Autoestima y otros temas de psicología

Del silencio al grito: el dramático péndulo emocional




La represión de la ira nunca es exitosa. Cuando se guardan los sentimientos agresivos estos se acumulan y llevan a un péndulo emocional en el que primero se guarda silencio y luego se abren las compuertas a las agresiones desaforadas.

No es exagerado decir que somos un poco analfabetos en términos de emociones. Lo usual es que nos eduquen en conocimientos y en valores, pero no en emociones. Se supone que la moral y la ética nos guían y así todo queda resuelto. Por eso a veces llegamos a la edad adulta sin tener muy claro cómo gestionar lo que sentimos. Eso es lo que ocurre en el llamado péndulo emocional.


El tema tiene que ver con la tramitación de la ira, una de las emociones más incomprendidas. El péndulo emocional se configura cuando una persona decide tragarse los agravios que recibe, o callar las molestias que siente frente a alguien. Después de un tiempo, todo esto se acumula y revienta como una olla a presión. Se da entonces una oscilación entre dos extremos: el silencio y el grito.




Cuesta más responder con gracia y mansedumbre, que callar con desprecio. El silencio es a veces una mala respuesta, una respuesta amarguísima”.


-Gar Mar-


El péndulo emocional es propio de quienes temen a sus propios sentimientos, en particular a la ira. Así mismo, no tienen muy clara cuál es la forma de poner límites al trato que reciben de parte de otros. Esto es lo que los lleva a debatirse entre dos extremos y a gestionar inadecuadamente sus sentimientos agresivos. No es nada grave: siempre se puede aprender a manejar todo esto de otro modo.




El péndulo emocional y el autocontrol

El tema del autocontrol no siempre es comprendido de la manera adecuada. Fácilmente termina confundiéndose el autocontrol con la represión y son dos realidades muy diferentes. En un caso es fruto de la conciencia; en el otro, del condicionamiento o del miedo.




La primera gran diferencia entre lo uno y lo otro, es que quien mantiene el autocontrol desarrolla esta actitud previamente a cualquier situación de alta intensidad emocional. En otras palabras, hay todo un trabajo alrededor del objetivo de mantener un estado de serenidad. Es un estilo de vida, que es fruto de una conciencia de autocuidado. Se caracteriza porque difícilmente una situación saca de sus casillas a quien vive de este modo.


En la represión, en cambio, lo que hay es un esfuerzo de contención. Se experimentan los sentimientos con profunda intensidad, pero se evita expresarlos. En ese caso hay una ruptura entre lo interno y lo externo.




Es cierto que a veces tenemos que hacer uso de esa represión para impedir que una situación tome mayores proporciones. Sin embargo, en quien acostumbra a reprimirse esto va más allá. En realidad, quisiera expresar plenamente lo que siente, pero por alguna razón no puede hacerlo.


El ciclo del péndulo emocional

Las personas que se reprimen son quienes más frecuentemente presentan ese péndulo emocional que las lleva del silencio absoluto, al grito estridente. Lo usual es que sientan que no saben cómo expresar lo que les molesta. Tienen la idea de que no hay forma de expresar los desacuerdos, o las inconformidades, sino es con ira. Y que, como consecuencia, todo ello conduce necesariamente a un conflicto cuando precisamente eso es lo que quieren evitar.




También ocurre comúnmente que no se sienten con derecho a expresar desacuerdos o molestias. De un modo u otro, creen que sus sentimientos no son lo suficientemente valiosos o lo suficientemente legítimos como para ser expresados y tomados en cuenta por los demás. Callan y se reprimen porque algo o alguien les ha hecho creer que no deben decir lo que sienten.


Toda esa incomodidad acumulada siempre llega a un tope. Es el momento en que el sentimiento se abre paso abruptamente y termina apoderándose de la persona. Lo que lleva guardado es en realidad una bomba de tiempo, que tarde o temprano explota. Las consecuencias pueden ser tan desastrosas que después se convierten en un motivo más para inhibirse y caer de nuevo en el ciclo.


Menos represión, más asertividad

Prácticamente solo hay una solución para no caer en ese péndulo emocional de extremos. Esa solución es la obvia: decir las cosas tan pronto como las sentimos. No esperar el mejor momento para hacerlo, ni esperar a llenarnos de razones. Al soltar inmediatamente lo que tenemos para decir, la carga emocional es mucho menor que si esperamos e incubamos más ira.


Guardarnos las cosas es ponernos una trampa a nosotros mismos. Llega un punto en el que es materialmente imposible ser asertivos, porque hay demasiadas emociones acumuladas. La asertividad es la habilidad para decir las cosas de tal manera que el otro pueda comprenderlas apropiadamente. Ser claros y respetuosos al mismo tiempo. Sobre todo, ser coherentes: decir exactamente lo que pensamos o sentimos.




Cuando hay mucha ira acumulada y se producen esas situaciones explosivas, resulta básicamente imposible ser asertivos. La rabia y el rencor nos enceguecen. No nos permiten comunicarnos, sino que se instalará el imperativo de herir para devolver las ofensas recibidas y guardadas. La represión nunca funciona. Por el contrario, nos envenena internamente y termina haciéndole daño a los demás también.

Por Edith Sánchez

 
Reprimir emociones es un factor de riesgo para las enfermedades hepáticas



El pensamiento más consensuado en los últimos años ha insistido en el uso de la razón por encima de las emociones. Así, nos han educado restando importancia a la emoción y su expresión. Las personas tienden a amoldar su expresión emocional a los cánones socialmente aceptados, lo cual puede implicar reprimir o negar determinadas emociones.


Algunas emociones han sido catalogadas socialmente como negativas, tales como la rabia, la tristeza, el dolor o el miedo. Un ejemplo de esto lo encontramos en frases que todos hemos venido escuchando desde nuestra infancia hasta ahora, trasmitiéndose culturalmente y pasando a formar parte de nuestros pensamientos más profundos.




Es común escuchar expresiones tales como,“si te ven llorando van a pensar que eres débil”, “si te ven enfadado van a pensar que eres un amargado ”, “contrólate, no llores”, “los hombres no lloran”, etc. Estos pensamientos los convertimos en dogmáticos y distorsionamos la expresión de nuestros propios sentimientos, creando así predisponentes para algunas enfermedades físicas, entre ellas las enfermedades hepáticas.


“Si cierras tu corazón a los sentimientos, te estas dejando fuera la verdad”


-Vivaracho-


La represión emocional daña nuestra salud física

Negar o reprimir emociones culturalmente sesgadas como el miedo, la tristeza o la rabia, no hará que desaparezcan por más que les echemos arena encima. Cuando reprimimos las emociones, negándoles su expresión, el efecto de expresión y movimiento que es inhibido se encauza hacia nuestro interior.


Así, por ejemplo, cuando reprimimos la rabia o el miedo, la tensión muscular que debería experimentarse en los músculos orientados hacia el exterior, que intervienen en la respuesta típica de huida o ataque, se redirecciona hacia adentro, transfiriendo esa carga a los músculos internos y vísceras.




A largo plazo, la tensión que acompaña a las emociones y que fue inhibida, termina expresándose a través de otras formas, como contracciones o rigidez muscular, dolores del cuello y espalda, enfermedades gástricas, dolores de cabeza y, cómo no, en las enfermedades hepáticas.


El doctor Colbert apuntó que las emociones que quedan atrapadas dentro de la persona buscan resolución y expresión. Esto forma parte de la naturaleza de las emociones, porque deben sentirse y expresarse.




Controlar las emociones es una experiencia algo ilusoria en determinadas circunstancias y con logros muy engañosos. Detrás de la fachada de control que la persona arma, se mantiene un equilibrio muy precario, ya que el intentar controlar sólo lograría una transformación transitoria de la conducta externa, pues tarde o temprano las emociones reprimidas necesitarán salir.




“El reprimir sentimientos no nos hace mas fuertes, nos hace más vulnerables ante las adversidades”


-Demente Nano Silhy-


Las emociones que atacan a nuestro hígado

Situado bajo el diafragma, el hígado es el órgano de la desintoxicación. El hígado cumple un papel primordial en todas las funciones vitales, no solo filtra y elimina desechos, sino que también se ocupa de neutralizar venenos, toxinas, microbios y sustancias cancerígenas. Cuando este órgano se ve afectado, desencadenará múltiples patologías dentro y fuera del hígado, afectando a otros órganos.


Cualquier tipo de estrés o presión bloquea de una u otra forma el funcionamiento hepático, ya que al tensionarse el cuerpo dispone toda su atención en la solución de aquello que agobia y estresa. Esto es hasta cierto punto normal y saludable, pero cuando el estrés es repetido y acentuado, el hígado bloqueará crónicamente su actividad y estará predispuesto a una congestión.


La emoción que más se ha relacionado con los problemas hepáticos es la ira, según explica Macioccia (2009). El término ira debe interpretarse en su sentido más amplio, incluyendo estados emocionales como resentimiento, enojo reprimido, frustración, irritación, rabia, indignación, animosidad o amargura. Si estos estados persisten durante mucho tiempo, el hígado puede verse potencialmente afectado, provocando estancamiento.




Para evitar una posible afectación en nuestro hígado y mantenerlo en óptimas condiciones, una buena idea consiste en trascender del papel que la sociedad otorga a las emociones negativas. En vez de evitar la ira y la frustración, tendremos que confrontar las situaciones que producen estas emociones, hablando de los temas que nos incomodan y solucionando las situaciones de estrés.

Por Fátima Franco
 
El centro de nuestra vida: pensamientos y emociones


Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos.


(Buda)




Es imposible conocer el número exacto de pensamientos pero se habla de que tenemos hasta 70.000 al día y la revista New Scientist de una media de 10 elevado a 80.000.000.000.000 a lo largo de la vida. Una cifra que supera el número de átomos que hay en el universo si nos basamos en la cantidad de neuronas y todas las conexiones entre sí.


Entre tanto número, aprendemos a seleccionar aquellos que son más acordes con la visión del mundo que nos formamos a lo largo de la vida. Aquellos que nos generan una emoción concreta y que nos llevan a actuar de una determinada manera.


Nuestros pensamientos generan emociones

Si pensamos que obtendremos un buen resultado, sentiremos emociones positivas que nos motivarán para emprender acciones encaminadas a conseguirlo.


Si imaginamos un final catastrófico, es posible que nos sintamos tristes e incapaces y nos desmotivará para llevar a cabo no-acciones o tomaremos aquellas alternativas menos adecuadas para afrontarlas.


Nuestra mente tiene la capacidad para imaginar, soñar, crear, inventar, comunicar, descubrir y cambiar realidades. Aunque es esta misma capacidad la que también nos juega mlas pasadas.













Es una capacidad del ser humano increíble. Tenemos que escucharlas, acogerlas y gestionarlas para aprender de nosotros mismos y así poder empatizar con los demás. Pero es necesario tener en cuenta que no siempre podemos basarnos en un razonamiento emocional para elaborar juicios fiables.


Las experiencias anteriores influyen


Establecemos asociaciones de cómo nos hizo sentir un acontecimiento del pasado. Lo malo es que si fue negativo corremos el riesgo de proyectarlo hacia el futuro como señal inequívoca de que volverá a ocurrir puesto que nos sentimos igual que lo hicimos aquella vez.


Aprendemos y cometemos errores en el camino




No sólo somos nosotros los que provocamos que salga mal. Hay que tener en cuenta que la vida se compone de más variables que influyen en lo que ocurre. Si nos olvidamos de esto, nos sentiremos culpables o culpabilizaremos a los demás siempre.


Para construir una actitud abierta de aprendizaje, es fundamental aprender de los errores o comunicar a los demás nuestro desagrado, pero no podemos culparnos en exceso por ellos.


A veces, pensarlo NO dice nada de ti. Es sólo un juego mental.


Para entenderlo, aprendamos a distinguir dos conceptos con una historia:


Marta va a reencontrarse con un amigo con el que mantuvo una relación hace unos años. Pueden surgir muchas dudas y puede imaginarse muchas situaciones posibles que pueden ocurrir en el reencuentro. Después de este tiempo, Marta no guarda rencor ni rabia hacia él. Ella volvió a enamorarse y todo se quedó en el pasado.


Claro que es lógico sentir emociones y activación al imaginar como será volver a hablar con él. Pero es justo esa imaginación la que en ocasiones nos puede hacer que recreemos una trama que nos provoca una emoción que nos predispone a acudir a la cita con una energía negativa o positiva y que además nos hace sentir bien o mal con nosotros mismos.


Egosintónico: comportamientos, valores y sentimientos que están en armonía con nosotros mismos, son aceptables por nuestro ego y son coherentes con nuestros ideales y autoimagen.


“Esto que he pensado me gustaría hacerlo y va en sintonía conmigo”


He imaginado que nos encontrábamos en aquel lugar después de estos años sin vernos y que nos daba tanta alegría que acabábamos hablando durante horas.


Egodistónico: comportamientos, valores y sentimientos que entran en conflicto y son disonantes con las necesidades, objetivos nuestro ego y autoimagen.


Me he imaginado haciéndote daño, diciendote palabras que se te dolerían y no era capaz de dejar de decirlas. Soy una mala persona.


” Esto que he pensado NO me gustaría hacerlo” y NO va en sintonía conmigo”





Acabemos…


1. Sabiendo que nuestra mente es capaz de imaginar, crear y soñar lo mejor pero también lo peor.


2. Teniendo en cuenta que las emociones son fundamentales pero no siempre muy buenas para confirmar aquello que pensamos.


3. Distinguiendo entre egosintónico y egodistónico, sabemos que pensarlo NO es sinónimo de que ocurrirá ni de ser una mala persona por el hecho de tener pensamiento negativos, sino que luego podemos pasar el filtro de nuestra autoimagen, moral, reflexión y valores.

Por Álvaro Cabezuelo
 
No quiero ser perfecto, ¡quiero equivocarme!



“Me exijo menos… te exijo menos. Quiero equivocarme, sin miedo, sin arrepentimientos. Lo hecho, hecho está y si en su momento lo decidí así es porque pensé desde mi razón y mi corazón que era la mejor elección para mí.


Quiero ser imperfecto, no exigirme tanto a mi mismo ni a los demás y pensar que todos nos equivocamos; hoy yo, mañana tú y ya está, sin más rencores hacia ti o sentimientos de culpabilidad en mi interior, que tanto daño me hacen.




Quiero ser el dueño de mis propias decisiones y no estar siempre pendiente de la aprobación de los demás, porque la última palabra la tendré yo. Por supuesto que escucharé las opiniones de los otros, escucharé sus consejos, siempre que sean de buena fe.


“No pierdas el tiempo afligiéndote por errores pasados; aprende de ellos y sigue adelante.”


-Anónimo-


Quiero equivocarme, pero desde la sinceridad

Pero no quiero engañarme a mí mismo, porque en el fondo yo sé que es lo bueno para mí. Aunque me digas que hacer puenting es la mejor de las experiencias, que debería probar y que no lo hago porque soy un cobarde, no lo haré porque el puenting no va conmigo…





No pretendo compararme con nadie, ni hacer lo que hacen los demás, ni tener envidia de los logros de los otros o jactarme de mis triunfos. Yo solo quiero seguir mi camino, estando orgulloso de mis aciertos y de mis errores. Ya no quiero ser perfecto ni para mí, ni para los demás, porque ahora ¡quiero equivocarme!
Así es que tomaré las decisiones que crea acertadas y si me equivoco, borrón y cuenta nueva, porque ese es el juego de la vida, acertar y equivocarse, volver a acertar para volver a equivocarse…


Procuraré siempre hacer las cosas sin dañar a nadie, pero si me equivoco, si daño los sentimientos de alguien, pediré perdón y también yo me perdonaré.




No quiero ser perfecto

Todos somos imperfectos, todos nos equivocamos porque es de humanos equivocarse, así es que bajaré el listón… porque ya no quiero presionarme más siendo el niño perfecto al que todos querían y alababan. Ahora el que me quiera que lo haga con mis virtudes y mis múltiples defectos.


Si dicen que digan, yo solo quiero estar tranquilo conmigo mismo y quitarme esta loza que llevo encima y que me pesa tanto, martirizándome por mis errores y echándome en cara mis equivocaciones continuamente.


Así es que ya, por fin, no tengo ningún interés en ser perfecto como antes ¡NO! Quiero aprender a ser un un poquito indulgente conmigo… Sé que me costará porque siempre me exigí demasiado y también se lo puse difícil a los demás; pero estoy dispuesto y con ganas, con muchas ganas de intentarlo y por eso hoy, además, soy feliz.”


Algunos consejos para las personas perfeccionistas


Aprende a quererte. Puedes ser autocrítico contigo pero sin destruirte. De los errores se aprende y mucho, son la base de nuestros aprendizajes.
Si cometes algún error, piensa en la ansiedad que te genera. Cuida de tu mente y de tu cuerpo. Puedes hacer meditación, relajación o cualquier otra actividad que te ayude a desconectar. ¿Te gusta ver a tus seres queridos enfermos? pues tu primer ser querido eres tú mismo.


Aprende que si hay un refrán que dice “equivocarse es de sabios” será por algo. De los errores se aprende ya te lo he dicho; gracias a ello podemos mejorar y crecer.


Mira a tu alrededor, ¿los demás son perfectos? No, ¿por qué lo tienes que ser tú? No temas que por los errores te van a querer menos. Quien te quiere, te quiere por el “pack” completo.


“Podemos cometer muchos errores en nuestras vidas menos uno: aquel que nos destruye”


-Paulo Coelho-



Por Sofía Hidalgo
 
No le debes explicaciones a nadie, rinde cuentas contigo misma


A veces adoptamos el método judicial para con nosotros mismos. Somos los justicieros de nuestra mente, sometiéndola a continuo escrutinio y juicio, demandando explicaciones. No contentos con eso, en la mayoría de las ocasiones brindamos la posibilidad de que sean otras personas las que nos evalúen o juzguen, con el riesgo de que sus opiniones o juicios sean totalmente desafortunados.


No debes buscar en el exterior explicaciones y respuestas que solo tú puedes darte, de forma íntima y sosegada. Quien hace más caso de lo que le dicen que le falta, se encuentra lejos de saber lo que necesita. Lo cierto es que las almas puras y las mentes ocupadas no cuentan con tiempo ni ganas para meterse en la vida de nadie y las personas seguras de sí mismas no permiten que nadie lo haga.




Debes rendir cuentas contigo mismo/a pero no de una forma inquisidora, sino de una forma abierta y franca. Solo cada uno de nosotros conocemos el porqué de cada una de nuestras acciones, decisiones, alegrías y sufrimiento. Están en el plano de lo subjetivo, de lo íntimo, de lo que solo nosotros sabemos de nosotros mismos.


Nuestra vida, nuestras propias explicaciones

A veces nos decimos que otros en nuestra misma situación hubieran actuado de la misma forma, pero eso en realidad carece de fundamentación y de importancia. La comparación con el resto del mundo es inútil si lo que en realidad buscamos es la paz interior y no la aprobación social.


Lo que conduce al desarrollo emocional es buscar la paz con nosotros mismos, no la aprobación de los demás, tan cambiante y subjetiva como la nuestra







Tenemos que intentar que nuestro corazón sirva de ayuda a la complicada tarea que tiene nuestra memoria de integrar emocionalmente lo que hemos vivido a lo largo de nuestra vida. Evitar buscar la coherencia en todo lo que hemos hecho, ponerle una etiqueta, para optar por descubrir si nuestras acciones revelan la búsqueda de una razón, un sentimiento, un anhelo o el deseo de evitar un fracaso, una crítica o el dolor.


A veces nuestra historia tiene múltiples interpretaciones e incógnitas, pero siempre cuenta con un denominador común: superar miedos, liberarnos de capas, nadar a contracorriente de nuestros traumas y fantasmas, buscar el amor, evitar la soledad.


Si la vida no es siempre coherente y justa, qué hacemos pidiéndole tantas explicaciones. Los demás tampoco lo son, así que solo nos vale nuestra propia reflexión. Las explicaciones tienen que surgir de mí si me sirven para explicar algo que siempre me ha perturbado. Mis propias preguntas con mis propias respuestas.






Rendir cuentas con uno mismo no es castigarse, es reconciliarse

Existe algo que casi todos albergamos: el recuerdo de una buena época, la huella de un triunfo que parecía imposible, una colección de días excitantes y llenos de sentido. Aunque muchos días nos dejen huérfanos de ilusión y de esperanza, todos tenemos buenos recuerdos y actuaciones que nos hacen sentirnos orgullosos de nosotros mismos.


Es prácticamente imposible que todo lo vivido por una persona haya sido negativo. A veces un simple paseo por la playa sintiéndote libre vale el sentido de una vida. Una pasión vivida en el pasado guarda el motivo más valioso por el que querer mejorar, progresar y evolucionar.


Reconciliarse con uno mismo es susurrarse bajito y a escondidas, sin que lo demás sepan y puedan escucharte. Reconciliarse con uno mismo es saber cantarse uno mismo “las cuarenta”, sin que duela tanto que impida que algo nuevo y bueno nazca en ti. Porque no se nace sabiendo, sino que vivimos aprendiendo. Porque saber volar es asentar los pies en el suelo y saber cómo tienes que mover tus alas para llegar alto.


Porque nadie sabe lo que quieres ni tampoco intuye lo que necesitas. Reconciliarse con uno mismo es mirar una foto de antaño, en la que todavía no sabías lo que esperaban los demás pero intuías lo que deseabas para ti mismo.


Sin filtros ni desengaños, reconciliarse con uno mismo es saber que lo que ansiaba tu mirada de niño son tus valores de hoy y por lo que seguirás luchando, pese a quien le pese y superando los desengaños.





A veces las decepciones, causadas por lo que no fuimos del todo antes, son el motor que nos guía para poder ser lo que siempre quisimos: alguien valiente que lucha por lo que quiere, que arriesga sin miedo a perder y con la certeza de que lo que apuesta no vale menos que lo que anhela.


Si las opiniones de los demás no te definen, no sigas otorgándoles más valor que tus propias acciones. No hay edad para partir de cero, ni tampoco un número de caídas reglamentarias que nos impidan seguir adelante. Da igual el tiempo que hayas estado dando rodeos, si al final has terminado por visualizar lo que quieres para ti. No rindas tantas cuentas frente a los demás y rinde más en lo que te apasiona. Tu vida y la de los que te quieren te lo terminarán agradeciendo.

Por Cristina Rivera
 
A veces no puedo con todo… y no pasa nada




A veces no puedo con todo, a veces no alcanzo, no llego, no tengo bastantes manos, ojos y tiempo para todos y todo…. pero no pasa nada. En realidad no importa, porque saber dónde están mis límites y dónde terminan mis ganas es bueno y es saludable. Entender que yo también me necesito y que tengo derecho a decir “no puedo más” responde a la necesidad de no perder el aliento.


Puede parecer irónico, pero si hay un estado al que muchos hemos llegado es a “sentirnos cansados de estar cansados”. Es una experiencia vital abrumadora, no hay duda, porque no solo quedamos cautivos de un cuerpo que se siente agotado, sino que además en nuestra mente se baten dos voces nerviosas que se gritan al unísono. La primera no hace más que repetir aquello de “no te pares ahora, tienes muchas cosas que hacer”, mientras la otra, insiste en forma de letanía “pero si ya no doy más de mí”.




“¿De qué está uno harto cuando no puede más? De la vida misma. Del aburrimiento. Del cansancio que se siente cuando uno se mira al espejo por la mañana”.


-Henning Mankell-


En estas situaciones de no puedo con todo no sirve de nada cantar el “Let It Go” de Frozen, ni pintar mandalas, ni tomarnos una tarde libre, ni desconectar de todo durante unas horas imaginando que somos los únicos habitantes de la Tierra, que estamos solos y que nada ni nadie requiere nuestra atención inmediata. Son tiritas temporales ante una herida más profunda, anestésicos que en cortan al hemorragia… pero difícilmente cicatrizantes que curan o reparan.


Porque lo creamos o no, hay cansancios que reflejan problemas subyacentes, procesos de estrés y ansiedad muy debilitantes. Lugares en los que nos topamos con la árida imposibilidad de pensar con claridad, de aunar adecuadas estrategias para afrontar un estado de ánimo que puede apagar nuestra vitalidad y hacer que caigamos enfermos.




Me siento “cansado de estar cansado”, agotado de no poder con mis responsabilidades

Para entender la complejidad de estas situaciones te pondremos un sencillo ejemplo en el que reflexionar. Carolina trabaja todos los días de 9 a 5 de la tarde. Cuando termina su jornada laboral se ocupa de su madre con Alzheimer. Todos los meses guarda una parte de su salario para poder pagarle un máster a su hermana pequeña, algo que su marido, actualmente desempleado, no sabe. Carolina quiere lo mejor para todos, desea atender bien a su madre, ofrecerle un buen futuro a su hermana y dar una imagen de normalidad ante su pareja.




El nivel de agotamiento físico y mental al que ha llegado de forma gradual nuestra protagonista es extremo. Hay días en que baraja otras opciones, quizá pagar a una persona para que le ayude con su madre, pero sabe que eso supondría no poder ahorrar para los estudios de su hermana.


Su cerebro busca alternativas y son los lóbulos frontales los que llevan a cabo esta afinada tarea de planificación, reflexión y análisis. Sin embargo, cuando no se hallan adecuadas salidas a los momentos más necesitados, entra en acción nuestro cerebro primitivo.


Es entonces cuando quedamos inmovilizados, cuando nuestra química cerebral cambia y la mente se convierte en un laberinto sin salida donde quedamos atrapados en el “haga lo que haga todo va a salir mal”. El corazón se acelera, las hormonas pierden su equilibrio y el demonio del miedo nos domina.


Ese ciclón interno que todo lo arrasa sume a nuestra mente y a nuestro cuerpo en un estado tan intenso de sobre-activación, que el cansacio se instala en cada átomo, en cada fibra, en cada tendón y en cada parpadeo… Carolina en ese momento piensa en el no puedo con todo y eso la paraliza.






A veces no puedo con todo, pero no pasará NADA

“Tengo tantas cosas que hacer que no sé por dónde empezar, pero si no empiezo ya, luego será peor”. “Mi jefe me va echar si no termino esto”. “Mis padres se van a decepcionar si no voy esta tarde”… Si pensamos en esta y otras frases que orlan nuestro lenguaje, nos daremos cuenta de que vivimos enraizados en la inflexión del eterno condicional: si no hago esto es posible que…


“La mente no tiene límites, pero el cansancio sí”.


-Syd Barrett-


Vivir en base a suposiciones asociadas casi siempre a lo catastrófico agota la mente y aniquila el ánimo, así de simple. Asumir con firmeza que en esta vida no se puede con todo es un principio de salud, de higiene emocional, porque quien lo carga todo sobre su espalda tarde o temprano acaba sin fuerzas. Por ello, te proponemos que reflexiones por un momento en las siguientes dimensiones, estamos seguros de que te servirán de ayuda.







¿Cansado de estar cansado? Es momento de cambiar el enfoque

Aunque sea duro admitirlo, a veces, somos nosotros los que caemos en nuestra propia trampa. Decirnos aquello de que “podemos con todo” es un sesgo muy peligroso, un error que corregir de forma adecuada integrando esquemas de pensamientos más integrativos, más auto-respetuosos. Estos serían algunos de ellos:


  • Cada día cuando te levantes, recuerda esta sencilla frase: “estoy haciendo lo mejor que puedo en este momento dados los recursos de los que dispongo y el estado en el que me encuentro”.
  • Evita esas trampas en las que a menudo caemos con nuestro lenguaje o pensamiento. En lugar de “no lo bastante bien, debo trabajar más duro para llegar a todos”, sustitúyelo por “voy a dar lo mejor de mi cada día y en cada instante, pero sin descuidar mi propia persona”.
  • Cuando te sientas agotado/a, cuando percibas que tu cuerpo no da más de sí… a pesar de haber descansado lo suficiente, analiza tus pensamientos. En ocasiones, lo que más desgasta es el propio desánimo, son los pensamientos rumiantes, el “no voy a llegar”, el “haga lo que haga no sirve de nada”.

Por último, y no menos importante, es esencial que cuides y atiendas tus ritmos circadianos y tus rutinas. Tener tiempos de descanso, disponer de unas horas del día para ti, no significa ni mucho menos que rindas menos o que le falles a alguien: es salud, es equilibrio y es bienestar.


Asimismo, tener la valentía de decir en voz alta que tienes límites, que no puedes más o que te niegas a asumir más responsabilidades, tampoco supondrá ninguna catástrofe, no se acabará el mundo, no caerán las estrellas del cielo, ni se marchitarán las flores…


Si lo pruebas, si te atreves a ponerlo en práctica descubrirás que no pasará NADA… Todos en algún momento hemos pensado en ese “no puedo con todo”. Pero el no puedo con todo puede afrontarse poniendo límites saludables.

Por Valeria Sabater
 
El pensamiento

Nuestro día a día transcurre entre múltiples acciones y un innumerable tráfico de pensamientos ya que nunca paramos de pensar, eso es clarísimo para todos. Si bien estamos habituados a esta situación automática de la mente ocupada permanentemente, existe la opción de entrenarnos para tomar distancia de nuestros propios pensamientos-por Alicia Orfila


Si creemos que cada uno de los pensamientos que “nos vienen” son importantes les vamos a prestar atención a todos y en poco tiempo nos sentiremos estresados, poseídos por ellos y “locos” de tanto pensar y pensar. Pero no es así: los pensamientos que “bajan de nuestra mente son automáticos” y no son todos importantes lo cual significa que tenemos la opción de elegir pensarlos ó no.


Un pensamiento no es más que una experiencia que ya pasó ó que puede venir, pero solo es una idea con una carga emocional a quien le podemos dar o no nuestra presencia. Si le damos atención crecerá y si no nos enfocamos en él, haremos que disminuya su importancia. Un pensamiento-emoción no puede derribarnos a menos que lo permitamos, dándole lugar, hablando ó pensando eso.


Preguntas para darnos cuenta:


¿Estás pensando en algo que no te agrada o que te hace sentir mal, y continuás pensándolo?
Te sentís tranquilo y de repente un pensamiento nocivo “te toma” y no podés evitar pensarlo y pensarlo?
¿En qué estás pensando ahora? ¿Sos consciente de que estás pensando cualquier cosa que tu mente te impone?
¿Podrías pensar en aquello que estás haciendo “ahora”, en este momento, siendo vos quien elija donde poner “la cabeza”?
¿Te diste cuenta que además de pensar en algo también sentís ese “algo” que estás pensando?


Los pensamientos pesan si les damos nuestra energía pensándolos, de lo contrario se diluyen, se van, se desdibujan, se alivianan y desaparecen. Un pensamiento es como un pequeño punto en el horizonte que se puede transformar en una “gigante bola” que puede llegar a aplastarnos en pocos minutos si lo miramos fijo llamándolo para que se nos acerque: -se acerca, se mete en tu vida y te aplasta sin más.


Pero así también un pensamiento puede verse lejano y separado de nosotros cuando lo “mantenemos a raya”. Para esto podemos utilizar nuestro semáforo interior, rojo para decirles: “Te estoy viendo, sé que estás ahí pero NO te presto mi atención”, Verde para optar: “Pienso únicamente en lo que estoy haciendo en ESTE MOMENTO. Pensar en “este momento” es dejar el pasado atrás, ya que así no estaremos pensando los pensamientos automáticos y por ende “viejos”.


Siempre tenemos la posibilidad de elegir qué hacer con ellos, si someternos a sus congestionadas autopistas ó utilizar nuestra capacidad de discernimiento. ¿Rojo ó verde?

Por ALICIA ORFILA
 
Las apariencias engañan…


Nada hay tan importante para nosotros los seres humanos, como las relaciones con los demás, tanto que Antoine de Saint Exupery decía que “el ser está hecho de relaciones y sólo éstas le importan”. A veces, sin embargo, las apariencias nos engañan. Vemos personas enloquecidas por ganar más dinero, artistas trastornados por la fama, políticos obsesionados en su lucha tras el poder y eternos don Juanes desesperados por anotar nombres en su interminable lista de conquistas. Todos ellos, al igual que las personas comunes y corrientes que buscamos el amor y bienestar de nuestras familias, necesitamos “inevitablemente” establecer relaciones con los otros, para hacer realidad nuestros sueños.


La mayor parte de nuestras necesidades requieren de la participación de otras personas y por eso las relaciones humanas son tan complejas. Estamos cargados de expectativas, deseos y temores que contaminan todos los vínculos que establecemos en la vida. Quien es inseguro, por ejemplo, con frecuencia se sentirá atacado y desvalorizado por la más mínima observación negativa acerca de su comportamiento. El que tiene un exceso de orgullo será incapaz de comprender y perdonar los errores de los demás. Y el que necesita de continua aprobación, no podrá soportar que otros sean alabados o destacados y tratará de minimizar o ignorar sus logros. Este tipo de actitudes que están por debajo de los comportamientos visibles, son los que complican las relaciones humanas y producen un sinnúmero de dolores y frustraciones.


Todos somos distintos, es cierto, pero también somos muy semejantes en relación a los procesos internos que vivimos.


Todos quisiéramos ser amados, comprendidos y valorados…..entonces


¿por qué parecemos indiferentes y tacaños a la hora de demostrar el afecto, el aprecio, el agradecimiento y la admiración que nos producen quienes nos rodean?

Por Antoine de Saint Exupery
 
¿Por qué pienso una cosa y hago otra?


¿Te ha pasado alguna vez? A mí más de una.


En palabras de Krishnamurti…pienso una cosa y hago otra distinta…el resultado de esa separación son el conflicto y la hipocresía.


De repente, acepto ir a casa de alguien cuando lo que me apetece es quedarme en casa viendo una peli. Voy y le digo a una amiga que no me importó que no me llamara cuando en realidad me sentí triste. Pienso que a un amigo le queda fenomenal el corte de pelo y no se lo digo. Tengo mil ganas de salir y no llamo a nadie. Me enfado con mi pareja, me llamo exagerada y lo dejo pasar.


Son algunos de los muchos ejemplos por mencionar algunos. Llegué a la conclusión de que esto sucede porque en ese momento, lo que pienso, lo que siento y lo que hago, no van en absoluto en concordancia. Vamos, como si hubiera varios “yoes” dentro de mí. Cada uno por su lado.


¿Por qué no tengo claro lo que siento? O si creo que lo tengo claro, ¿porqué luego voy en contra de mis deseos? Sentirme incoherente me produce malestar, enfado y desconfianza hacía mí.


Esto que nos ocurre de que ahora sí, ahora no, como si estuviéramos peleándonos con nosotros mismos, nos sucede de forma natural, ya que aunque somos una unidad, observamos todas y cada una de nuestras partes.


Las disociaciones se pueden dar a nivel motor, sensitivo-motor y afectivo-motor. En otras palabras, el motor consiste en vivir el propio cuerpo no como una unidad integrada, sino en partes aisladas, lo que comentaba antes. El resto, el sensitivo y el afectivo, lo notamos con una disociación mental que se refleja en la conducta motora; vamos, lo que viene a ser que piensas una cosa y vas y te mueves en otra dirección, es eso de ser pensar, sentir y actuar en diferentes caminos.


Para nuestra salud física y mental es necesario sentirnos integrados, nos aporta tranquilidad y seguridad, entendido este proceso como la regulación que mantiene el equilibrio y la estabilidad, y es alcanzado cuando encontramos nuestra identidad libre de máscaras y de los roles que impone la cultura. Tarea nada fácil aunque no imposible.


¿Cómo puedo volver a “unirme”? Aprendiendo a observar y re-conocer lo que me gusta. Dándole presencia a mis necesidades. Aceptando lo que siento sin juzgarme. Pensando libremente lo que surge del proceso de desear y sentir. Y adaptando todo esto, de forma que mi manera de comportarme me haga sentir bien. Disolviendo miedos. Una persona satisfecha, dentro de las posibilidades que tenga en cada momento.


Contribuirá, también, aprender a autorregularnos, ¿de qué forma? Pues guardando y no gastando energía innecesariamente. Gestionando mejor las demandas externas. Esto nos facilitará la escucha hacia nuestros deseos.


Un buen concepto de nosotros mismo nos ayudará en este proceso de unir el sentir, pensar y hacer. [La percepción del propio valor y la autoaceptación es compleja; proviene de la sensación de estar vivos, de sentirse a sí mismo, de sentir el cuerpo como fuente de placer y de saber lo que se quiere, de considerarse únicos y singulares, de pensarse a sí mismo, de asumir la propia autoimagen y de decidir la manera de realizarlo.


Entre saber lo que se desea y realizarlo se coloca el proceso de autorrealización y autocreación]. Biodanza. R.Toro. Indigo.


También facilita mejorar nuestro ambiente evitando personas y entornos tóxicos, mejorando nuestras relaciones, ya existentes, para que sean más saludables y que las nuevas amistades sumen en nuestra vida.


Por suerte, tienes muchas maneras de hacer que no te vuelva a pasar esto de pensar y hacer por separado, o por lo menos poder darte cuenta pronto y cambiarlo. Las terapias holísticas van a abordar éste y otros muchos problemas yendo a la raíz, que es donde debemos llegar para que la palabra cambio tome su verdadera y gran dimensión.


Todo sea para que pensar, sentir y hacer estén en una misma línea, sin interrupciones, y en una misma dirección. Con las riendas de nuestra vida en las manos.




Alejandra Dotor
 
Los 10 tipos de ego que existen



“Jamás perderás tu conexión, siempre y cuando te pares en la humildad de tu corazón y no en la soberbia de tu ego”, se lee en las enseñanzas de un maestro espiritual.


El ego, una palabra tan usada pero que poco se conoce sobre su significado profundo, pues encierra potentes cualidades, algunas han sido cargadas negativamente, sobre todo cuando su presencia se hace insoportable y se cae en juego del yo-yo.


Es que ego, en latín significa yo.


En psicología se le llama la instancia psíquica a través de la cual la persona se reconoce como “yo” y es consciente de su propia “identidad”.






Es decir, es la parte central de la conciencia que tiene la tarea de dar el sentido de “sí mismo”. Según reza en los libros, la actividad yoica organiza la actividad consciente que consta de pensamientos, recuerdos, percepciones y sentimientos conscientes.


“Todo lo que te sucede se mide según tu ego”.


La psicóloga Fernanda Glaser explica que el ego es uno de los componentes de la personalidad que permite conocer cuáles son las necesidades a satisfacer. “En el lenguaje coloquial se le nombra como exceso de autoestima y evoluciona con la edad”.


Agrega que el “yo” se entiende como una instancia del aparato psíquico, que, según la teoría freudiana diferencia lo externo de lo interno, ayudando a conciliar el "ello" con el mundo exterior. En ese sentido, dice, es una función que se adapta tanto a situaciones externas como internas.


“Cuando una persona tiene un ego exacerbado suele tener dificultad para conectarse intima y satisfactoriamente con los demás. En otras palabras, le cuesta entender un ego que no sea el suyo”, señala.


Esto sucedería porque el “yo” o ego busca satisfacer sus propias necesidades y motivaciones, perdiendo de vista las del mundo exterior, lo que casi siempre puede afectar relaciones significativas como las de pareja, laborales y también las amistades, familiares.


Ahora, ¿cómo se forma?


Fernanda Glaser responde: “Generalmente se constituye a partir de la percepción que un otro tiene sobre mí, casi siempre empieza con la madre que es la que cumple la función de ‘espejo’ para el bebé en los primeros años”.


El problema está cuando esa formación se produce de tal manera que el mismo sujeto se vuelve objeto de deseo y es lo que ocurre en las personalidades narcisistas que son producto de un desarrollo personal, “que en vez de desear a un otro, se desea a sí mismo y su yo se configura de acuerdo con la libido que circula en su propio imaginario y lo que él o ella piensa que los demás piensan de él o ella, pudiendo adquirir rasgos paranoides, etc.”


Agrega que, en general, los narcisistas son sujetos que pierden la proporción de su yo y éste pasa a ser el centro de la actividad psiquica de la persona.


Su importancia y cuidados


Entonces estar parado en el ego significará estar centrado en uno mismo, lo cual es un tanto perjudicial si consideramos que los seres humanos somos seres sociales y ser autorreferente todo el tiempo, agota.


Aunque vivir sin ego también será perjudicial, pues es el que da sentido de identidad, organiza las ideas, experiencias y percepciones del mundo.


Más aún, en la revista de filosofía “Nitiare” explican que el ego está compuesto por múltiples Yoes o Defectos Psicológicos “que son como auténticas personas en nuestro interior: piensan, sienten y actúan. Nuestras frustraciones nacen justamente cuando a uno o más de esos defectos psicológicos no se le cumplen dichos objetivos personales”.


En ese sentido, aparece nuevamente el gran problema que acarrea el ego, que es el constante deseo que incita. Eso tiene su lado positivo porque moviliza y hace que la gente reaccione, pero su límite o negatividad está cuando acarrea sufrimiento. En palabras de Sigmund Freud, “el yo supone el primer paso del propio reconocimiento para experimentar alegría, castigo o culpabilidad”.


¿Qué tipo de ego tengo?


Sin embargo, en un plano espiritual, el excesivo ego o la conciencia individual perjudicaría el crecimiento personal pues ni se entera que existe una conciencia universal. Algo así como “un tapón que impide la ascensión de la mente a los estados superconscientes”, afirma el investigador, Iván Durán Garlick, autor del libro “El Ego". Agrega que la mente de una persona con poca autoconciencia es un hotel cinco estrellas para el ego. Entonces, indica que para evolucionar es necesario conocer qué tipo de ego predomina en la personalidad y trabajarlo.


Para adentrarse en ese conocimiento, invita a revisar estas categorías y enterarse en qué clasificación se encuentra.


Ego SABELOTODO: Es aquel ego que siempre cree tener la razón, le gusta dar consejos sobre todo, siempre contesta aunque no sepa, cree tener respuesta para todo, no se puede quedar callado.


Ego INSACIABLE: Es el ego “centro de mesa”, no le gusta pasar desapercibido, hace cualquier cosa para llamar la atención.


Ego INTERRUPTOR: Su necesidad de autorreferencia es tan fuerte que interrumpe permanentemente, nunca deja que los otros terminen de hablar.


Ego ENVIDIOSO: Es el que no soporta los triunfos y éxitos de otros. Degrada a los que cree que son mejores que él.


Ego PRESTIGIOSO: Es el ego que busca aplausos, reconocimiento y admiración en todo lo que hace. Siempre quiere ser el mejor. Frecuentemente les dice a los demás: “te lo advertí”, “yo sabía”, “te lo dije, pero tú nunca me escuchas”, etc.


Ego JINETE: Se monta de lo que dicen otros. Se aprovecha de los datos de los demás para su propio beneficio. Saca partido de lo que otros dicen para estructurar sus propias intervenciones. Es copión y usurpador.


Ego SORDO: Nunca escucha, le gusta hablarsólo a él, habitualmente finge escuchar.


Ego MANIPULADOR: Es aquel ego astuto que siempre se las arregla, ya sea tergiversando, acomodando, engañando, mintiendo o justificando para que las cosas resulten siempre a su favor.


Ego ORGULLOSO: Es aquel ego competitivo, discutidor, que no le gusta perder.


Ego PREMENTAL (silencioso): Es aquel ego que calladamente tiene un discurso paralelo, es criticón, hipócrita y enjuiciador.
 
En el reino de la hipocresía, la sinceridad es la gran incomprendida


En los territorios donde cabalga la mentira vestida de dulce hipocresía, la sinceridad es siempre la gran incomprendida. Es como si comunicar con transparencia fuera un delito, una osadía para quien se quita las armaduras y, con educado respeto, es capaz de ir con el corazón por delante y con la verdad en su boca.


No es fácil. En la actualidad son muchos los sociólogos y analistas que definen a una buena parte de la población como entidades pasivas, como meros testigos de lo que acontece en ese mundo que se enmarca en un televisor. La hipocresía reina en muchas de nuestras esferas políticas, en ciertos escenarios laborales e incluso en la intimidad de algunas de nuestras casas, sin que reaccionemos ante ella.




“Cuando la mala persona aparenta nobleza, es cuando emerge lo peor de sí”


-Publilio Siro-


Hay quien opta por el silencio y por esa supuesta pasividad por simple y absoluto cansancio. Porque ya sabemos “de qué pie cojea” ese familiar, ese directivo o ese compañero de trabajo. Sabemos que abundan en exceso aquellos que defienden la igualdad, pero que en su interior desprecian en secreto que otros tengan sus mismos derechos, sus mismas oportunidades.


Sin temor a equivocarnos, podríamos decir que hay una dimensión mucho más tosca, oscura y peliaguda que la propia mentira: la hipocresía. Es nada más y nada menos que una falta de honestidad muy sibilina, ahí donde uno esconde la propia personalidad mientras se exhibe una nobleza moral intachable.


Puesto que estamos seguros de que conoces a más de un persona con dichas características, te proponemos ahondar en el tema para disponer de más estrategias para actuar ante ellas.






Normalizamos la hipocresía casi sin darnos cuenta

De niños los adultos nos enseñan que la verdad es buena y que mentir es una costumbre que es mejor no adquirir. Nos inician en una práctica de la que tarde o temprano descubrimos sinuosos recovecos, afinados matices. Tal y como nos explicó Lawrence Kohlberg en su teoría sobre el desarrollo moral, es en la segunda etapa, en la llamada “moral convencional”, cuando en el niño de entre 10 y 13 años desarrolla ya un inicio de conciencia sobre el sentido de la justicia, descubriendo además cómo los adultos pueden caer en sus propias contradicciones.


Nos exigen sinceridad, pero son muchos los que se ofenden si decimos la verdad. Poco a poco llegamos a unas situaciones en las que nos preguntamos qué puede ser mejor: ofender con la sinceridad o mentir por simple educación. Tarde o temprano asumimos que la hipocresía reina e impera, y que con ella, se construye una falsa convivencia; una convivencia donde exhibir gloriosos principios morales y bellas ideologías bajo las cuales, a menudo, se esconde la cobardía o la simple despreocupación por los demás.


La hipocresía está plenamente institucionalizada en nuestra sociedad, la hemos normalizado. Sin embargo, y aquí llega el dato curioso, la mayoría tenemos un radar siempre actualizado que sabe detectarla. La vemos en nuestros políticos, en alguno de nuestros familiares o compañeros de trabajo y sin embargo no reaccionamos ante ella. De algún modo, somos conscientes de que es una batalla casi perdida: es una tarea difícil cambiar a quien ni tan siquiera es honesto consigo mismo.




A la falsedad se la supera siendo siempre auténticos

Hay varios tipos de hipocresía. Están los que exhiben grandes atributos para esconder oscuros principios morales: el racismo, el machismo, una mente retrógrada. Sin embargo, el tipo de falsedad que más abunda es la de esa persona que busca encajar, ser aceptado e incluso alabado. Por ello, no dudará en defender hoy el color rojo y mañana el color verde y al otro el azul, dependiendo siempre de en qué escenario se mueva.




“La única cosa peor que un mentiroso, es un mentiroso que también es hipócrita”


-Tennessee Williams-


Estar orientados en todo momento por la opinión de los demás vulnera nuestra autoestima y evita que practiquemos, por ejemplo, esa autoevaluación con la cual, vivir siempre de acuerdo a nuestros propios valores a pesar de que a los demás, no les agraden.


Veamos ahora cómo deberíamos actuar ante esas personas habituadas a vivir en el reino de la hipocresía.




Cómo reaccionar frente a la hipocresía

A la hipocresía no se la vence, se la encara. Tal y como hemos señalado con anterioridad, cambiar al hipócrita es una batalla perdida, pero lo que sí podemos hacer es dar ejemplo, ser auténticos y desactivar la influencia que puedan tener sobre nosotros.


  • Recuerda en todo momento que las únicas expectativas a las que debes obedecer son a las tuyas propias. Lo que el hipócrita te recomiende con su falsa vara de medir tiene menos importancia que el polvo que se acumula en las estanterías de tu hogar.

  • Los hipócritas siempre caen en sus propias contradicciones. Cuando las veas, no las ataques, ni inicies discusiones con ellos: te darán mil argumentos para justificarse. Limítate solo a señalar su contradicción, algo corto y firme.

  • Si estás obligado a tratar cada día con una persona hipócrita, ten en cuenta que intentará sabotearte muy a menudo. Calificará tus actuaciones y te etiquetará. Si para esa persona eres un espejo en el que ve lo que no le gusta, una de las opciones que tendrá para terminar con su malestar será acabar con el espejo, o sea, contigo.

Mantén siempre un diálogo interno contigo mismo para recordar quién eres, cuáles son tus valores y cuáles tus grandezas. Lo que diga, haga o piense el hipócrita no vale ni cuenta en tu vida. Solo es aire, solo es el aliento de una marioneta algo cobarde que ha hecho de la falsedad su reino de naipes.


Tarde o temprano, caerá.


Por Valeria Sabater
 
Psicología de la mentira (I): Tipos de mentiras


Voy a realizar una serie de artículos sobre la mentira, bases fisiológicas, lenguaje no verbal, indicios de engaño, tipos de mentiras… ya que en Psicología, una de las materias que más dediqué tiempo a investigar fue la del comportamiento. Saber diferenciar de los demás cuando dicen la verdad y mentira no es un don de unos pocos. Las clave en la psicología de la mentira está en la comunicación, el contexto y el comportamiento. ¿Lo vemos?.

INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA DE LA MENTIRA: LOS DOS TIPOS DE MENTIRAS.
Una de las razones de la mentira puede ser querer salvaguardar ante los demás una determinada imagen que pensamos que tienen de nosotros. En este caso, la principal razón para mentir es la vergüenza o intentar evitar el deterioro de la reputación y de la imagen.
Patrick White, «Una mentira, sin embargo, no encierra una cabal malicia cuando se profiere en defensa del honor».

Una parte de todo engaño es la de “formación de impresiones” o “manejo de impresiones“, al proporcionar información dirigida a crear una imagen socialmente adecuada de nosotros mismos. La mentira cumple no sólo la función de ocultar la verdad, sino también la de dar impresión favorable ante los otros, dando seguridad y protección, y y evitando la vergüenza pública y valoración negativa de los demás.



Queremos proyectar ser más inteligentes, educados, atractivos, más poderosos o simplemente ricos de lo que en realidad somos. No se salva nadie de la “mentira”. Existen diferencias de s*x* cuando hablamos de la mentira. Los hombres quieren parecer más poderosos, ricos o inteligentes de lo que son, y las mujeres quieren mostrar más interés por los demás del que tienen realmente.

La ambigüedad es una característica del lenguaje, que no debe considerarse negativa, ya que proporciona matices y riqueza a la comunicación humana. Además, el lenguaje describe así mejor la realidad y se acerca más a ella, ya que muchos acontecimientos, sociales y privados, como nuestras emociones o los sentimientos que acompañan a un encuentro con una persona querida u odiada, no pueden describirse sin matices.

Edward de Bono, […] la posibilidad, la especulación y la fantasía son elementos de la comunicación humana”

El valor de la comunicación es más lo que sugiere que lo que refiere. Si tuviéramos que revisar en cada conversación y frases, nuestras comunicaciones serían limitadas y aburridas, mermando nuestra capacidad de comunicación y nuestras posibilidades de interacción. Queremos despegarnos de la realidad y si algo nos parece interesante, pensamos que debe tener algo de verdad o deseamos que así sea.

Las mentiras se disculpan más a unas personas que a otras.
Una persona puede ser considerada hábil, diplomática, o astuta y verse en ella la mentira como una cualidad positiva. De algunas profesiones, como ocurre con los políticos, no se espera que digan siempre la verdad o que cumplan sus promesas. Tampoco extraña en personas que socialmente encubren mentiras para no crear situaciones perjudiciales (indefensión aprendida). No nos debe extrañar que se les perdonen las mentiras o eso parece cuando hablamos de la misma.
Otto von Bismarck: “Cuando quieras engañar al mundo, di la verdad”.

Evelin Sullivan, “en su ensayo sobre la mentira”, nos habla de las condiciones que debe reunir la mentira para ser tolerable.




Dentro de la psicología de la mentira para Sullivan pueden tener tolerancia social e incluso aplauso cuando se dan algunas de las siguientes circunstancias: que sean ingeniosas y divertidas, que sean obra de un embaucador simpático o ingenioso, que no nos sintamos ofendidos por ellas, que sean hasta cierto punto inofensivas o que sus motivos no nos perjudiquen a nosotros en principio.

Existen dos tipos básicos de mentiras:
(1) Ocultación, escondiendo o callando un hecho u opinión.

Las mentiras de ocultación persiguen retener la información intencionadamente. La omisión de elementos en la comunicación lleva a una falsa interpretación por parte del destinatario o receptor. Según la psicología de la mentira, el mentiroso engaña suprimiendo la verdad a través de silencios, descripciones vagas o muy generales, evasión de preguntas, emoción fingida, ira o indignación. También es ocultación revelar la verdad a medias sin exponer elementos clave de la información que, siendo verdadera, esquiva el asunto, desvía la atención o provoca una interpretación errónea de los hechos.

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Admitir la verdad de forma exagerada o errónea también es una forma de ocultación o mentira: “Sí, voy robando a la gente por la calle“. Otra forma es utilizar términos, frases, expresiones o giros que desvirtúen o atenúen el hecho que se quiere ocultar. Es una mentira difícil de admitir, es la más corriente y la más ventajosa para el mentiroso, ya que siempre hay una vía de escape. Si se le descubre puede atribuir lo que dijo a un olvido, a que no se le preguntó precisamente eso, a que no entendió las palabras que se utilizaron, a que creía que querían saber otra cosa o a que malinterpretó la pregunta…

(2) Falsificación o creación de una historia.

En la psicología de la mentira hablamos de falsificación que consiste en la presentación de información falsa o en la invención de una historia falsa para confundir o engañar. El mentiroso proporcion datos, detalles o explicaciones como si fueran ciertos. Necesita para ello poseer buena memoria, anticipación y no perder la compostura. Si la mentira no consigue su objetivo de engañar a los demás debe volver a la falsificación, inventando más cosas, o admitir parte o toda la verdad. El descubrimiento es inadmisible para los engañados e inaceptable para el mentiroso ya que no tiene escapatoria.



Los mentirosos saben cuando pueden usar la mentira de ocultación o la de falsificación (la primera ofrece siempre más vías de escape y la falsificación exige esfuerzo mental).

Construir una historia falsa cuesta siempre más que exponer la realidad. Su elaboración requiere esfuerzo, debe ser compatible y consistente con los datos que conoce el destinatario.

Para detectarlas se busca, entre otros datos, la congruencia entre los distintos elementos de la información que va proporcionando e indicios del mayor esfuerzo mental que requiere este tipo de mentira.



Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE), mentir es “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Consecuentemente, mentira es la «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa». Engañar es «dar a la mentira apariencia de verdad» o «inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras y de obras aparentes o fingidas».

Para concluir este capítulo si no atenemos a la psicología de la mentira, el mentiroso alberga siempre miedo , fundado o no, a que la verdad se sepa. Además tiene miedo a ser menos que los demás, miedo a no conseguir un objetivo profesional, miedo a perder la confianza de los suyos, miedo a que no les quieran o aprecien, miedo a que no les respeten y miedo a perder o a no ganar algo.

Por Rafael Benítez
 
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