Crónica Negra. Asesinos, atravesando siglos.

Juan Carlos AGUILAR



Índice

Encarcelado el falso maestro shaolín acusado de dos homicidios
Eva Larrauri – Elpais.com

5 de junio de 2013

Después de prestar declaración durante varias horas en dependencias judiciales de Bilbao, la juez ha decretado el ingreso en prisión de Juan Carlos Aguilar, acusado de asesinar a dos mujeres. Las víctimas son la nigeriana Mauren Ada Ortuya, fallecida esta mañana a causa de las lesiones que le ocasionó Aguilar tras encerrarla en un gimnasio de su propiedad, y Jenny Sofía Rebollo, una emigrante colombiana de 40 años, cuyos restos fueron localizados en bolsas de basura en el mismo local. Aguilar permanece todavía en los juzgados a la espera de ser trasladado a la prisión de Basauri (Bizkaia).

La Ertzaintza ha podido identificar a la mujer colombiana porque había sido fichada con anterioridad. Aunque no constan denuncias por su desaparición, miembros de la comunidad colombiana de Bilbao ha declarado que no conocían su paradero desde hace «dos fines de semana». Este dato coincide con la hipótesis de la investigación que establece su muerte en torno al pasado 25 de mayo. Según fuentes de la investigación, Aguilar declaró en dependencias policiales que se sentía confuso y creía que había matado a una mujer el 31 de mayo.

Como Mauren Ada Ortuya, de 29 años, Jenny Sofía Rebollo ejercía la prostit*ción. Sus allegados han informado de que Rebollo era originaria de la localidad colombiana de Montería, en el noroeste de Colombia, llevaba cerca de 10 años residiendo en España. Tenía dos hijos, uno de los cuales vivía con una de sus hermanas en Colombia, según publica el diario colombiano El Tiempo.

Mentiras, crímenes y misticismo
Luis Gómez – Elpais.com

9 de junio de 2013

La mujer está atada de pies y manos. Yace sin conciencia en el suelo, a los pies del llamado maestro, que mira impasible la llegada de unos ertzainas nerviosos porque acaban de forzar la pequeña puerta de su templo.

El maestro está tranquilo, en pie, su torso desnudo y la mirada perdida. Viste un pantalón de chándal azul oscuro. No puede ocultar el deterioro de los últimos años: su barriga le delata, como la flacidez de sus músculos. Su aspecto es sórdido, tan alejado de la cuidada puesta en escena de sus vídeos promocionales.

Le apartan sin amabilidad, no se resiste, hay nervios y voces a su alrededor, los agentes ponen su atención en la mujer y él asiste ensimismado, ajeno a lo que sucede en el escenario del nuevo crimen que acaba de cometer. Solo habla cuando un agente husmea en una bolsa de basura depositada a unos metros y descubre que en su interior hay huesos con algún trozo de músculo: «Son de una mujer que maté hace una semana».

Hace una semana. Dos muertas en dos semanas. El escenario del crimen del maestro shaolín estaba limpio en apariencia: no había sangre, no había otro rastro de violencia que el cuerpo de Ada Ortuya, una joven nigeriana de 29 años, tendido en el suelo, atado con cuerdas, sin actividad cerebral. Aún está por determinar si murió por asfixia, estrangulada o como consecuencia de un golpe mortal.

Es muy probable que las manos de Juan Carlos Aguilar, de 47 años, hayan sido el arma asesina: un hombre como él conoce los puntos vitales del cuerpo humano. Durante un tiempo lejano se atribuyó las dotes del guerrero y más recientemente las de quien está más cerca de Dios. O de Buda, en su caso.

El maestro no estaba desnudo. No estaba incurso en ningún acto sexual. Tampoco en algún tipo de ceremonia o rito religioso, a pesar de que el escenario estaba presidido por una gran figura blanca de Bodhidharma, el patriarca que extendió el budismo por China. Ada Ortuya iba a morir, moriría de hecho tres días después, como murió Jenni Rebollo, una colombiana de 40 años, pero queda por explicar el porqué.

Aguilar, las pocas veces que rompió su silencio, no dio ninguna razón. Aparentó desmemoria, como si su cuerpo fuera por un lado y su mente por otro. Y en algún momento aludió a un tumor cerebral. No estaba bajo los efectos de ninguna droga o del alcohol, según determinaron las primeras pruebas.

Los investigadores de la Ertzaintza no han dejado de actuar en ningún momento bajo la hipótesis de que Juan Carlos Aguilar, el llamado maestro, sifu o abad, es un asesino en serie. El propio escenario del crimen, la confesión de un primer asesinato, el perfil de sus víctimas (inmigrantes que ejercen la prostit*ción), la evidencia de que fue capaz de mutilar un cuerpo, separar sus vísceras para arrojarlas a la ría y conservar algunos huesos invitan a ello. Comenzarán a indagar en sus archivos personales y, por supuesto, en su pasado. También en su patrimonio, que no debe ser pequeño porque ha contratado los servicios de Javier Beramendi, uno de los penalistas más prestigiosos de Bilbao.

Lo primero que ha llamado la atención de mucha gente, desde la Ertzaintza hasta quienes le conocieron, es su deterioro físico. No se corresponde con un maestro en artes marciales. Y menos con alguien que ha urdido toda una fantasía a su alrededor, como deportista (falso campeón mundial de kung fu tres veces y ocho de España), como único español admitido en el exclusivo templo Shaolín, como maestro, como antropólogo (así figuraba en su buzón de correos) y, últimamente, como abad del falso monasterio budista de Bilbao, su última denominación conocida.

Aguilar fundaba asociaciones, la mayoría no registradas siquiera: por ejemplo, el Instituto de Filosofías Orientales, con sede en su local de la calle Máximo Aguirre, en pleno corazón de Bilbao, a unos pasos del local de Louis Vuitton en la ciudad, el escenario del crimen.

Era también un hombre de un narcisismo desmesurado, capaz de aplicarse violentamente con sus alumnos o exigir un curioso voto de pobreza a sus seguidores, a los que demandaba dinero. En opinión de sus exalumnos, Aguilar manifestó siempre cierto complejo con su baja estatura (medía escasamente 1,60 metros), que trataba de compensar con un exceso de carácter.

Esta forma de fundar falsas asociaciones y crear titulaciones no es exclusiva de Aguilar, es moneda común en el disperso mundo de las artes marciales. Ahora se sabe que, solo en una ciudad como Bilbao, el número de monitores de tai chi reconocidos oficialmente asciende a 15, una cifra mínima comparada con la extensión de su práctica en gimnasios privados e instalaciones municipales.

El deterioro físico de Aguilar arranca del año 2004. Parece que sus mejores años, a partir de su viaje a China en 1994, han pasado. En el año 2000 le entrevistó Eduard Punset para el programa Redes, se promocionó en vídeos y revistas y aparecía de vez en cuando en televisión como autoridad en la materia.

En una entrevista de 2004 en Telemadrid con el ahora escritor Javier Sierra, manifiesta: «He dejado la parte marcial y la parte física». Su mujer, con la que ha tenido dos hijos, se separa de él («después de vivir con él una vida de pesadilla», manifiesta un exalumno), rompe con mucha gente, entra en una nueva vía de contradictoria espiritualidad, sin dejar de lado seguir ganando dinero. Su carácter es cada vez más insoportable. Dice que es capaz de controlar su energía. Se sitúa en una escala superior. Se sitúa cerca de Buda.

Es a partir de esa deriva mística donde la Ertzaintza tratará de encontrar no solo alguna explicación a los crímenes sino certezas sobre lo que ha podido estar haciendo este hombre en los últimos siete años, agazapado en las entrañas de una ciudad demasiado confiada.

Porque Bilbao es una urbe segura, donde pueden transcurrir seis meses sin un maldito asesinato [14 muertes violentas en todo el País Vasco durante 2012, según estadísticas oficiales, incluidas las de violencia de género]. Así ha sido este año 2013, hasta que sus habitantes se han encontrado de bruces con el dilema de que en el corazón de la ciudad un hombre pueda haber estado matando mujeres durante no se sabe cuánto tiempo y enviando sus restos a la ría. Hacía 16 años que no se registraba un doble crimen en la capital y ahora aparece este mal llamado maestro shaolín rodeado de mentiras, crímenes y misticismo.

El infierno del monje shaolín
Jesús Duva – Elpais.com

24 de agosto de 2014

Dos veces había vivido la misma orgía de s*x* y sangre. Y tal vez habría proseguido su enloquecida carrera criminal si la Ertzaintza no hubiera puesto fin a su aterrador descenso a los infiernos. Juan Carlos Aguilar, hijo de Absalón y Severina, nacido en 1965 en Barakaldo (Vizcaya), autodenominado monje shaolín, está hoy a la espera de juicio, acusado de matar a dos mujeres en 2013.

Ya decía en su página web que conocía el sufrimiento desde que era niño y que había vivido un infierno desde que uno de sus hermanos le iniciara en las artes marciales hasta convertirse en monje shaolín en la provincia china de Henan.

Sobre las 3.20 del 25 de mayo de 2013, Aguilar iba en su Mitsubishi por la calle del General Concha, de Bilbao, cuando invitó a subir al coche a la colombiana Yenny Sofía Revollo Tuirán, que a sus 40 años era madre de dos hijos. La mujer pasaba por un mal momento, que ella ahogaba en alcohol. Aquella noche estaba muy borracha.

Llevó a Revollo a su gimnasio de la calle de Máximo Aguirre, número 12, y tras maniatarla, la mató. Después se fotografió en actitud obscena junto al cuerpo desnudo de la víctima. Posteriormente diseccionó el cadáver. Con la precisión de un experimentado carnicero, seccionó las falanges de los dedos índices, extrajo las prótesis mamarias… y parte de los restos los escondió en un falso techo, otros los quemó en el gimnasio, y otros los guardó en su piso del número 5 de la calle de Iturriza. A lo largo de las horas iría arrojándolos a la ría de Bilbao o en la basura doméstica.

En los días posteriores, el autoproclamado fundador del monasterio budista Océano de la Tranquilidad continuó impartiendo clases a sus prosélitos. Como si nada hubiera pasado. Solo una de sus más fervientes discípulas le notó más nervioso e irascible que de costumbre. Y eso que con frecuencia sufría estallidos de ira que sus adeptos atribuían a su afán por enseñarles el manejo de la espada o hacerles alcanzar el nirvana.

En la madrugada del 2 de junio volvió a la calle del General Concha, donde contactó con la nigeriana Maureen Ada Otuya, de 29 años. Ambos se encaminaron al gimnasio. Tras mantener relaciones sexuales, él maniató y amordazó a la mujer, a la vez que comenzaba a estrangularla y a golpearla con saña en la cabeza y el abdomen. Durante 500 minutos interminables, Otuya padeció un tormento espeluznante. Al cabo de nueve horas de martirio, sobre las tres de la tarde, logró zafarse y, aterrorizada, trepó a trompicones los 20 escalones que la separaban de la salida. A través de las rejas de la cancela lanzó desesperados gritos de socorro.

Verónica L., una vecina que pasaba por la acera, alertó a la Ertzaintza. Cuando entraron los agentes, encontraron al guerrero budista fuera de sí, con el torso desnudo y las manos ensangrentadas. Otuya agonizaba: tenía cinco vueltas de cordel enroscado en el cuello, además de una brida de plástico y cinta adhensiva.

En el registro del gimnasio, los ertzainas descubrieron varias bolsas con restos humanos, además de espadas, hachas, sables, palos, cuchillos, una sierra, una pistola, cintas de video, cedés y fotos de mujeres desnudas o vestidas con ropa provocativa y en actitud lasciva. La víctima murió 48 horas después en el hospital.

El presunto homicida tenía un ejército de adeptos y, sobre todo, de adeptas que lo admiraban hasta el paroxismo. Mujeres como Eva, Carolin, Ekaterina, Begoña, María José, María del Mar, Cristina y Ana, que no sólo mantenían relaciones íntimas con «el maestro», sino que sentían por él auténtica veneración. Ana, una aparejadora de Bilbao de poco más de 40 años, era uña y carne con Aguilar. Ella misma, que se definió ante los ertzainas como su novicia, dijo que le estaba agradecida porque era una mujer «antisocial» y él le «había enseñado a comunicarse con un hombre, a saber cómo es la vida».

A Ana no le importaba que su guía le llamara «put*». Ni que quisiera practicar con ella los más abyectos juegos sexuales. Ni que se acostara con Begoña, con Ekaterina o con otras. Ni que la obligara a vestirse de monja o de enfermera. Ni que en más de una ocasión, como ella declaró, se le fuera «la olla» y le apretara el cuello hasta casi dejarla sin aliento. Begoña, sumisa como un cordero, accedía a todos los caprichos del líder, aunque definió a Aguilar como un tipo «soberbio, prepotente, manipulador y egocéntrico» hasta el punto de conformar su gimnasio en una especie de «secta».

José Miguel Fernández López de Uralde, acusador particular en representación del padre y un hermano de Otuya, considera que el falso monje shaolín «disfrutaba manteniendo prácticas sexuales de dominación con mujeres indefensas, golpeándolas hasta la muerte, a la vez que recogía dichas prácticas en soporte fotográfico para su posterior disfrute».

Así, la policía vasca descubrió en la memoria de una cámara fotográfica 74 imágenes en las que aparece Aguilar con una mujer viva, desnuda y maniatada y más tarde con esa misma mujer muerta. También localizó dos fotos tomadas 35 horas después en las que se ve en primer plano a una mujer con los ojos vendados —una tal Eva con la que el falso shaolín mantenía relaciones desde hace años— teniendo como telón de fondo el cadáver de la primera.

Nadie sabe qué extraño cortocircuito se produjo en las neuronas del presunto homicida para inducirle a semejante carnicería. Nadie ha logrado entrar en los arcanos de su mente. Se niega a ser sometido a examen psiquiátrico. En marzo de 2010, había acudido a la Clínica Universitaria de Navarra por «problemas de memoria».

Relató que en diciembre de 2008, mientras escalaba a 5.550 metros de altitud, tuvo la sensación de una muerte inminente. «Desde ese día, mi pensamiento va más lento, tengo desconexiones, siento que el cerebro se me para», agregó. Los médicos le descubrieron un «quiste aracnoideo en el temporal izquierdo, de naturaleza congénita». Le prescribieron un fármaco para tratar las alteraciones de la memoria y del comportamiento. Nada más.

En su declaración ante la Ertzaintza, el presunto criminal relató que la primera mujer fallecida empezó a «desvariar» cuando ambos estaban en su gimnasio, lo que hizo que él sufriera «un ataque de ira descontrolado» a causa del «tumor» que padece en la cabeza. «Al darme cuenta de que estaba muerta, intenté deshacerme de ella. Tuve flashes en la percepción. Se mezclaba la realidad con pérdidas de control. Como me pasa desde hace cuatro años».

Jorge García-Gasco Lominchar, el abogado que lleva la acusación en nombre de un hermano y un hijo de Yenny Sofía Revollo, describe a Aguilar como un hombre con tintes mesiánicos. Pero no cree que hiciera lo que se supone que hizo por haber perdido el juicio, ni que el quiste cerebral merme sus facultades.

Tampoco lo cree Tamara Martínez, la letrada que representa a la acusación que ejerce la asociación feminista Clara Campoamor. «Es muy listo, muy calculador y muy manipulador. Tenía cierto enganche social, conectaba bien con la gente y aprovechaba sus apariciones en televisión», dice. Una de estas intervenciones, bajo el nombre de Huang C. Aguilar, fue en el año 2000 en el prestigioso programa Redes de TVE, dirigido por Eduard Punset.

Francisco Javier Beramendi, el prestigioso penalista que defiende al presunto criminal, no revela cuál será su estrategia: «Nunca hablo de los asuntos que llevo y menos aún cuando el caso no ha sido objeto de resolución definitiva». La justicia dirá la última palabra.

Arranca en Bilbao el juicio al falso monje shaolín
J. M. Gastaca – Elpais.com

17 de abril de 2015

El juicio a Juan Carlos Aguilar, conocido como el falso monje shaolín, comienza este viernes en la Audiencia de Bizkaia. Fue detenido el 2 de junio de 2013 como presunto autor de las torturas y las muertes de las dos mujeres y hoy, casi dos años después de este caso que conmocionó al país por la crueldad del presunto asesino y su fachada construida a base de mentiras, se sienta en el banquillo con la incertidumbre sobre si mantendrá ante el tribunal la confesión de dos asesinatos con alevosía, lo que incidirá a su vez en la duración de la vista oral.

A través de un escrito, Aguilar reconoció hace pocas semanas los asesinatos con alevosía de la mujer nigeriana Maureen Ada Otuya y de la colombiana Jenny Sofía Rebollo, aunque rechazó el ensañamiento del que también se le acusa en el caso de la primera, según informó el abogado que representa a la familia de esta víctima.

La mera casualidad en forma de retrasos ha permitido que vengan a coincidir ante un juez dos de las causas más mediáticas de los últimos meses con interés suficiente más allá del País Vasco. La segunda jornada de las declaraciones del denominado caso Cabieces, con evidentes ramificaciones políticas y financieras, se contraprograma con el inicio de la vista contra el falso monje shaolin.

Pero la horrible leyenda de Juan Carlos Aguilar se impondrá con claridad en todas las televisiones ante el morbo que rodea a los siniestros sucesos ocurridos en su gimnasio bilbaíno. Más de cien periodistas disponen de acreditación para seguir en la Audiencia de Bizkaia este juicio, que podría acortar su duración inicialmente estimada de dos semanas en el supuesto de que el asesino confirme los términos de su carta.

A tal punto ha llegado el interés mediático que en el Palacio de Justicia se siente desbordados. Solo hay espacio físico para que un reducido grupo de informadores puedan seguir la vista desde la misma sala donde comienza el juicio a Aguilar. El presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra, ha convocado, de hecho, a los periodistas acreditados para hacerles partícipes de la situación generada en un gesto de evidente comprensión. En este contacto acudirá junto al decano Aner Uriarte y el predecesor de éste, Alfonso González Guija.

La constitución del jurado popular marcará el punto de partida del juicio al shaolín, que pasa las horas previas en la cárcel alavesa de Zaballa, y en la que permanecerá durante los días que dure la vista por los lógicos motivos de seguridad.

Aguilar empezó a ser defendido por Javier Beramendi. Curiosamente, este abogado defendió este jueves los intereses de Rafael Alcorta, imputado en el caso Cabieces. Pero la relación apenas duró poco más allá de las primeras semanas de asistencia. Beramendi, no obstante, fue elegido por la familia de Aguilar tras su detención y le asistió en su primera declaración ante el juez, negándose a declarar.

Ahora, en un gesto de indudable trascendencia, Aguilar reconoció hace pocas semanas los asesinatos con alevosía de la mujer nigeriana Maureen Ada Otuya y de la colombiana Jenny Sofía Rebollo, aunque rechazó el ensañamiento del que también se le acusa en el caso de la primera, según ha informado a Efe el abogado que representa a la familia de esta víctima.

En el caso de que en su esperada declaración de este viernes mantenga dicho reconocimiento, se celebrará una vista a puerta cerrada para reordenar la práctica de la prueba, que se limitaría a juzgar el ensañamiento, lo que acortaría de forma considerable la vista oral, que está prevista en principio que se desarrolle hasta el próximo 5 de mayo.

El hecho de no reconocer el ensañamiento supone que si no se consigue demostrar la existencia de este agravante, el acusado cumpliría una pena efectiva de 25 años. Si se aprecia su práctica, la condena efectiva ascendería a 30 años, el máximo previsto en la legislación española.

Juan Carlos Aguilar fue detenido el 2 de junio de 2013 y encarcelado días después como presunto autor de las torturas y las muertes de las dos mujeres, así como del despedazamiento de la ciudadana colombiana. Fue arrestado por la Ertzaintza en el gimnasio que regentaba en el centro de Bilbao, denominado Zen 4, después de que un agente de este cuerpo rescatara de su interior a la joven nigeriana Ada Otuya, a quien hallaron maniatada y amordazada, y en estado de extrema gravedad después de haber sufrido una brutal paliza.

La mujer, de 29 años y que ejercía la prostit*ción, quedó ingresada en coma en el Hospital de Basurto, donde falleció tres días después. Tras su arresto, Aguilar confesó también haber matado a otra mujer, la colombiana de 40 años Jenny Sofía Rebollo. Restos de su cadáver descuartizado fueron localizados en el gimnasio.

En el escrito de calificaciones provisionales, la Fiscalía califica estos hechos como dos asesinatos con alevosía, por los que pide 20 años de cárcel por cada uno, además del pago de más de 286.000 euros de indemnización a las familias de las víctimas.

La acusación popular, ejercida por la Asociación Clara Campoamor, y las acusaciones particulares, que representan a los parientes de las dos mujeres, elevan la petición de penas hasta los 45 años, al entender que en el caso de Ada Otuya, el falso monje actuó además con ensañamiento.

«Las asesiné de manera súbita, imprevista e inesperada»
Pedro Gorospe – Juan Mari Gastaca – Elpais.com

17 de abril de 2015

Sí va a declarar y y además va a declararse culpable. Juan Carlos Aguilar, el falso monje shaolín acaba de despejar las dos incógnitas iniciales en la vista oral más mediática de los últimos tiempos en Bizkaia, con 119 medios acreditados para cubrir el caso de los asesinatos de Maureen Ada Otuya, nigeriana de 29 años y Jenny Sofía Rebollo, colombiana de 40. En un escrito de alegaciones leído en la primera jornada del juicio y antes de que preste declaración oral, ha reconocido que asesinó a ambas mujeres «de manera súbita, imprevista e inesperada» después de llevarlas a su gimnasio y de atarlas y maltratarlas. Aunque su abogada ya presentó un escrito en la Audiencia Provincial de Bizkaia, el procesado acaba de reconocerlo ante la sala, eso sí, en un documento leído por la secretaria judicial. Aguilar lo ha escuchado con los ojos cerrados.

El falso shaolín acepta indemnizar a las familias de las víctimas. Acaba de pedir que se liquiden sus cuentas bancarias y se reparta el dinero entre las dos, descontando el equivalente al salario mínimo interprofesional para garantizar su subsistencia. Al rechazar el ensañamiento, y si las acusaciones no demuestran que lo hubo, podría eludir el cumplimiento de una pena máxima de 30 años de prisión y se quedarían en 25.

Está previsto que después de los escritos de las partes, Aguilar preste declaración oral y responda a las preguntas de las acusaciones, fiscal y defensa. El juicio puede prolongarse durante tres semanas. Las acusaciones piden entre 40 y 45 años de prisión e indemnizaciones que se acercan a los 300.000 euros.

Los antecedentes del caso
Juan Carlos Aguilar fue detenido el 2 de junio de 2013 y encarcelado días después como presunto autor de las torturas y las muertes de las dos mujeres, así como del despedazamiento de la ciudadana colombiana. Fue arrestado por la Ertzaintza en el gimnasio que regentaba en el centro de Bilbao, denominado Zen 4, después de que un agente de este cuerpo rescatara de su interior a la joven nigeriana Ada Otuya, a quien hallaron maniatada y amordazada, y en estado de extrema gravedad después de haber sufrido una brutal paliza.

La mujer, de 29 años y que ejercía la prostit*ción, quedó ingresada en coma en el Hospital de Basurto, donde falleció tres días después. Tras su arresto, Aguilar confesó también haber matado a otra mujer, la colombiana de 40 años Jenny Sofía Rebollo. Restos de su cadáver descuartizado fueron localizados en el gimnasio.

En el escrito de calificaciones provisionales, la Fiscalía califica estos hechos como dos asesinatos con alevosía, por los que pide 20 años de cárcel por cada uno, además del pago de más de 286.000 euros de indemnización a las familias de las víctimas.

La acusación popular, ejercida por la Asociación Clara Campoamor, y las acusaciones particulares, que representan a los parientes de las dos mujeres, elevan la petición de penas hasta los 45 años, al entender que en el caso de Ada Otuya, el falso monje actuó además con ensañamiento.

«Lo reconozco todo», dice el falso shaolín, menos el ensañamiento
Pedro Gorospe – Elpais.com

17 de abril de 2015

La abogada de la defensa del falso shaolín, Livia González ha recordado que Juan Carlos Aguilar ha reconocido todos los hechos, salvo el ensañamiento. Poco después Juan Carlos Aguilar ha tomado la palabra. Eran las 13 horas.

Aunque en el escrito presentado a la sala aceptaba los asesinatos, quedaba la duda de su actitud ante las acusaciones y sobre todo de si lo ratificaba en todos sus términos. El falso shaolin, sobre el que penden penas de entre 40 y 45 años de prisión. Lo ha hecho pero solo en preguntas al fiscal. No ha respondido a ninguna de las otras partes. Ni al abogado de Yenni, Jorge García Gasco, ni al de Maureen Ada, José Miguel Fernández, ni a la de la acusación particular, la asociación Clara Campoamor, Maite Iturrate.

Con una frialdad poco común, después de escuchar los relatos de las acusaciones con los ojos cerrados, en una especie de estado de meditación, ha salido al medio de la sala y erguido, con una chaqueta cortavientos por los hombros ha respondido frente al micro que sí, a todas las preguntas del fiscal. «Si, reconozco todo eso», ha dicho sin exhibir ningún tipo de empatía pese a la gravedad de los hechos.

Fiscal: ¿Ató a Yenni los brazos y la agredió hasta matarla?

Aguilar: Si

F: ¿Le dio patadas en el cuerpo?

A: Si, reconozco todo eso…

F: ¿Diseccionó el cuerpo?

A: Si

F: En cuanto a Maureen, ¿la agarró y la llevó hacia dentro y la ató por las muñecas y por el cuello?

A: Si

F: ¿La estranguló con cuerdas y bridas?

A: Si…

Poco después ha renunciado a responder a las preguntas de las acusaciones. Estas han reordenado sus estrategias y han reducido sustancialmente la duración del juicio, al limitar la prueba a intentar demostrar que ha habido ensañamiento en el caso de la segunda víctima, la nigeriana Mauren Ada Otuya.

Aguilar fue detenido por la Ertzaintza el 2 de junio de 2013 en Bilbao tras haber golpeado «salvajemente» en el gimnasio de su propiedad a Maureen Ada Otuya, de nacionalidad nigeriana, que ingresó en estado de coma en el Hospital de Basurto, donde falleció tres días más tarde.

Durante el registro del gimnasio y del domicilio en el que residía en la calle Iturriza, la Policía vasca encontró el cadáver descuartizado de otra mujer, Jenny Sofía Rebollo, natural de Colombia.

Las acusaciones sostienen que el acusado «disfrutaba manteniendo prácticas sexuales de dominación con mujeres sometidas a él e indefensas, incluso desmayadas o privadas del sentido», en referencia a las fotografías que se localizaron en las que aparecían mujeres narcotizadas con las que tenía relaciones. Entre ellas, aparecieron imágenes de Rebollo.

En concreto, el abogado de la familia de Mauren Ada Otuya señala, en su petición de condena, que el procesado «golpeaba» a las víctimas «hasta darles muerte», y recogía «dichas prácticas en soporte fotográfico para su posterior disfrute».

Por ello, cree que «fantaseó, planeó y ejecutó» el crimen de la joven nigeriana, de forma que en la madrugada del 2 de junio, en torno a las 4.15 horas, «con el ánimo premeditado de saciar sus instintos asesinos, salió con su vehículo a buscar una víctima». De esta forma, según apunta el letrado, Juan Carlos Aguilar encontró a Maureen Ada Otuya.

Cuando la encontró la policía, Maureen Ada Otuya se encontraba en el suelo, «semioculta por unos colchones y tapada por una tela», con las prendas de vestir desgarradas. «Estaba ensangrentada e inconsciente, con las manos y pies atados con bridas y dos vueltas de cinta americana apretándole el cuello. Debajo de la cinta tenía un cordel enrollado cinco veces alrededor del cuello y una brida apretándole», destaca el abogado de la víctima.

La joven ingresó en el hospital en estado de coma y falleció el 5 de junio sin haber recuperado la conciencia. El letrado subraya de Juan Carlos Aguilar que «escogió» a la víctima «con cuidado» al ser «una mujer vulnerable, en situación de exclusión social, con escasa red de apoyo social en Bilbao, inmigrante de un estrato socioeconómico muy bajo, que no iba a ser echada de menos por nadie», es decir, «una mujer a la que consideraba una presa fácil».

Los abogados de Jenny Rebollo reclaman 20 años por asesinato con alevosía, pero el de Ada pide además ensañamiento. El fiscal sin embargo no cree que haya habido ensañamiento y pide dos condenas de asesinato con alevosía, 40 años.

Aguilar «se volvió loco» cuando Jenny le preguntó «si era millonario»
Pedro Gorospe – Elpais.com

20 de abril de 2015

Segunda jornada del juicio del falso Shaolín, por el asesinato de dos mujeres, y segunda jornada sin cambio de actitud: recostado en la silla con los ojos cerrados casi todo el tiempo y con las manos unidas.

Si en la primera jornada Aguilar reconoció «todos los hechos», es decir, el asesinato de las dos mujeres, la colombiana, Jenny Sofía Rebollo, de 40 años y a la nigeriana Maureen Ada Otuya, de 29, ayer permaneció en silencio durante la descripción y el relato de la casa de los horrores en la que convirtió su gimnasio en junio de 2013.

Primero asesinó y descuartizó a Jenny y unos días después secuestró en contra de su voluntad a Maureen durante horas, maltratándola, golpeándola e hiriéndola, y después, parece que manteniendo relaciones sexuales mientras lo fotografiaba, hasta dejarla en coma. Murió tres días después.

A preguntas de su defensora, el instructor policial del caso explicó que Aguilar declaró que «se volvió loco» cuando Jenny preguntó «si era millonario». El agente ha declarado que Aguilar le dijo que «empezó al golpearla» y la mató. Una tesis que coincidiría con la que mantiene la defensa de que el falso shaolín asesinó a ambas mujeres de «manera súbita, imprevista e inesperada». El agente dijo a renglón seguido que la investigación posterior no encaja con aquella primera declaración.

Los diversos agentes que han prestado declaración han descrito lo que se encontraron en el gimnasio y en las distintas estancias en torno a la zona del tatami, donde el falso shaolín instruía a sus alumnos y cometió las atrocidades. Un espacio que todos han dibujado como especialmente caluroso, con varias estancias y puertas semiocultas con varios cerrojos y muy oscuro.

Aguilar no ofreció resistencia en el lugar en el que le encontraron y donde había arrastrado el cuerpo malherido de Maureen para esconderlo debajo de un camastro: «La estancia donde la encontramos era un lugar reducido, la puerta quedaba tapada por otra y la abrimos con dificultad cuatro personas. Yo mido 1,84 y tenía que estar de cuclillas. La sangre de la víctima era reciente», ha declarado uno de los agentes.

A partir de ahí comenzó la investigación. Ese mismo día y el siguiente los agentes encontraron los restos de Jenny en bolsas de basura verdes en el gimnasio y en el domicilio de Juan Carlos Aguilar.

En el balcón de su domicilio había una de esas bolsas con otras dos dentro, en las los agentes encontraron unos huesos del brazo de la mujer colombiana y sus dos prótesis mamarias. Los miembros del jurado han formulado las primeras preguntas destinadas a interpretar si hubo ensañamiento. La vista continua.

«Escuché gritos de auxilio y otra persona le arrastraba del pelo»
P. G. – Elpais.com

20 de abril de 2015

«Vi a una persona de color gritando auxilio, era una persona de color, y a otra persona que la arrastró del pelo hacia abajo». La vecina la calle Máximo Aguirre que dio la voz de alerta que posibilitó la detención de Juan Carlos Aguilar, ha descrito que llamó a la policía después de ver a una mujer con cara de angustia golpeando en la cristalera de la puerta del gimnasio y dando gritos que anticipaban que le iba a pasar algo.

Esta mujer que ha permanecido separada por una mampara del acusado, el falso shaolín, ha descrito que los gritos eran evidentes y que ella interpretó que Maureen sabía que le iba a pasar algo.

Poco después llegó la policía vasca y encontraron al shaolín y a Maureen prácticamente en coma. Aunque los servicios sanitarios lograron reanimarla, falleció tres días después. Varios de los asistentes al juicio, en un corrillo poco después de terminada la segunda jornada, se preguntaban cuántas Jenny y Maureen habría en este momento si la mujer que avisó a la policía no se hubiera encontrado con aquella escena.

Aguilar justificó después que cometió esos actos debido a que se encontraba «como en un estado de borrachera permanente», pero no debido al alcohol, sino a «un tumor que padecía» ha declarado el ertzaina instructor de las diligencias.

Los ertzainas que participaron en el operativo descubrieron fotografías de Jenny Rebollo «sentada y atada», aunque todavía con vida y otras posteriores, nueve horas después, ya muerta, desatada y con la cara la cara amoratada. También aparecieron otras imágenes de otra mujer «con la que mantenía relaciones», con los ojos cubiertos, y el cuerpo de Yenny Rebollo al fondo.

Según el ertzaina instructor, existen numerosos vídeos y fotografías de mujeres semiiconscientes, con ropa erótica, que luego fueron localizadas. Alguna de ellas fueron sometidas a «vejaciones y malos tratos» y, a una en concreto, «la miccionó y golpeó», sobre todo «en los pechos». Aguilar se enfrenta a peticiones de entre 40 y 45 años de cárcel.

Maureen fue estrangulada y Jenny descuartizada ‘post mortem’
Iñigo Esteban – Elpais.com

21 de abril de 2015

Tercera jornada del juicio contra el falso monje shaolín, Juan Carlos Aguilar, y tercer día en el que el presunto asesino de Jenny Rebollo y de Maureen Ada Otuya, permanece impasible y en la misma postura reflexiva. Sin cambiar un ápice su postura corporal y sin apenas abrir los ojos, Aguilar, ha escuchado este martes las declaraciones de los médicos forenses que realizaron las autopsias de las mujeres.

Los peritos han confirmado que Maureen Ada Otuya falleció tres días después de ser encontrada en el gimnasio de su presunto agresor por la falta de oxígeno en el cerebro que le había ocasionado el estrangulamiento y las múltiples contusiones. Estrangulamiento que, según han indicado los forenses, se realizó, posiblemente, con una cuerda de esparto que la ertzaintza encontró en el domicilio del falso shaolín.

El equipo de cuatro médicos que llevó a cabo las autopsias de las dos víctimas, apunta que el cuerpo de Jenny Rebollo fue descuartizado una vez la mujer había fallecido. No había signos de pelea y tampoco se encontraron restos de droga u otras sustancias en el cuerpo de la víctima que pudieran indicar los contrario.

También han señalado que por las características de los cortes, tanto los restos encontrados en las 7 bolsas de basura del gimnasio como los hallados en el domicilio particular del acusado, fueron seccionados con tiempo y con cierto conocimiento de la práctica y todo apunta a que los desmembramientos se realizaron con más de un instrumento cortante, de los cuales uno de ellos debía ser pesado, como por ejemplo podría ser «un hacha», han añadido.

Ambas víctimas presentan contusiones que evidencian que fueron maltratadas. Por un lado, Jenny de 40 años, tenía golpes en la cabeza además de una fractura ósea en la zona pélvica, los cuales fueron producidos cuando estaba viva.

A su vez, Maureen, de 29 años, presentaba lesiones faciales en los dos ojos, en una oreja, una contusión en el labio que requirió de 5 puntos de sutura, arañazos en las caderas y rozaduras en cuello, manos y piernas. Además, tras un análisis interno, la nigeriana tenía trombos y hematomas en el hígado, las cervicales y en el cuero cabelludo.

Según los forenses, varios de estos traumatismos pudieron producirse en una pelea entre la víctima y el agresor, ya que hay indicios como los cristales rotos o la sangre que había en el gimnasio, que «hacen ver que hubo una pelea importante».

Dos ertzainas que se encargaron de los archivos de una cámara de fotos que se le descubrió al falso shaolín, también han comparecido en el Palacio de Justicia de Bilbao para declarar que se han encontrado un total de 537 imágenes de las cuales 74 no habían sido borradas y estaban a la vista.

Las 74 fotografías archivadas eran de contenido sexual y en ellas aparecen imágenes del presunto homicida con los cuerpos de las víctimas, los cuales se muestran parcial o totalmente desnudos con contusiones y hematomas a la vista, maniatados y, en varias de ellas, con el falso shaolín encima suyo. El resto de las fotografías «eran menos significativas» ha comentado uno de los ertzaintzas.

El falso shaolín, culpable de «asesinato con alevosía» pero sin ensañamiento
Iñigo Esteban – Elpais.com

24 de abril de 2015

El jurado popular ha declarado «culpable» de «asesinato con alevosía» pero «sin ensañamiento» al falso shaolín, Juan Carlos Aguilar, autor de la muerte en su gimnasio de Bilbao de Maureen Ada Otuya, de nacionalidad nigeriana, y de haber descuartizado a Jenny Sofía Rebollo, natural de Colombia, en junio de 2013.

El jurado popular ha declarado culpable a Aguilar de ambos asesinatos con alevosía por unanimidad y, por el contrario, siete de los nueve miembros del jurado no creen que incurriese en ensañamiento en el caso de Maureen.

Los miembros del jurado en su totalidad han sentenciado que el falso shaolín, de acuerdo con el artículo 78 del código penal, sea privado de los beneficios penales, como exigieron las acusaciones anteriormente. La resolución, conocida después de menos de 48 horas de deliberaciones tras las cinco sesiones de vista oral, rodeado de una fuerte expectación mediática, en la Audiencia de Bizkaia, ha sido criticada por las acusaciones particulares.

Los abogados de las acusaciones se han mostrado contrarios al veredicto, pero han añadido que deben esperar a la sentencia para decidir si recurren o no. «Nos queda esperar que pongan la pena máxima» ha comentado Jorge García, abogado de Jenny. Por su parte, José Miguel Fernández, abogado de Maureen, se ha mostrado disconforme, ya que «creemos que está probado el ensañamiento» y en la misma línea, la abogada de la asociación Clara Campoamor ha lamentado que «no han conseguido ver las pruebas de ensañamiento».

Después del reconocimiento de los hechos por parte del único acusado, quedaba por dilucidar si Aguilar actuó con ensañamiento en sus dos actos delictivos. Para el jurado popular no lo hizo. En esta línea argumental ya se mostró el fiscal del caso durante la tercera jornada del caso, al igual que los forenses que practicaron las autopsias a las víctimas.

Tras estas aportaciones de los especialistas, las acusaciones particulares fueron insistiendo en sus posteriores intervenciones en que el ensañamiento también fue «psicológico» para que pudiera ser tenido en cuenta por el jurado popular. No obstante, el veredicto ahora conocido acaba con la principal incógnita que quedaba por resolver después de asumir Aguilar su responsabilidad en unos hechos que han provocado escenas impactantes de fuerte rechazo cuando han sido expuestas las fotografías del estado de las víctimas.

Hasta la lectura del veredicto por parte del magistrado Manuel Ayo, presidente del tribunal, el falso shaolín ha permanecido en los calabozos de la Audiencia, desde donde será trasladado a la cárcel de Zaballa (Álava) antes de su destino a la prisión de Dueñas (Palencia), en la que se encuentra recluido tras los primeros días posteriores a su detención.

Aguilar ha permanecido impasible y con gesto ausente durante todo el juicio una vez que en la apertura de la vista oral reconoció la autoría de los hechos. Con una frialdad poco común, después de escuchar los relatos de las acusaciones con los ojos cerrados, en una especie de estado de meditación, salió el pasado lunes al medio de la sala y erguido, con una chaqueta cortavientos por los hombros respondió afirmativamente a todas las preguntas del fiscal. «Si, reconozco todo eso», ha dicho sin exhibir ningún tipo de empatía pese a la gravedad de los hechos.

Precisamente esta actitud fue advertida por el presidente del tribunal a los miembros del jurado popular. «No ha mostrado en modo alguno arrepentimiento», les recordó dentro de las pautas jurídicas que deberían tener en cuenta en sus deliberaciones. En su declaración, el falso shaolín se negó a contestar al resto de representantes judiciales ni al abogado de Yenni, Jorge García Gasco, ni al de Maureen Ada, José Miguel Fernández, ni a la de la acusación particular, la asociación Clara Campoamor, Maite Iturrate.

Aguilar fue detenido por la Ertzaintza el 2 de junio de 2013 en Bilbao tras haber golpeado «salvajemente» en el gimnasio de su propiedad a Maureen Ada Otuya, de nacionalidad nigeriana, que ingresó en estado de coma en el Hospital de Basurto, donde falleció tres días más tarde. Durante el registro del gimnasio y del domicilio en el que residía en la calle Iturriza, la Policía vasca encontró el cadáver descuartizado de otra mujer, Jenny Sofía Rebollo, natural de Colombia.

Las acusaciones sostienen que el acusado «disfrutaba manteniendo prácticas sexuales de dominación con mujeres sometidas a él e indefensas, incluso desmayadas o privadas del sentido», en referencia a las fotografías que se localizaron en las que aparecían mujeres narcotizadas con las que tenía relaciones.

El «falso shaolín», condenado a 38 años de cárcel por doble asesinato con alevosía
P. Pazos – ABC.es

30 de abril de 2015

Ya hay sentencia para el «falso shaolín». Juan Carlos Aguilar ha sido condenado a 38 años de cárcel por asesinar con alevosía a Jenny Sofía Rebollo, colombiana de 40 años, y a Maureen Ada Otuya, nigeriana de 29 años de edad, el 25 de mayo y el 2 de junio de 2013, respectivamente, tras recogerlas en su vehículo en la calle General Concha de Bilbao y llevarlas a su gimnasio.

Además, condena al acusado a unas indemnizaciones que suman 397.000 euros: para la familia Revollo, la indemnización es de 120.000 euros a Aimar Martínez Revollo -hijo de Jenny-, la misma cantidad a Santiago Revollo Turian -el padre- y 12.000 euros a Benicia Revollo, la madre. En el caso de Ada Otuya, deberá indemnizar con 120.000 euros a Godspower Otuya -el padre de la víctima- y con 25.000 euros a Frank-Onkeya Otuya -hermano-.

La condena rebaja en dos años la petición del fiscal, que solicitaba 40 años de prisión, ya que el magistrado-presidente Manuel Ayo ha tenido en cuenta el reconocimiento que hizo Aguilar de su culpabilidad en la primera jornada de la vista oral, así como la ausencia de antecedentes penales. La acusación soclitaba 45 años, por entender que se debía tener en cuenta el agravante del ensañamiento. El máximo de pena que puede cumplir Aguilar son 25 años de cárcel, de acuerdo con la legislación vigente.

Al tiempo, el juez destaca que «no hay ninguna señal de arrepentimiento» en el acusado y además los hechos son de «extraordinaria gravedad al causar la muerte a dos mujeres que no han tenido posibilidad de defenderse y se ha empleado una violencia inusual en la primera víctima, a la que ha llegado a descuartizar, y también en la segunda, a la que estranguló con un cordel».

El pasado 24 de abril el jurado popular, compuesto por cinco y hombres y cuatro mujeres, dio lectura al veredicto, en el que por unanimidad consideraban probado que Aguilar había asesinado con alevosía a sus dos víctimas. Sin embargo, determinaron, con siete votos a favor y dos en contra, que no se había acreditado el ensañamiento. Es decir, que hubiera infligido a Ada Otuya -el shaolín desmembró el cuerpo de Rebollo, por lo que era imposible determinarlo- un sufrimiento excesivo e inhumano.

Posible recurso
La duda, ahora, es si la acusación recurrirá la sentencia del juez. Tras conocerse el veredicto, los abogados, pese a mostrar su respeto a la decisión del jurado, no ocultaron la decepción que les había ocasionado el que no se apreciara el ensañamiento en el caso del asesinato de Maureen Ada Otuya.

«Estamos muy decepcionados, creemos que se ha probado el ensañamiento», manifestaba a la salida del Palacio de Justicia el abogado de la familia de Ada Otuya, José Miguel Fernández. Con gestio serio, precisaba: «Desde el respeto, no lo compartimos. Vamos a esperar a la sentencia para estudiar las posibilidades de recurso». Palabras casi idénticas a las de Maite Iturrate, abogada de la asociación Clara Campoamor. «Estamos un poco apenados pero mostramos todo nuestro respeto».

Añadía que agradecía la labor del jurado, especialmente porque «han estado bastante tiempo deliberando. Considero que han estado buscando esas pruebas». Por su parte, Jorge García Gasco, en representación de la familia de Rebollo, admitía que el veredicto del jurado era «un escenario harto posible». «No sé si ha sido una cuestión nuestra de no haberlo sabido explicar», lamentaba.

Juicio rápido
El juicio al «falso shaolín» fue más rápido de lo previsto inicialmente y duró tan solo una semana. Un factor resultó determinante: que Aguilar reconociera el primer día, el 17 de abril, en la primera jornada de la vista oral, que había asesinado a Rebollo y a Ada Otuya. Esto redujo sensiblemente la fase de aportación de pruebas. La clave, a partir de ese instante, consistió en acreditar el punto que el acusado y su defensa se insistían en rebatir: que se había ensañado con la mujer nigeriana. El fiscal también sostuvo que no se había dado esta circunstancia.

A lo largo de las cuatro jornadas de la vista oral, por la Audiencia Provincial de Vizcaya pasaron los ertzainas que detuvieron a Aguilar, la testigo que alertó de que una mujer -Ada Otuya- solicitaba ayuda, los médicos forenses que examinaron a las víctimas y peritos que recogieron fotografías y vídeos del acusado. Sus testimonios no lograron convencer al jurado, así como tampoco los alegatos de la acusación, que definieron al «shaolín» como un «depredador» y potencial asesino en serie que volvería a asesinar si tenía ocasión.

A lo largo de todo el juicio llamó la atención la actitud del acusado. Hierático, impasible, ajeno a lo que ocurría a su alrededor. A menudo, con los ojos cerrados, y frecuentemente con los dedos de las manos entrelazados como único gesto. Solo habló en la primera jornada, cuando a preguntas del fiscal respondió con monosílabos y una escueta frase: «Lo reconozco todo». Y rechazó, tras elevarse a definitivas las conclusiones, ejercer su derecho a la última palabra. En ningún momento, como subrayó el propio juez, mostró el menor atisbo de arrepentimiento.

Por delante, a la espera del posible recurso que intente ampliar la condena, una larga temporada en prisión.

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Juan Andrés Aldije Monmejá

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El Francés
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Robos
  • Número de víctimas: 6
  • Periodo de actividad: 1900 - 1904
  • Fecha de detención: 19 de diciembre de 1904
  • Fecha de nacimiento: 1850
  • Perfil de las víctimas: José López Almela / Benito Mariano Burgos / Enrique Fernández Cantalapíedra / Federico Llamas de la Torre / Félix Bonilla Padilla / Miguel Rejano Espejo
  • Método de matar: Golpes con una barra de hierro y un martillo
  • Localización: Peñaflor, Sevilla, España
  • Estado: Ejecutado en el garrote vil el 1 de abril de 1906


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Juan Andrés Aldije – Cuando que te llevaran al huerto te costaba la vida
Juan E. Pflüger – Gaceta.es

Entre 1898 y 1904 dos vecinos del pueblo de Peñaflor asesinaron a martillazos a seis personas con el único objetivo de robarles.

Se cumplen 110 años de un crimen que conmocionó a la España de la Restauración gracias al exhaustivo seguimiento que hizo de él un joven periódico creado dos años antes, el ABC. Un periódico que, además de defender la monarquía, mantuvo desde su fundación -en 1903- hasta la Guerra Civil una especial preocupación por mostrar la crónica de sucesos como elemento diferenciador frente a sus rivales.

Los crímenes del huerto del francés fueron una serie de seis asesinatos cometidos en la localidad sevillana de Peñaflor por Juan Andrés Aldije Monmejá, conocido en la localidad como «el Francés» por ser natural de la localidad gala de Egen, y por su cómplice José Muñoz Lopera. Los asesinatos fueron muy espaciados en el tiempo. El primero, el de José López, natural de Jaén, se cometió en 1898. El último, único que se investigó y por el que descubrieron el macabro negocio que había montado «el Francés» fue el de Miguel Rejano Espejo, natural de Posadas (Córdoba) que tuvo lugar en 1904.

El único fin que perseguía Aldije, junto a su compinche José Muñoz Lopera, era robar a los incautos que se acercaban a probar suerte en su casa de juego ilegal tras haber realizado buenos negocios con la venta de sus productos agrícolas y ganaderos.

La forma de funcionar era siempre la misma. Muñoz Lopera contactaba con viajantes que hubieran realizado transacciones y tuvieran dinero en efectivo y les llevaba a la casa de juego de «el Francés». Ésta se encontraba en el municipio de Peñaflor, a unos 80 kilómetros de Sevilla. Allí, en la casa aledaña a un huerto de su propiedad, el de Egen tenía unas mesas dedicadas al juego de naipes y, si tenían suerte, les dejaría apostar en una ruleta que, decía el compinche, en la que se podía ganar grandes cantidades pues solamente apostaban los más adinerados.

Cuando los incautos eran llevados a la casa situada en las afueras de la localidad, junto a un huerto rodeado por una tapia, les conducían a través de un corredor oscuro donde, llegados a un punto convenido, le avisaban de que tuviera cuidado de no tropezarse con una cañería que sobresalía del suelo. Cuando la víctima agachaba la cabeza para ver el obstáculo en medio de la oscuridad, le golpeaban con una barra de hierro a la que habían bautizado como «el muñeco» y lo remataban con un martillo acabado en punta con el que le trepanaban el cráneo. Tras desvalijar a su víctima, enterraban los cuerpos en el huerto.

Así consiguieron robar 28.300 pesetas a sus seis víctimas. Como reconocieron en el juicio, los botines que consiguieron fueron de muy diversa importancia. A José López le robaron 3.000 pesetas, a Mariano Burgos 8.000, a Enrique Fernández Cantalapiedra 300, a Fererico Llamas 4.000, a Félix Bonilla 6.000 y a Miguel Rejano Espejo 7.000.

Fue la desaparición de Rejano, y el interés que pusieron su esposa y un primo de la víctima, lo que desencadenó una investigación que acabaría por destapar el primer crimen en serie del siglo XX en España.

Tras la desaparición de su marido, Francisca Márquez pidió ayuda a un primo de éste, era Juan Mohedano, el herrero del pueblo cordobés de Posadas. Un hombre fornido y reflexivo que, al conocer los pormenores de la desaparición de de su familiar decide desplazarse personalmente a Sevilla para intentar encontrarle él. Su sospecha, como aseguró en su declaración durante el juicio, era que Miguel Rejano había decidido correrse una juerga con los 28.000 reales con los que había acudido a Sevilla a comprar ganado.

Nadie sabe nada
El primer lugar al que acudió Mohedano fue a la pensión en la que se alojaba su primo en sus visitas a Sevilla. Era la Fonda del Betis, allí le dijeron que durante la primera noche que pasó allí el desaparecido había entrado en contacto con Muñoz Lopera, de Peñaflor, con quien se marchó al día siguiente para volver solo esa tarde, pagar la cuenta e irse definitivamente en compañía de un amigo de Mohedano apellidado Borrego (según otros testimonios Borreguero).

Al día siguiente Mohedano se entrevistó con Muñoz Lopera, quien le dijo que el único contacto que había tenido con su primo había sido una negociación para la compra de una ruleta de casino, pero que como el dinero que le había ofrecido era poco, no llegaron a completar la operación.

La historia no convenció al herrero quien, de vuelta a Sevilla, contactó con un ex policía convertido en detective privado llamado Rodríguez que se movía con soltura en los ambientes delictivos de la capital andaluza. En pocas horas localiza a las personas con las que estuvo jugando Rejano: José Borrego (o Borreguero), José Moya «el Peana» y otras dos personas más relacionadas con las partidas ilegales de baraja.

«El Peana» les confirmó que Muñoz Lopera era uno de los principales organizadores de timbas ilegales y que, cuando quería discreción por las cantidades que se iban a jugar, las organizaba en la casa del huerto del Francés, un buen amigo suyo que vivía en Peñaflor.

Mohedano se entrevistó después con el gobernador civil a quien puso en antecedentes de los avances realizados en la investigación particular. Se puso en marcha otra oficial que pronto se demostró lenta e ineficaz. Ante esa situación, el ex policía Rodríguez decidió publicar una serie de cartas al director en el diario El liberal en las que contaba la historia. Esta iniciativa llevó a que el juez de Lora del Río, de quien dependía administrativamente Peñaflor, tomase declaración a Muñoz Lopera y a «el Francés», que quedaron en libertad tras responder.

¿Una pista misteriosa?
La esposa del desaparecido empezó entonces, según su declaración, a recibir anónimos en los que se le pedía dinero -250 pesetas- a cambio de información sobre el paradero de su marido. Ante su negativa, según Francisca Márquez, una noche le dijeron de forma anónima, a través de la ventana de su dormitorio, que su marido se encontraba en Peñaflor, que estaba «enterrado en el huerto».

Este episodio novelesco se demostró después que fue una artimaña del ex policía Rodríguez para forzar a que se buscara el cadáver en el huerto. La argucia dio resultado y Mohedano fue autorizado a realizar él mismo la búsqueda en presencia de un cabo de la Guardia Civil. Para ello ideo un sistema muy ingenioso que consistía en introducir una vara de acero, que él mismo afiló y preparó en su herrería, hasta un metro de profundidad, para luego extraerla y olerla. Cuando estaba a punto de anochecer realizaron una cata junto a la zona en la que estaban los conejos y, al extraer la vara, el olor que percibieron fue inconfundible.

Decidieron no perder el tiempo y, en plena noche a la luz de unos faroles de carburo, excavaron hasta encontrar un cadáver. Se encontraba en avanzado estado de descomposición y no era el de Miguel Rejano. Ante ese descubrimiento, el juez decidió autorizar una excavación de todo el huerto, que tenía dos fanegas -algo menos de una hectárea y media- quedando al descubierto un total de seis cadáveres. El de Rejano salió en cuarto lugar, en la zona en la que se encontraban los frutales.

Muñoz Lopera fue detenido en el acto, pero cuando la Guardia Civil quiso apresar a «el Francés» este se había escapado e intentaba cruzar la frontera de Portugal. Cuando se enteró de que su familia podría sufrir represalias, se entregó para ser juzgado.

El juicio fue un espectáculo con todos los alicientes. Muñoz Lopera se puso en huelga de hambre, los dos acusados se pelearon en la sala y tuvieron que ser multados por desacato, las declaraciones no casaban ya que cada uno culpaba al otro de ser el autor material de las muertes…

Finalmente fueron condenados, cada uno de ellos, a seis penas de muerte. La tradición popular, a la que en España se le da demasiada credibilidad, ha dejado el mito de la respuesta que dio «el Francés» al escuchar la condena: «¿para qué seis, si con una es suficiente?».

Sea como fuere, la ejecución también fue un espectáculo. A las siete de la mañana del 31 de octubre de 1906 fueron conducidos los dos condenados al patíbulo. Para evitar problemas se había desplazado el verdugo de Madrid para ayudar al de Sevilla en la ejecución. Ambos se mostraron poco eficaces en sus funciones y tuvieron que dar varias apretones al garrote vil, lo que ocasionó que los dos condenados murieran entre fuertes convulsiones.

Y llegó el destape…
En 1977, en plena eclosión del cine del destape que caracterizó a nuestra Transición, se tomaron los macabros sucesos del huerto de «el Francés» para realizar una película que consiguió una buena ambientación. Pero, exigencias del guión, había que enseñar carne, y cuanta más mejor. Por eso el director, Paul Naschy, decidió que un casino ilegal daba poco juego y convirtió la casa de «el Francés» en un prostíbulo en el que las bellas de la época enseñaron sus encantos. Para encarnar a las pupilas del lupanar, Naschy contó con María José Cantudo, Agata Lys, Julia Saly y Silvia Tortosa.

Dos expresiones populares han quedado en la sociedad española, que nacieron de los crímenes de Peñaflor. La afirmación de «llevarse a alguien al huerto» cuando se convence a alguien con artimañas para que actúe como uno desea, incluso si se le obliga a ir en contra de sus intereses.

La segunda, «esto va a terminar como el huerto del francés», muy popular entre nuestros políticos de la Transición, quizá más por efecto de la película de Paul Naschy que por los sucesos de principios de siglo. En este caso, a lo que se referían nuestros próceres era a que las cosas no terminarían bien y podría acabar en tragedia.

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Luis Patricio Andrés
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El Asesino de la Furgoneta
  • Clasificación: Asesino
  • Características: Seis años antes, Luis Patricio había disparado con una escopeta a su anterior novia y había sido condenado por ello a 18 años de cárcel
  • Número de víctimas: 1
  • Periodo de actividad: 13 de octubre de 1999
  • Fecha de detención: Mismo día (se entrega)
  • Fecha de nacimiento: 1963
  • Perfil de las víctimas: María del Mar Herrero Pacheco, de 23 años
  • Método de matar: Apuñalamiento (8 veces)
  • Localización: Madrid, España
  • Estado: Condenado a 24 años de prisión el 13 de marzo de 2002



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Luis Patricio Andrés, el asesino de la furgoneta
Francisco Pérez Abellán – Larazon.es

16 de septiembre de 2009

Mar se vio en peligro y decidió romper. Luis, herido en su orgullo, comenzó una brutal campaña de acoso que generó 14 denuncias, e ideó un plan para matarla. Fingió un falso rodaje y la contrató a través de terceros. Alquiló una furgoneta blanca en Chamartín y quedó con ella en la plaza de Castilla. Era el 13 de octubre de 1999, a las seis de la mañana. Sorprendió a la chica por detrás y la empujó al vehículo. La mató a puñaladas y la dejó allí. Hoy cumple condena de veinticuatro años.

El psicópata se distingue porque provoca dolor en su entorno. De una u otra forma, es un camaleón que mientras se confunde con el paisaje, atrae las iras del infierno. Luis Patricio Andrés decía trabajar en el mundo mágico del cine cuando secuestró y asesinó a la maquilladora Mar Herrero. Es un individuo que tiene una opinión excesivamente buena de sí mismo, que cree que llegará muy lejos y que para donde va necesita ser manipulador y contar con ausencia total de culpa. Según el psicólogo que lo examinó, padece de un trastorno mixto de la personalidad.

Un trastorno antisocial
En el momento en el que fue juzgado tenía 39 años y era la segunda vez que intentaba asesinar a una mujer. En 1998 cumplía condena de dieciocho años por la agresión contra la que entonces era su novia, Rosana. Sucedió el 21 de julio de 1993, día en el que Luis Patricio disparó hasta cuatro veces contra la chica, dejándola viva por puro milagro.

El agresor había perdido el tornillo de Hare, el especialista en psicópatas mundial que predica que el conjunto se rompe cuando hay una pieza que falta. Luis Patricio es asténico, pequeño, anguloso, y le gusta llevar una gorra de béisbol, como un Spielberg de vacaciones. Es un maltratador que en su día difundió una foto por** con la cara de otra de sus novias para humillarla como prost*t*ta. Todas sus chicas han sido presionadas, amenazadas; y las últimas, agredidas.

Luis Patricio llegó a ayudante de producción del cine y fue cuando Rosana le dejó. Bajo la careta de un hombre comprensivo, quedó con ella para formalizar la ruptura, mientras ocultaba una pistola del 22 en la chaqueta. La subió en su coche para llevarla a la calle Moscatelar y al bajarse del vehículo y cruzar, ella empezó a escuchar disparos. Era Luis Patricio, que intentaba matarla desde el coche. Le acertó con dos tiros. La salvaron los médicos mientras el agresor huía de Madrid. Los peritos que le examinaron detectaron en él a un psicópata con fuerte narcisismo.

Su captura y juicio se benefició de una reducción de condena a 12 años por la entrada en vigor del llamado «Código Penal de la democracia» (1995). Si no, jamás habría tenido la oportunidad de acercarse a Mar Herrero, porque habría estado tras la rejas hasta 2002. Como buen psicópata, fue un preso modelo hasta que logró salir en libertad. En contra del educador y del psicólogo de la prisión, le concedieron el tercer grado.

Se encontró con Mar Herrero cuando puso un anuncio buscando gente para su supuesto proyecto de rodaje de una película. La joven tenía 23 años, Luis Patricio había cumplido 36. Tiene una característica envolvente, capaz de convencer a cualquiera, unida a la exhibición del conocimiento de varios idiomas, como inglés y francés, que la deslumbraron. Sin embargo, ella acabaría derribando todo el andamiaje de mentiras alrededor de él.

El homicida de su exnovia es un psicópata, según la sentencia que lo condenó en 1995
Luis Fernando Durán / Juan Francés – Elpais.com

16 de octubre de 1999

«Sufre un trastorno narcisista de la personalidad, en todo equiparable a una psicopatía…» Así definió hace cuatro años una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid a Luis Patricio Andrés, de 36 años, el hombre que el pasado miércoles, tras quedar en libertad por una juez de vigilancia penitenciaria, torturó y mató a su exnovia. La Audiencia, en aquella sentencia, le condenó a 12 años de prisión por el asesinato frustrado de su pareja, una embarazada a la que disparó por la espalda. El juez decretó ayer prisión incondicional para el acusado, que solicitó ayuda psicológica.

La sentencia emitida por la Sección Quinta de la Audiencia Provincial de Madrid define a Luis Patricio Andrés como «consumidor habitual de alcohol y ocasional de otras drogas, aunque no puede ser tenido como un alcohólico o un toxicómano». «Es considerado por muchos de los que le han tratado como un desequilibrado, un transtornado», agrega.

La sentencia concreta aún más su psicopatía: «En el trato con las mujeres sus rupturas son frecuentes pero, en principio, jamás acepta que se hayan producido por su propia decisión». La resolución se basa en informes de psicólogos y declaraciones de conocidos del condenado para calificarle como un psicópata.

Luis Patricio Andrés fue condenado a 11 años, dos meses y 29 días de prisión por el asesinato frustrado de Rosana Martínez, su novia de entonces. La disparó por la espalda cuatro veces. Dos balas le alcanzaron. Una le dañó el pulmón y el hígado. La otra le dio en el pie. Ella estaba embarazada de mes y medio y Luis Patricio, su asesino frustrado, era el padre, siempre según fuentes judiciales. Pero el inculpado no cumplió toda la condena.

A los tres años de ingresar en prisión, el 29 de octubre de 1998, un Juzgado de Vigilancia Penitenciaria le concedió el tercer grado (régimen abierto) en contra de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. En marzo pasado el juzgado de vigilancia penitenciaria, en contra del criterio del fiscal, le dejó en libertad provisional.

Y el 6 de octubre, pese a las denuncias de Mar Herrero por amenazas y coacciones, y a la consecuente petición de la Fiscalía de Madrid de que se le revocase la libertad condicional, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria le mantuvo el beneficio penitenciario. Esta decisión judicial y sus consecuencias han provocado un profundo malestar en el seno de la fiscalía de Madrid, en la Secretaría General de Asuntos Sociales y en la policía.

De hecho, a los dos días de la puesta en libertad de Luis Patricio, la propia Mar Herrero se dirigió a un juzgado de guardia de Alcobendas para denunciarle otra vez. «He pasado y estoy pasando mucho miedo. Creo que ha localizado mi vehículo», escribió en su denuncia. Cinco días después murió acuchillada.

María del Mar Herrero Pacheco fue enterrada ayer en el cementerio de Fuencarral, de Madrid, en un acto íntimo al que acudieron un centenar de familiares y amigos. Un primo de la fallecida, Ricardo Pacheco, gritó en el sepelio: «Muchas gracias a todo el Gobierno, a la Comunidad Autónoma y al Ayuntamiento de Madrid, que no han sido capaces de presentarse, ni de mandar un telegrama, ni una triste corona, ni un solo clavel como éste».

La familia de María del Mar anunció que van a pedir la inhabilitación de la psicóloga que estuvo tratando a Luis Patricio Andrés, y de la titular del juzgado de instrucción número 5 de Alcobendas, que decretó la libertad del ahora homicida. «Espero que dimita», dijo.

El juez de guardia de Madrid ordenó ayer tarde el ingreso en prisión provisional de Luis Patricio Andrés, de 36 años, como supuesto autor de la muerte de su exnovia María del Mar Herrero, de 23 años, el pasado miércoles.

Luis Patricio manifestó que necesitaba ayuda psiquiátrica, según fuentes jurídicas. Anoche fue trasladado a la cárcel de Soto del Real. Nueva Izquierda afirma que el asesinato de Mar Herrero supone «un fallo gravísimo de los mecanismos policiales y judiciales para la protección de los derechos constitucionales y humanos».

Los máximos responsables de la Justicia, de la Fiscalía y policiales de Madrid se reunirán el martes próximo en la sede de la Audiencia Provincial de Madrid para tratar el problema de la violencia familiar.

El reo del asesinato de Mar Herrero niega ahora ser el autor del crimen
José Antonio Hernández – Elpais.com

23 de febrero de 2002

El juicio contra Luis Patricio Andrés, acusado de asesinar a su exnovia Mar Herrero, se inició ayer en la Audiencia de Madrid. La declaración de Andrés, de 38 años, fue una sorpresa. Se retractó de su declaración autoinculpatoria anterior y atribuyó el crimen a unos conocidos suyos cuyos nombres rehusó facilitar. «Prefiero estar en la cárcel que muerto», soltó ante las insistentes preguntas del fiscal y los abogados para que diese los nombres de esos conocidos.

El crimen de Mar, ocurrido el 13 de octubre de 1999, produjo una conmoción en Madrid. Andrés mató supuestamente a su exnovia cuando disfrutaba de un régimen de libertad condicional: cinco años antes disparó con una escopeta a su anterior novia, lo que le costó una condena de 18 años de prisión por asesinato frustrado.

Además, la víctima había presentado 14 denuncias contra él por amenazas de muerte y la juez de Alcobendas que las había recibido no adoptó ninguna medida cautelar. Esta juez ha sido sancionada por este motivo por el Consejo del Poder Judicial al pago de una multa de 200.000 pesetas por graves retrasos en la tramitación de esas denuncias.

Andrés se enfrenta a una petición del fiscal de 18 años de cárcel por el asesinato de Mar. El abogado de la familia de la fallecida pide una condena de 31 años y el del Ayuntamiento de Alcobendas, que ejerce la acción popular, 25 años. La letrada de la defensa, María Nieves Pérez Fernández-Rabelo, entiende que la pena debe ser de sólo 12 años. Subraya que en la conducta de su cliente concurre la eximente incompleta de «trastorno severo de la personalidad».

Andrés conoció a Mar, vecina de Alcobendas, a la semana de quedar en libertad condicional por el intento de asesinato de su anterior pareja. Mantuvo una relación sentimental con ella entre marzo y agosto de 1999, fecha en la que Mar puso fin a la relación. La decisión de Mar desató la ira del acusado, quien, según el escrito del fiscal, urdió un plan para matarla. Mar era maquilladora de televisión, y Andrés, productor de cine.

Utilizando como intermediarios a conocidos de ambos (ella le tenía auténtico pánico), Andrés logró que Mar se desplazase a la seis de la madrugada del 13 de octubre de 1999 desde Alcobendas hasta la plaza de Castilla. La chica, sin saber que su exnovio estaba detrás del plan, acudió al lugar creyendo que se trataba de un trabajo para una productora de cine.

El acusado había alquilado una furgoneta el día anterior y, nada más verla, la obligó, a punta de navaja, a subir al vehículo. La condujo hasta el barrio madrileño de San Blas. Allí la amordazó de pies y manos, le asestó cinco cuchillada [cuchilladas] en el pecho y la estranguló. A continuación se presentó en los juzgados de Madrid y confesó el crimen. Entonces, según el sumario, declaró que él «era el único culpable de la muerte», que había actuado de forma «salvaje» y que su comportamiento con Mar había sido el de «un animal».

El acusado se retractó ayer de esa versión. Con un lenguaje preciso y un tono arrogante, confesó que fue él quien rompió con Mar y que la reacción de ella fue amenazarle y ponerle «falsas denuncias». Todo ello, dijo, con la finalidad de que el juzgado de vigilancia le revocase la libertad y él volviese a la cárcel. «Intenté parar todo eso a través de amigos y un abogado, para que dialogaran con ella y parar esa vorágine», declaró.

Aclaró que contactó «con terceras personas», cuyos nombres se negó a revelar, y que éstas le dijeron que hablase con un taxista para que recogiese a Mar en su casa y la llevase a la plaza de Castilla. La excusa, que tenía que maquillar a artistas de una película. Según Andrés, esas personas le indicaron, además, que alquilase una furgoneta y que acudiera con ella a la plaza de Castilla antes de que llegase Mar en el taxi.

Según su nueva versión, dejó la furgoneta en el lugar indicado y se fue a beber. Añadió que sobre las nueve de la mañana recogió la furgoneta en el lugar indicado («me dejaron las llaves escondidas debajo de una de las rueda», explicó) y que al abrir una de sus puerta se topó con el cadáver de Mar. «Perdí la noción y me puse a andar con la furgoneta sin rumbo». En San Blas, Andrés cogió un taxi y le pidió que le llevase a los juzgados de la plaza de Castilla, donde, según su versión, se declaró «el único culpable de la muerte».

La madre de Mar Herrero declara que el exnovio de la joven la perseguía a todas horas
José Antonio Hernández – Elpais.com

26 de febrero de 2002

«Mi hija le tenía pánico; ese señor la perseguía a todas horas: era horrible». Lo explicó ayer María Luisa Pacheco -madre de Mar Herrero, la joven de Alcobendas asesinada el 13 de octubre de 1999 cuando contaba 23 años- ante el tribunal que juzga al supuesto homicida, Luis Patricio Andrés, de 38 años.

Enlutada, la madre de la fallecida relató la inhibición policial y judicial ante las 14 infructuosas denuncias que ella y su hija presentaron por el calvario de amenazas que les tocó vivir tras cortar Mar la relación que durante cinco meses mantuvo con Luis Patricio.

Luis Patricio Andrés se enfrenta a una petición fiscal de 18 años de cárcel por el asesinato de Mar. Según el fiscal, urdió un macabro plan para matar a su exnovia, tras romperse la relación que mantenían. Dado que Mar le tenía pánico, el procesado contactó con amigos de ella para que éstos, ignorantes del plan, la llevasen a la plaza de Castilla en la creencia de que iba a trabajar como maquilladora para una película.

Siempre según el fiscal, Luis Patricio introdujo a Mar en una furgoneta, a punta de navaja, y la condujo hasta el parque de San Blas. Una vez allí, y tras amordazarla de pies y manos, la estranguló y le asestó cinco cuchilladas.

En la primera sesión del juicio, Luis Patricio se retractó de sus declaraciones autoinculpatorias anteriores e indicó que su papel en la trama se limitó a alquilar la furgoneta para unos conocidos suyos, que, según él, fueron los que mataron a su exnovia. El acusado rehusó revelar sus nombres («prefiero estar en la cárcel que muerto», dijo al tribunal).

En la sesión de ayer intervinieron dos biólogas forenses de la Policía Científica. Éstas indicaron que en la furgoneta usada en el crimen se hallaron siete colillas de cigarrillo y que, tras analizarlas, se comprobó que el tabaco fue consumido «por dos varones». Ello abre la posibilidad de que haya alguna otra persona implicada en el asesinato.

La última denuncia
El testimonio de María Luisa, madre de Mar, fue el más sobrecogedor de los escuchados ayer. Indicó que Luis Patricio perseguía a su hija «a todas horas, de día y de noche», y que, antes de salir de casa, miraban por la ventana para ver si él seguía en la calle «dentro de un coche».

Según María Luisa, dos días antes del crimen, justo cuando ella y Mar estaban en el juzgado número 5 de Alcobendas presentando la que fue la última denuncia de su hija contra Luis Patricio, éste llamó al teléfono móvil de Mar y volvió a amenazarla. También la madre fue víctima de las vehementes amenazas de Luis Patricio: «Estando en el hospital Puerta de Hierro, donde estaba ingresada mi madre, él llamó a la habitación y me dijo: “¿qué pasa?, ¿se ha muerto ya la vieja? Pues detrás vas a ir tú”».

María Luisa describió la impotencia que sufrió su hija en una de la ocasiones en las que acudió al juzgado y pidió hablar con la juez para que evitase de alguna forma las constantes amenazas: «Nos dijeron que la juez no podía recibirnos. Mi hija, que estaba muy asustada, comenzó a llorar y chillar y, mirándome, dijo: “¿Es que no me va a recibir hasta que no me mate?”».

La titular del Juzgado 5 de Alcobendas ha sido sancionada por el Consejo del Poder Judicial al pago de una multa de 200.000 pesetas por el retraso en la tramitación de las denuncias de Mar. La muerte de esta chica fue especialmente dolorosa, porque el acusado se hallaba en libertad condicional en la fecha en la que supuestamente le segó la vida.

Cinco años antes, Luis Patricio había disparado con una escopeta a su anterior novia y había sido condenado por ello a 18 años de cárcel. El hombre entabló amistad con Mar, maquilladora de televisión, a los pocos días de quedar en libertad condicional.

También declaró ayer en el juicio el padre de la víctima, José Miguel Herrero. Éste indicó que se enteró de que Luis Patricio había estado en la cárcel cuando acudió junto con su esposa a la casa de los padres del procesado con la finalidad de hablar con ellos sobre la tormentosa relación.

«¿Cómo la has matado?»
Aparte de los padres, también declararon ayer los 11 policías que intervinieron en el esclarecimiento de los hechos. Uno de los agentes relató que el padre del acusado, ya fallecido, fue citado tras el crimen en la comisaría. Según recordó este agente, el padre testificó que su hijo le telefoneó para contarle que había matado a Mar. «¿Y cómo la has matado? ¿Con una pistola?», le increpó el padre. «No, ha sido más cruel, con un cuchillo», concluyó.

Un fotógrafo que solía trabajar con la víctima, y del que se valió Luis Patricio para citar a Mar en la plaza de Castilla, explicó que el acusado se hizo pasar por otra persona, le ofreció trabajo y le pidió los servicios de una maquilladora, por lo que contactó con Mar.

Condenado a 24 años de cárcel el asesino de Mar Herrero
El País

14 de marzo de 2002

Los magistrados de la Sección Decimosexta de la Audiencia de Madrid condenaron ayer a 24 años de prisión y al pago de una indemnización de 180.303 euros (30 millones de pesetas) a Luis Patricio Andrés, para quien las acusaciones pedían penas de 31 años de cárcel por matar a su exnovia, la joven Mar Herrero, en octubre de 1999. Los jueces entienden que no ha lugar declarar al Estado responsable civil del abono de esta indemnización, tal y como solicitaban las acusaciones popular y particular. Luis Patricio Andrés había sido declarado culpable por un jurado popular.

La Audiencia madrileña ha condenado a Luis Patricio Andrés por sendos delitos de asesinato cualificado y detención ilegal, en los que concurren la circunstancia atenuante de confesión del hecho y las agravantes de aprovechar las circunstancias de lugar y tiempo, aprovecharse del auxilio de otras personas y reincidencia.

Además de cumplir la pena de prisión, el procesado deberá indemnizar a los familiares de Mar Herrero con 180.303 euros (30 millones de pesetas), pago del que se exime, como responsable civil subsidiario, al Estado. Las acusaciones habían reclamado que fuese el Estado el que se hiciese cargo de la indemnización: temen que el acusado se declare insolvente y, además, argumentan que el Estado es responsable porque, cuando asesinó a Mar Herrero, Luis Patricio Andrés se hallaba en libertad condicional.

El pasado 1 de marzo, Andrés fue considerado por un jurado popular culpable de dar muerte y detener de forma ilegal, en octubre de 1999, a Mar Herrero, una maquilladora de 23 años que residía en Alcobendas y con la que había mantenido una relación sentimental mientras él se encontraba en libertad provisional. El procesado cumplía en aquella época una condena de 17 años de cárcel por haber disparado a su antigua novia cuando ésta se hallaba embarazada.

Los seis hombres y cinco mujeres que formaron parte del jurado entendieron que había quedado probado durante el juicio que Luis Patricio fue la persona que asesinó a la joven Mar Herrero. El veredicto fue rápido y unánime.

Engaño
La sentencia señala, que en marzo de 1999, el acusado entabló una relación sentimental con Mar Herrero y que, durante el verano de ese mismo año, ella decidió poner fin a dicha relación, circunstancia que no fue aceptada por Luis Patricio. El ahora condenado, utilizando a terceras personas y adoptando él mismo la identidad de otras, citó a Mar a las seis de la mañana del 13 de octubre de 1999 en la plaza de Castilla de Madrid, con la excusa de encargarle un trabajo como maquilladora para una productora.

La joven acudió a este lugar, donde la esperaba Luis Patricio en una furgoneta que había alquilado el día anterior para llevar a cabo sus propósitos. A punta de navaja, obligó a Mar a subir al vehículo, y allí, con el «calculado fin de causarle la muerte», la apuñaló y asfixió, según se recoge en la sentencia.

Los jueces indican que, como consecuencia de las heridas causadas con el arma blanca, así como por la obstrucción de las vías respiratorias y la estrangulación del cuello, Mar sufrió una parada cardiorrespiratoria irreversible que le provocó la muerte.

Antes de morir, Mar Herrero había presentado hasta 12 denuncias contra el que fue su novio, e incluso pocas horas antes de ser asesinada pidió ayuda a la psicóloga y a la trabajadora social que se ocupaban de Luis Patricio durante su libertad provisional.

Tras la muerte de Mar, Andrés se dirigió al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, donde confesó los hechos precisamente ante las dos profesionales que le trataban e indicó el lugar en el que se encontraba la furgoneta con el cadáver de la joven en su interior. Asimismo, hizo entrega a la policía de las llaves del vehículo, circunstancia que el jurado popular entendió que debía ser considerada como atenuante de la responsabilidad criminal.

El letrado de la familia de Mar, Luis Ángel Aparicio, adelantó que recurrirá la sentencia: la acusación entiende que el Estado debería hacerse cargo de la indemnización porque, cuando cometió el asesinato, Luis Patricio se encontraba en libertad provisional.

El Estado deberá pagar por el crimen de un preso en libertad condicional
El País

7 de agosto de 2002

El Tribunal Superior de Justicia ha declarado al Estado responsable civil subsidiario de la muerte de Mar Herrero, por lo que deberá indemnizar con 180.303 euros a los padres de la víctima, asesinada por su exnovio, Luis Patricio de Andrés, en octubre de 1999 en Madrid. «El sistema se demostró insuficiente para evitar el daño» causado a la víctima y a la familia, según el fallo.

La sentencia estima en parte el recurso interpuesto por la acusación particular e íntegramente el formulado por la popular, que ejerce el Ayuntamiento de Alcobendas, contra la dictada el pasado marzo por la Audiencia de Madrid, que condenó a De Andrés a 24 años de prisión.

María Isabel Sanz, alcaldesa en funciones de Alcobendas y concejal de la Mujer, se mostró ayer «satisfecha» por el fallo al entender que si el acusado es insolvente, «debe ser el Estado el responsable civil subsidiario, dado que ha habido una serie de mecanismos que no han funcionado bien en el caso».

La edil recuerda que el penado estaba en libertad condicional -había sido condenado por asesinato frustrado de una novia anterior- pese a las reiteradas denuncias que María del Mar había interpuesto contra él por insultos, acoso y amenazas de muerte.

La sala, formada por los magistrados Javier María Casas Estévez, José Manuel Suárez Robledano y Antonio Pedreira Andrade, ha confirmado ahora la condena impuesta por la sección 16ª y desestima el recurso interpuesto contra ella por el reo.

El magistrado Ramiro Ventura Faci, tras el veredicto de culpabilidad de un jurado popular, dictó sentencia el pasado 7 de marzo en la que estimaba probado que De Andrés mató a María del Mar Herrero cuando estaba en libertad condicional tras el asesinato frustrado de su anterior compañera sentimental.

El fallo de la Audiencia Provincial también estableció que el condenado debía indemnizar a los padres de la fallecida, José Miguel Herrero Santos y María Luisa Pacheco, con 180.303 euros, a la vez que rechazaba declarar al Estado responsable civil de esta muerte.

La sentencia del Tribunal Superior recuerda que el condenado se benefició de los fines de reinserción social constitucionalmente establecidos mediante la concesión judicial de la libertad condicional. «Ante los acontecimientos que precedieron a la comisión de los delitos objeto de enjuiciamiento, se adoptaron las medidas oportunas legalmente previstas, normales en tales casos sin que se revocara la libertad condicional ante la falta de firmeza de la condena por amenazas dictada respecto al acusado», agrega.

Relación de causalidad
También señala que el «funcionamiento normal, en el sentido de plena aplicación de la legalidad penal y penitenciaria vigente, se reveló claramente insuficiente ante los crímenes ejecutados por el acusado, existiendo adecuada relación de causalidad entre las decisiones judiciales de carácter penitenciario (su pendencia hasta la firmeza de la condena por amenazas [que tenía] recurrida) y la subsiguiente comisión dolosa de los graves delitos enjuiciados» [el asesinato de María del Mar].

«La objetividad de la responsabilidad civil subsidiaria reclamada se revela así como lógica consecuencia de la inobservancia de las reglas de conducta impuestas a quien obtuvo en corto período de tiempo el beneficio de la libertad condicional, infringiendo las normas de comportamiento» de ese régimen penitenciario controlado por la Administración, argumenta el tribunal.

Los magistrados reconocen que «el daño reclamado [la indemnización] derivó del funcionamiento normal del sistema penal y penitenciario legalmente establecido, y no de infracción alguna imputable al mismo». Sin embargo, inmediatamente después añaden: «Si el sistema se demostró insuficiente para evitar el daño, aún aplicándose sin anormalidad alguna, [el Estado] ha de satisfacer económicamente a los perjudicados por la pérdida de una vida humana a consecuencia de dicho funcionamiento».

Luis Patricio de Andrés mantuvo una relación sentimental con María del Mar hasta 1999, cuando la joven decidió darla por terminada. Citó a la joven a las seis de la madrugada del 13 de octubre de 1999 en la plaza de Castilla con la excusa de darle un trabajo de maquilladora, y después le asestó ocho puñaladas abandonando su cadáver dentro de una furgoneta en San Blas. Después se dirigió al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, donde confesó el crimen, aunque en el juicio negó ser el autor.

http://criminalia.es/asesino/luis-patricio-andres/
 
El asesinato de «Sonia»

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  • Clasificación: Asesinato
  • Características: Skins de ideología nazi - El primer crimen de una transexual por el mero hecho del serlo del que se tiene información y constancia en España
  • Número de víctimas: 1
  • Periodo de actividad: 6 de octubre de 1991
  • Fecha de detención: 11 de marzo de 1992
  • Perfil de las víctimas: José Rescalvo Zafra, de 45 años, conocido como Sonia
  • Método de matar: Patadas propinadas con botas con punteras de aluminio
  • Localización: Barcelona, España
  • Estado: Isaac y Héctor López Frutos, Pere Alsina, David Perlade, Andrés Pascual y Oliver Sánchez fueron condenados el 13 de julio de 1994 a penas que oscilaban entre los 23 y los 50 años de cárcel



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El asesinato de Sonia – Morir por ser transexual
Rebeca Carranco / Jesús García – Elpais.com

9 de octubre de 2011

El asesinato de Sonia, asesinada a golpes por un grupo de neonazis, marcó un hito en la defensa del colectivo. 20 años después, su memoria sigue viva.

«Llame al despacho». El mensaje apareció una tarde de febrero de 1992 en el busca del entonces subinspector de los Mossos d’Esquadra Joan Carles Molinero, que veía con sus dos hijas un desfile de carnaval en Barcelona. El hoy comisario investigaba el asesinato de una transexual en Barcelona, que murió de una lluvia de patadas en la cabeza y de un trastazo en el pecho con un palo de escoba mientras dormía en el parque de la Ciutadella. Molinero buscó una cabina telefónica. «Acabamos de escuchar una llamada que puede ser muy importante», le dijeron sus hombres.

-¿Quieres venir a casa esta noche?

-No, no…

-Siempre me dices que no. ¿Tienes miedo de venir a mi casa?

-De tu casa no, de ti.

-¡Hostia, ni que fuera un travesti!

-No hombre, no te pongas así.

-Por cierto, ¿sabes quién hizo aquello del travesti de la Ciutadella?

-No

-¡Pues yo sí!

Héctor López Frutos intentaba ligar con una jovencita alardeando por teléfono de conocer los autores de aquel atroz asesinato. El chaval ya estaba en el punto de mira cuando los Mossos grabaron esta conversación. El jueves se cumplieron 20 años del día en que seis jóvenes neonazis se colaron de madrugada en el parque de la Ciutadella y, con sus botas de punta de hierro, patearon a José Rescalvo Zafra, de 45 años, conocido como Sonia, hasta matarle. Héctor fue uno de ellos.

Su asesinato, el 6 de octubre de 1991, es el primer crimen de una transexual por el mero hecho del serlo del que se tiene información y constancia en España. Fue también el primer asesinato que investigaron los Mossos y supuso un punto de inflexión en el modo de tratar las agresiones relacionadas con el odio y la discriminación, que en Cataluña ha culminado con una fiscalía especializada en tratar este tipo de violencia.

La llamada de Héctor, hecha desde su casa, cuando no estaban sus padres, fue la clave para estrechar el círculo. La policía tardó cuatro meses y una semana en detener a siete jóvenes. Seis de ellos fueron condenados. El grupo de rapados y amantes de las esvásticas inició ese 6 de octubre de hace dos décadas una ruta con el propósito de «tocar el tambor»: liarse a patadas con la cabeza de alguien, según dijeron a la policía.

Empezaron a las 17.30 a tomar cervezas en el bar Barrigón, en el barrio del Born. De ahí, al Pop-Bar. Y de este al pub SQ. Unos dijeron que ya iban borrachos cuando se colaron en el parque por un agujero de la verja. Otros, lo negaron. Caminaron hasta la glorieta de los Músicos, una zona frecuentada por homosexuales y transexuales, y fue allí cuando el grupo «propuso tocar el tambor». Eran cerca de las tres de la madrugada. Los «bultos» que atizaron tenían «aspecto travesti», declaró uno de ellos a los Mossos.

«Ninguno negó los hechos», cuenta Molinero, que recuerda con absoluta claridad «el nivel de desafío, beligerancia, prepotencia y chulería» de aquellos asesinos confesos. Uno de ellos explicó que «sintió un fuerte dolor en el dedo gordo del pie» cuando llevaba unos «15 o 30 segundos golpeando indistintamente a las dos personas que había allí». A pesar de la punta de hierro de las botas, el agresor se rompió una uña. Dori, también transexual que dormía junto a Sonia en la glorieta, sobrevivió a la paliza. Luego, los seis skins fueron a por Miguel, un indigente que estaba cerca. A causa de los golpes, el hombre perdió el único ojo del que conservaba la visión y se quedó ciego. Tras la cacería, los neonazis visitaron un cuarto bar, el Vis a Vis.

En la prensa, se hablaba del asesinato de un transexual negro. «Fue tal la paliza que le dieron que era todo moratones», explica el magistrado José Joaquín Pérez Beneyto que instruyó el caso y encargó a los Mossos que lo investigasen. El Cuerpo Nacional de Policía estaba «volcado en el antiterrorismo de ETA; esa era su obsesión y no hacía tanto del atentado de Hipercor [1987]», recuerda.

El 11 de marzo, el equipo de Molinero -siete agentes- detuvo a los asesinos de Sonia. En el registro de las casas de Pere Alsina Llinares, David Parladé Valdés, Héctor e Isaac López Frutos, Andrés Pascual Prieto y Oliver Sánchez Riera hallaron fanzines neonazis, puños americanos, bates de béisbol y carnés de los Boixos Nois. El juez les condenó en total a 333 años de cárcel. Menos dos, el resto está en libertad.

«Fue la primera vez que un tema de homofobia y transfobia se trataba en serio», cuenta Eugeni Rodríguez, del Frente de Liberación Gay de Cataluña. Para la abogada que llevó la acusación popular, María José Varela, supuso «un momento emocionante» porque «los gays y transexuales luchaban por salir de la invisibilidad».

Desde entonces, Rodríguez mantiene viva la memoria de Sonia. Explica que huyó de su Cuenca natal a los 16 años para instalarse en el anonimato de Barcelona. Llegó a actuar en el teatro Arnau del Paralel, pero la suerte le dio la espalda. Dedicada a la prostit*ción y sin apenas contacto con su familia, vivió en los últimos tiempos en la indigencia.

Su terrible muerte al menos ayudó a concienciar sobre los crímenes relacionados con el odio. En Cataluña, los Mossos contabilizan específicamente este tipo de denuncias (179 hechos delictivos en 2010, la mayoría por homofobia). Aunque queda mucho por hacer. «No hay estadísticas de delitos de odio en España. Y solo hay un fiscal especializado en Barcelona», lamenta el magistrado Pérez.

310 años de cárcel para siete «skins» por asesinar a un travestido en Barcelona
Blanca Cia – Elpais.com

14 de julio de 1994

Los jueces no aprecian banda organizada.

Los siete skinheads que en octubre de 1991 mataron a golpes de puntera y palos a José Rescalvo Zafra, un travestido que dormía en el parque de la Ciutadella de Barcelona, e hirieron gravemente a su compañero y a un vagabundo, han sido condenados a 310 años de prisión. El tribunal reconoce que los siete acusados eran skins de ideología nazi, pero descarta que se tratara de una banda organizada.

Lo que no dudan los jueces es que la intención era matar. Que los siete acusados -cuatro de los cuales tenían entonces 16 años- actuaron con ánimo de matar y no de lesionar es evidente, entiende el tribunal.

Los siete se encontraron en la noche del 5 de octubre de 1991 en un bar y decidieron ir al parque de la Ciutadella. Allí hicieron bastante ruido y dos personas que dormían en el quiosco de la música les dijeron que no molestaran. Los que les recriminaban se convirtieron en sus víctimas cuando los jóvenes advirtieron que eran homosexuales.

Decidieron «subir a tocar el tambor» -en su argot, golpear brutalmente la cabeza de alguien-. Ni el fallecido, Rescalvo Zafra, de sobrenombre Sonia, ni Ernesto Romero, Doris, con heridas de gravedad, pudieron defenderse de la lluvia de patadas propinadas con botas con punteras de aluminio. «Si al segundo no le ocasionaron un resultado tan grave [como el de la muerte de Sonia] fue por mera casualidad», relata la sentencia.

El tribunal añade que hay otra prueba de la intención de matar y no de lesionar: «Un claro exponente lo constituye que cuando dieron por terminada su actuación, pensando que ya habían matado a sus víctimas, y bajaban de la tarima, al oír que uno de ellos aún respiraba, decidieron subir a rematarle».

Después de dejar a los dos homosexuales tendidos en el templete y cuando al abandonar el recinto del parque observaron que había tres vagabundos durmiendo en el invernadero, decidieron proseguir con los ataques, cogieron varias varas metálicas y los atacaron. Dos consiguieron huir, pero el tercero, Miguel Pérez Barreiros, perdió un ojo y parte de una oreja. Este hombre se ha quedado ciego ya que en el otro ojo ya carecía de visión.

Al día siguiente, los skins se reunieron para contarlo a un amigo, Óscar Lozano, a quien le ha correspondido sólo una multa de 100.000 pesetas por no denunciarlo. Las otras penas oscilan entre los 50 y los 23 años para Isaac y Héctor López Frutos, Pere Alsina, David Perlade, Andrés Pascual y Oliver Sánchez.

http://criminalia.es/asesino/el-asesinato-de-sonia/
 
El exorcismo del Albaicín
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Encarnacion-Guardia-Moreno.jpg

  • Clasificación: Homicidio
  • Características: Crimen esotérico - Cuatro personas sometieron a una mujer a un ritual porque creían que tenía el demonio dentro del cuerpo
  • Número de víctimas: 1
  • Periodo de actividad: 1 de febrero de 1990
  • Fecha de detención: 1 de febrero de 1990
  • Perfil de las víctimas: Encarnación Guardia Moreno, de 36 años
  • Método de matar: Ingesta de 250 gramos de sal diluida en agua, bicarbonato y aceite - Golpes y desgarros
  • Localización: Granada, España
  • Estado: La Audiencia Provincial de Granada solicitó un total de 5 años de prisión para Mariano Vallejo, Enriqueta e Isabel Guardia y Josefa Fajardo por un delito de lesiones con resultado de muerte y otro de imprudencia temeraria, en 1992



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El exorcismo del Albaicín
Francisco Pérez Caballero – Dossier Negro

El 1 de febrero de 1990, una muerte horrenda sacudió el barrio granadino del Albaicín. Un santón llamado Mariano Vallejo, al que apodaban «el Pastelero», aseguraba que era capaz de liberar a los endemoniados que poblaban la tierra. Una mujer, Encarnación Guardia Moreno, de 36 años, desesperada por sus circunstancias, convencida de que la única explicación a sus padecimientos era la posesión, decidió ponerse en sus manos.

El improvisado exorcista, asistido por sus ayudantes, la sometió a un brutal tratamiento, durante el que la obligó a ingerir enormes cantidades de agua con sal, aceite y bicarbonato lo que, lógicamente, la hizo vomitar y retorcerse de dolor. Mariano asegura que entonces ella gritó: «Yo soy Lucifer, príncipe de las tinieblas». Golpeó a la mujer con dureza y la arrojó varias veces contra la pared. Por último, tratando de extraer físicamente el mal del cuerpo de su paciente, desgarró la vagina con sus propias manos y le introdujo una barra de acero por el ano.

A pesar de la tortura, lo que mató a Encarnación fue la sobredosis de sal. Manuel García Blázquez, el médico forense que se encargó del caso quedó hondamente impresionado por el crimen: los testigos decían que la víctima hablaba en lenguas extrañas, con voz de hombre, que llegó a girar la cabeza casi 360 grados, que sus gritos espantaban el alma. ¿Cómo no iban a convencerse de que estaba endemoniada? Si algo de esto era verdad, sin duda habrían pasado auténtico miedo en su presencia.

El doctor no tuvo reparos en admitir que creía en el diablo y que bajó al depósito de cadáveres sin prejuicio alguno, sin descartar la posibilidad de encontrarse con él. ¿Sería aquello una verdadera posesión? A su juicio, no. Una vez frente al cuerpo, pudo ver que aquello no fue una lucha sobrenatural, sino un crimen cometido sobre una pobre mujer. […]

Aún así, como hombre religioso, a García Blázquez, le interesaba el aspecto espiritual del asunto, la mezcla de creencias que llevaron al ritual. Y, como científico, era perfectamente capaz de ordenarlo y analizarlo, así que decidió escribir un libro, en el que justifica cada uno de los síntomas que presentaba Encarnación: tenía un edema en las cuerdas vocales que provocaba que su voz sonara más grave, los ligamentos del cuello estaban afectados, por lo que este era más flexible de lo normal… Solo un fenómeno quedó sin desentrañar: los testigos dicen que se le erizaron los pelos, quedando como acerados. El doctor asegura que es algo imposible y solo puede explicarse mediante la alucinación colectiva.

Un detalle aún hoy alimenta el misterio en torno al caso: fue imposible hacer un reportaje fotográfico sobre el cadáver de Encarnación Guardia. Se intentaron tomar instantáneas con dos cámaras diferentes y no registraron nada. Los especialistas señalan que pudo deberse a la deficiente luz de la morgue.

Una mujer muere en Granada tras una sesión de exorcismo para «expulsarle el diablo»
Jesús Arias – El País

2 de febrero de 1990

Encarnación Guardia, de 36 años, murió a primeras horas de la tarde de ayer en el hospital Virgen de las Nieves, de Granada, a causa de las heridas que recibió durante una sesión de exorcismo celebrada el pasado martes para «expulsarle el diablo del cuerpo», según denunciaron sus familiares.

La mujer, casada y con dos hijos, sufrió desgarraduras en el ano, además de presentar numerosos hematomas, provocados supuestamente por los golpes de un espiritista y un grupo de personas parientes de la víctima. Según un comunicado del hospital emitido a mediodía de ayer, Encarnación Guardia ingresó el martes en estado de coma profundo y shock próximo a una parada respiratoria, con contusiones y hematomas. En el interior del muslo izquierdo se le apreció forzamiento anal y un gran aumento de sodio en la sangre.

El director del Virgen de las Nieves, Nicolás Godoy, explicó antes de que se produjese el fallecimiento que la mujer había ingerido gran cantidad de sal «que está actuando como un veneno». De acuerdo con la impresión de los médicos, a la vista de los primeros anális [análisis], Encarnación Guardia tuvo que ser obligaba a ingerir una pócima de 250 gramos de sal combinada con aceite y bicarbonato.

Según informó su padre, José Guardia, la familia había presentado ya en comisaría una denuncia para esclarecer los hechos, después de que Carmen Guardia, hermana de la víctima, encontrase a Encarnación en la casa de sus primas herida y totalmente desnuda.

El padre añadió que Encarnación había recibido el día antes una llamada de sus primas para que acudiese a una sesión de espiritismo en la casa de éstas, en el número 39 de la calle de San Luis, en el barrio del Albaicín. Veinticuatro horas después no había vuelto aún, por lo que Carmen fue en su busca.

Detenciones policiales
Los familiares culparon de lo sucedido al espiritista de la sesión, de quien sólo conocen el hombre [nombre] y un apodo, Mariano el Pastelero, «y que se dedica al exorcismo». Según José Guardia, el Pastelero ya había efectuado anteriormente sesiones con sus sobrinas, «a las que les tenía comido el coco» después de que la madre de éstas afirmara que «llevaba tres años acostándose con el espíritu de un hijo suyo que había muerto». Encarnación Guardia había estado presente en otra sesión 10 días atrás, y había referido a su familia que se encontraba aterrorizada por lo que había visto y que no pensaba volver más. En aquella ocasión, el espiritista, según Guardia, había dicho que la joven estaba poseída por el demonio y había hecho un primer intento de exorcismo.

La policía de Granada detuvo sobre las cuatro de la tarde de ayer a Mariano Vallejo Fuentes, de 47 años, Enriqueta Guardia Muñoz, de 19, e Isabel Guardia Alonso, de 22, aunque no facilitó ningún tipo de información sobre las posibles acusaciones que se les pudiesen formular.

Uno de los «exorcistas» del Albaicín describe brutales prácticas sobre la víctima
Rafael López – El País

16 de enero de 1992

Mariano Vallejo, El Pastelero, uno de los cinco acusados en el juicio comenzado ayer en Granada por el caso conocido como el exorcismo del Albaicín, en el que falleció Encarnación Guardia tras serle administradas grandes cantidades de sal, aseguró ayer durante la vista oral que el ritual satánico fue instigado por la propia víctima, «poseída por el demonio», y que fue ésta quien sugestionó a todos los presentes.

«Yo sólo quería ayudarla, pero ella nos dominaba porque llevaba el diablo dentro y hacía con nosotros lo que quería», aseguró Vallejo. Pero el relato del fiscal es bien distinto: Encarnación Guardia, que con anterioridad había participado en rituales de este tipo, había convencido a su familia de que se encontraba embarazada del propio demonio, por lo que se planeó una sesión de exorcismo para expulsar el feto de su cuerpo. Según el fiscal, durante el ritual se produjeron innumerables brutalidades a la víctima: además de administrarle pócimas con alto contenido en sal, sufrió empalamientos anales, golpes y presentaba parte de sus músculos internos arrancados por haberle introducido una mano por vía vaginal y anal.

En la sesión matinal del juicio, El Pastelero, aportó un relato plagado de voces de ultratumba, demonios, apariciones, y contradicciones. Dijo que en el ritual, en el que participaron al menos otras tres personas -Enriqueta e Isabel Guardia y Josefa Fajardo, primas y sobrina de la víctima-, Encarnación suplicaba: «Sacadme este demonio que tengo dentro». Luego se transformaba en diablo y gritaba: «¡Soy Lucifer y no podréis conmigo!».

«Encarnación gritaba como una loca, sacaba la lengua y se ponía muy fea» continuó el acusado. «Estaba histérica, con mirada de odio. Para dominarla, yo tenía que tumbarla y ponerme de pie y de rodillas sobre ella». En un momento de la sesión, Enriqueta habló con la voz de su madre y dijo: «Te detesto como hija porque te has acostado con el diablo. Te condeno a que vagues eternamente por el infierno». A lo que Encarnación contestó: «Soy la mujer de Lucifer y conmigo no vais a poder».

Según el acusado, Josefa «metió la mano en la vagina de Encarnación en múltiples ocasiones, al menos una decena, sin encontrar nada». Añadió que a la fallecida le salió posteriormente «una bola por el ano», que «entraba y salía de su cuerpo» y que Josefa se la arrancó de las entrañas. «Al sacarla, echaba humo y fuego», dijo El Pastelero.

Los procesados se acusan mutuamente de inducir al exorcismo del Albaicín
Rafael López – El País

17 de enero de 1992

Los principales procesados en el juicio del exorcismo del AIbaicyn, en el que falleció Encarnación Guardia, se acusan mutuamente de índucir al ritual satánico. Familiares de la víctima responsabilizaron ayer a Mariano Vallejo, El Pastelero, que a su vez, culpó a la fallecida.

En las sesiones del juicio celebradas hasta ahora nadie ha querido asumir la responsabilidad de la muerte de Encarnación Guardia, propiciada por la ingestión de abundante sal y de brutales maniobras en su cuerpo durante un terrible ritual iniciado el 30 de enero de 1990. Las versiones de las acusadas Isabel y Enriqueta Guardia, primas de la fallecida, estuvieron pobladas de titubeos y rectificaciones tras ser asediadas, principalmente, por la defensa de Josefa Fajardo, sobrina de Encarnación.

Josefa Fajardo también participó en los hechos, aunque se incorporó al ritual algunas horas después de haberse iniciado el exorcismo.

La fase actual de los interrogatorios pretende dilucidar si la principal responsabilidad del crimen recae sobre Josefa o sobre Mariano Vallejo, El Pastelero, que dirigió la sesión como maestro de ceremonias.

Isabel y Enriqueta Guardia recondujeron sus declaraciones iniciales, en las que atribuían mayor culpabilidad a Josefa por haber destrozado los genitales de la víctima, para finalizar acusando en primer término a Mariano Vallejo, El Pastelero.

Las procesadas aseguraron que Vallejo dirigió el ritual, golpeó reiteradamente a Encarnación, manipulé [manipuló] su vagina y su ano e intentó extraerle un hipotético feto demoniaco que resultó ser una almorrana. También dijeron que Mariano Vallejo fue el encargado de suministrar a la fallecida, obligándole a ingerirlos, los brebajes que acabaron con su vida, compuestos por fuertes dosis de sal y otros productos.

Las declaraciones efectuadas hasta ahora van conformando un entramado de acusaciones en las que El Pastelero aparece como el principal inculpado. De ellas se deduce que éste convocó a las asistentes al exorcismo, ordenó la sesión, impidió que el ritual se interrumpiese cuando Encarnación ofrecía ya un claro mal estado y se encontraba fuera de sí, y mandó proseguir «hasta el final», además de que le infligió sucesivos malos tratos.

La defensa de Josefa Fajardo pretende establecer que ésta actuó por imperativo de El Pastelero, al manipular también los genitales de Encarnación, y que, en caso de fracasar la sesión por no conseguir extraer el demonio del cuerpo de la exorcizada, su defendida estaba destinada a ser la siguiente víctima.

El forense del exorcismo de Albaicin cree en el demonio
Alejandro V. García – El País

30 de enero de 1992

Manuel García Blázquez, médico cordobés de 45 años, autor de numerosos libros de investigación científica, ultima un relato novelado sobre la muerte de Encarnación Guardia en el curso de un supuesto exorcismo en el barrio granadino de¡ Albaicín, que ahora se juzga en la Audiencia de Granada. García Blázquez, que fue el médico forense en este caso, en tanto que católico practicante, admite la existencia del diablo, si bien matiza que los casos de posesión son rarísimos y que muchos de los descritos son simples ataques de histeria.

Aunque el volumen incluye capítulos puramente científicos, también hay otros ficticios en los que distintos médicos, desde Hipócrates a Freud, dialogan entre sí. Pese a que el libro defiende una tesis racional y explica cada uno de los supuestos fenómenos anormales ocurridos entre el 31 de enero y el 1 de febrero de 1989 [1990], fecha en que la víctima fue sometida al rito criminal, el médico dice que el demonio existe. Por otra parte afirma. que las personas que intervinieron en el caso conocían perfectamente cómo tenían que actuar.

Mariano Vallejo, El Pastelero, el maestro de ceremonias de la chusca y dramática sesión de exorcismo a que fue sometida hasta morir Encarnación Guardia, también conversa en el libro con Freud, Hipócrates y Celso, y expone su parecer y contradice a los antiguos. Es de los pocos capítulos imaginarios de que consta el libro de García Blázquez, un cordobés de 45 años, católico, que cree en la existencia del diablo, aunque opina que en el ritual demoniaco de Granada todo se explica por ciencia y que las incursiones del Maligno son contadas.

El forense decidió escribir el libro desde la fría noche de enero en que hizo la autopsia. «Yo fui al depósito de cadáveres dispuesto a encontrar al demonio. De haber sido así, no lo hubiera ocultado, aunque mi credibilidad como médico se hubiera resentido y me arriesgara a perder el trabajo, pero todo estaba perfectamente claro. Encarnación murió de un síndrome hiperosmolar causado por la ingestión de unos tres kilos de sal disueltos en agua».

El forense ha leído desde los días inmediatamente posteriores a la muerte de la mujer numerosos libros sobre los sorprendentes efectos de la histeria y sobre los rituales satánicos. «La familia de Encarnación Guardia conversa con muertos y aparecidos del mismo modo que otros comentan los programas de televisión. En su escala de valores, la persona de la familia más influyente es aquella que tiene más acceso a platicar con los espíritus. Yo no creía que en nuestra época pudiera ocurrir esto, y me he llevado una sorpresa, pero es así. Así se explica todo lo ocurrido». El libro defiende el fundamento científico de todos los fenómenos supuestamente demoniacos contados al juez por los que trataron de sacar de la matriz de Encarnación un engendro del diablo, operación que ella misma había sugerido.

«Las personas que participaron en el falso exorcismo conocían perfectamente cómo tenían que actuar. Si a Encarnación le hubieran dado en primer lugar la sal diluida en agua hubiera muerto en menos de dos horas. Sin embargo, primero le administraron vinagre y pimienta, que impiden la absorción inmediata por el estómago de la sal, con lo que la sesión de exorcismo se prolongó varias horas, desde la noche del 31 de enero a la madrugada del 1 de febrero». García Blázquez es autor de numerosas publicaciones científicas, pero es la primera vez que ha probado suerte en un género mixto entre el testimonio novelado y la divulgación.

«Incluso los católicos no hablamos hoy del demonio por temor al ridículo. En mi libro busco para todo una explicación científica y cuando no la encuentro lo digo, pero no añado más». Sólo hay un dato para el que el médico no ha encontrado una justificación verosimiI: la erización de los largos cabellos de Encarnación.

«Unos días más tarde de la muerte de la mujer visité a los detenidos, que estaban en celdas separadas, y todos coincidieron en el detalle del pelo. Eran cabellos largos, de 40 o 60 centímetros, y los músculos capilares no tienen fuerza para erizarlos». Esta circunstancia no fue probada en la autopsia, aunque el forense no duda del testimonio de los inculpados. «Si ocurrió de esta manera fue un caso de alucinación colectiva», señala.

El crimen del Albaicín
Manuelcarballal.blogspot.com.es

5 de febrero de 2007

Texto escrito por la criminóloga Pilar Abeijón

Encarnación Guardia Moreno, contaba con 36 años cuando decidió someterse a un ritual exorcista creyendo que un diablo poseía su cuerpo. Ese ritual le costaría la vida. Sucedió en el Albaicín granadino, el 1 de febrero de 1990.

Encarnación había sido invitada a una sesión de espiritismo por una tía suya que aseguraba tener dones de mediumnidad y comunicarse con una entidad que «hablaba a través de ella». Ese día, el espiritista sería un curandero conocido como Mariano Vallejo «El Pastelero». En el transcurso de la ceremonia, éste dijo que «veía» como un ser demoníaco estaba intentando apoderarse del cuerpo de Encarnación, y la mujer se fue a casa asustada.

A pesar de su escepticismo inicial, la idea la fue obsesionando poco a poco, hasta el punto de «sentir algo raro en el interior». Sus dos primas, también asiduas a las sesiones espiritistas, no tuvieron dificultad en convencerla que volviese al lugar para que el Pastelero expulsara al ser, y así librarla del demonio.

A las cuatro de la tarde del día siguiente, al ver que no regresaba a casa, una de sus hermanas acude a buscarla preocupada a casa de sus primas, pero una vez allí no la dejan entrar diciéndole que «no debía interrumpir la sesión». La mujer cuenta lo ocurrido a su padre, y ambos acuden otra vez a la casa. Al entrar, y para su sorpresa, encuentran el cuerpo de Encarnación desnudo y amoratado en el suelo en medio de un charco de sangre…

Rápidamente, el cuerpo malherido es trasladado a un hospital granadino e ingresando en Cuidados Intensivos, pero fallece al día siguiente a consecuencia de un edema cerebral, por una gran cantidad de sodio ingerida que había afectado a su sistema nervioso.

El hecho es inmediatamente denunciado a la policía, que detiene como presuntos culpables de un delito de homicidio a Mariano Vallejo, a Enriqueta e Isabel Guardia Alonso, primas de la fallecida, y a Josefa Fajardo, su sobrina, aunque investigaciones posteriores darían como resultado la implicación de más personas acusadas de complicidad, como María Alonso Vaca, la propietaria del apartamento.

Enriqueta, una de las personas que presenciaron el brutal crimen, asegura que antes de la muerte de Encarnación todos estaban aterrorizados, pues ésta repetía constantemente «presa de un ataque de histeria y gritando como una verdadera poseída que era la esposa de Lucifer, y que iba a engendrar al demonio si no la ayudaban».

Esta actitud de la víctima que según los informes médicos era producto de una depresión nerviosa, fue interpretada como una posesión demoníaca, y la mujer empezó a ser sometida a numerosas torturas, cada una más brutal que la otra, con la finalidad de impedir que naciese tal diablo. El macabro exorcismo se desarrollaría en tres etapas:

En un principio, Encarnación se vio obligada a ingerir una pócima compuesta por 250 gr. de sal diluida en agua, bicarbonato y aceite, lo que le produciría un coma profundo del que no llegaría ya a salir. Después, el mismo Pastelero le propinó una brutal paliza lesionándola por todo el cuerpo además de golpearla lanzándola varias veces contra la pared.

Y para concluir la ceremonia, acompañado por una de las familiares de la víctima procedió a la expulsión del demonio… destrozando el recto de la «poseída» con una barra de hierro y desgarrando con sus manos la vagina para extraeerle el paquete intestinal, según sus propias palabras, con el propósito de «desprender del interior de su cuerpo el engendro de Satanás».

En este singular caso lleno de hipótesis y contradicciones para justificar su causa, además del exorcismo, se ha barajado también la posibilidad de que la víctima estuviese embarazada de seis semanas y el supuesto ritual no fuese más que un aborto casero. La autopsia rechazó está explicación al determinar que la víctima no estaba embarazada.

Por otro lado, se cree que todo fue un acto de sadomasoquismo llevado a un límite demasiado extremo, entre la víctima y el Pastelero. Algunos familiares hablan de las inclinaciones masoquistas de Encarnación, y todo el pueblo conocía al hombre como una persona extremadamente violenta.

El juicio, considerado como uno de los más famosos en la crónica negra, daba comienzo el 15 de enero del año 1992 con las declaraciones de los acusados. Debido a las constantes contradicciones, el reparto de las culpas no quedó en esos momentos claramente definido. Vallejo admitió haber realizado las prácticas exorcistas a petición de los familiares de la víctima y siguiendo las indicaciones de Encarnación, que le iba indicando cada uno de los pasos que tenía que dar para conseguir la expulsión demoníaca.

También acusó a Enriqueta e Isabel de haber sido quienes convencieron a la víctima a comparecer en el ritual, además de estar presentes y haber preparado la pócima de sodio. Pero éstas negaron toda participación, acusando a su vez al Pastelero de haber forzado a la víctima a someterse al macabro ritual.

Josefa Fajardo reconoció haber sido la encargada de introducirle la mano por el ano a la víctima y pincharle la vagina con una aguja caldeada al fuego, afirmando que todos habían contribuido a la «expulsión».

Finalmente, tras varias sesiones de juicio, la Audiencia Provincial de Granada pidió un total de 5 años de prisión para los principales inculpados, por delito de lesiones con resultado de muerte por un lado e imprudencia temeraria por otro (al no haber intención de matar a la persona, no se puede considerar como un delito de homicidio). Para María Alonso, se solicitaron 2 años y medio de arresto por no haber impedido la comisión de los delitos. Además, también se reclamó una indemnización de cuatro millones de pesetas para cada uno de los dos hijos de Encarnación.

El macabro exorcismo del Albaicín, Granada
Labitacoradelmiedo.wordpress.com

16 de junio de 2011

Un macabro suceso tuvo lugar el 1 de febrero de 1990 en el granadino barrio del Albaicín. Encarnación Guardia Moreno era sometida a un exorcismo que acabaría con su vida después de varias horas de interminable sufrimiento.

Encarnación Guardia Moreno había estado trabajando en Francia en un hotel durante ocho años. Al dueño de ese hotel se le relacionaba con prácticas espiritistas y de magia negra, en las que se cree que Encarnación participaba. En uno de esos rituales hay una orgía de los participantes en la que Encarnación cree quedarse embarazada del «demonio».

Regresa a Granada y se encuentra con que varios miembros de su familia dicen comunicarse con el espíritu de su primo José Guardia Alonso, recientemente fallecido de leucemia. Las sesiones espiritistas para comunicarse con el fallecido se hacen asiduas, tanto que Encarnación en una de ellas presa del más absoluto delirio asegura que tiene el demonio en el cuerpo y pide a sus primas Enriqueta e Isabel y al curandero Mariano apodado «el pastelero», que la ayudasen a sacar el hijo del demonio de sus entrañas.

Así comenzó un macabro exorcismo en el que se la ofrece beber un brebaje compuesto de vinagre y sal en grandes cantidades, entre vómitos y espasmos encarnación ingería una y otra vez el brebaje, viendo que la pócima no surtía efecto alguno deciden atarla y golpearla repetidamente instándola a que sacara al maligno de su cuerpo. Finalmente, calentaron un aguja al fuego y su propia sobrina Josefa Fajardo se la introdujo por la vagina al rojo vivo, no satisfecha con la punción introduce su mano por el ano de Encarnación y le extrae los intestinos por el mismo, para «desprender del interior de su cuerpo el engendro de Satanás».

A las cuatro de la tarde del siguiente día y al ver que no regresaba a su casa, una de sus hermanas decide ir a buscarla a casa de sus primas; pero no la dejan entrar ya que «la sesión no debe ser interrumpida». La hermana extrañada regresa a casa y le cuenta lo sucedido a su padre y ambos se dirigen en busca de Encarnación. Lo que se encuentran al abrir la puerta es el cuerpo de su hija y hermana, desnudo, amoratado y en medio de un charco de sangre.
Rápidamente avisan a una ambulancia que traslada el cuerpo al hospital Ruiz de Alda de Granada e ingresa en la UCI, pero muere al día siguiente de un edema cerebral ocasionado por una gran ingestión de sodio que ya había minado su sistema nervioso de forma irreversible.

El juicio dio comienzo el 15 de enero de 1992 con las declaraciones de los acusados. Debido a las constantes contradicciones, el reparto de culpas no quedó claramente definido. «El pastelero» reconoció haber practicado el exorcismo a petición de los familiares de la víctima y siguiendo las indicaciones de Encarnación, que le iba dictando los pasos para expulsar el ser demoníaco de su cuerpo. Acusó a Isabel y Enriqueta de convencer a la difunta para que asistiera al ritual y de haberle dado la pócima de sodio; pero estas negaron cualquier participación, acusando a su vez a «el pastelero» de ser el único culpable. Josefa Fajardo reconoció haber introducido la mano en el ano de la víctima y pincharle la vagina con una aguja ardiendo, afirmando que todos habían participado en el macabro suceso.

Finalmente, la Audiencia Provincial de Granada pidió un total de 5 años de prisión para los inculpados, por delito de lesiones por un lado y de imprudencia temeraria por otro. Para María Alonso, propietaria del inmueble en donde sucedieron los hechos, se pidieron 2 años y medio por no haber impedido estos.

Lo misterioso de este dantesco suceso viene de la mano del propio médico forense, Manuel García Blázquez, quien efectuó la autopsia al cadáver de Encarnación.

Este caso de exorcismo fracasado resulta extremadamente interesante porque ha sido largamente documentado en un minucioso trabajo por el médico forense Manuel García Blázquez, del Instituto Anatómico-forense, en su libro El exorcismo del Albaicín (ed. Comares, Granada, 1992). En él se recogen detalladamente todos los hechos que rodearon este caso escalofriante.

El análisis forense dictaminó que tenía los músculos del cuello aflojados hasta el límite, como si su cabeza girase en redondo 360 grados. Los forenses iban tomando fotografías, tanto en película normal como en instantáneas Polaroid que servirían para avalar los hallazgos del doctor García Blázquez y los otros especialistas. Las diferentes imágenes se fueron depositando sobre una mesa, vueltas hacia abajo para evitar que la luz de los tubos fluorescentes dañara la emulsión. Al terminar el estudio, bien entrada ya la madrugada, se dispusieron a comprobar el resultado obtenido en las instantáneas. Inexplicablemente, la mayoría de éstas aparecían veladas, y las que habían logrado impresionar alguna imagen las mostraban tan borrosas y distorsionadas que no resultaban válidas.

Por fortuna aún quedaban los dos carretes de 36 exposiciones que contenían el material más interesante y que serian revelados al día siguiente.

Pero al igual que los anteriores, éstos amanecieron defectuosos. La filmación de vídeo que se realizó también apareció velada, aunque pruebas posteriores demostraron que la videocámara se encontraba en óptimas condiciones. Se dirigieron nuevamente en compañía de la magistrada encargada del caso al Instituto Anatómico Forense para realizar un nuevo reportaje fotográfico. Pero, una vez más, el material fotográfico apareció velado.
Esta inaudita sucesión de errores se achacó a la iluminación defectuosa. La voz gutural, muy ronca, de la poseída, fue atribuida por el forense a un edema encontrado en las cuerdas vocales.

Encarnación tenía una lesión muscular en el cuello debido a una torsión exagerada, como si girase la cabeza en redondo, los forenses estimaron que una lesión así sólo pudo producirse «cuando la víctima era ya cadáver». El único fenómeno inexplicable para el forense fue el del erizamiento capilar. No se conoce ningún fenómeno que explique que un cabello pueda erizarse hasta quedar rígido como un alambre.
 
El asesinato de la Alemana

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  • Clasificación: Homicidio
  • Características: Celos
  • Número de víctimas: 1
  • Periodo de actividad: 24 de julio de 1909
  • Fecha de detención: 26 de julio de 1909
  • Perfil de las víctimas: Consuelo Bregua Blanco, de 28 años, prost*t*ta de exótica belleza y pareja desde los 13 años de José Munz
  • Método de matar: Dos disparos de revólver, que provocaron una herida grave en el lado derecho del cuello y una herida mortal en la región frontal
  • Localización: A Coruña, Galicia, España
  • Estado: El 24 de mayo de 1912, José Munz fue condenado por homicidio a 15 años de prisión

Índice

La muerte de la ALEMANA
Carlos Fernández
10 de noviembre de 2017

En la mañana del lunes 26 de julio de 1909, mientras los periódicos dedican sus primeras páginas a comentar la visita a Santiago de SS.MM. los Reyes don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia, comienza a circular por A Coruña la noticia de un sangriento suceso acaecido el día anterior. En su habitación del número 4 de la travesía del Curro ha aparecido muerta Consuelo Bregua Blanco, una muchacha de 28 años y exótica belleza, muy conocida entre los vecinos por su historial galante y traza gentil. La víctima presentaba dos heridas de bala, una en la sien derecha y otra en el lado derecho superior del cuello. Tenía amoratado el rostro y parte de la lengua fuera, vistiendo falda rosa, chambra blanca y calzando zapatillas. Consuelo fue encontrada sentada sobre un sofá, apoyada la cabeza sobre un lado y los brazos colgados.

¿Se trataba de un crimen? ¿Había sido un su***dio? Comenzaba así uno de los sucesos sangrientos más apasionantes de la crónica negra de la Galicia contemporánea, que inundará con sus noticias las páginas de los periódicos y apasionará a la opinión pública durante varios años. Ésta es su historia.

Desde que tenía 13 años, Consuelo mantuvo relaciones con el joven José Munz, hijo de una respetable familia alemana afincada en A Coruña. La madre de Consuelo, doña Manuela, era una modesta vendedora de castañas que vendía su mercancía tanto en la travesía del Curro como en la calle de San Andrés. En la temporada de primavera-verano daba posada a canteros.

Las relaciones de Consuelo y José pronto se hicieron famosas, pues, aparte la exótica belleza de ella, a la que pronto se conoció como la Alemana, mantenían frecuentes peleas en las que tuvieron, a veces, que intervenir los agentes de la autoridad.

En 1901, Consuelo fue al baile de Piñata del Teatro Principal, especialmente peinada para concurrir a un premio. Pero Munz, celoso, se oponía a que se luciera en concursos, y en el pasillo del coliseo se encontraron ambos, teniendo una pelea, en el transcurso de la cual, el joven, blandiendo una botella, la estrelló en la cabeza de Consuelo que, bañada en sangre, tuvo que ser conducida al hospital, conservando desde entonces diversas cicatrices en la cara. A pesar de ello, el alemán siguió teniendo relaciones con ella, siempre apasionantes. Hubo un tiempo en que Munz se cansó y se fue a América en un barco en el que estuvo trabajando de camarero.

Consuelo se dedicó entonces a la prostit*ción, entrando matriculada como «cocota». Tuvo unos amores no menos turbulentos con Adolfo Delgado (a) Pato, que acabó en la cárcel por atentado contra una persona. Cuando Munz volvió de Sudamérica se reconcilió con Consuelo y vivieron maritalmente. Tres semanas antes de la muerte de la joven, y hallándose fuera su madre, tuvieron una fuerte discusión. Cuentan los vecinos que el alemán la golpeó de tal forma que ella imploró socorro a gritos hasta que él dejó de maltratarla y se fue a la calle. Consuelo, temiendo nuevas palizas, se marchó al día siguiente para Lugo y allí permanecería hasta ocho días antes de su muerte. El mismo día en que regresó a A Coruña, volvió a arreglarse con Munz y a hacer vida marital.

Tanto uno como otro eran celosos, pues Munz, en uno de sus enfados, se lio con una tal Josefa Montes y al enterarse Consuelo increpó a la mujer, amenazándola violentamente.

A las siete de la mañana del día de Santiago –fatídica coincidencia con el crimen de la Herradura en Compostela– fue descubierto el cadáver. César Pardo, de 9 años, sobrino de Consuelo, que vivía en el piso de abajo y dormía muchas noches en casa de su tía, subió a verla. Vio a Consuelo tumbada sobre un sofá y la creyó dormida. Cogió un bastón y bajó a jugar con él a la calle. Su madre salió entonces para el hotel en donde trabajaba como cocinera, y al verle le dijo que subiese el bastón. Así lo hizo y al verla de nuevo tumbada en el sillón comenzó a llamarla, viendo entonces que tenía la cara ensangrentada. Llorando salió de la casa y fue a llamar a su madre al hotel para decírselo.

Poco después acudió el Juzgado de Instrucción que, tras examinar cuidadosamente el lugar del suceso, ordenó el levantamiento del cadáver. Caído junto a éste, había un papel con unas letras supuestamente escritas por Consuelo, en las que decía que estaba cansada de la vida y que se iba a su***dar. Al pie de una mesita de noche se hallaba un revólver Smith con cinco cápsulas, dos vacías, una con señales de haber fallado y las otras dos enteras.

En medio de la sala había un velador-centro con una fuente en la cual se veía un resto de riñones con tomate y al lado dos platos y dos cubiertos. Uno de los platos estaba limpio y el otro presentaba señales de haber comido el manjar que contenía la fuente.

A pesar de la carta encontrada, el juez Rodríguez Rey dio orden de detener a José Munz, siendo hallado en casa de sus padres durmiendo. Nada más ingresar en la cárcel quedó incomunicado. En sus declaraciones ante el juez, Munz negó que él hubiese cometido crimen alguno y que el revólver hallado en la habitación no era de su propiedad.

Reconoció, eso sí, que la noche anterior había estado en casa de Consuelo, que se había negado a cenar en vista de que no tenían vino y permaneció poco tiempo en la casa, saliendo después a la calle. A las once fue al kiosco de Ramón Cayero, donde estuvo hasta la una de la madrugada, marchándose entonces a casa de sus padres. Sin embargo, sobre la mesa de Consuelo había unas botellas vacías de vino.

Los forenses afirmaron que el suceso debió haber ocurrido de diez a once de la noche, a juzgar por la sangre coagulada en el suelo y en las heridas, así como por la rigidez del cadáver. Parece que hay algún vecino que a las diez y media de la noche oyó dos ruidos sordos en la calle y que, asomado a la ventana, no vio nada anormal. También en el dintel de la puerta de la calle donde vivía Consuelo, hay unas manchas de sangre, como si alguien hubiese puesto sobre la pared unos dedos ensangrentados.

Cuantas personas conocían a la Alemana la juzgan incapaz de haberse suicidado. Aun el día anterior, recuerdan, había estado enseñando a unas amigas una blusa que pensaba estrenar el día de la romería de La Graña.

Primeras indagaciones
Un niño de 12 años, Juanito Méndez, vecino del número 3 de la travesía del Curro, declara que a las seis de la tarde del día 24 Consuelo le encargó fuese a buscar a una tienda una botella de cerveza y un cuartillo de vino. Cuando subió a dejárselo vio a Consuelo con Munz. Ambos estaban sentados en el sofá y con la cara seria. Manuel García, baulero que tiene su taller en la casa contigua y que se quedó el día 24 trabajando hasta tarde, vio entrar también a Munz en la casa de Consuelo.

Testimonio importante es el de Antonia Fidalgo, sirvienta del primer piso del número 30 de la travesía del Curro. La noche del sábado a las diez salió a hacer un recado y a la vuelta vio a Consuelo en el umbral de la cama. A su lado había un hombre. Reñían fuerte. Y él le decía: «Mira, Consuelo, ¡cállate o te mato!». Y ella contestaba: «¡Si la tomaste, vete a dormirla donde la tomaste!».

Manuela González, casada con un tranviario y vecina del número 6 de la calle del Curro, pared por medio de la habitación en donde murió Consuelo, refiere que después de haber cenado, sobre las diez y cuarto de la noche del día 24, oyeron voces del piso de al lado. Consuelo y José discutían acaloradamente. Como lo hacían muy a menudo no le dio importancia. De pronto escuchó un gran ruido, como un tiro. No sintió más y se acabó tranquilizando. Otros vecinos afirman que después de ese ruido vieron salir a un hombre.

Una de las declaraciones más extensa fue la de la madre de la víctima, Manuela Blanco Rial, de 67 años, que estaba sirviendo hacía mes y medio como cocinera del balneario de Carballo. Dijo que su hija nunca usó revólver y que le tenía verdadero pánico a las armas de fuego. En cambio, oyó un día al alemán que decía:

–Somos dos desgraciados. La verdad es que maldita la falta que hacemos en el mundo. Lo que debíamos hacer era matarnos.

Siguió diciendo doña Manuela que su hija fue amenazada varias veces por Munz con un revólver y que en cierta ocasión en que ella se interpuso, dijo el alemán:

–Apártese o disparo también contra usted.

Dice la señora que su hija acababa volviendo con Munz porque sentía una atracción brutal hacia él.

–Ella, celosa y viva; él, duro y terco –añade doña Manuela.

El médico, señor Fraga, manifestó que la muerte de Consuelo había ocurrido a las dos de la madrugada del día 25, lo que contrasta con el testimonio de los vecinos de oír el ruido extraño sobre las diez y media de la noche del 24. El forense Paradela y el del distrito al que pertenece la travesía del Curro, señor Fraga, permanecerán reunidos con el fiscal, señor Longue. Parece que admiten tanto la posibilidad del su***dio como la del homicidio. Explican la primera con argumentos médico-legales, de balística y la segunda con teorías y suposiciones científicas también, así como el estudio de la trayectoria de la bala.

El día 28, el juez eleva a prisión la detención provisional que sufría José Munz. Quedó procesado, exigiéndosela una fianza de 5.000 pesetas para su excarcelación.

El viernes 30, el redactor de La Voz de Galicia que cubre el caso, escribe, respecto a la tesis del su***dio, que nadie se explica cómo una mujer que se dispara dos tiros de revólver con el terror que Consuelo tenía a las armas de fuego pudo haber quedado sentada tan apaciblemente en el sofá, con las piernas cruzadas, las ropas en orden, los brazos tendidos blandamente y la cabeza apoyada en ellos. Ni una contorsión, ni un escorzo violento. Además, el revólver apareció tirado a algunos pasos de distancia, debajo de la mesa.

El primer disparo debió de ser casi simultáneo cuando Consuelo se inclinó sobre el brazo del sofá y ofrecía como blanco su cuello escorzado y en tensión, por eso el proyectil entró de abajo arriba por cerca de la oreja y por eso hay la mancha de un gran fogonazo sobre el hombro de la víctima.

Desfile de testigos
El desfile de testigos continúa. El día 30 lo hacen cinco. Destaca el de Carlota, ama de una casa de prostit*ción de la calle de la Galera. Cree que la Alemana no se ha suicidado. En la tarde del día 24, Consuelo estuvo en su casa. Iba muy contenta con una blusa de tonos claros que acababa de comprar, manifestando que la iba a estrenar el domingo en Carballo cuando fuese a visitar a su madre. No aceptó la invitación a cenar, pues dijo que esa noche iba Pepe a su casa y que le iba a preparar unos riñones estupendos. La invitó, no obstante, a tomar café después de la cena, a lo que accedió. Impaciente por su tardanza, fue a buscarla. La llamó desde el portal y, como no bajaba, se marchó, pensando que estaría con el Alemán.

El procesado amplía su declaración el día 30, diciendo que el revólver Smith que apareció junto a la víctima lo conocía de antes y que recuerda que una vez Consuelo le acometió con él en la Rúa Nueva en un rapto de celos.

También fue exhumado dicho día el cadáver de Consuelo para extraerle la chambra blanca que vestía la noche de autos, pero la prenda no estaba, pues con el tumulto le había despojado de ella. Menos mal que fue encontrada.

Declaran en días posteriores otros testigos, como Mercedes Aguilleiro, dueña de una pequeña posada en el número 3 de la calle del Curro; Domingo López, cabo de la Policía Municipal; Antonia Porto, vecina de la casa número 6 de la calle del Curro; los médicos Federico Barbeito y Enrique Villardefrancos, dándose como muy posible la tesis del su***dio, aunque sin rechazar el homicidio.

El 4 de agosto toma posesión del juzgado el titular, señor Mosquera Montes (Rodríguez Rey era interino). Decretado el auto de procesamiento y finalizadas todas las declaraciones, se cree que el juicio dará comienzo a primeros del año siguiente, 1910. Sin embargo, se irá demorando hasta la primavera de 1912.

22 de mayo de 1912. Lleno en la sala de la Audiencia coruñesa. Abundancia de mujeres en el público. Reporteros de los más importantes periódicos gallegos para los que el juicio por la muerte de la Alemana va a ocupar las primeras páginas y vender miles de ejemplares más de lo habitual.

Preside el tribunal el señor Arguch. La acusación la mantiene el fiscal jefe, señor Díaz Medina. La defensa está a cargo de un joven abogado coruñés que con el paso del tiempo será ministro y presidente del Gobierno de la segunda República española: Santiago Casares Quiroga, Casaritos para sus íntimos.

Vestido cual impecable gentleman inglés –sus trajes y abrigos se los traen directamente de Londres–, pálido y delgado cual tuberculoso que era. Hablar pausado en la exposición y repunto de timbre metálico en la defensa, Casaritos recusa a varios miembros del jurado popular, mientras que el fiscal lo hace con casi todos hasta que le advierten que ya no quedan en la urna más papeletas que las indispensables.

El Jurado queda constituido por Santiago Cabanillas –como presidente–, Ricardo Corbacho, José María Hernández, Pablo Ibáñez, Antonio Martínez, Jesús Torrero, Germán Teijeiro, Ángel Bermúdez, Antonio Real, Antonio Picos, Germán Blanco y José Vázquez.

El acusado José Munz viste chaqueta azul oscura, pantalón gris y botas claras.

El secretario de la Sala, señor Peñaranda, va leyendo las conclusiones. Dirá el fiscal que en la noche del 24 al 25 de julio de 1909 fue muerta Consuelo Bregua, agraciada joven de 28 años, en la casa número 4 de la Travesía del Curro de A Coruña.

Se relatan sus relaciones con Munz desde que Consuelo tenía 13 años. Los amores fueron al principio honrados y lícitos. Después degeneraron en vida marital con riñas, pendencias y agresiones violentas.

Narra después el fiscal el hecho de autos, según se deduce de lo manifestado por los testigos de cargo y atribuye a Munz la muerte de Consuelo, disparándole dos tiros, uno que le ingresa la masa encefálica y otro que la hiere en el cuello, manchándole el fogonazo la blusa.

Rechaza la hipótesis del su***dio.

Duda de la autenticidad de la carta escrita por Consuelo en donde decía que se suicidaba.

Inculpa a Munz y añade que al salir dejó impresas en el dintel de la puerta huellas de sangre.

Cree que se trata de un homicidio, si no premeditado sí calculado, apreciando la agravante de reincidencia.

La defensa rechaza lo sentado por el fiscal, ya que sostiene que Munz no tuvo la menor intervención en el hecho.

Comienza el interrogatorio del acusado por el ministerio fiscal. Cuenta Munz sus relaciones con Consuelo. Dice que durante unos seis años fueron honestas, pero luego vinieron las peleas y los agravios. Munz dice algo que hoy escandalizaría tanto a las feministas como a las fumadoras.

–Ella tenía vicios. Por ejemplo, fumaba y yo le tenía que pegar.

No dormía Munz en casa de Consuelo, sino que iba allí cuando le parecía. El 24 de julio de 1909 estaba en el kiosco de Casqueiro en el Relleno cuando se le acercó un sobrino de Consuelo, diciéndole que ella le esperaba. Le pagó un helado y después siguió con él hasta la Rúa Nueva. Como la madre del niño estaba empleada en la fonda de Cuatro Naciones le dijo si se iba a dormir con ella. Le dijo que sí y Munz se fue hasta la casa de Consuelo.

Interrogatorio del abogado defensor
Subió a la casa. Consuelo estaba preparando unos riñones, pero él no tenía hambre. Estaba malhumorado. Comenzaron a reñir. Salió a la calle volvió al kiosco y no supo nada más, añadiendo:

–Quien diga lo contrario miente.

Luego habla de cuando emigró a América y de las cartas que él y Consuelo se escribían.

–¿No hicieron juntos algunos borradores? –le pregunta el fiscal.
–¡Nunca, jamás!

A continuación, comienza a interrogarle el defensor. Casares Quiroga, suponemos que de acuerdo de antemano con su defendido, le hace algunas preguntas con la muletilla ¿No es cierto que …?, a lo que Munz debe contestar afirmativamente.

Tras afirmar que aquí en A Coruña no se prostituía, sino que fue en Brasil, le pregunta:

–¿No es cierto que alguien la llevó como en venta, a una autoridad recién llegada?
–Exacto.
–¿No es cierto que un día, yendo ustedes embarcados en el Amboage, chocó este buque con el Boadina y una de las personas que más se alarmó fue Consuelo, que quería lanzarse al mar, impidiéndoselo usted?
–Justo, lo vieron centenares de pasajeros.
–¿No es cierto que Consuelo padecía de dolores de cabeza y decía que sus dolores eran como si le introdujesen un clavo?
–Sí señor. Y le dolía el estómago.
–¿No es cierto que sufría ataques epilépticos?
–Sí, aunque yo pensé muchas veces que lo hacía de broma [risas en el público].

Describe a continuación –y con gran habilidad– Casares Quiroga cómo se encontraban los muebles situados en la habitación donde se produjo la muerte de Consuelo: un sofá contra la pared, sin que por detrás del respaldo pudiese pasar nadie; un aguacanal; una mesita pequeña en el centro de la habitación; una cómoda teniendo encima un almanaque pequeño.

–Cuando sostenían escenas violentas, ¿usted le pegaba a ella y ella le pagaba a usted todo lo que podía?
–Sí, andábamos siempre así.
–Una vez ¿no salió Consuelo a la calle empuñando un zapato contra usted?
–Sí, es verdad.
–En otra ocasión, por celos de otra mujer de la calle del Curro, ¿no llegó a acometerla con un revólver?
–Sí, es verdad. No lo vi, pero me lo han dicho.

El fiscal interviene para preguntar si era verdad que Consuelo se oponía a las relaciones del acusado con una tal Montes, a la cual armó un escándalo en la calle de Sánchez Bregua. Responde afirmativamente.

–En suma –dice Casares–, no quería que usted saliese con ninguna mujer más que con ella.
–Efectivamente.

A continuación, los peritos calígrafos, señores Martínez Salazar e Iglesias del Río, se atienen a lo expuesto en el sumario: creen que la carta que apareció junto al cadáver llevaba letra de Consuelo, aunque algo alterada. No se puede afirmar que fuese escrita con la tinta que había en la casa. Dado que el pliegue aparece cortado en su parte inferior pudo haberse cortado parte de la rúbrica o también no llegarse a estampar entera por falta de papel.

Seguidamente comienza el desfile de testigos de la acusación, haciéndolo en primer lugar la madre de la víctima. Viste de negro. No presenció el hecho de autos pero acusa a Munz. Hace historia de los amoríos que en vano trataron de evitar ella y su esposo. Cuando Consuelo marchó a Brasil fue por consejo suyo a fin de terminar con las situaciones violentas.

Niega que su hija quisiese suicidarse pues a la menor indisposición acudía al médico. En medio de la acusación contra Munz, salta Casares Quiroga, quien, con gran agudeza, le pregunta:

–¿Pero no es verdad que este hombre tan malo, este pícaro –según usted dice– les ayudó a ustedes a ir viviendo y les mató el hambre?

Consuelo reacciona diciendo:

–No señor. Yo trabajé toda mi vida. Soy cocinera y vendedora de fruta.

A continuación, comparece César, el niño sobrino de la víctima. Dormía generalmente en la buhardilla de casa de la muchacha, pero la noche de autos no fue, quedándose a dormir con su madre, sirvienta de la fonda las Cuatro Naciones. Le pregunta Casares Quiroga:

–¿Pepe [Munz] te acompañó [la noche de autos] desde el Relleno hasta la Rúa Nueva y allí te preguntó si no ibas a dormir a la fonda?
–No. Cuando él se fue, después de darle yo el recado, me dejó tomando un helado en el Relleno, y me dijo que fuera a dormir a la fonda.

Interviene luego Josefa González, madre de César, quien se extrañó cuando le vio llegar a la fonda; Vicente Asorey, cocinero de las Cuatro Naciones, quien asegura que el niño, excepto esa noche, nunca fue a dormir a la fonda con su madre.

No comparecen Mercedes Agulleiro, Juana Rodríguez, Josefa López, Antonia Fidalgo, Narcisa Seoane, Carlota Meilán, Amparo Cabezas y Antonia Porta, leyéndose sus declaraciones.

María Matos, frutera, de cerca de la casa de Consuelo, asegura haber oído la disputa de los amantes, pero no llega a determinar lo acaecido en el momento supremo.

Prueba pericial
Por la tarde se celebra la prueba pericial. Dado que están divididos los informes de los doctores, pues hay unos que admiten la posibilidad de un su***dio y otros lo atribuyen a muerte violenta, se decide que hable un perito en representación de cada uno de los dos grupos.

Interviene primero el doctor Fraga. Relata lo que vio cuando subió al piso de la víctima. Todo acusaba que allí no había habido lucha. No había señales de desorden ni de forcejeo. El reguero de sangre no aparecía pisado por nadie. Hasta unos zapatos, empolvados, se veían colocados con simetría en un rincón.

Habla de la autopsia practicada en unión del señor Paradela, alude al interrogatorio-conversación de más de tres horas con el fiscal señor Longue y llega a las mismas conclusiones que Paradela: Consuelo Bregua falleció a consecuencia de un tiro en la sien. Las dos heridas se encuentran situadas en el plano de proyección de los suicidas.

A preguntas del fiscal, el doctor Fraga es sibilino:

–Para mí lo tengo por su***dio, pero el hecho pudo haber sido ejecutado por un homicida.
–¿Cree entonces que una mano extraña, no la de la víctima, pudo haber realizado los disparos?
–Sí, pero imitando la posición de una mano suicida.

Añade que cree que la muerte se produjo tres o cuatro horas después de efectuada la comida.

Interviene seguidamente el defensor Casares Quiroga. Con su acostumbrada habilidad lleva al perito al terreno que le interesa para su tesis de su***dio.

–¿Asistió a Consuelo Bregua alguna vez?

–La he asistido cumpliendo con mi deber algunas veces. Era Consuelo de esos temperamentos que temen a la tuberculosis. Yo la estimulé a cambiar de vida. Tenía, efectivamente, horror a ser víctima de la tisis.

–¿Recuerda algún caso en que se haya suicidado en esta ciudad alguna mujer por esta manía, ese horror a la tuberculosis?
–Sí, he oído de ese caso.
–¿No es manía de ciertos neuróticos, con horror hacia determinadas enfermedades, el llegar a quitarse la vida?
–Por lo menos, así dicen los autores.
–¿Pueden ser síntomas de dichas neurosis la cefalea que Consuelo sufría?
–Pueden ser.
–Ese estado neurótico, ¿pudo cristalizar en un impulso suicida?
–Tal vez.

A continuación, se leen los informes de los doctores Villardefrancos y Maestre. Tras retirarse los peritos se continúa con la prueba testifical, compareciendo el guardia municipal Bermúdez, que recogió el revólver en la habitación de Consuelo; Martín Molina, que recuerda que Consuelo le pidió protección varias veces por temor a que Munz la matara; Josefa Portas, el inspector de Vigilancia, Muslares; Manuel Taracido, el armero, que recuerda que Consuelo le compró un revólver Velo-Dog; Carmen Cao y Josefa Adega, declaran que Consuelo llegó un día junto a ellas y les dijo que había comprado un revólver para matar a Munz; Julián Guerra, que oyó decir a la víctima que iba a matar a una chica que salía con el Alemán; Juan Chico, Concepción Barcia y otros con los que da fin la primera sesión.

Nuevas tesis
Comienza la segunda sesión a las once horas del jueves 23 con la prueba pericial. En ella, el doctor Barbeito expone su opinión, que es intermedia entre la tesis de Fraga, Paradela y Maestre y la de los médicos militares Búa y Rojo y la de José Rodríguez Martínez.

–Teniendo en cuenta la disposición de la mancha que produjo el fogonazo en la blusa –dice– es evidente que el disparo pasional de aquella fue efectuado a corta distancia. Pero tanto pudo ser hecho por la víctima como por una mano alevosa. En la otra herida no había manchas de fogonazo y ello indica que fue realizada desde cierta distancia.

Preguntándose:

–¿La pudo hacer Consuelo? Sólo se puede contestar afirmativamente admitiendo que apoyase con fuerza el cañón del revólver contra la piel. En resumen: puede indicarse con más probabilidad que se ha cometido con ella un homicidio.
–Para admitir que se suicidó es preciso suponer que haya puesto la mano a gran distancia y elevada. ¿Habría valor, fuerza de voluntad en ella, dado el temperamento de la mujer, para secundar el disparo después de verse herida? Yo permanezco en la duda.

A continuación, el señor Barbeito es interrogado por Casares Quiroga. El doctor considera que la herida de la frente fue hecha a uno o dos metros de distancia.

Intervienen seguidamente los médicos Villardefrancos y Rojo. Este último, que viste de uniforme, dice con gran sobriedad:

–Las heridas que presentaba la víctima han tenido que ser hechas por otra persona y efectuadas por disparos a dos metros de distancia. La interesada no lograría producírselos sino disponiendo de un aparato complicado. No hay, pues, señales de herida a bocajarro.

Aun cuando, en líneas generales, está de acuerdo con las manifestaciones de su compañero militar, el doctor Búa, añade:

–Quiero hacer una aclaración. Hemos repetido el momento del crimen, adaptando en el Parque de Artillería la blusa que llevaba Consuelo a un maniquí de sus características. Un disparo a bocajarro, más que un fogonazo, produce una quemadura. En el curso de nuestras experiencias hasta las distancias de un metro y medio, conseguimos que se vieran granos y manchas de pólvora en la blusa que servía de blanco. Preguntándose:
»¿Dónde, en qué lugar del informe de los señores Paradela y Fraga se habla en el sentido de que se debiera hablar de los gases desprendidos de la pólvora a consecuencia de la explosión de la cápsula? Estos gases si no se habían difundido por fuera, deberían difundirse por dentro, subcutáneamente. ¿Por qué no se ha detallado ni aludido a esto que resulta tan elemental?

Tras señalar un error en el informe del doctor Mestre, cual es la situación del homicida en la parte posterior de la mesilla, cuando se observa claramente la lateralidad, dice:

–Concretando: Consuelo fue muerta por otra persona.

Casares Quiroga se revuelve contra las tesis de Rojo y Búa. Y pregunta:

–¿Por qué no hicieron hipótesis suicidas? ¿Acaso porque el maniquí de su prueba no tenía brazos?
–Ni brazos ni cabeza –responde Rojo–. Pero nosotros, a plena conciencia, escrupulosamente, sin preocuparnos de ninguna clase de hipótesis, fuimos a encontrar los detalles de la mancha que se observan en la víctima.

Casares Quiroga que, obviamente, domina el derecho penal y las técnicas del interrogatorio de un proceso, falla en el conocimiento de las leyes físicas.

Así, pregunta al doctor Rojo:

–¿De modo que yendo de abajo arriba la bala, puede ésta tener luego el capricho de volver de arriba abajo?
–Sí señor, por una ley física.
–¿Qué ley es esa? Concrétemela.
–Pues la ley que se enuncia diciendo que «el ángulo de incidencia es igual al de reflexión».

Desde el banquillo, Munz comienza a ver negro su futuro.

A continuación, interviene el doctor Rodríguez Martínez, el popular «médico Rodríguez». En medio de una gran expectación comienza diciendo que se están dando en A Coruña muchos crímenes pasionales, «que consisten, en realidad, en matar mujeres».

Señala que el doctor Maestre tiene dos personalidades: la africanista y la médica. «Es al mismo tiempo materialista y espiritualista, espenceriano y muchas cosas más; y si como médico mantiene criterios parecidos es para desconfiar de él».

–Yo –añade– pensaba hablar suavemente, pero acuciado por el interés que este juicio está teniendo para la conciencia pública, tengo que variar de propósito. Y lo digo muy alto. Lo sustancioso del proceso es el fogonazo: el fogonazo.

Y añade:

–Al hacer las experiencias hemos visto la cápsula percutida y mordida. Y ahora verá la defensa cómo yo también soy partidario de la hipótesis homicida.

Relata a continuación el médico Rodríguez un caso ocurrido en Oza donde una persona que quería suicidarse aplicó el cañón de un revólver en la piel, no logrando más que tiznarse y chamuscarse con los cinco tiros que disparó.

Dice que es de sentido común y que no admite dudas de que en dirección transversal no se puede disparar uno a sí mismo. No hay tatuaje de los gases –dice–, ni dentro ni fuera; ni cutáneo ni subcutáneo. Luego no hay su***dio.

Dice que la maledicencia y la tendenciosidad para con los médicos del doctor Maestre son grandes, pues les supone incapaces de no resistirse a la sugestión del ambiente. Son hechos –añade– por un africanista que conoce el África como la travesía del Curro.

Añade que Maestre hizo una alegación en vez de un informe.

Al suspenderse la sesión de la mañana, se produce un incidente entre Munz y el médico Rodríguez, increpándole el primero.

Continúa por la tarde el informe-disertación del famoso doctor. Casares Quiroga se inquieta y le recuerda que el informe del doctor Maestre no es una simple anécdota sino un documento unido a los autos con todo el valor que ello da.

Finalmente, el defensor le ruega a Rodríguez que exponga su concepto de la teoría del «eslabón neumático», a lo que el doctor contesta con gran erudición. Principalmente señala que, aunque «la columna de aire establece un largo tubo de compresión, la fuerza explosiva de la pólvora es superior a la misma elasticidad del aire y puede alcanzarse el desgarramiento de la piel». Sin embargo, las armas modernas y la pólvora blanca no están dispuestas para confirmar lo del «eslabón neumático», pero con un arma antigua o pistola y pólvora mala, puede hacerse un experimento para demostrar dicha teoría.

Finaliza el doctor ratificándose en las conclusiones de su informe de que fue un homicidio, nunca un su***dio.

Prueba documental
El secretario de la sala, señor Peñaranda, comienza la lectura de la prueba documental. Uno de los momentos de mayor emoción es cuando lee la carta supuestamente escrita por la víctima antes de su muerte:

«Señor juez: No culpen a nadie de mi muerte, que estoy aburrida de la vida. Hoy sábado, me mato. Adiós. Un beso a mi madre. Adiós. Consue… Bregua».

También se encontró un papel que decía: «Pepiño. Ven pronto a cenar. Te espera tu Cheliño».

Tras leerse el informe de los peritos médicos hay una diligencia previa: la de la situación de la lámpara eléctrica que iluminaba la salita de Consuelo la noche de autos. Esta luz, que estaba encendida antes de sonar los disparos, se apagó poco después, según los vecinos de la casa contigua.

La llave para apagar esta luz se halla en el marco de acceso a la escalera de la casa. ¿Quién la apagó? La diligencia se limita solamente a considerar el hecho.

Se citan, también, las conclusiones del laboratorio central de Madrid diciendo que no eran de sangre las manchas apreciadas en el quicio de la puerta de la casa de Consuelo.

El informe del doctor Maestre consta de cien folios escritos a máquina. El presidente pregunta a Casares Quiroga si cree necesario que se lea. El abogado dice: «Aunque con dolor, por la extensión, creo que es necesario». Nada más empezar, parte del público escapa de la sala. Casares, impertérrito, con la mano derecha apoyada en el mentón atiende a la lectura. Al final de la misma, el presidente cree que hay que aligerar párrafos y Casares permite entonces que se lean las partes de conclusiones solamente. En resumen, que Consuelo se suicidó por su propia mano, no siendo un caso de su***dio doble concertado.

A las nueve de la noche se suspende la sesión.

A las once de la mañana del viernes 24 da comienzo la tercera sesión. Gran expectación y abarrote en la sala.

El fiscal, que dice encontrarse mal de salud, comienza su informe. Hace, quizás preparando el terreno, un gran elogio del Jurado Popular, «institución honrosa, democrática, admirable, que permite que salgan de fábricas y talleres admirables juzgadores».

Sin embargo, les recuerda a los jurados que los detractores les acusan de gran benevolencia para con los delitos de sangre y vigor extremo para con los cometidos contra la propiedad. «Y yo digo –manifiesta el fiscal– que lo que se roba puede recuperarse con esfuerzo o con trabajo; pero la vida cine se pierde no hay quien consiga devolverla».

Dice que esto no es un crimen pasional, sino vulgar:

«Él era un camarero lleno de vicios, de pésimas costumbres, que se peleaba con los guardias de seguridad Y con los vecinos. Un triste galanteador entregado a las bajas conquistas. ¿Y quién era Consuelo Bregua? Una pobre mujer, una desgraciada que entró en el fango de la perversión desde niña, llegando a ser manceba de Munz, con el que llevó mala vida, teniendo frecuentes disensiones.
»A pesar de que su madre la mandó a Brasil para que se olvidase de Munz –añade el fiscal–, volvió al poco tiempo. Lógico era que amase al que la sedujo desde que apenas dejó los campos de la infancia».

Toda la cuestión para el fiscal se reduce a lo siguiente: ¿Fue suicida Consuelo Bregua?, contestando:

–Si no lo ha sido, como se probó de modo concluyente por los informes de los doctos peritos médicos, entonces tuvo que ser víctima de un homicidio; y el homicida, sin duda alguna, es José Munz.

A continuación, ataca a la defensa y dice que hace lo que aquellos franciscanos del cuento, que gastaban mangas muy anchas y que al ser interrogados por la autoridad que iba en persecución de unos delincuentes, cuyo descubrimiento no deseaban, acerca del paso de éstos, respondían para no mentir, metiendo las manos en dichas mangas: «Por aquí no han pasado» (protesta por la comparación del señor Casares Quiroga, que encima es laico).

Lee el fiscal el preámbulo del informe de la Academia de Medicina, que disiente por lo expuesto por el doctor Maestre: «Toda la Academia vale más que un individuo solo», y añade:

–No temáis equivocamos, señores del Jurado, puesto que vais en compañía de la Academia de Medicina de Madrid y de notables doctores de A Coruña. No vaciléis en opinar distinto del informe de Maestre. Decidle aquello que se estilaba en tiempo de los reyes de Aragón: «Nos valemos tanto como vos y juntos más que vos».

Dice a continuación que Munz veía en Consuelo el obstáculo para sus fines y que le hacía objeto de molestias constantes. Por eso la mató. Munz deja los cabos sueltos que dejan los criminales, pues hay una hora que no puede justificar. Existen testigos que lo vieron salir. Las dos testigos antes citadas estaban invitadas a tomar café con Consuelo y no a cenar, pues ella pensaba cenar en compañía de Munz.

Vuelve a hablar de la carta. No duda que haya sido escrita por Consuelo, pero con violencia. Estaba resobada de andar muchos días en el bolsillo. Él se la debió de arrancar valiéndose de la ficción de un su***dio mutuo. Habla luego de la luz que, por no tener contador, Consuelo, de suicidarse, debería apagar primero, quedándose a oscuras. Y ello es casi imposible.

Concluye el fiscal su informe condenando a los «matones de oficio» con duras frases y haciendo elogios del Código Penal, obra de las Cortes Constituyentes, que ostenta la firma del ilustre gallego don Eugenio Montero Ríos.

La defensa de Casaritos
Comienza diciendo Casares Quiroga que viste un elegante traje de color azul con rayitas blancas que difícilmente se dará un caso más extraño que el que se está dilucidando. «Extraño por lo paradójico», aclara. A continuación, pasa al ataque, diciendo:

–¿Vamos a pedir un juicio severo a las comadres de la calle del Curro, a la pléyade de prost*tutas que en esto intervienen? [rumores de protesta entre un sector del público, se supone que formado por comadres y prost*tutas]. Para ellos, Munz y Consuelo era la pareja de neuróticos, de degenerados, conocidos en todo el barrio. En cierto modo es lógico que esta gente obsesionada crea ver en el hecho sangriento la mano de Munz.

Califica de apasionado el informe del fiscal Longue.

–Cuanto se hizo tuvo una gran falta de lógica y ello fue determinante en el extravío de la opinión pública, sin ver que del pueblo sale el jurado y que se podía ir en la sentencia a un funesto error judicial.

El presidente llama la atención a Casares por su lenguaje acusatorio y en extremo despectivo. Casaritos pide disculpas y continúa expresándose en parecidos términos. Atribuye a malsana influencia de dicha opinión pública el informe de los médicos militares, «que querían, además, salvar el honor del cuerpo» [nueva protesta].

Expone Casares que él no defiende a matones y recuerda que fue el acusador privado en la causa del «Rojo». No defiende tampoco las costumbres ni condiciones morales de Munz, aunque reconoce que es una víctima del apasionamiento popular. «Es una víctima de un delito nuevo, que no está en el Código Penal: “Malos antecedentes”».

Continúa diciendo que Consuelo es víctima de sí misma, de su propia vida, de su enfermedad, de su pasión. Ella misma fue la que decidió quitarse la vida.

Munz estaba en el kiosco cuando se produjo el su***dio. Eso es lo que se deduce fácilmente de las declaraciones de los propios testigos, no de los de la defensa sino de los de la acusación. Sienta que Munz entró en casa de Consuelo a las nueve de la noche y salió a las nueve y media, sin que en ese espacio de tiempo se hubiesen oído disparos.

Estos sonaron, según tres testigos, a las diez de la noche. Según otros a las diez y media y el que más lo alarga –Manuel Sanz– fue a las once de la noche. «¡Y Munz –dice– estaba en el kiosco desde las nueve y media!». «Además –añade– el informe de Maestre señala que la muerte se produjo de una a dos horas después de la cena».

En agresiva comparación, dice Casaritos:

–El doctor Maestre es a España lo que el médico Rodríguez es a A Coruña.

En alarde de erudición, el abogado manifiesta que el informe de Maestre «participa de las bellezas literarias de Valera o Anatole France y científicamente es maravilloso». Estudia las características múltiples de las armas de fuego y dice que, tratándose de esto, es más difícil sentar reglas generales como concretar aspectos de la Luna.

Reconstruye la escena del su***dio, rebate las tesis de Rodríguez y Búa, incluso en la teoría de los escapes de los gases del cañón, pues no hay revólver en el mundo que no los produzca.

Pasé luego al estudio de las heridas, deduciendo que fueron hechas por la propia arma de Consuelo. Se pregunta:

–¿Que el dolor sentido después de efectuar el primer disparo impediría a la suicida realizar el segundo? Pero ¿no hemos visto, no nos lo citaba el propio médico Rodríguez, casos de su***dio con cinco disparos, con hachazos repetidos, con actos horribles de desesperación, que no podrían sospecharse?

Casares, como buen tuberculoso, acaba fatigándose. Son las siete y media de la tarde y pide al presidente un descanso.

Diez minutos más tarde continúa su defensa. No duda de la autenticidad de la carta de Consuelo y lamenta que el papel se haya colocado bajo un grifo del que chorreó agua, desvaneciendo los tonos de lo escrito. También, señala que, aunque Consuelo puso la fecha del 25 de julio y se suicidó el 24, al escribir la carta se había arrancado anticipadamente la hoja del día.

Afirma que Consuelo apagó la luz antes de disparar los dos tiros. «Siempre los suicidas –dice– prefieren no ver el arma» recordando a aquel rey de Inglaterra que ante el patíbulo, tranquilo y sereno, dijo aquella frase histórica: «No toquéis al hacha».

Dice también que la carta se cayó, no fue colocada en el suelo.

A continuación, expone los posibles motivos que pudo tener Consuelo para el su***dio: la neurosis, el masoquismo («no buscaba los goces del amor legítimo y puro sino el amor genital»), el terror a la tuberculosis.

Señala que los antecedentes del acusado no constituyen delito. Y aunque estuviesen incluidos en la sanción del Código Penal no habría que penarlo con más de tres años de reclusión, pues en caso contrario no habría cárceles en el mundo para meter a tantos presos.

Finalmente, se dirige Casares al Jurado en patéticos términos, excitándole a cumplir con su conciencia, serena y justificadamente, esperando por lo tanto un fallo absolutorio que, libre del presidio a un hombre inocente y de la deshonra a una respetable familia coruñesa. El redactor de La Voz de Galicia dirá sobre la actuación de Casares Quiroga:

«La labor del joven letrado fue elogiadísima. Revela un trabajo preparatorio, detenidísimo y metódico, realizado con cariño y devoción y, al exponerlo, lo hizo con elocuencia, con ordenación sistemática, con acopio de datos y muestras de profunda erudición».

La sentencia
A continuación pronunció un breve discurso el presidente de la Sala, señor Argueh, recordando su deber a los jurados, haciéndoles ver el enorme interés que el proceso había despertado en la opinión pública y la esperanza que ésta abrigaba de una resolución justa. Las preguntas que se someten a la consideración del Jurado son dos:

1.- José Munz Strick ¿es culpable de en la noche del 24 al 25 de julio de 1909 haber disparado con un revólver dos tiros a Consuelo Bregua en su casa del número 4 de la calle del Curro, causándole dos heridas, una de carácter grave en el lado derecho del cuello y otra en la región frontal que le produjo la muerte instantáneamente?
2.- José Munz Strick ¿fue condenado por el delito de lesiones el 19-07-05 a la pena de dos meses y un día de arresto mayor?

Son las ocho y cuarenta minutos de la tarde cuando el Jurado Popular se retira para emitir su veredicto. A las nueve y veinte se abre la sesión y comparece el Jurado en el estrado. Reina una gran expectación. El señor Blanco Constenla da lectura al mismo. Un «sí» para la primera y un «no» para la segunda.

El presidente de la Sala pregunta al reo si tiene algo que alegar. Munz se levanta nervioso y alzando el brazo derecho dice:

–Esto es un crimen que se comete conmigo. Juro que soy inocente ante Dios, si es que hay Dios. Aunque fuera a presidio por toda la vida repito que soy inocente. ¡Lo juro!

El presidente ruega al reo que se serene y concede la palabra al fiscal. Este califica el hecho de homicidio sin circunstancias modificativas y señala la pena de 17 años y 4 meses de reclusión temporal.

Casares Quiroga no quiere decir más de lo que ha dicho. Solamente ruega a la Sala benevolencia para su patrocinado.

Se retira el Tribunal a dictar sentencia. Al cabo de un cuarto de hora vuelve a la sala y el secretario del mismo da lectura al fallo:

«Se condena a José Munz Strick como autor de un delito de homicidio, penado en el artículo 419 del Código Penal sin circunstancias modificativas, a la pena de 15 años de reclusión temporal y 2.000 pesetas de indemnización a la familia de la víctima con indemnización y costas».

El público acoge la sentencia con división de opiniones, aun predominando los que deseaban una condena mayor para Munz.

La duda, no obstante, siguió planeando sobre el Alemán, aunque, según la norma básica del derecho, in dubio, pro reo.

A la salida, Casaritos Quiroga no cesaba de recibir felicitaciones.

El había sido, más que el acusado y la víctima, la figura del proceso.
http://criminalia.es/asesino/asesinato-la-alemana/
 
El crimen de los ALEXANDER

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  • Clasificación: Homicidio
  • Características: Crimen esotérico - Evisceración - La acción homicida se produjo por la creencia de que las víctimas estaban poseídas por el demonio
  • Número de víctimas: 3
  • Periodo de actividad: 16 de diciembre de 1970
  • Fecha de detención: 18 de diciembre de 1970
  • Perfil de las víctimas: Dagmar Alexander y sus hijas Marina y Petra
  • Método de matar: Golpes con una percha de metal retorcida y un nivel de albañilería partido en dos trozos
  • Localización: Santa Cruz de Tenerife, España
  • Estado: La Audiencia de Tenerife absolvió a Harald y Frank Alexander de los delitos de parricidio y asesinato por concurrir en los mismos la eximente de enajenación mental y decretó su internamiento en un centro psiquiátrico el 26 de marzo de 1972. El paradero actual de los homicidas es desconocido
Indice

El asesino «profeta de Dios»
Miguel Ángel Autero – Laopinion.es

20 de diciembre de 2010

16 de diciembre de 1970. Acaban de cumplirse cuarenta años de uno de los sucesos más espeluznantes de la crónica negra de España y, concretamente, de la tinerfeña. Pocos crímenes conmocionaron tanto entonces a la opinión pública como la matanza de la familia Alexander. Un triple parricidio en el que el brazo ejecutor fue Frank, un joven de 16 años y único hijo varón del matrimonio formado por Harald y Dagmar Alexander. Antes había nacido la hermana mayor, Marina, y tras Frank nacieron las gemelas Petra y Sabine.

Desde que Frank nació su familia lo crió bajo el convencimiento de que era el profeta de Dios en la Tierra. En todo le obedecían y acataban todas sus exigencias, incluso, el incesto y «debían aceptar el sacrificio de sus vidas manchadas por el pecado», como él mismo relató ante la Policía tras su detención por el triple parricidio que acaba de cometer.

La familia Alexander se mudó a Santa Cruz de Tenerife ese mismo año y estuvieron viviendo durante diez meses en un piso de la primera planta del número 37 de la calle Jesús Nazareno. Quién sabe si esta dirección la buscó la familia a propósito. Vivían de trabajos mal pagados: las tres chicas se emplearon como asistentas de hogar mientras que Frank se ocupaba de hacer labores de repartidor. Durante el tiempo en el que estuvieron en la Isla no hicieron amistades ni se relacionaron con sus vecinos. Y éstos últimos poco sabían de los recién llegados más que «a veces les oían tocar el órgano y cantar plegarias».

La secta: semilla de la matanza
Los Alexander eran originarios de la ciudad alemana de Dresde aunque marcharon a Hamburgo. Harald conoció entonces al hombre que marcaría para siempre los destinos de la familia: George Riehle, un fanático religioso que seguía las enseñanzas de Jacob Lorber (1800-1864), fundador de una sociedad espiritual que predicaba con una inquebrantable fe que todos aquellos que no eran miembros del grupo eran portadores de la semilla del mal. En la década de 1930, algunos de sus acólitos consideraban que Riehle, su sucesor, era el profeta de Dios. Y Harald también lo creía así.

Cuando Riehle estaba a punto de morir entregó a Harald Alexander su manto como líder y un órgano con el que amenizaba los encuentros de miembros de la congregación. Cuando nació Frank, Harald le dijo a su esposa que el niño era ahora el profeta de Dios y había que obedecerle en todo. Fue creciendo y toda la familia asumió el rol de obedientes servidores de Frank. Llegada la pubertad, Frank quiso mantener relaciones sexuales con chicas pero como su credo le impedía relacionarse con gente externa a la Sociedad Lorber, su padre le ofreció acostarse con Dagmar, su esposa y la madre de Frank. Poco después se entregarían al profeta Marina, Petra y Sabine. Marina contó un día en el colegio lo que ocurría en casa. Lo más probable es que no lo hiciera como denuncia sino para captar creyentes para la secta. Sl [Al]extenderse la noticia de lo que ocurría en aquella casa, la policía alemana no tardó en interesarse por las prácticas de los Alexander y la familia huyó para refugiarse en Tenerife a principios de 1970.

Expiar los pecados
Había llegado el mes de diciembre, el mes en el que se celebra la Natividad de Jesús y algunas discusiones generadas en esos días entre los miembros de la familia Alexander pudieron estar en el origen y detonar lo que ocurriría el día 16.

Del suceso se supo porque fueron los propios Harald y Frank quienes subieron a La Laguna, a la casa del doctor Walter Trenkler donde estaba empleada Sabine. Llamaron a la puerta y, tras abrirla el médico, éstos le dijeron que querían hablar con su hija y hermana, respectivamente. Trenkler la llamó y la chiquilla, que contaba entonces con 15 años, salió al patio donde estaban su padre y hermano. El médico se quedó unos pasos más atrás, pero lo suficientemente cerca para oír lo que éstos hablaban.

«Sabine, querida. Queríamos contártelo los dos a la vez. Hemos matado a mamá y a tus hermanas». El doctor debió helársele la sangre y cuando aún no se había repuesto del shock, observó cómo entonces Sabine le cogió la mano a su padre y se la acercó a su cara para acariciarse con ella y decir: «Estoy segura de que habéis hecho lo que considerasteis necesario».

El médico retrocedió unos pasos y comprendió que las manchas de la ropa de sus dos visitantes no eran de barro, como había pensado al principio. Debía ser la sangre seca de las víctimas. Trenkler fue a llamar a la Policía y mientras se adentraba en la casa, Harald le espetó: «¿Ha escuchado? Hemos matado a mi esposa y a mis hijas porque les había llegado su hora».

Ambos fueron detenidos en aquellos momentos por los grises. Mientras esto ocurría en La Laguna, el inspector Juan Hernández y el sargento Manuel Perera habían llegado al 37 de Jesús Nazareno. Forzaron la puerta de la vivienda de los Alexander para descubrir el escenario más dantesco que habían visto jamás. En el salón, todo desordenado y con el suelo, paredes y techo cubiertos de sangre, estaban los cuerpos mutilados de Marina (18 años) y Petra (15 años). La primera había sido completamente destripada mientras que a la segunda le seccionaron los pechos y los genitales para clavarlos en la pared. En el dormitorio, Dagmar también había sido profanada y, además de los pechos y sus genitales, le habían extirpado el corazón y, tras atarlo a una cuerda, lo colgaron también de una pared.

El crimen del siglo
Silvia Curbelo – Eldia.es

4 de noviembre de 2012

En los años 70, Santa Cruz era, fundamentalmente, una ciudad apacible, con pocos ajetreos, más cercana a un próspero pueblo que a una capital de provincias. Sus vecinos recibían el pan de cada día a las puertas de sus casas terreras y era normal, cotidiano, el sonido tempranero de los afiladores de cuchillos o el anuncio a viva voz de las pescaderas.

En 1970 yo tenía tres años y vivía en Jesús Nazareno. Pleno centro. En esta calle, a apenas cinco casas de la mía, sucedió un hecho abominable.

Un crimen cuya naturaleza da sentido al espanto. De esos en los que, cuantos más ahondas, más reniegas de la naturaleza humana. Porque, sin duda, el mal existe.

No recuerdo cuándo exactamente empecé a tener constancia del terrible suceso. Supongo que las conversaciones de mis mayores fueron dibujando en mí un escenario terrorífico, aunque siempre benévolo con lo que en realidad ocurrió. De saberlo con detalle, sin duda las pesadillas se hubieran apoderado de mis noches.

«El crimen del siglo». Con esta contundente sentencia abría el periódico El Día la edición del 19 de diciembre de 1970, haciéndose eco de uno de los acontecimientos más sangrientos acaecidos hasta el momento en Canarias. Noticia que en días sucesivos tristemente centraría la atención de los medios locales, nacionales y extranjeros.

Naturalmente, la historia se inicia años antes de aquel fatídico 16 de diciembre, al igual que prosiguió después de él, escribiendo hasta este mismo presente episodios ocultos e incógnitas prácticamente irresolutas. Demasiadas.

El «crimen de los alemanes»
Jesús Nazareno. Número 37. Primer piso, derecha. Desde la calle, los vecinos escuchan el tenue sonido de un organillo o acordeón que hace sonar Harald, el cabeza del clan Alexander. La tarde es apacible. La actividad, normal. Las mujeres acuden a El Escudo a comprar cremalleras, botones, hilos, encajes. Metros más allá, mi padre, zapatero, retoma el trabajo en su taller tras una sagrada siesta. En la esquina de San Clemente, Manolo «El Puntero» sirve cuartitas de vino a los compadres.

Siguiendo el rastro de la música regresamos al domicilio de los Alexander, una familia alemana que hace diez meses ha llegado a Santa Cruz. En el piso se encuentra en estos momentos Frank, el único hijo varón del matrimonio. Un adolescente de 16 años, algo retraído y con ciertas dificultades de comunicación. En sus respectivas habitaciones descansan Marina, la hija mayor (17 años), y Petra (15), una de las mellizas. Dagmar, la madre, probablemente se afana en concluir sus tareas domésticas, mientras su marido entona salmos. Sabine, la otra gemela, es la única ausente -la única superviviente de una selecta matanza-. Los retratos de santos monopolizan las paredes de la casa en una clara muestra de un severo dogmatismo cristiano que luego revelaría una cara del todo oscura.

Ya se sabe, casi nada es lo que aparenta ser.

Para corroborar esta máxima baste con acceder a la casa horas después de esta idílica escena: el blanco homogéneo y apacible de las paredes y techos ha transmutado en un rojo irascible que salpica suelos, muebles, colchas, cortinas, cuadros, pomos… El orden impoluto de los objetos ha dado paso al caos propio de un campo de batalla.

Cuando el inspector Juan Hernández y el sargento Manuel Perera irrumpen en el domicilio de los Alexander, casi dos días después del macabro suceso, la escena que se encuentran es absolutamente dantesca: las jóvenes Marina y Petra yacen en el salón de la casa. Dado el tiempo transcurrido y la naturaleza de los crímenes, los cuerpo se hallan ya en fase de descomposición. Marina ha sido destripada y a Petra le han seccionado los pechos y los genitales, que han sido clavados en la pared como un macabro trofeo. En el dormitorio encuentran a la madre, Dagmar, la primera víctima, según relatan padre e hijo en su primera declaración. Tras propinarle una auténtica paliza con una percha de madera que termina por romperse y dejarla inconsciente y media muerta, su marido y su hijo le arrancan el corazón, que cuelga de una de las paredes de la estancia, oscilando de una cuerda. Los pechos y los genitales también han sido seccionados y la mujer, de 41 años, según trasciende de la autopsia, ha sido violada, se presupone que postmórtem.

Los detalles más escabrosos del sádico ritual -que hay muchos- los omito. Baste saber que a un cirujano le hubiera costado llevar a cabo lo que Harald y Frank Alexander hicieron. Todo ello pasando por alto el «detalle» de que la derramada era sangre de la misma sangre.

Pero cuál fue la causa subyacente de estos abominables actos. Pues algo tan primitivo, tan antiguo y ancestral como la creencia en el mal o en el maligno y en su capacidad para poseer los cuerpos y las almas de los seres. Sin ir más lejos, la historia del siglo XX en España está salpicada de crímenes rituales o exorcismos, cuyas víctimas, mayoritariamente, han sido mujeres y niños. Y el de los Alexander no fue una excepción.

Retrocedamos nuevamente al pasado. En abril de 1970 la familia llega a Tenerife procedente de Hamburgo. Elige Santa Cruz para iniciar una nueva vida, aunque desconocen el idioma. Pese a que carecen de fuentes de ingreso o de un trabajo en perspectiva. Indudablemente subyace una causa para esta elección, para esta huida, muy simple. La policía alemana empieza a investigar a los Alexander tras ser alertada de las relaciones incestuosas que mantienen sus miembros y por su pertenencia a una secta, Los hijos de Dios o Sociedad Lorber, que gana adeptos en Alemania y que empieza a considerarse peligrosa por las creencias y ritos que practican. Se trata de una corriente agnóstica-cristiana, con ciertos toques esotéricos, cuyo pilar es la afirmación simplista de que el mal habita fuera de la secta.

Cómo Harald Alexander se convierte en el líder de este grupo sectario es otra interesante historia. Pero lo cierto es que el nacimiento de su único hijo es interpretado como la llegada del nuevo mesías. En tal creencia se desarrolla la infancia y adolescencia de Frank, un niño superprotegido, absolutamente aislado, consentido en cada uno de sus deseos, tremendamente influenciado por las creencias religiosas de sus progenitores, y con el poder «divino» de hacer con los miembros femeninos de su familia lo que quisiera. A los 16 años, Frank se ha convertido en un ser retraído, acomplejado y profundamente trastornado. Un detalle curioso es que su tartamudez, raíz de sus problemas de comunicación y su retraimiento, se origina tras la «terapia» a la que lo someten sus padres para corregir que fuera zurdo.

Esa misoginia latente, ese desprecio absoluto a lo femenino, empatiza con la idea del sacrificio, una idea transmitida a todos los Alexander. Así, cuando la tarde del 16 de diciembre su madre se acerca a la cama de Frank, -dormía en el dormitorio conyugal- el hijo reconoce en sus ojos la mirada del maligno. El padre se une al «exorcismo» sin dudarlo.

La única superviviente (y no es casual) de este exterminio es Sabine, que se encuentra trabajando en casa del doctor alemán Trenkler. Hoy tendría 57 años y se desconoce su paradero. Lo único que trasciende es que, tras las muerte de sus hermanas y madre -noticia que oye de boca de los asesinos sin inmutarse- y la detención de su padre y hermano, busca un convento donde recluirse. De hecho, no acude al juicio pese a estar citada.

¿Qué fue de Harald y Frank?
Dos años después de que Harald y Frank Alexander acabaran con su familia, y tras un juicio que captó la atención mediática, el tribunal absuelve a los procesados de los delitos de parricidio y asesinato de los que fueron acusados, al tratarse de «autores no responsables, por concurrir en los mismos la eximente de enajenación mental». En consecuencia, se decreta su internamiento «en uno de los establecimientos destinados a los enfermos de aquella clase, del cual no podrán salir sin previa autorización de este tribunal», reza la sentencia hecha pública el 26 de marzo de 1972, lectura que, sin embargo, no hace público el centro en que han de ser internados. Este dato resulta clave, puesto que veinte años después padre e hijo logran escapar de la residencia mental en circunstancias que no llegaron a trascender.

Hay constancia de que diez días después de conocerse la sentencia los procesados se hallan internados en el Hospital Psiquiátrico de Santa Cruz de Tenerife, según hace constar la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, desmintiendo de esta forma una información de Europa Press del 20 de mayo en la que se indica que los parricidas alemanes han sido trasladados de la Prisión Provincial al Psiquiátrico porque llevan varias semanas sin comer. Instituciones Penitenciarias aclara que dichos sujetos son trasladados al citado hospital el 5 de abril. Más allá de estos datos, todo son especulaciones, suposiciones con más o menos fundamento. Supongamos pues.

En los años 70 existen en España, tras la reforma del reglamento del servicio de prisiones, tres centros «homologados» para tratar a enfermos penales: el Centro Asistencial Psiquiátrico Penitenciario -Instituto Psiquiático Penitenciario en sus orígenes-, ubicado en el complejo penitenciario de Carabanchel, el Departamento de Oligofrénicos de León y el Centro de Psicópatas de Huesca. El primero de ellos es catalogado como el único establecimiento específico para enfermos mentales varones. Harald y Frank ya conocían el sanatorio madrileño, en el que permanecieron un intervalo de tiempo no determinado entre la detención y el juicio. De hecho, el diagnóstico del doctor Velasco Escasi, del sanatorio penitenciario de Madrid, resulta determinante en el juicio. A tenor de estos antecedentes no es disparatado pensar que los parricidas fueran trasladados al mismo centro.

Padre e hijo lograron escapar del psiquiátrico en «los primeros años del 90». Esta es la única referencia. Sin embargo, hay un dato importante: una orden emitida el 22-5-1990 decreta el cierre de los tres centros de referencia, probablemente relacionado con el contundente informe de la Comisión de Legislación, que en el caso concreto del penitenciario de Madrid lo califica como una extraña institución totalitaria y cerrada, con un régimen de funcionamiento arbitrario y caótico y sin ánimo alguno de cura.

Cabe pensar que la fuga de los dementes coincidiese con el cierre y traslado de los internos. De Madrid son trasladados 37 pacientes al Psiquiátrico de Alicante. En cualquiera de los casos, padre e hijo, con o sin ayuda para perpetrar la fuga, pudieron refugiarse nuevamente en Alemania, donde seguirían siendo líderes de una sociedad sectaria con actividad, o en algún destino hispanoamericano donde la secta contara con «sucursales».

La Interpol interpuso orden de busca en 1995. Harald, el patriarca, de continuar con vida, tendría unos 83 años, y Frank rondaría los 58. Se sabe que nunca respondieron a tratamiento alguno y yo ignoro si entre sus aficiones o costumbres está leer la prensa. Esperemos que no.
 
El «exorcismo» de ALMANSA

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  • Clasificación: Homicidio
  • Características: Su madre y una vecina sometieron a una niña de 11 años a un ritual y le extrajeron los intestinos con las manos porque «creían» que estaba embarazada por el demonio
  • Número de víctimas: 1
  • Periodo de actividad: 18 de septiembre de 1990
  • Fecha de detención: Mismo día
  • Fecha de nacimiento: Rosa Gonzálvez Fito: 5 de enero de 1954 / María Ángeles Rodríguez Espinilla: 1960
  • Perfil de las víctimas: Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años
  • Método de matar: Shock hipovolémico por la abundante pérdida de sangre
  • Localización: Almansa, Albacete, España
  • Estado: Ambas mujeres fueron absueltas el 4 de febrero de 1992 al entender el Tribunal que en ambas procesadas concurría la eximente completa de la responsabilidad criminal de enajenación mental. Fueron internadas por un breve espacio de tiempo en una institución psiquiátrica y puestas en libertad


Índice

El exorcismo de Almansa – La madre y una tía, acusadas de matar a la niña de 11 años «embarazada por el demonio»
Emili Gisbert – El País

20 de septiembre de 1990

El exorcismo de Almansa. Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años de edad, murió en la madrugada del martes en la localidad de Almansa (Albacete), después de que su madre, una tía carnal de ésta y dos vecinas, hermanas entre sí, la sometieran a un ritual satánico y le extrajeran los intestinos con las manos, según manifestó ayer el juez José Rafael Cuesta. La madre declaró ayer que su hija estaba «embarazada por el demonio».

Los vecinos de la vivienda de la calle de Valencia, número 4, de Almansa dieron aviso a la policía, que detuvo a las mujeres y confirmó la muerte de la pequeña, enterrada ayer entre el dolor de la población.

Rosa Gonzálvez Fito, conocida popularmente como Rosa la Curandera; su tía, Ana María Gonzálvez y dos vecinas, hermanas entre sí, María Mercedes y María Ángeles Rodríguez Espinilla fueron detenidas por la policía acusadas de someter a la pequeña Rosa, de 11 años, a distintas prácticas rituales que acabaron con su vida.

Una de las hermanas que supuestamente participaron en el ritual negro que le costó la vida a la pequeña Ana María tuvo que ser trasladada al Hospital General de Albacete con diversos hematomas y escoriaciones en su cuerpo. Portavoces del centro sanitario aseguraron que la paciente dijo a los médicos que la atendieron que había sufrido una paliza por fuerzas negras y exigió que no la tocasen porque Santa Lucía la curaría.

El magistrado José Rafael Cuesta afirmó a primeras horas de la tarde de ayer que las tres mujeres que habían prestado declaración se encontraban a disposición judicial y que no tomarían ninguna decisión sobre su situación legal hasta completar la investigación judicial. A primeras horas de la tarde, el padre de la pequeña Rosa, Jesús Fernández, que fue encerrado en una de las habitaciones de la vivienda familiar durante el ritual, prestó declaración ante el Juzgado.

El mutismo ayer en Almansa sólo fue roto por distintas declaraciones de vecinos y familiares de la víctima, que reconstruyeron los sangrientos acontecimientos.

Antonia, un ama de casa que vive enfrente del domicilio de la pequeña Rosa, aseguró ayer a este periódico que cerca de las 10 de la mañana del martes vio salir al padre de la pequeña, Jesús Fernández, corriendo de la vivienda. «Llevaba los ojos desencajados», afirma la vecina.

Según el testimonio de esta mujer, en horas no precisadas de la madrugada del lunes al martes, las cuatro mujeres que se encontraban en la vivienda familiar intentaron de forma ritual «extraer un dolor que la pequeña tenía en la barriga». Por su parte, el juez instructor de las diligencias en Almansa negó tajantemente que la pequeña estuviera embarazada.

De otro lado, Martín Toledo, de 28 años, y esposa [esposo] de María Ángeles Rodríguez Espinilla, una de las detenidas, afirmó a este diario que en la vivienda de la pequeña Rosa se practicaba de forma habitual el curanderismo.

Los demonios de Almansa
Emili Gisbert – El País

23 de septiembre de 1990

La muerte, el pasado martes, de la pequeña Rosa, una niña de 11 años sometida por su madre y tres mujeres a un ritual satánico, ha puesto de manifiesto la precaria distancia entre el curanderismo y la violencia criminal, saturada de ignorancia.

La localidad de Almansa, una población de la Comunidad de Castilla-La Mancha de 23.000 habitantes, industrial, rica y tranquila, está consternada ante el trágico suceso. No obstante, los almanseños reconocen que el curanderismo y el espiritismo han venido constituyendo una práctica aceptada entre los vecinos de esta ciudad.

La pequeña Rosa Gonzálvez falleció a primeras horas de la madrugada del pasado martes, después de que su madre, una tía carnal y dos vecinas, hermanas entre sí, la sometieran a un ritual satánico y le extrajeran los intestinos con las manos, según confirmó el juez José Rafael Cuesta.

La madre de la pequeña, conocida popularmente como Rosa la Curandera, pensó que su hija estaba «embarazada por el demonio» y, a pesar de que la pequeña no había superado la pubertad, decidió extirpar la supuesta posesión.

Los vecinos de la vivienda de la calle de Valencia número 4 de Almansa, donde ocurrieron los hechos, alertados por los gritos de la pequeña, avisaron a la policía, que detuvo a tres de las mujeres y confirmó la muerte de Rosa, que falleció desangrada.

El forense confirmó que a la niña le habían extraído los intestinos por la vagina y había muerto por un choque hipovolémico. «El cadáver carecía de signos externos de violencia», afirmó en una nota oficial el juez de Almansa, después de la autopsia a la que fue sometida por el médico forense, el doctor Gómez Sáez.

Al día siguiente la pequeña Rosa era enterrada en el cementerio de Almansa, en medio del dolor de los vecinos de la localidad y tras un cortejo fúnebre presidido por su padre, Jesús Fernández, que no participó en el ritual criminal y cuyo silencio parece ser la clave del misterio del exorcismo de la pequeña.

La muerte de Rosa ha dejado una estela de dolor en la localidad de Almansa, pero también ha puesto de manifiesto la afición y credibilidad que las prácticas de curandería y espiritismo tienen en esta población.

Martín Toledo, un joven de 28 años, casado con María Ángeles Rodríguez Espinilla, una de las dos hermanas detenidas y acusadas del asesinato de la pequeña Rosa Fernández, ha asegurado a este periódico que la creciente afición de su mujer a las prácticas curanderiles rompió la relación familiar.

Semanas después de que su esposa empezara a abandonar el domicilio sin causa justificada, Martín acudió al cuartel de la Guardia Civil y exigió ayuda para rescatar [a] su esposa. Pocas horas antes del asesinato ritual de la pequeña Rosa, Mercedes y Daniel, los hijos de Martín y María Ángeles, preguntaron a su padre. «¿A la mamá le pasa algo?». Tras el interrogatorio de Martín, los pequeños confesaron: «Nos ha metido los dedos en la garganta para sacarnos sangre».

Mejor en la cárcel
El esposo de la detenida asegura, días más tarde de los sucesos, que no sabe si prefiere que su esposa salga en libertad. «Quiero a mi mujer, pero nunca la volvería a dejar a solas con mis hijos», asegura Martín, que añade: «Por otro lado, nadie en Almansa admitiría la presencia de mi mujer, ni de las otras mujeres».

Esta población, cuya principal riqueza se basa en la industria del calzado, tiene una nómina de curanderos, aficionados al espiritismo y ponedoras de manos que se puede cifrar en cerca de 200 personas. Almansa acoge, según las estadísticas, una proporción realmente significativa de seguidores del ocultismo. Según ha podido comprobar este periódico, algunas consultas de conocidas curanderas de la población tienen más clientes que el ambulatorio de la localidad.

Conchica, de 58 años, es una de las curanderas de más prestigio de Almansa. En su domicilio, en la calle de los Bancos, una anciana, dos amas de casa y un joven, que lleva el brazo en cabestrillo, esperaban ser recibidos el pasado jueves. Seis sillas de enea componían el único mobiliario.

Algunas mujeres acudían a la vivienda y solicitaban la vez, para seguir con su tareas domésticas sin perder el turno. Conchica asegura que lo sucedido con la pequeña Rosa «es cosa del diablo». Esta mujer, que ejerce el curanderismo desde hace más de 20 años, asegura, sin despreciar la ciencia médica, que con sus poderes, ha logrado la curación de pequeñas dolencias.

Pero hay más. Una auténtica legión de personas se dedican, de forma altruista, en Almansa, a poner la mano. Bebés con fiebre, niños con dolores, adolescentes con tendinitis o adultos con dolencias menores acuden a las casas de estas personas y esperan que se produzca algún efecto curativo tras el contacto físico.

Un episodio de incultura
Francisco Moreno, presidente de la Asociación Divulgativa de Ámbito Cultural (ADIDAC), antigua Asociación Parapsicológica de Almansa, afirma que el mal no tiene ninguna legitimidad y subraya que lo ocurrido en la calle de Valencia es un episodio de incultura y violencia.

Estos testimonios y el hecho de que Almansa albergue varias sectas religiosas, no le quitan el sueño al alcalde de la población, el socialista Antonio Callado, que asegura que la ciudad, no tiene excesivas carencias.

Callado, descontento con que la localidad que preside sea noticiable por un crimen, asegura: «Los sucesos que hemos vivido deben constituir un aviso de que determinadas prácticas de curandería y espiritismo pueden acabar trágicamente».

Dos niños se salvaron de morir en el rito satánico de Almansa
Javier del Castillo – Tribuna

1 de octubre de 1990

Dos hermanos, Daniel y Mercedes, de 6 y 5 años de edad, respectivamente, se salvaron de la tragedia ocurrida en Almansa que costó la vida a otra niña de 11 años, víctima de un cruel rito exorcista. Ahora viven en la casa de su abuela, ajenos a lo ocurrido, convencidos de que su madre, María Angeles Rodríguez, que también intentó sacarles a ellos el demonio del cuerpo, está enferma.

Los vecinos del pueblo albaceteño siguen sin explicarse el horrible crimen y piden que se haga justicia con la presunta asesina y sus dos amigas.

«Menos mal que fui a buscarlos, menos mal…», repite angustiado Martín Toledo, un marmolista de 28 años que sigue sin explicarse la participación de su mujer en el sangriento exorcismo que conmocionó Almansa (Albacete) en la mañana del martes 18 de septiembre.

Sus dos hijos estaban encerrados en el lugar del crimen dos días antes. Él los sacó de la casa el domingo 16, mientras en los alrededores retumbaban los cánticos y salmos de su mujer, María Angeles Rodríguez, de una hermana de ésta llamada Mercedes y de la propietaria de la vivienda y amiga de la familia, la curandera Rosa Gonzálvez Fito, madre de la niña asesinada.

Aunque no le dejaron pasar a la finca número 4 de la calle Valencia, Martín tenía el presentimiento de que algo grave estaba sucediendo.

El estado de los pequeños y sus relatos no le dejaron dormir en días sucesivos. «Su propia madre -explica Martín- les había metido los dedos en la boca para sacarles el diablo o yo qué sé. No los noté muy asustados, pero me extrañó que no me dejaran pasar dentro de la vivienda cuando fui a buscarlos».

Al día siguiente empezaba el curso escolar y Daniel y Mercedes tenían que preparar la cartera. La madre siguió en la casa de la Rosa sin preocuparse de esas tareas. Es más, el lunes Martín volvió a buscarla y el padre de la pequeña Rosa Rodríguez Gonzálvez ni siquiera le franqueó la puerta. «Me dijo que me marchara, que allí yo no tenía nada que hacer. Él podía haber evitado la tragedia, pero le tenían como de recadero».

Martín Toledo no comprende lo ocurrido. Cuando cumplía el Servicio Militar en Valladolid, conoció a María Angeles, con la que se casó al año siguiente. Al tener asegurado su trabajo en Almansa, el matrimonio decidió establecerse en el pueblo, donde él trabaja de marmolista y ella se ocupaba de las tareas de la casa.

«A mi mujer la inició Rosa Gonzálvez Fito en la cosa de la curandería hace cuatro meses. Yo le decía: “No me gusta Rosa, no me gusta Rosa”. Llevo casado con ella siete años y en los últimos cuatro días me temía que algo estaban preparando».

A pesar de no estar de acuerdo con las frecuentes visitas a casa de la curandera, pensó que María Angeles se limitaba a aprender prácticas de curanderismo. «Se ve que tenían todo preparado y que tenía que llegar el día del sacrificio. Porque no se puede llamar de otra forma lo que han hecho: ha sido un sacrificio brutal.»

Ahora se explica Martín la obsesión de su cuñada Mercedes -otra de las implicadas en el asesinato- por trasladar su residencia a Almansa. «Mi mujer y Mercedes hablaban con frecuencia por teléfono y el jueves por la tarde se presentó en casa. Ella tiene 26 años y a mí me tenia por su cuñado favorito. El domingo previo al suceso me dijo que quería tomarse conmigo unas cervezas y me sorprendió con que yo y María Angeles estábamos enfrentados y que estaríamos mejor separados».

Cuando piensa lo que les podía haber pasado a sus hijos, Martín se emociona, le tiembla la voz y se pregunta a sí mismo: «¿Cómo voy a poder perdonarla?» Sin embargo, quiere ayudarla, ingresarla en un psiquiátrico y que el juez le diga cuanto antes lo que realmente pasó entre esas cuatro paredes ahora ensangrentadas de la casa de Rosa Gonzálvez Fito.

«Después de la detención -recuerda- vi a mi mujer en los juzgados. Yo estaba sentado en los bancos del pasillo y ella dentro. No hacía más que mirarme y decirme: “Martín, por favor, perdóname”. Estaba muy emocionada para lo que es ella. Siempre nos hemos llevado bien, por mucho que Rosa, la curandera, le metiera en la cabeza que chocábamos».

Sin embargo, la reflexión que hace inmediatamente es clara y rotunda: «Para que les hubiera pasado algo a mis hijos, mejor que le haya pasado a ella. Por supuesto. Ahora ya sólo tengo dos hijos y un puesto de trabajo».

Fanatismo
Al igual que este hombre, muchos almanseños creen que las tres mujeres que sacaron las vísceras de la pequeña Rosa por la vagina no eran conscientes de lo que estaban haciendo. Nadie sabe explicarlo, pero todos coinciden en que habían perdido la cabeza, estaban poseídas o habían tomado algún brebaje.

No se explica de otra forma la declaración de la presunta asesina y madre de la niña ante el juez, al que aseguró con absoluta serenidad: «Sólo hice lo que me mandaron».

Un vecino de Almansa, que prefiere ocultar su nombre, está convencido de que si Martín Toledo no rescata a sus hijos les habrían hecho lo mismo que a la pequeña Rosa. «La madre -comenta- les metió los dedos en la boca para que echaran sangre y devolvieran. Para hacerles un exorcismo se ve que tienen que tener el estómago vacío».

En este punto no hay coincidencia y otras vecinas de la calle Valencia dicen que a los dos hermanos les hicieron devolver porque «tenían palomas en el estómago».

Mientras la policía y el juez José Rafael Cuesta siguen practicando diligencias, Martín Toledo insiste en que fue la propia madre la que mató a la chiquilla. «Mi mujer no lo hizo, ni me explico cómo pudo asistir al sacrificio, salvo que estuviera bajo algún efecto extraño».

Para el marido de María Angeles, buena parte de la culpa de lo ocurrido la tiene Jesús Rodríguez [Fernández], padre de la víctima, por no avisar con antelación a la policía o pedir auxilio a los vecinos. «Se podía haber evitado esta tragedia», comenta el joven marmolista.

Otra persona que a punto estuvo de morir en la espeluznante madrugada del martes día 18 es Ana María Gonzálvez, tía de la víctima y hermana de la presunta asesina. «Su cuñado vino a buscarla a casa a las cuatro de la mañana -explica José Ibáñez, marido de Ana María- y yo le dije que la acompañaba. Ella me recordó que prefería ir ella sola y que me quedara en la cama, porque poco después tendría que irme al trabajo».

Lo que vivió Ana María Gonzálvez en casa de su hermana lo explicó a los psiquiatras que la atendieron en el Hospital General de Albacete. Los doctores Manuel Flores Peña y Carmelo Sierra López recogen la versión de Ana en un breve informe.

«Desde que llegó a la casa hasta el amanecer estuvo con su cuñado ante la puerta cerrada de la habitación, intentando calmar a su hermana mientras escuchaba los gritos de la niña diciendo que la estaban matando, aunque por momentos, permanecía en silencio o pedía el auxilio de su abuela».

«Cuando finalmente le permitieron entrar a ella sola -añade el informe-, observó que su hermana tenía en brazos a la niña y que había sangre y tripas por el suelo, pero no pudo observar más detalles porque enseguida su hermana la envolvió en su delirio acusándola de estar embrujada y de ser la causante del desfallecimiento de la criatura. Por ello, la cogieron y comenzaron a golpearla, tratando de arrancarle los ojos para con ello reanimar a la niña, que evidentemente había fallecido. Esta agresión duró unos quince minutos y fue rescatada por la fuerza pública».

Martín Toledo tiene su propia versión de lo ocurrido, aunque no fue testigo. «Se le echaron a ella como fieras y casi la matan. Mientras cantaban salmos y cosas raras, mi mujer la sujetaba en el suelo y Rosa le metía los dedos en los ojos, pues quería sacárselos para recuperar a la pequeña. Según parece, la madre decía que la niña estaba predestinada y tenía que morir. Esta mujer no sabe lo que ha hecho, pero ya tendrá tiempo de recapacitar en la cárcel. ¿Cómo se habrá atrevido a sacarle las tripas a la niña por la vagina…?»

Según el último parte médico, firmado por el doctor Daniel Romero Rodrigo, la paciente Ana María Gonzálvez -a la que no se puede visitar por orden facultativa, como reza en la habitación 615 del Hospital General de Albacete- sufre hematomas y erosiones parpebrales, hematoma retroorbitario y coroideo en el ojo derecho y persiste la diplopia (visión doble)».

Según el citado doctor, deberá permanecer otra semana más hospitalizada, «aunque dependerá de la evolución de las lesiones retinianas».

Tensión
El marido de la paciente, José Ibáñez, tiene miedo a hablar con los periodistas, porque le han dicho que el juez es capaz de meterlos a todos en la cárcel. Finalmente, accede, aunque sin entrar en pequeños detalles.

«Mi mujer llegó a la casa de su hermana y se encontró con todo el “cacao”. Yo trabajo para el Ayuntamiento y me avisaron por la mañana de que mi mujer estaba en el hospital y mi sobrina muerta. Tenemos una hija que tiene cinco meses menos que Rosa; las dos niñas se llevaban como hermanas y siempre estaban juntas… Esto es una calamidad. Llevamos una semana de aquí te espero y mi mujer está la pobre magullada. Que no os pase a nadie, que a mi familia ya le ha pasado», termina diciendo entre sollozos José.

El juez instructor del caso, José Rafael Cuesta, al que le queda un año para jubilarse y volver a su Gijón natal, ha declarado a Tribuna que las tres mujeres detenidas «seguían sometidas a una tensión emocional muy grande, incluso horas después de conocer la muerte de la pequeña Rosa. No es normal que a una madre -añade el juez- se le diga que ha matado a su hija y se quede impasible. Sólo se aplica en una situación en la que ella está todavía creyendo que ha hecho el bien».

A pesar de algunas primeras informaciones, en la habitación no se encontraron objetos religiosos ni armas blancas. «En otra dependencia -dice el juez- sí había una serie de imágenes y de estampas, pero en la habitación del crimen sólo quedaban vísceras, manchas de sangre y todo desordenado. Registramos la casa y sólo encontramos una horca de segar. Los cuchillos estaban en la cocina y la niña no presentaba ninguna incisión. Todo lo hicieron con las manos».

El informe del médico forense también explica que no hay en el cuerpo de la víctima signos de violencia. «La niña -afirma el juez José Rafael Cuesta- tenía hasta una sonrisa beatifica, sin ningún rictus de dolor en la cara. Antes o después de su muerte llegó a estar calmada.»

La pequeña Rosa no pudo comenzar el nuevo curso y el miércoles sus compañeros del Colegio Virgen de Belén fueron al entierro.

A pesar de numerosos intentos, el padre de la niña se negó a hablar con Tribuna. Vive en casa de los hermanos y no ha vuelto a pisar la calle desde el día del entierro. Aunque de una forma inconexa, un tío de la familia trata de explicarse lo ocurrido. «Estamos deshechitos. Somos una familia muy unida, que nunca ha dado que hablar en el pueblo. Nos ha pasado y no sabemos por qué lo hicieron. Si lo mismo la madre como la hija eran dos criaturas estupendas y dos bellísimas personas… Ha tenido que ser algo fuera de lo normal», tartamudea Terio, que ha dejado por unos días de atender la frutería que tiene en el mercado.

Exorcismos
Manuel de Diego -jesuita, párroco del pueblo albaceteño de Madrigueras y misionero durante diez años en África- cree que la Iglesia no debe inhibirse en un suceso relacionado con ritos satánicos.

«Dentro de la tradición de la Iglesia -dice este sacerdote- hay creencia en estos fenómenos. Existen espíritus del mal, que se llaman demonios y que Dios permite que se apoderen de personas, en las que originan fenómenos raros. Las manifestaciones pueden ser de psicópatas o similares. Hay formas de combatirlos y de ahí surgen los exorcismos».

«Yo pienso -dice el párroco de Madrigueras- que aquí no había posesión diabólica, sino una perversión mental de estas personas, que han estado manipuladas o llevadas por algún tipo de fanatismo. Supongo que la niña sería una niña normal. El demonio estaba en la locura de su madre o de las amigas».

La muerte de la niña para desembarazarla del demonio la considera «una perversión mental inexplicable». No obstante, cree que la Iglesia debería estar dispuesta a colaborar con el juez, en caso de que las detenidas aludan a influencias diabólicas.

Tomando como base las declaraciones realizadas en su presencia, el juez de Almansa encuentra un «sentido religioso intenso» en las presuntas asesinas de la niña. «Ellas creyeron que todo lo que estaba ocurriendo era debido a fuerzas extrañas. Incluso la hermana de la madre insiste en que sólo se le ocurría rezar para que no le pasara nada a la pequeña, mientras oía voces y cánticos. No se podía imaginar que le querían hacer mal a la niña».

«Cada uno tiene sus creencias -puntualiza el magistrado-, pero en el juzgado tenemos que ser completamente aconfesionales. Si nos dejásemos llevar por una confesión religiosa, nuestros actos no serían muchas veces ajustados a derecho».

El juez instructor del caso no descarta la posible reconstrucción de los hechos en el mismo lugar donde ocurrieron. «Comprendo que es muy fuerte, pero se hará si lo consideramos necesario».

Hoy se celebra en la Audiencia Provincial el juicio por el crimen de la niña de Almansa
Luis Bonete Piqueras – La Tribuna

22 de enero de 1992

Se espera que al menos una decena de testigos presten declaración durante la vista oral, entre ellos el padre y la tía de la pequeña asesinada, que en el momento del suceso se encontraban a escasos metros, junto a la puerta cerrada de la habitación de la niña.

La Audiencia Provincial de Albacete será el escenario donde hoy, día 22 de enero, a partir de las 10 de la mañana, tendrá lugar la primera jornada de la vista oral sobre el denominado «crimen de Almansa»; periodistas de numerosos medios de ámbito local, regional e incluso nacional cubrirán el desarrollo del juicio. una vista oral, que si en principio, y según criterios exclusivamente técnicos podría llevarse a cabo en una sola jornada, puede ver ampliada su duración más de lo previsto por la cantidad de testigos citados a declarar.

Los informes médico-legales, sobre la salud mental de las procesadas, jugarán un papel primordial a la hora de dictar la correspondiente sentencia.

Según fuentes consultadas por La Tribuna, un buen número de personas serán citadas a prestar declaración hoy en la Audiencia Provincial como consecuencia del inicio de la vista oral del «crimen de Almansa».

Quizás, entre las personas a las que Rafael Cuesta Daviú, juez-instructor del sumario citó en su día a declarar, toma especial protagonismo el testimonio que Jesús Fernández Pina y Ana María Gonzálvez Fito. padre y tía respectivamente de Rosi Fernández Gonzálvez, asesinada brutalmente en la madrugada del día 18 de septiembre de 1.990 prestarán hoy en la Audiencia Provincial.

Habrá que recordar, que tanto Jesús como Ana María fueron en principio procesados, respectivamente, por un presunto delito de comisión por omisión. al menos por dolo eventual, y como presuntos autores de un delito del art. 338 del Código Penal.

Posteriormente, y en auto dictado por la Audiencia Provincial, de fecha diez de mayo de 1.991, ésta sobreseía ambos procesamientos. por lo que tanto Jesús como Ana María pasaban de acusados a testigos.

La Audiencia Provincial de Albacete, al declarar el sobreseimiento de la causa contra Jesús Fernández Pina y Ana María Gonzálvez Fito, dejó asimismo sin efecto las medidas cautelares adoptadas, quedando ambos en libertad por esa causa y dejando sin efecto, por parte del Juzgado Instructor, el embargo trabado sobre los bienes de los mismos, embargo, efectuado con el objeto de cubrir las responsabilidades civiles que les eran exigidas en el auto de procesamiento.

La importancia del sobreseimiento
Es curioso observar, que en la decisión adoptada por el Ministerio Fiscal para solicitar el sobreseimiento de estas dos personas, se tuvo en cuenta el nº 3 del art. 637 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que dice textualmente: «Procederá el sobreseimiento libre, cuando aparezcan exentos de responsabilidad criminal los procesados como autores, cómplices o encubridores», por lo cual otro tanto podría haber sucedido con las otras tres personas que quedaban procesadas vistos los informes psiquiátricos, que desde el punto de vista de la imputabilidad las declara enajenadas.

De haber sucedido esto, nos podríamos haber encontrado con que la vista oral que hoy se inicia, no se hubiera celebrado. No obstante, el Ministerio Fiscal no aplicó estos preceptos de la Ley de Enjuiciamiento Criminal en cuanto a Rosa Gonzálvez y María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla, y obrando en consecuencia, solicitó la apertura del juicio oral, formulando sus conclusiones en sentido acusatorio, y siempre reservándose la posibilidad de modificarlas en el sentido procedente después de practicadas las pruebas correspondientes.

Daños irreparables en el cuerpo de la niña
Según las consideraciones médico legales que expresa el informe forense tras ser efectuada la autopsia a la niña (lógicamente integrado en el sumario) y al que ha tenido acceso La Tribuna, las lesiones que presuntamente le causaron a la niña su madre y sus dos amigas, «le provocaron un estado de profundo quebrantamiento»; asimismo asegura el informe forense que, «como el estado de shock no fue inmediato, la niña se pudo defender».

El informe forense (no exento de crudeza), dice textualmente:

«Se trata del cadáver de una niña, que en vida aparente se encontraba sana, que sufrió el ataque traumático con las manos por vía perineal (posiblemente en decúbito lateral izquierdo), originando heridas anfractuosas y desgarros de estructuras anatómicas que le provocan roturas de órganos y vasos, lo que le motivó inicialmente, una insuficiencia brusca de la circulación periférica a la que se une el dolor provocado por el desgarro de terminaciones nerviosas. Todo ello provocó un estado de profundo quebrantamiento con declinación súbita e intensa de todas sus funciones vitales: sensibilidad, motilidad, psiquismo, respiración, circulación y termogénesis que le condujo a la muerte. Como el shock no fue inmediato, la niña se pudo defender».

Conclusiones
Termina el informe forense haciendo sus conclusiones, «que de lo anteriormente expuesto se deduce:

– Se trata de una muerte violenta.

– La causa inmediata de la muerte es por shock hipovolémico.

– La etiología médico-legal tiene carácter homicida.

– La data de la muerte fue sobre las 4 y las 6 de la mañana».

Expectación informativa
Según ha podido saber La Tribuna, el juicio que hoy se inicia contra las tres presuntas causantes de la muerte de Rosi Fernández Gonzálvez, es esperado con gran expectación. Prácticamente la totalidad de las cadenas televisivas, además de los representantes de los medíos de comunicación hablados y escritos se darán cita hoy en la Audiencia con el objeto de poder informar a sus respectivos medios de lo que pueda dar de sí lo que ya se viene denominado como el proceso del año.

Se han habilitado varios bancos más en la sala donde se celebrará el juicio, pese a lo cual es previsible que muchas personas interesadas en seguir el juicio no podrán tener acceso al mismo por falta de espacio.

Todos pidieron la libre absolución de las autoras del crimen de Almansa
Luis Bonete Piqueras – La Tribuna

23 de enero de 1992

Fiscal y Defensa coincidieron en pedir la absolución de las procesadas, por considerarlas inimputables dada su salud mental.

Con un despliegue impresionante de medios de comunicación, se celebró ayer en la Audiencia Provincial de Albacete la vista oral sobre el «crimen de Almansa», quedando dicho juicio visto para sentencia.

Los informes psiquiátricos van a ser determinantes para la suerte de las procesadas: el Ministerio Fiscal y la defensa solicitaron la inimputabilidad de los hechos a las acusadas, y por tanto la libre absolución de las procesadas: Rosa Gonzálvez, trastorno esquizofreniforme; María Angeles Rodríguez, alteración psicogenoreactiva; y Mercedes Rodríguez, trastorno mental transitorio.

La expectación con la que se esperaba la celebración de la vista oral del «crimen de Almansa», quedó reducida a cenizas al convertirse el desarrollo de la vista en un análisis exclusivo de la imputabilidad criminal de las procesadas en base a los informes psiquiátricos.

Poco o nada quedó ayer esclarecido en la sala de la Audiencia Provincial, en donde el Magistrado-Presidente, condujo con una rapidez no exenta de profesionalidad una vista que se nos antojaba de más larga duración debido a lo escabroso del tema.

Decimos que la vista arrojó poca luz sobre el asesinato de Rosa Fernández Gonzálvez, no porque la Vista se desarrollase con rapidez (esto quedaría como una mera anécdota del juicio), sino porque durante las casi seis horas que duró la vista, tanto por parte del Ministerio Público, como por parte de la defensa (el primero para tratar de justificar públicamente que las procesadas eran autoras de los hechos pero inimputables, y los segundos, agarrándose al clavo ardiente que suponía para ellos los resultados favorables de los informes psiquiátricos), se dedicaron, durante las seis horas, a dejar bien claro ante la opinión pública y la de la presidencia, que las procesadas eran exclusivamente unas «enfermas».

Los medios de información llenaron la sala
Tal y como se esperaba los medios de comunicación coparon prácticamente la insuficiente sala en la que se celebró la vista.

Ocho televisiones (Canal-9, Europa Press, Efe-Televisión, Antena-3, TVE, Tele-5, TVE-GM y Edimedia), cubrieron para sus respectivas cadenas el desarrollo de la sesión. Si a las cadenas de televisión, le sumamos los más de treinta representantes, tanto de medios escritos como hablados, queda patente la gran expectación que la vista había levantado.

Con buen criterio, Eugenio Cárdenas, presidente del Tribunal, había dado las órdenes oportunas de facilitar el acceso a los medios una hora antes de comenzar la vista. Destacar que, tanto en los momentos previos al juicio, como durante su desarrollo, no sucedió ningún incidente que perturbara el normal desarrollo de la sesión.

También hay qué señalar, que unida a la presencia de los medios de comunicación, la gran cantidad de estudiantes de Derecho que asistieron a la vista (tanto de la Facultad de la Universidad castellano-manchega como de la UNED), impidieron de alguna forma el que pudiera acceder la gran cantidad de público que se concentró a las puertas de la sala y que tuvieron que seguir las incidencias desde fuera.

Tribunal y desarrollo de la vista
La vista, que se inició bajo la presidencia de Eugenio Cárdenas Calvo y la presencia de los magistrados Francisco Pinoso Serrano y Ramón López Torres, además del Ministerio Fiscal, representado por Andrés López Mora y los abogados defensores: Tomás Gil, Domínguez Plata y Florentina Adiego, comenzó con la lectura del auto de procesamiento por parte de José Ignacio Fernández Luna, Secretario del Tribunal.

Después de la lectura, las respectivas partes hicieron públicas sus conclusiones provisionales, para pasar a continuación a prestar declaración las procesadas.

Rosa Gonzálvez, la madre de la niña, anunció que no deseaba prestar declaración; sí lo hicieron, y por este orden, María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla.

Se pasó a continuación a las pruebas periciales y testificales de los expertos médico-legales, para continuar con las declaraciones de los testigos citados por las partes: Jesús Fernández (padre de la niña); Ana María Gonzálvez (hermana de Rosa); Julia Llanos (la señora para la que trabajaba en Valladolid María Mercedes) y Martín Toledo (esposo de María Angeles Rodríguez).

Llegados a este punto, tras elevar todas las partes a definitivas sus conclusiones, se suspendió la vista hasta la tarde. Una vez reanudada, las partes realizaron su alegato final, quedando el juicio visto para sentencia a las 18,20 horas de la tarde.

Lectura pública de la sentencia
Una vez concluida la vista oral, sólo resta ahora que se dicte la sentencia para conocer si efectivamente se consideran inimputables las procesadas o por el contrario la Sala estima su responsabilidad criminal aplicándoles la pena correspondiente.

El presidente de la Audiencia Provincial, Eugenio Cárdenas, anunció que previsiblemente en el plazo de ocho a diez días se dará ésta a conocer, mediante su pública lectura en la sede del Tribunal.

El silencio de la madre
Tras finalizar por parte del secretario la lectura del auto de procesamiento de las inculpadas, comenzaron los interrogatorios. Con especial interés se esperaban las declaraciones de Rosa Gonzálvez, madre de la niña.

Al iniciarse el turno de interrogatorios, y tras ser informada por parte del presidente del derecho que le asistía a no declarar, sorpresivamente, Rosa Gonzálvez anunció con voz tenue que efectivamente no deseaba hacerlo.

La explicación del silencio de Rosa fue dada posteriormente por su defensor, Domínguez Plata, quien alegó que «Rosa no ha declarado debido a que en estos momentos no tiene conciencia ni recuerda los hechos». Añadió que «lo más importante no es que no haya declarado, sino recuperarla lo antes posible para la sociedad».

*****

Las declaraciones de las dos amigas de la madre, tan diferentes como la disposición de ambas
María Mercedes negó que hubiera sujetado a la niña, y aseguró que se dio cuenta que que estaba muerta cuando entró la policía.

El testimonio de María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla fue tan diferente como el día de la noche. El «no recuerdo, no recuerdo» de María Angeles, contrastó con la exactitud y crudeza con que, su hermana, María Mercedes, describió alguno de los momentos que se vivieron.

Las declaraciones de las dos hermanas, María Angeles y María Mercedes fueron tan diferentes como la disposición mostrada por ambas procesadas durante el transcurso de la vista. Mientras María Angeles vestía un luto riguroso, portaba gafas oscuras, el cabello encima de los ojos y mantenía una postura de gran abatimiento, a la vez que declaraba «no recuerdo, no recuerdo…», su hermana, María Mercedes, vestía con alegría (blusa color lila y pañuelo rojo al cuello), prestó gran atención a todo el desarrollo de la vista (asentía o negaba con la cabeza cuando se hablaba de ella), mascaba chicle y prestó declaración con un gran aplomo y dando detalles concretos de diversas situaciones; incluso en uno de los recesos de la vista, María Mercedes departió con los medios de comunicación.

«… en lo que pueda, si»
Tras la negativa de Rosa a declarar. el presidente del Tribunal invitó a manifestarse a María Angeles. Después de la negativa a declarar de la madre de la niña (que causó gran sorpresa), María Angeles asentía y aseguró a la pregunta que le realizó el Presidente de si estaba dispuesta a declarar que «en lo que pueda, sí».

María Angeles comenzó su declaración reconociendo que vivía en Almansa, que tenía dos niños y que conocía a Rosa desde hace tres o cuatro años. Asimismo manifestó que «Rosa pone la mano, más que nada para aliviar a la gente…». Afirmó con rotundidad que Rosa no cobraba por ello, que aceptaba obsequios, y que éstos consistían en pequeños detalles, «cualquier detalle», dijo.

Referente a diversos momentos que ella describe en las declaraciones efectuadas en el sumario, manifestó que no recordaba que Rosa estuviese poseída por los ángeles malos. El fiscal le leyó en su integridad su anterior declaración, reconoció fácilmente su firma, pero aseguró que no recordaba nada de lo declarado; no recuerda a qué se dedicaba Enrique «el de Villena»; no sabe quién es «Serguei»: no sabe a qué iban a Villena; no recuerda absolutamente nada de la excursión realizada a las Lagunas de Ruidera; no recuerda lo sucedido el domingo día 16, ni lo acontecido el lunes 17, no recuerda nada de nada.

«… ¡mamá acaba ya, mamá ya!»
La declaración de María Mercedes estuvo marcada por la exactitud y la firmeza con que respondió, tanto a las preguntas del fiscal como a las de su abogada defensora. Aseguró que ella no creía ni en espíritus ni en reencarnaciones, «ni en nada de eso».

Dio su versión completa de cómo y de qué manera se sucedieron los hechos durante el día 17 y 18 de septiembre, haciendo especial hincapié en que ella no sujetó a la niña, «solamente la cogía la mano y le hablaba del cole y cosas así» -dijo-. Justificó sus viajes a Almansa, debido a que quería solucionar en compañía de su hermana los graves problemas económicos que habían dejado sus padres tras su muerte.

Lo más sobrecogedor de la declaración de María Mercedes es cuando indicó que, «me di cuenta de que la niña estaba muerta cuando entró la policía, salí de la habitación sin ver una sola gota de sangre…, estaba como hipnotizada».

«Querían tirarme por la ventana», declaró Ana María
Antes de la declaración de Jesús (padre de la niña), Domínguez Plata (defensor de Rosa) solicitó la suspensión de la prueba testifical de Jesús y Ana María con el fin de evitar daños morales a Rosa.

Tras unos minutos de receso se reanudó la vista y los interrogatorios.

Jesús reconoció que acompañaba a su mujer a Villena a casa de Enrique, pero que no sabía lo que allí sucedía porque nunca entró, que creía que Enrique «ponía la mano».

Reconoció asimismo que no entró a la habitación mientras sucedían los hechos y que lo hizo cuando le abrieron la puerta. Que no sabía si María Angeles y Rosa querían vivir juntas después de haber afirmado Mercedes que había oído de boca de su hermana que «Rosa es Jesucristo y yo la Virgen … y nos vamos a casar».

Terminó afirmando que no sabía por qué no pudo reaccionar, que solamente quería defender a su cuñada.

Por su parte, Ana María, en una breve intervención reconoció que no intentaron entrar en «la habitación».

«…Me daban empujones las tres -dijo-, querían tirarme por la ventana, no sé porqué no entré, solamente rezábamos…»

Para terminar la prueba testifical, se tomó declaración a Julia Llanos Martínez (dueña de la casa donde trabajaba Mercedes en Valladolid) y Martín Toledo (esposo de María Angeles Rodríguez Espinilla).

La primera afirmó que venían a Almansa de vacaciones, y que debido a una gastritis crónica que padecía. María Angeles le aseguró que Rosa se lo podía aliviar: y que ésa fue la primera y única vez que le pusieron la mano, y que sintió alivio pero cree que fue debido a la sugestión. Dijo que notaba triste y seria a Mercedes, que apenas le dirigía la palabra. y que lloraba mucho por las noches.

Por su parte, Martín Toledo, destacó que se llevaba muy bien con su esposa diciendo textualmente: «La encuentro ahora igual que el día que me casé».

*****

Los informes psiquiátricos, protagonistas en los alegatos finales de las partes
Andrés López Mora, representante del Ministerio Fiscal y los abogados defensores de las procesadas, Domínguez Plata y Florentina Adiego, aparte de las lógicas distancias que separan el ejercicio de la acusación de la defensa, coincidieron a la hora de reconocer que las procesadas eran inimputables, criminalmente hablando, de los delitos que se les acusaban. Ello no impidió, que Andrés López Mora, hiciera un extenso alegato culpando de los hechos acaecidos en Almansa, a un segmento de la sociedad a la que tachó de «ignorante». Además, acusó a María Mercedes de haber intentado hacer creer al tribunal que permaneció inactiva durante los hechos.

Tras realizar las partes las calificaciones definitivas al filo del mediodía, el Presidente del Tribunal suspendió la vista, reanudándose ésta a las 16,30 de la tarde. Tanto el Ministerio Fiscal como los abogados defensores, realizaron un extenso y amplio alegato en el que explicaron y razonaron sus conclusiones definitivas.

Un crimen fruto de la ignoracia y la subcultura
El Ministerio Fiscal, comenzó su alocución culpando del delito por el que tres procesadas se sentaban en el banquillo a «la subcultura y a un segmento de la sociedad ignorante». Añadió López Mora que, «practicaron la concentración para iluminarse y conseguir que las prácticas realizadas en la madrugada del día 18 de septiembre se encarnase el mal en Rosa, posteriormente en María Angeles, bloqueándose sus mentes y anulándose sus voluntades».

Acusó firmemente a María Mercedes de haber intentado hacer creer al Tribunal de que había permanecido inactiva durante el desarrollo de los hechos. «Fue ella -dijo- quien atrancó la puerta para que nadie pudiese entrar en la habitación».

«María Mercedes -recalcó- sujetó fuertemente los brazos a la niña, le hablaba del colegio, mientras Rosa la manipulaba y María Angeles la cogía por las piernas». Con estas afirmaciones, y con las lesiones que María Mercedes presentaba en el momento en que fue reconocida por el médico forense, el Ministerio Fiscal intentó demostrar su participación directa en la muerte de la niña.

Afirmó que las secuelas producidas por el trastorno mental transitorio sufrido no habían desaparecido, por lo que pidió al Tribunal que éste se asegurase de que se iba a cumplir el debido tratamiento ambulatorio. «Tengo -dijo- la ilusionada esperanza de que el tratamiento médico la conduzca a la cordura».

Participación en el horroroso crimen
Referente a las actuaciones de Rosa y María Angeles, el fiscal explicó claramente la participación de ambas en el horroroso crimen. «No obstante -dijo- es la obligación del Ministerio Fiscal, además de demostrar todas las agravantes, apreciar, si las hay, igualmente todos las eximentes».

Reconoció que los informes psiquiátricos emitidos por los especialistas sobre estas dos procesadas «eran contundentes» y no podían conducir a error alguno, «por lo tanto estas personas son inimputables de los delitos de los que hoy se les acusan».

Citó el Fiscal abundante jurisprudencia e hizo especial mención en que las secuelas que hoy todavía padecen, debido a los graves trastornos psíquicos que sufrieron durante los días 16, 17 y 18, y para proteger a la sociedad de estas personas, «solicito al Tribunal que sean internadas por un periodo no especificado de tiempo en un establecimiento destinado a enfermos de este tipo, del que no podrán salir sin la debida autorización».

Dejar de ser un peligro
Terminó Andrés López Mora, afirmando, que como representante del Ministerio Público, era su deseo que estas personas no recayeran en su enfermedad y que con un debido tratamiento médico, y tras asegurarse con rotundidad que estas personas habían dejado de ser un peligro para la sociedad, pudieran reintegrarse en ella.

Unanimidad de los defensores
Los abogados defensores de las tres procesadas, coincidieron básicamente en la exposición de los motivos que les llevaban a solicitar al Tribunal la libre absolución de sus patrocinados.

Domínguez Plata, defensor de la madre de la niña manifestó que «Rosa no es ningún monstruo, Rosa quería muchísimo a su hija. Simplemente es una enferma en la que concurre el derecho a ser libremente absuelta de los delitos de los que se le acusan». Finalmente pidió para su patrocinada el internamiento en un establecimiento para enfermos de su clase.

Tomás Gil, defensor de María Angeles Rodríguez, se limitó a explicar que los trastornos psíquicos sufridos por su cliente la llevaron a perder la consciencia de sus actos, a la vez que señaló que «nunca tuvo intención de hacer daño a la niña». Pidió asimismo, su internamiento.

Florentina Adiego, se mostró disconforme con las afirmaciones del fiscal para con su patrocinada e intentó demostrar su no participación directa en la muerte de la niña. Solicitó la libre absolución y el debido tratamiento ambulatorio para su cliente.

La niña del exorcismo de Almansa murió gritando; «¡Mamá, mamá, acaba ya!»
Pablo Muñoz – ABC.es

23 de enero de 1992

El juicio quedó visto para sentencia en una sola jornada.

Hace dieciséis meses Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años, perdía la vida en Almansa en un ritual exorcista en el que estuvieron presentes tres mujeres: su madre, Rosas [Rosa] Gonzálvez, y las hermanas María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla. Ayer, durante el juicio celebrado en la Audiencia de Albacete, volvía a revivirse el suceso, a través del espeluznante relato de la última, que reveló extremos aun no conocidos.

Antes, la madre de la pequeña había renunciado a prestar declaración, mientras que Mría [María] Angeles apenas si contestó algunas de las preguntas, alegando que no recordaba nada de lo ocurrido. No así su hermana.

Por ello, María Mercedes, que pasaba unos días con su familia en dicha localidad, explicó que el sábado 15 de septiembre de 1990 salieron a cenar las tres mujeres. A la salida del restaurante Rosa dijo sentirse mareada, por lo que decidieron ir a casa de María Angeles.

Al llegar, según esta testigo, «la madre de la niña comenzó a hablar como San Jerónimo. Pensé que era cosa de su trabajo… de eso de “poner las manos”. Pasado algún tiempo, María Angeles se puso también enferma, y las dos se acostaron. Sobre las seis de la mañana, se marcharon juntas».

Según parece, el domingo 16, María Angeles no regresó a su domicilio en toda la jornada. Esta circunstancia provocó el enfado de su marido, Martín Toledo quien, supuestamente, llegó a decir que la iba a echar de casa.

«Yo me preocupé mucho, y por eso fui a casa de Rosa a buscarla -recuerda María Mercedes-. Era la noche del domingo y hasta las siete de la mañana mi hermana no regresó. Una hora y media después, llamó Rosa y se volvió a marchar. Antes me pidió que llevara a los niños al colegio. Cuando se fue, me di cuenta que no me había dado las llaves de la casa, pero me dijo que fuera a buscarlas a casa de la otra. Al llegar, me la encontré muy excitada, mojada, y con una estampa de la Virgen en la mano. Me ordenó que entrara y rezara, y comenzaron a destrozar muebles. Allí había siete personas, entre ellas la niña. Yo la agarraba y rezaba con ella. En un determinado momento, Rosa golpeó brutalmente a su madre. Ella solo decía: “¡Dejadme, yo no tengo el mal!”»

Eran las cuatro de la tarde del lunes. Rosa manifestó que se encontraba cansada y se subió al dormitorio. La acompañó María Angeles. Mercedes regresó a la vivienda de su hermana pero… volvió por la noche. Quería llevársela de allí.

En el camino un mal presagio: alguien le dijo que era el diablo. Una vez en la vivienda trató de entrar en la habitación donde estaban las dos mujeres, pero éstas se negaron diciéndole que era Lucifer.

Desnudas y abrazadas
A pesar de todo, abrió la puerta de una patada, y se las encontró desnudas, abrazadas, y diciendo: «somos Jesucristo y la Virgen y nos vamos a casar». Entonces, Mercedes se puso al lado de su hermana y fue atacada por las dos.

«Después -aseguró ayer la testigo-, Rosa me dijo que no era yo el diablo, sino mi hermana. Ya con la niña, nos fuimos al dormitorio de ésta y atrancamos la puerta. La tumbaron en su cama. Hubo una hora y media de silencio y “Rosi” se durmió. Después, comenzaron a romper estampitas, a clavar agujas en un muñeco y a orinar en el suelo, al tiempo que no paraban de cantar»…

«María Angeles -continúa la testigo- dijo entonces que tenía un aborto, y sangraba, pero Rosa dijo que ella no tenía al diablo, que era su hija la que estaba embarazada de Satanás… La despertaron, la sujetaron u le abrieron las piernas. Yo no podía mirar, pero tampoco reaccioné porque estaba como hipnotizada. Cuando la manipularon, al principio Rosa y luego mi hermana, la niña sólo dio dos gritos. Decía: «¡mamá acaba ya, mama acaba ya!» Me ordenaron que me acercara a ella y yo le susurré al oído. Cuando le hablaba noté que se quedaba blanca. Sólo me di cuenta de que había muerto cuando llegó la Policía. Ni siquiera recuerdo ver sangre…»

Mercedes no se explica por qué no reaccionó, pero alega que en los primeros momentos había siete personas en la casa y nadie lo hizo. «Yo no pensé de que le iba a hacer mal».

Por la tarde, las partes elevaron a definitivas sus conclusiones. El fiscal pide la libre absolución de las procesadas. al considerar que estos actos no les son imputables, ya que padecía transtornos psíquicos graves, tal como pusieron de manifiesto los psiquiatras. No obstante, solicita que sean internadas en un centro psiquiátrico, si bien María Mercedes Rodríguez, podría ser puesta en libertad y pasar revisiones periódicas en ambulatorios. Precisamente, la defensa de ésta considera que no participó directamente en los hechos y que no reaccionó porque padecía trastorno mental.

El fiscal pide tratamiento psiquiatrico para las tres acusadas de matar una niña
Julio M. Lázaro/Juan Manuel López – El País

23 de enero de 1992

La casa de Rosa Gonzálvez se convirtió en una cámara de los horrores entre el 15 y el 18 de septiembre de 1990. Mercedes Rodríguez Espinilla vertió ayer ante el tribunal un espeluznante testimonio del asesinato en Almansa (Albacete) de Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años, sacrificada por su madre con la ayuda de la propia Mercedes y de su hermana María Ángeles Rodríguez Espinilla. El fiscal pidió ayer en el juicio el internamiento en un psiquiátrico de la madre de la pequeña, Rosa Gonzálvez Fito, y de María Angeles, y el control médico de Mercedes.

El ritual de exorcismo comenzó tras la cena del 15 de septiembre entre las tres procesadas. Rosa Gonzálvez, la curandera de Almansa, especializada en «poner las manos», comenzó a sentirse enferma y se la llevaron a casa: «Allí Rosa comenzó a hablar como san Jerónimo y luego le cambió la voz y habló como nuestra madre fallecida», declaró Mercedes.

El lunes, Mercedes llevó al colegio a los hijos de su hermana, Daniel y Merceditas, y a la niña de Rosa, de 11 años. Al regresar a casa de la curandera le abrió la puerta su hermana María Ángeles: «Estaba toda mojada y tenía en las manos un cuadro de la Virgen. Me dijo que pasara». En la casa estaban, además, el padre de la niña, su madre y su abuela.

«Rosa bajó desnuda la escalera y nos dijo que nos quitáramos las prendas negras». Por indicación de la curandera caminaron sobre las baldosas negras del pavimento «para ahuyentar a los espíritus malignos» y entre rezos destrozaron el mobiliario. Al volver los niños del colegio, «les estuvieron metiendo los dedos en la boca hasta que les hicieron sangre». Mercedes se llevó a sus dos sobrinos pero no a la niña Rosa Fernández.

«La espada del mal»
Posteriormente, Mercedes regresó a casa de su vecina Rosa Gonzálvez, donde vio a ésta y a su hermana desnudas en una cama: «Decían que eran Jesucristo y la Virgen y que se iban a casar». Luego, acompañó a las dos mujeres al cuarto de la niña.

«Decían que la espada del mal estaba en la niña. Atrancaron la puerta y estuvieron una hora rompiendo cosas». Al ruido acudieron el padre y una tía de la niña. Rosa la curandera les ordenó que orasen y cantasen tras la puerta.

«Después María Ángeles dijo que le había venido un aborto del diablo y empezó a sangrar por la vagina», siguió la testigo. Lo que era una posible menstruación fue interpretado por la curandera de forma diferente: «Como María Ángeles había abortado, Rosa dijo que su hija estaba embarazada del diablo. Sujetaron a la niña entre las dos y su madre le metió la mano entre las piernas para sacar los engendros del diablo». Mercedes se limitó, según dijo, a «tranquilizar a la niña».

La niña Rosa Fernández murió por un shock hipovolémico por pérdida de sangre causada por la ampliación traumática y manual de la cavidad intestinal, que empezó a romper por el recto, no por la vagina, con la extracción de vísceras, quedando dentro sólo el hígado, el bazo y el estómago, según los forenses.

Cuando el padre de la pequeña pudo entrar y vio la macabra escena avisó a la policía. La tía de la niña fue agredida por Rosa y María Ángeles, que intentaron sacarle los ojos para «devolverle la vida» a la pequeña.

Durante el juicio, que ayer quedó visto para sentencia, se interrogó a Rosa Gonzálvez que dijo no recordar nada. María Ángeles Rodríguez indicó que su memoria se perdía a partir de la noche del 15. Las pruebas periciales continuaron con la presentación del informe psiquiátrico de las tres acusadas, que confirma que actuaron en un estado psicótico agudo con enajenación mental, por lo que los hechos no les pueden ser imputables. Los psiquiatras recomiendan el internamiento de Rosa González Fito y de María Ángeles Rodríguez Espinilla.

Absueltas las tres acusadas de matar a una niña en una sesión de exorcismo
Juan Manuel López – El País

5 de febrero de 1992

Las tres acusadas de matar a un niña en Almansa (Albacete) ha sido absueltas de los delitos de parricidio, asesinato y lesiones por los que fueron procesadas. La sentencia, que se dio a conocer en la Audiencia Provincial de Albacete, decretó la absolución de Rosa Gonzálvez Fito y de María Ángeles Rodríguez Espinilla por los delitos mencionados, al concurrir la circunstancia de eximente completa de enajenación mental, si bien quedará internadas en un centro psiquiátrico del cual no podrán salir sin previa autorización del tribunal.

De igual manera fue absuelta María Mercedes Rodríguez Espinilla del delito de asesinato al no probarse su participación en la ejecución de los hechos, y del delito de lesiones, por la eximente de trastorno mental transitorio, según la misma sentencia.

Por otra parte, las tres encausadas fueron condenadas a indemnizar con 45.000 pesetas a partes iguales a Ana María Gonzálvez Fito por las lesiones que le fueron causadas, y con 372.750 pesetas, al hospital General de Albacete por los gastos de curación de la lesionada. Rosa Gonzálvez y María Ángeles Rodríguez fueron declaradas solventes, mientras que Mercedes, hermana de la anterior, fue declarada insolvente.

Probable recurso del fiscal
El fiscal, Andrés López Mora, manifestó que es probable que recurra la sentencia durante los próximos días, en lo que se refiere a la absolución de Mercedes Rodríguez, sobre la que exprese su esperanza de que, una vez en libertad, «no vuelva a recaer y se pueda ver involucrada en hechos similares».

Tras conocer la noticia de su puesta en libertad, Mercedes manifestó a este periódico su intención de comenzar desde cero en Valladolid, donde vive una hermana, y olvidarse de todo lo ocurrido en Almansa, alejándose lo más posible de lo que calificó como «una larga pesadilla». Dijo que tenía esperanzas después del juicio y que procurará olvidar cuanto antes los hechos.

Las tres procesadas en el crimen de Almansa, absueltas de los delitos de parricidio y asesinato
Luis Bonete Piqueras – La Tribuna

5 de febrero de 1992

La sentencia, dada a conocer ayer, estima que no son imputables dado su estado mental en el momento de los hechos. Dos serán internadas en un centro psiquiátrico del que no podrán salir sin autorización judicial, y la tercera queda en libertad.

La Audiencia Provincial de Albacete hizo pública ayer la sentencia sobre el denominado «crimen de Almansa». En dicha sentencia se absuelve a las procesadas Rosa Gonzálvez Fito, del delito de parricidio y lesiones; a María de los Angeles Rodríguez Espinilla, del delito de asesinato y lesiones, al entender el Tribunal que en ambas procesadas concurre la eximente completa de la responsabilidad criminal de enajenación mental. En cuanto a la tercera procesada, María Mercedes Rodríguez Espinilla, es absuelta del delito de asesinato al no haber quedado probada su participación directa en los hechos; asimismo es absuelta del delito de lesiones por la eximente de trastorno mental transitorio.

El fallo del Tribunal, que fue dado a conocer públicamente ayer ante los medios de comunicación, recoge que tanto Rosa Gonzálvez (la madre de la niña), como María de los Angeles Rodríguez, serán internadas en un establecimiento destinado a enfermos de esa clase, del cual no podrán salir sin previa autorización del Tribunal.

En cuanto a la tercera procesada, María de las Mercedes Rodríguez Espinilla, el Tribunal decretó su inmediata puesta en libertad. Hecho éste, que se consumó inmediatamente después de leída la sentencia. A Mercedes le fue leída en las dependencias de la Audiencia; siendo acompañada por la policía a la prisión provincial, para instantes después salir de ésta con destino desconocido.

Por otra parte podemos destacar que el Tribunal condena a Rosa Gonzálvez Fito, María de los Angeles Rodríguez Espinilla y María Mercedes Rodríguez Espinilla a que indemnicen por terceras partes y solidariamente a Ana María Gonzálvez Fito (tía de la niña muerta) en 45.000 ptas., por las lesiones que le fueron causadas, y al Hospital General de Albacete, en 372.750 ptas, por los gastos de curación de la lesionada.

Se declaran de oficio las costas procesales, así como se reconoce la solvencia de las procesadas Rosa Gonzálvez y María Angeles Rodríguez, y la insolvencia de María Mercedes Rodríguez, aprobando los autos del Juzgado instructor en pieza separada.

La sentencia está firmada por Eugenio Cárdenas Calvo, presidente; y los magistrados Francisco Espinosa Serrano y Ramón López Torres.

«Tú no eres Rosi, eres Martín»
Los hechos probados reflejados en la sentencia, relatan con extrema crudeza los acontecimientos que se sucedieron en el domicilio de la c/ Valencia 4, en la madrugada del 17 al 18 de septiembre de 1.990.

«… en la madrugada del día 18, martes, el esposo de Rosa (Jesús) entró en el dormitorio, siendo agredido por María Angeles y Rosa, obligándole a que limpiara los orines que ellas habían hecho al tiempo que le decían que llevaba dentro el espíritu de Martín; ordenándole que se fuera y que subiera a Rosi (la niña fallecida), y él que se acostara en la cama, cosa que así hizo tras dejar a la niña con las tres procesadas; una vez la niña en la habitación la acostaron en la cama junto a María Mercedes»; «… como Mercedes se encontraba mal, la tumbaron en el suelo y les dijo, si quitáis el mal hacedlo», por lo que fue agarrada por los pelos por Rosa diciéndole «que el mal estaba en ella», «que era Martín», siendo golpeada en sus partes genitales por Rosa y María Angeles y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar; una vez conseguido esto dijeron que el mal ya había salido; ante ello se dirigieron a la niña, Rosi, dándole bofetadas, mandando le cambiara los ojos al tiempo que le decían que «ella no era Rosi sino Martín».

«He sacado uno; hay un nido»
Llegado un momento, y tras hacerle sangrar Rosa a María Angeles (tenía el periodo), Rosa dijo que «el mal estaba en la niña, que estaba embarazada del demonio», por lo que mientras María Angeles sujetaba a la niña por lo brazos, Rosa, su madre, empezó a meterle la mano entre sus piernas ante la lógica reacción de la víctima que se defendió a patadas, comenzando a arrancarle, por vía perineal, la vagina, ovarios e intestinos, mientras decía, «he sacado uno», «he sacado otro», y como llegó un momento en que estaba cansada, cambió la posición con María Angeles, que continuó sacando los intestinos de la menor diciendo, «aquí hay como un nido».

«En un determinado momento que no ha podido precisarse, Rosa indicó a la atónita, asombrada y paralizada Mercedes, que tomara de la mano a la niña y juntara su cara a la de ella notando, Mercedes, que la niña se estaba quedando pálida, circunstancia que advirtió a las otras dos procesadas, ante lo que Rosa contestó que «Rosi no iba a morir» ordenando a María Angeles que «continuara sacándole todo el mal que tenía dentro», cosa que así hizo.

«Mientras esto ocurría, Jesús y Ana María continuaban detrás de la puerta del dormitorio, rezando, siguiendo las indicaciones que les dirigía Rosa, sufriendo un estado de estupor e ideación paranoide, que no les permitía ni prever la situación de peligro en que la niña se encontraba. ni recabar ayuda ajena, persistiendo en dicha situación hasta las nueve de la mañana, en que pudieron entrar al dormitorio».

«Una vez dentro del dormitorio, María Angeles y Rosa, agredieron a Ana María, con la colaboración de Mercedes, al tiempo que le decían que «ella tenía la clave de todo, que la clave para que la niña volviera a vivir estaba en sus ojos»; ante tal circunstancia, Jesús salió corriendo de la habitación, hacia casa de una vecina desde donde llamó a la policía, que inmediatamente se presentó».

Ideaciones paranoides
Rosa Gonzálvez inició bruscamente a mediados de septiembre, un cuadro clínico caracterizado por: alteraciones seuroperceptivas (alucinaciones auditivas de contenidos amenazadores); ideación delirante e inquietud psicomotriz.

Del 17 al 20 estos síntomas pasaron a una fase aguda conviertiéndose en un trastorno esquizofreniforme.

María Angeles Rodríguez, debido a la estrecha relación afectiva con Rosa, al observar su perturbación mental, sufrió una alteración emocional que desembocó en una «psicosis reactiva breve» que alcanzó su grado máximo en la noche de autos.

María Mercedes, por la sintomatología de Rosa y María Angeles, desembocó en un «estupor psicógenoreactivo» que alcanza su grado máximo cuando se producen las manipulaciones en el cuerpo de la niña.

Las espantosas prácticas satánicas
Margarita Landi

Ahora que tanto proliferan las sangrientas ceremonias demoníacas alguien debiera reeditar Las siete columnas, genial novela de Wenceslao Fernández Flórez, tan injustamente olvidado, porque en ella todo gira en torno al diablo, en clave de humor, sí, pero con una lógica aplastante. En su comienzo da cuenta de la experiencia vivida por un anacoreta, Acracio Pérez, humilde aprendiz de santo, que un día se vio sorprendido por Satanás y, recordando el comportamiento de varios santos en semejante trance, sintió el impulso de enfrentarse al Enemigo y se armó cogiendo un nudoso cayado.

Satanás (patas de cabra, rabo con punta de flecha, orejas enhiestas y negra barba recortada en ángulo agudo) se hallaba sentado en una peña, a un metro del suelo, miró al ermitaño y con voz dulce le dijo: «Acracio, nada debes temer de mí.» Y la respuesta de éste fue: «No te temo.» «Pues suelta el garrote» -pidió el Maligno, provocando el enojo de su oponente, que barbotó: «¡Aléjate, tentador!» Pero tras estas enérgicas palabras tuvo que permanecer callado, porque su indeseable visitante habló y habló y habló…

-«Acracio, no vengo a tentarte. Lo aseguro. Suelta el garrote… ¿Crees que he vuelto a mostrarme en la vieja forma para sostener en la soledad de esta sierra una lucha a palos y puñadas con una criatura mortal? Óyeme y suelta el palo, te lo ruego; estoy tan amargado y tedioso… Ante ti se encuentra el más infeliz de todos los seres…»

Después de este preámbulo, el pobre diablo se refirió a su expulsión de la Gloria por su soberbia, henchido de soberbia, para ejercer de Príncipe de las Tinieblas; a sus triunfos: «Tú sabes bien, Acracio, que fui el amo del mundo durante eras y eras … » Y tras enumerar todas las «proezas» realizadas cuando los humanos creían en el Creador y reconocían la existencia del Maligno, que también tuvo sus mártires, que ardieron en las hogueras de la Inquisición, retorciéndose y blasfemando: «Fue mi epopeya. Los más grandes poetas se ocupaban de mí y en todas las almas estaba grabado mi nombre terrible» -Y Satanás, tras exhalar un profundo suspiro, siguió hablando tristemente:

-«¿Qué ocurre ahora? ¿Quién soy yo? ¿Qué conciencia turbo? Yo que siempre fui el Rival, ahora soy… (me avergüenza reconocerlo), soy apenas una interjección. Si los hombres no tuviesen necesidad de intercalar ecfonemas en sus frases, ¿me nombrarían alguna vez? Se me evoca al advertir un olvido, al recibir un pisotón, al protestar amablemente contra una broma. Soy como un sonido sin importancia, como un gruñido. Se dice “¡diablo!” como se dice “!córcholis!” o “¡caramba!”. Nadie me ama y nadie me teme, nadie cree en mí. Si fueses a contar en la ciudad que me has visto y hablado, se apresurarían a encerrarte en un manicomio.»

Ante la amargura de Satanás, inmensa y sincera, el anacoreta se atrevió a decir suavemente: «Tu lugar está en el infierno.» Y el Angel malo extendió sus brazos en lento ademán y dijo:

-«El infierno es esto; es la costra terrena sobre la que pululan los hombres; mi castigo consiste en no poder abandonarlos y en presenciar sus estupideces y sus mezquindades. Hablo y no me oyen, me muestro y no me ven… En la redondez del orbe no hay criatura más estimable que tú. Al principio desconfié; te vigilé durante diez años… No debes ofenderte, es que recordaba un reciente caso…»

El «reciente caso» era, ni más ni menos, esto: el Angel Caído había estado observando en un lugar apartado de los Apeninos a un hombre de vida impecable, vestido con tosca túnica, que castigaba su cuerpo y comía tan sólo frutas y raíces… Creyó que se trataba de un anacoreta y se presentó ante él, que le miró atentamente y murmuró: All right¡, poniéndose en seguida a dibujar su silueta en un libro de apuntes… Era un naturalista inglés que practicaba sus teorías en aquel solitario lugar. Tras referir este fallo, el diablo «resolló ruidosamente» y habló de nuevo:

-«¿Qué mundo es éste? Lo desconozco. He entrado en el cuerpo de varias criaturas por procedimientos puramente clásicos… Poseídos por mí se retorcieron convulsivamente y vomitaron espuma entre los dientes apretados… No lo hicieron mejor los endemoniados de pasadas épocas, pero fue inútil. La medicina declaró que sólo se trataba de unos epilépticos.»

Sí; así comienza esa gran obra de Wenceslao Fernández Flórez, Las siete columnas, novela que él, entrañable amigo, me mostró traducida al idioma japonés y cuyo «Capítulo previo» yo me he permitido resumir aquí, porque creo que puede ser un buen principio para mi exposición de varias prácticas satánicas que han impresionado a toda España. Porque, ¿cómo se sentirá ahora Satanás? Satisfecho, ¿no?

La niña mártir de Almansa
A tanto horror cabe añadir lo ocurrido el 18 de septiembre de 1990 en Almansa (Albacete): la niña de once años, Rosa María Fernández Gonzálvez, falleció tras ser sometida a un rito exorcista que duró cuarenta y ocho horas, en el que intervinieron su propia madre, Rosa Gonzálvez Fito, de treinta y seis años, y dos vecinas, María Mercedes y Angeles Rodríguez Espinilla, «porque estaba embarazada del diablo».

Almansa es una localidad de más de veinte mil habitantes que se encuentra a 77 kilómetros de Albacete y cuenta con veinte curanderas que, para librar de sus males a los enfermos, «ponen las manos». Una de estas «especialistas» es Rosa Gonzálvez Fito, de quien dicen sus «pacientes» que sus manos gruesas y fuertes «desprenden mucho calor y es experta en casos de cáncer y dolores musculares». Al parecer, desde hacía cuatro meses contaban con la ayuda de su vecina María de los Angeles, una vallisoletana casada con un marmolista almanseño, Martín Toledo, y cuya hermana, Mercedes Rodríguez, había llegado de Valladolid para colaborar en el bárbaro exorcismo.

Según las apariencias, el domingo día 16 María de los Angeles abandonó su domicilio llevándose a sus hijos; más tarde, su marido decidió ir a buscarla a la casa de Rosa y tras una discusión con ella, consiguió llevarse consigo a los niños, de cinco y seis años de edad, uno de los cuales le dijo a un vecino que tenía que ir a casa de su tía para que «me sacasen un pato del pecho». Martín Toledo, sospechando que algo extraño ocurría allí, regresó a la casa y esa vez logró llevarse a su mujer.

Pero al día siguiente, aprovechando la ausencia de su marido, que se había ido a trabajar, Angeles volvió al domicilio de Rosa y encontró en ella a la hermana de ésta y a la suya, Mercedes Rodríguez. Después de que fuera descubierto el asesinato, Martín comentó que la última vez que vio a su mujer ella le dijo: «No me toques, que me quitas energía», y en seguida exclamó: «Gracias a Dios que pude salvar a mi hijo y a mi hija.» Pero a ella no la pudo sacar de allí.

Las «fuerzas demoníacas»
Al parecer, la noche anterior a aquel domingo, Rosa Gonzálvez la Calandria no pudo dormir; se encerró en su alcoba, sin permitir a su marido que entrara, y él comentaría después que la oyó decir «muchas incoherencias y, a ratos, bailar y cantar».

Alarmado por las muestras que daba de sufrir evidentes trastornos mentales, a la mañana siguiente fue a pedir ayuda a su suegra, su cuñada y su hija, siendo todos ellos, con las dos amigas de Rosa, Mercedes y María de los Angeles, quienes pasaron todo el día tratando de calmarla, rezando constantemente, porque Rosa decía que estaba poseída por fuerzas malignas.

Tan enfurecida estaba, tan agitada, que de pronto se enfrentó a su cuñado, José Ibáñez, el esposo de su hermana Ana Gonzálvez, para acusarle de que él «era la causa de que los demonios la controlaran». Sin embargo, al atardecer se calmó un poco y consiguió calmar también a su hermana y acompañantes, que se retiraron a su domicilio.

Y ya en la madrugada del lunes, Jesús fue de nuevo en busca de Ana María para decirle que Rosa y sus dos amigas se habían encerrado en una alcoba con su hija y a él le golpearon hasta echarle fuera. Cuando los dos regresaron a la casa se vieron obligados a permanecer ante la puerta cerrada de la habitación, oyendo los desgarradores gritos de la niña, diciendo que la estaban matando y gritando también ellos para que Rosa y sus dos ayudantes dejaran de martirizar a la pobre criatura.

¿Qué estaba pasando allí dentro? Algo espantoso: aquellas tres mujeres enajenadas mezclaban sus cánticos a Cristo Jesús con sus invocaciones al diablo para que saliera del cuerpo de su víctima, porque en principio, al parecer, estaban seguras de que la niña estaba embarazada tras haber sido poseída por Satanás. Se supone que las hermanas Mercedes y María de los Angeles se ocupaban de sujetar a la pequeña Rosa María, mientras la madre de ésta se esforzaba en sacarle por la vagina los intestinos con las manos.

En aquella habitación de dos camas, en la que mezclaban estampas religiosas con símbolos demoníacos, cruces y velas, cánticos y alaridos enfurecidos, la sangre de aquel cuerpo inocente se estampaba en las paredes, encharcaba el suelo y salpicaba las manos, brazos y ropas de las tres «sacerdotisas del Mal», que en cierto momento rompieron algo de cristal y se hirieron los pies al pisarlo.

Cuando Ana María pudo entrar, vio a su sobrina muerta en una de las camas e inmediatamente fue atacada por su hermana Rosa, que la acusaba de estar embrujada y de ser la causa directa del «desmayo» de la niña. Acto seguido, las tres arpías se lanzaron contra ella, golpeándola y tratando de sacarle los ojos e, incluso, las entrañas «para meterlas en el cuerpo de la niña y así volverla a la vida … » ¡Vamos, que fue una jornada de trabajo completa! Una jornada de cuarenta y ocho horas.

Al oír los gritos de Ana María, Jesús Fernández el Pajero reaccionó, fue consciente de que lo que le estaban haciendo a su hija era mucho más que una paliza y salió de la casa para ir a pedir a una vecina que le dejara usar su teléfono para avisar a la Guardia Civil, lo que, al parecer, ya había hecho ella sin obtener respuesta; ella se había alarmado al oír los cánticos religiosos, las blasfemias y las invocaciones a Satanás, en las que se intercalaban los chillidos terribles de la niña. Como tampoco fue atendida la segunda llamada, decidieron recurrir a la Policía Municipal, consiguiendo que varios agentes acudieran un par de horas después, con dos voluntarios de la Cruz Roja.

Para lograr penetrar en la alcoba en que se había llevado a cabo el brutal sacrificio tuvieron que derribar la puerta. Uno de los sanitarios comentaría después:

«En la habitación había dos camas y en una de ellas estaba la niña desnuda, con la vagina abierta e inundada de sangre. La madre se hallaba en el suelo, llorando, y al fondo vimos a tres mujeres semidesnudas y muy manchadas de sangre, como las paredes, en las que había trozos de vísceras; en una mesa encontramos el útero y los intestinos… Uno de los policías municipales tuvo que salir a vomitar.»

El padre de la infortunada Rosi lloraba en la habitación de al lado, derrumbado ya por la tremenda tragedia que le había tocado vivir durante tantas horas.

El voluntario de la Cruz Roja también comentó que bajo el cuerpo de la niña habían puesto algo de ropa que se empapó de sangre, por lo que, cuando fue tendida en la camilla, «era como un trapo seco, se había ido en sangre, la habían vaciado por dentro y ni siquiera manchó las sábanas de la ambulancia» en la que fue trasladada al ambulatorio de Almansa, donde tan sólo pudieron certificar su defunción, que, según se sabría después, había tardado media hora en producirse.

Desde el centro sanitario, el cadáver fue conducido en la misma ambulancia al cementerio, donde le sería practicada la autopsia, tras la que el forense informó que la causa de la muerte había sido un shock hipovolémico.

Cuando llegó la Guardia Civil procedió a detener a la madre de la criatura inmolada y a sus dos vecinas y amigas vallisoletanas. Sorprendió la tranquilidad de Rosa Gonzálvez, que fue capaz de decir: «Lo hice y lo volvería a hacer»; y además: «Sólo hice lo que me mandaron», refiriéndose a «las fuerzas malignas» por las que «estaba poseída». Rosa y sus amigas se negaron, en principio, a declarar ante el juez.

En cuanto a la tía de la niña, Ana Gonzálvez, que tuvo que ser internada en el hospital, dio la impresión de tener trastornadas sus facultades mentales; al ser examinada por los doctores, interesados por las importantes lesiones que presentaba en los ojos y numerosos hematomas en todo el cuerpo, dijo que «unas fuerzas negras le dieron una paliza», insistiendo en que «no la tocasen, porque Santa Lucía la curaría».

Ana María Gonzálvez Fito, al día siguiente de su ingreso en el Hospital General de Albacete, pudo ser entrevistada por un reportero (A. Cuevas) de La Verdad, a quien ya no le mencionó a Satanás, como lo había hecho sin cesar anteriormente, pero le aseguró: «Tengo una pena muy grande por no haber ayudado a mi sobrina, porque me confundieron la mente.» Y al ser preguntado sobre cómo le hicieron sus heridas, respondió:

-Mi cuñado y yo queríamos ayudar a mi hermana, que no era mí hermana, que se le había metido seguramente alguien dentro, porque tenía otra voz y nosotros pensamos que nos lo hacían creer, que era cosa de la mente lo que le hacían a mi sobrina y que no pasaba nada. Teníamos que rezar para que mi hermana se pusiera bien y a su hija no le hiciesen ningún mal. Cuando ya nos convencieron y mi hermana me dijo que era ella, pudimos entrar; entonces vi a mi sobrina allí muerta y me acusaron de que yo se lo había hecho, que era una bruja. Echaron a mi cuñado de allí dentro y a mí quisieron ahogarme y sacarme los ojos. Menos mal que entraron mi cuñado y la Policía y nos sacaron.

Al referirse a quien les cogía la mente, se explicó así: «Yo me creía que hacíamos bien para ayudarlas a ellas a razonar, a quitarles el mal a las tres que hablaban, que no eran como mi hermana y las otras. Y se ve que lo que hacían es que nos cogían a nosotros la mente y nos creíamos que estábamos haciendo bien y no pudimos salvarla…» En cuanto a lo que se comentaba sobre el embarazo de la niña, Ana María dijo:

-No es verdad; no era mujer y tenía once años. Yo no oí nada de aborto allí dentro. De lo que pasó en la habitación no sabíamos nada. Mi cuñado me llamó diciendo que habían entrado a la nena y que le estaban reventando las narices y pegando. Me dijo que a él le habían cogido del cuello y que le empezaron a dar golpes, por lo que salió a llamarme.

El periodista preguntó también si Rosa y sus amigas creían que la niña estaba endemoniada y Ana María contestó:

-Yo no sé por qué la torturaron hasta matarla. La niña no decía nada. Sólo la oíamos chillar y la llamábamos: «Rosi, Rosi, Rosi…» Y le decíamos: «Rosi, pídele al Señor que venga a la mamá y la calme, para que se ponga bien y ya no haga ningún mal, que la mamá quiere que te hagan mucho bien.» ¡Ay, madre, que le hagan mucho bien y le han hecho mal, que no era la voz de mi hermana…! Era una voz de mujer, pero más fuerte. Decía que yo era una bruja, que mirase lo que había hecho para matar a su hija y que era a mí a quien tenían que matar.

Lo que dijo el juez
Cuando Rosa Gonzálvez fue detenida, con la ropa, manos, brazos y rostro profusamente ensangrentados, dicen que mencionó al diablo, igual que sus dos semidesnudas amigas y ayudantes; las tres se negaron, al principio, a prestar declaración ante el titular del juzgado de Instrucción n.º 1, Rafael Cuesta Daviú, quien diría días después a los periodistas que Rosa había declarado que «el mal de un hombre había entrado en el cuerpo de su hija y había que sacarlo de allí con las manos», señalando después que «ese hombre bien pudiera ser un pariente, el marido de una de las inculpadas, el tío…».

Añadió el juez que «aquella noche, después de sacar el mal del cuerpo, las tres mujeres quisieron llenar las entrañas de la niña con los intestinos de su tía para así devolverle la vida. Por sus declaraciones, parece que las tres creían que estaban tratando una transmigración de almas». Seguidamente, el señor Cuesta se refirió al informe del médico forense, en el que se explica que la niña Rosa María no había tenido ni siquiera la primera menstruación y no había rastro alguno de embarazo.

Refiriéndose a la cuarta mujer, Ana María Gonzálvez Fito, el juez instructor comentó que pensaba tomarle declaración en cuanto saliese del hospital y regresara a Almansa, y que hasta ese momento la consideraba fuera de toda sospecha, porque ella había llegado a la casa cuando la niña ya había muerto. Consideraba asimismo que las declaraciones del padre y de la Policía sobre lo que vieron al entrar en la alcoba donde asesinaron a Rosa eran «suficientes».

Refiriéndose a Jesús Fernández, padre de la víctima, el comentario fue: «En lo que atañe a su presencia en la casa de dos pisos en que se cometió el asesinato, creo que, en principio, los gritos de la niña pudieron confundirse con los alaridos, los cantos y las blasfemias de las tres mujeres… A ver si usted sería capaz de distinguir tales ruidos si salen mezclados con un par de discos de ópera sonando al mismo tiempo… Los cantos de esas tres mujeres continuaban cuando entró en el lugar del crimen».

Por último, el juez declaró que había interrumpido los interrogatorios hasta conocer el informe sobre los estudios que iban a realizar los psiquiatras sobre las tres mujeres detenidas, así como el dictamen pericial acerca de los análisis de uñas y cabellos. «El informe médico -añadió- pondrá en claro las declaraciones inconexas de las tres mujeres tomadas el día de su detención.»

El comentario final fue: «De momento me parece admisible la versión en la que el padre toma conciencia de la muerte de su hija cuando escucha los gritos de su cuñada desde fuera de la habitación, en la que no pudo entrar hasta que llegó la Guardia Civil y la Cruz Roja, a las nueve y media de la mañana del martes. Media hora después, la Policía encontró al padre caído en el suelo, derrumbado psicológicamente».

Estas declaraciones las hizo el juez Cuesta Daviú el jueves 20 de septiembre, o sea, dos días después de la muerte de la niña. Pero el viernes día 27 ocurrió algo un tanto impresionante, de lo que dio noticia la Agencia Efe y fue publicada en la prensa al día siguiente:

«Andrés López Mora, fiscal jefe del Tribunal Superior de justicia de Castilla La Mancha, ha pedido el procesamiento de cinco personas al juez encargado del caso de la niña de Almansa, Rosa Fernández Gonzálvez, asesinada por prácticas abortivas en un acto de curanderismo. El fiscal también ha pedido el informe psiquiátrico de todos ellos.

»Los cinco autos de procesamiento son los de los padres de la niña, Rosa Gonzálvez y Jesús Fernández, por presunto delito de parricidio; el de las hermanas María Angeles y María Mercedes Rodríguez, por asesinato, y el de la tía de la fallecida, Ana Gonzálvez, por la omisión del deber de impedir que se cometiera el delito.»

El infanticidio exorcista de Almansa
ManuelCarballal.blogspot.com

18 de septiembre de 2012

Hoy, 18 de septiembre del 2012 se cumple el 22 aniversario del caso más terrible y dramático acontecido en la historia criminal del ocultismo español.

Hoy, 18 de septiembre Rosa Fernández Gonzálvez debería ser una mujer de 31 años, sonriente y feliz, pero solo es una página negra, la más negra, del fanatismo homicida por causas esotéricas…

Resulta difícil imaginar un crimen más brutal, inútil y absurdo que el de Rosa Fernández Gonzálvez. Esta inocente niña de 11 años fue asesinada de la forma más brutal y salvaje que podamos imaginar por su propia madre.

La prensa, como siempre, confundió el tocino con la velocidad exprimiendo titulares como «Crimen satánico en Almansa». Muy al contrario, el terrible asesinato de Rosa no se produjo en un ritual satánico, sino en nombre de Dios. Los hechos se produjeron con todo su dramatismo en la madrugada del martes 18 de septiembre de 1990, en el pueblo albaceteño de Almansa.

Almansa es un pueblo rico en curanderos y espiritistas. Docenas de consultorios espiritistas que profesan gran fervor a la imagen de Santa Lucía atiborran el pueblo.

En una conversación con el Excmo. Alcalde de Almansa recuerdo que me manifestaba su molestia ante la invasión esotérica, porque todo el mundo sabe que lo importante de Almansa es su industria del calzado. Rosa Gonzálvez Fito, nacida el 5 de enero de 1954, era una de las más prestigiosas sanadoras espiritistas de Almansa.

Iniciada en el espiritismo por Enrique «El de Villena», un ex-empleado de una fábrica de zapatos que dejó su trabajo para dedicarse a la curación, Rosa Gonzálvez, «Hermana de la luz», «miradora» o «sanadora», atendía diariamente a multitud de enfermos. Su especialidad, la imposición de manos.

Los ingresos de esta curandera eran tan sustanciosos que su marido, Jesús Fernández Pina, nacido el 24 de junio de 1947, pudo permitirse el abandonar su trabajo de zapatero para hacer de secretario de su mujer. La triste protagonista de esta historia fue Rosa Fernández Gonzálvez, única hija del matrimonio, nacida en Albacete el 22 de abril de 1979.

El periodista del diario «La Tribuna» de Almansa y buen amigo, Luis Bonete, realizó un meticuloso seguimiento del caso desde el primer momento. A él se deben las imágenes televisadas en todos los canales, así como las fotografías tomadas durante la detención de las implicadas en este absurdo infanticidio. A su profundísima investigación se deben muchos de los datos desconocidos por el gran público sobre este patético caso.

Los dramáticos sucesos que desencadenaron la tragedia del 18 de septiembre comenzaron en realidad tres días antes, el sábado 15 de septiembre, cuando Rosa Gonzálvez, María de los Angeles Rodríguez Espinilla y su hermana Mercedes salen juntas a cenar. Mercedes había llegado dos días antes a Almansa, procedente de Valladolid, con la intención de pasar unos días con su hermana.

Al día siguiente, a eso de las 15:30, Rosa Gonzálvez telefoneaba a María de los Angeles, que se traslada inmediatamente a casa de la curandera. Durante toda la tarde intenta exorcizar del cuerpo de María de los Angeles el espíritu de su marido, Martín, que supuestamente la poseía y «le estaba haciendo mucho daño». Además de hacerlo con ella, también intentaba exorcizar a los hijos de su amiga quienes, supuestamente, portaban el mal.

Para ello, les metía los dedos en la boca, produciéndoles grandes arcadas para que «echaran el pato que tenían dentro». Sobre las 23:00, Martín, esposo de María de los Angeles, se presentaba en casa de Rosa con la intención de llevarse a su familia. Consigue llevarse a sus hijos, pero no a su mujer. Al día siguiente, lunes 17, volvió a casa de la curandera para intentar llevarse a su esposa.

En la mañana del lunes se encuentran reunidos en el número 89 de la calle de La Rosa, en Almansa, Rosa Gonzálvez, su marido, María de los Angeles, su hermana Mercedes, Josefa y Ana María Gonzálvez, cuñada y hermana de la curandera a quien Jesús Fernández había llamado al encontrar a su esposa como loca.

Todo el grupo se traslada al dormitorio del matrimonio, donde se inician una serie de ritos extraños con objeto de expulsar a los espíritus. La violencia histérica de la curandera se entremezcla con advocaciones religiosas, rituales mágicos, imágenes de Santa Lucía, etc.

Tras una agotadora sesión, a media tarde María Angeles y Rosa parecen calmarse. María Angeles asegura que la curandera le ha salvado la vida, a lo que ésta responde: «Yo no soy Rosa, soy un extraterrestre de otro planeta…».

Tras la sesión, Josefa, Ana Gonzálvez y Mercedes Rodríguez abandonan la casa, encerrándose María de los Angeles y Rosa en el dormitorio del matrimonio. Pero casi a media noche, Mercedes vuelve a casa de la sanadora, y ahí se inicia la recta final de este drama.

El periodista Luis Bonete reconstruye exactamente todo lo que ocurrió en la casa del matrimonio Fernández/Gonzálvez aquella noche:

«En la madrugada del día 18, Jesús entra en el dormitorio y sorprende a su mujer totalmente desnuda, con las hermanas Rodríguez. Las tres estaban cubiertas de excrementos y bilis. Tiempo antes, se había desarrollado otro ataque de histeria exorcista en la habitación. A golpes, obligan a Jesús a que limpie la habitación y a que despierte a Rosi, hija del matrimonio, que ya estaba acostada en su habitación. El padre conduce a la pequeña a la habitación, donde es desnudada y metida en la cama. Pero poco tiempo podrá dormir la pequeña, ya que un rato después es despertada por su madre y obligada a tumbarse en el frío suelo. Lógicamente, la niña comienza a tiritar. En ese instante, dice Mercedes: “Si vais a quitar el mal, hacedlo ya, porque la niña no se encuentra bien”. Rosa, ebria de superstición, exclamó “¡Maldita sea! El mal está dentro de ti”».

La curandera y María de los Angeles atacaron a Mercedes dándole patadas en la vagina y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar. Al ver la sangre, la curandera interpretó que el mal ya había salido, dirigiéndose entonces hacia su hija, y comenzando a golpearla, asegurando que era ella ahora la poseída por el espíritu de Martín. Al escuchar los lloros de Rosi, su padre, que había sido expulsado de la habitación, entró nuevamente con la intención de rescatar a su hija… Ojalá lo hubiera hecho, porque aquella fue su última oportunidad de salvar la vida de la pequeña de la superstición homicida de las espiritistas.

Las tres mujeres atacaron con feroz violencia a Jesús, que nuevamente fue expulsado del dormitorio, saliendo además de la casa en busca de ayuda.

Ese momento es aprovechado por las tres mujeres, que se trasladan con Rosi al dormitorio de la pequeña. Tras atrancar la puerta con una de las camas y la cómoda del dormitorio, acuestan a la pequeña en la cama restante, reiniciando sus rezos, jaculatorias y exorcismos. A las 6:00, regresa Jesús con Ana María, hermana de la sanadora, pero no pueden entrar en el dormitorio, quedándose al lado de la puerta hasta las 9:00.

Dentro de la habitación, Rosa y las hermanas Rodríguez destrozan todos los muebles, se revuelcan por el suelo, gritan, caminan descalzas sobre clavos y cristales, se orinan… el espectáculo debió ser estremecedor para la niña, que, aterrada, vivía los últimos instantes de su corta existencia.

Mientras, en su locura exorcista, Rosa echaba colonia encima de María de los Angeles. Esta tuvo la fatal ocurrencia de decir que notaba que le venía el mal «por abajo»; que estaba entrándole un «aborto del Diablo». En ese momento, la curandera colocó una toalla en la vagina de Angeles y comenzó a golpearla en el vientre.

Al retirar la toalla llena de sangre, encontraron la prueba que necesitaban para confirmar sus sospechas sobre el «aborto del Diablo». Posteriormente, se averiguó que ésta tenía la menstruación ese día… Ante ese hecho, Rosa se vuelve hacia su hija y le dice: «Estas embarazada por el Diablo». Era el principio del fin de este drama.

Las tres enajenadas se precipitan sobre la niña y, mientras las dos hermanas la sujetan, Rosa le abre las piernas y le introduce sus manos en la vagina. Primero un dedo, luego dos; por fin, toda la mano de la curandera se introduce en la pequeña cavidad, rasgando la carne infantil a su paso. Rosi grita, patalea, se revuelve destrozada por el dolor, pero su madre no se detiene.

La vagina está desgarrada; ya son dos manos las que arrasan el interior de la niña. Minutos de dolor indescriptible. La curandera arranca los ovarios, los intestinos, la vagina… «Gloria al Espíritu Santo, gloria a Jesús, ¡Sal cabrón!» increpaba la sanadora mientras hurgaba con las uñas en las vísceras de su hija. En el nombre de Cristo, la curandera destrozaba, desgarraba, destruía, devastaba las entrañas de su hija con las manos. Durante unos minutos interminables, Rosi, con sólo 11 años, sufrió lo que ninguna narración puede describir.

Por fin, la masiva pérdida de sangre produjo un piadoso shock a la pequeña que le provocó la muerte, cesando así su inenarrable tormento. Aún después de muerta, y ya con mayor facilidad, Rosa continuó arrancando las vísceras de su hija por la vagina. Y cuando se sintió cansada cambió la posición con María de los Ángeles que continuó con su tarea mientras exclamaba a cada «demonio» extirpado: «Otro, otro, ¡Esto no se acaba nunca!»

A las 9:00h. de la mañana consiguieron entrar Jesús y su cuñada en la habitación. El espectáculo era dantesco. El padre salió disparado en busca de ayuda, y desde la casa de un vecino, llamó a la policía. Ana Gonzálvez se quedó en el dormitorio. Las tres mujeres se precipitaron contra ella. «Tú eres la clave; necesitamos tus ojos para que la niña reviva».

La curandera y sus ayudantes propinaron una brutal paliza a la mujer que estuvo a punto de perder los ojos en el ataque, el cual le produciría una contusión retiniana en ambos.

Cuando comenzaron a ser conscientes de la monstruosidad que habían hecho, Rosa y Angeles intentaron darse a la fuga, siendo detenidas por la policía: Rosa, en un bar cercano, y María de los Angeles, en un vehículo particular que asaltó en la huida. Mercedes fue detenida en el mismo lugar de la masacre.

Cuando en febrero de 1992 la Audiencia Provincial de Albacete dictó sentencia contra las acusadas, las tres mujeres fueron absueltas. Rosa y María de los Angeles fueron ingresadas en un psiquiátrico, liberadas de la acusación de asesinato por la eximente de transtorno mental transitorio.

Mercedes fue absuelta «por no haber participado activamente en los hechos».

Un absurdo que no merece la pena
A la hora de redactar estas lineas tengo ante mí, sobre la mesa del despacho, las fotos tomadas por Luis Bonete minutos antes de la detención de las asesinas de Rosi. Veo en estas imágenes la habitación revuelta, las estampas de la Virgen y de santos.

En una de las fotos, se ven los intestinos de la niña amontonados en un rincón de la habitación, el suelo manchado de sangre… el cadáver de Rosi, el rostro de la niña, con el ojo izquierdo entreabierto y la tez pálida como el papel, que murió de una forma tan brutal a causa de la ignorancia, la superstición y las creencias religiosas y esotéricas mal llevadas y peor entendidas. Y lo peor de todo es que soy consciente de que estos dramáticos casos no han cesado. ¿Quién será el próximo?

Poco después de que usted, lector, concluya la lectura de este artículo, en algún lugar del mundo algún ser humano encontrará la muerte de la forma más brutal a causa de la superstición esotérica, de una ignorancia hecha misterio. Y cuando los titulares nos recuerden casos precedentes, volveremos a pensar en Encarnación, en Rosa…, y yo me pregunto ¿de verdad vale la pena este absurdo?

A nosotros nos tocará encontrar la mejor forma de combatir esa brutal ignorancia esotérica que pudo llevar a una madre a arrancar las vísceras de su propia hija en el nombre de Cristo, los extraterrestres o los «Hermanos de la Luz»…

Rosa Gonzálvez: «La Exorcista de Almansa»
Última actualización: 11 de mayo de 2016

Rosa Gonzálvez Fito nació el 5 de enero de 1954 en Almansa (España). Era una de las más prestigiosas sanadoras espiritistas de ese pueblo. Su maestro fue Enrique «El de Villena», ex empleado de una fábrica de zapatos que dejó su trabajo para dedicarse a la curación. Rosa fue bautizada como «Hermana de la Luz», «Miradora» o «Sanadora».

Todos los días, mucha gente acudía a su consultorio para tratar sus enfermedades. Practicaba en ellos la imposición de manos y ganaba tanto dinero, que su esposo, Jesús Fernández Pina, abandonó su trabajo de zapatero para convertirse en el encargado de la agenda de su mujer.

Rosa Fernández Gonzálvez «Rosi», la hija única del matrimonio, nació en Albacete el 22 de abril de 1979. Era una niña alegre, que veía cómo su madre efectuaba supuestas curaciones, sesiones espiritistas y lectura del futuro. Pero eso no le molestaba, ni alteraba su infancia.

El sábado 15 de septiembre de 1990, Rosa Gonzálvez, su hermana Mercedes y su amiga María Ángeles Rodríguez Espinilla, salieron juntas a cenar. Mercedes había llegado dos días antes a Almansa, procedente de Valladolid, con la intención de pasar unos días con su hermana Rosa.

Durante la cena, Rosa dio muestras de agobio: decía sentirse enferma. Las dos mujeres que la acompañaban la miraron con preocupación: estaba demacrada, por momentos decía cosas incoherentes y además se notaba de mal humor. La consideraban una iluminada, una nueva profeta, y le demostraban su respeto a cada momento.

Al día siguiente, a las 15:30 horas, Rosa Gonzálvez telefoneó a su amiga María Ángeles, para que se trasladara de inmediato a su domicilio. Cuando llegó, le advirtió que estaba segura de que el espíritu de su esposo había tomado posesión de ella. María Ángeles se asustó mucho al creer que estaba poseída por «las malas intenciones» de su marido Martín.

Le pidió a Rosa que la ayudara. Ella accedió: el resto de la tarde, mediante diferentes ritos, intentó exorcizar del cuerpo de María Ángeles el espíritu de su marido, que a decir de Rosa, «le estaba haciendo mucho daño». Además de hacerlo con ella, también intentó exorcizar a los hijos de su amiga quienes, supuestamente, «portaban el Mal». Para ello, les metió los dedos en la boca, obligándolas a vomitar para que “echaran el pato que tenían dentro».

A las 23:00 horas, Martín, esposo de María Ángeles, se presentó en casa de Rosa con la intención de llevarse a su familia. Se llevó a sus hijos, pero no logró persuadir a su mujer para que lo acompañara. Al día siguiente regresó a casa de la curandera para intentar llevarse a su esposa.

La mañana del lunes, Mercedes regresó a casa de Rosa Gonzálvez, donde encontró a ésta y a su hermana desnudas en una cama: «Decían que eran Jesucristo y la Virgen y que se iban a casar», declararía tiempo después.

Ese día estaban allí Rosa Gonzálvez; su esposo Jesús; María Ángeles; su hermana Mercedes; y Josefa y Ana María Gonzálvez, cuñada y hermana de la curandera, a quien Jesús Fernández había llamado al encontrar a su esposa enloquecida, gritando incoherencias y asegurando que su hija, la pequeña Rosa, estaba poseída por el demonio.

Todo el grupo se trasladó al dormitorio del matrimonio, donde se iniciaron una serie de ritos extraños con objeto de expulsar a los espíritus. La violencia histérica de la curandera se entremezcló con rezos, rituales mágicos y el uso de imágenes de Santa Lucía.

Tras una sesión muy extensa, hacia las 18:00 horas María Ángeles y Rosa parecieron calmarse. María Ángeles aseguró que la curandera le había salvado la vida, a lo que ésta le respondió: «Yo no soy Rosa, soy un extraterrestre de otro planeta».

Tras la estrafalaria afirmación, Josefa, Ana Gonzálvez y Mercedes Rodríguez abandonaron la casa. María Ángeles y Rosa se encerraron en el dormitorio. A las 00:10 horas, Mercedes regresó a la casa. Ya era la madrugada del 18 de septiembre. Jesús entró en el dormitorio y encontró a su esposa totalmente desnuda, acompañada de las hermanas Rodríguez, quienes también se habían desvestido. Las tres estaban cubiertas de excremento y vómito.

Comenzó entonces otro episodio de histeria exorcista en la habitación. A golpes, obligaron a Jesús a que limpiara la habitación. Luego le exigieron que despertara a su hija, quien ya estaba durmiendo en su habitación. Jesús obedeció la exigencia de su mujer; tenía miedo y prefería no enfrentarla, por temor a ser agredido. Fue por la niña, la despertó y la llevó a la recámara matrimonial, donde las tres mujeres desnudas la esperaban.

Luego se marchó. Las mujeres también desnudaron a la niña. La metieron en la cama, tapándola con las sábanas. Luego se quedaron en silencio un buen rato. La niña se durmió. Poco tiempo después, Rosa despertó a su hija. La obligó a tirarse en el piso, pese a los ruegos de la niña, quien comenzó a tiritar.

Al notarlo, Mercedes dijo: «Si vais a quitar el mal, hacedlo ya, porque la niña no se encuentra bien». Rosa Gonzálvez, furiosa, exclamó, señalando a Mercedes: “¡Maldita seas! ¡El Mal está dentro de ti!» Rosa y María Ángeles atacaron a Mercedes, dándole patadas en el vientre y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar.

Al ver la sangre derramada, Rosa decidió que el Mal ya había salido de Mercedes, pero estaba convencida de que después se había introducido en su hija. Así que comenzó a golpearla, asegurando que la niña era ahora la poseída por el espíritu. La pequeña comenzó a llorar. Al escuchar el llanto, Jesús, su padre, entró nuevamente con la intención de rescatar a su hija. Pero las tres mujeres atacaron al hombre con lujo de violencia, tratando de sacarle los ojos con las uñas. Jesús salió del cuarto huyendo, y luego corrió a buscar ayuda.

Las tres mujeres tomaron a la niña y se trasladaron al dormitorio de la pequeña. Allí había dos camas; atrancaron la puerta con una de ellas, acostaron a Rosi en la cama restante y comenzaron el exorcismo. Rezaron, insultaron al demonio, dieron órdenes, golpearon a la niña, burlándose de su llanto. Eso duró toda la noche. A las 06:00 horas, Jesús regresó con Ana María, hermana de Rosa, pero no pudieron entrar en el dormitorio. Se quedaron por tres horas al lado de la puerta, escuchando los gritos, el llanto de la niña, los golpes que le propinaban, los insultos y los rezos entremezclados.

Adentro del cuarto, Rosa y las hermanas Rodríguez destrozaron todos los muebles, quebraron los espejos, caminaron descalzas sobre los cristales rotos, se revolcaron en el suelo, orinaron, defecaron y vomitaron. Rosa bañó con agua de colonia a María Ángeles, quien comenzó a gritar: «¡El Mal me está entrando por abajo! ¡Me está entrando un aborto del Diablo!»

Rosa Gonzálvez tomó una toalla y la colocó entre las piernas de María Ángeles; la retiró con manchas de sangre. Estaba menstruando, pero para la exorcista se trataba de un claro signo de que, efectivamente, un íncubo trataba de poseerla. Comenzó a golpearla en el vientre. María Ángeles, tratando de que la paliza cesara, gritó: «¡El aborto del Diablo se está metiendo en la niña!» Ante esa afirmación, Rosa Gonzálvez miró a su hija y le dijo: «Estás embarazada por el Diablo».

Las tres mujeres se lanzaron sobre la niña. Mientras las dos hermanas la sujetaban de las muñecas, Rosa le abrió las piernas y empezó a explorarla. Le introdujo un dedo, luego otro, mientras su hija gritaba y lloraba: «¡Mamá, acaba ya, mamá, por favor termina ya!» Enojada, Rosa Gonzálvez metió la mano completa. Las paredes vaginales de la niña se rasgaron. Rosi gritó, enloquecida por el dolor, tratando de librarse de aquella tortura, pero las mujeres la sujetaron con más fuerza.

Sudorosa y con los ojos desorbitados, Rosa González abrió la vagina con la otra mano, hasta que consiguió meter ambas manos en la vagina de la niña. Hizo palanca con los brazos, rasgando los labios vaginales, clavando las uñas, rasgando por dentro. Perforó el cuello del útero, también la matriz. Luego le metió varios dedos por el ano, rasgando el recto. Siguió metiendo las manos y parte de los brazos.

El ataque fue tan violento que Rosa Gonzálvez comenzó a arrancar los ovarios, jaló los intestinos y los sacó por la cavidad vaginal, mientras gritaba: «¡Gloria al Espíritu Santo, gloria a Jesús! ¡Sal, cabrón!» La escena duró interminables minutos. Rosi, con sólo once años de edad, sufrió de manera inenarrable. Se desmayó y la pérdida de sangre produjo un shock. Murió poco después.

Ya muerta la niña, Rosa continuó arrancando las vísceras por la vagina. Siguió así casi media hora. Cuando se sintió cansada, le pidió a María Ángeles que continuara con su tarea, mientras señalaba cada pedazo de víscera arrancada y exclamaba: «¡Otro Demonio! ¡Otro, otro! ¡Esto no se acaba nunca!» Los forenses asentarían que solo quedaron dentro el hígado, el bazo y el estómago.

A las 09:00 horas, Jesús y su cuñada lograron derribar la puerta y entrar en la habitación. La escena era escalofriante: sobre el piso estaban los trozos de vísceras y órganos internos de la niña, cuyo cadáver exangüe se encontraba sobre la cama, con la figura de un santo colocada a un lado, estampas con figuras religiosas regadas por todas partes y ropa ensangrentada por doquiera. Las mujeres estaban cubiertas de sangre, excremento, orina y vómito. Jesús salió de la casa para buscar ayuda, y desde la casa de un vecino, llamó a la policía.

Ana Gonzálvez se quedó en el dormitorio, aterrorizada, contemplando la escena sin poderse mover. Las tres mujeres se precipitaron contra ella, gritándole: «¡Tú eres la clave! ¡Necesitamos tus ojos para que la niña reviva!» Rosa y sus ayudantes le dieron una paliza a la mujer, quien estuvo a punto de perder los ojos en el ataque, causándole daño en la retina en ambos ojos. Pero consiguió huir de allí y salir de la casa.

Cuando el frenesí pasó y el cansancio se apoderó de ellas, comenzaron a ser conscientes de lo que habían hecho. Rosa y María Ángeles trataron de huir; Rosa se refugió en un bar cercano y María Ángeles asaltó a un conductor, que se detuvo a preguntarle si necesitaba ayuda: lo golpeó y le quitó el automóvil. La policía detuvo a ambas antes de que pudieran escaparse. Mercedes fue arrestada en el lugar del crimen.

Los vecinos llamaron además a la Cruz Roja. Los dos socorristas que llegaron al lugar no daban crédito a lo que veían. Según sus declaraciones, nunca habían presenciado algo así.

La policía se llevó a las mujeres con grandes esfuerzos, ya que se defendían y golpeaban a los agentes, tratando de arañarles los ojos o de morderlos. Ya en el hospital, donde fue ingresada con severos traumatismos, Mercedes les dijo a los médicos que la atendieron que había sufrido «una paliza por parte de las fuerzas negras» y exigió que no la tocasen, porque Santa Lucía la curaría.

El caso provocó la repulsa de la opinión pública española. Nunca se había visto un caso similar y los medios le dieron un enfoque amarillista al asunto. Los titulares mostraban el horror de la población ante aquel suceso.

El juicio, celebrado con la presencia de reporteros de varios sitios de España, fue transmitido por televisión. Durante varias semanas, la historia de Rosa Gonzálvez, bautizada ahora como «La Exorcista de Almansa», fue noticia de primera plana.

Al entierro de la niña asistió todo el pueblo. Jesús, su padre, sollozaba y se mesaba el cabello con desesperación. A todo el que quisiera escucharlo, le repetía que no había podido hacer nada, que la puerta había sido atrancada por dentro. Nunca respondió por qué no llamó enseguida a la policía, pudiendo evitar así la muerte de su hija.

En el juicio, las declaraciones estremecieron a los asistentes: «Rosa comenzó a hablar como san Jerónimo y luego le cambió la voz y habló como nuestra madre fallecida», declaró Mercedes.

«(El día del crimen) estaba toda mojada y tenía en las manos un cuadro de la Virgen. Me dijo que pasara. Rosa bajó desnuda la escalera y nos dijo que nos quitáramos las prendas negras. Por indicación suya caminamos sobre las baldosas negras del pavimento para ahuyentar a los espíritus malignos y entre rezos destruimos los muebles».

«Decían que la Espada del Mal estaba en la niña. Atrancaron la puerta y estuvieron una hora rompiendo cosas. Después María Ángeles dijo que le había venido un aborto del diablo y empezó a sangrar por la vagina. Como María Ángeles había abortado, Rosa dijo que su hija estaba embarazada del Diablo. Sujetaron a la niña entre las dos y su madre le metió la mano entre las piernas para sacar los engendros del Diablo».

Rosa Gonzálvez dijo no recordar nada de lo sucedido. María Ángeles Rodríguez afirmó que su memoria se perdía a partir de la noche del 15 de septiembre. En febrero de 1992, la Audiencia Provincial de Albacete dictó sentencia contra las acusadas. Increíblemente, las tres mujeres fueron absueltas.

Rosa y María Ángeles serían ingresadas en un hospital psiquiátrico, liberadas de la acusación de asesinato por la eximente de trastorno mental transitorio. Mercedes fue absuelta «por no haber participado activamente en los hechos».

María Ángeles se fue a vivir a Valencia, alejada para siempre de su familia. Mercedes se marchó a Valladolid tras el juicio.

Rosa Gonzálvez estuvo recluida un corto periodo, tras lo cual salió del hospital y se reintegró a la sociedad. No pudo volver a Almansa, pues los habitantes declararon públicamente que la lincharían si volvían a verla por allí.

Se refugió en otra ciudad española y pronto se convirtió en protagonista favorita de varios programas de televisión, en los cuáles contaba su versión del asesinato, cobrando además grandes cantidades por sus declaraciones. Los vecinos se limitaron a pintar una cruz invertida de color rojo, en la fachada de la casa donde aquella noche, ocurrió uno de los peores crímenes de la historia de España…

La endemoniada de Almansa
Juan Madrid

En la madrugada del martes 18 de septiembre de 1990, en Almansa (Albacete), moría la niña de once años Rosa Fernández Gonzálvez, víctima de un ritual exorcista protagonizado por su propia madre y dos amigas.

Prácticas satánicas
Rosa Gonzálvez Fito, de treinta y seis años, la presunta parricida, y las hermanas Mª de las Mercedes y Mª de los Angeles Rodríguez Espinilla, amigas de ésta, llevaban meses realizando diversas prácticas espiritistas en la casa donde residía la familia Fernández Gonzálvez.

Convencida de que su hija «estaba embarazada del diablo», Rosa Gonzálvez sometió a la niña a un macabro aborto tras el que falleció desangrada una vez que las «comadronas» introdujeron las manos en su vagina y, por ella, le extrajeran los intestinos.

Alarmado por los gritos que salían del piso de arriba de su casa, Jesús Fernández Pina, padre de Rosi, corrió a avisar a su cuñada, Ana Gonzálvez.

Cuando ésta acudió en ayuda de la niña, también intentaron sacrificarla: querían sacarle las entrañas para así dar vida a la chiquilla.

Al llegar la Guardia Civil al lugar de los hechos se encontraron con la niña muerta en una cama, su madre llorando en un rincón, las amigas de ésta postradas en otra cama y, por último, a la hermana de la madre, en estado inconsciente, tendida sobre el suelo. Tenía hematomas por todo el cuerpo y una contusión retiniana en los dos ojos.

Tanto la madre como las dos amigas fueron inmediatamente detenidas y puestas a disposición judicial.

Tras la autopsia practicada a la niña, Rafael Cuesta, titular del Juzgado de Instrucción nº 1 de Almansa, manifestó que Rosi no estaba científicamente embarazada y que empezaron a someterla a prácticas abortivas durante aproximadamente media hora, tiempo en el que le sobrevino una muerte lenta y dolorosa.

Posteriormente, el juez decretó el ingreso en prisión de las tres inculpadas. Aún no se ha dictado sentencia sobre este espeluznante crimen.

Basándose en el crimen ritual de Almansa (Albacete), Juan Madrid ofrece un relato novelesco del caso. Como la niña asesinada, también un niño es el protagonista que cuenta aquél lúgubre suceso.

Yo me llamo Pedro, pero todo el mundo me llama Pedrito. Otros me llaman Caparranas porque una vez me vieron cerquita del río con un saco de ranas que quería vender en el bar El Cruce. Yo creía que las ranas se comían, lo había dicho el maestro en las clases de Naturales. Dijo que en Francia la gente se come las ranas, mejor dicho, las ancas de rana, que son como el jamón de las ranas. Entonces me fui para el río y cogí un saco entero de ranas y las llevé al bar El Cruce que es también restaurante donde va mucha gente: camioneros, vendedores y personas de la capital que pasan en coche y paran allí a comer.
Yo me figuré que podría sacar algún dinero con las ranas, por lo que dijo el maestro, pero cuando me, vieron con el saco ya se empezaron a reír. Y luego, en el bar El Cruce, se murieron de risa y ya me empezaron a llamar el Caparranas. Hasta mi padre y mi madre y mi hermano mayor, Tomás, se rieron de mí. Mi padre me dijo más estudiar y menos hacer el zascandil, que me iba a poner en la tienda a despachar harina y azúcar y todas esas cosas que se venden en la tienda. Mi padre aprovecha cualquier cosa para decir que me va a poner trabajar en la tienda y eso de las ranas lo aprovechó otra vez para decir que yo en lo único que pienso es en hacer el zascandil y en bromas y no en estudiar.
Mi madre se estuvo riendo, nada más y se lo dijo a unas cuantas vecinas, que también se estuvieron riendo de mí. Los compañeros de la clase empezaron a llamarme Caparranas, Caparranas, Caparranas… pero le di un puñetazo en los morros al García, hijo del señor Obdulio, el sargento de los municipales, y se los puse como un tomate y le salió sangre. Ahora me llaman Caparranas, pero cuando yo no estoy delante.
La única que no se río cuando lo de las ranas fue la gordi, mi Rosita. Al revés, ella me dijo que qué buena idea, que íbamos a sacar mucho dinero y que lo podríamos ahorrar para luego, para cuando fuésemos mayores. Yo le dije que para qué dejar las cosas para cuando uno sea mayor, mejor gastarlo en el momento. Le dije que con el dinero que fuésemos a sacar yo le compraría unas zapatillas Adidas, blancas, especiales que cuestan nueve mil pesetas.

A ella le daban mucho asco las ranas, como a todas las chicas, pero me dijo que me iba a ayudar a pescar ranas y se vino conmigo a las charcas del río. Pero nada más verlas le empezó a dar el asco y a no poder tocarlas y se tuvo que ir corriendo porque decía que iba a vomitar. Yo no sé cuántas cogí, lo menos doscientas o más. ¿Sabe usted si en Madrid se comen las ranas? Bueno, las ancas, o sea, los jamones de rana… ¿Eh?… Si quiere usted… Bueno, no importa, sin la gordi me da lo mismo. Ella sí que estaba ilusionada con eso de que yo cogiera ranas. La pobrecita.

La gordi ha muerto, yo vi cómo la llevaban al cementerio en una caja blanca con muchas coronas y cómo iba la gente detrás, llorando. Fueron mi padre y mi madre y hasta el Tomás, mi hermano mayor, que para eso somos vecinos. Bueno, en realidad casi fue el pueblo entero. Todos los del colegio o casi todos y los maestros y las maestras y el señor director y el alcalde. Ya le digo, casi todo el pueblo fue al cementerio a despedir a la gordi.

Yo fui detrás, andando por la acera, fijándome en ustedes, los periodistas de Madrid y de Albacete y de todas partes, porque vinieron periodistas de todos lados. Hasta la televisión.

Don Felicísimo, el cura, dijo que la gordi, o sea, la Rosita, había sido un ángel que había muerto a los once años por el demonio, pero que seguía con nosotros y que teníamos que rezar mucho para ayudarla a que estuviera pronto con Dios, la Virgen y Nuestro Señor Jesucristo y los Angeles y que no se pasara en el Purgatorio mucho tiempo. Y se pusieron todos rezar.

Yo me puse a pensar en que lo que mató a la gordi fueron, precisamente, los rezos. No los de don Felicísimo, sino los de madre, doña Rosa, y los de esas dos amigas de ella, que eran hermanas, que llevaban tiempo en su casa con cara de espantás y venga a rezar, venga a rezar. Estoy señalando a doña Mariángeles Rodríguez la vecina, casada con don Martín Toledo, el marmolista, y de doña Mercedes Rodríguez, hermana de doña Mariángeles y que vive en Valladolid.

Esas dos señoras y la madre de la gordi sí que rezaban. Se conoce que las tres se pusieron a pensar o sea, que creyeron que la gordi tenía el malo en el cuerpo y se lo quisieron sacar con los rezos, el aceite, las estampitas y todas esas cosas que yo he visto hacer y que me contaba la gordi. Bueno, también querían sacarle el malo con las manos, poniéndole las manos por la barriga, que es costumbre de aquí, de Almansa y de toda esta parte.

Por esta región llaman al demonio el malo nunca lo llaman demonio o demo o Satanás. Lo llaman el malo. Y digo yo que como no pudieron sacarle el malo del cuerpo con las manos, la colonia, los rezos estampitas, pues se lo intentaron sacar por el culo.

Y no vea usted la cantidad de tripas que tiene que haber dentro. En el libro de Ciencias de la Naturaleza pone que tenemos ocho metros de tripas, además del estómago, el hígado que está a la derecha, según miramos nosotros, los riñones que son dos, el páncreas que segrega el jugo pancreático, el bazo y luego el aparato urinario-reproductor que está compuesto por vejiga urinaria, conductos y meato, útero y vagina, que es lo de abajo.

O sea que todo eso se lo sacaron a mi gordita por el culo, escarbando con las manos. Es que uno se pone a pensarlo y no se lo figura, vamos que no le cabe en la cabeza que doña Rosa, la mamá de la gordita, ayudada por doña Mariángeles y doña Mercedes se pusieran a escarbarle a la gordita y le sacaran todas las tripas y todo lo que tenía dentro.

Lo que tuvo que dolerle a mi gordita. Porque una cosa es meterse un dedo en el culo y otra, muy diferente, meterle una mano y ponerse a arañar dentro, ir formando un agujero grande, muy grande por donde saliera todo, todo lo que tenemos dentro. La dejaron hueca, a la pobrecita.

Ya les digo, metieron las manos y a pellizcos y a tirones, sin cuchillos ni tijera le fueron sacando las tripas y todo lo de más. Hay que figurárselo. Arrancarle la carne a pellizcas y con las uñas. Ahora comprendo los gritos que daba mi gordita que yo escuchaba desde mi habitación todo el lunes 17 de septiembre de 1990, y durante toda la madrugada. El martes ya no la escuché, pero claro, el martes ya estaba muerta, y fue cuando se descubrió todo. Eso debió dolerle mucho a la pobrecita.

¿Pero y quién se iba a figurar que le estaban haciendo eso? Yo creo que nadie. En la casa de la gordita siempre andaban con rezos y con estampitas para arriba y para abajo, porque doña Rosa, la mamá de mi gordita, era sanadora o sea, de esas que quitan el malo del cuerpo con las manos. Tenía como su consulta, podíamos decir, en su misma casa, ahí mismo, enfrente de la mía. De costumbre uno veía a la gente haciendo cola en la puerta de la casa de la gordita, esperando que doña Rosa las tratara con las manos y le quitara el malo del cuerpo, y no le llamaba la atención. El papá de mi gordita, el señor Jesús Femández, era el que daba la vez y el que cobraba las consultas, podíamos decir. Que hasta creo que dejó el trabajo para dedicarse nada más que a eso.

Don Felicísimo sigue rezando al lado de la tumba y mucha gente se pone de rodillas y se tapa los ojos con las manos como si lloraran. Veo a los compañeros de la clase y al Faustino García, el hijo del sargento de los municipales, que se da pisto y farda mucho, total porque su padre entró en el dormitorio de mi gordita el primero y vio la sangre y todos los intestinos por el suelo y las paredes. Seguro que se está inventando cosas.

Yo me pongo a pensar otra vez en mi gordita y se me saltan las lágrimas sin querer. Cierro los ojos con mucha fuerza para que las lágrimas no salgan y doña Venancia, la profesora de Ciencias Sociales, me pasa la mano por la cabeza y me dice:

-No llores más, querubín, que la Rosita está en el cielo.

-Sí, doña Venancia -le contesto yo y me aguanto las lágrimas.

-Anda, ¿por qué no te vas a tu casa hijo? -me dice.

Yo le digo:

-Quiero ver a los periodistas, doña Venancia.

Y ella se empieza a enfadar, como hace en la clase. Se le arruga la cara y la boca y mueve una pierna.

Yo me separo un poco para que no me dé un pescozón, pero veo que se calma poco a poco. Luego me fijo un poco y me parece que ella también está llorando. Pero sin lágrimas. Un lloro seco. La oigo decir:

-Qué pueblo este, Dios mío, qué pueblo.

No sé qué querrá decir doña Venancia. Pero a lo mejor es ese rollo que algunas veces nos mete sobre la incultura, el abandono y las supersticiones de los pueblos de España, que parece que estamos todavía en la Edad Media, dice doña Venancia cuando se enfada.

Yo no quiero que mi gordita esté en el cielo. Yo quiero que esté aquí, en el pueblo, conmigo. A mí eso de que esté en el cielo me importa poco. En el cielo no la veo. Yo en el cielo no veo nada. Sólo las nubes, los pájaros y algunas veces los aviones que pasan a Madrid o a París o países lejanos. Muchas veces la gordita y yo nos tumbábamos detrás de las piedras de la acequia y nos poníamos a mirar para arriba. Entonces la gordi siempre me contaba lo que veía. Casi siempre veía cosas raras.

Unas veces eran ángeles tirando del carro de Dios o a Nuestro Señor Jesús o a la Virgen de Belén, nuestra patrona. Yo, en cambio, veía a Sandokán asomado a su barco y gritándole a Yañez o veía palmeras de una playa que se movían al viento.

Yo le decía a mi gordita.

-Déjame que te dé un beso, anda. Y ella:

-Que no.

Y yo hacía como que me enfadaba y me ponía a mirar para otro sitio, como si no me importara ella. Entonces, cuando pasaba un ratito, ella se volvía a mí y me decía:

-Pero sin abrir la boca, ¿vale?

Y yo:

-Bueno, vale.

Pero no sé lo que me pasaba que cuando la besaba abría la boca y le daba con la lengua. La verdad era que le daba sin intención, pero casi siempre me ocurría. Y ella se apartaba y se hacía la enfadada y me decía:

-Naranjas de la China. Uno a la semana.

-Dos, gordita, dos -le decía yo.

Y ella, uno y yo, dos. Pero ganaba ella. Decía que con uno era bastante. Que aunque fuésemos novios, lo de los besos lo carga el maligno y que le había dicho su madre que una mujer tenía que ser pura como un lirio, como una azucena y no mancharse con el vicio que era peor que el barro que todo lo ensuciaba.
Su madre se lo tenía dicho y su madre sabía mucho. Para eso, su madre era hermana de luz o miradora o sanadora, que de estas tres maneras se dice. O sea, seguidora de la hermana Lucía, Santa Lucía, que es esa santa que tiene aquí en el pueblo todo el mundo, que es una santa muy bendita que se quita los ojos.
Según me decía a mi la gordita, su madre le contaba que la hermana Lucía, o sea, Santa Lucía, es la que lo ve todo y la que tiene facultades y poderes, dados por Nuestro Señor Jesús, para sanar desgracias y apartar el malo, imponiendo las manos. O sea, tenía la gracia.

En este pueblo hay más de doscientas mujeres que dicen que tienen la gracia. Lo de tener la gracia no se aprende, es como un don que da la hermana Lucía. Hay mujeres que tienen la gracia y hay otras, pues que no la tienen, Dicen ellas que para tener la gracia hay antes que haber sufrido mucho, haber tenido muchos dolores y muchas penas, porque la prueba de que alguna mujer tiene ese don de la gracia y es hermana de luz es precisamente esa facultad para recibir todas las penas y las desgracias del paciente. Esto quiere decir que el malo pasa del cuerpo enfermo al de la sanadora (también se dice miradora) y allí, en el cuerpo de la hermana de luz, pues ella lo combate y lo vence. Gana siempre la seguidora de la hermana Lucía y el malo (o el maligno, que viene a ser lo mismo) pues es vencido y sale huyendo. Así se acaban las enfermedades y todas esas cosas.

Mi gordita me decía que su madre era una de las mejores hermanas de luz de toda la región. Que venían a verla desde Madrid, desde Albacete y desde Alicante. Bueno, de muchos sitios y muy lejanos. Mi gordita estaba muy orgullosa de su madre y de esa gracia que ella tenía. Ella me lo explicaba todo cuando nos tumbábamos detrás de las piedras, en la acequia.

Me decía que su madre y otras hermanas de luz ponían las manos en el vientre de quien tenía el malo en el cuerpo y el malo pasaba a ellas. Y ellas, que eran hermanas de luz y tenían la gracia y eran miradoras, pues vencían al malo por esa facultad tan grande que tenían. El resultado era que el que tenía el malo se iba para su casa sano y el malo quedaba dentro de las sanadoras que empezaban a sufrir y a retorcerse y a rezar y a rezar para que el malo se les fuera del cuerpo. Había veces que las sanadoras tenían tanto malo en sus cuerpos de sanar gente, claro, que ya no podían más. Entonces, iban a Villena, un pueblo muy grande que está cerca de éste y veían a don Enrique.

Yo no he visto nunca a don Enrique, que le llaman don Enrique de Villena, igual que otro señor muy importante y antiguo que también vivía en Villena y que, al parecer, también se dedicaba a estas cosas y a escribir libros.

Bueno pues las sanadoras que ya estaban tan cargadas de malo, tan llenas de maligno de tanto curar y curar que ya no podían más, pues iban a ver a don Enrique de Villena y este señor las curaba, les sacaba todos los malos que tenían en sus cuerpos. Yo nunca he visto a este señor, ya lo he dicho, pero he oído mucho de él. La misma gordi me ha contado muchas veces que su madre, doña Rosa, iba mucho a ver a este hombre, lo mismo que todas las demás sanadoras de aquí de Almansa, como de otros lugares.

Parece que este señor es muy rico y muy misterioso y que es difícil verlo. Para mí que este señor es el jefe de todas las sanadoras, hermanas de luz o lo que sea. El jefe espiritual, se entiende. Una especie de arzobispo, si valen las palabras.

Es que, bien mirado, este pueblo, Almansa -que es bien bonito, bien industrial y laborioso- está lleno de estas cosas raras. Hay sociedades espiritistas, sociedades de parapsicología, masones y videntes, sanadoras, hermanas de luz a punta de pala.

No quiero decir que sea todo lo mismo, que se puedan echar todos en el mismo saco, que sus diferencias tiene que haber. Pero la verdad es que por cualquier lado que se mire hay un vidente, un mago (o lo que ea) una echadora de cartas o un tío que habla con los espíritus de los muertos. Me parece que todo esto da para pensar, ¿no? vamos, digo yo.

Hay señores que entienden de estas cosas, como uno al que llaman don Juan García Atienza y que escribe muchos libros sobre las cosas desconocidas y que no tienen explicación. Dice que en esta región de España, desde la Prehistoria y la Edad Media, ya estaba llena de fenómenos raros, de prácticas más raras todavía y de brujos, magos, alquimistas, nigromantes, batistas y otras cosas cuyas palabras yo no sé ni pronunciar.

El mismo don Enrique de Villena, el antiguo, no el moderno, que murió hace muchísimos años, en el siglo XV, fue acusado de mago, nigromante y alquimista y sus libros quemados y prohibidos por la Inquisición. Dicen los que entienden que no quemaron a aquel don Enrique de Villena porque era nieto bastardo de un rey, que si no…

Este señor -qué curioso que tiene el mismo nombre que el moderno don Enrique Villena- escribió muchos libros y estudió más que cualquier otro de por aquí, según parece. Como le quemaron los libros, pues no se sabe todo lo que hizo. Sólo de algunos se tiene noticia, como traducciones y esas cosas. Pero escribió uno que se llama Tratado de arrojamiento o fascinología, o sea, del mal de ojo. Siempre aparece lo de los ojos por todas partes: La hermana Lucía con los ojos arrancados, las miradoras… la luz.

Yo de esto no entiendo mucho -más bien nada- pero el señor Céspedes, el maestro de los mayores, dice que por aquí esto estaba lleno de conversos, judíos que disimulaban y que hubo persecuciones y matanzas a punta de pala. No sé si esto tendrá algo que ver con mi pueblo y con lo que ha pasado con la gordi, pero yo lo digo.

Don Felicísimo sigue que te sigue con los rezos, después seguro que suelta un discurso o como se llame eso que sueltan los curas en cualquier ocasión. Desde aquí veo a don Miguel, el enterrador, y el nicho donde van a colocar el ataúd blanco con el cuerpo de mi gordi. Es en la parte de arriba. En la lápida han puesto una cruz pequeña, después RIP y más abajo Rosa Fernández Gonzálvez, que era su nombre completo. Después, la fecha de su muerte: 18-9-90.

En realidad no es una lápida, es como una ventana, como la de su casa, por donde nos mirábamos por la noche. Me da la impresión de que se va a asomar en cualquier momento y que yo la voy a saludar con la mano, como siempre, mientras los demás duermen.

En realidad, cualquiera puede tener el malo dentro del cuerpo, si está enfermo: dolor de cabeza, cagalera, mala menstruación y cosas así. A mí me llevó mi madre a una miradora, a doña Encarna, cuando era bien pequeño, porque tenía unas cagaleras que me tenían flaco y de color amarillo.

Me acuerdo que mi madre me metió en la sala de espera que estaba llena de gente callada y seria, como si estuvieran en una iglesia. Todo el mundo daba la vez al siguiente y ya no decían nada más. No era como en la consulta de la Seguridad Social que todo el mundo se pone a charlar, comentando sus enfermedades y achaques. Allí, en la sala de espera de la sanadora, nadie hablaba. Recuerdo que era una habitación muy limpia con unas cuantas sillas y algunos cuadros colgados en las paredes, que eran láminas recortadas. Los cuadros eran de la Santa Faz, de Nuestro Señor Jesús y del bendito Papa Juan XXIII. Una puerta daba a la otra habitación, donde sanaba doña Encama.

Cuando nos tocó la vez, mi madre y yo entramos y nos presignamos. Mi madre explicó a aquella miradora lo que me pasaba y entonces ella me hizo bajar los pantalones hasta abajo de la barriga. Luego sentó en una silla y ella en la de al lado empezó como a rezar por lo bajinis. Al poco rato se mojó en la palma de la mano aceite y me la puso en la barriga.

El cuarto de la miradora estaba lleno estampitas de santos y vírgenes, de San Damián el bendito, de San Francisco Asís, del Santo Padre Juan XXIII y otros muchos que no me acuerdo. Pero sobre todo, aquella miradora tenía estampitas de Santa Lucía, de la hermana Lucía como la llaman ellas, que es la que manda, o sea, una especie de patrona de todas ellas.

Me acuerdo que hasta tenía una estampita de la hermana Lucía y que me daba poco de asco, porque esa santa, o lo que sea, lleva los ojos en la mano y, claro, esas cosas dan un poquito de repelús.

Doña Encarna, la sanadora, estuvo con la mano en mi barriga lo menos quince minutos sin abrir la boca ni decir nada. Luego terminó y le dijo a mi madre me tuviera tres días a agua y a caldo arroz, sin tomar nada más. También le dijo que me rezara las oraciones debidas a la hermana Lucía y a Nuestro Señor Jesús, que lo puede todo. Le habló a mi madre de que yo tenía un malo dentro que me había atacado, pero que se me quitaría con lo que ella me había mandado.

Tenía que cagar, con perdón, blanco en vez de negro y agüilla, que era lo que estaba haciendo hasta entonces a causa del malo ese que tenía en el cuerpo. Que cuando cagara blanco ya estaría curado y que volviera a los tres días a ver cómo estaba.

Me acuerdo que mi madre le preguntó: ¿Cuánto es, doña Encarna?

La sanadora respondió: yo no cobro dinero. Es designio del Altísimo lo que hago. Pero si quiere dar la voluntad…

Mi madre soltó tres billetes de mil pesetas, se volvió a presignar (a mí se me olvidó esa vez) y nos fuimos para casa.

Bueno, lo que tendría que ganar doña Encarna, porque aquel día me acuerdo la habitación de entrada estaba llena gente haciendo cola. No digo que todos dieran tres billetes de mil pesetas, pero con que se lo dieran la mitad, ya sería un capitalito lo que se llevaría doña Encama. Para mí que doña Encarna y todas las sanadoras ganan lo que los médicos o aún más, las tías.

El caso es que yo, a los tres días, empecé a cagar blanco que daba gusto verme y me puse bueno, como las rosas.

Yo sé distinguir a los periodistas. Son como los demás forasteros que vienen por Almansa a la cosa de las fábricas de calzado pero distintos. Para mí que los periodistas, por mucho que disimulen, se les nota enseguida.

Van mirándolo todo, pero con cara de distraídos, como si la cosa no fuera con ellos, como si pasaran por allí por casualidad y estuvieran echando un vistazo.

Pero yo sé que están atentos como garduñas, viéndolo todo y escuchándolo todo, preguntando aquí y allí como el que no quiere la cosa, con cara de haberse bajado del guindo, pero más listos que el hambre. Yo los distingo, ya digo, y no se me va uno. De tanto ver periodistas me puse a pensar que a lo mejor, de mayor, me hacía periodista. Ninguno parecía ser rico, porque iban mal vestidos y algunos sin afeitar y con los zapatos sucios, siempre con pitillos en la boca y mirando a las mozas mayores, hasta las que estaban en el entierro.

Antes del entierro se me acercaron dos y me preguntaron que cómo me llamaba. Los mayores, siempre que quieren hablar con un niño, empiezan por preguntar cómo nos llamamos. Algunas veces, los mayores son bastante tontos.

Bueno, yo le dije cómo me llamaba y ahí empezó la conversación.

-Vamos a ver, chaval. ¿Dices que la niña estaba en tu misma clase? ¿Es eso verdad?

Vi cómo los dos se miraban. Uno de ellos, el más bajito y un poco gordo, sacó un cuadernillo y un bolígrafo y se puso a apuntar cosas. El otro, el del bigote y las gafas, no sacó nada.

-Sí, señor. La Rosita estaba, en mi clase. Séptimo de básica. Yo repito curso, sabe.

-Ya. Y dices que vives enfrente, ¿no?

-¿Puedes contarnos lo que viste, Pedrito? -interrumpió el otro.

-Sí señor, pero no vi nada. Escuché cosas, pero no pude ver nada de nada. Estaban en la habitación -señalé con el dedo-. Esa es su habitación. Tiene una ventana que cae enfrente de la mía.

-Cojonudo -dijo el periodista de las gafas y el bigote-. Dime, majo, ¿y has hablado de esto con otros periodistas?

-No, señor. Nadie me ha preguntado nada.

Noté cómo se le encendían los ojos a los dos periodistas.

-Una exclusiva -dijo por lo bajo el gordo-. Dabuti, tío… Ahora, piensa un poco y cuéntanos con tus palabras, a tu aire, todo lo que oíste el domingo y el lunes.

-¿Usted no apunta? -le dije al periodista con gafas.

-Yo, no, chaval. Yo lo apunto todo en la cabeza -se señaló la calva y me sonrió-. Como nos digas cosas interesantes, te vas a llevar un regalito – miró al otro-, ¿verdad, tú?

-Ya lo creo -añadió el gordo- Pero empieza de una vez.

-Bueno – empecé yo-, estuve con la Rosita el sábado, ¿no?, y me dijo que su madre y esas dos amigas que…

-María de los Angeles Rodríguez, la vecina, y su hermana María Mercedes, que vino de Valladolid -interrumpió otra vez el gordo-. Sigue, anda.

-Pues eso, que el sábado me dijo que su madre y esas dos hermanas, amigas de su madre y sanadoras también, pues le habían dicho que tenía el malo en el cuerpo y que el domingo se lo iban a quitar. Ella no me dijo qué malo era el que tenía, sólo eso, que tenía un malo muy grande.

-¿Tú sabes que el juez ha dictado cinco autos de procesamiento? -me dijo el de las gafas-. Han procesado a la madre, Rosa Gonzálvez, al padre, Jesús Femández, por presunto delito de parricidio, y a las hermanas María de los Angeles y Mercedes Rodríguez, por presunto asesinato. La tía de la niña, Ana Gonzálvez, tiene el quinto auto de procedimiento, por omisión en el deber de impedir que se cometiera un delito. ¿Sabías eso?

-No, señor.

-Anda, sigue, chaval. No te entretengas -señaló el gordo.

-Bueno, pues sigo – continué yo-. Los ruidos, los rezos y las voces empezaron el domingo por la mañana. De la ventana salían voces roncas y ruidos como si arrastraran muebles, pero yo no me extrañé, sabe, la madre de Rosita es una miradora muy importante y siempre hay esos follones en su casa. Casi siempre se escuchan rezos y jaculatorias, esas cosas, y a nadie le extraña. Fue por la noche del domingo cuando empezaron las cosas más raras.

Los dos periodistas adelantaron las cabezas. Yo continué:

-Se empezaron a ver las luces de las velas que se reflejaban en las persianas.

-¿Y escuchaste a la niña gritar? -preguntó el de las gafas.

-No, todavía no. Los gritos empezaron el lunes por la tarde. Gritos y golpes y más rezos. Decían, ¡Vete, maligno, vete!

-Eso decían, ¿eh?

-Sí, eso mismo.

-¿Y el padre? ¿Lo viste?

-Salió dos o tres veces. Hacía su vida normal. Pero yo me fui el lunes al colegio y no me enteré de nada. Cuando volví, miré otra vez para su ventana y seguía echada, cerrada. Entonces me fui para la acequia y estuve allí mirando las ranas y pensando. Luego, cuando me acosté, fue cuando los gritos eran más fuertes.

-Según parece, el padre de la niña fue a ver a Ana María, la hermana de su mujer, para decirle que se habían encerrado en el cuarto de la niña y que no lo dejaban pasar, que le habían empujado. ¿Sabías tú eso?

-No, yo estaba durmiendo y después me fui al colegio.

-De todas maneras, te has fijado en muchas cosas.

-Es que de mayor quiero ser periodista -les dije.

-¿Sí? – dijo el más gordo-. Pues no te lo recomiendo. Mejor te dedicas a otra cosa.

En cambio, el de las gafas me dijo:

-Pues sigue fijándote así en las cosas y terminarás por ser periodista. Pero no se te ocurra ir a una Facultad de Ciencias de la Información. Terminarás de relaciones públicas en cualquier hotel o en algún gabinete de prensa ministerial.

Y seguimos hablando.

Bueno, si ese dinero podría ganar doña Encama, la miradora que me puso las manos de pequeño, el dineral que ganaría la Rosa Gonzálvez, llamada La Calandria, que era la mejor miradora o hermana de luz que había en toda Almansa. Al menos, la que más gente tenía esperando, porque yo desde mi casa veía cómo entraba y salía el personal a que doña Rosa, la madre de mi gordi, le pusiera las manos.

Ocho años llevaba la señora ganando buenos dineros, ayudada por su marido, el bueno de Jesús, él siempre tan apocadito, tan poca cosa, el pobre, que hasta dejó el trabajo en la fábrica de zapatos para atender el negocio domiciliario. El bueno de don Jesús era el encargado de dar la vez y de hacer recados, con su carita de poca cosa que tiene el pobre hombre.

Me acuerdo que mi gordita me dijo que unos días antes de ocurrir lo que ocurrió, su madre y doña María de los Angeles fueron a Villena a ver a don Enrique, que es, como ya he dicho, una especie de arzobispo de las hermanas de luz, si se puede decir, poco mas o menos. Su madre ya estaba con mucha energía del malo encima, según parece, y fue allí a que la sanaran. Y digo yo que a lo mejor fue a ver a don Enrique de Villena a pedir consejo, ¿no? Esto es de propio caletre y no tengo fundamento para demostrarlo.

Bueno, sigo con lo que iba. A mí la gordi me lo tuvo que explicar muchas veces porque yo no me enteraba del todo. Ella sabía muchas cosas de ésas por estar en su casa y ver cosas, ¿no? Me decía que para descargarse del malo había que buscarse otra mujer y estar con ella todo el rato haciendo su ceremonia para unir todas las fuerzas positivas y vencer a la fuerza negativa que es el malo, o sea, el maligno, el mismo Satán.

Mi gordi me dijo, ya digo, que las dos hermanas, la María de los Angeles y la Mercedes (la de Valladolid) la estaban ayudando a su madre, uniendo sus fuerzas positivas, para quitarle a ella, a mi gordi, el malo que llevaba encima.

Ahora mismo me estoy acordando de otra fecha, la del 15 de septiembre, sábado, cuando la romería de la Virgen de Belén, patrona del pueblo. Yo le cogí la mano a mi gordi cuando no nos veía nadie. Ella me dijo que no nos podíamos ver el domingo, que su madre y dos amigas se iban a unir para quitarle el malo.

Y yo le pregunté: ¿Y qué malo tienes tú, gordita?

Y ella: Yo qué sé.

Y yo: ¿Y no nos vamos a poder ver?

Y ella: No, tengo que estar con mi madre y con las amigas de mi madre.

Y yo: ¿Me das un beso?

Y ella me contestó que naranjas de la China, que tenía el malo, que si acaso, después, cuando se lo quitaran del cuerpo.

Y yo me quedé sin el beso de la gordita y sin volver a verla nunca más. La he visto en la caja, pero no a ella. A ella ya no la veré jamás.

El entierro se estaba preparando y el periodista de las gafas me dijo:

-Espera un poco, chico, que irás al entierro. ¿Y qué me dices de la tía de la chica? ¿Esa Ana Gonzálvez, la mujer de Martín Toledo, el marmolista?

-Pues que la vi entrar el martes de mañana con el padre de la chica que la había ido a buscar. Los dos entraron en la casa, pero ya encontraron a mi Rosita muerta. Luego vinieron los municipales y se supo todo.

-Como vas a ser periodista te lo voy a contar -dijo el de las gafas-. Un periodista de «La Verdad» de Murcia, llamado Cuevas, le pudo hacer una entrevista a Ana María en el Hospital General de Albacete -sacó un trozo de periódico y empezó a leer-: «Tengo una pena muy grande por no haber ayudado a mi sobrina, porque me confundieron la mente… Mi cuñado y yo queríamos ayudar a mi hermana (la madre de mi gordita, esto lo digo yo) que se le había metido alguien dentro, porque tenía otra voz y nosotros pensamos que nos lo hacían creer, que era cosa de la mente lo que le hacían a mi sobrina y que no pasaba nada. Teníamos que rezar para que mi hermana se pusiera bien y a su hija no le hiciesen ningún mal. Cuando ya nos convencieron y mi hermana me dijo que era ella, pudimos entrar. Entonces vi a mi sobrina, allí, muerta y me acusaron de que yo se lo había hecho, que era una bruja. Echaron a mi cuñado de allí dentro y a mí quisieron ahogarme y sacarme los ojos»… -el periodista se detuvo y me miró.
Añadió:

-¿No te parece muy raro todo esto. Le echa las culpas a la tía -yo me encogí de hombros. No sabía nada de eso- y luego le intenta sacar los ojos. Qué manía con los ojos, ¿verdad? ojos, todo está relacionado con ojos… ¿no es raro?

-Siga usted, por favor. Y continuó:

– «… menos mal que entraron mi cuñado y la policía y nos sacaron».

-El juez, don Rafael Cuesta Daviú, titular del Juzgado de Instrucción nº 1 – dijo el periodista gordo, para no ser menos – manifestó que Rosa Gonzálvez había declarado que «… el mal de un hombre había entrado en el cuerpo de su hija y había que sacarlo de allí con las manos…» añadiendo que… «ese hombre bien pudiera ser un pariente, el marido de una de las inculpadas, el tío…» -el periodista gordo dejó de leer-. ¿Sabes tú algo de todo esto, chaval? ¿Te suena algo?

-No, señor. No sé nada de eso.

Se me quedó mirando y el otro, el de las gafas, añadió:

-La autopsia ha puesto claro que la niña era virgen, ni siquiera había tenido la menstruación.

Yo me puse colorado.

Ahora, en el entierro, me acuerdo de los periodistas y de todo aquello, de aquel sábado, que fue, a lo mejor, cuando ya empezó todo. Había un follón grande en la casa de la señora María de los Angeles. Les dijo a sus dos hijos, que tienen seis y cinco años, que tenían también el malo dentro y se puso a meterle la mano en sus bocas para que vomitaran. Hay que ver. Les gritaba que iba a salir un pato que se habían tragado. Todo eso se lo ha contado a los periodistas -yo lo he escuchado – Martín Toledo, el marmolista, que dijo que se llevó a los niños, dando a su mujer por desvariada. También contó que su mujer y la hermana de su mujer le acusaron al hombre de ser él el culpable de lo que le estaba pasando a la gordi. Será posible.

Algunas veces me pongo a pensar si no seré yo el culpable de que la gordi hubiese tenido el malo dentro. Era inocente mi gordi. A lo mejor los besos que nos dábamos la había llenado de barro y ya no era pura o un lirio y se había quedado sin fuerza positiva. Quién lo sabe.

Todo el domingo y todo el lunes me los tiré esperando a mi gordi, sin saber que la estaban matando. Allí, esperando, me enteré de que don Jesús, el padre de mi gordi, había despedido a todos los pacientes de su mujer que venían el lunes a que le pusiera las manos, Pasa el lunes y llega la noche y entonces empiezan los cánticos cada vez más fuertes. Dos noches con los cánticos, con las luces apagándose y encendiéndose, con las velas, con las voces, con los gritos de… «¡Gloria a Dios, gloria a Dios, gloria a Jesús!… Sal, cabrón, sal…»

¿Qué pasó allí dentro, en el cuarto de mi gordita? No lo sé. Lo único que sé es que la tumbaron desnuda en la cama y con un bolígrafo le marcaron sus partes bajas, donde tenían que hurgar. Luego le empezaron a echar colonia en los ojos, la nariz y la boca para que saliera el jodido malo. Pero no salía. Lo tenía en los bajos y tenían que hurgar. Mientras, van cantando y rezando y todas esas cosas y diciéndole a mi gordita pobre, – lo asustada que estaría- que no se preocupara.

Le taparon la cara con una almohada para que no gritara y le sujetaron las piernas. La madre le empezó a meter la mano por el culo. Primero los dedos, después la mano y esas manos van desgarrando, desgarrando, bien adentro, bien adentro, pellizcando, arrancando trocitos de carne. Era una cosa como de escarbar y escarbar.

Y le hacen un boquete que va de parte a parte desde el culo hasta sus zonas bajas y la vacían de todo. Se queda huequecita, la pobre, sin sangre, sin nada. Sólo los pulmones y ya estaban empezando a roérselos.

Lo que le tenía que haber dolido todo eso a mi gordi.

Y a las cinco de la mañana, cuando todavía vivía mi gordi, veo salir al alelado de su padre que echa a correr a la casa de Ana María, la tía. Al poco, vuelven los dos y entran en la casa.

La tía de mi gordi, doña Ana, pudo entrar al cuarto -que tenían atrancado con la cama- y ve a mi niña muerta, vacía de todo. Son las seis treinta de la madrugada del martes y aún no ha amanecido todavía por estas tierras. Los periodistas contaron que doña Rosa, doña Mariángeles y tía Mercedes estaban medio en pelotas llenas de sangre por todas partes y se la tiraron encima para sacarle ojos y dárselos a mi gordi para que reviviera. Dijo doña Ana que la empezaron a llamar bruja y causante de todo. Ya he dicho que doña Ana notó que las tres mujeres en aquella habitación tenían voces extrañas, voces roncas de hombre.

Entonces fue cuando el bendito don Jesús, el padre de mi gordi, se decidió a llamar a la Guardia Civil. Y ésta que es buena. La Guardia Civil – que no sabe lo que le diría a la Guardia Civil – le contesta que eso es asunto de los municipales, no de ellos. De modo y manera que el pobre de don Jesús, el poca cosa de don Jesús, llama al cuartelillo de los municipales, con lo que el padre de García, Obdulio, el sargento y sus compañeros actuaron.

Yo los veo venir por la calle y me digo: aquí pasa algo y quiero salir a ver pero mi madre me dice que a dónde voy tan temprano que venga a la cama. Y mi hermano Tomás, que ha dormido poco por eso de la romería, me dice que me va a partir la boca. Bueno, de modo que me vuelvo a subir y veo al Juan, que es un municipal muy simpático que me da pellizcos en la cara cuando me ve y me llama buena pieza.

Lo dicho. Entran en la casa, empujan la puerta del cuarto de mi gordi que está en el piso de arriba y ven lo que ven.

Habían colocado la cama de la gordi transversal a la puerta y otra cama, perpendicular, para que nadie pudiera pasar.

El policía Juan me contó que en la cama transversal estaba la gordi muerta, las piernas cruzadas y con sangre en la barriga.

Su madre, doña Rosa, vestida con bermudas y camiseta de manga corta, toda manchada de sangre. Las otras dos hermanas estaban en bragas y enseñando las t*tas subidas en la otra cama, atacando a la María, la tía de mi gordi, que le querían sacar los ojos.

La sangre estaba por toda la habitación: por las paredes, por el suelo, por muebles… sus vísceras y sus intestinos y todo lo que tenía dentro, debajo de cama. También había por la habitación trocitos de carne, cristales rotos, una guitarra destrozada -la de mi gordi, que le habían regalado por Reyes- una jofaina con orines y agua, donde nadaban fotografías rotas, platitos con aceite por todas partes, palomillas de aceite que daban luz y santos y santas las paredes. Muchas estampitas pegadas en las paredes de mucha gente bienaventurada.

Pero lo que más destacaba en la habitan era una estatua de más de medio metro con la Hermana Lucía -o sea, la Santa Lucía tan conocida- esa santa que lleva los ojos en la mano.

Dice Juan que cuando él vio aquella situación, las tres mujeres hablaron con él como si tal cosa. Le dijeron que se fuera un momentito, que estaban reviviendo a la niña, que enseguida terminaban, que no fastidiara. Pero Juan, y el padre de García, el Obdulio -así farda y se chulea el muy bobo- retiraron a las dos hermanas del cuerpo de Ana María (que casi la dejan ciega) y uno fue a llamar a la Cruz Roja.

Los dos municipales vomitaron y es lógico. ¿No creen? Y bajaron a las tres mujeres al coche para llevarlas al cuartelillo. A las que iban en bragas, las taparon. Este pueblo es muy religioso y muy católico y decente y la gente que ya se agolpaba en la calle se podría escandalizar.

Yo bajé cuando la ambulancia de la Cruz Roja se llevaba ya el cuerpo hueco de gordi y no la pude ver. Luego escuché decir que la pobre no manchó nada la camilla. Haber, se había dejado la sangre en su habitación, qué iba a soltar ya, la pobre.

Recuerdo que también se llevaron a la abuela de Josefa, una viejecita la mar de simpática.
Y ahí empezó todo esto de los periodistas y a salir el pueblo en la televisión.

Ahora don Felicísimo está hablando del demonio. De lo malo que es. De cómo entra en los cuerpos y en las mentes de las personas para burlarse de Dios y de sus buenas obras.

El cura dice que hay que rezar mucho para no sufrir las tentaciones de Satanás, que es más listo que el hambre y que siempre acecha por doquier. Dice que hay que ser muy bueno, rezar y acudir a la Iglesia para vencer al demonio y que no te domine. Yendo a la Iglesia, sigue don Felicísimo, haciendo caso de nuestros sacerdotes y de las enseñanzas de nuestra Santa Iglesia Católica, pues se logra desterrar a Satanás.

Si me pongo a pensarlo, don Felicísimo llama demonio, Satanás, Lucifer y las hermanas de luz, a lo mismo, lo llaman el malo, el maligno, pero viene a ser lo mismo.

Creo que doña Venancia, la profesora de Ciencias Sociales, tiene razón. Aquí todavía queda mucha barbarie, mucha incultura y mucha miseria sexual y moral.

Y yo mismo me pongo a pensar que tengo que tener el maligno en persona dentro del cuerpo, como mi gordi, porque en lo único que pienso desde que murió es en salir de aquí, de este cementerio, de este pueblo lleno de rezos y de estampitas.

Salir de aquí y no volver jamás.
http://criminalia.es/asesino/el-exorcismo-de-almansa/
 
El caso Almería
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  • Clasificación: Asesinato
  • Características: Tres jóvenes iban a una comunión y la Guardia Civil los confundió con etarras. Fueron torturados, asesinados y sus cuerpos descuartizados. Para borrar todas las pruebas, la Guardia Civil tiroteó los cadáveres, introdujeron los restos en un vehículo, lo despeñaron y lo prendieron fuego.
  • Número de víctimas: 3
  • Periodo de actividad: 10 de mayo de 1981
  • Perfil de las víctimas: Juan Mañas Morales, de 24 años; Luis Montero García, de 33; y Luis Manuel Cobo Mier, de 29
  • Método de matar: Arma de fuego
  • Localización: Casafuerte, Almería, España
  • Estado: El Teniente Coronel Castillo Quero fue condenado a 24 años de prisión el 28 de julio de 1981. Fue puesto en libertad en octubre de 1992. Falleció el 3 de abril de 1994. El Teniente Gómez Torres fue condenado a 15 años de prisión y el Guardia Fernández Llamas, a 12 años, el 28 de julio de 1981


Índice

GALERÍA FOTOGRÁFICA

(!) ATENCIÓN: Esta galería estará disponible en los próximos días.

El caso Almería
Wikipedia

El caso Almería comienza el 10 de mayo de 1981, cuando aparecieron tres cuerpos abrasados dentro de un Ford Fiesta, en un barranco de Gérgal, Almería.

El informe de la Guardia Civil señalaba que «habían intentado huir, responsables del atentado contra el General Valenzuela», que había sucedido un par de días antes. Incluso les ponían apellidos: eran «Mazusta, Bereciartúa y Goyenechea Fradúa».

Día y medio después, tres familias, dos en Santander y una en la localidad almeriense Pechina eran requeridas para asistir a Almería. Eran las familias de un salmantino, Luis Montero García; un santanderino, Luis Cobo Mier, y un emigrante, Juan Mañas Morales de aquella misma Almería, donde los tres iban a ser asesinados, y posteriormente quemados para borrar huellas, por fuerzas de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Carlos Castillo Quero.

Los hechos
El caso Almería tiene un preludio el 7 de mayo de 1981, en Madrid. La banda terrorista ETA atenta contra el jefe del Cuarto Militar del Rey, General Joaquín Valenzuela -hiriéndolo de gravedad-, y asesina a sus tres acompañantes.

Tres días más tarde los jóvenes Juan Mañas Morales (24 años) trabajador de FEVE, Luis Montero García (33) trabajador de FYESA y miembro del PCE y Luis Manuel Cobo Mier (29) trabajador de ACERIASA se dirigían desde Santander hasta Pechina (Almería) para ir a la comunión del hermano del primero.

Una avería en su vehículo, obliga a los jóvenes a parar en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), para, más tarde, reanudar viaje en tren hasta la localidad de Manzanares donde alquilan un Ford Fiesta verde.

Un vecino de la primera localidad manchega, tras ver las fotos en televisión de los terroristas de ETA; Mazusta, Bereciartúa y Goyenechea Fradúa, confunde a los chicos con los miembros de la banda. Tras la llamada de este ciudadano a la Guardia Civil, ésta montó la caza y captura del presunto comando terrorista. Al frente del grupo se situó el Teniente Coronel Carlos Castillo Quero.

La tarde del sábado 9 de mayo de 1981 el Ford Fiesta aparca en la avenida principal de Roquetas de Mar en el paseo marítimo en una tienda de souvenirs. Juan Mañas, natural de la localidad almeriense de Pechina, acompaña a sus amigos y compañeros de trabajo en FEVE de Santander Luis Cobo y Luis Montero, ambos invitados a acudir a la primera comunión de su hermano Francisco Javier. Antes Mañas quería enseñarles Almería. Los tres jóvenes desconocían que el día anterior de que ellos iniciaran el viaje el teniente general Valenzuela había sufrido un atentado de ETA.

Mañas, Montero y Cobo fueron detenidos a las 21:05 sin oponer resistencia en una tienda de la localidad, mientras hacían unas compras. Al día siguiente, los cadáveres de los tres aparecieron dentro del Ford Fiesta, calcinados y agujereados por múltiples balas.

Castillo Quero y sus hombres de confianza (hasta un total de 11 guardias civiles) torturaron a los tres inocentes durante toda aquella noche en un antiguo cuartel abandonado de la Guardia Civil, que estaba situado en la localidad almeriense de Casafuerte. Tras descubrir el error, intentaron borrar todas las pruebas. Tuvieron que descuartizar a los jóvenes para meterlos dentro del coche. Los tirotearon para simular que murieron en un supuesto tiroteo. Después se los llevaron, despeñaron el vehículo y le prendieron fuego comprando gasolina con el dinero que llevaban los jóvenes en los bolsillos.

La versión oficial
El domingo día 10, un comunicado oficial anuncia la muerte de los tres terroristas en un tiroteo con la Guardia Civil. Ese tiroteo no fue real, puesto que el Teniente Coronel descargó las balas en ellos después de muertos para que pareciese que habían muerto en un presunto tiroteo. Después de haberlos torturado en un cuartel abandonado, se dieron cuenta de que no eran los terroristas, y los descuartizaron, vaciando varios cargadores de balas en cada uno de ellos para simular aquel tiroteo. Después, con el dinero que llevaban las víctimas para comprar los regalos de la comunión del hermano de Juan Mañas, compraron gasolina, y los quemaron.

Los cuerpos de los jóvenes fueron encontrados quemados en el interior del coche en el kilómetro 8,400 de la carretera de Gérgal. “Según la versión oficial, los detenidos como presuntos terroristas estaban armados e indocumentados y eran conducidos a Madrid en coche. Cuando intentaron agredir al conductor, los guardias civiles se vieron obligados a disparar contra las ruedas del vehículo en el que iban esposados.” Ésa es la versión civil, La Guardia Civil fue manchada por este caso, y por ello después de la muerte de estas tres personas,sus familiares también fueron perseguidos. Posteriormente a la masacre, el Teniente Coronel escribió una carta a la familia Mañas de Pechina, donde detalladamente describió cómo mató a los tres chicos. Tal carta es propiedad de la familia y no aparece en ningún sitio web, ni público.

En lo referido a los juicios, al abogado oficial de la familia Mañas le instalan una bomba en su coche. No se sabe quién fue, sólo que el abogado encontró un anónimo en el que decía que habían visto a alguien manipulando el coche, y que tuviese cuidado. Para comprobarlo tiró una piedra y el coche voló. Más tarde el abogado se retiró de su oficio después del atentado contra su vida.

Juan José Rosón, entonces Ministro del Interior, repitió la versión de la Guardia Civil, en comparecencia parlamentaria a pesar de que en la prensa se describía que “los cadáveres, atrozmente calcinados, aparecen sin piernas y sin brazos, y tienen visible orificios de bala en distintos puntos del tronco y del rostro”.

La condena
El 28 de julio de 1981, la Audiencia Provincial de Almería condena a los tres agentes por tortura y homicidio – “por ser criminalmente responsables de tres delitos de homicidio” y se marca el pago de una indemnización de tres millones de pesetas a las familias de las tres víctimas.

En 1984 el Tribunal Supremo confirmará la sentencia de 24 años de cárcel para el Teniente Coronel Castillo Quero, 15 para el Teniente Gómez Torres y 12 para el Guardia Fernández Llamas. El cumplimiento de la condena estuvo salpicado de irregularidades, ya que hasta que los homicidas fueron expulsados de la Guardia Civil, cumplieron condena en centros militares, en lugar de en cárceles ordinarias y cobraron el retiro -varios millones de pesetas- de los fondos reservados del Ministerio del Interior.

El abogado que representaba a las familias de los fallecidos, Darío Fernández, recibió muchas amenazas de muerte y tuvo que esconderse. Llegó a vivir oculto en una cueva.

El Caso Almería hoy
Ningún otro Guardia fue juzgado y condenado por la Audiencia de Almería como autor material del asesinato de Mañas y sus amigos. De hecho, a fecha de hoy (2010), 31 años después hay 8 Guardias Civiles que no han sido juzgados: Sargento Rafael Cañadas Pérez, Sargento Antonio González Hueso, Cabo Primero Guillermo Visiedo Beltrán, Guardia Civil Eduardo Fenoi Rodríguez, Sargento Juan Sánchez Cabrera, Guardia Civil Ángel Ojeda Guerrero, Guardia Civil Antonio Pavón Merino, Guardia Civil Segundo Juan Martínez Castro.

Castillo Quero ingresó en la cárcel de Guadalajara en octubre de 1985 procedente del presidio militar del castillo de Santa Catalina (Cádiz). Tres años después accedió al tercer grado penitenciario y en octubre de 1992, tras cumplir las tres cuartas partes de su condena, salió de la prisión de Córdoba en libertad condicional. Falleció de muerte natural el 3 de abril de 1994 en su casa de Córdoba.

Los familiares de Juan Mañas ha solicitado a varios organismos y en varias ocasiones que su hijo y sus dos compañeros sean reconocidos como víctimas del terrorismo. Aún hoy no han recibido respuesta.

Película
Existe una película titulada, El caso Almería, (1983) dirigida por Pedro Costa e interpretada por Agustín González, Fernando Guillén, Manuel Alexandre, Margarita Calahorra, Iñaki Miramón, Pedro Díez del Corral, Antonio Banderas y Juan Echanove, que relata lo sucedido desde la partida de los tres jóvenes hasta la resolución final de los juicios.

Tres víctimas olvidadas
Antonio Rubio – Elmundo.es

29 de mayo de 2005

Iban a una comunión en 1981 y la Guardia Civil los confundió con etarras. Terminaron descuartizados. Sus familias siguen pidiendo que se les reconozca víctimas del terrorismo.

«…al principio le dieron una gran paliza, especialmente por el guardia C…, perdiendo el conocimiento. Entonces lo mataron con un tiro de pistola cada uno que recivieron (sic) por separado.Posteriormente los embolvieron (sic) en mantas viegas (sic), penetrándolos en el Ford Fiesta…ordenando Castillo Quero, que fueran volcados en el sitio que no les viera nadie y se les pegara fuego para que no conocieran los mal tratos… Antes de pegar fuego con la metralleta de los compañeros el Guardia C. gastó dos cargadores de 30 cartuchos cada uno sobre los cadáveres en combinación con el depósito de la gasolina del Ford. Sin nada más se despide un gran amigo de Vds que en la actualidad es Guardia Civil pero no asesino. No me identifico porque sería una cosa no oportuna para mí»

-CARTA ANONIMA ENVIADA POR UN GUARDIA CIVIL EN 1984 A LA FAMILIA DE JUAN MAÑAS, UNO DE LOS ASESINADOS.

De noche, sin luz, tres cadáveres ensangrentados y un conciliábulo de sicarios y verdugos pensando cómo quitarse de en medio aquella papeleta… Tuvieron que despedazar a aquellas criaturas para poder meterlos en el coche, después lo despeñaron, le metieron fuego y se pusieron a pegar tiros». Esta es la narración, cruda y dura, que realizó el abogado y teniente coronel de la Guardia Civil Victoriano Guillén sobre los sucesos que ocurrieron en Almería el 10 de mayo de 1981. Para la historia quedó como el caso Almería. Las víctimas fueron tres jóvenes inocentes, torturados y asesinados por un grupo de guardias civiles que los confundió con un comando de ETA.

El único delito que cometieron Juan Mañas, Luis Montero y Luis Manuel Cobo fue atravesar toda España, desde Santander a Pechina (Almería), en un vehículo para asistir a la comunión del hermano del primero, Francisco Javier. Son tres víctimas del terrorismo de Estado que el PSOE utilizó como bandera en 1981 para atacar al gobierno de UCD y que después, con la mayoría de 1982, olvidó y nunca más reivindicó.

El caso Almería comenzó el 7 de mayo, en Madrid. ETA había atentado en la capital de España contra el general Valenzuela, jefe del Cuarto Militar del Rey. La tensión que se vivía por aquellas fechas era extrema, dos meses antes se había producido el intento de golpe de Estado del 23-F, y el Ministerio del Interior intentaba capturar a los asesinos a cualquier precio.

Mañas, Montero y Cobo tuvieron problemas con su vehículo y se vieron obligados a parar en la ciudad de Puertollano, donde alquilaron un Ford Fiesta. Un vecino del pueblo, tras ver las fotos de los terroristas de ETA por televisión, confundió a los tres jóvenes con los miembros de la banda.

Automáticamente, la Guardia Civil, con el chivatazo del diligente ciudadano y el número de la matrícula del Ford Fiesta, montó la caza y captura del presunto comando etarra. Al frente del grupo perseguidor se situó el teniente coronel Castillo Quero.

Mañas, Montero y Cobo fueron detenidos a punta de pistola y sin oponer resistencia en una tienda de Roquetas de Mar (Almería), mientras hacían unas compras para la comunión de Francisco Javier, el hermano de Mañas. Al día siguiente, los cadáveres de los tres jóvenes aparecieron dentro del Ford Fiesta, calcinados y agujereados por múltiples balas.

Castillo Quero y sus hombres torturaron a los tres inocentes una y mil veces durante toda aquella noche en un antiguo cuartel de la Guardia Civil, abandonado, que estaba situado en la localidad almeriense de Casafuerte. El teniente coronel Victoriano Guillén, que se había significado por su repulsa contra el 23-F, se encontraba apartado y realizando operaciones burocráticas en la Comandancia de Almería. Luego pudo reconstruir todo lo ocurrido: «La dirección General de la Guardia Civil mandó un radio (nombre que se daba en la Guardia Civil a los fax o télex) diciendo que eran etarras y que habían atentado contra el general Valenzuela. Castillo Quero, que era un enfermo mental, un imbécil poseído y que, además, presumía de su amistad con el Rey, vio allí la ocasión de hacer un servicio y hacer méritos, colgarse medallas».

Guillén, que murió hace dos años, hizo sus primeras y únicas declaraciones ante las cámaras de Crónica de una generación y recordó que la Comandancia de Almería se encontraba en pleno centro de la ciudad y que en ella vivían los familiares de los guardias civiles, por lo que Castillo Quero y los miembros del servicio de información decidieron llevarse a los detenidos fuera de la ciudad para poder torturarlos sin problemas: «En Casafuerte ocurrió la tragedia, porque fue tal la tortura, la paliza, la cafrada, que se les quedaron en las manos. Cuando se dieron cuenta los habían matado».

Tras el error, Castillo Quero intentó borrar todas las pruebas de la masacre. Guillen, que cuando realizó estas declaraciones en el año 2002 ya estaba jubilado y tenía que soportar un par de diálisis semanales, se encendía y se cabreaba cuando recordaba aquellos momentos: «Tuvieron que despedazar a aquellas criaturas para meterlos dentro del coche. Después se llevaron el coche, los despeñaron, le metieron fuego y se pusieron a pegar tiros».

Pero el documento más importante y esclarecedor de lo que ocurrió en el caso Almería le llegó a la familia Mañas, en forma de carta anónima, tres años después del asesinato de su hijo y de que el Tribunal Supremo confirmara la sentencia de 24 años de cárcel contra el teniente coronel Castillo Quero, 15 para el teniente Gómez Torres y 12 para el guardia Fernández Llamas.

En esa carta anónima, escrita por un guardia civil de la Comandancia de Almería y que ha conseguido EL MUNDO y el programa televisivo Crónica de una generación, se detalla de forma pormenorizada la cantidad de barbaridades que cometieron contra los tres jóvenes inocentes y el total de miembros de la Guardia Civil, con nombre y apellidos, que participaron en el aquelarre: «Mi querida familia, ante el respeto que merecen me dirijo a Vds para contarles el hecho siguiente respeto a las extrañas circunstancias de la desgracia de buestro (sic) hijo y compañeros que fallecieron en manos de los asesinos de la Comandancia de esta localidad».

El anónimo comunicante, que descubre que «en la actualidad (1984) es Guardia Civil, pero no asesino» relata a la familia Mañas las circunstancias en las que murió su hijo y sus compañeros: «Los trasladaron en los mismos vehículos al cuartel de Casafuerte, donde fueron sometidos a interrogatorio, acto seguido ordenó Castillo Quero que tenían que ser sometidos a garrote y pidió voluntarios».

Y entre los voluntarios, según el anónimo, salieron: «J.M ., pertenece al Servicio de Información Después, el sargento C..Otro, el guardia P Otro, el guardia F., también destinado en el Servicio de Información. Estos fueron los tres asesinos de buestro (sic) hijo…». Ninguno de esos guardias fue juzgado y condenado por la Audiencia de Almería como autores materiales del asesinato de Mañas y sus amigos.

Después de las torturas llegaron las muertes: «Al principio le dieron una gran paliza, especialmente por el guardia C.., perdiendo el conocimiento. Entonces lo mataron con un tiro de pistola cada uno que recivieron (sic) por separado. Posteriormente, los embolvieron (sic) en mantas viegas (sic), penetrándolos en el Ford Fiesta, en el asiento trasero, ordenando Castillo Quero que fueran volcados en el sitio que no les viera nadie y que se les pegara fuego para que no conocieran los mal tratos».

El anónimo Guardia Civil llega incluso a relatar en su carta que los asesinos, de los que da nombre y apellidos, utilizaron el dinero que llevaban las víctimas para comprar la gasolina con la que prendieron fuego al Ford Fiesta con los tres cadáveres dentro: «Antes de pegar fuego con la metralleta de los compañeros el guardia C. gastó dos cargadores de 30 cartuchos cada uno sobre los cadáveres en combinación con el depósito de la gasolina del Ford, acto seguido con el mechero que pegó fuego a la gasolina que se derramaba del depósito, añadiendo la que tenía en la lata aparte».

La familia Mañas ha solicitado en varias ocasiones que su hijo y sus dos compañeros sean reconocidos como víctimas del terrorismo, pero siempre han recibido la callada por respuesta por parte de todos los organismos a los que se han dirigido desde hace más de 20 años. Tampoco han recibido el apoyo ni la comprensión de la Asociación Víctimas del Terrorismo.
 
EL PAÍS
CIENCIA
Las lesiones cerebrales de los peores criminales
Un estudio con 40 asesinos o violadores muestra daños en la red neuronal de las decisiones morales
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MIGUEL ÁNGEL CRIADO
21 DIC 2017 - 05:18 CET


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El primer asesino múltiple, Charles Whitman, y su primera víctima, su mujer. GETTY IMAGES


Andrea (nombre ficticio) se operó de unos pólipos nasales en 1985. Algo salió mal durante la operación, perdiendo líquido cefalorraquídeo. Desde entonces ya nunca fue igual: evitaba las reuniones familiares, escribía cartas con palabras soeces al mejor amigo de su padre y la que fuera una buena estudiante era incapaz de mantener un trabajo. Con el tiempo empezó a tener alucinaciones y a oír voces. En 2007 les hizo caso y mató a su madre. Este rarísimo caso de matricidio forma parte de un estudio que busca las raíces de los peores crímenes en el cerebro, en particular en los cerebros dañados.

"El cuadro fue agravándose lentamente, una amiga íntima nos relató los cambios progresivos en su personalidad tras la operación hasta que aparecieron los síntomas psicóticos que fueron mal interpretados como esquizofrenia y luego los de tipo homicida", comenta la profesora de psiquiatría de la Universidad de Santiago Chile, Gricel Orellana, que publicó una investigación sobre el caso de Andrea en 2013. "Sumado a lo anterior, su amiga relataba que era una persona normal y ética antes de su operación", añade una Orellana que también es perito judicial en casos con patologías neuropsiquiátricas.

Ahora, un grupo de investigadores de EE UU ha recopilado varias decenas de casos como el de Andrea. Se trata de historias muy extremas pero también muy fértiles para la ciencia: son personas que eran o llevaban una vida normal y que empezaron a cometer crímenes tras una lesión cerebral. Aunque hay muchos estudios que relacionan conducta criminal con problemas mentales, pocas veces como en esta se puede establecer una conexión temporal entre daño en el cerebro (primero) y crímenes (después).

El caso más famoso puede que sea el de Charles J. Whitman. Este exmarine de EE UU inició la historia de los asesinos masivos en ese país el 1 de agosto de 1966. Tras matar a su madre y a su mujer, se subió a la torre del reloj de la Universidad de Texas en Austin para disparar a todo lo que se movía, asesinando a otras 13 personas, una embarazada, e hiriendo a una treintena antes de ser abatido. Un mes después, el patólogo que realizó la autopsia al francotirador desveló que tenía un tumor cerebral. Eso y las cartas que dejó escritas sobre sus extraños pensamientos señalaron que la lesión cerebral provocó o al menos influyó en su conducta.

El estudio publicado ahora en la revista PNAS se apoya en los historiales clínicos de los criminales y el escaneo de sus cerebros ya lesionados cuando ya estaban en la cárcel o, como en el caso de Andrea, internados en un centro psiquiátrico. Ninguno de ellos había cometido un delito, y menos grave, antes de su lesión. Aunque solo se sabe el origen de las lesiones en la mitad de los 40 casos revisados, la mayoría fueron provocadas por un tumor o una operación.

El primer resultado de la investigación puede sorprender: en ninguno de los casos coincide la localización exacta de la lesión. "Creo que es difícil de entender incluso para los neurólogos y los neurocientíficos", dice el profesor de neurología de la Universidad Vanderbilt (EE UU) y principal autor del estudio Ryan Darby. "Nuestra hipótesis es que las lesiones se produjeron en distintas partes de una misma red cerebral conectada", explica.

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El escáner cerebral mostró que todas las lesiones se produjeron en zonas diferentes del cerebro. Aquí imágenes del de 17 de los criminales. PNAS


Aunque no se repita ni una vez la ubicación de las lesiones, en todos los casos detectaron que las zonas lesionadas pertenecían a la misma red de conexiones neuronales, la de la toma de decisiones morales. "Para la conducta moral, más relevante que una región concreta es la interacción dentro de una red de diferentes regiones cerebrales lo que explica el cambio de conducta", comenta Darby.

El profesor de neurología de la Universidad de California Los Ángeles, Mario Méndez, no relacionado con esta investigación, lleva años investigando la conexión entre problemas mentales y criminalidad. Aunque reconoce la aportación del estudio, cuestiona sus conclusiones. "La toma de decisiones morales incluye muchas cosas y también puede ser afectada por cambios en diferentes áreas del cerebro. Esto implica muchos procesos, como reconocer que algo está bien o mal, temer la implicación del castigo, recordar las reglas sociales de comportamiento, reconocer que otras personas tienen pensamientos y sentimientos, control emocional entre otros", dice.

El problema para el también director de neurología de la conducta del departamento para veteranos de guerra del área metropolitana de Los Ángeles es que este estudio "no nos indica cómo la red de lesiones anormales realmente afecta la moralidad" y como esa moralidad está conectada con la conducta criminal. Para Méndez, "los neurocientíficos a menudo creen que el cerebro determina todo el comportamiento". Sin embargo, añade, "siempre y cuando los individuos entiendan que tienen opciones en su comportamiento, y si retienen el control sobre sus respuestas, el tener una lesión cerebral no excusa la criminalidad".

https://elpais.com/elpais/2017/12/19/ciencia/1513705212_349792.html
 
Donato Bilancia – El Asesino del Tren
admin 21 diciembre, 2017 1
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Este asesino en serie aterrorizó a Italia entre 1993 y 1998, fechas entre las que mató al menos a 18 personas. El método, cargado de significado, era siempre igual: obligaba a sus víctimas a arrodillarse, luego les pegaba un tiro en la nuca…

El Asesino del Tren
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Empedernido jugador de casinos, contrajo deudas millonarias que le llevaron a robar a conocidos que después mató para que no lo denunciaran. Algunos crímenes los realizó como sicario de la mafia.

Italia tuvo conciencia de que estaba en presencia de un nuevo asesino en serie, el número 39 desde los años cincuenta, lo que le ha dado el quinto puesto en el mundo, tras Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Alemania y Francia. El retrato hablado y las dos primeras letras del coche Mercedes oscuro que utilizaba, que fueron vistos por testigos, cerraron el cerco sobre Donato Bilancia, un individuo violento, con antecedentes de robo y agresiones.

Empedernido jugador en casinos de Italia y el extranjero, contrajo deudas millonarias que le llevaron a robar a gente conocida, a las que luego mató para que no lo denunciaran. Algunos de los crímenes los habría realizado también como sicario a sueldo de la filial genovesa de un clan mafioso de Cosa Nostra. Otros crímenes de mujeres habrían sido sólo para calmar la ira que le provocaba perder jugando al póker o a la ruleta.

El asesino, de 49 años, comenzó su cadena de crímenes con el homicidio de una prost*t*ta el 24 de octubre de 1997 y sembró durante seis meses el pánico en Liguria, Italia, especialmente entre las mujeres, que fueron su principal objetivo. Al principio se atribuyeron los homicidios a reyertas entre bandas rivales en el mundo de la prostit*ción y las drogas, pero más adelante se comprobó que el homicida seguía unas pautas muy concretas. Sólo cuando dos mujeres jóvenes aparecieron muertas en sendos lavabos de trenes de la zona, también arrodilladas y con un tiro en la nuca disparado por la misma arma, cundió la alarma.

Las dos últimas víctimas, una enfermera y una empleada de hogar, ambas de 32 años, fueron asesinadas en los lavabos de dos vagones de tren, siempre siguiendo el mismo ritual (las obligaba a arrodillarse para pegarles un tiro en la nuca), lo que desató una psicosis de terror tan grande a usar los ferrocarriles estatales, que incluso el fiscal de Génova llegó a pedir a las mujeres que viajaran en tren “sólo lo necesario y siempre acompañadas”.

La policía había empezado a advertir a la gente sobre un posible agresor de mujeres después de que se confirmase la búsqueda de un presunto autor o autores de tres homicidios no resueltos en los últimos cuatro meses. En sus comunicados advertían: “Es mejor que todos los ciudadanos que han acordado citas o encuentros con personas a las que no conocen presten la máxima atención y, en caso de duda, llamen a la Policía”.

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Donato declaró en el juicio: “Sí, he sido yo. Las he matado aunque no sé por qué, no estoy bien, ayúdenme a curarme”. Los análisis psiquiátricos determinaron que estaba bien cuerdo, por lo que se le condenó a 13 cadenas perpetuas más 26 años.

A las similitudes del arma utilizada y el lugar escogido para los asesinatos se había unido la tesis (sin confirmar) de que el homicida habría dejado siempre una carta en la que amenazaba con actuar de nuevo, lo que hizo crecer el pánico entre las jóvenes italianas.

Luego asesinó a dos guardias que lo sorprendieron cuando estaba a punto de matar a un transexual venezolano de nombre Julio Castro alias Lorena, quien resultó sólo herido y fue clave para diseñar su retrato hablado. El 6 de mayo de 1998 delante del hospital genovés de San Martino, Bilancia fue capturado por la policía italiana.

Durante más de una semana guardó silencio absoluto, acogiéndose al derecho de no declarar, hasta que finalmente se derrumbó ante el juez, confesando con estas palabras escalofriantes: “Sí, he sido yo. Las he matado aunque no sé por qué, no estoy bien, ayúdenme a curarme”.

El asesino contó con detalle cómo mató a 18 personas desde 1993 hasta pocas semanas antes de su detención, e incluso, le informó de otro crimen que la policía había considerado un fallecimiento natural. Además, la policía tiene pruebas que lo comprometen en el asesinato de una prost*t*ta nigeriana, Evelin Edoghaie, el 29 de marzo de 1998, quien murió en Cogoleto, un pueblo de las cercanías de Génova, tras recibir dos tiros en la nuca.

En respuesta a la tesis de la defensa de que el acusado es un enfermo mental incapaz de entender sus acciones, la fiscalía solicitó se aplicaran numerosos análisis psicológicos, en los cuales se determinó que: Donato Bilancia lejos de estar loco está muy sano de mente, es consciente de todo lo que hace y actúa con verdadera determinación y frialdad.

Finalmente, el 14 de febrero de 2001 el Tribunal de Apelación de Génova lo sentenció a 13 cadenas perpetuas y 26 años de reclusión, tras confesarse el autor de 18 homicidios.

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NOTA: La autoría del texto es de Margarita Bernal

Originally posted 2011-12-21 15:31:46. Republished by Blog Post Promoter
 
Richard Ramírez – The Night Stalker
ADMIN 27 DICIEMBRE, 2017 17
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Al principio, solo golpeaba y violaba, dejando incluso a la mayoría de sus víctimas con vida, pero después se hizo más sádico; como, por ejemplo, en el asesinato de una joven a la que violó y le sacó los ojos con una cuchara…

The Night Stalker
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Su juego preferido era salir de caza acompañado por un walkman. Oyendo AC/DC encontraba a su víctima y entraba en su casa, preparado para violar y matar…

Algunos psicólogos calificaron a Ramirez como un asesino fuera del grupo de los asesinos normales. El “merodeador nocturno” mató a 14 personas en Los Angeles entre 1984 y 1985.

Como la mayoría de los asesinos en serie, Ramirez fue en su adolescencia un chico problemático: a los 9 años ya comenzó a robar y más tarde a consumir drogas en Texas, su estado natal.

Una vez en Los Ángeles, comienza su carrera como asesino, sin unas pautas concretas, lo cual hacía más dificil su detención: mataba a personas dandole igual s*x*, raza, edad o condición. Las armas utilizadas iban desde un bate de beisbol a un puñal, pasando por varios tipos de pistolas.

Su modus operandi también oscilaba, ya que podía asesinar de una manera organizada sin dejar pista o matar sin ningún cuidado creyéndose amparado por su dios Satán, dibujando signos satánicos en las paredes , comiendo en casa de sus víctimas, robándoles el dinero que llevaban encima o dejando las armas homicidas en el lugar del crimen

Su juego preferido era salir de caza, acompañado por un walkman, oyendo AC/DC, encontraba a su víctima y entraba en su casa preparado para violar y matar.

Al principio, solo golpeaba y violaba, dejando incluso a la mayoría de sus víctimas con vida, pero después se hizo más sádico, como por ejemplo, en el asesinato de una joven, a la que violó y la sacó los ojos con una cuchara, matando a la chica después y enviándolos (a los ojos) a su casa al día siguiente.

Como muchas de sus víctimas sobrevivían, una mujer le reconoció en Agosto del 85 por la calle. Después de numerosos retratos robot enviados por la Policía, un grupo de gente a la voz de “¡matadlo!” le persiguió y capturó mientras intentaba robar un coche, salvándose de ser linchado por una patrulla de policía

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Richard fue condenado a la cámara de gas por 14 asesinatos, 9 violaciones y otros delitos. Nunca se arrepintió sino que afirmó con arrogancia: “Yo estoy más allá de vuestra experiencia. Estoy más allá del bien y del mal”

El 4 de Octubre del 89, reliza las siguientes declaraciones: “…Yo no creo ni en la hipocresía ni en los dogmas morales de la llamada sociedad civilizada. Sólo me basta con mirar dentro de esta habitación, para conoceros tal y como sois: mentirosos, cobardes, asesinos, ladrones… y cada uno con su propia profesión legal. Sois unos gusanos hipócritas, me ponéis enfermo…”

“…No necesito oir todos los raciocinios de vuestra sociedad. Ya los he oído antes y los argumentos siempre son los mismos…”

“… No me entendéis. Tal y como suponía, no sois capaces de hacerlo. Yo estoy más allá de vuestra experiencia. Estoy más allá del bien y del mal…”

Finalmente es acusado de 14 asesinatos, 5 intentos de asesinato, 9 violaciones (entre las cuales 3 fueron a menores), 2 secuestros (solía secuestrar niños para abandonarlos a cientos de kilometros de su casa solo por el placer de hacerlos sufrir), 4 actos de sodomía, 2 felaciones forzadas, 5 robos y 14 allanamientos de morada. A pesar de estos datos, se estima que actuó en muchas más ocasiones ya que su modus operandi no era facilmente identificable y él nunca colaboró con la Policía dando datos de sus crímenes.

En 1989 es condenado a la cámara de gas, pero Ramírez no perdió su fe: “… !Legiones de la noche!, !Razas de la noche!, no repitáis los errores del Night Stalker y no concedáis clemencia alguna… Yo seré vengado. Lucifer está con nosotros…”

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FUENTE: 1

Originally posted 2012-04-11 15:47:38. Republished by Blog Post Promoter
 
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