Voy a contar una cosa aunque sé que es peligroso. Y también sé que es posible que sea objeto de mofa y escarnio por otros lares. Pero si le puede servir a alguien me bastará.
Hace unos años atravesé por una serie de acontecimientos traumáticos, experiencias tan fuertes (pero tanto) que no he contado a prácticamente nadie (a mi psicóloga de entonces me costó más de un año hacerlo porque era incapaz de verbalizarlas). Todo eso unido a una serie de problemas a los que no le veía solución y a un sentimiento de culpa (en gran parte infundado pues fui más víctima que otra cosa, de personas y de circunstancias y accidentes desgraciados). Todo ello ocurrió en un relativamente breve periodo de tiempo. Y sí, pensé en el su***dio. A veces casi obsesivamente. Hasta le pedí a ciertas personas que si me pasaba algo cuidaran de lo que más quiero. Ya no podía soportar más dolor. Un día más se me hacía un siglo. Todo lo que veía era oscuridad y todo lo que sentía era dolor. Así un día tras otro. Uno de esos días, uno más porque no fue la única vez, me encontraba en el balcón, aferrada a la barandilla y pensando en arrojarme y terminar de sufrir. Fue una situación en la que sientes que el mundo se para y no piensas en otra cosa, fue un inpasse extraño, sólo pensaba si me tiro se acabó, se acabó el dolor. En ese momento sentí como si una mano me acariciara la espalda y fue como despertar. Vi en mi mente la cara de mi hijo y pensé que no podía hacerle eso, que le iba a dejar desprotegido. Y me retiré. Eso me devolvió la fe. No en nada concreto sino en que hay algo más. Puede que haya a quienes les pueda parecer una alucinación pero yo lo sentí como algo real.
Hoy en día me alegro de no haberlo hecho. Aunque sigo lidiando con algunas cosas, he conseguido sobreponerme, canalizar muchos de esos recuerdos y encauzar mi vida en una buena dirección. (No sin mucho trabajo interior por mi parte.) Y me siento enormemente afortunada. Pero sé lo que se siente en esos momentos. Y sé lo que es estar a un segundo.
Y cada vez que pienso en esos críos/as que se suicidan por el bullying, por poner un ejemplo, se me ponen los pelos de punta. Porque entiendo perfectamente lo que supone estar en la situación de pensar que ya no vas a poder soportar ni un día más. En ese momento no hay mañana, no hay salida, sólo hay un dolor tan profundo, intenso y agotador que te llena por entero.
Por eso me causa desazón leer ciertas cosas acerca de los suicidas o de quienes se dan a ciertos elementos evasivos (pueden ser substancias o de otro tipo). Veo a los demás como icebergs, de los que sólo vemos la punta pero lo grueso está bajo la superficie. Puedes pensar que la vida de alguien es perfecta pero la verdad es que no tenemos ni idea de lo que hay debajo de esa superficie.
Eso no quiere decir que no haya personas que me produzcan desprecio, como aquellos quienes se han forrado a costa de arruinar a otros. (Hay gente mala, hay gente que carece de empatía, hay quienes harían cualquier cosa por ambición. Muchos somos sólo seres humanos.) Pero ante ciertas conductas autodestructivas siento compasión y empatía. Porque nadie llega a eso por capricho. Y quien seriamente piensa en el su***dio, no quien sólo quiere llamar la atención, lo hace porque ya no puede más. Y no es algo sencillo.
Hace unos años atravesé por una serie de acontecimientos traumáticos, experiencias tan fuertes (pero tanto) que no he contado a prácticamente nadie (a mi psicóloga de entonces me costó más de un año hacerlo porque era incapaz de verbalizarlas). Todo eso unido a una serie de problemas a los que no le veía solución y a un sentimiento de culpa (en gran parte infundado pues fui más víctima que otra cosa, de personas y de circunstancias y accidentes desgraciados). Todo ello ocurrió en un relativamente breve periodo de tiempo. Y sí, pensé en el su***dio. A veces casi obsesivamente. Hasta le pedí a ciertas personas que si me pasaba algo cuidaran de lo que más quiero. Ya no podía soportar más dolor. Un día más se me hacía un siglo. Todo lo que veía era oscuridad y todo lo que sentía era dolor. Así un día tras otro. Uno de esos días, uno más porque no fue la única vez, me encontraba en el balcón, aferrada a la barandilla y pensando en arrojarme y terminar de sufrir. Fue una situación en la que sientes que el mundo se para y no piensas en otra cosa, fue un inpasse extraño, sólo pensaba si me tiro se acabó, se acabó el dolor. En ese momento sentí como si una mano me acariciara la espalda y fue como despertar. Vi en mi mente la cara de mi hijo y pensé que no podía hacerle eso, que le iba a dejar desprotegido. Y me retiré. Eso me devolvió la fe. No en nada concreto sino en que hay algo más. Puede que haya a quienes les pueda parecer una alucinación pero yo lo sentí como algo real.
Hoy en día me alegro de no haberlo hecho. Aunque sigo lidiando con algunas cosas, he conseguido sobreponerme, canalizar muchos de esos recuerdos y encauzar mi vida en una buena dirección. (No sin mucho trabajo interior por mi parte.) Y me siento enormemente afortunada. Pero sé lo que se siente en esos momentos. Y sé lo que es estar a un segundo.
Y cada vez que pienso en esos críos/as que se suicidan por el bullying, por poner un ejemplo, se me ponen los pelos de punta. Porque entiendo perfectamente lo que supone estar en la situación de pensar que ya no vas a poder soportar ni un día más. En ese momento no hay mañana, no hay salida, sólo hay un dolor tan profundo, intenso y agotador que te llena por entero.
Por eso me causa desazón leer ciertas cosas acerca de los suicidas o de quienes se dan a ciertos elementos evasivos (pueden ser substancias o de otro tipo). Veo a los demás como icebergs, de los que sólo vemos la punta pero lo grueso está bajo la superficie. Puedes pensar que la vida de alguien es perfecta pero la verdad es que no tenemos ni idea de lo que hay debajo de esa superficie.
Eso no quiere decir que no haya personas que me produzcan desprecio, como aquellos quienes se han forrado a costa de arruinar a otros. (Hay gente mala, hay gente que carece de empatía, hay quienes harían cualquier cosa por ambición. Muchos somos sólo seres humanos.) Pero ante ciertas conductas autodestructivas siento compasión y empatía. Porque nadie llega a eso por capricho. Y quien seriamente piensa en el su***dio, no quien sólo quiere llamar la atención, lo hace porque ya no puede más. Y no es algo sencillo.
Última edición: