Mujeres en desigualdad

Las ugandesas publican el nombre de sus violadores en Twitter
#FreeSheena ha sido la última campaña digital de apoyo a una joven activista detenida por denunciar en la red social casos de violaciones y abusos sexuales y animar a que más mujeres lo hagan





Una participante en una protesta en Kampala, capital ugandesa, que sacó a miles de mujeres a las calles para denunciar la violencia machista, en junio de 2018.

Una participante en una protesta en Kampala, capital ugandesa, que sacó a miles de mujeres a las calles para denunciar la violencia machista, en junio de 2018. afp

Carlos Bajo Erro
Barcelona 10 MAR 2020 - 18:15 ART

“El sistema sigue siendo sexista y continúa acosando a las supervivientes de la violencia sexual. Antes de llegar delante de un juez, depende de la policía cómo se presenta un caso y, hasta ahora, no han sido capaces de abordarlos desde una perspectiva no sexista”. Así es como explica Rosebell Kagumire, una conocida periodista y activista feminista ugandesa, la penúltima campaña digital de defensa de los derechos de las mujeres en su país, #FreeSheena. El movimiento feminista en este país de África Oriental ha conseguido protagonismo en los últimos años porque está explotando las herramientas digitales en un entorno en el que la libertad de expresión no está garantizada. Pero, también, porque es la válvula de escape de la reivindicación de un cambio radical de sistema.



El escándalo llamó a las puertas de la sociedad ugandesa desde Twitter mientras el año 2020 se desperezaba. En realidad, se había fraguado antes de que expirase 2019. Sheena Ahumuza Bagaine, una joven activista feminista, intercambiaba mensajes con unas amigas sobre el fin de semana cuando apareció una referencia a una situación de abuso por parte de un conocido de varias de ellas. Alguien, en esa conversación digital, pidió la identidad del sujeto para evitar que otras mujeres sufriesen sus abusos. Sheena no lo dudó y dio el nombre del individuo. Era el 30 de diciembre de 2019. A partir de ahí se desencadenó una discusión, entre usuarios y usuarias: unos defendían que ese tipo de acusaciones se deben presentar frente a las autoridades y otros consideraban que los abusadores deben ser expuestos públicamente; los conocidos del sujeto defendían su honorabilidad y otras mujeres aseguraban haber sido acosadas.


Mientras tanto, la usuaria que había lanzado la denuncia empezó a recibir mensajes de mujeres. Unas reforzaban la acusación del individuo; otras, ampliaban la lista de agresores compartiendo con ella sus experiencias de abuso. La conversación generó una corriente de discusiones, algunas acaloradas, pero también mucha solidaridad, sensibilidad y debate en torno al papel de las redes sociales en la denuncia de la violencia sexual.

Sheena decidió que debía hacer públicos esos nombres y el 2 de enero lanzó la apuesta definitiva: un hilo en el que compartía las capturas de pantalla de los mensajes que otras mujeres le habían enviado explicándoles sus experiencias, exponiendo a sus presuntos agresores con nombres y apellidos. “Algunos pueden ser desgarradores, pero un amigo tuyo puede ser un abusador”, advertía.



Una decena de hombres aparecían en estos mensajes. Y se desató la tormenta, los retuits, las disputas y las discusiones, incluidas las amenazas, pero también otros mensajes de contenido parecido y muchos animando a la tuitera y transmitiendo su apoyo. De nuevo, las redes en Uganda eran sacudidas por un escándalo que expone la violencia sexual que sufren las mujeres de manera habitual.

Uno de los aludidos advirtió a través de sus abogados a Sheena Ahumuza Bagaine que presentaría una denuncia judicial si no retiraba los tuits, pedía disculpas y pagaba 2.000 millones de chelines ugandeses (algo menos de 500.000 euros) en concepto de reparación de daños causados. La activista publicó un discreto “Vamos a la guerra” en Twitter.

El 20 de febrero, la comunidad de activistas digitales feministas ugadensas estaba de celebración: festejaban la sentencia absolutoria que había devuelto la libertad a Stella Nyanzi, todo un símbolo para este colectivo. La académica y escritora ugandesa fue detenida en noviembre de 2018, tras una acusación de ciberacoso contra el presidente Yoweri Museveni, por un poema publicado en Facebook en el que deseaba que nunca hubiese nacido. Nyanzi fue condenada a un año y medio de cárcel en agosto de 2019. Pero después de casi 15 meses de prisión preventiva, otro tribunal revocó la sentencia y ordenó su liberación.

La conversación generó una corriente de discusiones, algunas acaloradas, pero también mucha solidaridad, sensibilidad y debate en torno al papel de las redes sociales en la denuncia de la violencia sexual

Las activistas no tuvieron tiempo suficiente para festejar porque ese mismo día se extendió la noticia de la detención de Sheena Ahumuza Bagaine, curiosamente, para responder de los mismos cargos de ciberacoso en sus tuits. La comunidad de activistas desplegó inmediatamente la campaña #FreeSheena: una denuncia pública y una llamada de atención a las autoridades.

Las redes transmitían la indignación de activistas y usuarios no necesariamente comprometidos. La policía no había aclarado los casos de abusos, asaltos, acoso y violencia sexual que se habían hecho públicos en los mensajes del mes de enero de las redes sociales, pero actuaban contundentemente contra la autora de los mensajes.

La actividad fue intensa y, de nuevo, despertó en el país el debate acerca de la desigualdad y de la inseguridad de las mujeres. Los colectivos de defensa de sus derechos no se cansan de denunciar el creciente clima de violencia basada en el género y, sobre todo, las consecuencias para las víctimas y para la sociedad, porque se está transmitiendo una peligrosa sensación de impunidad. Una de las advertencias más repetidas durante la campaña de apoyo era que el arresto de Sheena mandaba a las víctimas el mensaje de no denunciar y seguir en silencio.



La campaña, en todo caso, fue tan corta como intensa. Al día siguiente de su detención, Sheena Ahumuza Bagaine fue puesta en libertad bajo fianza. En la estela de esa acción digital quedaba de nuevo una muestra de la resistencia de la comunidad feminista ugandesa y el debate social pendiente.

La también activista feminista Twasiima Patricia Bigirwa es categórica: “Está claro que el sistema perpetua los abusos, en Uganda se ha institucionalizado. El sistema que debería proteger a las víctimas, en realidad, les inflige más daño. Si sufres abusos, si has sido violada, si has sido asaltada y te has dirigido al sistema que tiene que protegerte, si has ido a la Justicia o a la Policía para que te proteja, te das cuenta de que termina en nada, porque es un sistema opresor. Tenemos que entender que el problema tiene que ver con una profunda estructura de desigualdad que incluye a nuestra policía, nuestros funcionarios, nuestras leyes y nuestras estructuras de decisión”.

Bigirwa recuerda, además, que hay muchos casos en los que el sistema incluso “protege a los agresores” y destaca las noticias en las que miembros de algunas instituciones aparecen implicados en casos de violencia u “oficiales de policía que escriben en periódicos artículos en los que se justifica la violación”. “Tenemos a legisladores que justifican la violencia contra las mujeres y siguen haciendo leyes”, se lamenta antes de sentenciar: “El sistema está yendo por un camino que muestra que las víctimas ni siquiera pueden acceder a la Justicia”.



Este contexto es el que explica para Bigirwa, pero también para Rosebell Kagumire, que las denuncias se realicen en las redes sociales y no ante la Policía o los jueces. “Se usa a la Policía”, advierte Kagumire, “para detener a las mujeres que hablan. Así es como se usa el mismo sistema que no protege a las mujeres y no investiga los casos de violencia sexual”. Y añade que la corrupción existente “implica que cualquier persona con dinero puede hacer que la Policía no escuche a las supervivientes y que se incremente el estigma”. Precisamente porque las muestras de valentía no significan que se haya reducido esa marca social, en la que insiste Twassiima Patricia Bigirwa: “Las mujeres no ganan nada denunciando una violación. Se habla de campañas de descrédito, pero es que ellas siempre van a salir perdiendo”. Y las dos activistas recuerdan el caso de Samantha Mwesigye, una funcionaria del Ministerio de Justicia que después de denunciar a un superior perdió su trabajo.


En todo caso, para Kagumire, el ejemplo de #FreeSheena y otras campañas anteriores, así como el uso de las redes sociales en las reivindicaciones feministas, está demostrado a las jóvenes ugandesas que pueden romper las barreras de silencio y denunciar sus experiencias. “Las herramientas digitales son un instrumento clave para mostrar que las mujeres jóvenes no están solas, aunque en ese caso Uganda no es una excepción”, señala Kagumire. Ella considera que estos dos recientes episodios, la liberación de Stella Nyanzi y la campaña de solidaridad con Sheena Ahumuza Bagaine, son “victorias de batallas”, pero que “hasta que las mujeres dejen de ser arrestadas en estas situaciones y no tengan que temer por sus vidas, no se podrá considerar una victoria total”.

Por su parte, Twassiima Patricia Bigirwa coincide en que no se pueden considerar victorias totales, “porque ni Stella ni Sheena deberían haber sido detenidas”. Para ella, “lo que muestran estas acciones no es que se haya ganado el combate, sino que las mujeres ugandesas rechazan la situación y van a seguir luchando”.

 
Cine de autor en Senegal para ensalzar a las mujeres africanas resilientes
La cuarta edición del festival 'Films Femmes Afrique' ofreció durante dos semanas una selección de 63 películas con un enfoque de género y un escenario común: África


La estilista, diseñadora y escenógrafa senegalesa Oumou Sy durante una charla dentro del festival.

La estilista, diseñadora y escenógrafa senegalesa Oumou Sy durante una charla dentro del festival. MARTA MOREIRAS

Marta Moreiras
Dakar 25 MAR 2020 - 20:23 ART

La sala estaba llena. El murmullo de la gente se fundía con el sonido de las palomitas mientras las luces se apagaban lentamente. El eco de las butacas desvelaba un público ansioso y expectante ante la proyección. Después de dos años, regresó Films Femmes Afrique (FFA), el primer festival cinematográfico senegalés que rinde homenaje a las mujeres africanas y a la lucha que lideran en el continente. En su cuarta edición y bajo el eje temático mujeres en resistencia, el certamen ofreció durante dos semanas una selección de 63 cintas con un enfoque de género y un escenario común: África.


Además de las proyecciones en la capital, Dakar, el programa incluía otras ocho ciudades para llegar a 12.000 espectadores en Senegal. Todas las actividades fueron gratuitas y para todos los públicos. Esta nueva edición, con múltiples espacios de proyección (cines, escuelas, centros de formación y plazas al aire libre en distintos barrios de Dakar), vino cargada de novedades, como la sección competitiva de largometrajes y cortos, varias clases magistrales sobre profesiones en el sector y dos mesas redondas sobre el acoso y la violencia contra las mujeres.

La historia de Papicha, una joven estudiante argelina que lucha por convertirse en diseñadora de moda y estilista en Argel durante la guerra civil (1991-2002), fue la encargada de inaugurar el festival. Censurada en Argelia, acogida en Cannes, seleccionada para los Oscar y recientemente ganadora de dos premios César, Papicha desembarca en Dakar ante un auditorio conmovido por la mezcla de belleza y dureza de las imágenes. Dirigida por Mounia Meddour, narra la historia de Nedjma y sus amigas, que sueñan con hacer un desfile de moda en la universidad, pero la tensión política y social que vive el país, sacudido por una ola de violencia y de atentados terroristas, amenaza con impedirlo. La película es una oda a la resistencia de las mujeres durante la década negra en el país.

Films Femmes Afrique nace en 2004 con el propósito de acercar el cine independiente sobre mujeres al gran público senegalés. Desde entonces, no ha parado de crecer. En cuatro ediciones, cuenta con más de 150 películas proyectadas y 30.000 espectadores repartidos por todo el país. A través del drama y de la comedia, tanto en ficción como en clave documental, el festival ofrece un programa variado y lleno de películas valientes que no titubean a la hora de abordar temas tan polémicos y delicados como la amenaza del extremismo, la resistencia a las costumbres y tradiciones, la opresión política o el acoso sexual. Con el fin de repensar el papel y el lugar de la población femenina en la sociedad, desarrollar el sentido crítico y luchar por la igualdad de derechos, FFA demuestra que el cine africano con enfoque de género, además de estar en plena forma, destaca por la calidad y variedad de propuestas.

El certamen también ofrece un espacio para que los nuevos realizadores africanos proyecten sus trabajos

El festival también ofrece un espacio para que los nuevos realizadores africanos proyecten sus trabajos. Este año, Mamadou Dia presentó su primer largometraje que aborda el incremento del extremismo religioso en un pueblo de Senegal. Con una realización excelente, repleta de detalles y de imágenes cautivadoras, Baamum Nafi relata la disputa entre dos hermanos por el matrimonio de sus hijos. El joven director asegura que el rodaje ha sido duro debido a la escasez de ayudas para la producción de obras cinematográficas en el país, y aprovechó la ocasión para animar a los nuevos realizadores. “Esta es una profesión dura, pero hay que resistir y sacar adelante los proyectos cueste lo que cueste”, comentaba Dia la noche del estreno.

“La propuesta técnica es muy importante en el cine, analizamos tanto la narrativa como la interpretación de los actores y la puesta en escena”, afirmaba Fama Sow Sall, realizadora senegalesa y miembro del jurado del certamen. “Este año hay doce largometrajes en competición, la elección es difícil, todas las propuestas son potentes y el nivel es muy alto”, añade. El jurado estuvo integrado por otros cuatro expertos de la industria: Fatou Kiné Sène, periodista cultural y crítica de cine; Rokhaya Niang, actriz; Joseph Sagna, director de producción; y Pape Seck, realizador. “Sobre todo buscamos películas que nos muevan, que nos emocionen”, concluye Sow.

Proyección de la película 'Camille' en el auditorio del Instituto Francés de Dakar.
Proyección de la película 'Camille' en el auditorio del Instituto Francés de Dakar. MARTA MOREIRAS

El premio al mejor largometraje se lo llevó Adam, la ópera prima de la directora marroquí Maryam Touzani, una película delicada que se cuela en la intimidad de dos madres solteras en Marruecos: Samia, una joven embarazada en plena huida, y Abla, una viuda que regenta una modesta pastelería y cría sola a su hija en Casablanca.

Además de las proyecciones, el festival ofrece espacios de diálogo. En el Centro Yennenga, tuvieron lugar las mesas redondas sobre el acoso y la violencia contra las mujeres, especialmente centradas en la nueva ley aprobada por la Asamblea Nacional de Senegal, que eleva las penas de prisión para los culpables de agresión sexual. Hasta ahora, se consideraba un simple delito y la condena oscila entre los cinco y 10 años de cárcel. Actualmente, la violación constituye un crimen, con penas de 10 años a cadena perpetua.

La oferta formativa se completó con la propuesta 7 jours pour 1 film, un taller de cine para mujeres profesionales y amateurs. En el transcurso de una semana, las jóvenes aprenden a rodar una película, desde la escritura del guion y hasta su difusión en la gran pantalla durante la ceremonia de clausura del festival. “Ha sido una gran experiencia”, comentaba Nana Marie Hélène, seleccionada para la formación. “Este era mi primer rodaje, fui asistente de cámara y aprendí mucho sobre técnica. Los formadores han estado muy disponibles durante toda la semana y nos han guiado en los distintos pasos de elaboración, desde la concepción y desarrollo de la idea, hasta el montaje y la postproducción. Ha sido una semana muy intensa y muy productiva”, concluye.

La programación de la última edición de FFA se completó con otras cuarenta películas fuera de competición, pero esenciales para comprender el panorama cinematográfico africano contemporáneo. Como Felicité, de Alain Gomis, #Femalepleasure, de Barbara Miller, o la aclamada Atlantique, seleccionada para representar a Senegal en los Oscar. Todas cintas independientes que se han paseado por los mejores festivales cinematográficos del mundo cosechando premios en Locarno, Cannes, Berlinale, Cartago, El Cairo, o Leipzig.

Una de las mesas redondas y clases magistrales de cine en el Centro Yennenga, un espacio de formación e incubadora de cine en Dakar.

Una de las mesas redondas y clases magistrales de cine en el Centro Yennenga, un espacio de formación e incubadora de cine en Dakar. Marta Moreiras

 
Represión y liberación: cuando el arte se usó para aleccionar a las mujeres (y cómo ellas le han dado la vuelta)
El periodista Peio H. Riaño acaba de publicar 'Las invisibles', una guía-ensayo feminista para comprender el museo que nos invita a pensar en lo político del arte. Tomamos el testigo y hacemos un recorrido por algunas obras en las que el patriarcado queda retratado




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A la izquierda, 'Susana y los viejos' (1610), de Artemisia Gentilsechi; a la derecha, 'Lucrecia' (1534), de Lucas Cranach el Viejo, que representa la única salida posible para una mujer violada en la Antgua Roma, un modelo de virtud también para el mundo renacentista.

Ianko López
4 MAR 2020 - 09:20 ART

Una mujer rechaza los avances de su pretendiente que, desesperado, se suicida. Tras la muerte de ella, ambos son condenados a repetir durante años una escena en la que él la asesina salvajemente en el bosque. Una y otra vez, cada viernes sin falta, sucede el crimen. El políptico Nastagio degli Onesti (1483), de Sandro Botticelli, se considera una de las obras más hermosas que pueden verse en el Museo del Prado, pero debería ser una de las más horribles para el visitante contemporáneo. Encargada como regalo de bodas, tenía un claro propósito aleccionador para la joven esposa.


Peio H. Riaño, periodista e historiador de arte, la cita en su libro Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? como uno de los múltiples ejemplos de moralidad patriarcal en el arte. "La pintura representa un feminicidio, y lo peor de todo es que el museo no lo cuenta como tal", explica. "La mayoría de las pinacotecas no se han movido de un discurso anacrónico, que sigue operando desde el siglo XIX". Una conclusión similar puede extraerse de un detalle de la Mesa de los pecados capitales (c.1505), de El Bosco, donde una dama contempla su belleza en un espejo sostenido por un demonio. "Aquí la lección es que las mujeres que optaban por cuidarse dejaban de pensar en Dios e incurrían en el pecado de la soberbia y eran, además, la perdición del hombre".

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'Nastagio degli Onesti' (1483), de Sandro Botticelli

Como el instrumento de propaganda que siempre ha sido, el arte ha reflejado en cada momento los valores morales imperantes. Así que, si lo contemplamos desde una mirada crítica, aprenderemos mucho sobre el sometimiento que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia. Todos esos castigos ejemplares, esa glorificación del su***dio y la crueldad, y esa culpabilización del cuerpo femenino resuenan hoy de manera muy distinta. "Con la historiografía feminista ha habido un movimiento de tierras que también está reeducando a las personas que dirigen museos y, de hecho, ya se aprecian algunos pasos en la National Gallery de Londres, la Tate Liverpool o el Musée d’Orsay", aprecia Riaño.

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'Mesa de los pecados capitales' (c.1505), de El Bosco.


Las invisibles nos invita a pensar sobre las veces que el arte se usó (y se usa aún hoy) para reprimir a las mujeres. Pero, ¿y aquellas otras ocasiones –por desgracia, también invisibles– en que les sirvió para rebelarse contra esa represión? A continuación proponemos una mirada distinta de la que hasta ahora se ha difundido sobre algunas obras de arte. Un recorrido hasta la actualidad por piezas que presentan, por un lado, las actitudes que toda mujer debería contemplar según el aleccionamiento patriarcal, y otras obras sobre las que no se han posado tantos focos precisamente porque reivindican su soberanía y libertad. Hay que decirlo: esto último ha ocurrido sobre todo cuando las autoras eran ellas.

'Lucrecia' (1534), de Lucas Cranach el Viejo

Según los historiadores de la Antigua Roma, la joven patricia Lucrecia fue violada por Tarquinio el Soberbio, último de los reyes etruscos. La salida que entonces se consideraba más sensata a semejante situación, la única que preservaba la honra de la mujer, era el su***dio. Así que, después de explicar lo sucedido a su padre y a su esposo, se quitó la vida clavándose una daga en el pecho. Por mucho que todo esto se contemple como una barbaridad desde los ojos actuales, Lucrecia se convirtió en un ejemplo de virtudes para el mundo romano, y también para el renacentista.

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'Lucrecia' (1534), de Lucas Cranach el Viejo.


'La muerte de Acteón' (c.1559-1575), de Tiziano

La cosa evoluciona en la representación del mito griego de Acteón. La diosa Artemisa estaba bañándose desnuda en un río, cuando descubrió al cazador Acteón espiándola. Como castigo, ella lo convirtió en un ciervo, y sus propios perros de caza lo devoraron sin compasión. La historia dio para muchos cuadros renacentistas y barrocos, la mayoría centrados en la parte en la que la diosa y sus compañeras muestran su desnudez (entre ellos, alguno del propio Tiziano). Esta obra alude al terrible castigo aplicado por una diosa sedienta de venganza, dando la vuelta a los casos anteriores. Por algo se empieza.

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'La muerte de Acteón' (c.1559-1575), de Tiziano.


'Judit y Holofernes' (1595), de Lavinia Fontana

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'Judit y Holofernes' (1595), de Lavinia Fontana.

Para mujer empoderada, la Judit del Antiguo Testamento. Tras seducir al general asirio Holofernes, que se disponía a destruir su ciudad, Betulia, y colarse en su tienda haciéndole creer que allí va a haber tomate, le corta la cabeza. Las representaciones artísticas más conocidas son las de Caravaggio y la de la pintora Artemisia Gentileschi, pero quizá la más original es esta de Lavinia Fontana en la que Judit parece una superheroína de Marvel, y la cabeza de Holofernes una ridícula máscara de carnaval. ¿Burla avant la lettre de la masculinidad tóxica? En todo caso, es un interesante giro de guion para una historia más sobre mujeres fatales.

'Susana y los viejos' (1610), de Artemisia Gentilsechi

Esta otra historia de la Biblia nos recuerda a distintos elementos de las de Nastagio, Lucrecia o Acteón. La casta Susana habría rechazado a dos ancianos que la espiaban mientras se bañaba, y los tipos, como venganza, la denunciaron por adulterio. Como en el mundo antiguo la mujer poseía nula credibilidad, la sentencia la condenó a morir por lapidación. Por fortuna, el profeta Daniel vino en su ayuda y al final fueron los viejos quienes finalmente resultaron ejecutados. Gentilsechi, que poco después de pintar este cuadro fue violada, pudo comprobar en el correspondiente juicio que por desgracia las cosas no habían cambiado mucho desde tiempos tan antiguos.

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'Susana y los viejos' (1610), de Artemisia Gentilsechi.


'Belleza revelada' (1828), de Sarah Goodridge

Considerado pecaminoso, tentador o bien un simple objeto de deseo, es raro que antes del siglo XX el arte mostrara el cuerpo desnudo de la mujer como algo más complejo. Por eso es una maravillosa rareza este autorretrato de la miniaturista estadounidense Sarah Goodridge, que pintó sus propios pechos en un acto de afirmación femenina muy poco decimonónico.

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'Belleza revelada' (1828), de Sarah Goodridge.


'La aparición' (1876), de Gustave Moreau

En cambio, representar a la mujer como mujer fatal, destructora arbitraria de los hombres, sí fue algo muy habitual en el siglo XIX. Este cuadro del simbolista Moreau es una obra tan fascinante como misógina, en la que la cabeza de San Juan Bautista se le aparece a Salomé, la mujer que la había hecho cortar. Hay al menos cierta ambigüedad en una escena llena de erotismo, porque no sabemos si ella está horrorizada por la aparición (que sería su castigo) o bien se muestra encantada ante la posibilidad de un amor más allá de la muerte.

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'La aparición' (1876), de Gustave Moreau.


'El espejo psiqué' (1876), de Berthe Morisot

De nuevo, un tópico machista subvertido. La vanidad de la mujer que se mira en el espejo se convierte aquí en introspección psicológica. No es casualidad que la autora sea también una mujer, una de las pocas pintoras impresionistas. Otras artistas han vuelto una y otra vez a la imagen de la mujer ante el espejo, convirtiéndola casi en un género en el que ha destacado la excelente fotógrafa Nan Goldin.

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'El espejo psiqué' (1876), de Berthe Morisot.
 
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'Amor y dolor (El vampiro)' (1895), de Edvard Munch

Esta obra, de la que Munch pintó varias versiones, ha sido objeto de muchas disquisiciones. Muchas de ellas han visto en la mujer una especie de mantis religiosa que aprisiona al hombre con su abrazo. De hecho, aunque en principio su título no hacía referencia al vampirismo, el escritor y crítico Stanisław Przybyszewski decidió cambiar el nombre de lo que él interpretaba como un hombre sumiso ante el oscuro poder femenino.

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'Amor y dolor (El vampiro)' (1895), de Edvard Munch.


'Lady Lilith' (1897), de Dante Gabriel Rossetti

Otra mujer que contempla su propia belleza ante el espejo. Además, su título hace referencia a la que, según la tradición hebrea, habría sido la primera mujer de Adán (antes que Eva), para después convertirse en una bella y temible diablesa asesina de niños. Como mujer fatal no se puede llegar más lejos.

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'Lady Lilith' (1897), de Dante Gabriel Rossetti.


'La alcoba / Autorretrato con Nico Papatakis' (1941), de Leonor Fini

La pintora surrealista Leonor Fini hizo aquí lo contrario que el Manet de Déjeuner sur l’herbe al mostrar a una mujer cubierta (ella misma) junto a un hombre jovencísimo y deseable que muestra más piel. Papatakis, por cierto, sería después objeto de deseo de Jean Genet, abriría un cabaret, emprendería una carrera como cineasta de vanguardia, se casaría sucesivamente con las actrices Anouk Aimée y Olga Karlatos y tendría un complejo romance con la cantante Nico. Se convirtió en todo un homme fatale, algo que ya avanza la mirada visionaria de Fini.

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'La alcoba / Autorretrato con Nico Papatakis' (1941), de Leonor Fini.


'Lee Miller en la bañera de Hitler' (1945), de Lee Miller y David E. Scherman

Irrumpir en el cuarto de baño de Hitler y hacerse una foto dentro de su bañera el día mismo en que él se suicidó es, entre otras cosas, una performance extrema. Pues eso es lo que hizo el 30 de abril de 1945 la fotógrafa norteamericana Lee Miller. Hay que fijarse en los detalles de la puesta en escena, desde las botas embarradas ensuciando la alfombrilla hasta la foto del genocida sobre la repisa. Con esto, Miller no solo bailaba figuradamente sobre la tumba de un dictador sino que, de alguna forma, también se vengaba del lado más oscuro de la masculinidad, que ella había sufrido en sus propias carnes desde niña, cuando fue violada.

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'Lee Miller en la bañera de Hitler' (1945), de Lee Miller y David E. Scherman.


'Tapp-und Tastkino' (1968), de Valie Export

La austriaca Valie Export fue una pionera de la performance corporal y el discurso artístico feminista. En una de sus creaciones más osadas, colocaba una especie de escenario teatral portátil alrededor de su cuerpo desnudo, y así salía a la calle, invitando a los hombres (también a mujeres y niños) a que la manosearan a través de los cortinajes. Podría pensarse que con ello ponía en peligro su integridad física. Lejos de eso, lo que sucedía era que muchos de los hombres se amedrentaban, pues la sexualidad femenina abierta y desatada supone una flagrante amenaza para el patriarcado. Export fue incluso llamada "bruja" por algunos medios, un término por supuesto lleno de connotaciones.

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'Tapp-und Tastkino' (1968), de Valie Export.


'Rape scene' (1973), de Ana Mendieta

Ana Mendieta, artista cubano-estadounidense nacida en La Habana en 1948, fallecería en 1985 en circunstancias no aclaradas durante una discusión con su pareja, el también artista Carl Andre. Él sería acusado de la muerte, pero un jurado lo absolvió por "duda razonable". Y esa duda sigue pendiendo sobre el caso. Entre las obras tempranas de Mendieta destaca esta acción inspirada en el impacto que le produjo la violación y asesinato de una estudiante. Al reproducir al detalle la escena del crimen, sangre incluida, Mendieta nos exponía al horror puro para remover nuestras conciencias.

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'Rape scene' (1973), de Ana Mendieta.


'Interior scroll' (1975), de Carolee Schneemann (Fotos de Anthony McCall)

Si la exposición cruda del cuerpo de la mujer siempre ha resultado ofensiva: pensemos en El origen del mundo de Courbet, que desde la mirada masculina del siglo XIX, sigue perturbando por distintos motivos. Schneemann dio un paso más en el arte de la ofensa con esta performance que incluía la extracción de un largo rollo de papel del interior de su vagina. La diferencia es que ella era una mujer, y que esta reapropiación de su propio cuerpo multiplica la capacidad subversiva de la obra.

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'Interior scroll' (1975), de Carolee Schneemann (Fotos de Anthony McCall)

'Autorretrato como fuente' (2001), de Cabello / Carceller

El binomio de artistas españolas Cabello / Carceller logró una de sus piezas más reconocidas (aún estuvo en este último ARCO) con esta foto que las muestra utilizando unos urinarios teóricamente reservados a los hombres. Con ello cuestionaban la asignación de roles sexuales y sociales, y además realizaban una mordaz alusión a la Fuente de Duchamp –una obra que investigaciones recientes han atribuido a una artista femenina–, y también a una célebre foto de Bruce Nauman con el mismo título.

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'Autorretrato como fuente' (2001), de Cabello / Carceller

'Mear en espacios públicos y privados' (2001-2012), de Itziar Okariz

Esta serie de acciones documentadas en vídeo en las que Okariz orina de pie en diversos espacios vendría a ser el complemento perfecto de la foto de Cabello / Carceller. Ofensiva para muchos, decididamente reivindicativa, la artista vasca marca su territorio como tradicionalmente solo se le había permitido a un hombre.

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'Mear en espacios públicos y privados' (2001-2012), de Itziar Okariz


 
prostit*ción y trata: mujeres aún más vulnerables ante la emergencia sanitaria

"Si no tengo para comer, ¿qué hago?" se pregunta Stefanía, una colombiana que ejerce la prostit*ción. Ninguna de las medidas adoptadas por el Gobierno hasta la fecha sirven para aliviar la situación de vulnerabilidad en la que viven y que se ha acrecentado exponencialmente desde que se decretaran las medidas de confinamiento.

"La semana anterior al confinamiento fue buena. Hice unos 830 euros que me sirvieron para mandar dinero a mis padres, pagar mi habitación y comprarme algunas cosas de comida e higiene. Ahora sólo me quedan 50 euros y me tocará llamar a algún cliente de confianza que con migo ha sido bueno".

Quién habla es Stefanía, el nombre ficticio de una mujer de 23 años que hace seis meses llegó de Colombia para ganarse la vida. Cuando le preguntamos por teléfono si no tiene miedo de contagiarse o contagiar a alguien, responde: "Si estuvieras en mi lugar, ¿tú que harías? ¿Cómo como? ¿Como pago? ¿Cómo comen mi mamá y mi papá? Tengo que comer vivir y mantener a mi familia en Colombia que dependen de mí".

"Yo no vine a esto", explica, "pero sin papeles nadie me daba trabajo. Venimos engañadas porque nos aseguran que aquí hay trabajo y te puedes ganar la vida, pero las oportunidades no existen. Sólo hay una salida y terminas en la prostit*ción".

"Lo que estamos viendo en nuestro día a día con las mujeres en prostit*ción y trata es que la desesperación las lleva a esto. No tienes nada que echar al estómago y piensas en tu salud. Pero tu salud también es comer. Ellas no han sido tenidas en cuenta en las ayudas económicas que han anunciado ni nos han dotado a las ONG que trabajamos con ellas de los mínimos fondos para poder asegurar su comida, que sería un primer paso para no pensar en buscar clientes", afirma Hodan, técnica de intervención de género en Médicos del Mundo.

"Si optara por esta opción", reconoce Stafanía, "tendría que buscarme un lugar donde ejercer, porque el club en el que trabajo ahora está cerrado por la cuarentena". Afirma que no se hace rica. Sólo consigue lo justo para comer, enviar lo justo a su familia y sobrevivir. Viven al día para pagar la deuda, muchas de ellas y para enviar dinero a los que dependen de su trabajo.


Artículo completo en https://www.publico.es/sociedad/pro...-mujeres-invisibles-emergencia-sanitaria.html
 
La esteticista que socorre a mujeres adictas a la heroína, la droga que arrasa en África
Desde 2010, su consumo en el continente ha crecido más rápido que en cualquier otra parte del mundo. Medio millar de mujeres han usado los servicios de 'Beauty Corner', un salón de belleza en Mombasa regenteado por una exdrogodependiente que les ofrece apoyo





La esteticista que socorre a mujeres adictas a la heroína, la droga que arrasa en África
Ilustración: DAUD.
Louise Donovan y Angela Oketch
Mombasa 28 MAY 2020 - 19:10 ART

Naima considera su trabajo con perspectiva. “No es para tanto”, masculla la esteticista autodidacta de 31 años frunciendo el ceño de frustración. Con delicadeza frota suavemente el párpado de su clienta con una esponja blanda de maquillaje, y con el lápiz de cejas a mano. Sigue frotando: aún no ha terminado.


Hace unos años Naima utilizó YouTube para aprender a hacer de todo, desde cómo teñir el pelo hasta cómo hacer una pedicura. Ahora está al frente de Beauty Corner, un pequeño, aunque perfectamente diseñado, salón de belleza en Mombasa. Entre semana, desde las ocho de la mañana, dispone sus herramientas y aguarda a que las mujeres atraviesen el umbral de su establecimiento.

Enfrente de ella, un espejo de tres metros junto a un batiburrillo de paletas de sombras de ojos brillantes y cestas de color rosa bebé repletas de rulos. Pero este no es un salón de belleza cualquiera: las mujeres que buscan los servicios de Naima son adictas a la heroína o se están recuperando. Situado en el Reachout Centre Trust, que ayuda a los habitantes de Mombasa a luchar contra la drogadicción, el salón abrió el año pasado con miras a atraer a más mujeres a sus servicios, que incluyen pruebas de VIH, asesoramiento, tratamientos de metadona y diagnóstico de cáncer de cuello uterino.

Naima Said en su casa.
Naima Said en su casa. Tom Fondo

Produccion ilegal

La propia Naima fue adicta a la heroína durante 10 años. Cuando su padre ya no pudo costear el colegio privado de Naima, ella se quedó ociosa y sin saber qué hacer. A los 17 años empezó a fumar marihuana con sus amigos. Con 21, estaba completamente enganchada a la heroína. “Estaba medio viva, media muerta”, recuerda. “Me hice trabajadora sexual para poder pagarme el siguiente chute. En la calle necesitas estar guapa, pero yo tenía un aspecto horrible. Era una yonqui. La gente me veía y se asustaba.”

Hasta hace relativamente poco las drogas duras, especialmente la heroína, eran poco habituales en África. Pero desde 2010, el consumo de heroína en todo el continente ha crecido más rápido que en cualquier otra parte del mundo, según se afirma en el informe de 2015 de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés).

La propia Naima fue adicta durante 10 años. A los 17 años empezó a fumar marihuana con sus amigos. Con 21, estaba completamente enganchada a la heroína

Existen dos causas. A pesar de los millones de dólares que Estados Unidos y sus aliados han destinado a frenar la producción de adormidera en Afganistán, se ha dado un aumento constante en la cantidad producida, según señala Simone Haysom, de Iniciativa Global contra la Delincuencia Transnacional (GIATO, por sus siglas en inglés).
En 2017, el cultivo de opio alcanzó un nivel sin precedentes (al saltar a un 87% en un año). A pesar de haberse reducido en un 20% desde entonces, Afganistán sigue produciendo el 82% de la heroína mundial, por lo que sigue siendo el mayor productor de opio en el mundo.

Rutas comerciales

Mientras tanto, África se ha ido convirtiendo en una vía de tránsito cada vez más atractiva para la droga. Tradicionalmente, la mayor parte de la heroína que entraba en Europa procedente de Afganistán lo hacía a través de la llamada ruta de los Balcanes.
El conflicto y la creciente presencia policial complicaron el tránsito por esa ruta, según el informe de GIATO. Sin embargo, los traficantes decidieron echarse al mar. Desde 2010 ha ganado popularidad la ruta del sur, también conocida como ruta del caballo, en la que la que la heroína viaja desde Afganistán pasando por el océano Índico y penetra por el este y el sur de África.
A continuación, la droga se abre camino por Europa, Asia y Norteamérica. A medida que la heroína inunda el este de África, el número de drogodependientes va en aumento. “En lugar de que la droga atraviese la región, esta es ahora su destino”, señala Haysom. En 2015 UNODC advirtió de que la adicción a la heroína estaba aumentando en Kenia, especialmente en la costa. Mombasa, el mayor puerto del este de África, es la zona más castigada.
“En las calles de Mombasa es más fácil comprar heroína que azúcar en un supermercado”, afirma Taib Abdulrahman, director ejecutivo de Reachout Centre Trust. Desde entonces, el consumo de heroína se ha extendido a otras partes del país, entre ellas Nairobi y Kiambu. Si bien los datos son dispares, se calcula que entre 18.000 y 55.000 keniatas consumen heroína.

Los principales problemas

Existe ayuda a disposición de los drogodependientes en más de 50 centros de tratamiento y rehabilitación registrados por la Autoridad Nacional para la Campaña Contra el Abuso de Alcohol y Drogas, pero acceder a ella es difícil. Aunque los servicios de prevención, como el asesoramiento, el programa de intercambio de jeringuillas y las pruebas de VIH a menudo son gratuitos, la rehabilitación hospitalaria puede costar entre 15.000 y 200.000 chelines kenianos, aproximadamente entre 130 y 1.700 euros.

Por otra parte, las mujeres se quedan al margen de estos servicios. “Las consumidoras de droga tienen necesidades muy específicas”, explica Faiza Hamid, directora del programa de Reachout. “Y sus necesidades no están siendo atendidas”. La estigmatización es también un problema. Muchas se dedican al trabajo sexual para costearse su drogadicción: una sola dosis de heroína cuesta alrededor de 150 o 200 chelines kenianos, alrededor de 1,5 euros.

Elizabeth Yieko, una exadicta de 34 años, se arregla el cabello. Hoy, ella ayuda a encontrar otras clientas para el salón de belleza.
Elizabeth Yieko, una exadicta de 34 años, se arregla el cabello. Hoy, ella ayuda a encontrar otras clientas para el salón de belleza. Louise Donovan

Esta es una de las razones por las que las consumidoras de heroína tienen menos probabilidades de acceder al tratamiento de rehabilitación. La preocupación por garantizar el cuidado infantil, el difícil acceso a los centros y los problemas relativos a las relaciones —las mujeres suelen convivir con parejas que también tienen problemas de consumo de drogas— son también factores a tener en cuenta. Si no buscan tratamiento, es probable que queden marginadas antes y sufran un mayor riesgo de contagiarse con el VIH. Puede que las mujeres constituyan una minoría dentro de los consumidores de droga, pero los expertos afirman que son pocos los casos reportados y que probablemente haya muchos más.

Atender las necesidades humanas

Y ahí es donde entra Beauty Corner. “Hablo con estas chicas”, cuenta Naima, la primera paciente tratada con metadona en Reachout, que fue elegida directora de la clínica para dirigir el salón de belleza después de haber asistido a varias sesiones de asesoramiento. Lleva cinco años sin probar la droga. “Les digo: ‘Lo que ves desde fuera es drogadicción y aversión hacia ti misma. Eres guapa. Eres madre, hija y hermana’. Mientras les pinto las uñas les digo: ‘¿Por qué no empiezas con la metadona? ¿Por qué no te haces una prueba de VIH?’. Cuando funciona es maravilloso”.
Les digo: ‘Lo que ves desde fuera es drogadicción y aversión hacia ti misma. Eres guapa. Eres madre, hija y hermana’. ¿Por qué no empiezas con la metadona? Cuando funciona es maravilloso

Durante años solo un puñado de mujeres adictas se presentaban a los servicios de Reachout: sencillamente no le veían sentido a acudir allí. “Las mujeres me decían que en el centro de atención todo les parecía diseñado para drogodependientes varones”, dice Faiza. “Ya sabían si tenían o no el VIH, ¿qué más necesitaban?”. Así que se le ocurrió la idea del salón de belleza Beauty Corner. El primer objetivo era lograr que las mujeres entraran para hacer que se sintieran especiales, aunque solo fuera un ratito antes de abordar otros temas más difíciles.
Parece que la cosa funciona. En menos de un año, 453 mujeres han probado los servicios del salón de belleza y, según Faiza, ha habido enorme aceptación entre las mujeres que han utilizado los servicios clínicos.

Espacio seguros

El número de pruebas de cáncer de útero, por ejemplo, ha aumentado un 34%. Naima ve a una media de 15 mujeres a diario. Aun así, hay una evidente falta de servicios que se ajusten a las necesidades de las mujeres (la mayoría de los centros de rehabilitación están dirigidos específicamente a los hombres). Aunque la investigación sobre las mujeres drogodependientes en Kenia es limitada, los estudios ponen de manifiesto que las mujeres inscritas en programas de tratamiento específico para ellas obtienen mejores “resultados y mejorías” que aquellas que no lo están, según UNODC.

Esther Ingolo, la directora de Género de Mombasa, confirmó a Daily Nation que la unidad delegada no asigna lugares seguros específicos a las mujeres, a pesar de que existan algunos programas sostenibles de los que se pueden beneficiar. Así pues, el salón de belleza está cubriendo una laguna muy necesaria. Y hay otros también. No muy lejos se halla Mewa Health and Harm Reduction, una organización cuyo objetivo es reducir los efectos negativos del abuso de drogas.

“La mayoría de las mujeres no poseen hogar, tienen hijos y carecen de ayuda”, señala Abdalla Ahmed, director de programas de Mewa. "Están enfermas —muchas tienen hepatitis, VIH, tuberculosis— y sus familias y comunidades las han aislado. Hay más consumidores de heroína hombres que mujeres, pero la cantidad de problemas que afrontan las mujeres es mayor”, puntualiza. “Debemos analizar las causas del problema”, opina Ingolo. “Necesitamos una solución a largo plazo para que las mujeres salgan del arroyo y no vuelvan a él.”

Presión social

Mientras se va llenando de mujeres, el calor empieza a apretar. Tres mujeres sentadas charlan en voz baja. Una de ellas es Elizabeth Yieko, de 34 años. Se marchó de su hogar en Luanda cuando tenía 14 años y estuvo viviendo en la calle hasta hace dos años. Al igual que Naima, empezó fumando marihuana. “Fue terrible”, asegura al recordar su primer chute de heroína. “Dije que nunca lo volvería a hacer, pero mis amigas me convencieron. Lo hice una segunda vez, luego una tercera y, después de eso, la cosa no era ya tan mala.”

Desde aquel día, sus decisiones estuvieron dictadas por la heroína. Se echó a la calle y se ganaba la vida robando y con trabajos sexuales. A diario se gastaba 2.500 chelines kenianos (algo más de 20 euros), suma que dobló al cabo de varios años. Al final pasó tres años en la cárcel por posesión de drogas y robo. Sin embargo, en 2013 su vida cambió. Tras ser golpeada y violada tres veces en la calle, decidió que ya había tenido suficiente. Vivía en uno de esos lugares conflictivos muchas veces llamados “antros de la droga” y una amiga suya le habló de Beauty Corner.

“Cuando vi a mi amiga después de su visita al salón de belleza, no me lo podía creer. Estaba limpísima, maquillada, llevaba el pelo bien arreglado y los labios pintados de rojo. Vi que las mujeres que habían vendido sus vidas a la droga podían comenzar una nueva vida. Sentí que me había transformado.”

Tender la mano

Ahora Elizabeth ya no fuma heroína y capta mujeres para el salón. Visita zonas conflictivas donde pasan el rato las mujeres consumidoras de droga con el fin de correr la voz sobre el salón. Hasta el momento, ha traído a 10 mujeres. Sin embargo, Naima quiere más. “Me alegra estar ayudando a la gente”, dice.

“Pero no me basta con eso. Pienso en el futuro. ¿Qué pasa con nuestra vida después de la metadona? ¿A dónde vamos a ir? Para la gente que ha nacido en los antros de la droga, su hogar está en esos antros. Tenemos que encontrar un sitio para las mujeres. ¿Por qué tenemos que morir? ¿Por qué tenemos que desperdiciar nuestras vidas?”
Esta historia fue publicada originalmente en The Daily Nation, de Kenia, y producida conjuntamente por reporteras de The Guardian y The Fuller Project, organización de periodismo sin ánimo de lucro especializada en información sobre los derechos de las mujeres.

 
La dramática pesadilla que sufrió una ex surfista australiana en la India: “Perdí la cuenta de las veces que me violaron”
Carmen Greentree contó el calvario que vivió durante los dos meses que fue secuestrada, golpeada y abusada sexualmente
12 de Julio de 2020



Carmen Greentree contó su impactante historia (IG: @iamcarmengreentree)
Carmen Greentree contó su impactante historia (IG: @iamcarmengreentree)

“Durante 7 años de mi vida estaba dedicada al 100% en convertirme en surfista profesional. Desde que me levantaba hasta que me iba a dormir estaba centrada en ser campeona del mundo de surf. Nada me importaba más que eso”. Así se presentaba Carmen Greentree ante un auditorio para relatar lo que fue el episodio más traumático que vivió a lo largo de su vida.

Durante ese tiempo se entrenó junto a la multicampeona Stephanie Gilmore (ganadora del ASP World Tour en siete ocasiones) y compitió alrededor del mundo. Sin embargo, su sueño se vio frustrado al no poder ingresar al Tour del Campeonato Mundial Femenino en 2003.

Fue en ese entonces, con 22 años, cuando decidió tomarse un año sabático para encontrarse a sí misma. Para ello viajó a la India con la intención de realizar un curso en la capilla del Dalai Lama en Dharamshala, ciudad situada en medio de las montañas del Himalaya, sin siquiera imaginar que ese 2004 iba a quedar marcado a fuego en ella pero por una razón totalmente diferente.


La surfista plasmó su historia en un libro (IG: @iamcarmengreentree)
La surfista plasmó su historia en un libro (IG: @iamcarmengreentree)

Desde Sídney a Nueva Dheli. Todo marchaba como lo esperaba hasta que conoció a Rafiq Ahmad Dundoo, un residente indio que le ofreció viajar a Srinagar, Jammu y Cachemira en avión para que su arribo a Dharamshala sea menos estresante. Ella tenía planeado hacer el recorrido en 14 horas en autobús, detalló el medio local “Opindia”.

Finalmente aceptó esa ayuda y el 27 de mayo del 2004 comenzó su calvario, cuando este estafador, disfrazado de operador turístico del gobierno, le pidió que pasara la noche en su barco antes de partir rumbo a su destino, ya que Cachemira era un lugar peligroso para mujeres que viajaban solas. Así que ella accedió a ir a su casa flotante el YH Sunbeam en Dal Lake.

Esa noche se terminó transformando en dos meses de terror.
Inicialmente la australiana intentó defenderse y cada vez que trataba escapar recibía golpes por parte de su agresor. “Y a la que me rendí, fue la primera vez que me violó, pero es que estaba cansada,no podía pelear más y sabía que no iba a detenerse”, reveló.

“Perdí la cuenta de las veces que me violó. Lo he bloqueado tanto que ya no recuerdo la mayoría de los ataques”, agregó Greentree ante la atenta mirada de los periodistas australianos que habían concurrido a la presentación de su libro: “A Dangerous Pursuit of Happiness” (Una peligrosa búsqueda de la felicidad).

“El peor sentimiento fue cuando me rendí y dejé que tomara lo que quería”, aseguró.

Rafiq Ahmad Dundoo (Dailymail)
Rafiq Ahmad Dundoo (Dailymail)

“Estaba completamente rota, ya ni siquiera era yo. Existía como un caparazón en mí”, explicó la ex surfista 16 años después. “Era un hombre sin escrúpulos morales y claramente no le importaba. Me mostró que tenía la intención de hacerme daño y no sintió ni una pizca de culpa por lo que me estaba haciendo”.

“Con 22 años me secuestraron 2 meses, con incontables violaciones”, resumió Greentree, al mismo tiempo que detallaba que en las veces que quiso escapar, su violador le advertía que era una zona militarizada y que en el caso de encontrarla podrían dispararle sin preguntar. Además ella sabía que “si me atrapaba huyendo, me haría cosas peores”.

“Pensé que jamás escaparía de ese bote, que moriría allí de una u otra manera”.

Completamente cansada física y emocionalmente, se resignó a “vivir” en ese lugar junto a Dundoo, sus dos hermanos, sus padres y su mujer con el niño. También la obligaron a lucir la vestimenta de una musulmana, a comer con ellos, a rezar cinco veces al día y ayudar a las mujeres a cocinar, limpiar y lavar. Incluso se le entregó una copia del Corán traducida al inglés.

16 años después asegura que se curó (IG: @iamcarmengreentree)
16 años después asegura que se curó (IG: @iamcarmengreentree)

Afortunadamente, el secuestrador iba a cometer un error en su macabro accionar que le terminó arruinando todos sus planes. Cegado por la avaricia, hizo que Greentree llamara a sus familiares para pedir dinero y, tras la preocupación de una de sus amigas por no tener noticias de ella, las autoridades pudieron localizarla de forma inmediata.

La policía llegó al barco, la rescató y detuvo a Rafiq Ahmad Dundoo, junto a su hermano Shabir Ahmad Dundoo. Sin embargo, tras pasar seis meses en prisión fueron liberados ya que la ex surfista nunca pudo regresar a la India para testificar.

Greentree formó una familia y vive en Sídney (IG: @iamcarmengreentree)
Greentree formó una familia y vive en Sídney (IG: @iamcarmengreentree)

“Escribí mi libro para mostrar cómo aprendí y cómo me curé. Quiero que la gente lo lea y espero que puedan crear una buena vida independientemente de lo que haya sucedido”, reflexionó Carmen Greentree, ya casada y con tres hijos al sur de Sídney.

“Estoy segura de que hay más, pero tendrán miedo de dar el paso. Creo que muchos de nosotros hemos pasado por nuestras propias experiencias trágicas y, a veces, no creemos que podamos sanar”, concluyó.

 
Feminismo islámico, una lucha contra el colonialismo y el patriarcado
Feminismo islámico, una lucha contra el colonialismo y el patriarcado

Fuente: www.needpix.com
16 julio, 2020
Javier Blanco
@JaviBlancoCRIM

El feminismo islámico surge de las luchas anticoloniales en el mundo árabe y tiene como principal objetivo reinterpretar en clave femenina los textos islámicos, cuya lectura ha sido monopolizada por los hombres desde hace siglos. Además del patriarcado musulmán, el feminismo islámico se enfrenta a importantes retos, como la islamofobia o algunos discursos feministas occidentales que consideran que el feminismo y el islam son incompatibles y contradictorios.

Chandra Mohanty, profesora de estudios de género de origen indio y un referente mundial de los feminismos decoloniales, critica la forma occidental de ver a las mujeres del “tercer mundo”. Afirma que parte del feminismo occidental entiende a estas mujeres como un colectivo homogéneo, dependiente y oprimido, una visión que Mohanty considera colonialista. Sin embargo, la lucha por la igualdad de género fuera de Occidente es tan diversa como los contextos de dominación machista en los que se da, y es por ello que puede hablarse de feminismos negro, latinoamericano, indígena o islámico, entre otros.

Aunque el feminismo islámico también es diverso, su objetivo principal es emancipar a la mujer musulmana mediante la relectura de los textos sagrados del islam en clave femenina. Pero el feminismo islámico no solo lucha contra el patriarcado musulmán; también debe soportar la islamofobia y esquivar el paternalismo de parte del feminismo occidental, que cuestiona que islam y feminismo sean compatibles. El debate sobre el feminismo islámico suele estar marcado por la supuesta contradicción entre feminismo e islam, entendiendo que el islam es irremediablemente patriarcal y que, por tanto, “feminismo islámico” es un oxímoron. Sin embargo, entender el feminismo islámico como un oxímoron invisibiliza la lucha de las mujeres que, sin abandonar la fe islámica, han decidido recorrer el camino de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres.

Deconstruyendo el colonialismo

El colonialismo europeo llegó al mundo árabe en el siglo XVIII, aunque no tomó fuerza hasta principios del siglo XX, cuando, tras la derrota del Imperio otomano, el dominio de Francia y Reino Unido se hizo más evidente. A lo largo del siglo XX, en el mundo árabe surgieron dos respuestas políticas al colonialismo europeo. El primero fue el nacionalismo árabe, o panarabismo, que pretendía unir políticamente a los pueblos árabes y era laico; su máximo exponente fue el expresidente egipcio Gamal Abdel Náser.

Por otro lado, opuesto tanto al colonizalismo como al nacionalismo árabe surge el islam político, o islamismo. El islamismo aspira a aplicar valores islámicos al gobierno de los países musulmanes y está influido por el pensamiento del egipcio Sayid Qutb, un intelectual que dirigió la organización islamista Hermanos Musulmanes. Por lo general, el islam político es conservador, pero también es un movimiento muy heterogéneo. Un ejemplo es Túnez, donde el partido islamista Ennahda ha gobernado el país democráticamente en varias ocasiones desde 2011 y, tras ganar la alcaldía de la ciudad de Túnez en 2018, convirtió a Souad Abderrahim en la primera alcaldesa de una capital del mundo árabe.

Con la respuesta anticolonial surgen también los primeros reclamos árabes por la igualdad de género. La egipcia Huda Shaarawi se convertiría en 1923 en el primer referente del feminismo árabe cuando, en un acto de protesta, se quitó la parte del velo que le cubría el rostro delante de centenares de mujeres en El Cairo. Shaarawi fundó la primera organización feminista en un país musulmán, la Unión Feminista Egipcia, y sus reivindicaciones se centraron en materias políticas, como la generalización de la educación femenina, el derecho al voto o la restricción de la poligamia. Este feminismo árabe laico coexiste hoy en la región con otro feminismo surgido más tarde: el feminismo islámico.

Al mismo tiempo, el feminismo ganaba fuerza en Occidente, desde la lucha por el sufragio a finales del siglo XIX a los reclamos de la filósofa francesa Simone de Beauvoir, que a mediados del siglo XX criticó la desigualdad social a la que el patriarcado relegaba a las mujeres. Debido a que el auge del feminismo occidental coincidió con la colonización europea, el feminismo fue entendido desde algunos sectores del mundo arabomusulmán como un elemento exógeno, propio de la Europa colonialista.

Sin embargo, eso no evitó que aparecieran voces de mujeres feministas musulmanas, que inauguraron el feminismo islámico alrededor de los años noventa, tras el fracaso del nacionalismo árabe. Dos de sus referentes fueron la egipcioestadounidense Leila Ahmed y la marroquí Fátima Mernissi, que criticaban tanto las lecturas patriarcales del islam como el colonialismo occidental, que toma a las mujeres musulmanas como oprimidas y dice querer liberarlas del islam.

El islam surge en el siglo VII en la península arábiga, que entonces estaba poblada por tribus politeístas. Generalmente, estas tribus eran patriarcales y no consideraban que las mujeres tuvieran derecho a la elección matrimonial, el divorcio, la herencia o a poseer patrimonio. La llegada del islam instauró un sistema social nuevo, como detallan los textos sagrados: el Corán y los hadices, que recogen los dichos del profeta Mahoma. De ellos extraen los islamistas las enseñanzas que deben guiar la vida social de los musulmanes, que se traducen en distintas visiones de la ley islámica, la sharia. Según el feminismo islámico, los textos sagrados otorgan a la mujer esos derechos de los que no gozaba antes de la llegada del islam; por tanto, reinterpretándolos en clave femenina es posible emancipar a la mujer musulmana del patriarcado islámico.

El feminismo islámico defiende, por ejemplo, que en la mayoría de aleyas coránicas Dios se dirige tanto a hombres como mujeres, lo que anula la prevalencia que se le ha dado al hombre sobre la mujer en contextos islámicos. Además, las feministas islámicas apuntan a que el pecado original aparece en el Corán atribuido tanto al hombre como a la mujer, y señalan que en el texto sagrado se elogia a mujeres fuertes. Es el caso de Balquis, reina de Saba —actual Yemen— en el siglo X a.C., a la que, sin nombrar directamente, el Corán pone como ejemplo de buen gobierno, poder, riqueza o inteligencia.

Un movimiento transnacional y diverso

El feminismo islámico se ha extendido más allá del mundo árabe y ha desarrollado distintos mecanismos de lucha en función del contexto, por lo que se podría hablar de feminismos islámicos en plural. En muchos países de mayoría musulmana hay movimientos de mujeres musulmanas que se han organizado por la igualdad de género, como el Baobab en Nigeria o el Shirkat Gah en Pakistán. Incluso en Europa se está articulando el feminismo islámico con el fin de luchar contra la islamofobia y superar el debate sobre su supuesta contradicción.

Uno de los referentes mundiales en la interpretación coránica es la afroestadounidense y doctora en estudios islámicos Amina Wadud. Además de reclamar el mensaje coránico como igualitario y pacífico, Wadud ha focalizado su lucha en que las mujeres también puedan ejercer de imames y dirigir los sermones. Wadud hizo historia desafiando al patriarcado musulmán cuando, en agosto de 1994, fue la primera mujer en dirigir un sermón del viernes, el día sagrado del islam, en una mezquita de Sudáfrica. Amina también ha colaborado con la malasia Zainah Anwar para fundar la organización Sisters in islam, que desde 1988 trabaja para promover la igualdad de género dentro del islam en Malasia, luchando contra leyes patriarcales como las que permiten la poligamia o el matrimonio infantil, que se han justificado en la religión islámica.

En el mundo árabe, mujeres de Argelia, Marruecos y Túnez sacaron adelante en 1995 la iniciativa “Mujeres viviendo bajo las leyes musulmanas” para cambiar los códigos de familia patriarcales de sus países, rechazando su fundamentación en los textos sagrados. Recogieron más de un millón de firmas en Marruecos para la reforma del código de familia marroquí, con las que lograron la aprobación de su reforma entre 2003 y 2004. En Túnez se han dado grandes avances legales tras las protestas que lograron la democracia en 2011: la Constitución de 2014 recoge la paridad de género en listas electorales, se ha eliminado la ley que prohibía a mujeres casarse con hombres no musulmanes y se ha aprobado una ley contra la violencia de género.

Más recientemente, en 2009, nació una organización feminista islámica mundial, Musawah (‘igualdad’ en árabe). Surgió de la mano de las fundadoras de la organización Sisters in islam y tiene presencia en Egipto, Reino Unido, Turquía, Indonesia, Irán o Catar. Musawah tiene como objetivo luchar por los derechos de las mujeres, la igualdad y los derechos humanos dentro de un marco de tradición islámica. Para conseguirlo, coordinan sus acciones con ONG locales y difunden material didáctico para dar a conocer a las mujeres musulmanas una interpretación no patriarcal de sus derechos. En palabras de su cofundadora, la malasia Zainah Anwar, “cuando se exponen a este nuevo conocimiento se sienten engañadas. Todos estos años creyeron que su sufrimiento en forma de abandono, poligamia y palizas fue en nombre de Dios”.



Todavía queda mucho por hacer para reducir la brecha de género en países musulmanes de Oriente Próximo, Asia y el norte de África. Cambiar este mapa es uno de los objetivos del feminismo islámico.

El feminismo islámico ha organizado hasta la fecha cuatro congresos internacionales con el fin de consolidar el feminismo islámico como alternativa a los discursos patriarcales que han dominado el islam. Los cuatro congresos se han celebrado en España entre 2005 y 2010. El primero, que tuvo lugar en la ciudad de Barcelona, contó con la asistencia de feministas musulmanas de multitud de países del sudeste asiático, África, Oriente Medio y Europa, y entre ellas Amina Wadud, que además pronunció el sermón del viernes para un público no mixto. El IV Congreso Internacional de Feminismo Islámico, que se celebró en Madrid, es el último celebrado hasta la fecha y el que reunió más participación.


Las mujeres musulmanas también quieren ser protagonistas
Ya durante las revueltas árabes de 2011, la presencia femenina no fue escasa ni testimonial. Años más tarde, en 2018, un nuevo ciclo de protestas ha sacudido Oriente Próximo y el Magreb. En Sudán, la joven estudiante Alaa Salah se subió encima de un coche a cantar contra el Gobierno, convirtiéndose así en el icono de las revueltas que terminaron con la caída del dictador sudanés Omar Al Bashir en abril de 2019.

Las protestas de 2011 también llegaron a Arabia Saudí, inspirando a las mujeres saudíes para poner en marcha el movimiento Women2Drive por su derecho a conducir. Las mujeres saudíes gozan de escasos derechos y las activistas sufren una fuerte represión, ya que su país es uno de los más autoritarios de la región y en él impera una visión muy rigorista del islam. Sin embargo, y aunque haya sido a modo de lavado de cara del régimen, las mujeres saudíes consiguieron el derecho a conducir en 2018.

La periodista feminista y musulmana egipcia Mona Eltahawy, que sufrió una violación por parte de agentes de policía durante las protestas de 2011 en Egipto, ha defendido que las revoluciones deben poner su objetivo más allá de los dictadores gubernamentales. Opina que las mujeres árabes deben const ruir una revolución sexual que las libere de “los dictadores del dormitorio” que anulan sus cuerpos y su libertad. Eltahawy, que no se considera estrictamente feminista islámica —aunque pertenece al movimiento Musawah, aboga por el entendimiento de todos los frentes del feminismo.

Algo parecido defiende la médico marroquí Asma Lamrabet, conocida por sus relecturas feministas de los textos islámicos. Aunque Lamrabet critica el paternalismo colonial de cierta parte del feminismo occidental, llama a la lucha conjunta entre todos los feminismos. Para Lamrabet, todos los feminismos comparten los principios universales de libertad, dignidad, autonomía e igualdad, pero se constituyen en diversos modelos de lucha, puesto que cada contexto debe generar sus estrategias particulares.

En una línea más crítica y menos intermedia que Eltahawy, hay feministas tanto occidentales como originarias de contextos musulmanes que consideran el feminismo islámico una contradicción. Incluso se ha criticado al feminismo islámico por su supuesta relación con el islam político, interpretándolo como una tapadera de este movimiento. Sin embargo, el islamismo radical suele ser conservador e interpreta el Corán de forma patriarcal y literal, y está en claro conflicto ideológico con el feminismo islámico.

La negación de la libertad espiritual

Otro de los motivos por los que las feministas musulmanas luchan por reinterpretar los textos sagrados es que la islamofobia les ha negado su libertad espiritual. Algunos partidos de ultraderecha europeos, como la Reagrupación Nacional francesa, la Liga italiana o Vox en España, se han opuesto a la inmigración argumentando que los hombres musulmanes son depredadores sexuales que vienen a imponer el velo a “nuestras mujeres”. Esta islamofobia de género se ha definido como “femonacionalismo”, un discurso que usa el feminismo para lanzar discursos racistas e islamófobos y extender la idea de que el islam es intrínsecamente conservador y peligroso para las mujeres.

Aunque sea la ultraderecha la que más al descubierto deja su islamofobia, las feministas musulmanas denuncian que en Europa también existe islamofobia institucional, que posibilita, por ejemplo, que la justicia europea permita que las empresas puedan prohibir el velo en horario de trabajo. Las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de marzo de 2017 sobre esa materia se amparan en la “neutralidad religiosa” o en el derecho de las empresas a preservar sus normas de vestimenta, e indicaron que debe ser un tribunal local el que dictamine si tal restricción es o no discriminatoria. Sin embargo, eso genera ambigüedad sobre el uso del velo, permitiendo a las empresas actuar con cierta arbitrariedad. Así, en Occidente el discurso islamófobo ha permeado socialmente más allá de la ultraderecha, creciendo notablemente desde las últimas décadas.

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Mujeres musulmanas en una manifestación en Montreal, Canadá, en 2013, contra la propuesta legislativa de la Carta de Valores Quebequenses. La Carta se tachó de islámófoba por, entre otras cosas, prohibir el uso del hiyab, y no llegó a aprobarse. Fuente: Flickr

La pensadora decolonial Sirin Adlbi, de nacionalidad española y ascendencia siria, propone superar el debate de la contradicción porque lastra e invisiviliza las luchas por la igualdad dentro del islam. Adlbi plantea incluso ir más allá del feminismo islámico y caminar hacia un marco propio de pensamiento islámico decolonial. Es decir, descolonizar el islam, que Adlbi entiende como igualitario de por sí sin necesidad de acudir al feminismo islámico. Sin embargo, su mensaje de igualdad y libertad también aboga por un entendimiento entre el feminismo islámico y el occidental, respetando las diferencias culturales y cuestionando las fórmulas de solidaridad paternalistas.


Muchas feministas islámicas consideran que entenderse y respetarse entre los distintos feminismos en todo el mundo dotará de mayor fuerza al movimiento, tanto a nivel local como global. Es por eso que buscan superar el debate sobre la compatibilidad entre feminismo e islam y plantean la descolonización del feminismo desde posturas tan diversas como las de Mona Eltahawy, Asma Lamrabet o Sirin Adlbi. Luchan contra el patriarcado musulmán porque son discriminadas por ser mujeres y luchan contra la islamofobia porque también son discriminadas por ser musulmanas en Occidente. Para las feministas islámicas, llevar hiyab no conlleva una opresión como tal, como en ocasiones han dado a entender algunas feministas occidentales, sino que lo importante es que quien lo use lo haga libremente, y no por una imposición. Entender que las mujeres en cualquier punto del mundo deben ser libres de elegir es darle una merecida victoria a la empatía.


Javier Blanco
Javier Blanco
Extremadura, 1992. Criminólogo por la USAL. Especializado en terrorismo salafista yihadista por la UPO. Estudio en la UGR el Máster en Culturas Árabe y Hebrea. Interesado en terrorismo y geopolítica del mundo islámico. Sin embargo, todo está conectado.

 
Boxing Sisters: un club deportivo para curar a la yazidíes refugiadas
Este grupo de jóvenes se hacen llamar Hermanas del Boxeo, pues esta actividad las ha ayudado a recuperarse de la pérdida de sus casas y vidas, de la violencia del Estado Islámico que las empujó a huir hasta acabar engrosando el censo de desplazados en el campo iraquí de Rwanga




Husna entrena con otras miembros yazidíes de las Boxing Sisters en el campo de refugiados de Rwanga, en el Kurdistán iraquí.Husna entrena con otras miembros yazidíes de las Boxing Sisters en el campo de refugiados de Rwanga, en el Kurdistán iraquí. Giacomo Sini

Giacomo Sini y Monir Ghaedi
Campo de refugiados de Rwanga, Kurdistán iraquí 6 SEP 2020 - 19:21 ART

Para aprender a boxear, a Husna le basta con una caseta pequeña y mal iluminada. En el campamento de refugiados de Rwanga, donde vive, no hay gimnasio. Durante una hora al día, ella y sus "hermanas boxeadoras" convierten este barracón en su club deportivo. El proyecto Boxing Sisters intenta mejorar la salud física y mental de las refugiadas a través de este deporte. Lotus Flower, una organización británica sin ánimo de lucro, lo puso en marcha en 2018. La ONG trabaja en los campamentos del norte de Irak para desplazados internos y se dedica a devolver la fuerza y la confianza a las mujeres cuya vida se ha visto afectada por el conflicto y el abandono de sus hogares, que han perdido a sus seres queridos en la guerra, o que han sido testigos o víctimas de actos de violencia, también sexual.


Las mujeres del campo de refugiados de Rwanga comparten un pasado similar. Unas 15.000 personas, la mayoría perteneciente a la minoría religiosa yazidí, viven en las instalaciones desde 2014. Son familias que tuvieron que abandonar sus hogares ante el avance implacable del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL o ISIS por sus siglas en inglés).

Cuando el ISIS atacó el pueblo de Husna en Sinjar, su familia tuvo que huir dejándolo todo para salvar la vida. "A las siete de la mañana, mi tío recibió un mensaje de uno de nuestros parientes que vive en otro pueblo. Le decía que el ISIS se dirigía hacia el nuestro y que teníamos que marcharnos inmediatamente. Cuando intento recordar aquellos días, mi corazón empieza a latir tan deprisa que me cuesta respirar y me mareo", cuenta Husna. Los recuerdos siguen persiguiéndola en el campamento de Rwanga. Varias hermanas boxeadoras han perdido a sus familiares en la guerra. Otras han vivido cosas peores: el ISIS las hizo prisioneras y las esclavizó.

Ahuyentar el miedo con los puños

Ahora, Husna y varias docenas de mujeres tienen un sitio para ellas. Las clases de boxeo no tardaron mucho en convertirse en su actividad preferida.
Cathy Brown, campeona de boxeo femenino, se involucró en el proyecto desde sus comienzos. Brown promociona el boxeo como un arma terapéutica que empodera y restituye la confianza; a ello se dedica en Londres y por ello recibe el apodo de "entrenadora de almas". La deportista visitó el campamento y entrenó a Husna y a otras chicas yazidíes durante 10 días.

Varias hermanas boxeadoras han perdido a sus familiares en la guerra. Otras han vivido cosas peores: el ISIS las hizo prisioneras y las esclavizó.

El proyecto tuvo una buena acogida, y fue creciendo. Docenas de refugiadas se apuntaron a los cursos siguientes. Cathy Brown y otras entrenadoras pronto reconocieron el talento de Husna, y al cabo de un año de práctica diaria, la joven se convirtió en entrenadora de las principiantes.
En su cuenta de TikTok, Husna publica a menudo vídeos de sus sesiones de entrenamiento. En ellos se la ve a ella y a sus alumnas golpear, atacar y aguantar en guardia mientras rugen, gritan y se ríen. "Aquí me siento como si tuviese una segunda familia. Todas hemos pasado adversidades parecidas, y eso nos acerca, tanto como si fuésemos hermanas", explica la joven, que también reconoce que varias compañeras y ellas misma han notado que gracias a este deporte ha mejorado su salud física y mental. Hacer ejercicio con regularidad conservaba su buen humor... Hasta que el nuevo coronavirus llegó a Kurdistán.

El coronavirus y las boxeadoras

La propagación de la covid-19 puso fin al proyecto. Los administradores del campo temían que un brote en las abarrotadas instalaciones con población vulnerable fuese catastrófico, y limitaron las actividades colectivas. También restringieron el contacto de los refugiados con las ciudades cercanas, donde cada día se informa de nuevos casos de infección. Eso significa que, por ahora, Husna y otras hermanas boxeadoras se ven obligadas a pasar el día en sus pequeñas casetas.
La joven entrenadora piensa que no se puede ahuyentar al coronavirus con los puños. "Pero no es el fin del mundo, intento aprovechar el tiempo lo mejor que puedo". Husna está muy ocupada con sus estudios. Dentro de unas semanas terminará el bachillerato, y estudiar en el campamento no es fácil. Las jornadas escolares ya eran intermitentes antes de la pandemia de covid-19. Ahora, Husna se está preparando para los exámenes finales. Asiste a clase a través de un teléfono móvil conectado a una línea de Internet muy poco fiable. A pesar de ello, la joven no pierde la motivación: "Mis notas medias son altas, y me gustaría seguir así. Quiero seguir estudiando e ir a la universidad", afirma.

Volver a vivir en zona de guerra

Husna cree que sus perspectivas de futuro son "un poco preocupantes". Su familia está pensando en volver a su pueblo, en Sinjar y empezar una nueva vida de cero. "Allí no quedó nada", lamenta Husna. "No hay colegios ni universidades".
Además, Sinjar no es totalmente seguro. Nunca lo ha sido. La patria de los yazidíes se encuentra en una encrucijada estratégica entre Siria, Turquía e Irak, y ha sido siempre campo de batalla de las guerras más cruentas. El yazidismo es una fe heterodoxa que combina elementos del sistema de creencias abrahámicas con religiones antiguas como el zoroastrismo y el mitraísmo. La religión de los yazidíes se ha utilizado históricamente como excusa para demonizar a sus practicantes y convertirlos en objetivo.
Aunque la presencia del ISIS ha sido barrida de Sinjar desde hace ya un par de años, las bombas siguen cayendo sobre los pueblos y matando a civiles. Esta vez las arroja el ejército turco en su persecución al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Al parecer, en los últimos meses los ataques aéreos turcos han matado al menos a tres civiles.
Debido a que el coronavirus ha obligado a la suspensión de actividades en el campo, Husna y otras hermanas boxeadoras se ven obligadas a pasar el día en sus pequeñas casetas

Es poco probable que las habilidades para la autodefensa que Husna ha adquirido gracias al boxeo la protejan de las bombas que caen del cielo.

"Mi familia no puede vivir eternamente en el campamento", dice. Husna es consciente de ello. No obstante, no sabe cómo podrá cumplir sus sueños en Sinjar. La violencia recurrente ha impedido el desarrollo de la zona. La guerra ha causado graves daños a las infraestructuras, y los milicianos del ISIS robaron las pertenencias y el ganado de los habitantes del pueblo y destruyeron sus casas. Con los bombardeos y las operaciones militares ocasionales de Turquía, la perspectiva de desarrollo y estabilidad sigue siendo incierta.

El campamento de Rwanga nunca fue un hogar permanente para Husna y las hermanas boxeadoras. Aun así, el breve periodo de estabilidad que la vida en él les proporcionó fue precioso para ellas. Husna terminó sus estudios y se convirtió en entrenadora de boxeo. Otras Boxing Sisters adquirieron nuevas capacidades. Su fuerza y su confianza aumentaron, y ayudaron a otras mujeres.

Pero mientras Sinjar no sea seguro, el talento y las ambiciones de Husna correrán peligro de muerte entre escombros y ataduras.

 
Vida y boxeo en el campo de refugiados de Rwanga

Mujeres yazidíes refugiadas en el Kurdistán iraquí entrenan en cuerpo y alma de la mano de un proyecto liderado por la campeona británica Cathy Brown para descargar la rabia y el dolor acumulados tras años de violencia

Giacomo Sini

Campo de refugiados de Rwanga, Kurdistán iraquí 6 SEP 2020 - 15:19 ART


  • Una vista del centro de la ciudad de Sinjar, en el norte de Irak. Aquí, Husna, la protagonista de esta historia, solía vivir antes de escapar al kurdistán iraquí. La imagen se ha tomado desde el techo de una casa semidestruida, utilizada como posición de primera línea de las milicias del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), formadas por kurdos y yazidíes, para luchar contra el Estado Islámico. Esta ciudad, donde la minoría religiosa yazidí conforma la población mayoritaria, ha sufrido ataques desde 2014.
    1Una vista del centro de la ciudad de Sinjar, en el norte de Irak. Aquí, Husna, la protagonista de esta historia, solía vivir antes de escapar al kurdistán iraquí. La imagen se ha tomado desde el techo de una casa semidestruida, utilizada como posición de primera línea de las milicias del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), formadas por kurdos y yazidíes, para luchar contra el Estado Islámico. Esta ciudad, donde la minoría religiosa yazidí conforma la población mayoritaria, ha sufrido ataques desde 2014.
  • Una imagen del corazón de las montañas de Sinjar. Unas 30.000 personas todavía viven en tiendas de campaña colocadas aquí desde agosto de 2014, cuando el Estado Islámico atacó el área y mató a casi 5.000 yazidís. El ISIS, sin embargo, nunca ha llegado al núcleo de estas montañas donde cien mil yazidís de la zona, incluidos Husna y su familia, se encontraron atrapados entre las líneas del frente. Se salvaron gracias a la fuerte resistencia de defensa del PKK y de las Unidades de Resistencia de Sinjar, que abrieron un corredor humanitario para que los civiles pudieran escapar. En junio de 2020, Turquía bombardeó la zona en una autodenominada operación antiterrorista.
    2Una imagen del corazón de las montañas de Sinjar. Unas 30.000 personas todavía viven en tiendas de campaña colocadas aquí desde agosto de 2014, cuando el Estado Islámico atacó el área y mató a casi 5.000 yazidís. El ISIS, sin embargo, nunca ha llegado al núcleo de estas montañas donde cien mil yazidís de la zona, incluidos Husna y su familia, se encontraron atrapados entre las líneas del frente. Se salvaron gracias a la fuerte resistencia de defensa del PKK y de las Unidades de Resistencia de Sinjar, que abrieron un corredor humanitario para que los civiles pudieran escapar. En junio de 2020, Turquía bombardeó la zona en una autodenominada operación antiterrorista.
  • Husna es una joven yazidí de 17 años que, después de escapar del ISIS consiguió refugiarse en un campamento en la frontera con Rojava, el campo de Rwanga, en el Kurdistán iraquí. Hoy entrena boxeo con otras mujeres de su minoría, y entre todas forman parte de un grupo llamado Boxing Sisters o las Hermanas Boxeadoras.
    3Husna es una joven yazidí de 17 años que, después de escapar del ISIS consiguió refugiarse en un campamento en la frontera con Rojava, el campo de Rwanga, en el Kurdistán iraquí. Hoy entrena boxeo con otras mujeres de su minoría, y entre todas forman parte de un grupo llamado Boxing Sisters o las Hermanas Boxeadoras.

  • Husna, en pleno entrenamiento con otras miembros del grupo Boxing Sisters. Durante una hora al día, convierten este barracón en su club deportivo. El proyecto Boxing Sisters intenta mejorar la salud física y mental de las refugiadas a través de este deporte. Lotus Flower, una organización británica sin ánimo de lucro, lo puso en marcha en 2018.
    4Husna, en pleno entrenamiento con otras miembros del grupo Boxing Sisters. Durante una hora al día, convierten este barracón en su club deportivo. El proyecto Boxing Sisters intenta mejorar la salud física y mental de las refugiadas a través de este deporte. Lotus Flower, una organización británica sin ánimo de lucro, lo puso en marcha en 2018.
  • Algunas de las Boxing Sisters durante el entrenamiento. Todas son yazidies que se entrenan en el campo de refugiados de Rwanga, al norte de Irak. La ONG Lotus Flower trabaja en los campamentos del norte de Irak para desplazados internos y se dedica a devolver la fuerza y la confianza a las mujeres cuya vida se ha visto afectada por el conflicto y el abandono de sus hogares, que han perdido a sus seres queridos en la guerra, o que han sido testigos o víctimas de actos de violencia, también sexual.
    5Algunas de las Boxing Sisters durante el entrenamiento. Todas son yazidies que se entrenan en el campo de refugiados de Rwanga, al norte de Irak. La ONG Lotus Flower trabaja en los campamentos del norte de Irak para desplazados internos y se dedica a devolver la fuerza y la confianza a las mujeres cuya vida se ha visto afectada por el conflicto y el abandono de sus hogares, que han perdido a sus seres queridos en la guerra, o que han sido testigos o víctimas de actos de violencia, también sexual.
  • Husna y las Boxing Sisters entrenan con un instructor de kickboxing que se traslada desde Dohuk, la ciudad más cercana. Usan una sala habilitado dentro de un barracón de unos 45 metros cuadrados en el campo de refugiados de Rwanga, en el Kurdistán iraquí.
    6Husna y las Boxing Sisters entrenan con un instructor de kickboxing que se traslada desde Dohuk, la ciudad más cercana. Usan una sala habilitado dentro de un barracón de unos 45 metros cuadrados en el campo de refugiados de Rwanga, en el Kurdistán iraquí.

  • Una joven del programa Boxing Sisters ayuda a Husna con algunos parches de boxeo después de un entrenamiento matutino. Las mujeres de Rwanga comparten un pasado similar. Miles de personas, la mayoría perteneciente a la minoría religiosa yazidí, viven en las instalaciones desde 2014. Son familias que tuvieron que abandonar sus hogares ante el avance implacable del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL o ISIS por sus siglas).
    7Una joven del programa Boxing Sisters ayuda a Husna con algunos parches de boxeo después de un entrenamiento matutino. Las mujeres de Rwanga comparten un pasado similar. Miles de personas, la mayoría perteneciente a la minoría religiosa yazidí, viven en las instalaciones desde 2014. Son familias que tuvieron que abandonar sus hogares ante el avance implacable del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL o ISIS por sus siglas).
  • Husna camina con una amiga por una de las calles del campo de refugiados de Rwanga, donde ha estado viviendo desde que escapó del ISIS en 2014. Cathy Brown, campeona de boxeo femenino, se involucró en el proyecto desde sus comienzos. La deportista visitó el campamento y entrenó a Husna y a otras chicas yazidíes durante 10 días.
    8Husna camina con una amiga por una de las calles del campo de refugiados de Rwanga, donde ha estado viviendo desde que escapó del ISIS en 2014. Cathy Brown, campeona de boxeo femenino, se involucró en el proyecto desde sus comienzos. La deportista visitó el campamento y entrenó a Husna y a otras chicas yazidíes durante 10 días.
 
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  • Husna compra en un pequeño supermercado dirigido por refugiados dentro del campo de Rwanga.
    9Husna compra en un pequeño supermercado dirigido por refugiados dentro del campo de Rwanga.

  • Husna, su abuela y su tío dentro del contenedor donde viven en el campo de refugiados desde 2014. Su abuela no quiere vivir en ningún otro lugar que no sea su aldea; los jóvenes como Husna piensan de manera diferente y el futuro importa más que el pasado. Husna describe a su familia como su mayor fuente de fortaleza. Pero ella quiere descubrir el mundo.
    10Husna, su abuela y su tío dentro del contenedor donde viven en el campo de refugiados desde 2014. Su abuela no quiere vivir en ningún otro lugar que no sea su aldea; los jóvenes como Husna piensan de manera diferente y el futuro importa más que el pasado. Husna describe a su familia como su mayor fuente de fortaleza. Pero ella quiere descubrir el mundo.
  • Husna prepara té en su casa temporal dentro del campo de refugiados de Rwanga.
    11Husna prepara té en su casa temporal dentro del campo de refugiados de Rwanga.
  • Husna, en su habitación, vistiéndose para ir a la escuela. Ella comparte dormitorio con otras chicas, y se encuentra justo al lado del barracón donde vive con sus familiares.
    12Husna, en su habitación, vistiéndose para ir a la escuela. Ella comparte dormitorio con otras chicas, y se encuentra justo al lado del barracón donde vive con sus familiares.

  • Husna, frente al barracón que se ha convertido en su hogar. El proyecto tuvo una buena acogida, y fue creciendo. Docenas de refugiadas se apuntaron a los cursos siguientes. Cathy Brown y otras entrenadoras pronto reconocieron el talento de Husna, y al cabo de un año de práctica diaria, la joven se convirtió en entrenadora de las principiantes.
    13Husna, frente al barracón que se ha convertido en su hogar. El proyecto tuvo una buena acogida, y fue creciendo. Docenas de refugiadas se apuntaron a los cursos siguientes. Cathy Brown y otras entrenadoras pronto reconocieron el talento de Husna, y al cabo de un año de práctica diaria, la joven se convirtió en entrenadora de las principiantes.
  • Husna sale de paseo en el campamento de refugiados de Rwanga.
    14Husna sale de paseo en el campamento de refugiados de Rwanga.
  • Husna y un amigo estudian delante de un profesor antes de un examen importante en la escuela del campo de refugiados. El centro alberga a miles de estudiantes de diferentes rangos de edad dentro del campamento.
    15Husna y un amigo estudian delante de un profesor antes de un examen importante en la escuela del campo de refugiados. El centro alberga a miles de estudiantes de diferentes rangos de edad dentro del campamento.

  • Vista del campo de refugiados de Rwanga. El campamento alberga a más de 15.000 desplazados internos, en su mayoría yazidíes y algunos sirios. Es uno de los 25 campos alrededor de Duhok, en la región norte de Irak controlada por los kurdos. Estos campos han acogido a desplazados que huyen de ISIS desde 2014.
    16Vista del campo de refugiados de Rwanga. El campamento alberga a más de 15.000 desplazados internos, en su mayoría yazidíes y algunos sirios. Es uno de los 25 campos alrededor de Duhok, en la región norte de Irak controlada por los kurdos. Estos campos han acogido a desplazados que huyen de ISIS desde 2014.


 
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