Autoestima y otros temas de psicología

Miedo a ser invisibles
Sentirse transparente para los otros y la necesidad de reconocimiento están relacionados
Uno de los mayores miedos es el rechazo. Ser vistos o no llega a definir una vida

entado en una mesa de una cafetería, saboreando un buen té, distraigo mi atención observando, e inevitablemente escuchando conversaciones vecinas, por esa costumbre nacional de hablar levantando la voz. Aunque no lo quieras, te enteras de todo. Observo a una chica que ha escogido un rincón para ensimismarse en su lectura. El camarero ha servido ya a dos mesas posteriores a su llegada. Aunque ella lo mira, él no la ve. Parece invisible. En cambio, una señora que viene de comprar en el mercado ha realizado una entrada triunfal. No solo todo el mundo se ha enterado de su presencia, sino que se sabe lo que va a desayunar, sobre todo el camarero al que le faltan manos para servirle. La chica de la lectura mueve la cabeza negativamente. En parte por la discriminación, en parte porque aquellos gritos la sacan de su ensimismamiento.


No desprecies a nadie; un átomo hace sombra" Pitágoras de Samos


Las mesas colindantes siguen conversaciones diferentes, aunque con algún factor en común. Dos mujeres, cercanas a la cincuentena, se quejan amargamente de que a su edad ya no son visibles. No sienten la mirada ajena. Una pareja cercana a mi mesa discute. Él le decía a ella: “Últimamente ni me ves”. En la barra de la cafetería, un padre muy cabreado le decía a su hijo adolescente: “No quiero verte más”. Lo más seguro es que no fuera cierto, pero la expresión revela un tema, más profundo de lo que aparenta, sobre el acto de ver y ser vistos. Para una cultura tan visual como la nuestra, acostumbrada ya a verlo y retratarlo todo, se ha convertido en un deseo y una necesidad salir en la foto o, por el contrario, ausentarse de ella.

Para saber más

LIBROS

‘Relaciones poderosas’

Joan Quintana y Arnoldo Cisternas

‘El poder de nuestra presencia’

Miriam Subirana

CINE:

‘Chicago’

Rob Marshall

‘Patch Adams’

Tom Shadyac

Todas estas escenas recuerdan una de las más célebres canciones del musical Chicago de Bob Fosse. El resignado marido de Roxy Hart, Amos Hart, entona su lamento describiéndose como Míster Celofán. El hombre transparente, no por su autenticidad sino por falta de reconocimiento. Ver y ser vistos. Pero ¿qué es lo que queremos ver? ¿Cómo queremos ser vistos? Aún cabe otra pregunta: ¿qué es lo que realmente vemos?

Una posible respuesta podría ser la siguiente: el material psicológico, los contenidos que hemos introducido en la mente, y los movimientos psíquicos que hemos convertido en hábito conforman el conjunto de imágenes que tenemos sobre nosotros mismos, los demás y el mundo que nos circunda. Unos contenidos que se han alimentado también de la cultura familiar, social e histórica que nos ha tocado vivir. Con todo ello hemos organizado la mente, que ahora con suma pulcritud obedece a los programas que se han automatizado en el inconsciente. Entonces, se debe tener en cuenta que los ojos no son los que miran, sino que quien lo hace es la mente de cada uno. Y ve según lo que la hemos enseñado a mirar.

En la imagen que cada uno construye de sí mismo, existe el deseo tanto de estar presentes como ausentes. En algunos aspectos se echa en falta ser más reconocidos, en otros se preferiría poder desaparecer. A veces gusta ser el centro de atención, otras pasar inadvertidos.

Para ver claro, basta
con cambiar la dirección de la mirada" Antonie de Saint-Exupery

Lo habitual entonces es que se transite por diferentes momentos, contextos, situaciones y estados de ánimo en los que se prefiere estar presente o ausente. Cuando se respetan los tránsitos, el sentimiento se fluye con la vida. Se es libre de escoger. Podría ocurrir, por el contrario, que se acabe viviendo condenados a la eterna necesidad de reconocimiento (personal, social, profesional) o de aislamiento. Cuando es así, la mente de cada persona necesita reorganizar su propia visión y la del mundo.

Uno de los mayores miedos que se pueden padecer es el rechazo. Sentirse abandonado, despreciado o descuidado por la tribu dispara todas las alarmas de la existencia. El poder de las relaciones se basa en la capacidad de generar vínculos estables, duraderos y de protección. No obstante, las experiencias que cada uno ha vivido al respecto han conformado estilos afectivos diferentes. Unos aprenden a incluirse, otros a excluirse. Es como un destino. Tarde o temprano acaban dentro o fuera. A veces los descartan. A veces se autodestierran.

Las sociedades hacen lo mismo con sus miembros, sobre todo aquellos que no responden a los estándares y modas. De la misma manera que muchos reconocimientos son exagerados, falsos o injustos, gran parte de las exclusiones también lo son. Aunque se presuma del valor de la justicia, muchos gestos de los que apenas se es consciente invisibilizan al otro, lo apartan de la peor de las maneras que es la indiferencia. Como Míster Celofán. Hay quien prefiere un reconocimiento en negativo, antes que ser completamente ignorado.



La falta de reconocimiento obedece a dificultades de inclusión, como la chica de la cafetería cuya presencia solo asomó cuando se quejó al camarero. Tuvo que enfadarse para poderse hacer visible. Pero al hacerlo así, no se siente bien, se culpa o acusa al mundo por no estar pendiente de ella. No se le ocurre “hacerse presente”, mostrarse, pedir, expresarse asertivamente. Pero esta situación también obedece a las expectativas. Muchas personas hacen grandes esfuerzos, se cargan de responsabilidades o llaman la atención con tal de recibir aplausos, agradecimientos y valorización. Puede que se confunda el medio con el fin. Si cabe algún acto sincero de reconocimiento es ser aceptados y queridos por lo que se es y no por lo que se hace, se aparenta o se logra.


El miedo a no ser recordados es, en el fondo, un temor a ser ignorados. Si nadie nos ve, ¿existimos? Por supuesto, uno puede hacerlo todo solo y para sí mismo o, como el eremita, hacerlo aisladamente por el bien espiritual de la humanidad. Sería suficiente con que cada uno apreciara quién es, cómo es y lo que hace, mejor o peor.


Mi felicidad consiste
en que sé apreciar

lo que tengo y no
deseo con exceso lo
que no tengo"

León Tolstói


Sin embargo, pronto llega la mirada del otro. Una forma de percibirnos que tanto puede ser apreciativa como despreciativa. O peor aún, ser vistos y no vistos. Ahí se encuentra el secreto del equilibrio entre lo interno y lo externo. ¿Hasta dónde sabemos apreciarnos? ¿Hasta dónde necesitamos ser apreciados? ¿Hasta dónde nos afecta el desprecio externo? ¿Necesitamos ser reconocidos por los demás para ser, para saber cómo ser? ¿Somos personas apreciativas? ¿Destacamos lo bueno de las personas y lo que hacen con la mejor de las intenciones? ¿Tendemos al desprecio, a ver siempre lo que falta o lo que no está perfecto? Según seamos en ese interior individual, así seremos ahí afuera aunque lo disfracemos con máscaras sonrientes.


No solo se trata de bucear introspectivamente. Como escuché a Begoña Román, catedrática de Filosofía de la Universidad de Barcelona, quizás vaya siendo hora de introducir la escucha en un mundo tan visual. Podría ser que el problema sea estar más desnutridos de ser escuchados que de ser vistos. Llega un momento en que más que reforzar el sentido de la vista, se necesita afinar el oído y también el tacto.


Hay una tarea que resulta ineludible: educar la mirada, amplificar la escucha y apreciar la calidez. La mirada se educa revisando lo que tenemos tendencia a percibir, y aumentando el campo de visión. Para ello, como advierte el psicólogo Joan Quintana, hay que preguntar a los otros lo que cada uno no aprecia o no sabe ver. La escucha requiere atención, disponibilidad, profundidad. Va más allá de una simple mirada. Y la calidez adentra, como ningún otro canal, en el contacto respetuoso, amable y tierno con el otro. No hay mayor reconocimiento.

Por Xavier Guix

 
Los cambios me mantienen unida a la vida


Tarde o temprano lo hacemos: nos damos cuenta de que la auténtica inteligencia está en saber adaptarse a los cambios con la cabeza bien alta y la mirada despierta. Al fin y al cabo, nada de lo que llega se queda, y nada de lo que se va se pierde del todo. Resistirse a ellos es lo que duele, asumirlos es entender que sin cambios no hay mariposa.


Hay un dato que no deja de ser curioso al respecto de los cambios: nuestra especie ha llegado hasta donde se encuentra gracias a ellos, y al progreso evolutivo que esas pequeñas innovaciones nos han ofrecido. Sin embargo, el cerebro prefiere la permanencia, la estabilidad y esa zona de confort donde no hay peligros y donde nuestra supervivencia queda salvaguardada. Ahora bien, en esa zona de calma y seguridad donde nada nuevo acontece, surge irremediablemente la insatisfacción y el tedio.




“Cuando soplan vientos de cambio, algunos construyen muros. Otros, molinos”


-Proverbio Chino-


Ya lo dijo el propio Charles Darwin en sus obras: el que sobrevive en este mundo complejo y a veces amenazante no es el más fuerte ni tampoco el más inteligente, sino el que mejor se adapta a los cambios. Sin embargo, nadie nos ha enseñado cómo se hace eso, no nos han educado para ser valientes cuando alguien nos deja, no tenemos un manual sobre cómo asumir el paso del tiempo, ni nos han dicho qué habilidades necesitamos para dar ese giro de sentido que a veces, necesita nuestra existencia para ser un poco más felices.


En ocasiones, tal y como nos explicaba David Bowie en su canción “Changes”, no hay más remedio que dar media vuelta y enfrentarse a lo desconocido, a ese “algo” que hemos esperando durante tanto tiempo mientras manteníamos una vida equivocada.


Reflexionemos sobre ello seguidamente.




Los cambios en la mujer: crisis y revoluciones

Cuando hablamos de cambios en la mujer pensamos casi al instante en ese avance de la niñez a la juventud o de la juventud a la madurez, donde la revolución hormonal nos adentra en universo un complejo de ciclos, de fases y etapas donde afrontar nuevos retos, nuevos aprendizajes. Ahora bien, dejemos a un lado estas dimensiones físicas u hormonales para adentrarnos en lo que de verdad importa: los cambios emocionales y el desarrollo de nuevas actitudes.




Decía Bowie en su canción aquello de “I still don’t know what I was waiting for”, aún no sé lo que estaba esperando, una sensación común y persistente durante una buena etapa de nuestras vidas, hasta que de pronto elegimos dejar de esperar para actuar. Puede resultar curioso, pero ese “salto” en el crecimiento personal de la mujer y la búsqueda real de un cambio, no acontece a los 40, se inicia en esta etapa pero culmina en los 50.


Así nos lo explica Rosi Braidotti, catedrática en Filosofía y directora del Centro para las Humanidades de la Universidad de Utrecht, quien afirma que las “cincuentañeras” están derrumbando mitos en la sociedad actual. Son mujeres que han afrontado dificultades y que inician otra etapa donde alcanzar una nueva plenitud vital. Lo hacen gracias a la consecución de objetivos renovados, a una mayor seguridad personal y al convencimiento de que ni un divorcio es el fin del mundo, ni el nido vacío motivo de depresión.


Los cambios son nuevas oportunidades que afrontar sin miedo, rutas inexploradas para seguir navegando al son de la propia vida.




Las 3 emociones que acompañan los cambios

No todos los cambios son traumáticos ni suponen tampoco el fin de una etapa. La mayoría de ellos son una simple continuidad, un avance que está en perfecta armonía con nuestro proceso de crecimiento personal. Sin embargo, y aquí llega el aspecto conflictivo, no todos estamos dispuestos a ver esa necesidad por avanzar, por dar ese paso valiente que nos coloque más allá de las alambradas de nuestra zona de confort.




“No podrás cambiar el principio, pero siempre está a tiempo de escribir un nuevo final”


Gracias a una interesante investigación llevada a cabo en el harvard Decision Science Laboratory se pudo demostrar que a la hora de iniciar un cambio, nuestro cerebro pone en marcha tres tipos de emociones muy concretas que es necesario desmenuzar, entender pero no evitar. Hay que vivirlas para canalizarlas y facilitar así el avance.


Veámoslo con detalle.


La ira

Permitirnos sentir una emoción fuerte de vez en cuando no es negativo. La ira, por ejemplo, puede actuar como una gran motivadora porque nos revela el malestar actual con toda su crudeza.


Asimismo, la rabia o la ira pueden darnos cierta sensación de control a la hora de motivarnos para tomar riesgos e iniciar cambios.


La pasión

Lo sabemos: puede resultar algo contradictorio pensar que después de la ira pueda aflorar la pasión. Sin embargo, lo entenderemos al instante al tener en cuenta estos detalles:


  • La ira nos ha convencido de que necesitamos un cambio.

  • Esa “rabia” nos empuja a luchar por lo que deseamos, y a su vez, ese objetivo puesto sobre nuestro horizonte es lo que nos inspira cada día, lo que nos infunde pasión, anhelo, deseo.



Humildad

Cuando hemos puesto en marcha la maquinaria del cambio y la alimentamos con pasión e ilusión, no debemos caer en el falso orgullo, en ese espejo donde reflejarnos cada día para decirnos a nosotros mismos que todo va a salir estupendamente.


  • El éxito no siempre está asegurado, por ello, nada mejor que mantener una mente templada y humildad que ve la realidad de las cosas en cada momento.

Los cambios requieren voluntad e inspiración, pero también mantener siempre el norte en nuestras brújulas vitales para no desviarnos, para mantener siempre un rumbo seguro, plácido y satisfactorio en cada uno de nuestros cambios.

Por Valeria Sabater
 
¿Cómo funcionan las emociones? El cerebro emocional
Por Laure Xerra y Raúl Espert


La estructura de nuestro cerebro tiene cincuenta mil generaciones de historia evolutiva, con sus propios éxitos de supervivencia, por eso, no tenemos que sorprendernos si ante los eventos de la vida, respondemos instintivamente con recursos emocionales adaptados a nuestras necesidades.


De las emociones a los sentimientos, el neuropsicólogo Raúl Espert ha estudiado el cerebro desde hace muchos años. Y con sus reflexiones nace esta disección del cerebro emocional que ha realizado Laura Xerra en colaboración con el propio Raúl Espert.


La emoción es un impulso que mueve a la persona a actuar, la raíz etimológica de la palabra viene de el latín e-movere, es decir, “ir hasta” que al final se resumen en: ataca, escapa o lucha.


Cada uno de nosotros viene equipado con unos programas de reacción automática o una serie de predisposiciones biológicas a la acción, sin embargo, nuestras experiencias vitales irán modelando con los años ese equipaje para definir nuestras respuestas ante los estímulos emocionales.

Emociones en el cerebro: cómo funciona nuestro cerebro

El troncoencéfalo es la parte más primitiva del cerebro y la que regula las funciones básicas como la respiración, el latido cardíaco o el metabolismo.


Inmediatamente por encima del tronco está el sistema límbico, sede de las emociones, gracias a las que los primeros seres humanos pudieron reaccionar para adaptarse a las exigencias de un entorno cambiante, y pudieron desarrollar la capacidad de identificar los peligros y evitarlos.


Por lo tanto, podemos decir que el sistema límbico está relacionado con la memoria y el aprendizaje. En esta zona está la amígdala, sede de los recuerdos emocionales y que nos permite de dar un sentido a nuestras experiencias, porque permite reconocer las cosas que ya hemos visto y darle valor.


Por encima del sistema límbico encontramos el neocortex, que nos diferencia del resto de las especies, porque nos permite tener sentimientos, lenguaje, comprensión de símbolos, arte, cultura, civilización… Es decir, nos permite sobrevivir y darle un sentido a nuestra vida.





La parte de nuestro cerebro dedicada a los pensamientos se desarrolló a partir de la región emocional. Estas zonas cerebrales siguen estado muy vinculadas mediante circuitos neuronales, lo que significa que hay una relación entre pensamientos, sentimientos y emociones. Es decir, poseemos áreas cerebrales encargadas de “leer” nuestras emociones más viscerales y darles un sentido en forma de sentimiento.


La relación entre neocórtex y sistema límbico amplió el número de posibles reacciones ante los estímulos emocionales. Por ejemplo, ante el temor que lleva los animales a huir o defenderse. Los humanos podemos llevar a cabo comportamientos más completos como llamar a la policía.


El neocórtex nos permite leer, interpretar y controlar nuestras emociones. Pero tener la capacidad de controlar las emociones no significa ser racionales con nuestros sentimientos y saber las causas de todos los comportamientos.


Ocurre que hay muchas emociones gestionadas desde el sistema límbico, donde el cerebro termina tomando decisiones independientemente de los lóbulos frontales, nuestro cerebro se adelanta dejándose llevar por la activación del sistema límbico, impidiendo que el neocórtex haga su labor. Esto conlleva a decir cosas que no queríamos decir, arrepintiéndonos de ellas. Esta independencia de un sistema con otro se produce por el camino que que deciden tomar otras zonas cerebrales.


La parte del cerebro que recibe la información de origen sensorial es el tálamo (una estación de relevo que se comporta como un cerebro en miniatura). El tálamo se encarga de enviar esta información a otras partes del cerebro, como el neocórtex, que se ocuparía de analizar la información y crea una respuesta para la situación del momento. Para ello, utilizaría también a los lóbulos prefrontales, con la finalidad de entender bien los estímulos y enviar las señales al sistema límbico, y que ésta a su vez active el sistema hormonal a través de la vía hipotálamo-hopofisaria.


Existe una vía neuronal más corta, que va del tálamo a la amígdala, de modo que la amígdala pueda recibir señales directamente de los sentidos y pueda crear una respuesta hormonal que determina un comportamiento antes de que estas señales puedan ser leídas por los marcadores somáticos del neocortex.


Cuando el cerebro comienza a funcionar en base a esa vía neuronal más corta, surgen respuestas que pueden no estar relacionadas con la situación del momento. A causa de esto, con el tiempo, la persona recuerda esta respuesta conductual propia porque recuerda la emoción que implica.


Esta misma respuesta inmediata, ha podido ayudar a los primeros seres humanos a sobrevivir hoy. Sin embargo, una respuesta impulsiva puede ser no muy adecuada, además, casi todos los recuerdos relacionados con las emociones fuertes son muy antiguos y forman parte de la memoria a largo plazo (nuestros recuerdos emocionales).


Las conexiones neuronales de los pensamientos están conectadas con las de las emociones, de hecho, cada circuito neuronal no puede funcionar independiente al otro. Es decir, los pensamientos añaden algo a las emociones (las interpretan) y las emociones añaden algo a los pensamientos (le dan el color emocional a nuestra vida). Pero puede ocurrir que la emoción sea tan intensa que despierte una respuesta de emergencia que no utiliza la racionalidad sino la impulsividad.


Entender que en la conexión entre amígdala y neocortex se incardina la inteligencia emocional, que es un sistema de habilidades o actitudes para entender los sentimientos y gestionar las emociones con nuestros semejantes.


Cerebro emocional: Alimentación, Sistema inmune, Sueño y Estrés

Hablar de cómo estamos es hablar de un nivel de confort, como cuando conducimos el coche sin forzar las marchas y consumiendo lo mínimo posible con la máxima eficacia.


La microbiota son microrganismos (generalmente bacterias) que viven dentro de nuestro ecosistema intestinal. Hay tantas bacterias (10 elevado a 14) que representan un 3% de nuestro peso corporal.


No estamos solos, sino que nuestro cuerpo aloja una cantidad increíble de vida microscópica que adquirimos a partir del nacimiento (hay 1000 especies de bacterias con más de 7000 cepas distintas, con 15 veces más genes que los presentes en nuestro genoma que crean un DNI bacteriano propio).


Este microbioma está relacionado con nuestras emociones. El nombre mas ciéntifico del eje que las vincula se llama eje microbiota-intestino-cerebro. Se trata de un maravilloso, complejo e intrincado sistema arriba-abajo y abajo-arriba, de conexiones recíprocas desde cerebro hasta intestino y desde intestino hasta cerebro a través de hormonas, sistema inmunitario, sistema nervioso simpático y nervio vago.


Los nueve metros de nuestros intestinos están regidos por el llamado sistema entérico, una red de varios millones de neuronas que regulan la peristalsis (el tránsito intesinal) y que funcionan gracias a varios neurotransmisores, pero fundamentalmente a la serotonina (el 90% de la serotonina corporal se encuentra en la zona abdominal, no en el cerebro). Este neurotransmisor está muy implicado en las emociones y el sueño. Cuando dormimos bien y nos sentimos felices es expresión de la serotonina.


El sistema entérico, o también llamado segundo cerebro, es aquel tubo intestinal formado por cien millones de neuronas que comunican con el cerebro, por eso la emoción es algo visceral, no se puede explicar, se interpreta en el cerebro como ansiedad, ira, culpa, etc. El intestino tiene dos plexos, y los dos tienen millones de neuronas. El nervio vago conecta al cerebro con el sistema entérico (desde es cerebro hasta los genitales), para producir respuestas emocionales inmediatas, primero es gastrointestinal y luego con síntomas físicos como taquicardia etc.


El sistema microbiota-intestino-cerebro es lo que nos hace sentir las emociones a través del cuerpo, con una mirada de microrganismos que, indirectamente, pueden llegar a alterar la homeostasis cerebral. Todo está conectado, vísceras y cerebro, y esta conexión puede ir en dos direcciones: cerebro-intestino o intestino-cerebro.


Como hemos dicho antes con el estrés crónico o agudo, aumentan los factores inflamatorios (citoquinas) y la flora bacteriana cambia. Sin esa gran cantidad de aliados bacterianos moriríamos. Cuando estamos en una situación de estrés, tenemos un nivel alto de cortisol, la barrera impermeable de bacterias se deteriora y si hay contacto con la sangre, puede ser el origen de varias enfermedades autoinmunes. Por prevenir eso, es fundamental la alimentación mediterránea, el deporte y una buena gestión del estrés a través de la inteligencia emocional (gestión de nuestras emociones). La ansiedad y la depresión, entre otras patologías tienen su origen en un porcentaje nada desdeñable en el “segundo cerebro” y en la microbiota.


Fruta, verdura, lácteos fermentados (yogures o kéfir), entre otros, son los alimentos pre y probióticos que ayudan a crear una barrera impermeable de bacterias que recubre nuestro intestino grueso y delgado. El estrés, y su principal hormona vinculada, el cortisol, así como el alcohol, los antibióticos, el tabaco y el exceso de azúcar (entre otros factores) ayudan a destruir esa barrera, haciendo que algunos microorganismos patógenos pasen al torrente sanguíneo provocando una respuesta inmunitaria inflamatoria (citokinas) que llegará hasta el cerebro, modificando in extremis la cantidad de serotonina que producimos en el núcleos del rafe dorsal y ventral del troncoencéfalo. De ahí la relación entre el “segundo cerebro” serotoninérgico presente en nuestros intestinos, la microbiota y las emociones.


Emociones: Cuándo cobran valor

Si queremos conocer la historia de las emociones, tenemos que hablar de algunos filósofos importantes. Alcmeon de Crotona, en el 500 a. C., afirmó que el cerebro era un radiador (enfriador de humores), y por tanto la sede del alma era el corazón. Empédocles localizó en el corazón la sede del alma, Aristoteles dijo que el corazón era el lugar de las sensaciones y de la inteligencia, y en el Nuevo Testamento no se cita el cerebro sino las vísceras.


Si hablamos de emociones, debemos hacer referencia al gran neurocientífico Antonio Damasio, que ha vinculado las emociones al cuerpo (especialmente a las vísceras abdominales), y los sentimientos a la mente (cerebro) para interpretar dichas sensaciones. Si ponemos un ejemplo concreto para entenderlo mejor, podemos pensar en la siguiente situación:


Tengo un trabajo importante, pero un día no me apetece ir porque quiero dormir más. Lo que pasa a nivel físico y emocional es que el corazón se acelera, respiro más deprisa, mi sube el cortisol, se eleva mi presión arterial, junto con otros síntomas. El cerebro lee todas las informaciones que vienen de la zona abdominal y torácica, y lo que ocurre a nivel mental es que me siento culpable. Si no voy a trabajar puede que mi jefe me eche una bronca o que me despida. Lo que ha ocurrido son cambios gastrointestinales, viscerales, que son los orígenes de las emociones.


William James dijo que la emoción tiene una lectura fisiológica, que recibe el nombre de homeostasis (Walter B. Cannon) la cual es una señal indicadora de que estamos bien, de que no pasa nada malo, y que estamos en la zona de confort.


La homeostasis es aquel estado de regulación biológica que nos hace sentir bien; no estamos bien ni mal (no nos quejamos) y que sirve para mantener el equilibrio interno en un estado estable.


Si sentimos mariposas en el estómago, por ejemplo cuando vemos a nuestra pareja de la que estamos enamorados, sentimos que pasa algo en la barriga, la sensación que percibimos es de una movilidad gastrointestinal junto con cambios neurobioquímicos y hormonales muy sutiles que son los orígenes de nuestras emociones.


Las emociones cobraron y siguen cobrando un papel fundamental para la evolución y supervivencia del ser humano, y no solo para nosotros, los animales también tienen emociones. A las amebas no les gusta el frió o el calor extremo, o los ambientes demasiado ácidos o alcalinos de forma similar a los seres humanos, que escapamos del dolor y buscamos el placer.


La importancia de los marcadores somáticos

El cerebro tiene marcadores somáticos, o sea, zonas del cerebro que “leen” o informan al cerebro acerca de lo que ocurre en las vísceras abdominales a través del nervio vago, el sistema hormonal, y el sistema nervioso autónomo. Cada una de estas zonas está especializada en detectar varios tipos de emociones.


Uno de los marcadores somáticos es la corteza cingulada anterior, y un daño en esta zona provoca alexitimia, o sea ceguera para las emociones.


Cuando sentimos miedo, lo que pasa por vía cerebral es que nos enteramos de que algo pasa: se desestabiliza la homeostasis, se entera la corteza sensorial, evaluamos el estímulo, se activa la amígdala, hay un disparo de hormonas, se siente la emoción del miedo y la amígdala envía una señal al hipotálamo para que se prepare a una respuesta, que es escapar, luchar o quedarse congelado.


La amígdala tiene varios núcleos y si la estimulamos, por ejemplo, durante una cirugía cerebral el paciente siente miedo. Algunas epilepsias amigdalinas tienen como correlato emocional ataques de pánico o ansiedad. Sin embargo, una agenesia o lesión amgidalina puede cursar con una ausencia completa de miedo, lo cual es poco adaptativo.


La psicoterapia consigue “calmar” (menor metabolismo medido mediante técnicas de neuroimagen de medicina nuclear) las amgídalas cerebrales, tomando de nuevo el control la corteza prefrontal. Los marcadores somaticos se enteran de lo que pasa en el cuerpo a través del nervio vago.


La ínsula anterior, si es estimulada, suele provocar la emoción del asco, que puede ser asco aprendido, pero también puede ser instintivo, como cuando vemos algo sucio y asqueroso. Esta zona cerebral contiene casi 200.000 neuronas de Von Economo, unas neuronas especiales de tipo fusiforme (alargadas como hilos), que contienen receptores para la dopamina (vinculada al orgasmo, entre otras respuestas), serotonina (felicidad y bienestar) y vasopresina (vinculada a la monogamia).


Algunas personas, cuando envejecen sufren demencias fronto-temporales que cursan con problemas de memoria y otras funciones cognitivas, pero sobre todo con alteración de la empatía (teoría de la mente) y a veces cursan con hipersexualidad y conductas antisociales y psicopáticas.


La autopsia cerebral de estas personas revela una pérdida importante de neuronas en von enconomo en ínsula, giro cingulado anterior y área 9 de Brodmann. Una lesión en el marcador somático como la corteza orbitofronal puede impedir a los pacientes sentir emociones, dolor, culpa o placer. Esta zona es la sede de la moral, de la ética, la persona pierde la empatía y no entiende a los demás. Otro marcador somático muy vinculado a la depresión mayor es la zona subgenual (área 25 de Brodmann), situada debajo de la rodilla (genu) del cuerpo calloso.


Las emociones son fundamentales para tomar decisiones y para el proceso de aprendizaje-memoria. Los recuerdos a largo plazo los tenemos gracias a las emociones (“me acuerdo de eso porque fué un día especial, o pasó algo extraordinario”).


El sentimiento es la percepción de un estado del cuerpo interpretado por la corteza prefrontal, siendo las emociones sensaciones somáticas. Las emociones son lo que nos permite entendernos y comprender también a los demás (inteligencia emocional).

Aprender a conocer las emociones

Las emociones están muy presentes de la vida del individuo, por eso es importante aprender a conocerlas y saber cómo gestionarlas, porque las emociones afectan a otras habilidades humanas, como pensar, solucionar problemas o tomar decisiones. De modo que si estamos llenos de emociones positivas, será más fácil obtener algo positivo como consecuencia de nuestros comportamientos. Por ejemplo, dos personas con las mismas habilidades pueden tener diferentes niveles de éxitos y eso depende de la emoción que cada uno de ellos lleva cuando actúa (uno puede aburrirte y otro emocionarte con sus actos o palabras).

Hay relación entre las habilidades emocionales y el compromiso

“Delante de un grupo de niños de cuatro años de edad se colocó una golosina que podían comer, pero se les explicó que si esperaban veinte minutos para hacerlo, entonces conseguirían dos golosinas. Doce años después se demostró que aquellos pequeños que habían exhibido el autocontrol emocional necesario para refrenar la tentación en aras de un beneficio mayor eran más competentes socialmente, más emprendedores y más capaces de afrontar las frustraciones de la vida”.


Hay muchas pruebas de que las emociones pueden jugar un papel determinante en la vida de una persona. Por ejemplo, el optimista pone la causa de sus fracasos en algo que puede cambiar, el pesimista se echa la culpa a sí mismo, atribuyéndola a una característica personal que no se puede cambiar. En un estudio sobre los vendedores de seguros se observó que los optimistas vendían un 37% más que los pesimistas, por eso, es bueno direccionar las emociones hasta nuestros objetivos sin perderlos de vista, porque las emociones tiene la posibilidad de dar fuerza a nuestros esfuerzos.


Si no gestionamos bien las emociones, sobre todo las negativas, no podremos conseguir nuestras tareas cotidianas, como concentrarse, recordar, aprender y tomar decisiones. En el caso de la aeronáutica, se estima que el 80% de los accidentes aéreos responde a errores del piloto. Como bien saben en los programas de entrenamiento de pilotos, muchas catástrofes se pueden evitar si se cuenta con una tripulación emocionalmente apta, que sepa comunicarse, trabajar en equipo, colaborar y controlar sus arrebatos.


En la sociedad actual sobran los líderes autoritarios, la herramienta que requiere ser líder es la persuasión hacia los trabajadores para obtener una mayor cohesión interna, para obtener más éxito, y la inteligencia emocional permite desarrollar buenas relaciones sociales.
 
El autoconocimiento, la auténtica clave de la felicidad




Felicidad. ¿De qué depende realmente este concepto? ¿Es algo que uno encuentra por casualidad gracias a los designios del destino o el azar? ¿Depende la felicidad exclusivamente de nuestra cuenta bancaria? La verdad es que no. No es más feliz quien más tiene, ni el que más acumula, ni el que espera ese golpe de suerte que llega como la hoja dorada que cae de un árbol.




La felicidad, como las mejores dimensiones de esta vida, se encuentra inscrita en las cosas más pequeñas y comunes, ésas que sabemos apreciar y reconocer. No obstante, también hemos de tener en cuenta un aspecto esencial: para ser feliz primero debes saber qué necesitas, qué te define, y cómo entiendes realmente este mundo que te rodea.


Hay personas que vagan por su día a día sin rumbo y con el corazón vacío. Aspiran a comerse el mundo, pero ni siquiera han empezado por degustar lo que tienen en frente. El autoconocimiento, es la clave primordial para ser felices, para regular nuestras experiencias internas y ver con humildad e integridad, cómo somos y lo que necesitamos.


¿Lo sabes tú? Hablemos hoy de este interesante concepto, que a su vez, es uno de los pilares de la Inteligencia Emocional.


El autonocimiento, ser consciente de uno mismo






Para entender esta idea, empezaremos poniendo un ejemplo. Tenemos a un joven, quien, gracias a su esfuerzo, valía y oportunidad, ha conseguido una buena posición laboral, no obstante, no se siente feliz. Se compra un coche, una casa… Y sigue sintiendo un vacío existencial, una inquietud que no calma ni llena ninguna de sus relaciones afectivas, ni aún menos, los bienes materiales que adquiere.


Poco a poco, toma las riendas de su vida y reflexiona sobre sí mismo, ahonda en su interior en busca de respuestas. Tal vez ha querido vivir demasiado deprisa demostrando a los demás todo lo que podía hacer, es consciente que hasta el momento, solo buscaba contentar al resto, a su familia, aparentar ante sus amigos, pero nunca se detenía en preguntarse qué necesitaba él. Vivía “hacia fuera y no hacia dentro”.


¿De qué modo podríamos definir entonces el autoconocimiento?







1. En la capacidad de controlar las experiencias internas, en ser conscientes de nuestros estados de ánimo y actuar de acuerdo a ellos.


2. En ocasiones, percibimos nuestra insatisfacción, y sin embargo, nos obligamos a seguir por el camino ordinario porque así lo esperan los demás, o porque, sencillamente, tenemos miedo a ir más allá de nuestra “zona de confort”. De ese modo, nos obligamos a girar el rostro a esa voz interior que nos clama ayuda, para, sencillamente, dejarnos llevar.


3.El autoconocimiento es un pilar de la Inteligencia Emocional. Se trataría en realidad de tomar conciencia de uno mismo y de las propias emociones, actuando de modo reflexivo y en armonía, con todos aquellos que nos rodean. Nosotros nos comprendemos a nosotros mismos y a su vez, respetamos y entendemos a los demás, pero ello no quita que tengamos derecho a defender nuestras necesidades. Que actuemos de acuerdo a nuestros sentimientos y valores,


4. Para ser feliz, no es necesario acumular “cosas”, ni tampoco conocimientos. No es más feliz el que más sabe ni el que más tiene, sino el que más entiende, el que goza de mayor humildad y quien a su vez, mejor se conoce. Si no sabemos dónde están nuestros límites, siempre habrá alguien que intente rebasarlos Si no sabes lo que quieres siempre andarás buscando algo. Si no sabes apreciar lo que tienes y lo que eres, vivirás siempre frustrado. ¿Vale la pena? Desde luego que no.


El autoconocimiento, es ese ejercicio cotidiano que todos deberíamos practicar para gestionar mejor este complejo mundo que día a día, nos plantea retos y nos pone a prueba.


En ocasiones, la mayor sabiduría reside precisamente en entendernos a nosotros mismos para así, saber actuar en consecuencia y en armonía con nuestras emociones. Seremos más íntegros, más sencillos, y no solo podremos ser un poco más felices, sino que seremos capaces también de aportar felicidad a los demás. Inténtalo hoy mismo.

Por Valeria Sabater
 
La oveja negra no es mala: solo es diferente



Ser la oveja negra de la familia no es fácil. Rompemos el equilibrio del grupo y somos el” chivo expiatorio” sobre el que se proyectan todas las culpas. Ahora bien, si te sientes identificado/a con esta situación, hazte la siguiente pregunta: ¿Te gustaría ser de verdad parte de ese rebaño donde todas las ovejas son blancas?

Las personas formamos parte de grupos sociales: familias, amigos, entornos laborales… Así, de algún modo, casi siempre existe una norma implícita: dicha pertenencia supone tener que emitir los mismos juicios, tener los mismos valores…etc. De hecho, la coincidencia se suele tomar como un indicador de cohesión.


La oveja negra no es mala, ni torpe ni engreída. Solo es diferente, alguien que ha aprendido a esquivar las piedras, a pensar de otro modo, y que siempre ha sabido qué dirección tomar, no como el rebaño de ovejas blancas.

En psicología suele conocerse a estas personas como “pacientes identificados”. De no gestionar de forma adecuada estas situaciones, seremos nosotros quienes mostremos la sintomatología de esa familia disfuncional o de ese escenario tóxico.

No lo permitas. Si te señalan como la oveja negra, aprende a enorgullecerte por ser capaz de pensar diferente. Es todo un privilegio…

El efecto oveja negra

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Henri Tajfel fue un psicólogo social famoso por acuñar el término “el efecto oveja negra”. Una idea con la que sin lugar a dudas, podemos identificarnos, ya sea a nivel familiar o en cualquier otro contexto social:

  • El favoritismo endogrupal explica que los juicios que se hacen hacia otros grupos son, por lo general, negativos porque se busca proteger lo que es propio, lo que nos define, lo que nos identifica (mi equipo de fútbol es el mejor, mi clase es la más inteligente, mi familia es la más feliz…)


  • Ahora bien, a su vez, es común que exista una alta exigencia sobre los miembros del propio grupo. A modo de ejemplo: nuestro padre puede criticar a nuestros vecinos y en cómo los demás educan a sus hijos. Sin embargo, con nosotros es severo y exigente porque aspira a que no se rompa ese equilibrio interno.

El efecto oveja negra nos dice que se ejercen más críticas y presión psicológica sobre los miembros del propio grupo que en aquellos que nos rodean. La pertenencia a un contexto social, en algunos casos, va de la mano de la dominancia y el control.

En el momento en que decimos “no” o “eso a mi no me define” nos miran con preocupación y miedo porque hemos cruzado la frontera de lo que es aceptable, lo que es sano y virtuoso.





Cuando ser la oveja negra es un privilegio

Cuando uno asume que es la oveja negra de la familia tiene dos opciones: hundirse o reaccionar. Lo creamos o no son muchas las personas que debido a una identidad muy frágil, aceptan el abuso emocional, las críticas y los desprecios.

La persona etiquetada como mala o diferente al resto de miembros de una familia asume en piel propia la metáfora de una atmósfera dañina y disfuncional. No obstante, el resto de familiares se hallan en una situación cómoda porque se sienten exentos de toda responsabilidad: hay un status quo donde todos tienen su papel.

Para evitar estas situaciones extremas en que nuestra autoestima se ve tan vulnerada, vale la pena reflexionar en estas dimensiones:

Ser diferente puede ser una amenaza para los demás, pero no para ti

En el momento en que muestras otra forma de pensar, de vestir y de vivir los demás empezarán a etiquetarse como “la oveja negra”, porque son conscientes de que están perdiendo el control sobre nosotros.

  • Está claro que en todo grupo social, en toda familia, hay algún miembro más problemático que otros. No obstante, es común aplicar un pensamiento único ante toda conducta que se sale de los límites de lo que es esperable.
  • Entiende que uno no nace siendo la oveja negra, en realidad es el propio entorno social el que nos convierte porque nos atrevemos a reaccionar ante ellos, y eso, es de por sí un acto de valentía.

La pertenencia a un “rebaño” no da la felicidad: busca tu propio camino

En muchos casos ser la oveja negra puede ser un privilegio. Ahora bien, para llegar a este descubrimiento hemos de ir liberándonos de muchas capas:

  • Primera capa: no tienes la obligación de ser igual que tus padres, de pensar como tus amigos, de actuar como los demás esperan que lo hagas.
  • Segunda capa: siéntete bien por tener tus propios valores, por alzar tu voz sobre el resto del grupo. El mundo está lleno de múltiples pensamientos, opiniones y juicios. No hay ninguna verdad universal y cada uno debe ser capaz de hacerse a sí mismo.
  • Tercera capa: acepta a los demás sin odios ni rencores y acéptate a ti mismo como parte diferente de ellos. Visualiza esa separación como forma de liberación. Tú aceptas a tu familia por como son, y si ellos actúan con la misma sabiduría, harán lo mismo.


Por Valeria Sabater
 
Me gusta como soy, no pienso cambiar por nadie




No voy a cambiar por ti, no me pidas que sea más dócil, más delgado/a, que renuncie a mis pasiones para encajar en tus vacíos. Me gusta como soy, así que tendrás que aceptarme con todos mis matices porque es en ellos donde está mi felicidad, mi integridad.

Nos dicen los expertos, que las personas tendemos a variar nuestra personalidad en un momento dado por tres razones: para adaptarnos a un entorno determinado, para conseguir un objetivo o para evitar algo que nos desagrada o produce miedo. Y lo creamos o no, es algo que puede darse en muchas relaciones de pareja.


Nunca trates de correr por alguien que no daría ni un paso por ti, no renuncies a tus sueños por vivir los de la otra persona, porque de lo contrario, dejarás de reconocerte en el espejo.

Hay quien aún a día de hoy, piensa que hacer pareja es renunciar a todo por la otra persona. Sin concesiones. Es en estas situaciones, donde muchos van limando poco a poco su carácter, su apertura, se van amoldando a la pareja “para encajar” y alcanzar así un propósito que tarde o temprano se convierte en un “despropósito”.

Quien renuncia pierde, quien cambia lo que le define por hacer feliz a la pareja, deja de ser él mismo. Por lo tanto, la relación no podrá ser más que una farsa destinada al fracaso donde uno domina y el otro mantiene una máscara que no lo identifica. No lo permitas.

No voy a cambiar por ti, voy a crecer contigo

La personalidad es un constructo psicológico que se edifica a lo largo de nuestra vida a través de las experiencias y las valoraciones que hagamos de ellas. Somos un compendio de virtudes, limitaciones, manías, valores, sueños y expectativas que no podemos cambiar de la noche a la mañana. No es saludable, ni es lógico.


Hay quien se empeña en cambiar el mundo para ajustarlo a sus expectativas, sin entender primero que la propia vida ya nos trae demasiados cambios, ahí donde es necesario contar con una personalidad fuerte pero adaptativa, capaz de hacer frente a lo imprevisto.

Cabe señalar un aspecto importante: cambiar no es malo si la necesidad parte de uno mismo. Las personas necesitamos de ciertas variaciones en nuestros enfoques de pensamiento, propósitos y actitudes para adaptarnos, para conseguir un equilibrio y un crecimiento personal.

  • Ahora bien, dichos cambios son, como decimos, voluntarios, y si parten de nosotros mismos no habrá problema. Cambiamos nuestros pensamientos para cambiar nuestra realidad. Cambiamos por nosotros mismos y no por nadie.
  • Otro detalle a tener en cuenta es que tampoco hemos de pensar que quien vive una relación de pareja basada en la desigualdad y la infelicidad, es uno de los miembros el que obliga a cambiar al otro. En ocasiones, es uno mismo quien busca el cambio para adaptarse al otro, para ser aceptado, para ser amado.

  • Quien busca aparentar algo que no es para que otros les quieran, lo que ocurre en realidad es que son ellos quienes no se aman a sí mismos. Y a pesar de que durante un tiempo lleguen a creer que son felices y que todo va bien, poco a poco la autoestima se fragmenta y se erosiona como un viejo castillo de arena al borde de la playa.
No quiero cambiar para que me quieras, quiéreme por lo que soy
No hay necesidad de decir cosas que no piensas, de dar la razón sólo por agradar, por aparentar ser como los demás esperan que seas. De mantener esta actitud, llegará un instante en que no sabrás realmente quien eres, qué quieres o qué te mantiene.

  • Es necesario que quien te quiera, ya sea tu pareja, tus amigos o tu familia, te quiera no sólo por lo que eres, sino “a pesar” de lo que eres. Es decir, deben quererte con tus luces y tus sombras, con tus grandezas y tus cicatrices.
  • Puede que quieras una pareja, que desees contar con buenos amigos, pero antes de todo ello es necesario prepararte para ser pareja, prepararte para ser amigo. Si tú sabes cómo eres y eres feliz contigo mismo, serás capaz de ofrecer lo mejor a los demás.
No voy a cambiar por ti, voy a caminar a tu lado
Las personas seguimos cambiando cada día, pero nunca perdemos nuestras esencias, nuestros principios y nuestros valores. Es por ello que no debemos claudicar ante lo que nos define, porque entonces, dejaremos de ser nosotros mismos.

  • Piensa, que si hay alguien que te obliga a cambiar es porque no le gusta cómo eres en realidad. Y si no le gustas, el problema no será tuyo, sino de la otra persona que no es capaz de aceptar lo que hay ante él/ella.
  • Las personas nos unimos para crecer no para limitar, para caminar juntos y no para poner zancadillas, para construir nuevos horizontes y no para desvanecerlos. Si se empeñan en cambiarnos, lo que hay son censuras, baches y heridas. No lo permitas.
Quiéreme entero/a con todas mis esquinas y todos mis hondonadas, acéptame con los ojos abiertos y el corazón humilde, porque soy todo lo que ves y ves todo lo que soy. Prometo no cambiar, promete no querer cambiarme.

Por Valeria Sabater

 
El síndrome de Eco: la fractura de la autoestima



El síndrome de Eco tiene su origen en aquella ninfa de la montaña que, castigada por Hera, repetía las últimas palabras de toda conversación. En la actualidad, esta figura mitológica simboliza a muchas de esas personas que luchan en su día a día por tener voz propia, por visibilizarse… Algo que casi nunca logran porque tienen muy cerca a un narcisista.


Uno de los términos más novedosos en el ámbito psicológico es sin duda el del ecoísmo. Aunque la raíz de este término nos evoque quizá ideas relacionadas con el medio ambiente, en realidad dicha dimensión hunde sus raíces precisamente en aquella oréade del Monte Helicón enamorada de un bello pastor llamado Narciso.


Fue el doctor Craig Malkin, profesor de psicología en la Escuela de Medicina de Harvard y psicólogo clínico, quien introdujo por primera vez la palabra ecoísmo en el libro “Redefinir el narcisismo: el secreto para reconocer y hacer frente a los narcisistas”. Tras esta publicación tanto el público como la comunidad científica se interesó significativamente con ese nuevo rasgo de personalidad que acababa de definir.


El ecoísmo hace visible a esa parte de la población que, de algún modo, vive presionada o condicionada por una figura narcisista. Son personas afectuosas y emocionalmente sensibles pero que sienten una gran incomodidad cuando son el centro de atención. Temen expresar sus necesidades y priorizan las de los demás, son perfiles pasivos y poco asertivos debido a la presión de una pareja, unos padres o un entorno habitado por el narcisismo.


“Un egoísta es aquel que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te estas muriendo de ganas de hablarle de ti”.


-Jean Cocteau-




Síndrome de Eco: origen y características

En los próximos años oiremos hablar de este término con frecuencia. El síndrome de Eco adquiere cada vez más interés entre el público porque el comportamiento narcisista (y su efecto) se extiende de forma visible en nuestros entornos. De hecho, estudios el llevado a cabo en la Universidad de Bochum (Alemania) y publicado en la revista Public Library of Science, nos señala que redes sociales como Facebook nos permiten ver este aumento creciente.


Son por tanto muchas las personas que sienten cómo en su día a día este tipo perfil tiende a limitar su identidad y ante todo, su autoestima. Por otro lado, si analizamos el propio mito de Eco nos daremos cuenta de un aspecto singular. Esta ninfa era la más asertiva y brillante a la hora de llevar una conversación. Todo el mundo quedaba rendido a sus pies ante su oratoria, gracia e ingenio en la palabra.


Tanto era así que el propio Zeus la utilizaba para entretener a Hera mientras él aprovechaba para estar con otras mujeres. Así, el día que la diosa se dio cuenta del engaño castigó a la Ninfa quitándole la voz. Lo único que podía hacer era repetir las últimas palabras ajenas. Ahora bien, cabe decir que el mayor tormento para Eco llegó cuando se enamoró de Narciso y este se rió de ella por su singular característica.


Fue entonces cuando se sumió en la más profunda tristeza. Ese rechazo, esa humillación fue más dolorosa que perder la voz. El ecoísmo integra esa misma esencia. Todos pudimos ser en el pasado personas hábiles, relucientes y fuertes en cuanto a valías psicológicas. Sin embargo, la presencia de un narcisista puede anularnos por completo en un momento dado, llevarnos a esa cueva del monte Helicón donde se refugió Eco.





¿Cómo es una persona con síndrome de Eco?

El síndrome de Eco no define solo a una persona con baja autoestima o incluso con un problema de dependencia. Esta realidad psicológica es más compleja.


  • Son personas con una gran sensibilidad emocional.
  • Saben escuchar a los demás, son muy empáticos. Sin embargo, no se sienten cómodos ni seguros expresando sus necesidades a los demás.
  • No aprecian sus valías y rara vez reconocen sus logros.
  • Son esas personas que no toman iniciativas por no molestar a otros, que declinan proyectos si piensan que pueden suponer algún tipo de molestia o problema para los demás.
  • El síndrome de Eco tiene a menudo su origen en una infancia donde alguno de los progenitores tenía una personalidad narcisista. Sus necesidades emocionales y personales fueron desatendidas e incluso negadas.
  • Ahora bien, hay un aspecto crucial que define también a estas personas: son muy conscientes de lo que les ocurre. Tienen grandes luchas internas, intentan imponerse, buscan recuperar su voz, poner límites dejar claras sus necesidades. Sin embargo no siempre lo logran y ello les aboca a tener constantes conflictos internos.
  • A su vez, es común que los ecoístas mantengan relaciones afectivas con narcisistas. Hay una retroalimentacion entre ambos perfiles, ahí donde unos nutren y otros reciben y donde rara vez hay una plenitud o satisfacción real en la pareja.




¿Es el síndrome de Eco un trastorno psicológico?

El síndrome de Eco no es un trastorno psicológico. Este es un aspecto que conviene dejar claro. El ecoísmo es solo un rasgo, un rasgo que conforma un tipo de mecanismo de supervivencia poco hábil y que puede resumirse del siguiente modo: “si yo quiero estar seguro y recibir afecto, debo pedir lo menos posible y dar todo lo que pueda”.


Esta idea se articula por efecto de una infancia basada en ese tipo de apego inseguro donde un narcisista enterró todas las necesidades emocionales del niño. Poco a poco aprenden a no tener voz, a vivir en silencio, a no molestar en exceso pero a ser esa figura clave para que otros narcisistas puedan desplegar sus artimañas.


Todos podemos emerger de estas cuevas personales. Eco se sirvió de Némesis para pedir venganza, sin embargo, no hace falta llegar a estos extremos. Porque el castigo que recibió Narciso no ayudó a que la Ninfa recuperara su oratoria, su maravillosa habilidad para comunicar a través del don de la palabra.


Basta solo con trabajar la autoestima, con entender que merecemos ser visibles, tener voz, expresar necesidades y nutrirnos de afecto y dignidad a nosotros mismos. Porque a veces, tampoco viene mal hacer como ese bello pastor y mirar nuestro reflejo para recordar cuánto valemos.

Por Valeria Sabater
 
La teoría de los pequeños logros para reconstruir la autoestima


La teoría de los pequeños logros nos dice que la vida siempre es mejor si aprendemos a simplificarla. Los problemas más grandes e irresolubles, por ejemplo, hallarán con más facilidad su desenlace si los “desintegramos” en trozos más elementales.


Así, nada puede ser más catártico para la propia autoestima que ir acumulando pequeñas victorias, triunfos cotidianos con los que ir avanzando. Dicen los antropólogos que la capacidad de progreso es algo natural en el ser humano.


El avance tecnológico, social y cultural es casi imparable. Tanto, que no tardaremos demasiado en tener a nuevas generaciones dispuestas a explorar ya nuevos planetas, y a dar un salto cualitativo y cuantitativo en el mundo de la medicina para erradicar enfermedades que hoy son crónicas o mortales.


“Voy despacio, pero jamás desandando lo andado”.


-Abraham Lincoln-


Ahora bien, podemos señalar una idea central: estos logros son muy complicados si no estimulamos su motivación y su interés en conseguirlo, si no creemos en sus posibilidades. Así, daremos paso a hombres y mujeres que confían en sus capacidades, que disponen de un buen autoconcepto y de una autoestima fuerte.


Por ejemplo, el célebre biólogo James Watson, co-descubridor de la estructura molecular del ADN, explica en sus memorias que en la escuela nadie nos suele explicar cómo funciona la motivación o cómo se gestionan esas épocas de marcada oscuridad y derrotismo personal.


El doctor Watson y Francis Crick fracasaron en múltiples ocasiones en su intento por descifrar el ADN. Es más, durante varios años consideraron la idea de que su modelo fracasara, siendo el motivo por el que se convertirían en el hazmerreír de su profesión.


Sin embargo, ambos decidieron corregir su enfoque mental y emocional y aplicar lo que hoy conocemos como la teoría de los pequeños logros. Porque no hay nada mejor que ir poco a poco para ganar en seguridad, en confianzas, en certezas… Y alcanzar el triunfo.




La teoría de los pequeños logros para mejorar la imagen que tenemos de nosotros

No podemos exigirle a un niño que corra si primero no ha aprendido a andar. Tampoco nadie puede empezar una casa por el tejado si primero no ha puesto los cimientos. La vida exige calma, saber hacer y sobre todo esa inteligencia que sabe nutrirse de la más delicada paciencia. Sin embargo, en nuestro día a día no hay demasiado espacio para la prudencia de quien elige ir más despacio, de quien prefiere las pequeñas tentativas, de quien prefiere contar hasta 100 antes de dar un paso.


La mayoría de nosotros, de hecho, nos movemos en ese extremo donde todo parece magnificado. Tenemos grandes sueños, elevados anhelos y, también, grandes problemas. Todo nos supera, todo parece escaparse de nuestras manos la mayor parte del tiempo, hasta el punto de pensar que no tenemos escapatoria ninguna, que ya hemos quemado todas nuestras naves. Este tipo de percepciones minan nuestra autoestima y vetan por completo cualquier motivación de logro.


Ahora bien, hay un nombre que bien merece nuestro reconocimiento en el mundo de la psicología por sus aportaciones al campo de la motivación humana. Teresa Amabile, profesora de Harvard y especialista en creatividad, productividad y felicidad en el trabajo destaca todo lo que nos puede aportar la teoría de los pequeños logros. Para alcanzar grandes metas o solucionar los más complejos problemas, lo mejor es ir partiendo todo el trayecto en pequeñas escalas.




Las pequeñas revoluciones del día a día

Karl Weick es un conocido psicólogo social experto también en el campo de la motivación. Según él, la mayoría de las sociedades modernas afrontan de manera poco eficaz sus problemas más serios, como pueden ser el desempleo, el fracaso escolar o la delincuencia. Aquello que siempre acaban haciendo los agentes sociales y las esferas políticas es invertir amplias partidas de dinero para dar, según ellos, “grandes soluciones”.


Sin embargo, las grandes soluciones siempre se quedan en humo, en papel mojado, en algo que llega con buenas intenciones y desaparece por donde ha venido. Porque la auténtica clave se halla ni más ni menos que en la teoría de los pequeños logros, en las pequeñas revoluciones del día a día. En detectar aquello que no funciona, en ser un hábil y paciente microcirujano capaz de identificar dónde está el auténtico problema.


Así, en países como Noruega o Finlandia saben que lo ideal es crear planes sencillos y modestos a nivel local, estar cerca de la gente, diseñar organismos accesibles con los que ir cambiando poco mentalidades.


“Si quieres hacer grandes cambios, debes prestar atención a los pequeños detalles”.


-Rudolph Giuliani-




Objetivos más pequeños para mejorar nuestra autoestima

No importa lo grande que sea ese problema o el desafío que tengamos en el horizonte. Basta con desmenuzarlo, con dividirlo en trocitos más pequeños para hacer de esas dimensiones estados mucho más manejables. La teoría de los pequeños logros nos dice que para mantener nuestra salud emocional necesitamos victorias cotidianas y para lograrlas nada mejor que ponernos a diario objetivos sencillos.


Poco a poco mejorará nuestra autoestima y seremos capaces de hacer cambios un poco más grandes, de permitir que nuestros pasos sean más largos y seguros, que nuestra mirada se eleve y vea esa cima un poco más cerca cada día. Invirtamos por tanto nuestros esfuerzos en aplicar este enfoque tan sencillo como humilde para desplazar un poquito más allá nuestros límites.

Por Valeria Sabater
 
La soledad también nos protege de lo que no nos conviene




La soledad libremente elegida en un momento puntual de nuestras vidas, puede actuar no solo como bálsamo, como eficaz terapia para conectar de nuevo con nosotros mismos. A veces, es también un modo de establecer una distancia sana de lo que no nos conviene, de lo que enturbia, molesta o altera nuestra paz interior.


Hablamos de lo que en psicología se define muchas veces como “soledad funcional”, un concepto que da forma a algo que a más de uno le resultará familiar: la necesidad de alejarnos de un entorno que nos es nocivo o desgastante con el fin de reencontrarnos y recuperar así nuestro bienestar psicológico.




“No hay peor soledad que la de no estar bien con uno mismo”


-Mark Twain-


Aquí no nos referimos por tanto a una soledad no elegida, a ese aislamiento ocasionado por unas relaciones sociales deficientes o a esa tristeza vinculada a la falta de compañía significativa. En este caso, hay un componente terapéutico esencial, y es el poder recomponer dimensiones tan básicas como la autoestima, las propias prioridades o devolvernos ese espacio propio, íntimo y privado que nos habían arrebatado.


Tal y como dijo una vez Pearl Buck, escritora y Premio Nobel de Literatura, dentro de cada uno de nosotros hay unos manantiales de gran belleza que necesitan renovarse de vez en cuando para seguir sintiéndonos vivos. Por extraño que nos parezca, algo así solo puede llevarse a cabo mediante esas épocas de soledad elegida, de soledad vital y complaciente.






El sentimiento de soledad estando en compañía, un abismo peligroso

A la mayoría nos asusta la soledad. De hecho, basta con imaginarnos a nosotros mismos caminando por un centro comercial desértico un sábado por la tarde, para que al segundo nuestro cerebro nos envíe una señal de alarma. Sentimos miedo y angustia. Esto se debe a un mecanismo básico, a un instinto que nos recuerda que no podemos sobrevivir en soledad. El ser humano es social por naturaleza y es así como hemos avanzado como especie: viviendo en grupos.


Ahora bien, en nuestro día a día encontramos hechos aún más terroríficos que un centro comercial sin clientes. Tal y como nos revelan varios estudios, casi el 60% de las personas casadas se sienten solas. El 70% de los adolescentes, a pesar de tener un gran número de amigos, se sienten solos e incomprendidos. Todo ello nos obliga a recordar que la soledad no hace referencia a la cantidad de personas que formen parte de nuestra vida, sino a la calidad emocional establecida con dichos vínculos.


Por otro lado, algo que nos sucede muy a menudo es llegamos a validar y a perpetuar en el tiempo dinámicas deficientes que nos generan una declarada infelicidad. Nos sentimos solos, incomprendidos y “quemados” en nuestros puestos de trabajo, pero continuamos con ellos porque “de algo hay que vivir”. Salimos con los amigos de siempre porque efectivamente, son los de “toda la vida”… ¿Cómo dejarlos ahora? Y aún más, hay quien alarga su relación afectiva a pesar se sentirse solo, porque teme aún más el vacío de no tener a nadie al lado.






Todos estos ejemplos dan forma a esa soledad disfuncional donde uno mismo llega muchas veces a crear auténticos mecanismos de defensa para no ver la realidad, para decirse a sí mismo que todo va bien, que es querido, que es amado y que los demás valoran todo lo que uno hace. Pensar esto es como quien se está ahogando y aún así, asoma la cabeza para pedir más agua.


La infelicidad no se cura con más sufrimiento. Nadie merece sentirse solo estando en compañía.

La soledad como reencuentro
En ocasiones, pasar un tiempo determinado en un entorno opresivo, poco facilitador y egoísta hace que la persona esté siempre enfocada hacia ese exterior con la idea de satisfacer todas las necesidades ajenas, incubando la esperanza de que tarde o temprano se satisfagan las propias. Sin embargo, esa regla de tres no siempre se cumple.

“No temo la soledad, algunas personas de hecho somos propensas a disfrutar de ella”

-Charlotte Bronte-

Es entonces cuando no hay otra opción más que tomar conciencia de la propia realidad y buscar una solución. La soledad elegida, la distancia saludable y un periodo de tiempo dedicado a uno mismo es siempre saludable, necesario y catártico. No hablamos por tanto de iniciar una época de aislamiento, de hecho, tampoco se trata de escapar. Es algo muy sencillo: la clave está en dejar a un lado lo que no nos conviene.


Dedicarnos un tiempo a nosotros mismos es una receta que nunca falla. Es recuperar la intimidad y los espacios propios, es recordar quién éramos y pensar en quién queremos ser a partir de ahora. Puede que algo así nos lleve unas semanas o unos meses. Cada uno tiene sus ritmos y unos tiempos que es necesario aceptar y respetar.

La soledad libremente elegida en un periodo puntual de nuestras vidas no solo cura, no solo recompone muchos de nuestros pedazos rotos, es un modo también de aprender a construir adecuados filtros personales. Esos filtros por los que el día de mañana dejaremos entrar solo a aquello o aquellos que nos haga sentir bien, que se ajuste a nuestras frecuencias emocionales, a los rincones privilegiados de nuestro corazón.


Por Valeria Sabater
 
Si eres feliz, abrazas. Si eres infeliz, compras


El problema del consumismo es que lleva en sí mismo una promesa mentirosa: si compras los objetos que deseas, te sentirás feliz. Esa promesa se sustenta en una idea que se viene promoviendo después de la Segunda Guerra Mundial y que, definitivamente, se ha instalado en las bases de nuestra sociedad: la felicidad está estrechamente relacionada con la capacidad de consumo, o sea, con el dinero que tengas disponible para comprar.


En ese orden de ideas, la felicidad es un resultado de la compra; si tienes un televisor más poderoso, serás más dichoso; o, si tu ropa es costosa, te sentirás más valioso. Y si compras el último automóvil, serás más respetable. Lo peor de todo es que esto termina siendo cierto, al menos en apariencia. Lo hace no porque sea cierto en sí mismo, sino porque quienes le dan validez a esas ideas hacen que se vuelvan verdad.




“Era ese tipo de persona que se pasa su vida haciendo cosas que detesta para conseguir dinero que no necesita y comprar cosas que no quiere para impresionar a gente que odia”


-Emile Henry Gauvreay-


Dicho de otro modo, si crees que un traje te otorga más dignidad, te vas a sentir con menos dignidad cuando lleves ropa sencilla. Si sientes que el televisor más novedoso incrementa tus posibilidades de recrearte, sufrirás hasta que no lo tengas en la salón de tu casa, y así sucesivamente.




De cualquier modo, te das cuenta de que esa forma de pensar es falsa cuando ha pasado un mes desde que adquiriste eso que pensabas que era tan imprescindible y sigues sintiéndote aburrido, infeliz o indigno. Entonces vuelve a comenzar el ciclo.


La verdad es que los objetos de consumo nos liberan de un gran problema: otorgarle un sentido a nuestra vida. Nos ayudan a volver los ojos hacia afuera, en lugar de explorar dentro de nosotros mismos. Es más fácil pensar en cómo comprar un reloj, que definir si los actos que realizamos tienen valor y sentido dentro del mundo.


Las compras y la exclusión

La sociedad actual, efectivamente, trata de manera diferente a quien viste ropa de marca o llega en un automóvil lujoso. Es usual que, sin mediar palabra y sin saber de qué clase de persona se trata, inmediatamente se le trate con consideraciones especiales o, al menos, con mayor esmero. Muchos suponen que hay que congraciarse con quienes tienen dinero y, a la vez, el dinero se ha convertido en una garantía de respeto.






Lo mismo ocurre en sentido inverso. A quien tiene una apariencia sencilla se le ignora con mayor facilidad. Puede que incluso le impidan el acceso a ciertos lugares o sea objeto de bromas pesadas o de comentarios en voz baja. Todo el mundo quiere ser tratado con consideración, así que es fácil caer en la trampa de pensar que para lograrlo es suficiente -y al mismo tiempo impresindible- con salir de compras y cambiar de ropa.


Lo tramposo de ese mecanismo es que resulta demasiado deleznable. Si te quitas la ropa cara vas a sentirte humillado de nuevo; si te la pones, recuperas tu valor. El respeto por uno mismo se convierte en un disfraz y depende enteramente de los demás. Cuando aceptas jugar en esos términos, aceptas entrar en una lógica de autodesprecio. Admites que no tienes valor por ti mismo. Eso es lo peligroso.


La felicidad y los abrazos

Uno de los aspectos más preocupantes de las compras compulsivas es que siguen un esquema similar al de cualquier adicción. Además, probablemente proporcionan un bienestar similar al que obtiene cualquier adicto cuando consume la sustancia a la que está enganchado. Proporciona un nivel de dicha que cada vez es menor y que cada vez demanda más compras para aparecer.




Las compras constantes son propias de personas que se sienten infelices y que experimentan un vacío interior que no encuentra alivio. Las compras operan como un antídoto temporal para esa sensación de ser insignificante.


En cualquier caso, la felicidad no está allí. Diversos estudios prueban que las situaciones que proporcionan verdadera dicha tienen que ver más con experiencias y menos con objetos. Una experiencia remueve tu mundo interior y te hace sentir vivo. Las compras, en cambio, aunque también son una experiencia, te proporcionan un entusiasmo superficial y pasajero.


Casi nunca recuerdas el momento en que compraste algo, en cambio se queda en tu memoria y en tu corazón el recuerdo de un beso de amor, de una situación graciosa, o del día en que te felicitaron por hacer bien una labor.


Lo que más proporciona dicha es el sentirse íntimamente vinculado con el mundo y con las demás personas. Esto se logra participando en comunidad, siendo un miembro activo de la pareja y de la familia, compartiendo tiempo con los amigos, interesándote por el mundo en el que vives. En otras palabras, la felicidad es una consecuencia de abrazar al mundo y a la vida.


Por Edith Sánchez
 
Nunca te adaptes a lo que no te hace feliz


A veces lo hacemos, nos adaptamos a lo que no nos hace feliz como quien se calza un zapato a la fuerza pensando que es su talla, y al poco, descubre que es incapaz de caminar, de correr, de volar…La felicidad no duele y por tanto no debe oprimir, ni rozar ni quitar el aire, sino permitirnos ser libres, ligeros y dueños de nuestros propios caminos.


Hace unos años una marca de jabones que comercializaba su producto para entornos laborales lanzó al mercado una gama en concreto que obtuvo bastante éxito. Impresa en la propia pastilla de jabón aparecía la fraseHappiness is Busyness” (felicidad es estar ocupado).




“El mundo prefiere sabiamente la felicidad a la sabiduría”


-Will Durant-


Si bien es cierto que líneas como el concepto de “flujo” Mihaly Csikszentmihalyi enfatiza la idea de que concentrarnos en una tarea en cuerpo y alma puede darnos la felicidad, en esta ecuación debe añadirse sin duda el factor que hace referencia a si esa tarea nos es significativa o no. De hecho, muchos trabajadores veían con triste ironía el eslogan de esos jabones, porque no todos se sentían felices por llevar a cabo una tarea que, si bien les aportaba una remuneración económica, lo que no tenían era bienestar psicológico.


Podríamos decir, casi sin temor a equivocarnos, que una buena parte de nosotros nos adaptamos casi a la fuerza a muchas de nuestras rutinas cotidianas, incluso siendo conscientes de que no nos hacen felices (o utilizando el símil de los zapatos, que nos hacen ampollas). Es como ir en el interior de una noria que nunca para de girar. El mundo, la vida, acontece nerviosa y perfecta ahí abajo, inaccesible y risueña, mientras nosotros seguimos cautivos de nuestras rutinas…




Nos adaptamos para sentirnos seguros

De niños nuestros padres nos ataban con un doble nudo los zapatos o zapatillas para que no se desataran y no tropezásemos. Nos arropaban bajo las mantas y la colcha con sumo cariño, subían hasta arriba las cremalleras de nuestros abrigos y chaquetas para que estuviéramos bien calentitos, atendidos, cuidados.




Muchas de esas veces estábamos algo incómodos por toda esa presión corporal, pero si había algo que sentíamos era seguridad. A medida que nos hacemos mayores y adquirimos responsabilidades de adultos, esa necesidad por sentirnos seguros sigue muy presente. Sin embargo, esta indefinible pulsión por la búsqueda continua de seguridad muchas veces no dirige nuestro comportamiento desde nuestra consciencia.


Por curioso que parezca, el más sensible frente a esta necesidad es nuestro cerebro. No le agradan los cambios, los riesgos ni aún menos las amenazas. Es él quien nos susurra aquello de “adáptate aunque no seas feliz, porque la seguridad garantiza la supervivencia”. Sin embargo, y esto debemos tenerlo claro, la adaptación no siempre no va de la mano de la felicidad; entre otras razones porque esta adaptación muchas veces no se produce.




Hay quien sigue manteniendo el vínculo de su relación de pareja sin que exista un amor real, sin que haya una complicidad auténtica ni aún menos felicidad. Lo importante para algunos es escapar de la soledad y para ello no dudan en adaptarse a la talla de un corazón que no va con el suyo.


Lo mismo ocurre a nivel laboral. Son muchas las personas que optan por mostrar lo que se conoce como “un perfil bajo”. Alguien dócil, manejable, alguien que llega a bajar méritos y estudios cuando redacta su currículum porque sabe que es el único modo de adaptarse a determinadas jerarquías empresariales.




Es como si en nuestra mente existiera un nuevo eslogan grabado, como el de la empresa de jabones citada al inicio: “Adaptarse o morir, renunciar para subsistir”.


Ahora bien… ¿de verdad merece la pena morir de infelicidad?

Para ser feliz hay que tomar decisiones

A pesar de que nuestro cerebro sea resistente al cambio y nos invite elegantemente a permanecer en nuestra zona de confort, está diseñado genéticamente para hacer frente a los desafíos y sobrevivir ante ellos. De hecho, hay un dato relacionado con esto mismo que nos invita a la reflexión.


“La felicidad no está en el exterior, sino en el interior, de ahí que no dependa de lo que tengamos sino de lo que somos”


-Pablo Neruda-


Los investigadores Richard Herrnstein y Charles Murray definieron hace unos años un concepto denominado “Efecto Flynn”. Se ha observado que año a año las puntuaciones del cociente intelectual siguen subiendo. Esto se debe, entre otros factores, a que la vida moderna actual está cada vez más llena de estímulos: tenemos más acceso a la información, interactuamos más y nuestros niños de ahora procesan cada vez más rápido todos estos datos, todos estos estímulos relacionados con las nuevas tecnologías.




Ahora bien, hay un aspecto esencial del que psicólogos, psiquiatras, sociólogos y antropólogos son muy conscientes: un CI elevado no siempre va de la mano de la felicidad. Parece que eso de ser feliz y disponer de un entramado neuronal más extenso y fuerte no siempre garantiza nuestro bienestar psicológico. Es extraño y desolador a la vez.


¿Qué está pasando entonces? Nos hemos adaptado a esta sociedad de la información pero a la vez, nos recluimos en nuestras zonas de confort como quien mira la vida pasar, inventando un sucedáneo felicidad, una marca blanca que ha instantes caduca y nos aboca al estrés y la ansiedad…


Se nos olvida, tal vez, que para ser feliz hay que tomar decisiones, que hay que librarnos de los zapatos ajustados y atrevernos a caminar descalzos, se nos olvida que el amor no tiene por qué doler, que la docilidad en el trabajo nos acaba quemando y que a veces, hay que hacerlo, hay que desafiar a quién nos somete y salir por la puerta de entrada para crear nuestro propio camino. Nuestra propia felicidad.


¿Qué tal si empezamos hoy mismo?

Por Valeria Sabater
 
Si tienes que forzarlo, no es tu talla (anillos, zapatos, relaciones…)


Si tienes que forzarlo, no es tu talla. Esta afirmación es válida para cualquier elemento que de alguna manera tenga que encajar con nosotros, ya sean prendas de ropa o relaciones, amistades, etc.


Muchos se identificarán con esa situación en la que vemos una prenda que nos encanta, preguntamos y nos dicen que nuestra talla se ha agotado. Entonces pedimos una talla más grande o más pequeña, para ver si hay suerte. Muchas veces nos empeñamos en que algo nos encaje y no nos damos cuenta de que en realidad nos está haciendo daño.




La inercia, los mensajes dañinos que nos envía la sociedad, las expectativas, las oportunidades… Todo esto, traducido en una relación disfuncional, solo puede tener un resultado: el dolor.


Lo que origina esto es la falta de amor. Pero no de cualquier tipo de amor, sino de amor propio específicamente. Es un verdadero triunfo atreverse a dejar a un lado nuestras esperanzas y abrir los ojos para darnos cuenta de que los buenos sentimientos no se acompañan nunca de sometimiento.


Si no es tu talla, no lo fuerces, el amor no se mendiga



El amor no se mendiga ni se ruega. Si no nos quieren, empeñarnos en que lo hagan es un su***dio emocional asegurado. No podemos esperar que ocurra un milagro y el amor surja. Mucho menos podemos mantener esas expectativas a costa de nuestra salud emocional y de nuestra libertad.




De esto tiene mucha culpa la educación que recibimos. Así, por ejemplo, estamos cansados de que una y otra vez aparezcan en nuestros televisores películas que fomentan la dependencia y que atribuyen a cualquier relación la capacidad de superar cualquier tipo de obstáculo.


Esto no es así, una relación que aprieta y duele está impidiéndonos crecer y oprimiendo nuestra capacidad de respirar libremente. Es casi tan simple como que si nos estamos ahogando, debemos salir del agua. Ahora, salir de una relación tortuosa habitualmente no es fácil y, sobre todo, da mucho miedo…


Cicatrizar las heridas que se han generado al forzar la relación

Hay una realidad muy bonita en relación a las perlas que nos ayuda a ilustrar cómo podemos sanar las heridas que han surgido de una relación de amor o de amistad forzada. Vamos a verlo…


En este sentido, lo primero que debemos saber es que una ostra que no fue herida de alguna manera, no produce perlas, pues la perla es una herida cicatrizada. Las perlas son productos del dolor, resultados de la entrada de una substancia extraña o indeseable en el interior de la ostra, como un parásito o un grano de arena.




En la parte interna de la ostra es encontrada una sustancia lustrosa llamada nácar. Cuando un grano de arena penetra en ella, las células del nácar comienzan a trabajar y lo cubren con capas y más capas, para proteger el cuerpo indefenso de la ostra. Como resultado, se forma una linda perla.


Sabiendo esto podemos hacer nuestro este proceso en forma de metáfora. Cicatrizar las heridas no es nada fácil, pero es el único camino que nos ayudará a cerrar una dolorosa etapa en nuestra vida.


Cuando se toca fondo


Que el mundo se desmorona, que estamos tocando fondo, que no vamos a poder estabilizar nuestra vida sin la presencia de esa persona o de ese grupo de relaciones que tanto nos importaban… Todas estas sensaciones negativas son normales en situaciones de adversidad emocional.
Sin embargo, esa misma “debilidad” que tanto nos asusta puede ser usada para reforzarnos. Para ilustrar esto vamos a echar mano de la técnica llamada Kintsugi que los japoneses usan para reparar piezas rotas. Esta consiste en recomponer los pedazos de las piezas de cerámica rotas con oro, de tal manera que lo que una vez se rompió, ahora se convierte en la parte más bella y fuerte.


Si echamos mano de la sabiduría oriental para comprender esto, entendemos que aquello que nos ha hecho sufrir también nos proporciona valor. Es más, la belleza de nuestra rotura dependerá de lo que profundicemos en nuestro interior y de cómo trabajemos nuestro dolor.


Atendiendo a esto, es bueno que pongamos empeño en bordar con oro los desgarros de nuestras vestiduras, que aceptemos la necesidad de cerrar círculos, decir adiós y no complicarnos la vida intentando una y otra vez encajar un vestido que no nos sirve.


Intentar rehacer un libro con una historia que ya se mostró sin futuro en otras ocasiones, empeñarnos en una talla que no es la nuestra, es engañarnos a nosotros mismos. Por eso debemos ser conscientes de una herida no se logra sanar si estamos enredando con ella de manera constante.


Puede que nos queden cicatrices, sí, pero siempre podremos lucirlas con orgullo y, sobre todo, con total libertad sin que nada nos apriete.


Por Raquel Aldana
 
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