lo que creías seguro.


Apego

Confundir amor con necesidad es una conducta muy frecuente. Muchos adolescentes empiezan una relación porque sus amigos o amigas tienen ya pareja y piensan que es mejor tener una pareja antes que aprender a gestionar la soledad, el miedo, la evitación, la protección… Esto nos da un ejemplo de cómo el apego puede hacernos dependientes mentalmente de otra persona.

Como el amor es libertad, el apego es un obstáculo al amor y hay que saber trabajar este tema. Compartir libertades nos hace fuertes, depender nos aleja del amor.

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El ego lo hace desaparecer
En resumen, el amor aparece cuando desaparece el ego con su necesidad de atención.

Hay muchos trenes que pasan por tu vida; todo el mundo te lo recuerda y todo el mundo se agarra a ellos para echártelo en cara. ¡Coge el tren! ¡Es tu oportunidad! Y nadie, nadie, nadie… se acuerda de que, a veces, primero hay que bajarse del que uno va.
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Tu pareja nunca podrá llenar todas tus necesidades emocionales

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
El ser humano necesita el amor en todas sus formas y variantes para ser feliz. Así, el afecto de una pareja puede ser enriquecedor, pero no cubrirá por sí mismo todas las necesidades emocionales; factores como la amistad, las metas propias e incluso el amor propio también son prioritarios.
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Una pareja afectiva rara vez podrá llenar todas tus necesidades emocionales. Así, el hecho de tener a tu lado a alguien capaz de a amarte de manera plena e incondicional no significa ni mucho menos que tu realización como persona ya esté completa. Tampoco que ese amor, por nutritivo que sea, llene cada parcela de tu rico ser, cada aspecto de tu personalidad, aspiraciones y valías.

El amor de un compañero de vida es algo excepcional, no hay duda. Sin embargo, el ser humano es una entidad en constante crecimiento y expansión, de tal manera que siempre estamos situando nuevas y más elevadas necesidades a medida que maduramos, que avanzamos y nos autorrealizamos. La pasión, el afecto y el cariño de la pareja es solo un elemento más de nuestro ser, uno importante, pero no el exclusivo.

Decía Goethe que las personas estamos hechas de aquello que amamos. De algún modo, ahí está la auténtica clave de todo. El amor en realidad es una dimensión poliédrica, un multiverso cuajado de maravillosas dimensiones que conforman lo que somos.

Necesitamos el amor de la familia, de los amigos, de la pareja, y por supuesto el que nos ofrecemos a nosotros mismos. Si lo pensamos bien, son múltiples las áreas que nos pueden fortalecer emocionalmente y todas ellas son importantes para sentirnos bien, para ser felices.


«Las mejores y más bellas cosas en este mundo no se pueden ver ni escuchar, sino que se deben sentir con el corazón».

– Helen Keller-

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Si deseas llenar todas tus necesidades emocionales, recuerda que significa la palabra «amor»
Para Oscar Wilde, una vida sin amor era un jardín sin sol donde todas las flores acaban marchitándose. Al fin y al cabo, este sentimiento es el que debería nutrir las raíces de todo aquello que somos, de cada cosa que hacemos, que decidimos e incluso que soñamos.

Porque quien lucha cada día por mejorar en su trabajo es porque ama su profesión, porque quien se compromete consigo mismo para alcanzar determinadas metas, es porque se quiere, porque se siente valedor de aquello que quiere y ansía.

Tu pareja no podrá llenar todas tus necesidades emocionales por mucho que te ame, porque hay muchas más variedades de amor y la carencia en una sola de ellas deja secuelas. De este modo, si pensamos que el afecto que nos ofrecen en una relación basta para alcanzar una felicidad plena y duradera, nos estaremos encaminando al desastre.

Amar y ser amados por esa persona es algo excepcional, pero no lo es todo. Hay muchas más necesidades.


Las necesidades humanas no son un deseo, son realidades que debe atenderse

El ser humano está hecho de carne, células nerviosas, huesos, etc. Sin embargo, por encima de todo está hecho de necesidades que deben ser atendidas. Ya nos lo explicaba Abraham Maslow en su ya clásica pirámide, ahí donde factores como la alimentación, la salud o el descanso asentarían la base. Más tarde aparecerían dimensiones como la familia, el trabajo, la vivienda…

Más tarde surgen nuestras necesidades de afecto (pareja, amigos, pertenencia a determinados colectivos, etc.). Seguidamente, y culminado las partes más elevadas de la pirámide, encontramos aquellas áreas relacionadas con la autorrealización, como puede ser el ascenso laboral, el logro de metas personales y el sentido de trascendencia (sentirnos bien con nosotros mismos e inspirar a otros).

Tengámoslo claro, ni una sola de estas dimensiones puede descuidarse. Porque una necesidad no es un mero deseo. Tener una pareja es algo enriquecedor, pero por sí sola no podrá llenar todas tus necesidades emocionales. Elementos como la amistad, un trabajo satisfactorio y las metas personales configuran áreas vinculantes para la felicidad.

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Tus necesidades emocionales son importantes ¡No descuides ni una!
Un interesante estudio llevado a cabo en la Universidad de Illinois nos indica lo siguiente: una de las materias pendientes del ser humano es la conciencia emocional. Autores de este trabajo, como el doctor Howard Berenbaun, señalan que disponer de esa claridad a la hora de comprender el universo de las emociones, sus necesidades y su lenguaje particular, nos ayudaría sin duda a alcanzar una mejor autorrealización personal y psicológica.

Sin embargo, uno de los escenarios donde mayor desregularización emocional aparece es en las relaciones afectivas. Hay altibajos y a menudo focalizamos un exceso de recursos en el ser amado hasta el punto de descuidarnos a nosotros mismos. Recordar algo tan básico, como que la pareja no puede llenar todas tus necesidades emocionales, nos ayudaría sin duda a sufrir un poco menos.

Pensemos en ello, el amor que de verdad nos hace felices está compuesto de múltiples nutrientes. Nuestra familia, nuestros amigos, nuestras aficiones más preciadas, el trabajo, nuestra autoestima y nuestros sueños personales configuran esa variedad de emociones capaz de enriquecernos como merecemos.

El afecto de la pareja es uno de los más preciados, mientras que en realidad necesitamos todos esas vitaminas antes citadas para estar bien, para sentirnos fuertes, valiosos y felices. Porque el amor no tiene límites, es expansivo y habla muchos lenguajes. Y como seres humanos los necesitamos todos…

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