La teoría del inconsciente según Sigmund Freud

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Por Valeria Sabater

La teoría del inconsciente que formuló Sigmund Freud supuso un hito para la historia de la psicología
. Ese submundo extraño y fascinante generador de fantasías, de lapsus e impulsos incontrolados nos permitió por fin ver gran parte de los trastornos mentales no como enfermedades somáticas, no como enfermedades del cerebro, sino como alteraciones puntuales de nuestra mente.

A día de hoy todavía hay muchos escépticos que ven con un punto de sutil ironía gran parte del trabajo del padre del psicoanálisis. Conceptos, como la envidia del pexx en la construcción de la sexualidad femenina, se ven como conceptos caducos e irrisorios, y no falta también quien concibe gran parte de su legado como un tipo de pseudociencia poco consistente con los hallazgos de la psicología experimental.


“El inconsciente es el círculo más grande que incluye dentro de sí el círculo más pequeño del consciente; todo consciente tiene su paso preliminar en el inconsciente, mientras que el inconsciente puede detenerse con este paso y todavía reclamar el pleno valor como actividad psíquica”
-Sigmund Freud-

Sin embargo, para quienes sostienen estas ideas, es importante matizar una serie de reflexiones básicas. Cuando Sigmund Freud publicó por primera vez su trabajo sobre el inconsciente fue tachado de “hereje” por sus colegas. Hasta ese momento la psiquiatría se sostenía sobre un férreo sustrato organicista o biologicista. Freud fue el primero en hablar de los traumas emocionales, de los conflictos mentales, de los recuerdos escondidos de la mente…

Podemos sin duda ver con escepticismo alguna de sus teorías, pero no podemos menospreciar su legado, sus aportes, su enfoque revolucionario en el estudio de la mente, de la personalidad, en el campo de los sueños y en la necesidad de reformular la psicología uniendo el plano orgánico con ese otro escenario regido por las fuerzas de la mente, por los procesos inconscientes y los instintos. Los nuestros, claro.

Así, más allá de lo que podamos creer, el legado de Freud no tiene fecha de caducidad ni lo tendrá nunca. Tanto es así que a día de hoy la neurociencia sigue el camino de algunas de las ideas que el padre del psicoanálisis postuló en su momento.

Mark Solms, un conocido neuropsicólogo de la Universidad de la Ciudad del Cabo, nos recuerda por ejemplo que mientras la mente consciente es capaz de atender 6 o 7 cosas a la vez, nuestro inconsciente se ocupa de centenares de procesos. Desde los puramente orgánicos regidos por el sistema nervioso pasando también por gran parte de las decisiones que tomamos a diario.

Si rechazamos el valor y la relevancia que tiene el inconsciente en nuestra vida, rechazamos por tanto gran parte de lo que somos, gran parte de lo que queda por debajo de esa pequeña punta del iceberg…

El curioso caso de Anna O
Estamos en 1880 y a la consulta del psicólogo y fisiólogo austriaco Josef Breuer llega la que se considera “el paciente 0”. Es decir, la persona que permitiría a Sigmund Freud asentar las bases de la psicoterapia y a iniciar los estudios sobre la estructura de la mente y el inconsciente.

“El inconsciente de un ser humano puede reaccionar al de otro sin pasar por el consciente”
-Sigmund Freud-

Hablamos, cómo no, de “Anna O” seudónimo de Bertha Pappenheim, una paciente diagnosticada con “histeria” y cuyo cuadro clínico superó de tal modo a Breuer que pidió la ayuda de su colega y amigo Sigmund Freud. La joven tenía 21 años, y desde el momento en que tuvo que responsabilizarse de su padre enfermo, empezó a sufrir alteraciones tan graves como extrañas. Su comportamiento era tan extraño el punto de que no faltaba quien se aventuraba a decir que Bertha estaba endemoniada.

  • La verdad es que el caso en sí no podía ser más particular: la joven sufría episodios de ceguera, sordera, parálisis parcial, estrabismo ocular y, lo más llamativo, había instantes en que perdía la capacidad del habla o incluso se comunicaba con idiomas que no dominaba, como el inglés o el francés.
  • Freud y Breuer intuían que aquello iba más allá del clásico histerismo. Hubo un punto en que Bertha Pappenheim dejó de beber. La gravedad de su estado era tal que el padre del psicoanálisis recurrió a la hipnosis para evocar de pronto un recuerdo: la dama de compañía e Bertha le había dado de beber del mismo vaso que a su perro. Tras “desbloquear” ese recuerdo inconsciente, la joven pudo volver a beber líquidos.
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A partir de aquí las sesiones siguieron la misma linea: traer a la consciencia traumas del pasado. La relevancia del caso de Anna O (Bertha Pappenheim) fue tal que sirvió a Freud para introducir en sus estudios sobre histerismo una nueva teoría revolucionaria sobre la psique humana, un nuevo concepto que cambió por completo los cimientos de la mente.

Qué es la mente inconsciente para Freud
Entre 1900 y 1905 Sigmund Freud desarrolló un modelo topográfico de la mente mediante el cual describió las características de la estructura y función de la misma. Para ello utilizó una analogía que a todos nos es sobradamente familiar: la del iceberg.

  • En la superficie está la conciencia, ahí donde concurren todos esos pensamientos donde focalizamos nuestra atención, que nos sirven para desenvolvernos y que utilizamos con inmediatez y rápida accesibilidad.
  • En el pre-consciente se concentra todo aquello que nuestra memoria puede recuperar con facilidad.
  • La tercera y más importante región es el inconsciente. Es amplio, vasto, inabarcable a veces y misterioso siempre. Es la parte que no se ve del iceberg y la que ocupa en realidad, la mayor parte de nuestra mente.
El concepto del inconsciente de Freud no era una idea nueva
Sigmund Freud no fue el primero en hacer uso de este término, de esta idea. Neurólogos como Jean Martin Charcot o Hippolyte Bernheim ya hablaban a menudo del inconsciente; sin embargo, fue él quien hizo de este concepto el eje vertebrador de sus teorías, dotándolo de nuevas significaciones:

  • El mundo inconsciente no está más allá de la conciencia, no es una entidad abstracta sino un estrato real, amplio, caótico y esencial de la mente, al cual no se tiene acceso.
  • Ahora bien, ese mundo inconsciente se revela de muy diversas formas: a través de los sueños, en nuestros lapsus o en nuestros actos fallidos.
  • Asimismo, el inconsciente para Freud es interno y es externo. Interno porque se extiende en nuestra conciencia y externo porque afecta a nuestro comportamiento.

Por otro lado, en “Estudios sobre la histeria” Freud concibió el concepto de la disociación de un modo diferente y revolucionario a como lo hicieron los los primeros hipnólogos como Moreau de Tours o Bernheim o Charcot. Hasta ese momento, este mecanismo de la mente donde se mantienen separadas partes que deberían estar unidas como son las percepciones, sentimientos, pensamientos y recuerdos, se explicaba en exclusiva por causas somáticas, por enfermedades del cerebro asociadas al histerismo.

Freud, vio la disociación como un mecanismo de defensa. Era una estrategia de la mente por la cual, apartar, esconder y sofocar determinadas cargas emocionales y experiencias en el inconsciente por el mero hecho de que la parte consciente, no podía tolerarlas o aceptarlas.

El modelo estructural de la mente
Freud no descubrió el inconsciente, lo sabemos, no fue el primero en hablar de él, queda claro, sin embargo, fue la primera persona que hizo de este concepto el sistema constitutivo del ser humano. Dedicó a esta idea toda su vida, hasta el punto de afirmar que la mayoría de nuestros procesos psíquicos son en sí mismos inconscientes, y que los procesos conscientes no son sino actos aislados o fracciones de todo ese sustrato subterráneo que yace bajo el iceberg.

Ahora bien, entre 1920 y 1923 Freud dio un paso más allá y reformuló un poco más su teoría sobre la mente para introducir el que hoy se conoce como el modelo estructural de las instancias psíquicas donde se incluyen las clásicas entidades del “yo, ello y superyo”.

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El Ello: El Ello o Id es la estructura de la psique humana que queda en la superficie, la primera que aparece en nuestra vida y que la que rige nuestro comportamiento en esa primera infancia. Es la que busca el placer inmediato, se rige por lo instintivo por esas pulsiones más primitivas de nuestra esencia y contra las cuales, solemos luchar a diario.

  • El Yo: a medida que crecemos y llegamos hasta los 3, 4 años va a apareciendo ya nuestro concepto de realidad y nuestra necesidad de sobrevivir en ese contexto que nos rodea. Así, con el desarrollo de ese “YO” aparece también una necesidad: la de controlar a cada instante al “Ello” o que lleva a cabo acciones para satisfacer sus pulsiones de un modo aceptable y correcto socialmente. Asimismo, para conseguir que la propia conducta no sea descarada o demasiado desinhibida se hace uso ya de los mecanismos de defensa.
  • El Superyó: el Superyó surge a partir de la socialización, de la presión de nuestros padres, de los esquemas de ese contexto social que nos trasmite unas normas, unas pautas, unas guías de comportamiento. Esta entidad psíquica tiene un fin último muy concreto: velar por el cumplimiento de las reglas morales. Este propósito no es nada fácil de llevar a cabo, porque por una parte tenemos al Ello que detesta lo moral y que desea satisfacer sus pulsiones, y por otro lado, tenemos al YO que solo quiere sobrevivir, estar en equilibrio…
El Superyó se enfrenta a ambos, y nos hace sentir culpables cuando por ejemplo, deseamos algo pero no podemos alcanzar o realizar porque las normas sociales nos lo impiden.
 
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La importancia de nuestros sueños como camino hacia el inconsciente
En la excelente película “Recuerda” de Alfred Hitchcock nos sumergimos en el mundo onírico del protagonista gracias a los sugerentes escenarios que Salvador Dalí creo para la película. La verdad es que pocas veces se nos mostró con tanta perfección ese mundo del inconsciente, ese universo del trauma escondido, de los recuerdos reprimidos, de las emociones soterradas.

“La interpretación de los sueños es el camino real al conocimiento de las actividades inconscientes de la mente”
-Sigmund Freud-

Así, un modo de poder evocar parte de ese recuerdo traumático guardado bajo llave en los recovecos de la mente, era mediante el análisis de los sueños. Freud consideraba que la comprensión de ese mundo de lo onírico era el camino real hacia el inconsciente, ahí donde poder vencer los mecanismos de defensa y alcanzar todo ese material reprimido bajo formas distorsionadas, inconexas y extrañas…

El mundo del inconsciente en la actualidad
La teoría del inconsciente de Freud fue vista como una auténtica herejía en su momento, más tarde se alzó como un concepto vertebrador en el análisis y comprensión de toda conducta, y en la actualidad, se la ve como un corpus teórico no exento de limitaciones técnicas, avales científicos y perspectivas empíricas.

A día de hoy sabemos que NO todo nuestro comportamiento, nuestra personalidad o nuestra conducta puede explicarse por ese universo de lo inconsciente. Sabemos, no obstante, que sí existen cientos, miles de procesos, que son inconscientes en nuestro día a día por simple economía mental, por mera necesidad de automatizar ciertos heurísticos que nos permiten tomar decisiones rápidas. Con el riesgo de perpetuar algunas etiquetas injustas, eso sí.

La psicología y la neurociencia actual no quita valor al inconsciente, todo lo contrario. En realidad, es un mundo fascinante y de gran valor donde entender muchas de nuestras conductas, de nuestras elecciones cotidianas, de nuestras preferencias… Un tejido psíquico que conforma gran parte de lo que somos y cuyo descubrimiento y formulación se la debemos a la figura de Sigmund Freud.

Referencias Bibliográficas

Freud, Sigmund (2012) “El Yo, el Ello y Otros Ensayos De Metapsicología”, Alianza Editorial

Freud Sigmund, (2013) “Estudios sobre la Histeria”, Colección Pensar. Madrid

Por Valeria Sabater
 
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Anna Freud y su obra después de Sigmund Freud

Por Valeria Sabater

Anna Freud fue una hija no deseada. Era la pequeña de 6 hermanos y la única que, llegada la adolescencia, se convirtió en la discípula devota y casi abnegada de su padre, Sigmund Freud. Fue “conejillo de indias” para el psicoanálisis y también heredera de su legado. Eso sí, una buena parte de lo que Anna Freud aportó al campo de la psicología infantil fue algo pionero y realmente valioso.

El nombre de esta interesante mujer afortunadamente no navega en la bruma del olvido. Su nombre no ha caído en ese eco difuso donde otras figuras femeninas quedaron casi diluidas por la cercanía de grandes hombres con los que compartieron linaje. Ahí está, por ejemplo, la figura de Ada Lovelace, notable matemática y precursora del lenguaje de programación; una mujer que para muchos no fue más que la hija aventajada de Lord Byron.

Anna Freud también fue la hija más aventajada del padre del psicoanálisis, una niña que llegó al mundo sin que nadie la esperara pero que al poco consiguió hacerse un hueco entre sus hermanos y entre todos esos familiares que idolatraban ciegamente al médico y neurólogo austriaco. Anna era revoltosa, inquieta y buscaba por encima de cualquier cosa ganarse a la fuerza la admiración de su padre, un hombre que la trató siempre más como una paciente que como una hija.

Fue a lo largo de los años 20 cuando, siendo ya miembro de la Asociación Psicoanalítica de Viena, su vida empezó a tomar nuevos rumbos. Freud ya había recibido el diagnóstico del cáncer de paladar y Anna, decidida a no dejar a su padre en ningún momento, pensó que aunque no lo abandonaría físicamente orientaría su carrera a otros campos. En lugar de ejercer como analista, decidió tratar pedagógicamente a niños pequeños bajo directrices psicoanalíticas.

Lo que empezó en la Viena de 1925, lo continuó en Inglaterra y bajo el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Una etapa clave donde se iniciaría su auténtica obra; esa que continuaba en cierto modo la del ya fallecido Sigmund Freud, pero aportando a su vez, nuevos enfoques.

“Siempre busqué en el exterior la fuerza y la confianza, pero después descubrí que están en el interior, ahí donde han resido todo el tiempo”
-Anna Freud-

Anna Freud y la psicología del YO
Anna Freud fue siempre una mujer práctica. No le gustaba demasiado teorizar: de ahí que sus libros estén llenos de interesantes casos prácticos como base para justificar y desarrollar sus ideas. Lo que más deseaba Miss Freud era que el psicoanálisis tuviera una utilidad terapéutica en la vida de las personas, especialmente en la de los niños.





    • A lo largo de su vida se preocupó mucho más de la dinámica mental que de su estructura. De ahí que se interesara más por el YO que por el ELLO, y de esa parte inconsciente de la vida psíquica que tanto apasionaba a su padre.
    • Anna Freud es especialmente conocida por su libro “El Yo y los Mecanismos de Defensa”. En sus páginas explica cómo funcionan cada una de estas dinámicas, dedicando un apartado especial al uso de los mecanismo de defensa de los niños y los adolescentes.
    • Asimismo también ahondó en una idea interesante, y es el hecho de que la mayoría de nosotros aplicamos diferentes mecanismos de defensa y que no hay nada de patológico en ello. El enfoque de Anna Freud no se centraba tanto en los síntomas de posibles anomalías, como lo hizo su padre. Buscaba también combinar su prisma teórico con una psicología más al uso que a todos nos fuera útil, práctica.
Entre los múltiples mecanismos de defensa que enunció Anna Freud, estos serían sin duda los más conocidos:




    • Represión: responde a la necesidad de contener los pensamientos y emociones que mantienen la ansiedad.
    • Proyección: es la capacidad y costumbre de ver los defectos propios en otra persona.
    • Desplazamiento: la transferencia de sentimientos negativos hacia terceras personas.
    • Regresión: volver a una edad más joven psicológicamente, con las costumbres y los patrones propios de esta edad anterior.
La etapa británica y la psicología infantil
En 1941 Anna Freud abrió una guardería y varias residencias para niños en la calle Wedderburn, una zona de Hampsteaden, en Londres. En aquellos días había leído también a María Montessori y sensibilizada por todos aquellos pequeños, traumatizados por la impronta de la guerra, decidió que era el momento de avanzar y de conseguir logros en ese campo que tanto le interesaba.





    • Basó el desarrollo de sus teorías en el enfoque de su padre. Sin embargo, tenía claro que a la hora de tratar los traumas, dejaría el “Ello y el superyó” a un lado para centrarse en el “YO”.
    • Asimismo, cuando Anna iniciaba sus sesiones de psicoterapia, evitaba por todos los medios asumir esa figura “paterna” tan clásica en el psicoanálisis. Sabía que, para que un niño pudiera comunicarse con comodidad, necesitaba un entorno cálido, amable y distendido.
    • La hija de Freud fue la primera en hacer uso del juego (ludoterapia) como mecanismo para adentrarse en el mundo emocional del niño. Con el juego también cambió la forma de jugar su rol como terapeuta: lejos de presentarse como una figura de autoridad distante, su pretensión fue tratar con los niños desde la cercanía y utilizando su lenguaje.
El diván por tanto quedó a un lado para crear auténticas aulas de juego: un contexto mucho más idóneo para la expresión espontánea de los más pequeños.

La importancia de las relaciones tempranas
Ann Freud defendió a lo largo de toda su vida la necesidad de cuidar y atender las las relaciones tempranas de un niño como mecanismo esencial para su correcto desarrollo. Sus trabajos sobre los pequeños que habían sufrido abandono o negligencia extrema, por ejemplo, sentaron las bases para múltiples investigaciones posteriores.

“Lo que siempre he querido para mí es mucho más primitivo. Probablemente no es más que el afecto de las personas con las que estoy en contacto, y su buena opinión sobre mí”
-Anna Freud-

Asimismo, otra iniciativa pionera fue la recomendación de que los niños no debían estar hospitalizados más de lo necesario, ni permanecer un tiempo excesivo en orfanatos en caso de orfandad o abandono. Los niños necesitan la cercanía familiar y la figura materna. Toda distancia del seno familiar (figuras de referencia) ocasiona estrés, miedo, y tiene un impacto en la mente del niño y en su desarrollo psíquico.

Anna Freud pretendió que el funcionamiento de sus centros de acogida se basara en las “unidades de familia”. De ese modo, toda criatura abandonada o traumatizada por los efectos de la guerra encontraba en estas instituciones otros compañeros (hermanos) y una madre suplente o psicoterapeuta que trataba los traumas y las pesadillas recurrentes de aquellos pequeños.

El “demonio negro”, como la llamaba su padre por su carácter a instantes fuerte y algo excéntrico, no traicionó la herencia teórica de Sigmund Freud; de hecho, la mejoró. Gracias a ella se pudo pulir ese arista, ese cabo suelto y descuidado que dejó su progenitor al no ahondar demasiado en la educación infantil.
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La práctica terapéutica de Anna Freud se volcó exclusivamente en los niños, y no solo eso. Su propia vida quedó dedicada al amparo de los pequeños que carecían de cuidados básicos. Creó múltiples guarderías residenciales, una clínica y un centro de formación de psicoterapeutas en psicoanálisis infantil.

Miss Freud murió a la edad de 82 años, habiendo cumplido su misión. Fue la madre del psicoanálisis y la persona que veló por su continuidad.

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Citas Anna Freud
Una persona puede sentirse sola, aun cuando mucha gente la quiera.

Estuve buscando fuera de mí para encontrar la fuerza y la confianza pero éstas provienen de adentro. Siempre han estado allí.

Tuve la suerte de ser arrojada bruscamente a la realidad.

Las mentes creativas son conocidas por ser capaces de sobrevivir a cualquier clase de mal entrenamiento.

No veo la miseria que hay, sino la belleza que aún queda.

Los niños usualmente no se culpan a sí mismos por estar perdidos. Son los adultos.

Quien es feliz hace feliz a los demás también.

Podrán callarnos, pero no pueden impedir que tengamos nuestras propias opiniones.

A veces lo más bello es, precisamente, lo que viene de forma inesperada y no deriva del trabajo.

La pereza puede parecer atractiva, pero el trabajo da satisfacción.

Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad.

Muchas cosas se hacen problemáticas por una sola razón: el descontento con uno mismo.

¡Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un solo momento antes de comenzar a mejorar el mundo!
 
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La agresividad humana y la pulsión de Muerte en la teoría social de Sigmund Freud.

por Sergio Palavecino

Resumen: En su obra El malestar en la cultura (1930) Freud dice: la agresividad humana es el obstáculo más importante en el desarrollo de la cultura. ¿Qué es la agresividad?, ¿Cuáles son sus manifestaciones?, ¿Es el Hombre naturalmente agresivo y cruel?, ¿Cómo elude la cultura el peligro de la agresividad y la destrucción? Este artículo puede considerarse una introducción a estos problemas y sus derivados en la teoría social freudiana.


Abstract: In his book Civilization and its Discontents (1930) Freud says human aggression is the most important obstacle in the development of culture. What is the aggressiveness?, What are its manifestations ?, Is naturally aggressive and cruel the Man?, How eludes culture danger of aggression and destruction? This article can be considered an introduction to these problems and their derivatives in Freud’s social theory.




La agresividad humana
El problema de la agresividad como elemento social había sido presentado en El porvenir de una ilusión (1927). En esa ocasión Freud sostuvo que la agresividad humana constituía una reacción en forma de rechazo a condiciones específicas del principio de la realidad dominante (específicamente, la sociedad del capitalismo industrial, cima de la enajenación; con la imposición coercitiva del trabajo y represión pulsional). En su obra de 1930, El malestar en la cultura Freud señala que la tendencia agresiva no representa necesariamente una respuesta a la coerción. (1) Generando un giro en su teoría, Freud afirma que la agresividad es una disposición pulsional, una tendencia intrínseca de la naturaleza humana, (2) a la par de la sexualidad, y como tal exige satisfacción.


En el sujeto, la pulsión agresiva surge en condiciones favorables, o sea, cuando desaparecen las fuerzas psíquicas y sociales antagónicas. También –dice Freud– la agresividad puede manifestarse espontáneamente “desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie”. (3) La pulsión también aparece diluida en ciertos fenómenos sociales como en el “narcisismo de las pequeñas diferencias”, fenómeno psicológico de masas, donde el “grupo” recurre a la discriminación y persecución de un “enemigo” cercano -exterior o interior- contra el cual descargar la agresividad. Desde el psicoanálisis se le considera “un medio para satisfacer, cómoda y más o menos inofensivamente, las tendencias agresivas, facilitándose así la cohesión entre los miembros de la comunidad”. (4) No lejos de estas manifestaciones, está el desborde de la pulsión agresiva en la historia de la humanidad: La guerra. Tanto la organizada por un Estado (que monopoliza la violencia con Fuerzas armadas y del orden), como la guerra desorganizada, y derivada del mito antropológico de Hobbes: la guerra de todos contra todos.


Por estas circunstancias la cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre. (5) Freud señala que no basta con las comunidades de trabajo (que ligan fuertemente al individuo con la realidad). El éxito de Eros (mantener y profundizar la cohesión humana) frente a la agresividad del sujeto individual y de la masa, implica un fortalecimiento de la moral cultural. Hay que dominar la agresividad del individuo “[…] dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas (transformación en lo contrario). De ahí, pues, el despliegue de métodos destinados a que los hombres se identifiquen y entablen vínculos amorosos coartados en su fin; de ahí las restricciones de la vida sexual (moral sexual), y de ahí también el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, precepto que efectivamente se justifica, porque ningún otro es, como lo es él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana”. (5) No obstante -y como sabemos por experiencia histórica- este mandamiento es insuficiente. La mera imposición de preceptos y desvíos psicológicos no tienen la fuerza suficiente para abolir la parte de agresividad peligrosa para la cultura.


Freud dice: “Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no solo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella su felicidad. En efecto, el hombre primitivo (6) estaba menos agobiado en este sentido, pues no conocía restricción alguna de sus pulsiones […] el hombre civilizado ha trocado una parte de posible felicidad por una parte de seguridad”. (7)


La cuestión ahora reside en identificar cómo se elude efectivamente el problema de la agresividad en la evolución cultural, es decir, en que cosiste aquella seguridad que deriva de la represión del componente agresivo humano.


La pulsión de Muerte
En las últimas páginas del El malestar en la cultura se da un giro en la teoría de Freud, se pasa de una doctrina pulsional monista (8) a una dual. Esto sucede cuando interfiere «la existencia de un pulsión agresiva particular e independiente». Desde 1920 Freud señalo que “[desde] ciertas especulaciones sobre el origen de la vida y sobre determinados paralelismos biológicos, deduje que, además del instinto que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en unidades cada vez mayores, debía existir otro, antagónico de aquel, que tendiese a disolver estas unidades y a retornarlas al estado más primitivo, inorgánico. De modo que además del Eros habría un pulsión de Muerte; (9) los fenómenos vitales podrían ser explicados por la interacción y el antagonismo entre ambos.”(10)


Freud hace patente el carácter hipotético de esta pulsión de Muerte. Lo que sabemos en primera instancia nos viene comunicado por vía negativa. Muerte es antítesis de Eros (pulsiones de vida o sexuales), como este último es «notable y conspicuo», bien puede aceptarse que tal pulsión de muerte “actuase silenciosamente en lo íntimo del ser vivo, persiguiendo su desintegración.” (11) Cuando una parte de esa pulsión se orienta contra el mundo exterior, se manifiesta como impulso de agresión y de destrucción. “De tal manera la propia pulsión de Muerte sería puesta al servicio del Eros, pues el ser vivo […] al cesar esta agresión contra el exterior tendría que aumentar por fuerza la autodestrucción, proceso que de todos modos actúa constantemente”. (12) ¿Es solo la fuerza del «amor» la que se impone? ¿Qué ha sucedido para que los deseos agresivos del hombre se tornen inofensivos? La clave está en el concepto de autodestrucción.


En la teoría de Freud hay autodestrucción cuando:
“la agresión es introyectada, internalizada de vuelta en realidad al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo, incorporándose a una parte de éste, que en calidad de super-yo, se opone a la parte restante y asumiendo la función de «conciencia» [moral], despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños”. (13)


Entre el riguroso super-yo y el yo se crea una tensión que Freud denomina sentimiento de culpabilidad y que se manifiesta en la necesidad de castigo. Por consiguiente, se concluye que la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo


“[…] debilitando a éste, desarmándolo y haciéndalo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada”. (14)


El sentimiento de culpabilidad atraviesa las fases evolutivas del ser humano. En su forma primitiva la pulsión de Muerte exteriorizada como agresividad encontraba satisfacción en diversas expresiones de naturaleza sádica (destrucción, violencia, crueldad), por obra de la administración cultural y sus intereses (15) la agresividad es transformada en la base de la autorregulación moral. La compulsión moral permite a la pulsión de Muerte seguir satisfaciendo sus exigencias sádicas a través del verdugo interno que es el super-yo, en este proceso el yo se torna masoquista (adquiere y perpetúa la necesidad de castigo), situación que genera una importante cuota de infelicidad general.


La doctrina psicoanalítica admite que el origen del super-yo se halla íntimamente enlazado a los destinos del complejo de Edipo, el super-yo -como dicen los psicoanalistas- es el heredero de este vínculo afectivo (16) (esto quiere decir que el niño renuncia a la agresión contra el padre y ulteriormente erige un super-yo por identificación con el padre. Luego, la agresión contenida transferida al super-yo fortalece el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo). Freud dice que la conciencia de culpabilidad es inevitable, fatal como la tendencia agresiva contra el padre que “volvió a agitarse en cada generación sucesiva.” (17) Y efectivamente, sostiene Freud: “[…] no es decisivo si hemos matado al padre o si nos abstuvimos del hecho [aludiendo a la hipótesis del crimen primordial] en ambos casos nos sentiremos por fuerza culpables, dado que este sentimiento de culpabilidad es la expresión del conflicto de ambivalencia de la eterna lucha entre el Eros y la pulsión de destrucción o de muerte”. (18)


Este conflicto se exacerba en cuanto al hombre se le impone la tarea de vivir en comunidad:
a) En la familia: el conflicto se manifestará en el complejo de Edipo, instituyendo la conciencia moral y engendrando el primer sentimiento de culpabilidad.


b) En la cultura (comunidad amplia, civilización), el mismo conflicto permanece en formas que dependen del pasado, reforzándose y exaltando aún más el sentimiento de culpabilidad. Como la cultura obedece a Eros que obliga a unir a los hombres en una masa íntimamente amalgamada, solo puede alcanzar este objetivo mediante la constante acentuación del sentimiento de culpabilidad. El precio a pagar por el progreso cultural es: “la perdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad”. (19)


En la teoría de Freud la cultura progresa como dominio, solo la multiplicación de sus normas refuerzan las estructuras represivas básicas y la renuncia. La civilización no admite superhombres, o si se quiere “la civilización tiene que defenderse a sí misma del fantasma de un mundo libre.” (20) Por esto hay que repetir con Freud: la «meta» del principio del placer, o sea «ser feliz», es inalcanzable. Ante esto hay que resignarse “[…] en último análisis, la pregunta es sólo cuánta resignación puede soportar el individuo sin explotar.” (21)


Este trágico escenario, esta aporía sociológica es -desde el punto de vista de Freud- insuperable. El carácter forzoso de la cultura para la humanidad (la restricción de la vida sexual mediante el carácter compulsivo de las exigencias morales, implantación del ideal humanitario a costa de la selección natural, etc.) perpetúa el conflicto. Los impulsos instintivos de naturaleza elemental –esto es la esencia más profunda del hombre– seguirán siendo inhibidos, dirigidos hacia otros sectores, amalgamados entre sí, cambiando de objeto, volviéndose contra la propia persona. Las condiciones de vida principalmente en los grandes centros urbanos seguirán siendo los factores decisivos en las neurosis. Para Freud no existe un sistema político que pueda eliminar el malestar específico derivado de la convivencia social. El objetivo del Eros de la cultura -formar una unidad amalgamada de humanos- podría ser logrado con mayor éxito “si se hiciera abstracción de la felicidad individual”. (22) En último análisis, el ideal de la cultura, es decir, la abolición del antagonismo pulsional, el ascenso de Eros sobre la pulsión de muerte es políticamente la fuente del totalitarismo.


No hay que desconocer que todo esto había sido expuesto “en medio del rápido crecimiento del fascismo europeo”. (23) Bastaron solo tres años para que las sombrías predicciones de esta obra resulten plenamente -históricamente- justificadas con el advenimiento del régimen nazi. En 1933 Adolf Hitler era elegido canciller de Alemania.


Citas
(1) La tendencia agresiva tampoco es consecuencia de la propiedad privada de los bienes como sostienen los planteamientos e hipótesis psicológicas del comunismo. Véase: Freud, S. El malestar en la cultura y otros ensayos. Alianza Editorial, Madrid, 1992., p. 54.
(2) Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 55.
(3) Idem.
(4) Ibidem., p. 56. Hemos averiguado que son dos cosas las que mantienen cohesionada a una comunidad: la compulsión de la violencia y las ligazones de sentimiento —técnicamente se las llama identificaciones— entre sus miembros. Véase las ideas de sobre la Identificación y el instinto gregario en Freud, S. Psicología de las masas. Alianza Editorial, Madrid, 2007., p. 42.
(5) Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 55.
(6) Ibidem., p. 54.
(7) En la familia primitiva solo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimidos como esclavos. Véase: Freud, S. Tótem y tabú y otras obras (Obras completas Vol. XIII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992.; también en Psicología de las masas (epígrafe La masa y la Horda primitiva).
(8) La doctrina de las pulsiones constaba inicialmente de dos elementos: los instintos del yo (que tienden a conservar al individuo) y los instintos libidinales dirigidos a los objetos (su función primordial, reside en la conservación de la especie) en la dinámica o el juego de estos elementos pulsionales surge la neurosis , que “viene a ser la solución de una lucha entre los intereses de autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo, si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias”. En el desarrollo de la teoría de los instintos, pronto interviene la introducción del concepto del narcisismo, es decir el reconocimiento de que también el yo está impregnado de libido; “[…] esta libido narcisista se orienta hacia los objetos, convirtiéndose así en libido objetal; pero puede volver a transformarse en libido narcisista.” Como los instintos del yo resultaban ser libidinales, parecía que la teoría de los instintos se inclinaba por un monismo, es decir, parecía ser que todos los instintos eran de la misma especie. Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 59.
(9) Fundada “sobre la base de consideraciones teóricas apoyadas por la biología”, la pulsión o instinto de muerte, es aquella silenciosa exigencia encargada de reconducir al ser vivo orgánico a su estado anterior –estado inerte, inorgánico-. Freud exhibió por primera vez esta hipótesis en su obra Más allá del principio de placer (1920), ahí la relacionó con la compulsión a la repetición de eventos traumáticos. Esta compulsión se presentaba en los sueños de soldados afectados por neurosis de guerra. Freud logro identificar en el juego infantil una situación similar, en la cual, el recuerdo penoso era revivido una y otra vez hasta construir posteriormente una defensa suficiente (elaboración de la angustia). La compulsión a la repetición exacerbada puede volverse contra el propio sujeto. Estos fenómenos dejaban entrever una pulsión independiente de la pulsión sexual. Véase: Freud, S. El yo y el ello y otras obras (Obras completas. Vol. XIX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1991., p. 41.
(10) Ibidem., p. 60. “[…] La especulación teórica permite conjeturar la existencia de dos pulsiones básicas que se ocultan tras las pulsiones yoicas y de objeto, manifiestas: el Eros, que quiere alcanzar una unión cada vez más comprensiva, y la pulsión de destrucción, que lleva a la disolución del ser vivo.” Véase: Psicoanálisis (1926) en Freud, S. Presentación autobiográfica, y otras obras (Obras completas Vol. XX). Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992., p. 253.
(11) Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 60.
(12) Idem.
(13) Ibídem., p. 65. “El origen de esta instancia soberana de la personalidad –descrita por Freud explícitamente en el marco de la segunda teoría del aparato psíquico (aparato compuesto por el yo, el ello y el superyó)-, se remonta al periodo de la desaparición del complejo de Edipo, a los cinco años aproximadamente. En esta época, la interdicción de la realizar el deseo incestuoso que los padres imponen al niño edípico se transformara en el yo en un conjunto de exigencias morales y de prohibiciones que, de allí en más, el sujeto se impondrá a sí mismo. El psicoanálisis denomina superyó a esta autoridad parental internalizada en el momento del Edipo y diferenciada en el seno del yo en una de sus partes. Freud resumió en una única y muy conocida frase la esencia misma del superyó: «El superyó es el heredero del Edipo»” Véase: Nasio, J. –D. Enseñanza de 7 conceptos cruciales de psicoanálisis. Editorial Gedisa, Barcelona, 1996., p. 181.
(14) Idem. La naturaleza del psiquismo es ilustrada en una obra posterior, como sigue: “Nuestra alma, ese precioso instrumento por medio del cual nos afirmamos en la vida, no es una unidad pacíficamente cerrada en el interior de sí, sino más bien comparable a un Estado moderno donde una masa ansiosa de gozar y destruir tiene que ser sofrenada por la violencia de un estrato superior juicioso.” Freud, S. Nuevas conferencias de Introducción al psicoanálisis y otras obras (Obras completas Vol. XXII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992., p. 205. Véase el artículo: Mi contacto con Josef Popper-Lynkeus (1932).
(15) La influencia del mundo exterior en este proceso es de vital importancia, como dice Freud: “no es difícil convencerse que el rigor de la educación ejerce asimismo una influencia poderosa sobre la génesis del super-yo infantil. Sucede que a la formación del super-yo y al desarrollo de la conciencia moral concurren factores constitucionales innatos e influencias del medio, del ambiente real, dualidad que nada tiene de extraño pues representa la condición etiológica de todos estos procesos”. Ibidem., p. 72.
(16) Volviendo sobre su hipótesis antropológica cultural en la explicación del fenómeno que nos ocupa, Freud señala: “No podemos eludir la suposición de que el sentimiento de culpabilidad de la especie humana procede del complejo de Edipo y fue adquirido al ser asesinado el padre por la coalición de los hermanos. En esa oportunidad la agresión no fue suprimida, sino ejecutada: la misma agresión que al ser coartada debe originar en el niño el sentimiento de culpabilidad.” Ibidem., p. 72.
(17) Ibidem., p. 74.
(18) Idem
(19) Ibidem., p. 75.
(20) Marcuse, H. Eros y civilización. Editorial Sarpe, México, 1983., p. 95.
(21) Ibidem., p. 222.
(22) Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 82.
(23) Florenzano, R. Breve historia del psicoanálisis. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1999., p. 42.
Referencias
Freud, S. El malestar en la cultura y otros ensayos. Alianza Editorial, Madrid, 1992.
Freud, S. El yo y el ello y otras obras (Obras completas. Vol. XIX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1991.
Freud, S. Presentación autobiográfica, y otras obras (Obras completas Vol. XX). Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.
Freud, S. Nuevas conferencias de Introducción al psicoanálisis y otras obras (Obras completas Vol. XXII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992.
Freud, S. Tótem y tabú y otras obras (Obras completas Vol. XIII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992.
Florenzano, R. Breve historia del psicoanálisis. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1999.
Marcuse, H. Eros y civilización. Editorial Sarpe, México, 1983.
Nasio, J. –D. Enseñanza de 7 conceptos cruciales de psicoanálisis. Editorial Gedisa, Barcelona, 1996.

 
Celos según Freud

Freud creía que es "fácil ver" que los celos están compuestos por:

. Tristeza, el dolor causado por el pensamiento de que se está perdiendo a alguien a quien uno quiere o piensa querer.

. La comprensión dolorosa de que no podemos tener todo lo que queremos, aun cuando lo queramos con la mayor intensidad y merezcamos tenerlo.

. Sentimientos de enemistad contra el rival exitoso.

. Una mayor o menor dosis de autocrítica que nos hace sentir responsables de nuestra pérdida.

"Aunque los calificamos de normales", agregaba, "estos celos no son completamente racionales, esto es, nacidos de circunstancias actuales, proporcionados a la situación real y dominados sin residuo alguno por el yo consciente." En otras palabras, aun en los celos normales -los que experimentamos todos- siempre hay algunos componentes irracionales. La razón es que los celos "demuestran poseer profundas raíces en lo inconsciente, y continúan impulsos muy tempranos de la vida afectiva infantil".

Como usted recordará del análisis de los celos y la envidia hecho al principio, Freud creía que los celos arraigan primordialmente en acontecimientos infantiles asociados con el conflicto edípico. Esto ocurre durante la etapa fálica, cuando el niño tiene alrededor de tres años. En esta etapa, el órgano sexual se convierte en el centro de interés y placer para el niño. Como los órganos sexuales de niños y niñas son diferentes, los conflictos por los que tienen que pasar son diferentes. Según la famosa fórmula de Freud, "La anatomía es el destino".

Los niños pasan la mayor parte del tiempo con miembros de su familia. En consecuencia, los miembros de su familia son los objetos de amor e identificación más accesibles. Es natural que sus primeros impulsos sexuales se dirijan hacia alguien de la familia. Los impulsos sexuales vienen acompañados de animadversión contra la persona que el niño percibe como un rival. La rivalidad es la raíz del complejo de Edipo en los niños y del complejo de Electra en las niñas.

Edipo y Electra son héroes trágicos de la mitología griega. Edipo, sin saberlo, mata a su padre y se casa con su madre. Electra amaba a su padre y odiaba a su madre, que lo traicionó y provocó su muerte. Para vengar la muerte de su padre, Electra convenció a su hermano de que matara a la madre de ambos. Según Freud, todos los niños experimentan de alguna manera el dolor de Edipo y de Electra. El niño se "enamora" de su madre, la niña se "enamora" de su padre. Pero ambos se enfrentan a un rival formidable: el niño a su padre, la niña a su madre. El niño teme la ira de su padre si descubre que su hijo desea a su esposa. El modo de superar esta angustia es identificarse con el padre y convertirse en un hombre como él. La niña envidia la ventaja de que goza la madre y se sobrepone identificándose con ella. La tristeza, el dolor de la pérdida, la impotencia, la toma de conciencia de que no pueden obtener todo lo que quieren, la animadversión contra el rival exitoso que los niños experimentan cuando "pierden" en este original triángulo, quedan grabados en sus psiquis y reaparecen en la edad adulta cuando se encuentran inmersos en un triángulo semejante.

Basado en las Investigaciones de Ayala Malach Pines
 
Celos proyectados y celos delirantes

Freud diferenció los celos "normales" de los "proyectados" y los "delirantes", y a estos dos últimos los consideró patológicos.

Los celos proyectados derivan tanto de una verdadera infidelidad como de impulsos hacia la infidelidad que han sido reprimidos. Si usted ha sido infiel, o ha deseado a alguien pero no ha actuado en consecuencia, es probable que "proyecte" esa infidelidad sobre su compañero inocente. Le echará a su compañero la culpa de lo que usted hizo o quiso hacer, y reaccionará ante la amenaza proyectada poniéndose celoso.

"Sabido es que la fidelidad", escribió Freud, "sobre todo la exigida en el matrimonio, lucha siempre contra incesantes tentaciones." Incluso una persona que niega estas tentaciones, de todos modos las experimenta. ¿Cómo puede esa persona aliviar la culpa que le provoca el impulso a la infidelidad o el hecho de haberla cometido? Una forma es "proyectar sus propios impulsos a la infidelidad sobre la persona a quien deben guardarla. Este poderoso motivo puede luego servirse de las percepciones que delatan los impulsos inconscientes análogos de la otra persona y justificarse entonces con la re flexión de que aquélla no es probablemente mucho mejor."

Los celos que nacen de esa proyección, dice Freud, tienen un carácter casi delirante. (El delirio es una creencia que persiste aun cuando no tenga fundamentos en la realidad.) No obstante, los celos proyectados, a diferencia de los delirantes, casi siempre pueden ser tratados mediante una terapia psico-dinámica.


Cuando la persona celosa comprende que sus celos son producto de sus propios impulsos reprimidos hacia la infidelidad y que su compañero es una persona fiel, esa percepción suele ser suficiente para resolver el problema de celos. En el caso de los celos delirantes, la solución no es tan fácil.


Los celos delirantes son una forma de paranoia. También tienen su origen en impulsos hacia la infidelidad que fueron reprimidos, pero según Freud, en estos casos el objeto es del mismo s*x* que la persona celosa. (Como veremos más adelante, los psicoterapeutas actuales tienden a disentir con Freud en este punto.) Freud decía que todos somos en alguna medida bisexuales. Los niños, antes de la etapa edípica, se sienten atraídos por el padre del mismo s*x* además de por el padre del s*x* opuesto. Estos sentimientos son reprimidos, pero pueden volver a surgir bajo la forma de atracción consciente o inconsciente hacia el rival en los celos adultos. Este tipo de atracción homo sexual, según Freud, es el rasgo primordial de los celos delirantes. En una tentativa por defenderse de impulsos homosexuales demasiado fuertes, el hombre celoso dice, en efecto, "No soy yo quien lo ama, es ella". Como el impulso homosexual produce mucha más angustia que el impulso heterosexual, es más probable que la defensa contra él implique una grave distorsión de la realidad.

Como ejemplo de los celos delirantes Freud presenta el caso de un joven cuyo objeto de celos era su esposa, una mujer intachablemente fiel. Los celos de este hombre se manifestaban en ataques que duraban varios días y aparecían regularmente al día siguiente de que hubiera tenido relaciones sexuales con la esposa.

La conclusión de Freud es que después de haber satisfecho su libido heterosexual, los componentes homosexuales que también resultaban estimulados por el acto sexual "se manifestaban en el ataque de celos".

Los ataques de celos se basaban en gestos "imperceptibles para toda otra persona, en los que podía haberse transparentado la coquetería natural de su mujer, totalmente in consciente". Ella había rozado distraídamente con la mano al hombre que estaba a su lado, había inclinado demasiado su rostro hacia él, o había sonreído con gesto más amable que el que solía dedicarle a su esposo en la intimidad.

El esposo estaba particularmente atento a todas estas manifestaciones del inconsciente de su mujer y sabía cómo interpretarlas. En esto se parecía a las personas que sufren paranoia, a quienes nada de lo que hacen los demás les resulta indiferente, e interpretan cada gesto, por mínimo que sea -una risa contenida, una mirada indiferente, un escupitajo en el suelo- como dirigido personalmente a ellas.

Nuestro marido celoso percibía la infidelidad de su esposa en lugar de la propia. Por la vía de prestar la máxima atención a la infidelidad de ella magnificándola al extremo podía mantener inconsciente la suya. Del mismo modo, el odio que el paranoico perseguido ve en los otros es un reflejo de sus propios impulsos hostiles hacia ellos.

Como es de suponer, Freud encuentra las razones que explican los celos delirantes del esposo en los primeros acontecimientos de su infancia. La juventud del marido estuvo dominada por un fuerte apego a su madre. De los muchos hijos que esta mujer había tenido, él, que era de claradamente el favorito, desarrolló unos celos marcada mente "normales" hacia ella. Cuando se comprometió para casarse, su deseo de una madre virginal se expresó en dudas obsesivas acerca de la virginidad de su novia. Estas dudas desaparecieron después del casamiento. En los primeros años de su matrimonio los celos brillaron por su ausencia. Luego, se involucró en un prolongado amorío con otra mujer. Cuando el amorío terminó empezó a sentirse celoso una vez más. Esta vez se trataba de celos proyecta dos, que le permitían aliviar la culpa que sentía por su propia infidelidad. El hecho de que su padre tuviera poca in fluencia en la familia combinado con "un trauma homo sexual humillante en la pubertad" representan para Freud las raíces de una fuerte atracción sexual que este hombre sentía por su suegro, que con el tiempo se convirtió en una "plena paranoia celosa".

La mayoría de los psicólogos clínicos que se dedican a trabajar con personas que tienen un problema de celos coinciden con Freud en que los celos pueden variar en su nivel de patología en un arco que va desde los celos normales a los delirantes. También coinciden con Freud en que los celos delirantes son una forma de paranoia y en que son los más difíciles de tratar y curar. Muchos no coinciden, en cambio, en que los celos delirantes sean primordialmente producto de impulsos reprimidos a la homosexualidad.

Un ejemplo del uso que un psicoanalista actual está haciendo de los conceptos de Freud acerca de los celos nos lo proporciona el análisis del doctor Pinta a propósito de la dinámica de la tolerancia patológica.

Basado en las Investigaciones de Ayala Malach Pines
 
Celos Patológicos


Como los celos patológicos, la tolerancia patológica (aquellos casos poco comunes que describo al principio como "anormalmente no celosos") tienen su origen en el conflicto edípico. En ambos casos el individuo recrea una situación familiar de la primera infancia y deseos edípicos inconscientes. En el triángulo que forman John, Sharon y Michael, John es un hombre que sintió, al nacer su hermano, que había sido reemplazado en el amor de su madre. En su matrimonio aquella relación se ha reproducido en forma casi idéntica, y en ella Sharon representa a su madre y Michael a su herma no. En el triángulo formado por Lana, Jack y Marilyn, las semejanzas con la historia familiar de Lana son aún más sorprendentes. Jack y Marilyn desempeñan el rol de padres sustitutos en tanto que Lana juega el rol de "hermana mayor" con los hijos de Marilyn. En la terapia Lana aseguró que se sentía exactamente como solía sentirse con sus hermanos. Además, Jack le era abiertamente infiel a Lana del mismo modo que el padre de Lana le había sido abierta mente infiel a su madre.

Otro mecanismo que se ve en la tolerancia patológica y que Freud observó en los celos delirantes es la proyección de los impulsos homosexuales inconscientes. En el primer triángulo, la atracción física que John sentía por Michael era más que evidente. Establecieron una intimidad considerable que algunas veces llegó a provocar la exclusión de Sharon. En el segundo triángulo, Lana tenía una historia de homosexualidad y su atracción por Marilyn era evidente. La gran proximidad en que se daban las relaciones sexuales en la tríada implica una fuerte gratificación de los impulsos homosexuales inconscientes.

Como diagnostican celos delirantes

En el manual oficial de diagnóstico de la American Psychiatric Association (Asociación Norteamericana de Psiquiatría) -el DSM-III- se describe a los celos delirantes como una perturbación paranoica. El individuo que la sufre puede llegar a convencerse, sin la debida causa, de que su compañero (o compañera) le es infiel. La persona celosa reúne ligeros indicios de "pruebas" tales como tener la ropa en desorden, o encontrar manchas en las sábanas, y los usa para justificar su delirio. También ocurre que la persona se torna desconfiada, resentida, colérica e incluso violenta.

El manual presenta los criterios de diagnóstico que se estima que los psicólogos deben emplear para definir un caso particular de celos como delirante. Estos criterios pueden ser útiles para aquellos que están procurando determinar si sus celos, o los de su compañero, son delirantes. Los siguientes son algunos de ellos:

. Celos persistentes a pesar de que es evidente que no hay nada que los justifique en la realidad.

. Sentimientos y conducta adecuada al delirio.

. Duración del delirio de al menos una semana.

. Incoherencia, alucinaciones o delirios bizarros (por ejemplo, delirios de control, transmisión de pensamiento).

. Inexistencia de perturbación orgánica que pueda explicar el delirio.

En palabras más simples, los celos no se basan en la realidad pero no obstante persisten. Cuando esto le ocurre a alguien a quien usted ama o a quien está muy ligado, nada de lo que diga o haga convencerá a esa persona de que usted es inocente. Lo mejor que se puede hacer en un caso así es pedir ayuda profesional.

Un ejemplo registrado en el libro de casos que acompaña al manual DSM-III nos ayudará a aclarar estos criterios. Una exitosa, y hermosa, diseñadora de interiores de treinta y cuatro años es llevada a la clínica por su esposo de treinta y siete años, un destacado abogado. El esposo se queja de que en los últimos tres años su esposa le ha estado haciendo acusaciones cada vez más estridentes de infidelidad. Ha hecho todo lo que estaba a su alcance para convencerla de su inocencia pero nada de lo que dice o hace logra conmover su convicción. Un análisis cuidadoso de los hechos revela que efectivamente no hay pruebas que permitan suponer que el esposo ha sido infiel. Cuando se le pregunta a la esposa cuáles son las pruebas que tiene, contesta con vaguedades y expresión misteriosa, pero de todos modos sigue absoluta mente segura de que está en lo cierto. Dice que puede adivinarlo en la mirada distante de su esposo, y se siente terrible mente insultada por la sugerencia de que la deslealtad es producto de su imaginación. La mujer no tiene alucinaciones, hace bien su trabajo y no tiene dificultades para pensar, aparte de su convicción acerca de la deslealtad en cuestión.

Como las pruebas parecen indicar que las quejas de infidelidad de la esposa son infundadas, la conclusión es que sus celos deben de ser delirantes. El hecho de que no tenga alucinaciones y su discurso esté bien organizado permite pensar que su delirio no es un síntoma de esquizofrenia sino de paranoia. Como suele ocurrir en la paranoia, el daño que esta mujer sufre debido a su delirio no afecta su funciona miento cotidiano fuera de la relación con su esposo. Veamos los criterios para el diagnóstico de los celos en un caso me nos extremo.

Por Sam y Amalia
 
El ello, el yo y el superyó, según Sigmund Freud

El padre del psicoanálisis propuso estos tres conceptos, conocidos como 'instancias psíquicas'.

De todas las teorías desarrolladas por Sigmund Freud, la del Ello, el Yo y el Superyó es una de las más famosas. Según su enfoque psicodinámico, cada una de estas estructuras representa una instancia psíquica que, desde nuestro sistema nervioso, nos llevan a perseguir unos intereses que chocan entre sí.

Así pues, el Ello, el Yo y el Superyó son los conceptos que Freud utilizó para referirse al conflicto y la lucha de fuerzas antagónicas que, según él, rigen nuestra forma de pensar y de actuar. El objetivo del psicoanálisis era, por lo tanto, hacer aflorar la verdadera naturaleza de los conflictos y los bloqueos que según Freud estaban en la base de la psicopatología. Veamos con algo más de detalle qué ideas estaban detrás de esta teoría.

Las tres instancias psíquicas de la teoría de Freud

El enfoque psicodinámico, que nació con el psicoanálisis de Freud, se fundamenta en la idea de que los procesos psíquicos que se producen en cada persona están definidos por la existencia de un conflicto. De ahí viene el término "dinámica", que expresa esa constante sucesión de acontecimientos por las que una parte intenta imponerse a la otra. Los conceptos del Ello, el Yo y el Superyó forman el apartado de la teorías de Freud en el que esta idea de choque entre diferentes estructuras psíquicas queda más patente.

Pero alejémonos de términos tan abstractos. ¿En qué se basa esa lucha que según Freud se libra en nuestra cabeza de manera fundamentalmente inconsciente? ¿Qué intereses y objetivos hay en juego según el padre del psicoanálisis? Para responder estas preguntas primero es necesario definir qué son el Ello, el Yo y el Superyó, las tres entidades que para Freud explican la personalidad de los seres humanos a través del modo en el que luchan entre sí.

1. El Ello
Freud proponía que el Ello o Id es la estructura de la psique humana que aparece en primer lugar. A diferencia de lo que ocurre con el Yo y el Superyó, está presente desde que nacemos, y por lo tanto durante los primeros dos años de nuestras vidas es la que manda a lo largo de ese periodo de tiempo.

El Ello se mueve a partir del principio del placer inmediato, y por eso lucha por hacer que las pulsiones primarias rijan la conducta de la persona, independientemente de las consecuencias a medio o largo plazo que eso pueda conllevar. Por ello se suele considerar que el Ello es "la parte animal" o "instintiva" del ser humano.

2. El Yo
Esta instancia psíquica surgiría a partir de los dos años y, a diferencia del Ello, se regiría por el principio de la realidad. Eso significa que el Yo está más enfocado hacia el exterior, y nos lleva a pensar en las consecuencias prácticas de lo que hacemos y los problemas que puede generar una conducta demasiado desinhibida. Esto hace que se enfrente al Ello para aplacar las pulsiones que emanan de él, para lo cual utiliza los mecanismos de defensa.

3. El Superyó
El Superyó aparecería a partir de los 3 años de vida, y es consecuencia de la socialización (básicamente aprendida a través de los padres) y la interiorización de normas consensuadas socialmente. Es la instancia psíquica que vela por el cumplimiento de las reglas morales. Es por eso que el Superyó presiona para realizar grandes sacrificios y esfuerzos con tal de hacer que la personalidad de uno mismo se acerque lo máximo posible a la idea de la perfección y del bien.

Como el Ello rechaza totalmente la idea del sometimiento a la moral y el Yo, a pesar de tratar de frenar las pulsiones, también se mueve por objetivos egoístas centrados en la supervivencia y lo pragmático de adaptarse al entorno, El Superyó se enfrenta a ambos.

El equilibrio entre las fuerzas
Freud creía que todas estas partes de la psique existen en todas las personas y, a su modo, son parte indispensable de los procesos mentales. Sin embargo, también creía que la lucha entre el Ello, el Yo y el Superyó en ocasiones puede generar descompensaciones que producen sufrimiento y la aparición de psicopatologías, por lo que se debía tratar de re-equilibrar la correlación de fuerzas a través del psicoanálisis.

Por ejemplo, si el Superyó llega a imponerse, la represión de pensamientos y emociones puede llegar a ser tan excesiva que periódicamente se producen crisis nerviosas, algo que atribuía por ejemplo a los casos de mujeres con histeria demasiado adheridas a una moral rígida y profundamente restrictiva.

Por otro lado, si el Ello predominaba, esto podía dar paso a la sociopatía, una impulsividad que pone en peligro tanto a la persona que la experimenta como a los demás, ya que la prioridad absoluta es satisfacer necesidades con urgencia.

Este concepto de equilibrio entre fuerzas impregnó totalmente la obra de Sigmund Freud, ya que no creía que existiese una solución definitiva al enfrentamiento entre las tres instancias psíquicas: las personas más sanas no son aquellas en las que el Ello, el Yo y el Superyó han dejado de luchar (cosa imposible, según él), sino aquellas en la que esta lucha causa menos infortunios.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la imposibilidad de refutar las teorías de Freud convierte estos tres conceptos en constructos teóricos poco útiles para la psicología científica actual, en parte por el impacto que tuvo sobre la filosofía de la ciencia la obra de Karl Popper y sus críticas al psicoanálisis.

Por Adrián Triglia


https://psicologiaymente.net/psicologia/ello-yo-superyo-sigmund-freud
 
Freud y la interpretacion de nuestros sueños

Freud y la definición de nuestros sueños
Freud siempre mantuvo su concepto de que los sueños son los guardianes del buen dormir. Cuando nosotros nos vamos a la cama, generalmente cerramos las cortinas del dormitorio, apagamos las luces, muchos apagamos el timbre del teléfono y realmente lo que estamos haciendo de acuerdo a Freud es tratando de desconectarnos del mundo real y de extinguir cualquier estímulo que perturbe nuestro descanso.

Protección mientras dormimos

Durante el tiempo que estamos dormidos, la mente nos protege de cualquier factor externo que nos haga contactar la realidad tales como ruidos, frío, calor, luz, dolor etc. También nos desconectamos de las emociones internas, temores, insatisfacciones y deseos reprimidos que tengamos antes de irnos a dormir. Es por eso que fabricamos las fantasías por medio de los sueños.


Freud y el nivel inconsciente

El trabajo del famoso psicoanalista Sigmund Freud estaba centrado únicamente en el estímulo interno. Esencialmente Freud creía que una persona cuando está dormida algunas veces es perturbada por emociones negativas, pensamientos ó deseos reprimidos a nivel inconsciente y estas perturbaciones son las que conllevan a que el individuo se despierte después algún sueño que tiene.


Las etapas del sueño

Freud creía que un sueño está compuesto de dos etapas esenciales.


La primera etapa

La primera etapa se define como el sueño que se manifiesta y que la persona puede relatar cuando se despierta. Esta etapa es conocida como la manifestación del sueño a nivel consciente. Esta manifestación representa la realidad de los pensamientos que se manifestaron en el sueño.


La segunda etapa

La segunda etapa envuelve el contenido latente del sueño el cual encierra el verdadero significado del mismo. Esta parte incluye los pensamientos prohibidos y los deseos a nivel inconsciente.


Estos también se manifiestan en el sueño que uno recuerda a nivel inconsciente pero no pueden ser interpretados por nosotros sin ayuda profesional. En algunas ocasiones podemos recordar que soñamos con algo o con alguien pero no podemos recordar con quien o de que se trató el sueño. Este tipo de sueños de acuerdo a Freud son conocidos como “sueños infantiles” en nuestra edad adulta.


El sueño latente

El proceso por medio del cual el contenido del sueño latente es transformado al sueño que nos es manifestado, es conocido como “la elaboración de los sueños”. Esta elaboración transforma los pensamientos latentes a nivel inconsciente en cuatro maneras diferentes hasta llevarlos a un nivel consciente y permitirnos recordar y narrar nuestro sueño.


1. Condensación:

Dos o más pensamientos latentes se combinan para que se manifieste la imagen o la situación sobre la cual vamos a soñar.


2. Desplazamiento:

En vez de dirigir nuestras emociones o deseos hacia la persona o el objeto deseado, las emociones son transferidas a objetos y personas que no hacen sentido que estén en nuestro sueño o que al menos no están relacionadas con la interpretación que nosotros le damos al sueño.


3. Simbolismo

Cuando ciertos conceptos vagos y complejos se convierten en una imagen vívida en nuestros sueños. La mente usa objetos y personas familiares a uno para que entendemos lo que soñamos. De acuerdo a Freud la mayoría de nuestros sueños tienen una interpretación sexual sin embargo todos nuestros sueños no los interpretamos a nivel conciente con el aspecto sexual.


Interpretación sexual del sueños

Por ejemplo, Freud asegura que objetos tales como troncos de árboles, corbatas, todas las armas, las ramas de los árboles, globos, cohetes que puedan aparecer en el sueño simbolizan los órganos genitales masculinos. Objetos tales como cajas, cofres, armarios, hornos, valijas y otro tipo de objetos donde se puedan guardar cosas simbolizan los órganos genitales femeninos. De acuerdo a Freud el solo hecho de subir una escalera en el sueño representa el acto sexual.


Esta teoría de Freud nos da una explicación a la razón y causa de los sueños mojados, los cuales generalmente no son el resultado de mantener relaciones sexuales con alguien durante el sueño.


4. Revisión secundaria o edición final del sueño:

Esta es la etapa final de la elaboración del sueño. De acuerdo a Freud aqui es donde el sueño pierde la apariencia de ser absurdo o incoherente. En esta etapa es cuando el sueño hace sentido a nuestro nivel consciente. Cuando los episodios del sueño se organizan como si fueran parte de una telenovela, al punto que los podemos identificar como una experiencia de la vida real.


Edición final del sueño

Podríamos decir que es la edición final del sueño donde todo nos hace sentido. Las contradicciones son cubiertas y el sueño parece tan real si lo interpretamos a nivel consciente. Freud usa el método de la “asociación libre” para descubrir el verdadero significado del sueño.


Cuando un paciente describe un sueño de una manera congruente, como él o ella lo interpreta de acuerdo a la manifestación de dicho sueño a un nivel consciente, el psicoanalista interpreta el sueño en una forma totalmente opuesta para poder descubrir la parte latente que no le fue rebelada al soñador.


Freud insiste que los sueños son una manera de llevar a cabo nuestros deseos reprimidos. Si un deseo en la vida real no se ha cumplido o la persona está insatisfecha en ciertos aspectos de su vida, la mente reacciona y transforma nuestros deseos en fantasías visuales mientras dormimos para satisfacer nuestros deseos no alcanzados. El resultado de esta transformación nos da como resultado una noche tranquila y llena de paz y satisfacción.

Por Sonia Arias
 
Muchas gracias por la información. A mi personalmente Freud me cae fatal, pero su teoria fue sumamente reveladora y aún hoy en día sigue siendo un pilar dentro de muchos conceptos de psicología. El tema del inconsciente es algo brutal. Y la transferencia y contratransferencia a la hora de la relación médico-paciente.
 
Muchas gracias por la información. A mi personalmente Freud me cae fatal, pero su teoria fue sumamente reveladora y aún hoy en día sigue siendo un pilar dentro de muchos conceptos de psicología. El tema del inconsciente es algo brutal. Y la transferencia y contratransferencia a la hora de la relación médico-paciente.
Me parece mucho más interesante y vigente el trabajo de Jung.
 

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