Autoestima y otros temas de psicología

¿Por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?


En muchas ocasiones nos hemos encontrado en situaciones en las que alguien se negaba a aceptar una clara evidencia. Incluso nosotros mismos, siendo sinceros, nos hemos negado a cambiar de opinión sobre algo aún sabiendo que existen pruebas contrarias. Ante estas situaciones no podemos evitar preguntarnos, ¿por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?

Qué mejor forma de comenzar el tema ilustrándolo con situaciones que todos hemos vivido en nuestro día a día. Hace poco mantuve un pequeño debate viendo un partido de fútbol. El equipo del que somos seguidores marcó un gol, pero fue anulado por el árbitro porque la pelota salió del campo antes del gol. Mi compañero mantenía que la pelota no había salido, sin embargo, mi postura era la de que sí había salido y por lo tanto el gol no era válido.

Cuando mostraron la repetición se vio claramente que la pelota había salido por completo. Ante mi sorpresa, mi compañero defendía que la pelota no había salido del todo. Justo en ese momento pensé, ¿qué puede llevar a una persona a defender aquello que la evidencia contradice? ¿Por qué a pesar de ver claramente que la pelota estaba fuera seguía defendiendo que no?

Este caso tan común se repite con frecuencia en el mundo del fútbol, en el que unos niegan evidencias claras. Una falta puede ser más discutida, pero hay agresiones claras que dependiendo del equipo son vistas como agresiones obvias o como simples lances del juego.

¿Por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos? ¿Qué hay detrás de todo esto?
¿Qué nos indica este claro ejemplo? Que observamos la realidad a través de nuestros filtros. No observamos lo que realmente ocurre ahí fuera. Sino que observamos un estímulo, lo procesamos, lo adaptamos a nuestra forma de pensar y emitimos una respuesta. Y no sólo eso, sino que en muchas ocasiones no sólo estamos condicionados por nuestra experiencia, sino que queremos llevar razón a pesar de la evidencia contraria.

Pero la respuesta a la pregunta “¿por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?” requiere un análisis mucho más minucioso. Un análisis que escarba en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra identidad. Por una parte abordaremos la parte más social con el experimento de Solomon Asch y veremos cómo podemos negar una evidencia clara por la presión social. Sin embargo, será en el abordaje del concepto del “yo” desde la psicología budista donde profundizaremos hasta llegar el quid de la cuestión.

Conformismo Social
En el año 1951 el psicólogo Solomon Asch llevó a cambio una serie de experimentos que no dejarían indiferente a nadie. Pongámonos en situación. Una habitación. Un grupo de gente de entre 7 y 9 personas sentadas a una mesa. Un experimentador. Una pantalla con dos diapositivas. En la diapositiva de la izquierda se ve una línea vertical de una longitud concreta. En la diapositiva de la derecha se ven tres líneas verticales (A, B, C) con diferentes longitudes. Los participantes deben decir cuál de las tres líneas verticales mide lo mismo que la línea de muestra de la diapositiva de la izquierda.

Las diferencias entre líneas eran claras para no dar ningún margen de error. Sin embargo, todos aseguraban como correcta una línea que claramente no media lo mismo. ¿Cómo podía ser esto? ¿Qué estaba pasando? Resulta que todos los que estaban sentados, excepto uno, eran cómplices del experimentador. Debían decir una respuesta errónea y observar qué ocurría cuando llegaba el turno de la “víctima”. ¿Diría la misma respuesta que la mayoría o diría la respuesta correcta?

“La tendencia a la conformidad en nuestra sociedad es tan fuerte que los jóvenes razonablemente inteligentes y bien intencionados están dispuestos a llamar negro al blanco. Este es un motivo de preocupación. Plantea preguntas sobre nuestras formas de educación y sobre los valores que guían nuestra conducta”.

-Asch-

El 36,8% de los sujetos “víctimas” aseguró que la respuesta correcta era la incorrecta. En condiciones normales sólo fallaba un 1%. Esta subida tan abismal de errores arrojó luz sobre la teoría del conformismo social en la que, sin duda, existe una presión social subyacente.

Este experimento nos muestra cómo a pesar de tener una evidencia delante, la presión social puede hacer modificar nuestra respuesta. En este punto entramos en otro aspecto importante ya que aquí se podía vivir la presión social y por ello se erraba en la respuesta. ¿Pero qué ocurre si lo trasladamos al día a día?

Aferramiento al Yo
La psicología budista nos da una visión muy profunda e interesante sobre el por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos. Y la respuesta a esta incógnita sería el “aferramiento al yo”.

Desde que nacemos nos bautizan con un nombre. Poco a poco comenzamos a formarnos una identidad. Primero nos influyen nuestros padres, nuestra familia, el entorno cultural en el que vivimos. Posteriormente los amigos del colegio, los profesores, los compañeros del instituto, etc.

Nos pasamos la vida rodeados por personas e información que influyen en nuestro modo de pensar y de actuar. No es lo mismo nacer en la España de los años 40 que nacer en el mismo país en el año 2000. La forma de ver la vida de una persona y la otra será muy diferente. Incluso tampoco será lo mismo nacer en el mismo año pero en países diferentes.

Cada persona, por su experiencia, por su cultura, por su entorno, por sus inquietudes se ha ido formando gradualmente una forma de ser, esto es, un “yo”. ¿Pero qué ocurre? Desde la psicología budista, este “yo” no es más que la suma de todos aquellos condicionamientos que hemos ido recibiendo desde pequeños. Por lo tanto, no es más que una construcción y como tal está sujeto a cambio. El aspecto clave, según el budismo, es que no estamos dispuestos a desprendernos el “yo”.

El “Yo” y la Impermanencia
Este “yo” nos da una supuesta identidad fija e invariable que nos define como individuos, sin embargo, nada es fijo ni permanente por lo que el “yo” también estaría sujeto a cambios. Aquí entra en juego el concepto budista de “impermanencia“, esto es, que nada permanece y todo cambia. Todo está en constante cambio aunque no lo percibamos.

Algunos cambios son más obvios, pero otros no tanto. Debido a que todo está en continuo cambio, el “yo” también, pero nosotros nos aferramos a una identidad estática e inmutable. Dentro de esta identidad radican creencias, pensamientos, ideas, etc.

Así pues, el hecho de que algo contradiga lo que llevamos pensando toda una vida pone en peligro nuestro “yo”, nuestra identidad, por lo que preferimos negar la evidencia antes de “romper” el concepto (o una pequeña parte) que tenemos de nosotros mismos.

Pensar que podemos dejar de ser nosotros a mucha gente le da miedo. Consciente o inconscientemente produce rechazo ya que podemos sentir que nuestro “yo” se está desdibujando y estamos siendo otra persona. De esta forma, es fácil responder por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos. ¿Cuántas veces hemos escuchado la famosa frase “yo soy así”? No es más que una afirmación sobre una forma de ser única e inmutable.

También hemos escuchado muchas veces frases como “me da igual lo que diga la ciencia, esto es así y punto”. Lo que se esconde detrás de esta aseveración es una afirmación en las ideas que forman el “yo”. Porque… ¿qué pasaría si lo que llevo pensando toda mi vida no es como pensaba? Mucha gente sentiría que se derrumba algo por dentro. “No puedo estar toda mi vida equivocado…”.

El Yo y las Expectativas
Lama Rinchen, maestro budista, asegura que aquellos con una mente cerrada al cambio son más propensos a sufrir crisis existenciales cada cierto tiempo. Estas crisis son fruto del contraste tan grande que se ha ido creando con los años entre nuestra idea de “yo” y la realidad que nos rodea. Así pues, se produce una crisis que les hace cambiar el “yo”.

La mayoría de los estudiantes cuando acaban la carrera se imaginan en el plazo de unos diez años ejerciendo su profesión. A esto se le suele añadir una estabilidad económica, un coche, una casa, incluso una familia. Cada uno proyecta su futuro según le gustaría.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, esto no se cumple y nos tenemos que adaptar a la realidad. Es aquí donde muchos sufren sus crisis ya que existe una incoherencia entre las expectativas y lo que realmente ocurre. Cuánto más nos aferramos a nuestras expectativas, mayor será el sufrimiento.

Por otro lado, defiende que aquellos con una mente consciente del cambio continuo, no necesitan tanto tiempo para modificar su “yo”. Sino que se produce de forma gradual al mismo tiempo que cambian las circunstancias. De esta forma, cuando observan una evidencia, en lugar de cerrarse a ella, la observan y la integran en su “yo”. En este caso sería el estudiante que poco a poco se adapta a las circunstancias de la vida y modifica sus objetivos conforme pasan los años y surgen más o menos oportunidades.

Leon Festinger y la Disonancia cognitiva
En 1957 el psicólogo Leon Festinger utilizó el concepto de disonancia cognitiva para definir el esfuerzo que realiza un individuo para establecer un estado de coherencia con él mismo.

“Las personas tienden a mantener coherencia y consistencia entre las acciones y los pensamientos. Cuando no es el caso, las personas experimentan un estado de disonancia cognitiva”.

-Festinger-

El ejemplo más claro son aquellos que aún sabiendo que el tabaco es perjudicial siguen fumando. Nadie quiere poner en peligro su salud pero suelen justificarse con frases como: “para qué vivir si no se puede disfrutar de la vida”. A pesar de la evidencia de la relación tabaco-cáncer, los fumadores adaptan sus pensamientos a una conducta en contraposición con tener una buena salud.

Detrás de la adaptación a una conducta en disonancia con nuestros pensamientos se esconde el autoengaño. Alguien puede estar seguro que nunca será infiel, sin embargo, si un día lo es chocará contra sus creencias más profundas. ¿Qué ocurrirá? Posiblemente comience a culpar a su pareja: “ya no era la misma”.

Albert Bandura y la desvinculación moral
Albert Bandura propuso en 2002 la teoría de la desvinculación moral para justificar los comportamientos a pesar de la disonancia cognitiva. Esta desvinculación moral consiste en desactivar los sentimientos de culpa y puede basarse en uno o más de los siguientes mecanismos:




    • Justificación del acto inmoral. Consiste en la reconstrucción cognitiva del acto inmoral de forma que el acto justifique un logro mayor. Un ejemplo podría ser torturar a un presunto terrorista. Se podría justificar el actor inmoral de la tortura para evitar futuros atentados. También entra en juego la comparativa. El fumador puede comparar su conducta con otra peor: “yo sólo fumo, otros hacen cosas peores”.
    • Negación y rechazo de la responsabilidad individual. La persona que ha cometido el acto inmoral asegura que su intención no fue dañar a nadie. También tienden a culpar a las condiciones externas y aseguran que fueron “empujados” a actuar de la forma en que lo hicieron. Por otro lado, también encontramos aquellos que se justifican diciendo que su acción es poco importante dentro de aquellos que realizan una acción inmoral. Por ejemplo, una persona puede lanzar una lata al suelo asegurando que “por una lata no pasa nada, hay gente que contamina mucho más”.
    • Negación y rechazo de las consecuencias negativas. La persona asegura que no ha perjudicado directamente a nadie. Por ejemplo, si alguien entra a robar a nuestra casa, el ladrón puede justificarse pensando que el seguro nos devolverá la cantidad de lo robado.
    • Negación y rechazo de la víctima. Consiste en culpabilizar a la víctima: “Él/ella me ha provocado”. También entra en juego la deshumanización, en la que se degrada de tal forma a la víctima que deja de generar empatía como ser humano.
Hemos podido comprobar que la cuestión “¿por qué la evidencia no logra cambiar lo que pensamos?”, no ha pasado desapercibida entre los estudiosos de la conducta humana. Desde la psicología budista hasta la psicología moderna han establecido sus teorías para explicar este fenómeno.

Como hemos podido leer, las teorías de Festinger y Bandura en el fondo consisten en no dañar la imagen que tenemos del “yo”. Cuando interioricemos que todo está constantemente sujeto a cambio podremos aceptar aquellas evidencias y hacerlas nuestras. Y sabremos que nuestra identidad no corre ningún riesgo, al contrario, nos enriqueceremos cada vez más.

Por Xevi Molas
 
El Trastorno Esquizofreniforme, otro tipo de psicosis


El trastorno esquizofreniforme orgánico es un tipo de esquizofrenia, la diferencia radica en que tiene una duración limitada, de menos de 6 meses.

En qué consiste el trastorno esquizofreniforme

Al igual que la esquizofrenia, el trastorno esquizofreniforme es una clase de psicosis en la que la persona que la padece no es capaz distinguir lo que es real de lo que no. Este trastorno afecta la forma en que la persona piensa, actúa, expresa las emociones y se relaciona con los demás.


El diagnóstico del trastorno esquizofreniforme se hace cuando alguien presenta síntomas típicos de esquizofrenia durante un mínimo de un mes, pero menos de seis meses, incluyendo las fases prodrómica, activa y residual. Si los síntomas duran seis meses o más, el diagnóstico cambia a esquizofrenia o, en algunos casos, a trastorno bipolar o trastorno esquizoafectivo. Por otro lado, para cumplir con los criterios del trastorno esquizofreniforme, los síntomas no pueden ser fruto de una medicación, droga recreativa u otro problema médico o psicológico.


Síntomas

Para que se diagnostique el trastorno esquizofreniforme, al igual que en la esquizofrenia, deben aparecer al menos dos de los siguientes síntomas:


  • Delirios (creencias falsas a las que la persona se niega a renunciar, incluso después de conocer los hechos).
  • Alucinaciones (ver, oír o sentir cosas que no son reales).
  • Discurso desorganizado, sin sentido, usando palabras inconexas y saltando de un tema a otro, generando un tipo de comunicación incoherente.
  • Comportamiento extraño como caminar en círculos o escribir constantemente.
  • Conducta desorganizada o catatónica.
  • Disminución del rango de expresión emocional (la persona parece emocionalmente retraída).
  • Falta de energía.
  • Deficientes hábitos de aseo y autocuidado.
  • Pérdida de interés o placer en la vida
  • Aislamiento de la familia, amigos y actividades sociales

Además, al menos uno de los síntomas debe incluir los delirios, alucinaciones o lenguaje desorganizado.


cerebro-atornillar.jpg



Las personas con trastorno esquizofreniforme a menudo se aíslan de sus seres queridos y evitan las actividades sociales. Esto conlleva una pérdida de la vida normal y habilidades sociales, así como problemas significativos en la escuela o el trabajo.


Aunque la esquizofrenia afecta a hombres y mujeres por igual, el inicio generalmente es más temprano en hombres, a menudo aparece entre los 18 y 24 años, mientras que el inicio en mujeres es más habitual entre los 24 y 35 años.


Causas

Las causas del trastorno esquizofreniforme no están claras, pero parecen estar relacionadas con la genética, una estructura cerebral anormal y un entorno o situación que inicia los síntomas en personas susceptibles de padecer esta enfermedad. Las relaciones interpersonales deficientes o el estrés severo también pueden desencadenar síntomas de esquizofrenia.


  • Genética: Los hijos de padres afectados por un trastorno esquizofreniforme tienen un riesgo más alto de desarrollar la misma enfermedad.
  • Estructura y función del cerebro: las personas con esquizofrenia y trastorno esquizofreniforme pueden tener una alteración en los circuitos cerebrales que se encargan del pensamiento y la percepción.
  • Entorno: las relaciones deficientes o los eventos muy estresantes pueden desencadenar el trastorno esquizofreniforme en personas que han heredado una tendencia a desarrollar la enfermedad.

Tratamiento

La psicoterapia y los medicamentos antipsicóticos son la base del tratamiento del trastorno esquizofreniforme.


La terapia cognitivo-conductual puede ayudar a las personas con esquizofrenia a comprender el trastorno y proporcionar formas prácticas de sobrellevarlo mientras se mejoran las habilidades sociales y de resolución de problemas. Otros tipos de terapia que adopten un enfoque positivo pueden ser igualmente efectivos, al menos a corto plazo.


Si aparecen síntomas violentos o autodestructivos, puede ser necesaria la hospitalización. La terpia familiar también puede ayudar a los familiares a lidiar con el trastorno y a aprender maneras efectivas de ayudar.

Por Sergio Muñoz Collado
 
La teoría triangular del amor


En este interesante vídeo se explica la Teoría Triangular del Amor de Sternberg. El amor es una de las emociones más intensas y estables que existen, según el psicólogo estadounidense Robert Sternberg. Gracias a él podemos sentirnos como las personas más extraordinarias y felices pero también como las más despreciables y tristes. Es lo que tiene el amor.



Por Marta Guerri
 
¿Cómo te consideras? Zanahoria, Huevo o Café…


Ante de la vida y ante los problemas que nos vamos encontrando, ¿cómo te consideras? ¿como una zanahoria, un huevo o el café?


Os propongo realizar el siguiente experimento: en tres botes con agua hirviendo coloca en uno de ellos una zanahoria, en el segundo un huevo y en el último 2 o 3 cucharadas de café. Deja cocer cada uno de los elementos su tiempo normal de cocción.


¿Qué observas?


La zanahoria que antes era rígida y dura, una vez cocida se transforma en un cuerpo blando y fácil de aplastar con un tenedor.


El huevo que con su apariencia frágil si se hace cocer el tiempo correspondiente, parece que no haya sufrido ninguna transformación pero si le rompemos la cáscara nos encontramos con un cuerpo duro y fuerte.


Y por último el café, ha conseguido teñir toda el agua e incluso la ha aportado aroma y sabor.


Esto es una metáfora de cómo podemos transformarnos frente a las adversidades.


En el primer caso, el de la zanahoria, eres una persona aparentemente fuerte, dura y difícil de desmontar, pero ante la adversidad te vuelves blanda, frágil, vulnerable… que incluso puedes caer en una depresión con relativa facilidad.


Si por el contrario eres como el huevo, significa que aunque parezcas alguien frágil, ante los contratiempos eres capaz de endurecerte, te fortaleces y construyes una coraza para evitar el dolor, coraza que en ocasiones provoca que te sea muy complicado ponerte en el lugar del otro.


Pero si eres como el café, las adversidades las conviertes en verdaderas oportunidades para crecer y fortalecerte como persona, pero sin olvidar a los que te rodean y sus necesidades, logrando ser un verdadero ejemplo de superación para los demás.


Es necesario que te preguntes si te sientes víctima de las circunstancias, si te estás quejando todo el día, o si eres fiel a tus principios. Si conseguimos saber con cuál de estos elementos nos identificamos, siempre será más fácil poder remediarlo.

Por Marta Guerri
 
Los beneficios de no tomarse tan en serio


Nos tomamos demasiado en serio, como si en la manifestación del personaje que vamos a representar durante nuestra vida, no cupiera otra opción que actuar en una película dramática

¿Por qué no darnos el permiso para ser los protagonistas de una comedia o de una de esas llamadas películas familiares donde el protagonista es un niño, que en su inocencia y liviandad, nos revela formas de vivir desde el corazón, o en una película coral donde cada personaje es sólo una pieza de un maravilloso engranaje?


Defendemos tanto el protagonismo de nuestro personaje, que nos olvidamos de vivir entrando en una continua autoexigencia desde la que nos juzgamos, desde la que juzgamos al otro, fuente primaria de todo conflicto con uno mismo y con el mundo.


¿Sabéis una cosa?


¡Podemos fallar! ¡No pasa nada! Es más, ¿fallo? ¿quién dijo fallo? Nunca fallamos, simplemente obtenemos un resultado distinto al esperado.


Somos tan duros con nosotros mismos, vivimos tan equivocados en la creencia de que somos imperfectos, de que nuestra imperfección nos hace vulnerables a la crítica y al juicio ajeno, que nos criticamos internamente, nos juzgamos preventivamente, nos camuflamos poniendo la atención en el fallo del otro y perpetuamos la mentira de la imperfección.


Nacemos perfectos, de hecho cuando miramos a un bebé sentimos la perfección de ese ser que aun no sabe nada, sin embargo no emitimos juicio alguno de imperfección.


Contemplamos su crecimiento, sus torpes intentos por caminar o por asir la cuchara con la que alimentarse, y nos reímos, no existe el juicio, sino la dulzura y la confirmación de la perfección del proceso de aprendizaje.


Podemos ver como sus ojos brillan cuando se cae la cuchara, y se ríen, no se frustran, emiten una carcajada y vuelven a intentarlo, y lo consiguen, claro que lo consiguen.


Y ya caminan, y ya van tomando sus propias decisiones, la mayoría erradas, y seguimos contemplándoles con ternura, sin exigencia.


Hasta que algún día algún adulto considera que se la ha acabado el crédito de vivir en un mundo donde todo es perfecto y se le introduce la idea de lo “correcto”, de la “dualidad”, del éxito y del fracaso…


Hay que desaprender….


La única manera de salir de esa dualidad que nos conduce sin cesar a la frustración es dejar de tomarnos tan en serio, es tomar consciencia de como una parte de nosotros está continuamente observándonos y emitiendo juicios de valor duales en función de nuestras acciones.


Ese dialogo interno castigador y exigente que nos machaca cuando no hacemos las cosas según unos estandartes que nos hemos o nos han marcado.


Debemos tomar el mando de ese observador y reajustar su mirada, ponerle unas gafas con cristales rosas, recuperar la mirada del niño que fuimos, de la madre que somos o tuvimos….


Debemos mirarnos con AMOR y con HUMOR, reírnos de esos resultados inesperados, aprender de ellos, reírnos incluso del juzgador que llevamos dentro que no es más que un niño enrabietado que sólo busca calmar la desaprobación.


El tomarnos demasiado en serio no sólo nos trae problemas con nosotros mismos, es la causa de todos los problemas que tenemos con el mundo.


Estamos tan oprimidos por nuestra necesidad de ser falsamente perfectos que no permitimos que los demás no lo sean, faltaría más, con la caña que nos metemos a nosotros mismos no vamos a consentir que el despreocupado de enfrente se vaya de rositas, café para todos, y tan amargo como nuestra propia bilis, o qué se ha creído…


Y en esa espiral de seriedad en la que nos vamos introduciendo, nos tomamos el comportamiento de los demás como algo personal, nos molestan sus comportamientos, sus perspectivas diferentes a las nuestras… todo es susceptible de ser un ataque a nuestra persona.


Reírnos de ese mecanismo, darnos cuenta de que bastante tenemos cada uno con nuestra propia película, ser conscientes de que el otro es tan esclavo como nosotros mismos de sus programas mentales y tomárnoslo con humor es altamente saludable.


Y tú ¿De qué película quieres ser protagonista?

Por Marisol
 
¿Qué son las mentiras azules? O la razón de que tanta gente te parezca imbécil




Existen muchos tipos de mentiras. Las piadosas, por ejemplo, son las que consideramos moralmente más aceptables, porque se producen a fin de no herir al prójimo. Menos conocidas son, sin embargo, las mentiras azules.


Creencias claramente absurdas que, en realidad, mantenemos por mor de formar parte de un grupo.


Cómo nos hacemos los tontos

Si una mentira blanca o piadosa se pronuncia en beneficio del interlocutor, una mentira azul se dice en beneficio de un grupo excluyente. En parte, pues, las mentiras azules son una explicación de que nos parezca que haya tanta irracionalidad y estupidez a nuestro alrededor, a pesar de estar conviviendo con las generaciones mejor educadas de la historia.


Quienes creen que la tierra es plana o que Hillary Clinton está siendo sustituida por una doble porque la original sufre esclerosis múltiple no pueden ser tan extremadamente estúpidos como para creer esas cosas. Básicamente porque tienen una capacidad de razonamiento mínimo que les permite sobrevivir en sociedad. Como abunda en ello Steven Pinker en su libro En defensa de la Ilustración:


Aunque algunos teóricos de la conspiración pueden estar genuinamente desinformados, la mayoría expresas estas creencias a efectos interpretativos más que en aras de la verdad: están tratando de suscitar el antagonismo de los liberales y demostrar su solidaridad con sus hermanos de sangre.




Es decir, que las creencias absurdas son como llevar tacones altos e incómodos o formar parte de una religión que impone ayunos y otros rituales. Son hándicaps. Señales efectivas de lealtad. Señales más poderosas porque son más difíciles de seguir, ya sea porque son incómodas, porque requieren tiempo y sacrificio o, sencillamente, porque son demasiado absurdas.


Cualquiera puede decir que las piedras caen hacia abajo y no hacia arriba, pero solo una persona verdaderamente comprometida con sus correligionarios tiene una razón para decir que Dios es tres personas, pero también una persona, o que el Partido Demócrata dirigía un círculo de ped*filia desde una pizzería de Washington.


Ésa es la razón de que, también, las religiones que más se están adaptando a los nuevos tiempos (es decir, se vuelven más fáciles de seguir) son también las que más rápidamente están perdiendo acólitos. Porque no importa el contenido sustancial de las reglas religiosas: la única característica común es que deben ser difíciles de seguir. Resultar incómodas. Cuanto más difícil sea todo, más fácil es identificar a los impostores, y más fácilmente se ponen en funcionamiento los mecanismos psicológicos del sesgo endogrupal. Tal y como señala Eduardo Porter en su libro Todo tiene un precio al distinguir las organizaciones laicas de las religiosas:


Las comunas fueron populares en Estados Unidos durante el siglo XIX, una época de intensa experimentación social. Se fundaron a centenares basándose en todo tipo de ideas, desde las creencias del utopista francés Charles Fourier y el escocés Robert Owen, padre del movimiento cooperativo, hasta grupos anarquistas y docenas de sectas religiosas. Muy pocas sobrevivieron más de un par de docenas de años y se disolvieron por la dificultad de asegurar la cooperación y evitar las disputas por la asignación de recursos, derechos y responsabilidades. Hay que destacar que las comunas religiosas tenían entre dos y cuatro veces más probabilidades de sobrevivir que los grupos laicos. Parece ser que la razón era que imponían poderosas exigencias a sus miembros (entre ellas el celibato y restricciones a la hora de comunicarse con la gente del exterior) que reforzaban los vínculos.

Por Sergio Parra
 
Escoger mejor las personas de las que te rodeas es lo que te hará más feliz


No es el dinero, ni la salud, ni tu filosofía de vida, ni otros tantos factores por los que luchamos cada día. Según un nuerocientífico, el factor más importante para determinar tu felicidad es el tipo de personas que escoges para pasar tu tiempo.


Es lo que sostiene Moran Cerf, un neurocientífico de la Universidad de Northwestern que ha estudiado la toma de decisiones durante más de una década.


Escoge tus amigos

Cerf basa su tesis en dos premisas. La primera: que tomar decisiones tiene un enorme coste cognitivo, un dispendio de energia mental. La segunda premisa es que los humanos creen falsamente que tienen pleno control de su felicidad al tomar esas decisiones. Es decir, que siempre y cuando tomemos las decisiones correctas, pensamos, nos encaminaremos hacia la satisfacción de la vida.


Su investigación sugiere que cuando dos personas están en compañía sus ondas cerebrales comenzarán a verse casi idénticas. Un estudio realizado con cinéfilos, por ejemplo, descubrió que los trailers más atractivos producían patrones similares en los cerebros de las personas.


Esto significa que la gente con la que pasas el rato realmente tiene un impacto en tu compromiso con la realidad más allá de lo que puedes explicar. Y también te pareces más al otro, y viceversa. La conclusión de Cerf es que si las personas quieren maximizar la felicidad y minimizar el estrés, deben construir una vida que requiera menos decisiones al rodearse de personas que encarnan los rasgos que prefieren.

Por ejemplo, rodearte de personas que quieren hacer más ejercicio, ver menos televisión, tocar un instrumento musical o ser más sociables sería una forma de contagiarte de esas actitudes sin el gasto de tomar las decisiones conscientemente.

Por Sergio Parra
 
10 síntomas del enamoramiento científicamente probados


El amor, algo que tradicionalmente se ha visto como algo mágico e inexplicable, como una conexión por encima de lo terrenal, también puede tener una vertiente científica. Los humanos somos sentimientos y emociones, pero también cuerpo. Muchas veces ese amor platónico es fruto de algo más que una simple obsesión de nuestro “corazón” o nuestra mente, lo que significa que afortunadamente algunos aspectos de esta extraña “fiebre” que se apodera de nosotros puede ser observada por la ciencia, casi como si fuera precisamente eso: una “enfermedad”, lo que significa que podríamos identificar unos síntomas del enamoramiento.

Los investigadores han descubierto que cuando estamos enamorados nuestro cerebro funciona de una forma distinta a cuando sentimos solamente atracción. Helen Fisher, antropóloga de la Universidad de Rutgers ha concluido con su investigación que hay muchos signos que pueden determinar si estamos enamorados. ¿Quieres conocer algunos de los síntomas del enamoramiento y saber por qué los experimentamos?

1. Esa persona te parece única y absorbe toda tu atención
sintomas-del-enamoramiento-embelasada.jpg


Uno de los primeros síntomas del enamoramiento es que, de pronto, esa persona te parece súper especial, única, incomparable. De hecho, te cuesta muchísimo pensar en alguien distinto en un plano romántico.


Según Fisher y su equipo de investigadores esto se debe a que nuestro cerebro experimenta una mayor producción de dopamina, que está muy relacionada con nuestra atención y la dirección de nuestro afecto, algo que ya vimos en el artículo que hablaba sobre por qué gustan tanto los senos femininos.

2. Has superado o superas obstáculos para estar con él/ella


Así es, como Romeo y Julieta, cuando dos personas que se sienten atraídas la una por la otra tiene que enfrentarse a algún tipo de obstáculo juntas es mucho más posible que se enamoren. ¿Es tu caso? Es el de muchos héroes y heroínas de novelas, series y películas que vemos a diario y tiene una base científica. De nuevo, la dopamina es la culpable de este tipo de cosas. Cuando tardamos en recibir una recompensa, por ejemplo estar con esa persona que tanto deseamos, producimos mucha más dopamina, cosa que de nuevo centra nuestra atención en nuestro enamorado/a acercándonos más a él o ella.

3. Tu relación con esa persona ya no es sólo s*x*
https://supercurioso.com/wp-content/uploads/2015/02/sintomas-del-enamoramiento-mas-que-s*x*.jpeg

En las investigaciones de Fisher se planteó la frase “El s*x* es lo más importante en mi relación con mi pareja” y se pidió que las personas que aseguraban estar enamoradas respondieran si estaban de acuerdo o no con tal afirmación.

El 64% de las personas (de ambos sexos) respondieron que no estaban de acuerdo. Sus relaciones eran algo más. ¿Te lo esperabas?

4. No puedes dejar de pensar en esa persona
sintomas-del-enamoramiento-pensar-en-esa-persona.jpeg


Este estudio documentó que las personas que estaban enamoradas afirmaban pasar más de un 85% del tiempo pensando en esa persona. ¿Por qué? Tras estar realmente a gusto con esa persona, tu cerebro experimenta una bajada de serotonina, deja de producir prácticamente dopamina y como si padeciese síndrome de abstinencia, te lleva a buscar pasar un rato más con ese sujeto que lo hace sentir tan bien. Esta bajada de serotonina tiene mucho que ver con el comportamiento obsesivo compulsivo. De hecho, los desórdenes de este tipo se tratan con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Así, querer pasar más tiempo con él o ella es uno de los síntomas de enamoramiento.

5. Tu humor cambia, especialmente si no estás con esa persona
sintomas-del-enamoramiento-cambio-de-humor.jpeg


De nuevo la dopamina nos lleva a centrarnos únicamente en todo lo positivo de esa persona y a poner nuestra atención en todos aquellos objetos que nos recuerdan a ella y a los que hemos compartido. Seguimos buscando estímulos que nos acerquen un poco a esa persona y nos lleven a generar más dopamina y sentirnos mejor.

Sin embargo, curiosamente, a la vez nos desestabilizamos emocional y psicológicamente. Pasamos de estar eufóricos a deprimidos, perdemos el apetito, comemos en cantidades industriales… ¿Qué está pasando? Estás experimentando los mismos síntomas que una persona adicta a alguna sustancia. De hecho, cuando estamos enamorados y nos enseñan una fotografía de nuestro amado/a se activan las mismas zonas del cerebro que cuando se muestra una droga al adicto, según han demostrado los estudios de Fisher. ¡Increíble! ¿Verdad? La conclusión a la que llegaron los científicos es que estos cambios y forma de pensar determina que el amor es, de algún modo, una especie de adicción.

6. Lo harías todo por esa persona


Según las investigaciones de Fisher, aquellas personas enamoradas serían capaces de sacrificarse y hacer lo que fuera por esa persona.

7. Te cuesta ver lo negativo de esa persona y todo te recuerda a ella


Otro de los síntomas del enamoramiento típicos. De pronto, todo lo que ocurre al alrededor del enamorado o enamorada le recuerda a esa persona especial. Incluso los detalles más pequeños y poco importantes le llevan a contar una anécdota sobre el objeto de su deseo, haciendo que vuelva a ocupar sus pensamientos. En su mente, por supuesto, todo lo negativo de esa persona se minimiza, destacando sus virtudes por encima de todo.

Esta atención tan concentrada en su amor son consecuencia de algunos cambios en el cuerpo de quien está enamorado. Los niveles de dopamina aumentan así como el de una sustancia que aumenta la memoria al recibir nuevos estímulos, llamada norepinefrina. Esta combinación son el cóctel perfecto para que él o ella te parezca increíble y todo te lleve a rememorar los momentos compartidos.

8. Haces planes de futuro porque necesitas estar con esa persona


Cuando se está enamorado se tiende a buscar formas de pasar más tiempo con esa persona. Según la neurocientífica de lAlbert Einstein Colloge of Medicine N.Y, Lucy Brown, esta necesidad que sentimos se parece mucho a la que tenemos por consumir alimentos o beber agua. Se trata de un impulso parecido al de supervivencia. En su opinión es tan similar porque al final para la especie la reproducción es, inconscientemente, cuestión de vida o muerte.

9. Empatizas más con esa persona que con el resto del mundo
sintomas-del-enamoramiento-todo-te-recuerda.jpg


El enamorado no puede evitar que todo lo que le ocurra a la persona que ama le afecte en sobremanera. Si está alegre sentirá como si esa felicidad fuera suya, si está triste sufrirá del mismo modo… La empatía hacia él o ella aumenta exageradamente.

10. Compartes cada vez más intereses con esa persona


Es un hecho: cuando alguien se enamora empieza inevitablemente a cambiar ligeramente algunos aspectos de su vida, sus hábitos empiezan a adaptarse y a parecerse a los de la persona que ama, se interesa por los temas que le apasionan a él o ella, incluso puede que se mimetice un poco en cuanto a estilo de vestir, forma de hablar… Todo ello es normal (siempre y cuando no se lleve al extremo), pues su mayor deseo es pasar más tiempo con esa persona y tener cosas en común.

¿Y tú? ¿Reconoces alguno de estos síntomas del enamoramiento?

Por Leticia Fernández Alegre
 
¿Cuánto tiempo nos cuesta enamorarnos?

Enamorarnos. ¿Cuánto te cuesta a ti? ¿Eres de los de “amor a primera vista”? ¿O quizá de los que se dan cuenta de esa “efusividad” al cabo de unos meses? Los científicos nos sorprenden cada día más con sus estudios, y si les quedaba un área por investigar, parece que era precisamente la del enamoramiento.

Obsesión, fascinación, idealización, alegría y tristeza a la vez, noches en vela… ¿quién no ha sufrido de amores alguna vez? No hay nada más universal y nada más ansiado que el sencillo acto de enamorarnos. ¿Te interesa saber cuánto tardamos en sentir ese fogonazo por una determinada persona?

Resultado del estudio: 8,2 segundos
El estudio se llevó a cabo en varias universidades de Reino Unido, a la vez que en otra en Nueva York y cuyo resultado fue publicado hace poco en la revista “Sexual Behavior”. Se llevó hizo a través de una muestra poblacional de varias edades, incluyendo estudiantes y profesionales de edad madura. ¿El resultado? Las personas, según estos científicos, tardamos unos 8, 2 segundos en caer enamorados.

Obviamente se trataría de un amor a primera vista, de un enamoramiento donde se valoraría únicamente el aspecto físico. Y es que parece que son muchas las reacciones que ha suscitado este polémico estudio. ¿Se puede medir realmente el amor?



Si nos guiamos a partir de este enunciado, el de los 8, 2 segundos, quedarían atrás todo ese complejo y fascinante proceso de seducción, las conversaciones, las cenas, la complicidad, ese proceso reiterado donde finalmente una persona queda realmente rendida ante otra.


Aunque si bien es cierto, son muchas las teorías que valoran la importancia del inconsciente, ese desconocido de nuestro cerebro que toma decisiones mucho antes que nosotros, él es quien decide si una cosa, persona o dimensión nos gusta o no. Tal vez sea una mezcla de todo ello. Una mezcla de atracción a primera vista y de proceso de seducción.

El estudio nos dice que son principalmente los hombres quienes suelen enamorarse de una mujer en este breve espacio de tiempo, mientras que las mujeres, por su parte, necesitan una valoración más exhaustiva y compleja, ahí donde valorar el estilo del hombre en sí y no solo su atractivo, su sentido del humor… etc.

No deja de ser sin duda una dimensión compleja en la que existen muchas diferencias individuales, nadie niega que el componente “atracción” es indispensable, que el factor sexual tiene una fuerza ante la que es difícil no caer o ceder, pero la polémica suscitada ha provocado inmensidad de críticas ante un estudio que echaría por tierra otras teorías sobre la afinidad entre personas, la conquista emocional, la complicidad… Sea como sea, el amor es y seguirá siendo ese desconocido sobre el que todo el mundo fija sus miras: poetas en busca de inspiración, novelistas en busca de tramas, científicos en busca de explicaciones, y curiosos que como tú, sólo ansían saber un poco más.

Por Valeria Sabater
 
¿Puede una lesión o anomalía cerebral convertirnos en personas malvadas?

¿Puede una anomalía cerebral convertirnos en personas malvadas? Para muchos expertos, puede haber una predisposición, sin embargo, un psicópata por ejemplo sabe muy bien en todo momento lo que está haciendo.

Se dijo de Patrick Nogueira, el asesino que mató y descuartizó a sus tíos y primos en un chalet de Pioz (Guadalajara), que debido a una anomalía cerebral, tenía sus capacidades volitivas y cognitivas limitadas. Sin embargo, el jurado fue unánime. Entendió que como psicópata, sabía muy bien en todo momento aquello que estaba haciendo, que hubo clara intencionalidad y ensañamiento.

Este veredicto, así como la trascendencia de esta historia marcada por la violencia más extrema, ha despertado una vez más el antagonismo entre una parte y otra de la comunidad científica y criminalística. ¿Puede una lesión o anomalía cerebral convertirnos de pronto en unos psicópatas capaces de matar? ¿Se explica la maldad humana únicamente en términos biológicos?


Cabe señalar que en España ha sido la primera vez que se presentan pruebas de neuroimagen para justificar un acto criminal. Sin embargo, en Estados Unidos llevan años valorando estudios de medicina nuclear para explicar por qué algunos criminales tienen su capacidad de autocontrol tan limitada. Con ello, se resuelve si la persona debe cumplir la pena en un psiquiátrico o en una cárcel.

La asociación americana de jueces, por ejemplo, lleva más de 27 años aceptando como pruebas estos estudios. El más sonado fue sin duda el de Herbert Weinstein, acusado en 1992 de estrangular a su mujer y lanzarla al vacío por un balcón. Los jueces, entendieron tras ver las tomografías cerebrales, que la presencia de un quiste en la membrana aracnoidea podría haber sido un factor importante a la hora de explicar las motivaciones del crimen.

Sin embargo, muchos psicólogos ponen el punto de atención en un hecho muy concreto: los psicópatas no son simples enfermos mentales. Un psicópata sabe muy bien lo que está mal y lo que está bien. Aún más, entiende que muchos de sus actos son claramente inmorales, sin embargo los lleva a cabo. El sufrimiento ajeno no es una variable que tenga mucho peso cuando decide.

“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.

-Friedrich Wilhelm Nietzsche-



La anomalía cerebral y los actos violentos, lo que dice la neurociencia

Al asesino de Pioz le realizaron varias pruebas neurológicas. El PET, por ejemplo, mostró que el joven evidenciaba una baja actividad neuronal en varias zonas del lóbulo temporal derecho de su cerebro. Según explicó el propio Patrick Nogueira se debió a un golpe que se dio en la cabeza siendo adolescente. También contó en el juicio que bebía alcohol desde los 10 años y que sufría bullyng en la escuela.

Los psiquiatras indicaron que esa atrofia cerebral podía ser un claro marcador de la psicopatía, y que como tal, dicho daño neurológico tenía claras repercusiones conductuales. Estudios, como los llevados a cabo por los doctores Adrian Raine y Monte Buchsbaum en 1997, ya establecían también ese tipo de correlaciones entre una anomalía cerebral y los consecuentes actos violentos.

Veamos no obstante, qué más datos nos ofrece la neurociencia.

El caso Phineas

Uno de los casos más famosos de la historia de la medicina es sin duda el de Phineas Cage, toda una referencia en el mundo de la psiquiatría y neurociencia. El 13 de septiembre de 1848, Gage formaba parte de un equipo que estaba construyendo una vía de ferrocarril para la empresa Rutland & Burlington, en Vermont.


En un momento dado, se llevó a cabo la voladura de una roca. La mala suerte quiso que en la explosión se deprendiera una barra de hierro de más de un metro de longitud que acabó incrustada en el cráneo de Phineas Cage. Esa barra entró por el lado izquierdo de su cabeza, pasando por detrás del ojo y saliendo después por la parte izquierda de su pómulo.

  • No perdió la consciencia en ningún momento. Hablaba y se movía con normalidad. Fue llevado a la consulta del doctor John Martin Harlow, quien tras retirarle la barra de hierro y ponerlo en observación pasó a describir aquel caso tan asombroso.
  • Phineas Cage volvió dos meses después a hacer vida normal. Aparentemente y más allá de la pérdida de un ojo, no parecía tener más secuelas.
  • Decimos aparentemente porque el doctor Harlow se preocupó por hacer un seguimiento de aquel caso a lo largo de 20 años, descubriendo que el joven Cage, psicológicamente, ya no era el mismo. Se volvió agresivo, impulsivo, mal hablado, inmoral e irresponsable (términos elegidos por el propio doctor).
  • Era otra persona. Fue de trabajo en trabajo, e incluso formó parte de un circo. Hasta que finalmente, y cumplidos los 38 falleció. Las crisis epilépticas que sufrió en los últimos años eran muy intensas.

Antonio Damasio, célebre neurólogo, es uno de los expertos que más ha profundizado en el caso Cage y en el análisis de su cráneo. Determinó que esa lesión el lóbulo frontal podía alterar su personalidad, emociones y su capacidad para interactuar socialmente.



El impacto de la anomalía cerebral en la conducta según la psicología

Muchas voces dentro de la ciencia de la psicología admiten, hasta un punto, la trascendencia del impacto de la anomalía cerebral en el comportamiento humano. Es decir, puede haber una predisposición hacia determinadas conductas, pero no una determinación absoluta.

Es decir, tal y como nos explica el psicólogo y criminólogo Vicente Garrido, una atrofia o una lesión en un lóbulo cerebral no convierte a alguien en un sujeto “predeterminado” para matar. Una imagen cerebral, por ejemplo, no es una radiografía de un pensamiento ni nos dice lo que ha hecho o puede llegar a hacer esa persona.

Hay múltiples factores y condicionantes. Es más, cuando hablamos de psicopatía, cabe señalar que solo una pequeña proporción de ellos llega a cometer asesinatos. Y la razón de ello es evidente: pueden elegir entre hacer el mal o no.

El caso James Fallon

Uno de los casos más interesantes del estudio de la neurobiología del psicópata es el de James Fallon. Este neurocientífico de la Universidad de California en Irvine es precisamente uno de los mayores expertos en la personalidad psicopática. Por tanto, no estamos ante ningún asesino ni ante ninguna persona que haya cometido acto violento alguno.

Sin embargo, el doctor Fallon presenta una peculiaridad. Tiene en su cerebro el gen de la psicopatía y una alteración anatómica que se corresponde al 100% con este tipo de personalidad. Es más, en su árbol genealógico tiene hasta 7 asesinos, siendo uno de ellos Lizzie Borden, una mujer que asesinó y descuartizó a su familia.



A día de hoy, James Fallon lleva una vida normal, no ha cometido actos delictivos y es uno de las mayores referencias en el estudio de la psicopatía y da conferencias por todo el mundo explicando su caso. ¿Qué conclusión podemos obtener por tanto sobre este tema? ¿Puede una alteración cerebral convertirnos en psicópatas? ¿Puede abocarnos a cometer actos violentos como el perpetrado por el asesino de Pioz? La respuesta sigue siendo delicada a día de hoy. No obstante hay algo evidente.

Una singularidad cerebral puede añadir “cierta” predisposición hacia determinados comportamientos, pero no puede conducirnos al 100% y de forma directa al universo de la maldad más atroz.

Por Valeria Sabater
 
El factor D y los 9 rasgos que definen la maldad humana


La maldad humana existe y se caracteriza por buscar en todo momento el propio beneficio. Ahora, esta personalidad puede identificarse y medirse gracias a los nueve rasgos del conocido como factor D.




En apariencia, el ser humano está orientado biológicamente hacia la sociabilidad, hacia la empatía y el cuidado de los suyos. Solo así nos permitimos sobrevivir como grupo y avanzar como especie. Sin embargo, si hay algo que sabemos es que la maldad humana existe y de hecho, ahora hasta conocemos ese origen común que lo explica y que los científicos han categorizado como factor D.

El mal tiene muchos rostros. Philip Zimbardo, psicólogo social y antiguo presidente de la Asociación Americana de Psicología (APA) señala que en este comportamiento hay algo más que el simple deseo de degradar, humillar, controlar y causar daño a nuestros propios semejantes.


En la historia, por ejemplo, tenemos sin duda a personajes tan oscuros como Ted Bundy o Andréi Chikatilo, a asesinos en masa como lo fueron Hitler o Stalin y también a esos que, como Charles Manson, fueron perpetradores del mal, personajes que impulsaron a otros a cometer violentos crímenes.

Ahora bien, la maldad es sibilina, silenciosa y a menudo no tan llamativa como las dramáticas historias que nos dejaron estos nombres ya míticos en la literatura de lo criminal. Porque si hay algo que todos sabemos es que el mal se aprecia también en ciertas figuras más cercanas: en directivos de empresa, en las esferas políticas, en esos padres o esas madres que maltratan a sus hijos y hasta en esos niños que acosan, humillan y agreden a sus compañeros de clase.

Tenemos claro, no obstante, que pueden existir diversos condicionantes capaces de mediar en esas dinámicas agresivas. Sin embargo, los neurólogos, psiquiátras y psicólogos se han preguntado siempre si no puede existir un eje común que explique buena parte de esos comportamientos.

Parece ser que sí. De hecho, hace solo unas semanas científicos de la Universidad de Ulm y la Universidad de Koblenz-Landau, en Copenhage, publicaron un interesante estudio donde introducir en la literatura especializada un término del que sin duda oiremos hablar (si no lo hemos hecho ya): el factor D. Este concepto recogería y describiría todos esos comportamientos del núcleo más oscuro de la personalidad humana. Veamos más datos.

“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.

-Friedrich Wilhelm Nietzsche-



De Charles Spearman a la teoría de la maldad humana
Hace más de 100 años que el psicólogo Charles Spearman dio un avance esencial en la comprensión de la inteligencia humana. Así, y según este enfoque conocido como la teoría bifactorial, cada uno de nosotros disponemos de lo que se conoce como factor g, entendido como esa inteligencia general que recoge el conjunto de nuestras habilidades cognitivas.

No importa qué prueba se nos aplique o qué ejercicio llevemos a cabo, este constructo es la esencia básica del comportamiento inteligente en cualquier situación por particular que sea. Ahora bien, partiendo de esta misma idea, el psicólogo cognitivo Morten Moshagen de la Universidad de Ulm, decidió junto con sus colegas, ir un poco más allá…


Decidieron averiguar si en el campo de la maldad humana, al igual que ocurre con la inteligencia, hay también un factor general presente en cada uno de nosotros. Un factor donde haya personas que puntúen más alto y otras más bajo. Así, tras realizar un detallado y concienzudo estudio con una amplia muestra de 2500 personas, los resultados fueron significativos. Parece existir, efectivamente, un componente general al que llamaron factor D, conformado por lo que denominaron como 9 rasgos oscuros.

Esos que solo puntúan más alto en personas con comportamiento malvado y agresivo.


El factor D y la maldad humana
El factor D define la tendencia psicológica a situar los propios intereses, deseos o motivaciones personales por encima de cualquier otro aspecto, ya sean personas o cualquier otro tipo circunstancia. Asimismo, encierra a su vez todo ese amplio espectro de comportamientos que integran la maldad humana.

Cabe señalar que, además del estudio llevado a cabo por el equipo de psicólogos antes señalado de las universidades de Copenhagen, se llevaron a cabo cuatro análisis más para respaldar o no la fiabilidad y validez de factor D. En todos ellos quedó demostrada su utilidad a la hora de medir el grado de oscuridad en cada uno de nosotros.

A nuestro alcance tenemos por tanto otro recurso para medir la maldad humana que se puede complementar también con la escala de Michael Stone, esa conocida herramienta donde medir los 22 grados del mal en el comportamiento de las personas. Veamos, no obstante, esos 9 factores que determinan el factor D.

Los 9 rasgos oscuros del factor D
  • Egoísmo. Entendido como la preocupación excesiva por los propios intereses.
  • El maquiavelismo. Define a la persona con comportamientos manipulativos, frialdad emocional y mentalidad estratégica en busca de intereses propios.
  • Ausencia de ética y sentido moral.
  • Narcisismo. Hace referencia a la admiración excesiva por la propia persona y búsqueda continuada del propio beneficio.
  • Derecho psicológico. Hace referencia a la convicción por la cual una persona se siente merecedora de más derechos y concesiones que los demás.
  • Psicopatía. Déficit afectivo, baja empatía, insensibilidad, tendencia a la mentira, impulsividad.
  • Sadismo. Comportamientos donde no se duda en infligir dolor a los demás mediante cualquier tipo de agresión, ya sea sexual o psicológico. Estos actos, además, les genera placer y sensación de dominio.
  • Interés social y material. Búsqueda constante de ganancias, ya sean refuerzos sociales, objetos materiales, reconocimiento, éxito..
  • Malevolencia. Preferencia por hacer el mal, ya sea mediante la agresión, el abuso, el robo, la humillación…

Ingo Zattler, coautor de esta investigación, señala que el factor D puede entenderse como esa personalidad oscura donde quedan integrados gran parte de estos rasgos. Así, el hecho que más caracteriza a la maldad humana es que no solo busca en todo momento el propio beneficio sin tener en cuenta los derechos de los demás.

Las personas caracterizadas por este factor, encuentran además justificación en sus propios actos. Como vemos, todas estas ideas dejan a un lado las posibles explicaciones neurobiológicas y sociales que pueden determinar estos actos. Por tanto, se trataría de una valiosa herramienta psicológica para identificar y medir la maldad.

No obstante y para terminar, vale la pena recordar aquí una cita de Fyodor Dostoevsky: nada es más fácil que identificar la figura del malvado, pero nada es más difícil que llegar a entenderlo.

Por Valeria Sabater
 
4 claves para establecer límites saludables



Establecer límites saludables con las personas que nos rodean es sinónimo de salud mental. Es un modo de sentirnos más asertivos ante chantajes emocionales y cualquier manipulación psicológica.

Si logramos establecer límites saludables, firmes y claros, ganaremos en salud mental. No solo eso, nuestras relaciones interpersonales mejorarán al dejar bien claro qué es y qué no es permisible. Es además, ese ejercicio cotidiano con el que clarificar la propia identidad, los valores y ejercitar una asertividad altamente eficaz con la que sentirnos seguros en cualquier situación.

Ahora bien, hay quien señala que los límites personales son un calle de doble sentido. En el momento que los demás identifiquen y tengan claro cuál es nuestra dirección, el resto seguirá su propio camino con milimétrico respeto. Sin embargo, como bien sabemos, esto no siempre se cumple.


Aunque no nos guste, siempre existirán ese tipo de perfiles hábiles a la hora de invadir espacios ajenos y cuestionar fronteras psicológicas y emocionales. Por ello, no basta solo con delimitar esas barreras personales, también hay que saber mantenerlas en pie. Lograrlo es clave para que el resto de inversiones en nuestra salud mental den sus frutos.

Esto mismo es lo que nos explicaron en su día Edward T. Hall y Robert Sommer. Estos antropólogos y psiquiatras fueron los pioneros en el estudio del espacio personal. Estas investigaciones, iniciadas en 1969, nos hablaban ya de esos límites donde se contiene una persona y en la que habita algo más que un territorio físico.

Es un lugar donde nos sentimos mental, física y emocionalmente protegidos, un refugio que nadie puede vulnerar con sus comentarios o comportamientos. No obstante y por llamativo que nos parezca, algo que nos revelaron estos expertos es que en nuestra cotidianidad es común que se sorteen esas fronteras, esas barreras que no siempre protegemos con la atención y los recursos que necesitan para no caer. Veamos a continuación cómo lograrlo.

“Las buenas cercas hacen buenos vecinos”.

-Robert Frost-



1. La honestidad: el oxígeno de los límites saludables
La honestidad es una actitud, que engloba a la intención de verdad y transparencia. Nada es tan necesario para lograr unos límites personales firmes y seguros que incluir la en nuestro propio cajón de actitudes o disposiciones. Para ello, tengamos en cuenta:

  • Es imposible establecer límites si no dejamos claro con anterioridad que violarlos tendrá consecuencias.
  • Por ejemplo, en el marco de una relación afectiva, la otra persona debe entender que si se ataca nuestra autoestima, valores y dignidad, ese vínculo ya no podrá mantenerse.
  • Intentemos mantener una coherencia. Es difícil pretender que los demás no violen nuestros límites cuando nosotros no lo hacemos con los demás o que los demás no se pierdan cuando las sanciones que imponemos no se ajustan a lo que los demás han hecho.
  • Ser honesto implica a su vez, mantener una equidad entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que demandamos y ofrecemos.

Asimismo, los límites saludables necesitan de una labor de actualización y mantenimiento. No vale ceder, no vale dejar abierta una ranura por donde entre el chantaje y se introduzca esa petición a la que decimos “sí”, cuando debía haber sido un “no” rotundo.

2. Límites a prueba de microagresiones
Las microagresiones son como gotas de cianuro que acabamos diluyendo en nuestra cotidianidad casi sin darnos cuenta. Es esa frase sarcástica de un amigo. A su vez, es también ese comentario machista, “pero gracioso”, que acabo riéndole a un compañero de trabajo. Es esa burla camuflada de cariño que nos deja caer nuestra pareja o incluso ese comentario de nuestra madre que no duda en juzgarnos…

Todos esos ejemplos, son en realidad los sutiles aguijones de la microagresión cotidiana. Si dejamos pasar una tras otra esas pequeñas embestidas, si esas pequeñas espinas se nos van clavando un día sí y otro también llegará un momento en que aparecerá el dolor y la herida. No debemos permitirlo, es necesario establecer unos límites saludables y firmes por donde no entren las agresiones, con independencia de la magnitud de estas.


3. Eres responsable de ti mismo, respétate cada día
Todos nosotros exigimos respeto de los demás, sin embargo ¿nos respetamos a nosotros mismos? Por llamativo que nos parezca la respuesta es evidente: no siempre.

  • Los psicólogos de la Universidad de Virgina, Timothy D. Wilson y Elizabeth W. Dunn, realizaron un estudio en el 2004 donde evidenciar que uno de los principales errores de la población en materia psicológica, era precisamente no haber trabajado el autoconocimiento.
  • Si no somos capaces de profundizar en esa arquitectura privada de las necesidades, deseos, fragilidades, miedos e identidades, dificilmente podremos establecer unos límites firmes para protegernos de los demás. Porque ¿qué es lo que debo proteger si no sé que es lo que me define, qué es permisible para mí o qué es lo que me duele o indigna?
Esta tarea, la del autoconocimiento, solo nos compete a nosotros mismos. Por tanto, si exigimos respeto a los demás empecemos por respetarnos a nosotros mismos escuchando esa voz interna para saber qué es lo que necesita.

4. El desapego como clave para ejercitar el espacio psíquico
A menudo, nos cuesta decir “no” a esa persona cercana porque tenemos con ella un vínculo afectivo. Dimensiones como la cercanía, la amistad, el afecto o incluso el simple respeto hacia alguien provocan que nos cueste un poco alzar unos límites saludables y firmes. Casi sin saber cómo, acabamos cediendo, diciendo “sí” cuando debía haber sido un “no” y descubriendo como ciertas personas, acaban vulnerando nuestras fronteras.

Debemos tenerlo claro: el mejor músculo para crear un espacio psíquico seguro es el desapego. Es establecer una distancia entre sentimientos o lealtades afectivas respecto a nuestra identidad y necesidades reales. Al mismo tiempo, no podemos dejar de lado algo evidente: quien nos respete de verdad nunca se atreverá a cruzar ni a vulnerar nuestras fronteras emocionales y psicológicas.


Para concluir, tal y como podemos ver a la hora de erigir unos límites saludables debemos focalizar primero todo el trabajo en el interior: en nosotros mismos. El autoconocimiento, el ejercicio de la autoestima, de la autorresponsabilidad y el desapego son esos ingredientes esenciales con los que podremos crear un refugio seguro a prueba de intrusiones.

Por Valeria Sabater
 
Back