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No sé si he contado que una amiga se iba a casar, hace ya años. Organiza la boda en una provincia a la que está vinculada folklóricamente, no porque sea de allí, ni tenga nada que ver, solo es que por folklore, o por guay o por vete tú a saber, le gusta ese entorno. Pilla fecha a año vista, parece que comienza con los preparativos y manda la invitación. Confirmo asistencia. Pasan los meses y me digo el mes antes: Voy a llamarla para ver cómo lo lleva la muchacha. Me cuenta que la boda la había cancelado hace un mes, no sé a qué estaba esperando para decírmelo, menos mal que yo no había reservado todavía hotel, ni el modelito, ni había pagado el regalo de la lista de boda ni nada, no sé quién me habría indemnizado a mí por daños y perjuicios.Yo, mí, me, conmigo y mi ombligo otra vez. Es impresionante que no tengan en cuenta el follón de desplazamientos que suele tener la gente antes de comenzar a ejercer la carte del me pico y no respiro.
Uno de mis queridos primos mayores se casó hace no mucho, casi sin tiempo para organizar para que su suegro pudiera llegar a la boda. Nos invitaron, pero justo teníamos billetes para ir a ver a mis suegros por entonces y que la nena viera a los abuelos. Entendieron perfectamente que no pudiéramos ir (aunque yo estuve mirando combinaciones para aunque fuera ir sola, mil km de nada de distancia), de hecho, entendían que sólo hubiéramos ido si nos pillaba un poco de paso en vacaciones para ver a la familia,y no quisieron aceptar ningún tipo de regalo por nuestra parte, que por supuesto, recibieron porque nos salía del corazón.