Por Valeria Sabater
La teoría del inconsciente que formuló Sigmund Freud supuso un hito para la historia de la psicología. Ese submundo extraño y fascinante generador de fantasías, de lapsus e impulsos incontrolados nos permitió por fin ver gran parte de los trastornos mentales no como enfermedades somáticas, no como enfermedades del cerebro, sino como alteraciones puntuales de nuestra mente.
A día de hoy todavía hay muchos escépticos que ven con un punto de sutil ironía gran parte del trabajo del padre del psicoanálisis. Conceptos, como la envidia del pexx en la construcción de la sexualidad femenina, se ven como conceptos caducos e irrisorios, y no falta también quien concibe gran parte de su legado como un tipo de pseudociencia poco consistente con los hallazgos de la psicología experimental.
“El inconsciente es el círculo más grande que incluye dentro de sí el círculo más pequeño del consciente; todo consciente tiene su paso preliminar en el inconsciente, mientras que el inconsciente puede detenerse con este paso y todavía reclamar el pleno valor como actividad psíquica”
-Sigmund Freud-
Sin embargo, para quienes sostienen estas ideas, es importante matizar una serie de reflexiones básicas. Cuando Sigmund Freud publicó por primera vez su trabajo sobre el inconsciente fue tachado de “hereje” por sus colegas. Hasta ese momento la psiquiatría se sostenía sobre un férreo sustrato organicista o biologicista. Freud fue el primero en hablar de los traumas emocionales, de los conflictos mentales, de los recuerdos escondidos de la mente…
Podemos sin duda ver con escepticismo alguna de sus teorías, pero no podemos menospreciar su legado, sus aportes, su enfoque revolucionario en el estudio de la mente, de la personalidad, en el campo de los sueños y en la necesidad de reformular la psicología uniendo el plano orgánico con ese otro escenario regido por las fuerzas de la mente, por los procesos inconscientes y los instintos. Los nuestros, claro.
Así, más allá de lo que podamos creer, el legado de Freud no tiene fecha de caducidad ni lo tendrá nunca. Tanto es así que a día de hoy la neurociencia sigue el camino de algunas de las ideas que el padre del psicoanálisis postuló en su momento.
Mark Solms, un conocido neuropsicólogo de la Universidad de la Ciudad del Cabo, nos recuerda por ejemplo que mientras la mente consciente es capaz de atender 6 o 7 cosas a la vez, nuestro inconsciente se ocupa de centenares de procesos. Desde los puramente orgánicos regidos por el sistema nervioso pasando también por gran parte de las decisiones que tomamos a diario.
Si rechazamos el valor y la relevancia que tiene el inconsciente en nuestra vida, rechazamos por tanto gran parte de lo que somos, gran parte de lo que queda por debajo de esa pequeña punta del iceberg…
El curioso caso de Anna O
Estamos en 1880 y a la consulta del psicólogo y fisiólogo austriaco Josef Breuer llega la que se considera “el paciente 0”. Es decir, la persona que permitiría a Sigmund Freud asentar las bases de la psicoterapia y a iniciar los estudios sobre la estructura de la mente y el inconsciente.
“El inconsciente de un ser humano puede reaccionar al de otro sin pasar por el consciente”
-Sigmund Freud-
Hablamos, cómo no, de “Anna O” seudónimo de Bertha Pappenheim, una paciente diagnosticada con “histeria” y cuyo cuadro clínico superó de tal modo a Breuer que pidió la ayuda de su colega y amigo Sigmund Freud. La joven tenía 21 años, y desde el momento en que tuvo que responsabilizarse de su padre enfermo, empezó a sufrir alteraciones tan graves como extrañas. Su comportamiento era tan extraño el punto de que no faltaba quien se aventuraba a decir que Bertha estaba endemoniada.
A partir de aquí las sesiones siguieron la misma linea: traer a la consciencia traumas del pasado. La relevancia del caso de Anna O (Bertha Pappenheim) fue tal que sirvió a Freud para introducir en sus estudios sobre histerismo una nueva teoría revolucionaria sobre la psique humana, un nuevo concepto que cambió por completo los cimientos de la mente.
Qué es la mente inconsciente para Freud
Entre 1900 y 1905 Sigmund Freud desarrolló un modelo topográfico de la mente mediante el cual describió las características de la estructura y función de la misma. Para ello utilizó una analogía que a todos nos es sobradamente familiar: la del iceberg.
Sigmund Freud no fue el primero en hacer uso de este término, de esta idea. Neurólogos como Jean Martin Charcot o Hippolyte Bernheim ya hablaban a menudo del inconsciente; sin embargo, fue él quien hizo de este concepto el eje vertebrador de sus teorías, dotándolo de nuevas significaciones:
Freud, vio la disociación como un mecanismo de defensa. Era una estrategia de la mente por la cual, apartar, esconder y sofocar determinadas cargas emocionales y experiencias en el inconsciente por el mero hecho de que la parte consciente, no podía tolerarlas o aceptarlas.
El modelo estructural de la mente
Freud no descubrió el inconsciente, lo sabemos, no fue el primero en hablar de él, queda claro, sin embargo, fue la primera persona que hizo de este concepto el sistema constitutivo del ser humano. Dedicó a esta idea toda su vida, hasta el punto de afirmar que la mayoría de nuestros procesos psíquicos son en sí mismos inconscientes, y que los procesos conscientes no son sino actos aislados o fracciones de todo ese sustrato subterráneo que yace bajo el iceberg.
Ahora bien, entre 1920 y 1923 Freud dio un paso más allá y reformuló un poco más su teoría sobre la mente para introducir el que hoy se conoce como el modelo estructural de las instancias psíquicas donde se incluyen las clásicas entidades del “yo, ello y superyo”.
El Ello: El Ello o Id es la estructura de la psique humana que queda en la superficie, la primera que aparece en nuestra vida y que la que rige nuestro comportamiento en esa primera infancia. Es la que busca el placer inmediato, se rige por lo instintivo por esas pulsiones más primitivas de nuestra esencia y contra las cuales, solemos luchar a diario.
La teoría del inconsciente que formuló Sigmund Freud supuso un hito para la historia de la psicología. Ese submundo extraño y fascinante generador de fantasías, de lapsus e impulsos incontrolados nos permitió por fin ver gran parte de los trastornos mentales no como enfermedades somáticas, no como enfermedades del cerebro, sino como alteraciones puntuales de nuestra mente.
A día de hoy todavía hay muchos escépticos que ven con un punto de sutil ironía gran parte del trabajo del padre del psicoanálisis. Conceptos, como la envidia del pexx en la construcción de la sexualidad femenina, se ven como conceptos caducos e irrisorios, y no falta también quien concibe gran parte de su legado como un tipo de pseudociencia poco consistente con los hallazgos de la psicología experimental.
“El inconsciente es el círculo más grande que incluye dentro de sí el círculo más pequeño del consciente; todo consciente tiene su paso preliminar en el inconsciente, mientras que el inconsciente puede detenerse con este paso y todavía reclamar el pleno valor como actividad psíquica”
-Sigmund Freud-
Sin embargo, para quienes sostienen estas ideas, es importante matizar una serie de reflexiones básicas. Cuando Sigmund Freud publicó por primera vez su trabajo sobre el inconsciente fue tachado de “hereje” por sus colegas. Hasta ese momento la psiquiatría se sostenía sobre un férreo sustrato organicista o biologicista. Freud fue el primero en hablar de los traumas emocionales, de los conflictos mentales, de los recuerdos escondidos de la mente…
Podemos sin duda ver con escepticismo alguna de sus teorías, pero no podemos menospreciar su legado, sus aportes, su enfoque revolucionario en el estudio de la mente, de la personalidad, en el campo de los sueños y en la necesidad de reformular la psicología uniendo el plano orgánico con ese otro escenario regido por las fuerzas de la mente, por los procesos inconscientes y los instintos. Los nuestros, claro.
Así, más allá de lo que podamos creer, el legado de Freud no tiene fecha de caducidad ni lo tendrá nunca. Tanto es así que a día de hoy la neurociencia sigue el camino de algunas de las ideas que el padre del psicoanálisis postuló en su momento.
Mark Solms, un conocido neuropsicólogo de la Universidad de la Ciudad del Cabo, nos recuerda por ejemplo que mientras la mente consciente es capaz de atender 6 o 7 cosas a la vez, nuestro inconsciente se ocupa de centenares de procesos. Desde los puramente orgánicos regidos por el sistema nervioso pasando también por gran parte de las decisiones que tomamos a diario.
Si rechazamos el valor y la relevancia que tiene el inconsciente en nuestra vida, rechazamos por tanto gran parte de lo que somos, gran parte de lo que queda por debajo de esa pequeña punta del iceberg…
El curioso caso de Anna O
Estamos en 1880 y a la consulta del psicólogo y fisiólogo austriaco Josef Breuer llega la que se considera “el paciente 0”. Es decir, la persona que permitiría a Sigmund Freud asentar las bases de la psicoterapia y a iniciar los estudios sobre la estructura de la mente y el inconsciente.
“El inconsciente de un ser humano puede reaccionar al de otro sin pasar por el consciente”
-Sigmund Freud-
Hablamos, cómo no, de “Anna O” seudónimo de Bertha Pappenheim, una paciente diagnosticada con “histeria” y cuyo cuadro clínico superó de tal modo a Breuer que pidió la ayuda de su colega y amigo Sigmund Freud. La joven tenía 21 años, y desde el momento en que tuvo que responsabilizarse de su padre enfermo, empezó a sufrir alteraciones tan graves como extrañas. Su comportamiento era tan extraño el punto de que no faltaba quien se aventuraba a decir que Bertha estaba endemoniada.
- La verdad es que el caso en sí no podía ser más particular: la joven sufría episodios de ceguera, sordera, parálisis parcial, estrabismo ocular y, lo más llamativo, había instantes en que perdía la capacidad del habla o incluso se comunicaba con idiomas que no dominaba, como el inglés o el francés.
- Freud y Breuer intuían que aquello iba más allá del clásico histerismo. Hubo un punto en que Bertha Pappenheim dejó de beber. La gravedad de su estado era tal que el padre del psicoanálisis recurrió a la hipnosis para evocar de pronto un recuerdo: la dama de compañía e Bertha le había dado de beber del mismo vaso que a su perro. Tras “desbloquear” ese recuerdo inconsciente, la joven pudo volver a beber líquidos.
A partir de aquí las sesiones siguieron la misma linea: traer a la consciencia traumas del pasado. La relevancia del caso de Anna O (Bertha Pappenheim) fue tal que sirvió a Freud para introducir en sus estudios sobre histerismo una nueva teoría revolucionaria sobre la psique humana, un nuevo concepto que cambió por completo los cimientos de la mente.
Qué es la mente inconsciente para Freud
Entre 1900 y 1905 Sigmund Freud desarrolló un modelo topográfico de la mente mediante el cual describió las características de la estructura y función de la misma. Para ello utilizó una analogía que a todos nos es sobradamente familiar: la del iceberg.
- En la superficie está la conciencia, ahí donde concurren todos esos pensamientos donde focalizamos nuestra atención, que nos sirven para desenvolvernos y que utilizamos con inmediatez y rápida accesibilidad.
- En el pre-consciente se concentra todo aquello que nuestra memoria puede recuperar con facilidad.
- La tercera y más importante región es el inconsciente. Es amplio, vasto, inabarcable a veces y misterioso siempre. Es la parte que no se ve del iceberg y la que ocupa en realidad, la mayor parte de nuestra mente.
Sigmund Freud no fue el primero en hacer uso de este término, de esta idea. Neurólogos como Jean Martin Charcot o Hippolyte Bernheim ya hablaban a menudo del inconsciente; sin embargo, fue él quien hizo de este concepto el eje vertebrador de sus teorías, dotándolo de nuevas significaciones:
- El mundo inconsciente no está más allá de la conciencia, no es una entidad abstracta sino un estrato real, amplio, caótico y esencial de la mente, al cual no se tiene acceso.
- Ahora bien, ese mundo inconsciente se revela de muy diversas formas: a través de los sueños, en nuestros lapsus o en nuestros actos fallidos.
- Asimismo, el inconsciente para Freud es interno y es externo. Interno porque se extiende en nuestra conciencia y externo porque afecta a nuestro comportamiento.
Freud, vio la disociación como un mecanismo de defensa. Era una estrategia de la mente por la cual, apartar, esconder y sofocar determinadas cargas emocionales y experiencias en el inconsciente por el mero hecho de que la parte consciente, no podía tolerarlas o aceptarlas.
El modelo estructural de la mente
Freud no descubrió el inconsciente, lo sabemos, no fue el primero en hablar de él, queda claro, sin embargo, fue la primera persona que hizo de este concepto el sistema constitutivo del ser humano. Dedicó a esta idea toda su vida, hasta el punto de afirmar que la mayoría de nuestros procesos psíquicos son en sí mismos inconscientes, y que los procesos conscientes no son sino actos aislados o fracciones de todo ese sustrato subterráneo que yace bajo el iceberg.
Ahora bien, entre 1920 y 1923 Freud dio un paso más allá y reformuló un poco más su teoría sobre la mente para introducir el que hoy se conoce como el modelo estructural de las instancias psíquicas donde se incluyen las clásicas entidades del “yo, ello y superyo”.
El Ello: El Ello o Id es la estructura de la psique humana que queda en la superficie, la primera que aparece en nuestra vida y que la que rige nuestro comportamiento en esa primera infancia. Es la que busca el placer inmediato, se rige por lo instintivo por esas pulsiones más primitivas de nuestra esencia y contra las cuales, solemos luchar a diario.
- El Yo: a medida que crecemos y llegamos hasta los 3, 4 años va a apareciendo ya nuestro concepto de realidad y nuestra necesidad de sobrevivir en ese contexto que nos rodea. Así, con el desarrollo de ese “YO” aparece también una necesidad: la de controlar a cada instante al “Ello” o que lleva a cabo acciones para satisfacer sus pulsiones de un modo aceptable y correcto socialmente. Asimismo, para conseguir que la propia conducta no sea descarada o demasiado desinhibida se hace uso ya de los mecanismos de defensa.
- El Superyó: el Superyó surge a partir de la socialización, de la presión de nuestros padres, de los esquemas de ese contexto social que nos trasmite unas normas, unas pautas, unas guías de comportamiento. Esta entidad psíquica tiene un fin último muy concreto: velar por el cumplimiento de las reglas morales. Este propósito no es nada fácil de llevar a cabo, porque por una parte tenemos al Ello que detesta lo moral y que desea satisfacer sus pulsiones, y por otro lado, tenemos al YO que solo quiere sobrevivir, estar en equilibrio…