Autoestima y otros temas de psicología

Una verdad a medias será (tarde o temprano) una mentira completa


No hay peor cobarde que el que hace uso constante de las medias verdades. Porque quien conjuga la verdad con la falsedad tarde o temprano evidencia la mentira completa, porque los engaños camuflados con buenas maneras son dañinos y desgastantes y tienden a salir a flote, al igual que las mentiras enteras.


Decía Unamuno en sus textos que no hay tonto bueno, que todos, a su manera, saben conspirar y desplegar eficaces artimañas para cogernos desprevenidos. Ahora bien, si hay algo que abunda en exceso en nuestra sociedad no son precisamente los tontos ni los ingenuos. La mentira incompleta o la verdad a medias es la estrategia más familiar que vemos en casi todos nuestros contextos, en especial en las esferas de la política.




“¿Dijiste media verdad?. Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad”


-Antonio Machado-


Hacer uso de las verdades sin cabeza, o de las falsedades con muchas patas cortas, ofrece a quien las utiliza la sensación de que no está haciendo nada malo, de que sale indemne de la responsabilidad que tiene con el otro. Parece que la piedad por omisión descarga de responsabilidades; es como quien nos dice aquello de “te quiero muchísimo, pero necesito un tiempo” o “aprecio mucho cómo trabajas y valoramos todo tu esfuerzo, pero tenemos que prescindir de tu contrato unos meses”.


La verdad, aunque duela, es algo que todos preferimos y que a la vez necesitamos. Es el único modo con el que podemos avanzar y aunar fuerzas para desplegar las estrategias psicológicas adecuadas con las que pasar página, dejando a un lado la falta de certeza, y ante todo, esa inestabilidad emocional que supone no saber, desenmascarando a las falsas ilusiones.






El amargo sabor de las medias verdades

Por curioso que parezca, el tema de las mentiras y su análisis psicológico es algo bastante reciente. Freud apenas tocó el tema, porque hasta entonces, era un aspecto que quedaba en manos de la ética e incluso la teología y su relación con la moral. Sin embargo, a partir de los años 80 los psicólogos sociales empezaron a interesarse y a estudiar en profundidad el tema del engaño y toda la interesante fenomenología asociada al respecto, para confirmar algo que el propio Nietzsche ya dijo en su momento: “la mentira es una condición de vida”.


Sabemos que puede parecer desolador, porque a pesar de que nos socializan desde bien niños en la necesidad de decir siempre la verdad, poco a poco y a partir de los 4 años, nos vamos dando cuenta de que recurrir a la mentira, a menudo, conlleva obtener ciertos beneficios. Ahora bien, algo que a su vez nos queda claro de forma muy temprana es que una falsedad directa y sin aroma de verdad casi nunca es rentable a largo plazo.






Por otro lado, tal y como nos demostró el profesor Robert Feldman de la facultad de psicología de la Universidad de Massachusetts, muchas de nuestras conversaciones más cotidianas están plagadas de esas mismas verdades incompletas. No obstante, el 98% de ellas son inofensivas, no dañinas e incluso funcionales (como decir a una persona con la que no tenemos mucha confianza “que estamos bien, tirando con esto y lo otro”, cuando en realidad, estamos pasando un comento complicado).


Sin embargo, el 2% restante sí evidencia esa media verdad camuflada, esa estrategia perversa donde la falacia de la verdad a medias ejecuta un engaño expreso por omisión. Ahí donde además, la persona pretende salir indemne al justificarse con la idea de que como su mentira no es completa, no hay ofensa.


La mentira frente a la honestidad

Puede que a muchos de nosotros nos hayan alimentado durante un tiempo con esas verdades a medias que a fin de cuentas, son mentiras completas. Puede que nos hayan regalado también falsedades piadosas o que incluso nos hayan repetido una y otra vez una misma mentira con la esperanza de que la asumiéramos como una verdad. Sin embargo, tarde o temprano esa verdad acaba ascendiendo como un corcho que se sumerge en el agua.


“El hombre que no teme a las VERDADES nada tiene que temer de las mentiras”


-Thomas Jefferson-


Explicaciones hay varias: que todo es relativo o de que “nadie puede ir por ahí diciendo siempre la verdad”. Sin embargo, más allá de todo esto, lo que es aconsejable practicar y a la vez exigir en los demás es la HONESTIDAD. Mientras que la sinceridad y la franqueza se asocian con la obligación absoluta de no caer en la mentira, la honestidad tiene una relación mucho más íntima, útil y efectiva con el propio ser y con los demás.




Hablamos ante todo de respeto, de integridad, de ser genuinos, coherentes y de no recurrir nunca a esas artimañas donde se destila la cobardía con la agresión encubierta. Entendamos por tanto y para concluir, que no hay mentira más perjudicial que la verdad camuflada y que para convivir en armonía y respeto, no hay nada mejor que la honestidad. Una dimensión que a su vez, necesita de otro pilar indiscutible: la responsabilidad.





Por Valeria Sabater
 
La fidelidad es propia de los más inteligentes



Rodolfo Llinás es un neurocientífico colombiano que ha dedicado la mayor parte de su vida al estudio del cerebro. Dirigió el programa NEUROLAB de la NASA y actualmente es director del departamento de psicología y neurociencias de la Universidad de Nueva York. Hace un tiempo dio una entrevista en la que sorprendió por el mapa que trazó con los conceptos de fidelidad, amor y felicidad.


Sus declaraciones prueban, desde el punto de vista neurológico, lo que muchos intuían por sentido común, experiencia u observación del comportamiento. Afirma que el cerebro es un sistema cerrado, que solamente es “perforado” por los sentimientos. Indica que su funcionamiento guarda cierta analogía con el de un ordenador, con la diferencia de que el cerebro tiene plasticidad y creatividad: se modifica, se nutre y cambia.




La fidelidad es el esfuerzo de un alma noble para igualarse a otra más grande que ella”.


-Goethe-


Según sus extensos y profundos estudios sobre el cerebro, concluye que la estructura intelectual está basada en la emocional. Primero es la emoción y luego la razón. Nos formamos las ideas del mundo no tanto a partir de razonamientos, sino de lo que sentimos. El amor tiene un lugar destacado y la fidelidad es propia de los más inteligentes, según sus palabras.


La fidelidad y la inteligencia

Rodolfo Llinás indica que el área emocional del cerebro es una de las más antiguas. Fue una de las primeras en desarrollarse. Según sus palabras, “es el cerebro truhán, el de los reptiles, donde no existen más que patrones de acción fijos. Por eso ellos se acercan o se van si quieren comida; atacan si quieren defenderse, y tienen s*x* si quieren reproducirse”.






El amor tiene su origen en la misma área, pero implica unas funciones fisiológicas diferentes. El amor, dice Llinás, es como una golosina. Y quien está enamorado se vuelve goloso. Desea tener más y más amor de la persona a la que ama. Agrega además que “nadie se muere por exceso de amor”.


El amor, señala el científico, no es como hacer gimnasia, sino como bailar, desde el punto de vista fisiológico. Frente al llamado “amor eterno” dice: “Ese es de inteligentes, que estructuran y modulan los patrones de acción fijos sobre la base de ver al otro como la mano de uno; cuidarla es mi responsabilidad, y viceversa. Saber que no habrá una puñalada trapera es la norma”.


La fidelidad contribuye a no desgastar energía emocional o intelectual innecesariamente. El ser humano, cuanto más inteligente, más orientado está hacia las grandes preocupaciones de la humanidad, deja de lado las situaciones que inestabilizan su vida o emplea energía para acciones más complejas.




Por todo ello, Llinás concluye que el amor eterno es un baile infinito de neuronas entre dos personas inteligentes.


Estudios sobre inteligencia y fidelidad

Rodolfo Llinás no es el único que ha hablado de la relación entre inteligencia y fidelidad. Un estudio dirigido por Satoshi Kanazawa, especialista en psicología evolutiva, llegó a una conclusión similar. En su investigación señaló que los hombres con coeficientes intelectuales más altos (superiores a 106) valoran más la fidelidad en pareja. En las mujeres es diferente: todas la valoran, sin que esto guarde relación con su nivel de inteligencia.




El estudio indica que la monogamia es una fase superior de la evolución humana. En principio, el humano está estrechamente ligado al comportamiento instintivo del mamífero. Esto le inclina a la poligamia. Pero, tanto en la historia de la humanidad como en la individual de cada hombre, la monogamia parece implicar un nivel superior de evolución.


Verdaderamente, la infidelidad tiene como condición tener mucho tiempo libre y mucha disposición emocional para el conflicto. Cuando una buena parte de nuestro tiempo está ocupado es más complicado gastar parte de él en las intrigas y las estrategias asociadas a la infidelidad. Tampoco se dispone de tanta energía emocional como para pagar el precio de actuar a escondidas, evitando ser pillados y manteniendo una fachada falsa.


Resulta mucho más inteligente establecer una relación y refinarla que ir saltando de relación en relación. La monogamia trae grandes satisfacciones, no es un sacrificio. Como toda situación humana con valor, implica esfuerzos. Sin embargo, es mucho más lo que aporta.


Si la vida individual se enfoca hacia grandes objetivos, seguro que un compañero o compañera permanente de viaje es un gran tesoro. Y al contrario, si la vida se enfoca a lo banal, una relación estable entorpece esa futilidad e intrascendencia.

Por Edith Sánchez
 
¿Qué significa validar una emoción?


La validación es el punto de partida en muchos contextos de ayuda. De hecho, es uno de los principales ingredientes para que esta ayuda sea efectiva, ¿quieres saber en qué consiste?

Validar la emoción o el relato de otra persona es un logro con tanto valor -valga la redundancia- que constituye uno de los pilares básicos de muchas de las intervenciones que se realizan. Muchas de las personas que llegan a consulta lo hacen sintiéndose raras, desubicadas, en medio de un mar emocional al que quizás no saben cómo han llegado y tampoco cómo navegar en él.


El otro día, Alicia contaba que no sabía cómo podía sentirse triste teniendo una familia maravillosa y un trabajo que no estaba mal. Fernando contaba que estaba enfadado consigo mismo por no haberse esforzado lo suficiente. Lucas era preso de la ansiedad porque le había cambiado el horario y su hijo salía del colegio antes de que pudiera recogerle. Además, también estaba enfadado consigo mismo por sentirse así: sabía que no pasaba nada porque esperara cinco minutos.







Es normal que te sientas así

Una de las primera ideas que vamos a intentar trasmitirles a Alicia, Fernando o Lucas es que es normal que se sientan así. Que no son “locos emocionales”, que lo que sienten es consecuente, ya no con el mundo, sino con la realidad paralela que ellos han construido. Esa con la que en el fondo trabajan.




Así, con la validación lo primero que conseguimos es que el otro deje de sentirse raro. Habrá o no que intervenir, pero en ningún caso es la persona la que está defectuosa. Puede tener mayor sensibilidad, un mayor grado de neuroticismo, trabajar con un camión entero de ideas irracionales, pero el problema no está en su naturaleza.


Este es el punto de partida donde le decimos al paciente/cliente que está habilitado para hacerlo mejor. ¿El qué? Pues gestionar sus emociones o establecer prioridades, por ejemplo. Así, la validación también sirve para devolverle parte de ese control que puede creer haber perdido.


En este sentido, la validación también es un recurso maravilloso para cuidar de las relaciones. Si la hacemos bien, será un primer paso, una ruptura del hielo que nunca generará rechazo. Además, y al mismo tiempo, le haremos saber al otro que le hemos escuchado con atención (escucha activa).




Cuidado, diciendo que es normal aquello que el otro siente no estamos diciendo que el problema que nos plantea sea o no extraordinario o que la intensidad emocional con la que vive sea la que más le ayude. Poco haremos si le decimos a Lucas que no pasa nada porque su hijo tenga que esperar un poco, eso él ya lo sabe y de alguna manera ya se castiga por ello. Incidiendo sobre esta idea solo lograremos que se sienta peor, más raro. Al igual que le pasaría a Alicia.


Por eso es tan contraproducente el “deja de sentirte triste” o “no hay razón para que te pongas así”. Estos imperativos nunca hacen que la persona se sienta mejor. Imponen más obligación a una batalla que de por sí ya está librando. Si algo necesita la persona es todo lo contrario, que los demás reconozcan su esfuerzo, que está librando esa batalla.





La validación: el mejor punto de partida para brindar ayuda emocional

De esta forma, con la validación abrimos las puertas para la expresión emocional, sin el temor a que el otro se sienta juzgado o reprendido. Además, como hemos dicho, también le devolvemos al otro el control sobre sus emociones. Además, nos sitúa como figura de auxilio, de ayuda. El otro sentirá que le entendemos, que hemos recogido esa punta de cuerda que nos ha lanzado y nuestras posibilidades de poder ayudarle aumentarán.


Como vemos, la validación es uno de los elementos imprescindibles en la base de cualquier relación, pero es especialmente importante en contextos clínicos. Además, también lo es en contextos de emergencia. Por ejemplo, una persona puede llegar a sentirse muy desconcertada por no sentir una enorme tristeza por haber perdido a varios familiares en una tragedia.


De hecho, puede deducir de esta insensibilidad emocional que no les quería y sentirse muy culpable. Ahora pensemos que la manifestación de la culpa y la tristeza puede tener rasgos comunes. ¿Cómo vamos a poder ayudarle si no sabemos cuál es el cuadro al que nos enfrentamos?

Por Sergio de Dios González
 
Neurosis, la prisión de la inestabilidad emocional




La neurosis define un cuadro clínico caracterizado por la inestabilidad emocional, la tendencia a la depresión, una elevada ansiedad así como una excesiva rumiación y sentimientos de culpabilidad entre otros síntomas. Las personas con neuroticismo son fábricas de preocupación continua, perfiles muy susceptibles que sin embargo, pueden responder muy bien a las terapias psicológicas.


Es muy posible que a muchos, el término neurosis les traiga reminiscencias de un pasado, de esos días en que Sigmund Freud centraba parte de sus trabajos en la psiconeurosis. Estamos ante una dimensión psicológica muy clásica, acuñada en 1769 por el médico escocés William Cullen, ahí donde se intentaba clasificar bajo una misma etiqueta todos esos trastornos que distorsionaban lo que se consideraba como pensamiento racional.




La neurosis o neuroticismo es una tendencia psicológica caracterizada por una mala la gestión emocional y una clara dificultad para mantener el control.


En la actualidad la psicología ha sustituido el concepto de neurosis por otra nomenclatura. Así, en la anterior edición del DSM-5 el neuroticismo venía ya desglosado en toda una serie de trastornos, aspectos clínicos que por lo general, suelen aquejar a estos pacientes, como pueden ser por ejemplo los trastornos somatoformes, trastornos de ansiedad, depresivos, disociativos, etc.






La neurosis a lo largo de la historia

A día de hoy tenemos varios mecanismos para comprender mucho más el rasgo del neuroticismo y ofrecer así un enfoque terapéutico adecuado a cada persona. Sin embargo, hace unos años la neurosis era poco más que un “cajón desastre”, ahí donde quedaba integrada toda persona que mostrara casi cualquier alteración psicológica, por pequeña que fuera.


Hipócrates, en su momento, ya asentó las bases de esta condición cuando nos hablaba del temperamento melancólico. Eran, según él, personas con “los fluidos corporales” crónicamente perturbados. De algún modo, y durante miles de años se ha considerado que aquellos perfiles comportamentales más ansiosos, nerviosos, con tendencia a la depresión o la preocupación excesiva, son personas condenadas no solo a no tener control alguno sobre su vida, sino también a sabotear la de los demás.


La palabra neurótico tiene de por sí una designación negativa, y eso es algo que debemos corregir. Por ello, los profesionales de la salud mental se vieron en la obligación de desterrar el término neurosis, para generar un enfoque terapéutico (y también social) más amplio, lógico e integrativo como respuesta a una condición que por sí misma es manejable.


Características de la neurosis

El neuroticismo entra dentro de un espectro. Es decir, habrá quien tenga una puntuación más alta en esta dimensión psicológica y quien por su parte, presente solo unos pocos rasgos. Así, y aunque la mayoría tengamos la idea de que la neurosis es básicamente inestabilidad emocional, cabe decir que esconde raíces más complejas a la vez que interesantes.






Para comprender un poco más esta condición psicológica, podemos hacer referencia a una curiosa historia que Paul Watzlawick explicaba al respecto de la neurosis con la historia del martillo. Imaginemos por ejemplo que nuestro vecino necesita un martillo para colgar un cuadro y quiere pedírnoslo. Sin embargo, el buen hombre es algo pesimista, y empieza a pensar que no se lo vamos a dejar e imagina no una, sino decenas de situaciones cada vez más enrevesadas donde la respuesta siempre es la misma, una negativa.


Al final, acaba acumulando tanta frustración y enfado, que llega hasta nuestra puerta para decirnos, sencillamente, “que podemos quedarnos para nosotros el puñetero martillo”. Queda claro que ante este comportamiento quedaremos sin palabras y hasta medio asustados. Sin embargo, antes de llegar a la conclusión de que nuestro vecino “no está bien”, es necesario ser un poco más cercanos hacia esta realidad. Veamos algunas características.


  • Son perfiles caracterizados por un elevado negativismo, por pensamientos catastróficos.
  • Sensación continua de tristeza e indefensión.
  • Fobias.
  • Susceptibilidad.
  • Ansiedad.
  • Apatía, cansancio frecuente.
  • Altibajos emocionales.
  • Épocas de aislamiento social.
  • Relaciones afectivas y familiares complejas, la convivencia con las personas “neuróticas” suele ser muy complicada.
  • A menudo, el neuroticismo se confunde con trastornos obsesivos-compulsivos.
  • Insomnio.
  • Trastornos de somatización (dolores musculares, afecciones de la piel…)

¿Cómo se trata la neurosis?

Lo primero que deberíamos tener en cuenta sobre la neurosis es que de algún modo, todos nosotros podemos presentar en algún momento conductas caracterizadas por la preocupación excesiva, la rumiación, la susceptibilidad… Según cuentan los historiadores, personajes como Newton o Charles Darwin, eran perfiles altamente sensibles, inestables, malhumorados y siempre preocupados. Sin embargo, había en ellos algo genial, algo que les permitió encauzar toda ese energía mental por buen camino.


Por tanto, antes de ver la neurosis como algo puramente patólogico, debemos entender que basta con ofrecer herramientas a la persona para que maneje mucho mejor sus universos emocionales para ver adecuados cambios. El auténtico problema con el antes denominado perfil neurótico es que tengamos ante nosotros a un paciente incapaz de afrontar su día a día, alguien atrapado por sus miedos y preocupaciones en la soledad de su casa sin atreverse a relacionarse, a trabajar, a llevar una vida funcional.





La neurosis se trata con psicoterapia, siendo la cognitiva-conductual una de las más recomendables. Así, tal y como venimos señalando, la respuesta a este tipo de tratamientos psicológicos suelen ser muy efectivo. En el momento en que la persona logra recuperar las riendas de sus emociones aplicando adecuadas técnicas de gestión, la mayoría de características antes señaladas pierden intensidad hasta desaparecer.


Por Valeria Sabater
 
La desesperanza aprendida



La desesperanza aprendida, también llamada indefensión aprendida, es la condición de aquel que se comporta pasivamente porque así lo ha aprendido. De esta forma, esta persona piensa que no puede hacer nada ante todo tipo de situaciones adversas, cuando en la mayoría de ellas sí podría sobreponerse.


Esta dificultad se ha visto relacionado con la depresión y otros trastornos de la mente que llevan al paciente a reafirmarse en la idea de que no existe solución para sus problemas, pese a que el escenario real sea otro.




¿Qué es la desesperanza aprendida?

La desesperanza aprendida o indefensión aprendida es el resultado de estímulos negativos o aversivos, generalmente incontrolables, que desembocan en una carencia de iniciativa por parte de quien la sufre.


Por tanto, no es el estrés el que ocasiona que la desesperanza se desarrolle, sino la imposibilidad de controlar el motor que desencadena ese estrés. Esta dinámica surge, por ello, a menudo en familias con padres muy autoritarios, cuyos hijos terminan por aceptar toda clase de situaciones (también fuera de casa), por sentir que no merecerá la pena tratar de controlarlas.


Ese aguante de las situaciones negativas no solo genera la incapacidad de iniciativa; a menudo nos encontramos con personas que no son capaces de aprender nuevas conductas. Su estado será de desmotivación y relajación, aunque mentalmente no se encuentren tranquilas.







¿Qué provoca la desesperanza aprendida?

Como su nombre indica, este estado se “aprende”; como humanos, tendemos a estudiar cautelosamente las consecuencias de nuestras acciones, desechando las conductas que desembocan en consecuencias negativas y abrazando las que llevan a consecuencias positivas.


Esto puede parecer beneficioso, pero no siempre lo es. Por ejemplo, cuando un niño suspende un examen de matemáticas y sabe que en casa le espera una buena reprimenda, no por ello comenzará a aprobar; en cambio, comenzará a buscar formas de no asistir a los exámenes, y creerá que no es diestro en esa asignatura.




Si la situación persiste, el niño se estaría exponiendo a un bucle continuo de ansiedad y tristeza, un cuadro muy relacionado con la depresión (y posiblemente que desemboque en ella).


¿Cómo abordar los síntomas?

Para tratar de controlar y curar este trastorno, es muy importante acudir a un especialista que nos asesore sobre lo que nos sucede y cómo podemos abordarlo. Nunca debemos autodiagnosticarnos, por muy evidentes que sean los síntomas.


Como complemento de un tratamiento o unos ejercicios recomendados por un psicólogo o psiquiatra, podemos ayudarnos a progresar siguiendo algunas pautas:


  • Involucra a tus seres queridos: si sospechas que tú o algún ser querido sufre de desesperanza aprendida, no lo ocultes. Puede que ellos sean los causantes de tu problema, y necesitéis una terapia conjunta; si no lo son, desde luego te apoyarán en tu camino hacia la cura.
  • Pon tus emociones por escrito: puedes escribir un diario, o simplemente apuntar en una nota en tu móvil cómo te sientes ante situaciones concretas. Releer esas líneas puede hacerte discernir entre una causa razonable u otras no razonables de estrés.
  • Asume retos que sabes que son solucionables: ante la incertidumbre que se puede sufrir debido a las consecuencias incontrolables de algunos actos, plantéate retos cuya resolución sabes que es posible. Puede parecer algo ridículo, pero tu autoestima e iniciativa mejorará.
  • Pregúntate siempre tres cosas ante un problema: ¿Cómo puedo evitarlo? ¿Qué he aprendido de esta situación? ¿Existen otras soluciones que yo no me he planteado? Ante un problema ya ocurrido y finalizado, es útil imaginar un escenario en el que aún no ha terminado, para pensar sin estrés en las soluciones que le daríamos.
  • Piensa en ti: muchas veces, las personas son indefensión aprendida han desconectado de sí mismos y se han desatendido, pensando más en las consecuencias de sus actos y en complacer a los demás. Es importante reflexionar acerca de uno mismo y tomarse a diario un momento para estar a solas.




Es fundamental ser pacientes

La indefensión aprendida tiene cura, y aunque parece complejo e imposible, siempre contaremos con ayuda. Ya sea la de un profesional, o el apoyo de un familiar o amigo, no estamos solos.


Es importante, a su vez, tener paciencia. Entiende que un comportamiento aprendido, probablemente desde la infancia, no es fácil de sobrellevar y superar; no seas injusto contigo mismo y date el tiempo que mereces.


Por María Hoyos
 
Autoestima y depresión ¿cómo se relacionan?


Autoestima y depresión tienen un vínculo significativo. Así, y aunque el origen de una depresión es claramente multifactorial, los estudios clínicos nos revelan que una baja autoestima mantenida en el tiempo nos hace mucho más vulnerables a este tipo de condición. El no aceptarnos y carecer de sentimientos positivos hacia el propio ser nos va dejando sin recursos psicológicos.


Entendemos la autoestima como ese conjunto de sentimientos que nos genera el autoconcepto. De este modo, mientras el autoconcepto engloba básicamente todo ese conjunto de ideas y creencias que definen la imagen mental de lo que somos, la autoestima perfila por encima de todo un componente emocional básico para el bienestar humano.




Una baja autoestima nos hace sentir mal con nosotros mismos, nos genera desconexión, abatimiento y una gran vulnerabilidad a la hora de desarrollar diversos trastornos psicológicos.


Sabiendo esto, no nos puede extrañar que psicólogos y psiquiatras tengan muy en cuenta esta dimensión psicológica a la hora de entender los trastornos del espectro depresivo. No obstante, en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) no se incluye la baja autoestima como tal entre los criterios que una persona debe reunir para ser diagnosticada con depresión. Sin embargo, sí aparecen dimensiones como el “sentimiento de inutilidad”.


Los investigadores de la psicología de la personalidad, por su parte, siempre han mostrado un gran interés por la relación entre autoestima y depresión. Para estos últimos, la pregunta sería la siguiente: ¿es la autoestima un factor capaz de promover la depresión? ¿O es la propia depresión la que acaba minando la propia autoestima? Veámoslo a continuación.






Autoestima y depresión: dos modelos para explicar su relación

Muchas veces nos levantamos, nos duchamos, desayunamos y salimos a la calle sin saber que estamos desnudos. No importa lo abrigados que vayamos o la marca que tengan nuestros vaqueros o camisas si cada día nos enfrentamos al mundo con una autoestima baja. Porque por sus finas rendijas y débil armadura entra todo, el abuso, el miedo, la inseguridad, el negativismo…


Queda claro, no obstante, que las depresiones tienen por término medio un origen bastante difuso y multifactorial, sin olvidar tampoco esos factores endógenos que no siempre podemos controlar. Sin embargo, nadie puede obviar que toda mente revestida por esa baja autoestima da como resultado una baja efectividad a la hora de afrontar y gestionar los problemas más simples. Es más, el cristal de esas gafas por la cual observa el mundo la persona con una autoestima débil suele ser, por término medio, bastante oscuro.


Ahora bien, el único modo de demostrar ese vínculo entre la autoestima y depresión es mediante estudios científicos, y en especial, mediante la investigación longitudinal. Así, y solo como ejemplo más reciente, la Universidad de Basilea publicó en este mismo año un trabajo muy ilustrativo sobre el tema que puede darnos algunas respuestas. Veámoslas.






El modelo de la vulnerabilidad

Según el modelo de la vulnerabilidad hay personas con un perfil de la personalidad caracterizado por una autoestima habitualmente baja. De acuerdo con este punto de vista, este patrón psicológico procesará los eventos de la vida de forma negativa. Asimismo, carecerá también esa habilidad tan básica como es la resiliencia.


  • Ellos mismos son promotores muchas veces de una realidad de la cual defenderse, de la cual desconfiar y en la que posicionarse siempre como víctima o actor secundario en lugar de concebirse como protagonistas de sus propias historias. Merecedores de oportunidades y promotores de cambios positivos con los cuales, superar los eventos negativos.
  • Aún más, los autores de este trabajo pudieron ver que en muchos casos, las personas con baja autoestima intentaban no refutar sino verificar su autoconcepto negativo prestando mayor atención y relevancia a los propios comentarios negativos de las personas en su entorno.

Autoestima y depresión se relacionan en el modelo de vulnerabilidad para designar a aquellas personas sin resiliencia y con escasa solvencia emocional.


El modelo de cicatriz

Vamos ahora a la visión opuesta. Según el estudio antes citado, algo que también pudo verse en el estudio longitudinal es que la propia depresión, es a menudo quien da forma a la baja autoestima. Toda esa legión de sentimientos desesperados, negativos y desgastantes que orbitan en la mente depresiva, son los que minan de forma directa la autoestima.




Conclusión

¿Con qué nos quedamos? ¿Con el modelo de la vulnerabilidad o con el de la cicatriz que aboga por la depresión como causa de la baja autoestima? La Asociación Americana de Psicología (American Psychological Association, APA) lo tiene claro: una autoestima débil es un factor de riesgo más a la hora de desarrollar diversos trastornos psicológicos, entre ellos la depresión.


Es más, en una de las publicaciones de esta institución advertía que la autoestima y depresión están tan fuertemente correlacionadas en los estudios transversales, que es prioritario desarrollar adecuadas estrategias de prevención en la población adolescente. El número de diagnósticos no dejan de aumentar en este sector. Y lo que es peor, también el número de suicidios.


El modelo de vulnerabilidad es por tanto el que todos deberíamos tener muy presente. De algún modo, encaja también con el modelo de la tríada cognitiva de Beck sobre las personas con mayor riesgo de padecer depresión. A saber, son perfiles con una visión negativa del mundo, personas que no confían en el futuro y que además, se autoperciben como seres sin valía alguna.




Este tipo de atribuciones, de enfoques tan limitados y penumbrosos no conducen a ningún lado. Y menos a la expresión de una vida significativa, óptima y esperanzadora. Autoestima y depresión mantienen por tanto un lazo de unión que no podemos descuidar. Invirtamos por tanto en esa parcela de nuestro universo personal. Mantengamos el jardín de nuestra autoestima fuerte, luminosa, hermosa en todos sus aspectos y rincones.


Por Valeria Sabater
 
Si me cortas las alas, usaré la escoba, pero voy a volar


Si sientes que tienes que dar alas a tu vida y las personas de tu entorno te frenan ten en mente una sola cosa: voy a volar








Hay situaciones en que las personas sienten que quieren desarrollar otros talentos o dedicar su tiempo a actividades diferentes. Así, cuando dicen “voy a volar” o “necesito un cambio”, además de las resistencias propias pueden encontrarse con las de las personas que las rodean.


Puede ser la pareja, aunque se dan muchos de estos casos también en los entornos de la familia de origen. Todo proceso de desarrollo personal y cambio tiene ya sus propias dificultades. Esta de la que hablamos hoy es una de las más comunes.


La vida no es estática. Las cosas cambian, las personas evolucionan y no siempre evolucionan juntas ni al mismo ritmo ni en la misma dirección. Por eso es importante comprender por qué las personas cercanas no siempre apoyan aquellas variaciones que podamos introducir buscando nuestro desarrollo personal. Es más, pueden ser una parte importante de los obstáculos a superar.





¿Por qué ocurre?

Primero hay que tener en cuenta que todo proceso de cambio o desarrollo personal no afecta solo a quien lo realiza, a menos que viva solo y aislado. Somos siempre parte del mundo de alguien más y en muchos casos una parte muy significativa. Cuando cambiamos, cuando decidimos “voy a volar”, podemos estar influyendo también en la vida de quienes nos rodean. Estas personas pueden sentir que deberán hacer algunos ajustes en sus propias vidas, unos ajustes que pueden tener un coste que sean reticentes a pagar.


Un proceso de cambio, sobre todo cuando es profundo, siempre asusta un poco. Pero cuando es necesario, las ganas de mejorar superan esa parte incómoda de la salida de nuestra zona de confort. Conviene anticipar lo que puede sentir alguien al que nuestras medidas no le favorecen. Así, todo proceso de mejora y desarrollo personal hace una selección natural de las relaciones que se mantienen con los demás.


Son momentos en los que se hace más evidente la motivación que tiene cada cual para estar cerca de ti. Aunque no necesariamente: cuidado con las interpretaciones, no dejan de ser nuestras propias suposiciones elaboradas a partir de información parcial.


Las situaciones a las que pueden dar paso ese “voy a volar” son muy diversas, al igual que las resistencias con las que nos podemos encontrar. Desde ir más pronto al gimnasio y molestar a la persona que lo tiene que abrir -estaba acostumbrada a llegar cinco minutos tarde- a incomodar a nuestra pareja porque nos hemos apuntado a un curso y ahora llegamos más tarde a casa y le toca al otro prepara la cena.


El proceso de cambio

El cambio es un proceso complejo en el que uno encuentra sus obstáculos personales. Hay varios elementos que entran en juego cuando alguien decide cambiar algún aspecto de su vida. El autoconocimiento es una parte importante. Se analizan las cualidades que uno tiene y también las debilidades. Son momentos de autorreflexión.


Los procesos de cambio y desarrollo personal suelen aparecer por crisis más o menos graves que ponen a las personas en la situación de encontrar un mejor propósito en la vida. Un “voy a volar” es muchas veces un encuentro con las creencias limitantes propias. Obliga a quién realiza el cambio a enfrentarse con muchos de sus miedos. Esto pone a las personas cercanas en una situación de incertidumbre, de no saber hasta dónde se van a ver afectadas por ese cambio.





Frente a “voy a volar” ya tengo mis propios miedos

En estos casos también nos podemos encontrar con las proyecciones de los miedos de las personas cercanas. La pareja puede temer que volviendo tan tarde a casa pueda pasarte algo. Hablaríamos de un miedo que tiene relación contigo. El mismo por ejemplo que pueden experimentar unos padres cuando su hijo les dice que va a cambiar de carrera. Por otro lado, muchas personas, además, creen erróneamente que ellos no pueden cambiar, y por extensión piensan que los demás tampoco podrán.


Si estás en ese momento en el que te apremia un cambio en tu vida, si crees poder mejorar algún aspecto de ti mismo o de tu vida, enfócate en eso. Las personas cercanas podrán apoyarte o no hacerlo. Este es uno de los obstáculos en todo propósito de “voy a volar”. Si esas personas están llamadas a ser parte de tu nueva vida seguirán estando a tu lado; si no, serán parte del cambio.

Por Sonia Budner
 
Intentar gustar y agradar agota



Muchas personas buscan la aprobación de su entorno con desesperación. Sin ella son incapaces de tomar decisiones, de elegir por sí mismas sin dudar y de sentirse seguras con sus elecciones. El problema es que esto destruye la propia autoestima poco a poco, además de que intentar gustar y agradar agota.

Como bien indica la publicación Habilidades sociales “la necesidad de gustar a todo el mundo se considera una creencia o expectativa irracional porque implica objetivos perfeccionistas e inalcanzables: es imposible agradar a todo el mundo”.


Por este motivo, intentar gustar y agradar en muchos casos solo genera impotencia. Las personas que se relacionan de esta manera tienen que cambiar su forma de ser de forma drástica en función del contexto. Esto genera una tensión que generalmente se manifiesta con ansiedad.

El esfuerzo por agradar que conduce al rechazo

Albert Ellis, padre de la teoría del ABC, consideraba que buena parte de nuestro sufrimiento depende de nuestra interpretación de la realidad, más que de la realidad en sí. De esta manera, muchas de las creencias irracionales que adoptamos son capaces de generar mucho dolor. Así, al cuestionarlas y eliminarlas mejoraremos nuestra vida mental y, por lo tanto, también nuestra vida sensorial.

Curiosamente, cuando intentamos gustar y agradar a los demás lo que recibimos, en la mayoría de las ocasiones, es rechazo. Un rechazo que nos duele y que choca con la creencia de “si soy como los demás quieren, me querrán”. Esta disonancia entre creencia, acción y la respuesta que recibimos es lo que hace que nuestro dolor y sufrimiento se incrementen. Pero, en lugar de probar a ser nosotros mismos, nos empecinamos más en hacerlo mejor. Es entonces cuando intentar gustar y agradar agota.


Quizás puedan gustarnos en un primer momento las personas serviles y que nos dan siempre la razón, pero también esta sensación agradable de inicio no tarda en convertirse en rechazo por identificar en el otro un ser artificial incapaz de plantear reto alguno. Este fenómeno es especialmente marcado en algunas relaciones de pareja: al principio todo es genial, pero con el paso del tiempo surge el hastío.


Piensa lo difícil que puede ser llegar a conocer alguien que nunca se muestra como es. Es decir, a un ser que nunca es, que no tiene voz y que para el voto fotocopia lo que intuye escrito en las expectativas de los demás.

“No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo”.

-Woody Allen-


La cara oculta de gustar y agradar

Gustar y agradar agota y es ahí cuando puede surgir su cara oculta. Las personas que practican esta manera de buscar la aprobación de los demás pueden sostener la situación durante un tiempo. Pero cuando sus energías flaquean, entonces se ven inundados en una sensación de malestar de la que no saben salir porque no cuentan con referencias propias. Un estado que, en el plano conductual, se puede manifestar como agresividad.

Todos tenemos un límite para la simulación. Por mucho que nos comportemos de manera complaciente con los demás, tarde o temprano aparecerá la presión. La sensación de no poder representar más un papel que agota, de esta manera una relación muy intensa puede enfriarse en un corto espacio de tiempo.


Las personas muy preocupadas por agradar a los demás suele ser también personas de todo o nada. Son incapaces de repartir su atención, así que cuando se cansan de un foco, pasan a dedicársela a otro olvidando el anterior. De responder como el mejor amigo a hacerlo como una desconocida.

“Querer agradar a todos no agrada a nadie”.

-Rousseau-

Esta forma de actuar es bastante nociva. Muchas personas la utilizan para manipular; sin embargo, otras lo hacen porque no saben relacionarse de una manera sana y tienen la autoestima tan baja que piensan que ahuyentarán a todo aquel que descubra su verdadera personalidad.

Trabajar la autoestima, cambiar aquello que podemos cambiar y aceptar aquello que en este momento no podemos variar son pilares sólidos para la independencia social. Una independencia que tiene mucho que ver con la autonomía, un factor protector frente a la dependencia emocional.

Por Raquel Lemos Rodriguez
 
5 señales de agresividad encubierta


En materia de agresiones, se destacan dos clases básicamente: la agresividad abierta y la agresividad encubierta. En el primer caso (agresividad abierta), el comportamiento agresor se da de manera directa y palpable: es evidente a todas luces.


En el segundo caso, la agresividad encubierta, el comportamiento agresor se da de una manera más sutil, oculta o, en otras palabras, camuflada y engañosa; es decir, conlleva un importante grado de manipulación.




“Hay tres venenos primordiales: la pasión, la agresión y la ignorancia”


-Pema Chödron-


La diferencia esencial entre una y otra, radica en la forma como se manifiestan las verdaderas intenciones de la persona causante del acto agresor. Enseguida te mostramos cinco de las señales que te permiten identificar la agresividad encubierta


1. La mentira: cuando la verdad “nos queda grande”



Es quizás la modalidad más evidente de agresión encubierta, la manera más común de violentar a otra persona, por el hecho de falsear, en mayor o menor grado, alguna verdad que atañe a ella.


Si se oculta algo a alguien, bien sea diciéndolo o callándolo, es quizás por el temor o el deseo de no querer enfrentar una realidad. Esto, se presume, sin el permiso o el consentimiento dela otra persona, con lo cual se le está agrediendo, de manera grave o leve, según sea la dimensión de la mentira.


De ahí que cuando se conoce la verdad, normalmente lleva a un conflicto, con lo cual se descubre que efectivamente existía una agresión. De otro modo, no habría lugar a malentendidos.




En este se refleja que hay ocasiones en las que la verdad es más grande que nosotros mismos y termina por doblegarnos. Esto es un círculo vicioso que regula un sinnúmero de relaciones sociales y poco a poco las deteriora, incluso, hasta consumarlas.


2. La culpabilidad: ser “víctima” de sí mismo

Es cuando nos ponemos en el papel de " víctima", en cualquier situación de conflicto. Sentimos o queremos sentir que, verdaderamente, somos objeto de una “injusticia”, la cual se origina en la otra persona o en el grupo de personas involucradas en la disputa.


Es un modo típico de evadir nuestra responsabilidad, puesto que, al colocarnos en un contexto de indefensión y desamparo, la única vía que vemos posible para “ganar” la contienda, es introducir el sentimiento de culpabilidad;una culpabilidad que termina siendo más contundente que los mismos hechos.


El lema o el guión es: al mostrarme, consciente o inconscientemente, como un “sacrificado” de las circunstancias, las demás personas sentirán compasión de mí y me complacerán hasta los más tontos caprichos


Paradójicamente, el más débil pasa a ser el más fuerte: se hace más fuerte en su debilidad, que el fuerte en su fortaleza. Hacer sentir culpa, evidentemente “funciona”; y es una forma encubierta de agredir a otros, ya que se les manipula.




3. Avergonzar: utilizar el poder para minimizar a otros



Es cuando minimizamos la esfera o la condición humana de alguien, quizás con el fin de sentirnos más que los demás o de ridiculizar a otra persona, ocultando el posible rechazo o rencor que se siente por ella. Es un poder soberbio ejercido sobre una debilidad, error o deficiencia.


Porque siempre que avergonzamos a otra persona pasamos por encima de ese alguien, de manera agresiva y hasta aplastante. Lo anterior, bien por motivos de una necesidad de sentirnos mejores que los demás, o bien por razones de un rechazo hacia esa persona. Inclusive, en varias ocasiones, por ambos motivos.


Por ejemplo, cuando se ridiculiza a alguien en público, burlándose de esa persona, se puede hacer parecer como una simple broma, pero quizás el verdadero trasfondo de las cosas puede ser mucho mayor: la real intención puede ser pasar por encima de ese alguien para agredirlo sustancialmente.


4. Seducir: la falsedad de “jugar” con el ego propio y el ego ajeno



Es cuando adulamos o impresionamos a otras personas para conseguir nuestros objetivos: nos valemos de cualquier debilidad, por lo general relativa al ego de un individuo, para conseguir cualquier tipo de propósito.


La agresividad encubierta está, no en los eventuales detalles “bonitos” que podamos tener con alguien, sino en “jugar” con los sentimientos de otra persona para disfrazar una determinada situación, con el objeto de lograr un fin oscuro o egoísta


Es entrar en la “ambivalencia” del ego propio y del ego ajeno, puesto que muy probablemente parto de una mentira, que la otra persona se cree de algún modo; o incluso, parto de una supuesta verdad, que el otro sobredimensiona


Sin duda, un “juego” absurdo que no prosperará y en el cual ambas personas perderán. Obviamente, la agresividad encubierta viene dada, de nuevo, por la intención, la manipulación y, en consecuencia, por el hecho de utilizar a las personas como si fueran objetos o medios para lograr cualquier finalidad.


5. La ausencia: cuando estando, no estoy

En este último caso, aunque la persona está presente físicamente, mental, cognoscitiva o emocionalmente, parece estar lejos de la situación objeto de conflicto, en un evidente comportamiento de “todo me importa nada”; es decir, “puedes irte con tus opiniones o reclamos a otra parte”.


Esta conducta se ve reflejada, entre otras actitudes, en el silencio, en mirar a otras partes y no a la persona directamente, en el fastidio de escuchar y atender a lo que me están diciendo, o simplemente en responder con frases muy cortas, poco dicientes y sin argumentos, al asunto objeto de controversia.


Finalmente, en este escenario de la agresividad encubierta, vale decir que la conducta de un “buen manipulador” jamás será obvia. Y que quien manipula, algo esconde; y algo necesita, que no puede o no quiere lograr por sus propios medios.




Por Edith Sánchez
 
¿Quién tiene el “control” en tu relación de pareja?


Son muchas las parejas que tienen problemas. Que no encuentran el equilibrio y la felicidad. Una de las principales causas es la clara sensación, de estar perdiendo el control. De que la otra persona busca su propio beneficio y su interés.


Hemos de ir con cuidado ante esta idea, lo más importante en toda relación de pareja, es recordar que uno mismo debe mantener las riendas de su propia vida. Si amas esa relación, lucha por ella. Si te hace infeliz, toma el control y aléjate.




La importancia de los recursos internos en nuestra relación de pareja

Sabemos que en toda relación de pareja existen unas normas propias. Esos acuerdos a los que llegamos a lo largo del tiempo. Es adecuado tener en cuenta que toda pareja estable y feliz, suele presentar las siguientes dimensiones:


  • Desarrollan una buena comunicación, ahí donde los diálogos son abiertos y dónde ambas partes se escuchan.
  • Las discusiones aparecen de vez en cuando, es algo normal. Pero se resuelven llegando a acuerdos, con respeto mutuo y con comprensión.
  • Hay un equilibrio de fuerzas. Es decir, yo me esfuerzo en hacerte feliz y tú haces lo mismo por mi. Ambos renunciamos a ciertos aspectos, porque ganamos en nuestra unión. Estar juntos es la principal prioridad para ambos, y en ocasiones, las renuncias se suceden.
  • Hay armonía, respeto y admiración.
  • Se respetan los espacios personales. La confianza mutua evita la aparición de celos o pensamientos negativos.

Cuando hablamos de recursos internos nos referimos precisamente a estas dimensiones que edifican toda buena relación de pareja: saber comprender, saber respetar, valorar el compromiso y tener una clara voluntad de hacer feliz a la otra persona. Sabiendo que nuestro compañero, siente lo mismo.






Hay un equilibrio. Ambos disponemos de nuestro control particular para aportar energía y voluntad a la relación en sí. Disponemos de un proyecto en el cual, ambos ofrecemos nuestro ser, nuestro amor y nuestra madurez.





Cuando perdemos el control en la relación de pareja

¿En qué momento perdemos las personas el control en nuestras relaciones? Las situaciones pueden ser muy variadas, pero por lo general, siempre siguen unos ejes básicos que merece la pena conocer:




  • Existen determinadas relaciones donde uno ejerce el poder sobre el otro. Hay una dominación que implica que caigamos en una clara situación de indefensión. Son relaciones tóxicas donde se desarrolla una clara manipulación. Un control absoluto sobre nuestras acciones, desplegando dimensiones tan conocidas como los celos, la desconfianza, el resentimiento…

  • Cuando un miembro de la pareja presenta una baja autoestima, desarrollará inseguridad y necesidad de controlar al otro. Lo hace porque tiene miedo de perder a la persona que ama. A que la traicione porque piensa, que a la mínima va ser abandonado. La inseguridad genera desconfianza, y la desconfianza ansias de control.

  • También hemos de tener en cuenta, que hay personalidades que están habituadas a tener en control en todas las esferas de su vida. Tanto a nivel personal como laboral, buscan siempre dominar cada detalle. Tener la voz “cantante” en toda decisión. Sobre toda persona. Es un tipo de perfil también complejo a la hora de establecer una relación de pareja saludable.




¿Quién debe tener el control en todo momento? Sólo TÚ

Las personas, no debemos perder el control sobre lo que somos o lo que hacemos en ningún momento. Hacer pareja no significa renunciar a tu identidad, a lo que eres o lo que sientes.


En el momento en que perdemos el control de nuestra vida y se lo cedemos a otra persona, lo perdemos todo. No se trata en absoluto de ejercer un juego de fuerzas. Una pareja no es un campo de batalla. Es un palacio de felicidad que construir entre dos, donde ambos tengamos el control.


El control es esencial para luchar por lo que queremos, para luchar por esa persona que amamos y definir así también nuestra propia armonía. No importa la edad que tengas, ni tu estatus social, todos merecemos ser felices en todo momento, y todos, disponemos de poder suficiente para conseguirlo.


Tú tienes control sobre tu propia vida para luchar por tus sueños y por esa persona de la cual, te enamoraste. Ahora bien, si solo tienes lágrimas en tu vida y no ves proyecto de futuro alguno, nunca olvides que también tienes control para alejarte. Para dejar ir y abrir nuevos caminos en tu ciclo vital y emocional.


Por Valeria Sabater
 
¿Por qué el ser humano se quiere tan poco?



El ser humano es un ente social por naturaleza, y lo es por una razón muy simple y de pura lógica: hace millones de años, necesitábamos de los demás para poder sobrevivir. Aunque es cierto que ya no tanto, cuando nacemos, todavía en la actualidad, esa necesidad de cuidados y atenciones no ha variado demasiado.


Si no es cubierta, nuestra supervivencia se ve comprometida y no solo eso: también nuestro estado emocional puede verse tambaleado por la falta de estima.




Los niños necesitamos sentirnos seguros y esa seguridad puede venir de la mano de nuestros progenitores o de otra figura con la que conformemos un apego seguro. En cualquier caso, esta estabilidad o confianza hará que en el futuro el niño sea un adulto fuerte a nivel emocional, seguro de sí mismo y con sana autoestima.


Sin embargo, podemos darnos cuenta fácilmente de que existen pocas personas con estas características. La mayoría de la gente no se siente segura de sí misma, no confía del todo en sus capacidades ni tampoco es realista a la hora de autoevaluarse.


¿Por qué es tan complicado encontrar a un ser humano que se ame de manera incondicional? Parece que la falta de amor, cuidados, consideración o respeto en la infancia podría ser el origen de la falta de autoestima. También en el origen podría encontrarse la sobreprotección o la falta de límites concretos, así como la educación cultural recibida.


De nada sirve echar la culpa de nuestra inseguridades al pasado, ni a la educación, ni a los padres. Esto ya no puede cambiarse.




Ahora bien, tu adulto aun está a tiempo de sanar a ese niño con carencias y ayudarle a amarse a sí mismo, con independencia de lo que otros hagan.


La pieza del rompecabezas que le falta a este ser humano

Es posible que a veces hayas sentido que siempre te falta algo. Puedes ser atractivo físicamente, tener éxito profesional, tener una familia estupenda y aun así notar que algo no cuadra. Muy probablemente se trata de tu propio amor.


Cuando un ser humano no se ama a sí mismo incondicionalmente, sentirá que le falta una pieza y que el rompecabezas no está completo. Equivocadamente puede tender a buscarla afuera y, lógicamente, las piezas que encuentre en su entorno nunca encajarán con las de uno mismo.







Entonces este ser humano sigue buscando la pieza y no se da cuenta de que la que realmente se acopla, es la pieza que el mismo puede fabricar con su amor, su aceptación y su abrazo.


La razones por las que no contamos con esa pieza ya las hemos introducido más arriba: educación, cultura, autoexigencias… La educación que recibimos censura de forma sistemática cualquier acto de amor hacia nuestra persona. Le llaman “egoísmo”. En este sentido, el niño se acostumbra a no saber recibir halagos, a no hablar bien de sí mismo, a decir sí a todo cuando realmente quisiera decir no y un largo etc.


Siempre nos han enseñado que los demás han de estar por delante de nosotros y esto es falso. No podemos estar nunca bien con los demás si antes no hemos satisfecho nuestras propias necesidades, si no nos concedemos un lugar alto en nuestra escala de prioridades.


Si anteponemos las necesidades ajenas a las propias, llegará un momento en el que acabemos hastiados y entonces saldremos todos perdiendo: nosotros y nuestros alrededor.


Ese “egoísmo” se traduce supuestamente en ser una mala persona, y por lo tanto en que los demás nos rechacen. Como no queremos que esto ocurra, gastamos nuestras energías con ánimo de satisfacer a los demás y en consecuencia nos dejamos de lado a nosotros mismos. Por eso notamos que las piezas de afuera no encajan del todo y que nos sentimos vacíos: nos hemos abandonado y el abandono, precisamente, no demuestra amor hacia nuestra persona.


¿Cómo empezar a quererme a mi mismo?

Para ganar en autoestima hay que emprender acciones encaminadas a tratarnos bien. Un ejercicio por el que podemos comenzar es escribiéndonos una carta de amor a nosotros mismos. Lejos de ser vanidosos, debemos de ser realistas. Simplemente nos queremos y vamos a demostrárnoslo, al igual que se lo demostramos a otras personas.


Te sorprenderá lo complicado que es el ejercicio, ya que como hemos dicho antes, no estamos acostumbrados a elogiarnos. Enseguida te saltará tu diablillo interior para decirte que eres un egoísta, ególatra, vanidoso y mil cosas más. No lo escuches y sigue queriéndote.





Por otro lado, es hora de que comiences a evaluarte de manera realista. Conócete y se claro contigo mismo: sabes tus virtudes y tus limitaciones. Cíñete a ellas y emprende lo que sabes que está en dentro de tus capacidades y posibilidades. No pienses que no puedes y que no va a salir bien, cuando en el fondo sabes que sí.


Por último, haz día a día una acción que te acerque a tus objetivos y metas. Si lo consigues, prémiate y felicítate por ello. Esto hará que tu autoestima aumente, pues te estarás diciendo a ti mismo que “tú puedes”. Eso sí, olvídate del perfeccionismo y actúa de todos modos sabiendo que eso no existe.


Notarás como esa pieza va encajando y sentirás que ya no eres tan dependiente de lo exterior ni necesitas de forma absoluta el amor y la aceptación de los demás, pues con la tuya ya te sientes completo.

Por Alicia Escaño Hidalgo
 
Yo quiero ser feliz, no parecer feliz




Ser feliz es primordial. Tanto es así que nos movemos en su búsqueda como si fuéramos pequeños y jugáramos con ella al escondite. Pero, ¿es necesario buscarla?, ¿y si ya fuéramos felices? Quizás, entonces, nuestra vida carecería de sentido.


A pesar de que no siempre podemos esbozar una sonrisa, de alguna manera nos obligamos a ello. ¿Te has dado cuenta de que la tristeza no está bien vista? Sin ser conscientes, enmascaramos los sentimientos y las emociones negativas que sentimos.




Deja de buscar razones para ser infeliz. Enfócate en las cosas que sí tienes y en las muchas miles de razones por las que deberías ser muy feliz.


Ser feliz no es lo que te han contado

¿Dónde podemos encontrar la felicidad? Desde que somos pequeños nos inculcan ciertos pasos a seguir para poder lograrla. Uno de ellos es encontrar un buen trabajo que nos permita subsistir y tener cierta tranquilidad económica.


Pero, esta dicha no solo se encuentra en el ámbito laboral, sino también en nuestras relaciones. Tener pareja e hijos será el gran culmen para muchos. Pero, ¿qué ocurre cuando el resultado no es el esperado?, ¿y si continuamos siendo infelices?







Cuando a pesar de realizar todos estos pasos no logramos alcanzar la tan ansiada felicidad, la tristeza nos aborda provocando que nos sintamos terriblemente desdichados. Es entonces cuando empezamos a pensar que, quizás, no merezcamos una vida llena de sonrisas.


Todas las directrices que nos marcan el camino para ser felices no hacen más que convertir esto en una expectativa muy difícil de lograr. Porque por mucho que queramos abarcar, la felicidad no es lo que nos han contado y para eso solo hay que abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor.


“Hay dos maneras de difundir la felicidad, ser la luz que brilla o el espejo que la refleja”




-Edith Wharton-


Cuando lo hagas serás consciente de que no los que más tienen son más felices y de que las personas humildes son las que siempre sonríen. Esto es porque valoran lo poco que poseen y porque saben que la felicidad no se alcanza con las creencias anteriores, sino que ser feliz es una actitud.


Estas personas saben que no necesitan a nadie más para poder sonreír. Igualmente, no se sienten fracasadas porque han aceptado que la vida es dura y que no siempre uno logra lo que quiere. A pesar de todo esto, miran con optimismo al futuro y continúan luchando por aquello que desean.

¿Estoy obligado a ser feliz?

En cierta manera estamos obligados a ser felices, a brindar nuestra mejor sonrisa cuando tan solo tenemos ganas de llorar. Para ello, solo hay que fijarse en los libros de autoayuda que nos guían a sentirnos mejor con nosotros mismos y con los demás siempre.


El gran problema es que es imposible ser felices de verdad las 24 horas del día. Más que nada porque las emociones positivas conviven con las negativas. De estas últimas siempre intentamos escapar porque las consideramos muy poco positivas para nuestro bienestar.









Por todo esto, en la mayoría de las ocasiones mostramos nuestra mejor sonrisa y fingimos ser felices. Parece que así somos más aceptados, que nos integramos fácilmente. El positivismo es lo que prima porque a todos nos hace sentir mejor.


Decidas lo que decidas, asegúrate de que ello te hará feliz.


Pero, esto tiene como consecuencia que escondamos nuestras verdaderas emociones cuando realmente nos sentimos mal. Sin darnos cuenta podemos encontrarnos con sonrisas que encierran tristeza, con risas que esconden llantos terribles, con ojos risueños que intentan disimular un terrible dolor interior.


Esta situación la podemos vislumbrar en este vídeo que a continuación te presentamos a través de un medio de comunicación que no hace más que mostrar la mejor parte de nuestra realidad. A veces, la más irreal.


La decisión de no ser felices

¿Y si decido no ser feliz? Hay muchas personas que pueden desear no ser felices, aunque esto nos parezca extraño. No obstante, no lo es tanto cuando, realmente, hacemos todo lo posible por apartarnos de este estado de ánimo tan buscado.


Queremos ser felices una vez hayamos alcanzado el éxito laboral y familiar, encontrando el bienestar y equilibrio en todos los ámbitos. Metas y más metas que cuando llegamos a ellas no nos hacen sentir eufóricos, al menos no durante el resto de nuestra vida.


Nadie es dueño de tu felicidad, por eso, no dejes tu alegría, tu paz, tu vida, en manos de nadie.


Ser feliz es un estado de ánimo que cohabita con muchos otros. Por eso, al igual que la tristeza o cualquier otra emoción, vive dentro de ti. Si te asomas a tu interior, te darás cuenta de que de ese preciso lugar nacen todas las alternativas que tú puedes controlar para ser feliz.

Valora lo que tienes a tu alrededor y deja de aparentar que siempre estás bien. Sé como eres y nunca permitas que nadie ni nada te obligue a ser aquello que en realidad no eres. Aléjate de todo aquello que te han dicho que te hará feliz y que has comprobado que no es así. La felicidad reside en nosotros mismos. Y tú, ¿ya eres feliz?

Por Raquel Lemos
 

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