Crónica Negra. Asesinos, atravesando siglos.

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John Bodkin ADAMS

El doctor Muerte




    • Clasificación: Asesino en serie
    • Características: ¿Envenenador?
    • Número de víctimas: 0 - 163 +
    • Periodo de actividad: 1935 - 1956
    • Fecha de detención: 1 de octubre de 1956
    • Fecha de nacimiento: 21 de enero de 1899
    • Perfil de las víctimas: Mujeres mayores (pacientes)
    • Método de matar: Veneno
    • Localización: Eastbourne, Inglaterra, Gran Bretaña
    • Estado: Fue absuelto el 15 de abril de 1957. Murió el 4 de julio de 1983




Índice

Adams, ¿asesino de viudas o médico compasivo?
Última actualización: 12 de marzo de 2015

En 1956 un corpulento médico de Eastbourne fue arrestado por envenenar a ricas ancianas y quedarse con su dinero. Los hechos incluían los elementos imprescindibles para un clásico juicio dramático: testigos rencorosos, peritos en desacuerdo, una sorprendente parte acusadora y una asombrosa defensa.

El doctor fue considerado inocente, sin embargo, muchos siguen creyendo que fue culpable de múltiples asesinatos.

SOSPECHAS – Jugosas ganancias
Los pacientes del doctor Bodkin Adams tenían la costumbre de morir bajo el efecto de las drogas… legándole cuantiosas sumas. ¿Les ayudaba el amable doctor en el viaje hasta el otro mundo? En 1956 la policía de Eastbourne inició una investigación de sus actividades.

En la noche del domingo 22 de julio de 1956, el juez de Instrucción Forense de Eastbourne recibió una extraña llamada telefónica del médico más famoso de la localidad, el doctor Bodkin Adams, solicitando un favor: ¿estaría dispuesto a organizar una autopsia «privada» para uno de sus pacientes?

El juez se negó cortésmente a desviarse de los procedimientos habituales. Después preguntó al doctor: «¿Cuándo ha fallecido el paciente?»

«El paciente aún no ha muerto», contestó Adams. Al oír esta respuesta, el juez quedó paralizado.

Al día siguiente el enfermo murió. Se trataba de Gertrude «Bobbie» Hullett, una gran dama muy dicharachera de cuarenta y nueve años de edad que recientemente se había quedado viuda. Vivía en la hermosa mansión de Holywell Mount, desde la cual se dominaba el Canal de la Mancha. Asimismo, era miembro asiduo de las reuniones en que también participaban el actor Leslie Henson y su esposa, los cantantes Anne Ziegler y Webster Booth, y la actriz Marie Lohr.

Se filtró la noticia de que un colega más joven que Adams se percató de que la enferma iba a morir en breve e insistió en que se efectuara una autopsia para verificar el diagnóstico de Bodkin. El joven doctor sospechaba que detrás de la repentina muerte de la señora Hullett había algo más de lo que su médico pretendía hacer creer. Suponía que había fallecido debido a una sobredosis de medicación.

Pero el colega de Adams no era el único que sospechaba. También Leslie Henson, que ejercía en Dublín, llamó al jefe de policía de Eastbourne para hacerle partícipe de su preocupación y más tarde hizo una declaración oficial en comisaría.

Estaba preocupado por la forma en que el doctor Adams mantuvo sedada a la señora Hullett durante los cuatro meses que transcurrieron desde la muerte de su marido. «Mi mujer y yo vimos cómo se transformaba en una drogadicta», diría posteriormente. «Asistimos a la desintegración de su mente… Estoy seguro de que las píldoras la llevaron al borde de la locura, y que murió por su causa.»

Se hicieron discretamente algunas investigaciones y se averiguó que justo antes de caer en estado de coma la señora Hullett le entregó al doctor Adams un cheque por valor de 1.000 libras y tres días después le legó también su Rolls-Royce. El servicio de la mansión Holywell confirmó que la señora tenía un aspecto de drogada. «Todas las mañanas bajaba tambaleándose por la escalera, como si estuviera borracha.» Así lo describió uno de los sirvientes.

El jefe de policía Richard Walker protegía con orgullo la reputación de Eastbourne: un retiro paradisíaco para gente adinerada. Poner en duda la reputación del doctor Adams era casi impensable, ya que entre sus pacientes se contaba un buen número de gente eminente.

El doctor era rico; no necesitaba otro Rolls-Royce -de hecho, ya tenía uno y también otros coches-. Pero al jefe de policía tampoco le habían pasado desapercibidas las persistentes murmuraciones que circulaban por la localidad, habladurías que relacionaban el generoso uso que el doctor hacía de las drogas con su enriquecimiento a través de numerosos legados. Se decía que hacía sus visitas con un frasco de morfina en un bolsillo y un formulario para legar en blanco en el otro.

El doctor Bodkin Adams era bajo pero corpulento, medía un metro sesenta de altura y pesaba unos 114 kilos. Era calvo, con una cara rosada y regordete, unos ojos pequeños tras unas gafas estilo Crippen, y con la desconcertante costumbre de dejarlos con frecuencia en blanco. Pero también era un maestro en cómo tratar a los enfermos, y se ganaba especialmente a las pacientes femeninas que estaban ya en la tercera edad. Atendía sus necesidades médicas, y más allá de ello les peinaba el pelo, y en alguna ocasión incluso acarició sus pechos. También ofrecía el reposo espiritual que generaba su fe: siempre invocaba al Todopoderoso mientras reconocía a los enfermos; y se arrodillaba para rezar antes de entrar en el cuarto donde se encontraba el paciente recostado en la cama.

La avanzada edad y relativa falta de fama de que gozaban sus supuestas víctimas posibilitó mantener a raya las habladurías. Pero «Bobbie» Hullett era un caso diferente. Ahora no se trataba de una viejecita frágil y solitaria de ochenta años, sino de una mujer de mediana edad, con una intensa vida social y buenas amistades en el mundo del teatro y la alta sociedad. El cuerpo de «Bobbie» sufrió tres autopsias, la última por el profesor Francis Camps, un famoso patólogo del Home Office (Ministerio del Interior) especializado en casos de asesinato.

El mundo fuera de Eastbourne supo por primera vez del doctor Adams el viernes 26 de julio de 1956. El titular de prensa rezaba: Se investiga al asesino de viudas ricas; y consiguió hacerse un sitio en primera página, al lado de la noticia de la ocupación del canal de Suez por el presidente Nasser y del hundimiento del trasatlántico Andrea Doria en el Atlántico. La historia siguió hinchándose hasta convertirse en seis mujeres enigmáticamente asesinadas. El caso cobró mayor importancia cuando se hizo cargo de la investigación el comisario Herbert Hannam, de Scotland Yard.

El jurado de la investigación previa del caso Hullett dio un veredicto unánime: su***dio a causa de una sobredosis de píldoras para dormir. El juez de Instrucción Forense amonestó severamente al doctor Adams por revelar «un grado extraordinariamente alto de negligencia en el tratamiento».

Pero esta actuación de la justicia pasó desapercibida… Los periódicos publicaban grandes titulares sensacionalistas y escandalosas revelaciones. El Yard investiga un envenenamiento masivo: 25 muertes en el gran misterio de Eastbourne, decía uno de los artículos. Y más tarde: Investigación de 400 testamentos: las víctimas son mujeres ricas.

Los lectores británicos se informaban; el equipo de investigación de Scotland Yard repasaba los últimos veinte años en la historia de Eastbourne a la búsqueda de envenenamientos de mujeres acaudaladas. Se hablaba de cientos de casos posibles y se publicaron truculentas historias sobre muestras de tierra que se recogían para análisis en los cementerios. Se sugirió que el asesino era un «hipnotizador homicida» que ejercía un control rasputinesco sobre sus ancianas y débiles víctimas.

Los hechos que realmente había detrás de estos reportajes sensacionalistas eran éstos: Hannam y el comisario Hewitt, junto con otro sargento del Yard y un inspector de Eastbourne, Pugh, iniciaron una investigación de la vida profesional del doctor Adams para comprobar si existían indicios de fraude o asesinato. Los informes fueron «peinados» por un equipo auxiliar de detectives en sus despachos. Entretanto, el trío de inspectores penetraba en la vida privada que se escondía detrás de las ventanas con lujosas cortinas de docenas de casas. Se interrogaba a los ocupantes, pero en muchos casos los familiares estaban muertos o eran demasiado viejos para recordar las cosas con claridad. La mayor parte de los cuerpos habían sido incinerados, o se habían degradado tanto que quedaban fuera de las posibilidades de la ciencia forense.

La imagen que resultó de Adams tras las pesquisas distaba mucho de ser agradable. Aparecía como un médico codicioso, avaricioso, de dudosos principios; un cazador de legados insaciable. Las declaraciones de abogados y gerentes de bancos eran unánimes en una cosa: la insistencia y la presión que el médico ejercía sobre sus pacientes para que modificaran sus testamentos a su favor, llegando hasta el límite de guiar él mismo la mano moribunda del testador.

También se encontraron pruebas de falsificaciones y extorsiones; y descripciones del doctor registrando desordenadamente una casa ya abandonada en busca de lo que se pudiera encontrar aún de valor. Una venerable y anciana señora le contó a la policía cómo le ahuyentó de su casa a golpes con su bastón de empuñadura de oro, cuando le sorprendió susurrándole al oído a su moribundo marido que le dejara la finca y la casa en herencia, y que él se cuidaría de su esposa.

Una penosa investigación sacó a la luz ciento treinta y dos testamentos que sumaban 45.000 libras en legados a su favor (una suma muy respetable para la época). Se daban casos en los que el doctor había omitido declarar que era él el beneficiado, con lo que se procedía a la incineración del difunto sin realizarse la autopsia, obligatoria en caso contrario. El estudio de los certificados de defunción extendidos por el médico suscitaba asimismo la cuestión de su capacidad para establecer diagnósticos adecuados u honestos, dado que una proporción de enfermos mucho más alta de lo habitual sufría una hemorragia cerebral o una trombosis cerebral. Al menos era lo que se especificaba como causa de la muerte.

Los casos de un empeoramiento repentino y, muy poco después, de la muerte del paciente suscitaban un interés particular. Se debía a que el fallecimiento sobrevenía casi inmediatamente después de que el enfermo modificara su testamento. Los familiares de Julia Bradnum, de ochenta y dos años, solicitaron la atención especial del Yard. La señora Bradnum falleció en 1952 inesperadamente, con la rapidez del rayo, dejando al doctor Adams como único albacea de su nuevo testamento. La policía exhumó el cadáver.

A veces los investigadores se toparon con testimonios realmente vívidos. En el caso de Annabelle Kilgour, muerta en 1950, una enfermera declaró que había quedado tan sorprendida por la dosis que el doctor le inyectó antes de que cayese en estado de coma irreversible, que le comentó: «Doctor… ¿Se da cuenta de que la ha matado?»

Scotland Yard también desenterró los cadáveres de Hilda y Clara Neil Miller, unas hermanas solteronas que murieron en 1953 y 1954. Hilda le dejaba en herencia a Clara casi todas sus posesiones y ésta se las legó a su médico. Una de las personas que se encontraba visitando a un pariente describió la última consulta del doctor. Permaneció 45 minutos con el paciente: «Después me quedé intrigada al no oír ningún ruido proveniente de la habitación. Abrí la puerta y lo que vi me horrorizó… Era una noche de invierno muy fría; las sábanas y mantas estaban en el suelo y había recogido el camisón de la mujer hasta el cuello. Todas las ventanas de la habitación estaban de par en par. Así es como la dejó el doctor.»

A finales de octubre Hannarn remitió su informe a sir Theobald Mathew, el fiscal general. Se decía que su espesor era de treinta centímetros. Una vez, mientras se tomaba tranquilamente una cerveza en una noche tormentosa en el hotel Beachy Head, Hannam le confió lo siguiente a un periodista: «Estoy convencido de que Adams es un asesino múltiple. Con seguridad ha matado a catorce personas. Si nos hubiéramos dedicado a investigar fechas aún más lejanas, creo que hubiera podido decir que mató todavía a más gente».

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Acoso al doctor
Sólo dos voces defendieron la causa del doctor durante los meses de la investigación. Una fue la del director del semanario Tribune, el político radical Michael Foot. El 22 de agosto de 1956, Foot comentó: “La información ofrecida por la prensa constituye uno de los ejemplos más sorprendentes y vergonzosos del periodismo sensacionalista en la historia de la prensa británica”.

La otra voz fue la del Daily Express, el único diario de difusión popular que se puso del lado del doctor. En parte, lo hizo porque su consejero legal, Peter (posteriormente Lord) Rawlinson era un fiero crítico del comisario Hannam. Rawlinson había sido el defensor del caso Towpath; batallando durante dos días en el banquillo de los testigos con Hannam, a causa de los métodos que empleó para obtener una confesión.

Pero en el extranjero la causa del doctor se presentaba aun más negra. Antes del juicio, el semanario americano True Detective publicó un artículo largo y condenatorio sobre el “mortífero doctor Adams de Gran Bretaña”; y lo tituló “Mejor matar que curar”.

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Hannam del Yard
El equipo policial que investigaba el caso Adams estaba dirigido por el comisario detective Herbert Wheeler Walter Hannam, para la prensa “Hannam del Yard”. Este también era conocido bajo el sobrenombre de “El Conde” a causa de su gran elegancia en el vestir, su gusto por os cigarros caros, y su porte, caminaba tan estirado que cuando entraba en la sala del juicio daba la impresión de estar inclinándose hacia atrás.

Hannam ingresó en la policía durante la Gran Depresión de los años veinte, cuando aún no era más que un recluta adolescente. Era ambicioso y astuto; estudió por su cuenta en profundidad las leyes y las normas de contabilidad, hasta que se convirtió en un experto en fraudes monetarios. Entonces fue nombrado oficial de contacto entre Scotland Yard y el banco de Inglaterra.

La fama le llegó en 1953 -el Año de la Coronación-, al conseguir resolver los “asesinatos de Teddington Towpath” de dos jovencitas. Cuando se encargó del “caso de Eastbourne” tenía 48 años de edad.

El equipo más allegado de Hannam consistía en un sargento detective de Scotland Yard, Hewitt, y un policía de la localidad, el inspector Pugh. Charlie Hewitt era un hombre de familia de policías, la suya era la cuarta generación que se dedicaba al oficio. Era una persona enérgica, aguda y escrupulosa. Bryn Pugh trabajaba con un peso añadido: el doctor Adams era el médico de cabecera de su familia.

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DEBATE ABIERTO – Envenenar y enriquecerse
Los supuestos crímenes de Adams no eran nada nuevo. Ya en 1856 un médico de Staffordshire fue considerado culpable de envenenar por dinero.

Bodkin Adams no fue el primer médico llevado a juicio en Old Bailey por matar a sus pacientes. Exactamente cien años antes, el caso del doctor William Palmer, de Rugeley, Staffordshire, sentó un escalofriante precedente.

En 1856, al igual que en 1956, el público británico combinaba una morbosa curiosidad con una sensación de temor cuando se hablaba de un médico que iba repartiendo la muerte entre sus pacientes. El doctor Palmer fue tan criticado en su tiempo que el Parlamento aprobó la llamada Ley Palmer. Permitía al acusado optar por ser juzgado en Londres cuando las circunstancias hicieran pensar que no iba a ser posible mantener la necesaria imparcialidad en el distrito judicial competente.

Billy Palmer tenía una reputación de despilfarrador, mujeriego y jugador. Como Adams, su pasado era un factor clave; tuvo una madre dominante; y su aspecto era rellenito -sin llegar a ser gordo- bajo una tez siempre colorada. Se sentía especialmente orgulloso de sus manos, pequeñas y regordetas, que sometía a una permanente y cuidadosa manicura y procuraba protegerlas siempre con suaves guantes de piel.

Los rumores sobre su persona empezaron muy pronto. Durante su época de estudiante en la Stafford Infirmary ya se decía que Billy experimentaba con venenos, y que los echaba en la bebida de sus compañeros para adormecerlos o hacerles vomitar. Tras una ronda de copas con Billy, un zapatero llamado Abley cayó fulminado al suelo… Pero la autopsia no reveló restos de veneno. Aun así, aquel suceso no cayó en el olvido.

El joven doctor Palmer heredó la bonita suma de 7.000 libras, alquiló una hermosa casa por 25 anuales, y se casó con una bella señorita de la localidad, una chica muy pía llamada Annie Brookes. Todo podría haber marchado bien si no le hubiera dominado su obsesión por las carreras de caballos. No contento con apostar, decidió fundar su propia caballeriza y participar en las carreras. Así empezó a endeudarse en serio. Lo que siguió fue llamado eufemísticamente «una desafortunada serie de fallecimientos».

La primera en abandonar el mundo de los vivos fue la suegra del doctor -por una apoplejía, se dijo-, sólo dos semanas después de mudarse al hogar del doctor. También murieron todos sus gatos. A los tres meses, el acaudalado tío Joseph cayó en un sueño fatal después de haber bebido coñac con su sobrino. Más tarde le llegó el turno a un colega de las carreras, Leonard Bladon, Enfermó repentina y gravemente en compañía del doctor Palmer, muriendo a los pocos momentos. Acababa de ganar una fuerte suma en las carreras de Chester; cuando lo encontraron, su monedero sólo contenía unas pocas libras y su libreta de apuestas habías desaparecido.

Los gatos y los humanos no fueron los únicos que sufrieron el «maleficio» de Palmer, también les tocó a los pura raza. El doctor consiguió uno de sus escasos éxitos en las carreras al ganar el trofeo de Marquess of Anglesey, tras la repentina muerte del caballo favorito (por comerse una zanahoria rellena de arsénico, según se cuenta).

El doctor Palmer empezaba a ganarse una cierta reputación, pero procuró que esto no le aguara la fiesta, «Aquí llega el envenenador», decía de sí mismo al entrar en una taberna. O también: «¿Qué, muchacho, cuál es tu veneno preferido, el ácido prúsico o el arsénico?” Esta coletilla la empleaba al invitar a alguien a una copa.

Los Palmer tuvieron un hijo llamado William; después perdieron una serie de bebés, muertos en la más tierna infancia. El dueño de la casa donde vivían sostenía que el doctor mojaba el dedo meñique en veneno, después lo disimulaba con miel, y acto seguido se lo daba a chupar al pequeño.

El que su mujer empezase a encontrarse mal no es algo que pueda ya sorprendernos, ni tampoco el que él tomara la sabia precaución de hacerle un seguro de vida. Como no podía ser menos, Annie cayó gravemente enferma y murió. Su marido diagnosticó cólera, se hizo con las 13.000 libras del seguro, pagó las deudas más acuciantes, y se consoló de su terrible pérdida con Eliza, la doncella de Annie. Poco después aseguró la vida de su hermano dipsomaníaco Walter en 14.000 libras y fomentó su adicción concediéndole un crédito ilimitado en la tienda de licores de la localidad.

Con vistas a recomponer su fortuna, intentó ganar un jugoso premio en las carreras. Inscribió a su yegua «Nettle» en la Oaks de 1855, y apoyó sus posibilidades con tan buena mano que salió favorita en dos a uno. «Nettle» galopaba en segundo lugar cuando, dio un brusco viraje y tiró al jockey. Por suerte, Walter Palmer, se había puesto de ginebra hasta las orejas e hizo honor a su lógico destino: falleció.

Como la aseguradora sospechaba algo raro retrasó el pago; lo que llevó al doctor, que ya se había gastado el anticipo otorgado por la compañía, en una apurada situación, a un curioso intento de ganar dinero en breve, para ello aseguró la vida de uno de los mozos de cuadra llamado Bate, esperando, naturalmente, beneficiarse de su pronto fallecimiento. Pero Bate se alarmó ante la perspectiva y, mientras, la compañía de seguros averiguó que era un bebedor impenitente.

Los acreedores de Palmer le estaban empezando a apretar las tuercas cuando se topó con su amigo John Parson Cook en las carreras de Shrewsbury. Este acababa de ganar una pequeña fortuna con su caballo «Polestar», y durante la celebración de la victoria empezó a sentirse mal y a quejarse de que el coñac sabía raro. De vuelta en Rugeley, el doctor alojó a Cook en un hotel justo enfrente de su casa y se fue hasta Londres para reclamar las ganancias de su amigo como si fueran suyas. Por la noche, y tras volver de Londres, le visitó. Su estado empeoraba rápidamente y Palmer solicitó entonces la opinión de un segundo médico, el doctor William Jones, un amigo íntimo del paciente. John Parson Cook murió al día siguiente en compañía del doctor Jones.

William Palmer se puso en contacto con el encargado de la funeraria y le instó a que «liquidara aquel entierro rapidito». Pero el padrastro de Cook no estaba convencido de la muerte natural de su hijastro y solicitó una autopsia. La prueba más evidente contra Palmer era que el día de la muerte de Cook había comprado una buena cantidad de estricnina en una farmacia del lugar. Pero el médico del hospital Guy encargado de la autopsia no encontró la menor huella del veneno, concluyendo que debían haberle administrado una cantidad «tan cuidadosamente calculada» que no dejó el menor rastro.

El jurado de la vista previa concluyó que se trataba de «asesinato premeditado». Los restos de la mujer del doctor y de su hermano fueron exhumados. Se sumaron dos veredictos más de asesinato al ya existente. Por todo el país se hizo a Palmer responsable de asesinato, y la leyenda popular le llegó a atribuir catorce más.

El juicio se inició en Old Bailey el 14 de mayo, y mantuvo expectante a toda Gran Bretaña por un tiempo récord: doce días. La acusación de la Corona contra Palmer mantenía que éste había debilitado a Cook con repetidas dosis de un vomitivo en Shrewsbury y Rugeley, y que, finalmente, le había despachado con estricnina. Siete autoridades médicas coincidieron en que Cook tenía que haber muerto por envenenamiento de estricnina, otras once afirmaron que no, y otras once más no emitieron juicio. Nadie le prestó la menor atención a la opinión del doctor Jones, quien insistía en que el paciente había fallecido por causas naturales.

Al jurado le bastaron 77 minutos para dar su veredicto de culpabilidad. El doctor Palmer recibió la noticia de su sentencia a muerte con estoicismo, sólo comentó: «Soy un hombre asesinado.» Tras la condena cambió el sentir popular hacía él y se organizaron reuniones para protestar por la forma en que se presentaron las pruebas médicas. El ministro del Interior, sir George Grey, rechazó las peticiones de reapertura del caso.

Palmer fue ahorcado en Stafford el 14 de junio de 1856. Los juerguistas que pensaban disfrutar del espectáculo llenaron durante toda la noche los bares de la localidad. Al despuntar el día se habían reunido más de 30.000 personas en las veintitrés plataformas y tribunas montadas frente al cadalso cubierto de paño negro. Una buena vista se pagaba a una guinea. Justo antes de las ocho de la mañana empezó a sonar la campana de la prisión, y el condenado salió a escena.

El reo subió los escalones del cadalso con franca desenvoltura, adoptando un aire casi garboso. La muchedumbre empezó a chillar, pero después se hizo el silencio, a la espera de las últimas palabras del condenado. Palmer no dijo nada. Todo lo que recibió la masa de curiosos. fue un vistazo desatento del condenado; acto seguido se sumió con el capellán en un breve rezo. Le dio la mano al verdugo, sintió la cuerda en su cuello, cayó la trampilla, y su cuerpo quedó colgando sin vida.

«¡Trampa! ¡Timo!», gritaba la masa al ver que ya no asistirían a una desesperada y trágica lucha con la muerte. Se bajó el cuerpo y volvió a la prisión. Allí se hizo un molde exacto de la cabeza del difunto. Un siglo más tarde, cuando el furor sobre el caso Adams estaba en sus inicios, la estatua de cera de Palmer seguía «decorando» la cámara de los horrores del Museo de Madame Tussauds en Londres.

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Tradición letal
El primer médico condenado por envenenar para enriquecerse fue el doctor Edme Castaing, de París. Acabó en la guillotina en 1823 por asesinar a los hermanos Hippolyte y Auguste Ballet.

Igual que en el caso del doctor Adams, Castaing administró una sobredosis de morfina a sus pacientes. La causa: beneficiarse de su legado.

Tres años después del juicio de Palmer en Old Bailey, un jurado no tardó más de cuarenta minutos en condenar a otro médico que había cometido bigamia, casándose con una segunda mujer y asesinándola después para heredar su dinero. También aquí encontramos ciertas similitudes. El doctor Thomas Smethurst era un personaje impopular. La gente quería verle colgando de una soga; pero el examen postmortem no resultó concluyente.

Diez testigos médicos afirmaron que la «esposa» habla sido asesinada; otros siete se decantaron por la muerte natural. El juez se decidió por una componenda: Smethurst no llegó al cadalso, pero terminó en prisión.

El Medícal Times objetó la decisión: «¿Es culpable el prisionero? Creemos que sí. ¿Fue demostrada su culpabilidad? ¡Evidentemente, no!» Importantes doctores y abogados solicitaron la puesta en libertad de Smethurst, o un nuevo proceso. Un famoso cirujano fue encargado de la reevaluación del caso y concluyó que el doctor no era culpable en función de las pruebas presentadas.

El acusado fue puesto en libertad, se le volvió a arrestar por bigamia, y pasó un año en la cárcel. Tras salir de prisión desapareció de la vida pública.

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Cambios dentro de la continuidad
Los rituales de la justicia británica apenas se modificaron en los cien años que separan el caso Palmer del caso Adams. La pompa y ceremonia siguió siendo la misma; incluso hay más: los dos juicios comenzaron a la misma hora, las 10 de la mañana. Pero dentro de esta continuidad se pueden apreciar notables cambios, generalmente a favor del acusado.

Ninguno de los doctores testificó en defensa propia, pero el doctor Palmer no tenia otra elección: estaba obligado a permanecer en silencio. Sólo en 1898 se permitió que el acusado pudiera testificar bajo juramento.

El equipo de abogados de Palmer, dirigidos por el distinguido político irlandés Sergeant Shee, tuvo que soportar una flagrante parcialidad judicial que hubiera resultado intolerable cien años después. El público estaba encrespado contra el acusado, el Jockey Club y las grandes compañías de seguros se habían alineado también en su contra. Todo esto determinó el deseo de colgar al inculpado por parte del tribunal, y los magistrados hacían gala pública de este estado de ánimo. Las pruebas médicas contra Palmer se hundieron, y las circunstanciales fueron contradictorias. Pero el jurado había sido nombrado «a dedo», y su veredicto no ofrecía dudas. Uno de los tres magistrados se mofó sin tapujos de algunas de las argumentaciones de la defensa, y miró al jurado haciendo gestos con la cara para que su opinión quedase bien clara.

Edwin James, uno de los abogados de la acusación que contribuyó a ahorcar a Palmer, fue expulsado del colegio de abogados al cabo de los cinco años. Causa: fraude masivo. James era por entonces miembro del Parlamento; consiguió escapar a los EE.UU. dejando deudas por valor de 100.000 libras. En Nueva York reemprendió su carrera de abogado. E incluso llegó a convertirse en un actor de cierta fama.

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LA DETENCIÓN – Los secretos de las tumbas
Las exhumaciones de dos pacientes de Adams no habían conducido a ninguna parte a la policía de Eastbourne. Si el doctor escondía algún secreto, haría falta algo más que una pala para desenterrarlo.

El comisario Hannam creía haber dado con el modus operandi de Adams: primero convertía a sus víctimas en drogodependientes, después las influenciaba para que cambiasen los testamentos a su favor, y finalmente, les daba un empujoncito para que abandonasen el mundo de los vivos. Era tan sencillo como difícil de probar.

Él y sus hombres repasaron una infinidad de material, pero terminaron por escoger una docena de casos y proceder a «romper la entereza» del sospechoso sometiéndole a interrogatorio. Sin embargo, la aproximación a Adams debía producirse de forma cuidadosa y sutil.

El primer encuentro se organizó como si fuera casual. Los detectives estaban paseando justo por delante del garaje del doctor cuando éste se disponía a guardar su automóvil. «Buenas tardes, doctor.. ¿Ha disfrutado usted de unas buenas vacaciones en Escocia?» Y después la conversación fue pasando de sus vacaciones a su educación cristiana, y de ahí a la muerte de su madre -«una dulce alma cristiana»-, para que fuera el propio médico quien tocase el tema de «todos esos rumores». Adams explicó que se debían a la envidia de la gente. «Creo que todo esto es obra de Dios, para enseñarme una nueva lección.»

Cuando Hannam se refirió con preocupación a alguno de los legados, el doctor respondió que provenían de un «paciente muy querido», o de «un amigo de toda la vida», y añadió que una buena parte los obtuvo en vez de sus honorarios. El comisario mencionó entonces los certificados de incineración falsificados… Y Adams exclamó: «¡Ay!, eso no estuvo hecho con maldad. Dios sabe que no, siempre deseamos que las cremaciones causen la menor pena a los queridos parientes. Si les hubiera dicho que estaba recibiendo dinero del fallecido por testamento, quizá hubieran sentido la tentación de sospechar. Y a mí me gusta que los entierros y las cremaciones tengan lugar sin sobresaltos.»

El doctor hubo de enfrentarse a otras ocho semanas de cuchicheos, miradas aviesas y especulaciones sensacionalistas, que se transformaban en acusaciones directas siempre que la ley de prensa británica lo permitía. En Francia se podía disfrutar leyendo sobre El Barba Azul de Eastbourne.

A las 8,30 de la tarde de un sábado, Hannam y sus hombres se presentaron en la casa de Adams con una orden de registro otorgada según la Ley de Drogas Peligrosas. El doctor estaba a punto de abandonar su domicilio para dirigirse a una cena-celebración de otorgamiento de premios de la YMCA. La prensa se enteró a tiempo y la casa del sospechoso, en Kent Lodge, estaba virtualmente sitiada por los periodistas. El comisario ordenó que bajasen las persianas, y después le pidió a Adams que le dejase inspeccionar el registro que todos los médicos están obligados a llevar si utilizan drogas consideradas peligrosas. Pero este médico era diferente de los demás. «No sé a qué se refiere -contestó-. Yo no llevo ningún registro… » Y añadió que él utilizaba «sólo muy de vez en cuando» ese tipo de drogas.

Entonces Hannam le mostró una formidable lista de drogas de uso restringido que él había prescrito a la señora Edith Morrell, una viuda rica de Liverpool que le dejó en herencia su primer Rolls-Royce. La señora Morrell llevaba seis años muerta, pero el comisario había conseguido confeccionar la lista gracias a los libros de registro de ciertos farmacéuticos que indicaban que a la paciente se le administraron dosis masivas de morfina y heroína.

«¿Quién administró las drogas?», preguntó el policía.

«Yo lo hice, casi todas… Quizá las enfermeras le pusieron alguna dosis, pero la mayor parte se la administré yo», respondió el sospechoso.

«¿Quedaron drogas después de fallecer la paciente?», preguntó el comisario.

«Oh, no, ninguna. Todo le fue administrado a la paciente.»

«Doctor.. Usted le mandó tomar 75 pastillas de heroína el día antes de morir».

«Pobrecita, estaba sufriendo una agonía terrible. Lo empleamos todo… Yo le puse las inyecciones. ¿Cree usted que fue demasiado?», concluyó el médico. El doctor se dirigió a su mesa de despacho, se dejó caer en el sillón y empezó a llorar con la cabeza entre las manos. Entre tanto, se registró la enfermería. Al poco rato uno de los policías le sorprendió intentando guardarse algo en el bolsillo. Resultaron ser dos frascos de solución de morfina. Uno de ellos, según Adams, había sobrado del tratamiento del señor Soden, que murió en el hotel Grand. «Y el otro era para la señora Sharpe, que murió antes de que lo utilizara.»

El lunes por la mañana Adams compareció ante los magistrados de Eastbourne acusado de trece cargos comparativamente leves. Cuatro desnaturalizaciones de los hechos en relación con la Ley de Cremaciones, «con la pretensión de procurar la incineración de los restos» de la señora Morrell, de la señora Hullett y su esposo Jack, de un director de banco retirado y muy rico llamado James Priestly Downs, y de la cuñada de éste, Amy Constance Ware.

Jack Hullett murió cuatro meses antes que su esposa, poco después de que el doctor le inyectara morfina hasta dejarle, según dijo una enfermera, «sin respirar». Downs era un viudo de ochenta y ocho años que se había fracturado el tobillo cuando conoció al doctor Adams. Cayó en un profundo coma y murió, dejando al doctor 1.000 libras en herencia. El propio médico guió la mano del anciano para que pudiese firmar el legado en el momento en que entraba en coma. La cuñada de Downs murió con setenta y seis años, poco después de que el doctor arreglara las cosas para que ella hiciera un testamento donde le dejaba 3.000 libras. Y donde también se decía que el doctor «debería examinar cuidadosamente el cuerpo de la difunta para asegurarse del efectivo fallecimiento antes de la cremación», un encargo que cumplió fielmente.

El doctor obtuvo la libertad bajo palabra y se dispuso a recuperar su pasaporte. En la comisaría comentó que estaba muy preocupado ante la expectativa de nuevas acusaciones. Hannam le informó de que se estaba investigando a otros de sus pacientes ricos.

«¿A cuáles?», preguntó el doctor. «Bueno, la señora Morrell está con toda seguridad entre ellos», contestó el comisario.

La respuesta del doctor traería mucha cola durante el posterior juicio: «Suavizar el trance de una persona moribunda no es algo tan malvado -protestó Adams-. Ella quería morir. Eso no puede ser asesinato. No se puede acusar de eso a un médico.»

Hannam y Hewitt fueron llamados a la oficina del fiscal general, sir Reginald Manningham-Buller, en el Parlamento, cuando ya tenían pruebas bajo juramento de cuatro muertes, los dos Hullett, Morrell y Downs.

Los consejeros médicos del fiscal general le pusieron al corriente sobre el caso y le explicaron brevemente todo lo referente a la heroína y sus efectos. Después, él en persona mandó arrestar al doctor por el asesinato de Edith Morrell.

Hannam y Hewitt tomaron el tren de las 8,30 de la mañana hacia Eastbourne y una vez allí se reunieron con el inspector Pugh. A las 11,30, el doctor volvía de sus visitas matutinas acompañado por su chófer, quien solía llevar su maletín, cuando un coche de la policía se detuvo a pocos metros de Kent Lodge. Hannam salió del vehículo vestido con un elegante traje de chaqueta y bombín; Hewitt y Pugh le siguieron. Ante la verja se detuvo un momento para quitarse sus guantes amarillos de piel de cerdo. En la puerta le pidieron que esperase un momento, salió un paciente y él entró. Los muchachos de la prensa estaban encima suyo, tan encima, que Hannam tuvo que echar a un reportero francés y su fotógrafo de la enfermería donde pasaba consulta el doctor. Acto seguido arrestó a Adams, el cual, dando muestras de sorpresa, parecía no entender nada, todo era inexplicable.

El doctor miró a un policía después de otro, y tras un silencio largo y embarazoso, dijo: «¿Asesinato? ¿Qué asesinato? ¿Pueden demostrar que fue asesinato? No creo que puedan probarlo. Ella iba a morir de todas formas.»

De nuevo se hizo un largo silencio. Entonces le preguntó a Hannam: «¿Habrá más acusaciones de asesinato?»

La recepcionista de la consulta le ayudó a ponerse la gabardina. Después, visiblemente emocionada y con alguna lágrima corriéndose por las mejillas, le cogió fuertemente la mano.

Él, resignado, le respondió: «La veré en el cielo.»

Una vez en la celda de la comisaría, el doctor fue fichado y cacheado. Pasó la noche leyendo una Biblia, concentrándose, parece ser, en los pasajes de San Mateo. Al día siguiente se celebró la vista previa en el diminuto juzgado del Ayuntamiento. Estaba lleno a rebosar de gente. Se comunicó al detenido que la acusación a la que tendría que responder en juicio sería de asesinato y no la de negligencia profesional por no llevar un adecuado registro médico. Tras esta breve aparición se llevaron al doctor de nuevo a su celda.

Las ventanas de Kent Lodge quedaron tapadas por gruesas cortinas. Lo único que indicaba que la casa estaba habitada era un tenue resplandor de luz que se filtraba a través del cristal de la puerta principal.

Sin embargo, el propietario, el conocido doctor Bodkin Adams, de Eastbourne, se alojaba ahora en la prisión de Bixton. Encontró algo de consuelo en las felicitaciones de Navidad y pensó en lo afortunado que era al haber tenido tiempo de mandar las suyas antes de que la policía le arrestara.

*****

¿Dosis fatales?
Las dosis que le fueron recetadas a la señora Morrell en la fase final de su enfermedad eran seis veces mayores de las que una persona sana podía tolerar. Finalmente, las cantidades la hubiesen matado, pero estaban posiblemente pensadas para evitarle sufrimientos.

9 DE NOVIEMBRE

Heroína: 25 tabletas, 6 gránulos y cuarto.

Morfina: 25 tabletas, 12 gránulos y medio.

10 DE NOVIEMBRE

Heroína: 25 tabletas, 6 gránulos y cuarto.

11 DE NOVIEMBRE

Morfina hyperdúrica: 6 gránulos.

Morfina: 25 tabletas, 12 gránulos y medio.

Heroína: 25 tabletas, 6 gránulos y cuarto.

12 DE NOVIEMBRE

Paraldehído: 4 onzas.

Heroína: 75 tabletas, 12 gránulos y medio.

1 gránulo = 65 miligramos.

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PUNTO DE MIRA – Un refugio en la costa
En los años cincuenta Eastbourne era, igual que hoy, un retiro paradisiaco para la tercera edad. La idea de asesinatos múltiples parecía, por ello, doblemente chocante.

En 1956 Eastbourne era un verdadero baluarte victoriano, un lugar de retiro para los que habían alcanzado la edad en que la vida se transforma en recuerdos. De forma que el inusitado interés despertaba el tal doctor que Adams, aparte de atemorizar, también atizaba una cierta emoción. Los periodistas estaban por todas partes, sacando fotos a las venerables ancianitas y abordando a quienes, acomodados en sus sillas de ruedas, disfrutaban de los sones del cuarteto de cuerda en el lujoso salón del Gran Hotel.

Pero el centro de interés principal de la prensa era la casa de Adams, Kent Logde. Un chalet gris y apagado sito en la calle Trinity Trees, justo detrás del paseo llamado Grand Parade. Tanto la farmacia de Browne, donde el médico solía comprar los medicamentos, como la tienda de dulces de Marsh, donde éste tomaba su chocolate favorito, habían cobrado una cierta fama. Las dos estaban relacionadas con el doctor, y ambas muy cerca de su casa.

Pero nadie le facilitó las cosas a los detectives de Scotland Yard. Los residentes, y especialmente los pacientes del doctor, mantuvieron los labios sellados durante todas las entrevistas que realizó la policía. Un miembro del equipo investigador lo describió así años más tarde: «Recuerde el lugar y la época… El Eastbourne de posguerra era un lugar rico, cerrado y snob, donde todos formaban una pifía. Nosotros éramos como el pescado podrido que, de pronto, cae entre los canapés de una elegante fiesta y a nadie le agrada el olor.»

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VISTA PREVIA – Cara a cara
En enero de 1957 la policía y los representantes de la Corona creyeron disponer de suficientes pruebas para procesar a Adams. Se reunió un equipo jurídico formidable para llevarle ante la justicia.

El juicio como tal fue precedido de un complejo «ensayo general» en forma de procedimientos relativos a la excarcelación del acusado. Estas vistas se prolongaron nueve días y generaron otra abundante cosecha de titulares sensacionalistas. En una heladora mañana de enero de 1957, el doctor Adams fue llevado ante los magistrados de Eastbourne, todos ellos viejos amigos del médico, que ahora le miraban con caras pétreas mientras asestaban un golpe mortal a su causa.

Al abogado de la Corona, Melford Stevenson, se le permitió relacionar la muerte de la señora Morrell en 1950 con las del matrimonio Hullett en 1956. De esta forma estableció un patrón criminal que convertía a Adams en un múltiple asesino.

En el caso Hullett, una enfermera relató cómo había espiado al doctor mientras preparaba una inyección con una dosis inevitablemente mortal de solución concentrada de morfina. «No creo que fuera una muerte normal», declaró la enfermera ante los magistrados instructores. También sostenía que el doctor dictaminó como causa del fallecimiento «hemorragia cerebral» sin siquiera mirar el cadáver. Por el libro de registro del farmacéutico se supo que Adams había solicitado cinco gránulos de morfina en nombre de la señora Hullett al día siguiente de su muerte, según se dijo, para reponer las existencias. Acto seguido, un experto declaró que una inyección que contuviese más de un cuarto de gránulo disuelto hubiera sido peligrosa para el paciente.

La muerte de la señora Hullett era la que despertaba las iras y protestas más airadas. El examen forense reveló la existencia del equivalente a ciento quince gránulos de barbitúricos en su cuerpo -de ahí que el primer veredicto fuese de su***dio-. Se leyó una larga declaración del doctor. En ella se describía a sí mismo como la persona que había «reunido» a aquella pareja.

Según el acusado, la señora Hullett había «perdido las ganas de vivir» tras perder a un «marido tan rico y adorable». Pero no fue capaz de explicar convincentemente por qué había acelerado el pago de su cheque de 1.000 libras justo antes de que muriera, ni por qué mantuvo en secreto el hecho de estarla medicando a base de barbitúricos.

La Corona sí tenía explicación: «Se repite el mismo patrón -argumentó Stevenson-. Un paciente rico, drogado en grandes cantidades durante un largo período de tiempo, y al final, una dosis fatal. Un enfermo que, evidentemente, estaba bajo la influencia de su médico. La manera de actuar: el testamento del enfermo, que proporcionaba beneficios al doctor. La impaciencia, la de obtener ese dinero … »

Adams volvió a la prisión de Brixton donde aún esperaría otros tres meses antes del inicio del verdadero juicio, en el cual fue acusado de asesinar a Edith Alice Morrell, muerta años antes. El caso Hullett sería objeto de una inculpación separada, según decidió el fiscal general, cuya táctica consistía en mantenerlo como reserva para un hipotético segundo juicio.

Los actores de la trama en la sala 1ª del Old Bailey eran los mismos, a excepción del fiscal general, sir Reginald Manningham-Buller, que ahora dirigía personalmente la acusación, y del juez, Patrick Devlin. Él presidiría el proceso de aquel hombre regordete que se sentaba en el banquillo de los acusados y lo haría vestido con la toga roja, la gran peluca de rigor y el manto negro que indicaba la posibilidad de una sentencia de muerte.

A pesar de que las espectaculares acusaciones contra Adams habían electrificado la atmósfera de la sala, el doctor se declaró con firmeza y cierta dignidad «inocente». El fiscal general rebosaba optimismo; se dirigió al jurado para indicarles que debían borrar de sus mentes todo cuanto hubieran escuchado sobre el acusado. Lo único que debía importarles era la suerte corrida por la señora Morrell; después el fiscal describió el destino de la víctima extensamente.

La clave del argumento de la acusación era la siguiente: la señora Morrell era una viejecita antipática, condenada a la postración y medio paralizada por la enfermedad, que atendían cuatro enfermeras día y noche sin descanso y el doctor que tenía que estar permanentemente a su disposición. Este le empezó a inyectar dosis de morfina y heroína, y al cabo de un tiempo llamó a su abogado para que redactara un nuevo testamento en el que ella le dejaba un cofre de plata.

A los pocos meses Adams volvió a contactar con el abogado de la señora Morrell para decirle que la anciana deseaba legarle su Rolls-Royce y sus joyas. Pero la enferma empezó a quejarse más en serio y el doctor decidió pasar unas vacaciones en Escocia; entonces la susodicha se tornó picajosa y rencorosa, tanto, que el doctor empezó a temer que se quedaría sin nada. Así que la comenzó a atiborrar de drogas hasta que murió. Obtuvo el Rolls y la plata, sin olvidar unos honorarios que ascendían a más de 1.700 libras, y que corrieron por cuenta de la propiedad inmobiliaria de la fallecida.

«Una cosa es recetarle a una ancianita algo para dormir y otra muy distinta prescribir enormes cantidades de morfina y heroína -explicó sir Reginald-. Su verdadero propósito era crear una adicción en la enferma… un deseo incontrolado… dependencia.»

Quedaba por exponer lo que la prensa dio en llamar «la quincena fatal». A continuación el fiscal pasó a interpretar los hechos: «Vean cómo se incrementan las cantidades prescritas. En los últimos trece días de vida de la señora Morrell las dosis de morfina aumentan tres veces, y las de heroína, siete veces y media, respecto a los meses precedentes. ¿Y por qué? ¿Por qué ordenó el doctor estas tremendas cantidades, estas fatales cantidades, si no había justificación médica plausible?» Una pausa silenciosa… «¡Lo hizo porque decidió que había llegado la hora de su muerte!»

La acusación llegó a las horas finales de la vida de la señora Morrell. «Estaba muy débil, salvo ciertos espasmos ocasionales… Estaba en coma.» Y con un gesto dramático y teatral apareció de pronto en su mano una gran jeringuilla. Sir Reginald la sostenía sobre su cabeza. «El doctor le dio esta jeringuilla a la enfermera del turno de noche… Y le dijo que se la inyectase a la inconsciente enferma. Ella así lo hizo, entonces él cogió la jeringa vacía y la volvió a llenar con la misma cantidad -cantidades ambas anormalmente grandes- y le dijo a la enfermera que le pusiese una segunda inyección si la paciente no se tranquilizaba. Le enfermera no administró esa segunda inyección, sino que, avanzada la noche, llamó al doctor a su casa para consultarle. Y recibió de él la orden precisa. Su obligación era obedecerla y le puso la segunda inyección. La señora Morrell se fue tranquilizando y a las dos de la mañana murió.»

La fiscalía disponía de peritos que declararon que la dosis apropiada de heroína en estos casos, la dosis máxima aconsejable, era de un cuarto de gránulo. Y para el caso de la morfina, medio gránulo. Los libros de los farmacéuticos probaron la compra de treinta y ocho gránulos de heroína y cuarenta de morfina, que fueron administrados entre el 8 y el 12 de noviembre. Y a más abundancia estaban las propias palabras del doctor diciendo que «todo le fue administrado a la paciente».

El doctor permanecía sentado entre dos guardias con los labios apretados. Cada cierto tiempo movía la cabeza de un lado a otro, como haría durante el resto del juicio.

*****

Abogado peleón
Sir Reginald Manningham-Buller era un abogado tosco y farolero, estudiante de Eton, y apodado «Sir Meticón» por la prensa. Desagradable incluso a los miembros de su propio partido, el Tory. Quería convertirse en ministro de Justicia y contaba con los apoyos políticos necesarios que le entronarían si conseguía una resonante victoria en algún juicio.

El caso Bodkin Adams era justo lo que andaba buscando: sensación y fama en la medida adecuada. Sir Reginald esperaba poder medirse con el acusado en el banquillo, y arrancarle una confesión de culpabilidad.

Para añadirle emoción a toda la situación, resultaba que el juez de la causa, sir Patrick Devlin, estaba considerado un rival directo de Manningham-Buller para el ambicionado puesto. Ambos tenían cincuenta años, pero aparte de esto todo les diferenciaba. Sir Patrick poseía un sentido cortante y afilado de la legalidad y un ingenio mordaz; y despreciaba veladamente al hombre que llamaba en público «Reggie». La ambición de su rival le parecía algo irrisorio.

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PRIMEROS PASOS – El niño de mamá

El mundo de los hombres no estaba hecho para Adams. Su educación le había dulcificado, dándole ese encanto que después le permitiría ganarse la simpatía de sus ricas pacientes femeninas.

John Bodkin Adams nació en el Uster rural, rodeado de una atmósfera profundamente piadosa. Sus primeros recuerdos eran los de su madre, arrodillada y rezando con él a su lado. Ambos escuchaban mientras el padre, Samuel, entonaba las palabras del Señor.

Samuel Adams era relojero y predicador laico en el pequeño pueblo de Randalstown, en el condado de County Antrim. Su mujer, Ellen, era una Bodkin; una familia conocida por su fervor religioso y su buena mano en los negocios. John era su primer hijo y vino al mundo, en el cuarto que estaba encima del taller de relojería, el 21 de enero de 1899.

La familia prosperó hasta poder comprarse una casa con vistas al Lough Neagh, donde creció el pequeño John. Iba a la escuela metodista situada en la falda de un cerro cercano, y acompañaba a su padre millas y millas hasta el lugar de reunión de la Hermandad de Plymouth, donde predicaba. Samuel Adams, un hombre severo pero justo, tenía muy mala salud y el chico se aferró más tarde a la madre.

«Un muchachito callado que casi siempre prefiere estar solo”. Así le describía por entonces. Más tarde también se convirtió en un muchachito gordo que adoraba los pasteles de crema y chocolate.

Cuando tenía doce años, su familia se trasladó a Colraine, donde murió su padre y poco después se hicieron cargo de una prima huérfana. Florence, que se convirtió en una parte de la familia como si hubiera nacido en su seno. La madre le compró a John una motocicleta y su prima le puso un mote: «Buzz», que perduraría toda su vida.

Ambas ramas familiares contaban con doctores, e incluso existía un hospital Bodkin en China, lo que demostraba los esfuerzos realizados por la familia en la faceta misionera. De forma que aquel joven rellenito comenzó a estudiar medicina en la Queen’s University de Belfast. Su madre y Florence se trasladaron cerca de él y se instalaron en una casa situada en una de las zonas buenas de la ciudad.

La carrera de medicina no resultó cosa fácil, el joven tuvo una crisis nerviosa y hubo de ser «restablecido» por sus devotas enfermeras familiares. Se recuperó completamente y terminó sus estudios con buenas notas. El profesor de anatomía Richard Hunter se acordaba bien del estudiante Bodkin: «Cuando diseccionábamos un cuerpo, yo asignaba tres estudiantes a un brazo, otros tres al otro, y así con el resto. Normalmente esos tres estudiantes trabajaban juntos hasta el final del curso. Pero Adams, no. Primero trabajaba con un grupo y luego con otro. Con cualquier grupo en el que hubiera hueco para encajarle. Así es como era, un lobo solitario.» Siguió un año de prácticas en un hospital de Bristol. Después contestó a un anuncio publicado en una revista evangélica que pedía un «joven doctor, asistente cristiano» , para ayudar en «una importante consulta de la costa sur». La consulta estaba en Eastbourne y según explicó posteriormente Adams, lo que le llamó la atención y le animó a contestar fue el adjetivo «cristiano».

Su madre y Florence, por supuesto, también fueron a Eastboume. Los días empezaban con las oraciones de las 6,30 de la madrugada, y acababan con las clases de estudios bíblicos que Adams daba en el sótano de la casa por las noches. Sobre la cama del doctor colgaba una cita de la Biblia: «Descansa en el Señor.» Bodkin Adams empezó haciendo sus visitas en motocicleta, con el maletín sujeto en la parte trasera. Pero pronto adquirió un coche, y no pasó mucho tiempo hasta que el coche lo condujo un chófer. Los rápidos progresos se debían a que él estaba dispuesto a atender a los pacientes a cualquier hora del día o de la noche y el mecenazgo del que disfrutaba gracias a los Mawhood, unos fabricantes de aluminio que poseían terrenos tan vastos que permitían emplear a un guardabosques y organizar cazas de faisanes.

El doctor Adams seguía montando en su moto cuando una noche fue llamado para atender a la señora Mawhood, que se había roto una pierna. A ella le gustó su honradez juvenil y su disposición para atender a un enfermo tan entrada la noche. Adams pronto se convirtió en un visitante habitual de la mansión y fue bienvenido al rico e influyente círculo de amigos del matrimonio. Los mismos Mawhood le adelantaron 3.000 libras para que comprara una casa que se correspondiese con su nuevo status social. Esa casa se llamó Kent Lodge, un severo y tranquilo chalet estilo victoriano en la muy respetable zona de Trinity Trees.

En el plazo de diez años el doctor Adams adquirió fama en Eastboume, atendiendo a la clase acomodada rural de la región y a los ancianos adinerados que acudían a ese privilegiado rincón de Sussex. El médico-ayudante fue haciéndose el dueño de la consulta hasta llegar a necesitar la ayuda de otros tres médicos para hacerse cargo de los numerosos pacientes.

A pesar de seguir siendo un hombre muy piadoso, le tomó gusto a la «buena vida» y se convirtió en un buen tirador que compraba las escopetas en Purdey e hijo de Saint James, el más caro y exclusivo establecimiento entre los que tenían Licencia Real. Contribuyó en la fundación de clubs de tiro para la élite social y se hizo miembro de un club de gourmets. Su talle ensanchó enfundado elegantemente por trajes exclusivos Sávile Row, y se compró más coches, tal como correspondía a un hombre de su posición.

Se comprometió durante un breve lapso de tiempo con la hija de un rico carnicero, pero a su madre no le gustó la futura esposa, y ejerció tal influencia que consiguió romper el compromiso. Adams no jugaría más con la idea de casarse.

Las ancianitas ricas se convirtieron en su especialidad, ya que frecuentemente estaban solas. Ese era el caso de Matilda Whitton, la viuda de setenta y cinco años de un fabricante de zapatos de Northampton. Adams le alquilaba su coche y su chófer, y de vez en cuando la acompañaba de excursión a Beachy Head. De la tarde a la mañana se convirtió en el albacea de su testamento y cuando murió obtuvo la jugosa suma de 3.000 libras, una cantidad nada desdeñable en 1935.

La familia de la fallecida se declaró disconforme con el testamento y, empujado por su madre, el doctor defendió su derecho ante la Corte Suprema y ganó. Por estas fechas una nota anónima llegó entre el correo, en ella alguien había escrito un aviso: «Mantén los dedos cruzados y no te deshagas de más viudas ricas.»

*****

Deseo de poder
John Bodkin Adams fue la víctima de una madre dominante, regida por un insano fanatismo. Según dijo un psicoterapeuta holandés: «Hasta el día de su muerte, en 1943, la madre gobernó toda su vida. Y su auténtica manera de pensar. Su ardiente deseo de agradar a su madre anuló el desarrollo de su propia personalidad. La presión estaba ahí, una libido subconsciente, un yo que trataba de escapar. ¿Cómo era posible contener esas tensiones? Primero, gracias a la velocidad: motocicletas, y después coches. Por primera vez tenía el control de si mismo. Y más tarde su pasión por el tiro. Aquí estaba el poder que nunca había poseído. Una escopeta, el poder que separa la vida de la muerte. En su oficio también disponía de ese poder de dar vida… o muerte.»

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EL JUICIO – Una magnífica defensa
En Old Bailey la suerte parecía estar echada para Adams. Pero su abogado realizó una brillante defensa, dejando al descubierto la falta de pruebas concretas de las argumentaciones del fiscal.

El segundo día del juicio fue dramático desde el mismo comienzo. Hubo una amenaza de bomba y la sala sufrió un exhaustivo registro antes de iniciarse la vista, pero no se encontró ningún rastro de ella. No obstante, los sucesos que tendrían lugar en la sala iban a ser de por sí suficientemente explosivos.

El fiscal empezó llamando a sus testigos clave: las enfermeras que presenciaron la muerte de Edith Morrell. Primero le tocó el turno a Helen Rose Stronach, una mujer fuerte y corpulenta con una boca delgada y una prominente mandíbula. Describió a la paciente como una mujer «con la mente perdida y semiinconsciente». También declaró que ni ella ni las otras enfermeras fueron autorizadas a permanecer en el cuarto mientras el doctor estaba con la enferma. Y que nunca supo cuál era el contenido de las inyecciones que le puso durante ese período.

El abogado defensor, Geoffrey Lawrence, se levantó para interrogar a su vez a la testigo, con un engañoso aire lánguido. Parecía estar expresando verdadera conmiseración con la enfermera por obligarla a recordar cosas que habían ocurrido tanto tiempo atrás. Y se interesó por si realizaba algún tipo de informe durante su trabajo. La enfermera Stronach así lo atestiguó: «Todo lo apuntaba en un libro y luego lo firmaba.»

«Y todo lo que usted escribió en ese cuaderno de notas… ¿sería una información precisa por haberla tomado en aquellos mismos momentos?»

«Así es»

«Por lo tanto… ¿diferenciándose de sus recuerdos, aquellas anotaciones serían, por supuesto, absolutamente exactas?» Un cierto nerviosismo se apoderó de los representantes de la acusación. Lawrence pareció suspirar. «De forma que si dispusiéramos de esos informes… ahora podríamos saber exactamente lo que ocurrió entonces, día tras día, y noche tras noche.»

«Sí. Pero usted tiene en vez del bloc nuestra palabra», le contestó la enfermera para tranquilizar al abogado.

La trampa había funcionado. «Quiero que le eche un vistazo a este cuaderno, por favor.» Lo que cayó en manos de la testigo fue una libreta con las anotaciones que ella misma hizo durante la enfermedad de la señora Morrell.

El fiscal general se incorporó en su silla, con los ojos como platos, y volvió a dejarse caer en ella sin decir una palabra. Lawrence alargó la agonía. La enfermera reconoció aún otra libreta más, y después una tercera. Las tres eran auténticas. Entonces la defensa informó a la sala de que tenía en su poder todas las anotaciones hechas por las enfermeras, desde junio de 1949 hasta el momento de la muerte, ocho cuadernos de notas en total. Estos informes se suelen hacer cuando existe riesgo de muerte del paciente. Los hombres de Hannam, imperdonablemente, los habían pasado por alto. El abogado defensor, sin embargo, los encontró en un paquete tras un escritorio, en Kent Lodge.

Lawrence se dedicó a desacreditar sin contemplaciones a Helen Rose Stronach. Incidió en todos y cada uno de los puntos en que las declaraciones de la enfermera se habían desviado de lo consignado en los informes. El momento álgido de su intervención se produjo con el examen de un día de noviembre en el que, según la enfermera, la paciente se encontraba en estado semiinconsciente. Las anotaciones decían que ese día la enferma comió perdiz con apio, y un pudin de postre. Todo ello acompañado de un buen coñac con soda.

Las enfermeras estaban ahora algo más que intimidadas. Helen Mason-Ellis, la siguiente testigo, se negó a dar su opinión sobre el estado en que se encontraba la señora Morrell, y lo hizo con un hilillo de voz casi imperceptible. «Hace tanto tiempo», murmuraba una y otra vez. Pero Lawrence aún no había terminado.

Durante su interrogatorio, literalmente, atormentó a la delgada y pálida enfermera Mason-Ellis hasta hacerla confesar que era mentira lo que había declarado la enfermera Stronach: las drogas de la paciente no estuvieron guardadas en un armario cerrado. En realidad, siempre habían estado en un cajón sin cerradura. Un espía de la defensa lo oyó aquella misma mañana durante una conversación que ambas enfermeras mantuvieron en el tren que las traía desde Eastbourne, violando la obligación de no discutir entre sí ningún aspecto del caso.

El testigo básico del fiscal era la enfermera Randall, una mujer corpulenta al estilo de Stronach, que estuvo con la paciente la última noche. Se suponía que era ella quien dio el golpe de gracia a la enferma con la gran jeringuilla que se mostró ante el tribunal. Ahora se enfrentaba con las anotaciones que hizo aquella noche, y de ellas no se desprendía nada tan melodramático como lo descrito por el fiscal general.

Se decía que el doctor había inyectado paraldehido, un inductor del sueño comparativamente inofensivo, antes de salir de la casa aquella noche. Las anotaciones seguían describiendo la evolución de la paciente en las últimas horas antes de su muerte.

«11,30 p.m., muy inquieta. No duerme. 12,30 a.m., inquieta y parlanchina, y muy temblorosa («muy temblorosa» subrayado dos veces). 12,45 a.m., parece algo más tranquila. Aparentemente dormida. Rspiración a las 5,02 a.m. Pasó a mejor vida sin sobresaltos.»

Lawrence contuvo una sonrisa burlona. «No parece que su memoria sea muy fiable», sugirió. La enfermera contestó los «temblores» de la señora Morrell eran lo peor que había presenciado en todo el largo tiempo dedicado al ejercicio de su profesión «prácticamente la lanzaban fuera de la cama. Jamás desearía ver algo así de nuevo». E insistía en que administró la última inyección con la gran jeringa que el doctor le dejó preparada. Por alguna razón había omitido anotarlo, probablemente porque la muerte de la paciente hizo que se le pasara… Sin embargo, el daño ya estaba hecho: era la palabra de una enfermera que contradecía sus propias anotaciones escritas.

Las libretas revelaban los patéticos detalles de la lucha contra la muerte de una mujer difícil y exigente, que de vez en cuando se ponía histérica, y siempre estaba lanzando insultos a su alrededor. Contenían datos sobre una gran cantidad de drogas administradas para sedarla, y una aguda tendencia hacia el insomnio; y en posteriores fases de la enfermedad, las violentas sacudidas espasmódicas que produce el envenenamiento con opiáceos. Las drogas que estaban anotadas eran pocas menos que las que se decía le habían administrado, pero la acusación argumentó que, no obstante, seguía tratándose de dosis mortales.

La acusación se centró ahora en la declaración de su testigo médico más importante: el doctor Arthur Henry Douthwaite. Este era un hombre alto, de buena planta, y estaba considerado una eminencia en todo lo referido a opiáceos. Declaró que se encontraba horrorizado por los métodos de Bodkin Adams, ya que los consideraba «mortales», y creía firmemente en su culpabilidad. Su voz sonaba muy convincente mientras explicaba que el acusado transformó a la señora Morrell en una drogodependiente, y que, en la fase final, «la intención era acabar con ella». El doctor Douthwaite encontraba un motivo siniestro para cualquier cosa que hubiera hecho su colega. El cambio por el paraldehido era «para aumentar el efecto mortífero de la heroína… provocando un estado de inconsciencia».

Pero Lawrence tenía, de nuevo, un as escondido en la manga. Presentó informes médicos de Cheshire que demostraban que el doctor Adams no fue el primero en administrar morfina a la enferma, otro médico ya lo había hecho después de que ésta sufriese un ataque de apoplejía en 1948. El doctor Douthwaite no cedió un milímetro, y condenó la prescripción médica de Cheshire como igualmente mortífera para la paciente.

El juicio se convirtió en una lucha entre diferentes especialistas, que diferían sobre las anotaciones de las enfermeras y sobre el grado de tolerancia de una mujer de ochenta y un años hacia la heroína. Para contrarrestar a los expertos de la acusación, Lawrence hizo declarar a otro médico ilustre de Harley Street que confiaba tanto como Adams en el uso de opiáceos.

El letrado inició su defensa el decimotercer día del juicio solicitando la desestimación de las acusaciones y la absolución del acusado. Pero el juez no aceptó su petición y esto pareció desanimar al abogado. Entonces dejó caer la bomba: no llamaría a declarar al acusado. La razón que esgrimió para evitar que Adams testificase fue la compasión: «¿Empiezan ustedes a comprender la tensión bajo la cual ha tenido que vivir este hombre todos estos años?» Exhortó al jurado a que sólo tuviera en cuenta los cuadernos de notas de las enfermeras «los únicos testigos que son elocuentes y al tiempo indiscutibles».

El juez facilitó la labor del jurado al hacer el resumen de la causa. «No es una historia agradable -admitió-, pero no todos los granujas son asesinos.»

Acto seguido repitió las palabras del doctor: «¿Asesinato? ¿Pueden probarlo?» El jurado tardó 44 minutos en dar su veredicto. Pasaban tres minutos de las doce del decimoséptimo día del juicio más largo de la historia criminal británica hasta aquel momento. El doctor se levantó, su traje azul estaba esta vez algo más arrugado que de costumbre.

Cuando se pronunció la palabra «inocente», toda la sala soltó un suspiro. ¡Ahhh…! La cara del doctor enrojeció, respiró hondo, saludó con una envarada inclinación al juez, y dijo: «Gracias.» Era la primera palabra que pronunciaba desde que se declaró inocente.

El fiscal general hizo saber que no llevaría adelante la segunda acusación -el caso Hullet-, y el doctor Adams, ciertamente triunfante, fue absuelto.

*****

El salvador
El juicio convirtió en una celebridad a Geoffrey Lawrence, un desconocido abogado al que fue encargada sorprendentemente la defensa de Adams.

Lawrence era un hombre menudo, tranquilo y sabio, de cincuenta y cinco años, maestro en el arte de lanzar dardos envenenados muy educadamente. Este era su primer juicio criminal de importancia, pero su tenacidad y meticulosa preparación eran bien conocidas por los otros casos que había llevado: divorcios de famosos y tortuosas disputas en los gobiernos locales. De ahí le venía su reputación. Con este caso demostró que también era un maestro en el campo del interrogatorio cortante y audaz.

Los comentaristas le comparaban con un mago o con un torero. Manningham-Buller era la bestia a abatir. Cada vez que el fiscal general presentaba un nuevo testigo o una nueva argumentación, Lawrence tenía dispuesto un documento o una relación de hechos que desarbolaban la tesis contraria. Poco después del caso Adams le concedieron el titulo de caballero,

En su vida privada, Geoffrey Lawrence era un diestro violinista y un granjero de vacas lecheras. Su granja ganó el premio a la mejor cuidada de todo Sussex.

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Lady Leal
Lady Prendergast, la viuda de setenta años del almirante sir Robert Prendergast, mantenía al doctor Adams «aprovisionado» de frutas y chocolate. Otros fieles pacientes también le hacían regalos. El doctor siguió beneficiándose de ciertos legados mientras estuvo encarcelado en la prisión de Brixton.

Las autoridades de Brixton contabilizaron más de ciento cincuenta cartas de antiguos pacientes, todas manifestándole su apoyo. El doctor contestaba con su escritura «de patas de alambre», asegurándole a todo el mundo que la situación no le quitaba el sueño.

«No esté preocupada ni desanimada -decía en una carta prototípica-. Todo acabará bien. La justicia británica y la fuerza de mis plegarias demostrarán que estoy libre de pecado cuando llegue la hora del Señor.»

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DEBATE ABIERTO – Analgésicos y calmantes
La eutanasia plantea el dilema clave sobre el valor de la vida.

La clase médica se había puesto en pie de guerra a raíz del caso Adams, e hizo todo lo que pudo para que el doctor fuera absuelto.

Para ello había muchas y buenas razones. La idea de que Gran Bretaña cobijaba al Barba Azul más grande de la historia era, ya de por sí, terrible: un hombre que durante treinta años habría estado matando a sus pacientes más fieles por el dinero que podían haberle legado. La confianza pública en los médicos era lo que estaba en juego. ¿Hasta qué punto era seguro internarse en un hospital?

Que acusaran a un médico de asesinato ya era suficiente desastre, pero ver testificar en su contra a sus propias enfermeras tenía implicaciones aún más perturbadoras.

También se temía que el caso sentase un precedente y, acto seguido, se limitase a la posibilidad de recetar ciertas drogas para los enfermos en fase terminal, poniendo al doctor que fracasase en su intento de prolongar la vida de su paciente ante el peligro permanente de un proceso judicial. La Medical Press reunió todos estos argumentos en un largo y odiado artículo: «Es la primera vez, que nosotros sepamos, que se ha acusado a un médico de asesinato por prolongar un tratamiento más allá de todos los límites razonables. Efectivamente, este juicio carece de precedentes en Inglaterra, y no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo occidental »

«Una de las consecuencias para nuestros pacientes será que en el futuro sufrirán considerablemente más de lo que lo ha hecho hasta ahora. Todo médico con sentimientos humanitarios normales ha sentido siempre el impulso de reducir al mínimo el sufrimiento de sus pacientes y, en los casos desesperados pocas veces se ha detenido a evaluar el coste del tratamiento por el rasero de la vida que le quedaba al enfermo.

Muchísimos pacientes han sido sometidos a un «estado de sueño» para aliviarles la agonía. Ese ya no será el caso a partir de ahora, ya que suponemos que todos nosotros miraremos con desconfianza por el rabillo del ojo para ver si descubrimos a ese sádico sonriente con bisturí, alguien que toma notas sobre nuestros dolores para usarlas más tarde contra nosotros.»

Los doctores encargaron a la Medical Defence Union, la defensa del doctor Adams.

Fue Hemsons, su director, quien seleccionó a Geoffrey Lawrence para encabezar el equipo legal de la defensa. Asimismo, fue quien le proporcionó la mayoría de su “munición jurídica y médica”, como, por ejemplo, las fichas médicas de la señora Morrell antes de ser tratada por el doctor Adams. Hemsons también contrató al doctor Simpson, el cual fue durante muchos años patólogo de Ministerio del Interior y colega y alumno del doctor Douthwaite, el testigo de la acusación. El cometido de Simpson fue averiguar cualquier cosa que minase los argumentos esgrimidos por la acusación, sin pararse ante nada.

Simpson peinó los libros de registro de prescripciones de una clínica que había sido utilizada por el doctor Douthwaite, y consiguió probar que el propio testigo de la acusación recetaba grandes dosis de morfina y heroína, aquello por lo que condenaba ante el jurado al doctor Adams. Se hicieron gráficos para ser presentados como prueba ante el tribunal, pero no hizo falta: el implacable interrogatorio a que fue sometido el doctor Douthwaite se consideró suficiente para desacreditar sus tesis.

Aunque no se dejó en público al doctor Douthwaite como un hipócrita, al poco tiempo pagaría un alto precio por su terquedad. La presidencia del Royal College of Physicians, que iba a ser suya el año siguiente, le fue denegada para siempre.

La absolución de Bodkin Adams predecía un molesto futuro para la discusión sobre la eutanasia, el «homicidio por compasión». El propio doctor había hablado de «aliviar el paso hacia la muerte» de la señora Morrell. Sus expresiones quedaron sin ser bien analizadas. Surgió el espectro de la eutanasia teñido fatalmente por el beneficio que implicaba el posterior e hipotético legado.

En 1957 la ley inglesa consideraba la eutanasia como asesinato.

Una encuesta realizada entre médicos británicas en 1987, indicaba que un 35 por 100 estaban dispuestos a practicar la eutanasia por petición del paciente siempre que se decidiera legalizar.

*****

La falacia de la «muerte dulce»
En octubre de 1971 una doctora holandesa, Gertrude Postma, inyectó una dosis mortal de morfina a su anciana madre, víctima de una hemorragia cerebral, parcialmente paralizada, sorda y muda.

La doctora Postma fue acusada de practicar la eutanasia, lo que entonces estaba penado con una condena máxima de 12 años de prisión. En el juicio le preguntaron si sentía algún remordimiento y ella contestó: “Al contrario, debería haberlo hecho mucho antes”.

No fue condenada a prisión, sino que obtuvo una suspensión de sentencia y un año de libertad vigilada.

Este caso marcó un giro decisivo en Holanda: se convirtió en el primer país que aceptó la eutanasia. Hacia 1981 la eutanasia se había convertido en algo tan corriente que el tribunal de lo penal de Rotterdam hizo públicas unas pautas de comportamiento que, si se seguían estrictamente, eximían al médico prácticamente de toda persecución criminal.

Otro doctor dio entonces un paso más al escribir en un certificado de defunción “muerte no natural” como causa de fallecimiento. Se trataba de una mujer de 94 años, con sus facultades vitales tremendamente debilitadas, que había solicitado del doctor que pusiera fin a su vida. Así lo hizo mediante inyecciones de barbitúricos y curare. El doctor fue juzgado y considerado inocente. Más tarde, la Corte de Apelación revisó la sentencia y la revocó. El caso llegó hasta el Tribunal Supremo holandés, quien dictaminó que la actuación del médico estuvo justificada.

*****

EL RESTO DE UNA VIDA – El largo adiós
Adams salió del juicio como un hombre libre y, legalmente, inocente. Por entonces no podía sospechar que los rumores y las sospechas seguirían acosándole hasta el final de sus días.

El doctor Bodkin Adams recibió su salvación del cadalso con mesurada calma.

«En todo momento supe lo que iba a ocurrir -declaró-. Dios tiene un claro designio al hacerme pasar por esto. Nunca lo he tomado como una dura prueba.» Fue «raptado» por el Daily Express a la salida del juicio. Era el periódico que le había ayudado en todo momento, defendiendo su causa, y que ahora, debido a su inversión de 10.000 libras, consideraba al doctor de su propiedad.

Mientras que el verdadero Adams era trasladado a Fleet Street, otro médico se encargaba de distraer a la prensa. En Fleet Street habían preparado una fiesta para celebrar el éxito, pero el doctor declinó tomarse la copa de champán que le ofrecieron. A medianoche le montaron en una camioneta de reparto de periódicos y le llevaron hasta un refugio en la costa. Allí un equipo de periodistas tenía el encargo de «sacarle» toda su historia. Cada abril, mes de la absolución, el doctor llamaba por teléfono al periodista Percy Hoskins, especialista de la sección criminal del Express, y le daba siempre el mismo mensaje: «Gracias por haberme dado otro año de vida.»

Otros tuvieron menos razones para celebrar fiestas. El juicio, y sobre todo la sorprendente actuación de la defensa, fueron estudiados y consagrados como un caso clásico que ejemplificaba la acción de la justicia británica. Sin embargo, alguien debía responsabilizarse de las meteduras de pata de la acusación. En menos de una semana se presentaron interpelaciones en el Parlamento.

Un miembro de la oposición laborista exigió «una investigación independiente sobre la preparación, organización y dirección del caso por los representantes de la Corona». El fiscal general rechazó sin más esta propuesta, pero arreciaron las críticas y nunca consiguió el puesto de ministro de Justicia que tanto había deseado.

Scotland Yard realizó una investigación interna sobre la manera de proceder durante la investigación policial. Se estudiaron en profundidad las relaciones entre el comisario Hannam y la prensa. Nunca se hicieron públicos los resultados, pero al cabo de un año su carrera en la policía llegó a su punto final, después se empleó en una agencia de seguridad privada.

El doctor se declaró culpable de catorce cargos de negligencia profesional ante los magistrados de Lewes (todas las irregularidades que salieron a la luz durante la investigación policial) y fue multado con 2.400 libras. A los cinco meses del juicio se revocó su derecho a recetar o poseer drogas peligrosas por el ministro del Interior.

En noviembre hubo de personarse ante el Consejo Disciplinario Médico y su nombre desapareció del registro médico oficial. Una Navidad los estudiantes de Eastbourne montaron una infamante parodia del villancico «Los 12 días de Navidad», con un coro que decía… «11 exhumaciones, 10 mujeres incineradas, nueve hipodérmicas, ocho recetas falsas, siete Rolls-Royce, seis solteronas enloquecidas…», hasta llegar a «un Bodkin Adams de Trinity Trees».

Sin embargo, el doctor no fue públicamente humillado ni expulsado de Ken Logde. A pesar de haberle retirado sus títulos profesionales, siguió tratando a pacientes que le fueron fieles, y siguió recibiendo sus legados. En la tienda de caramelos de Marsh, donde siguió comprando su chocolate suizo hecho a mano, nunca se oyó un sola palabra contra Adams.

Poco a poco volvió a hacer vida de sociedad; hasta el punto de que la reina de los carnavales de Eastboume hizo el recorrido en su Rolls-Royce (el ex Rolls-Royce de Hullet) sin levantar demasiados comentarios animosos. En 1961, tras varios intento frustrados, fue incluido de nuevo en el registro oficial médico.

Y en ese momento se sintió lo suficientemente fuerte como para arremeter contra los acusadores de antaño. Presentó una demanda por injurias contra trece periódicos que en su día le habían denostado y llegó con ellos al acuerdo de que le pagasen una sustanciosa suma por haber demostrado excesivo celo en sus «investigaciones» y publicaciones anteriores al juicio. El doctor se mantuvo ojo avizor para el futuro y en 1969 aún obtuvo 500 libras de indemnización de un semanario, junto con una abyecta disculpa por invocar «la sombra del doctor Bodkin Adams» al comentar el fracaso de las inyecciones de numerario para revivir a la libra esterlina.

Cada vez le dedicó más tiempo al tiro, convirtiéndose en el presidente de la Clay Pigeon Shooting Association y también en su oficial médico honorario. La última copa la ganó a los ochenta años de edad. A los pocos meses, durante una excursión para practicar el tiro en Sussex, se rompió una pierna. La rotura se complicó, y a los tres días había fallecido.

El doctor Bodkin Adams sobrevivió a muchos de sus acusadores y defensores, pero los que le sobrevivieron a él volvieron a ocuparse del asunto con el mismo fervor de antaño. ¿Se libró este hombre del castigo por asesinato?, preguntaba el Mail on Sunday al dedicar varias páginas a la «verdad que ahora puede ser contada». El Daily Express reafirmó su convicción de que Adams era inocente. El Times lo definió como el «clásico enigma en los anales de los asesinatos múltiples». El fiscal general había muerto, pero Melford Stevenson, que había recibido entre tanto el título de caballero, mantenía intactas sus convicciones. Al periodista Rodney Hallworth le comentó: «Teníamos tanto material que era increíble. Tal como yo lo recuerdo había pruebas claras de seis casos de asesinato, y suficiente material para acusarle de asesinato en otra media docena. Tuvo una suerte tan increíble al librase del patíbulo…»

El inspector Hannam había muerto, pero el comisario jefe Hewitt, ya retirado, el sargento de aquel caso, estaba tan convencido como siempre de la culpabilidad del doctor. «Los fallos que se cometieron fueron tremendos, ésa fue la suerte del doctor… De hecho, siempre he creído que este caso debería ser utilizado en los manuales de la policía para la instrucción de nuevos cadetes. Posteriormente he visto cómo se cometían los mismos errores del caso Adams en otros casos. Las lecciones que aprendimos tan duramente podrían haber beneficiado mucho a otras investigaciones.»

El funeral de Bodkin Adams constituyó un evento al que asistieron 150 amigos y pacientes, y millones de telespectadores. Un ex alcalde de la ciudad de Eastbourne elogió a Adams, «la víctima de una malintencionada campaña de rumores llevada a cabo por quienes nunca han sabido lo más mínimo sobre este verdadero hombre y sus formas de ejercer la medicina».

Después se leyó el testamento. El gran cazador de legados dejaba 402.907 libras netas que habían de ser divididas en cuarenta y siete partes, sin que ninguno de los herederos recibiese más de 5.000 en total.

Estos beneficiarios comprendían la que fue novia del doctor. Nora O’Hara, otras diecinueve amigas que «estuvieron a su lado en los días de sufrimiento», el ama de llaves, el chófer, el tendero, incluso el encargado de dar semanalmente cuerda a la colección de relojes del doctor. Nadie fue olvidado y, fiel a sus convicciones hasta el último momento, el doctor Bodkin Adams, también le dejó un legado a su propio médico.

*****

Un testigo menos
El comisario jefe retirado Hewitt cree que un testigo que falleció en medio de la investigación criminal pudo haber sido objeto de un «juego sucio». Esta ha sido la acusación, con mucho, más importante que se ha hecho después de la muerte del doctor Adams.

Hewitt dijo que la víctima era una tal señora Sharpe, directora de la casa de reposo donde se alojaron las hermanas Neill Miller y otros pacientes de Bodkin Adams. Hewitt y Hannam la visitaron en dos ocasiones.

«La señora Sharpe era la clave de todo el caso. Sabía dónde fueron enterrados los cuerpos y estaba dispuesta a hablar, aunque estaba asustada, atemorizada. En cualquier momento se derrumbaría. Nos bastaba una visita más…pero nunca fue posible entrevistarse con ella de nuevo. Murió mientras estuvimos ausentes. Es verdad que no gozaba de buena salud, pero es tan curioso que muriera justo cuando lo hizo y que fuera incinerada tan rápidamente. Siempre tuve la sensación, y nunca fue más que eso, una sospecha, de que el doctor aceleró un poco el momento de la muerte. Y como en tantas otras ocasiones, nos dejó sin cadáver.» Una investigación posterior estableció que la directora de la casa de reposo llamada Annie Sharpe falleció de cáncer el 13 de noviembre de 1956, a la edad de setenta y seis años. ¿Se salió el doctor de nuevo con la suya asesinando a la anciana, o era inocente?

*****

Derecho a permanecer en silencio
Bodkin Adams sorprendió a la acusación: durante todo el juicio estuvo sentado y erguido, sin pronunciar palabra. Según las leyes inglesas, estaba en su derecho. Pero con esta actitud hizo surgir la pregunta de si no resultaría más conveniente autorizar a la acusación para que pudiera interrogar al acusado bajo juramento.

Sir Melford Stevenson, un miembro de la acusación, se seguía sulfurando muchos años después: “Teníamos una verdadera montaña de material para interrogar a Adams -se quejaba-. Creo firmemente que la ley actual no sirve a los propósitos de la justicia”.

El juez mantenía, sin embargo, una opinión completamente diferente. Le dijo al jurado: “El terror que sentimos ante la idea de que un hombre pueda ser interrogado, obligado a hablar y quizás a condenarse mediante sus propias palabras es tan grande, que otorgamos a cualquier sospechoso de un crimen, en todo caso, y hasta el final, el derecho a decir: “No me hagan ninguna pregunta. No contestaré a ninguna. Demuestren sus tesis…”

*****

Conclusiones
En 1967, y como consecuencia directa del caso Adams, se modificó la ley para dejar a la defensa la decisión de si la prensa debía tener acceso a la sala de los procesos de instrucción.

El caso inspiró a una serie de autores. Sybílle Bedford escribió una descripción, ya clásica, del proceso, reflejando la atmósfera durante el juicio. Concluía diciendo que el doctor era inocente, aunque también que había tenido la enorme suerte de contar con un equipo brillante que le defendiera, y un juez de inteligencia fuera de lo común. Otros periodistas redactaron asimismo relatos sobre el juicio. Algunos se pronunciaron a favor del doctor; otros, con la misma rotundidad, en su contra.

En 1985 el juez del proceso se pronunció sobre el mismo. El ahora Lord Devlin se convirtió así en el primer juez que escribió un libro sobre un juicio que le tocó presidir.

Con un ingenio devastador, Devlin se burlaba de las argumentaciones del fiscal general. Después pasaba a exponer sus propias conclusiones. Sugería que el doctor Adams podía haber estado «operando» en esa zona gris que hay entre lo legal y lo ilegal: que quizá fuera un mercenario de la eutanasia, un hombre compasivo, y al mismo tiempo codicioso, dispuesto a «vender la muerte». Y que, si ése era el caso, «deshonraba a una gran profesión».

Lord Devlin se volvía entonces detective, y escudriñaba las últimas horas de la señora Morrell, reexaminando las pruebas abortadas. Analizaba la cuestión de la gran jeringuilla que, según testimonio de la enfermera, se llenó del inofensivo paraldehido. El juez recalcaba que el paraldehído tenía un olor desagradable, intenso, y muy característico, que habría invadido la habitación de la enferma. Sin embargo, la enfermera Randall no parecía haber olido nada. También hacía referencia a un comentario que no fue aceptado como prueba. La enfermera declaró que la paciente le dijo que el doctor le había prometido que «no permitiría que sufriese al final».

Después, Devlin se ocupaba de los tres frascos de heroína -75 tabletas que hacían 12 gránulos y medio- adquiridos en la farmacia de Browne la víspera de la muerte de la señora Morrell. «¿Existió el paraldehído? -se preguntaba Devlín-. La única prueba la aportó el propio doctor.» De los tres frascos de heroína nadie dio cuenta nunca.

El juez repasaba varias explicaciones de lo sucedido, exponiendo que sospechaba que el médico había dejado la inyección cargada con una dosis letal de heroína antes de dejar a la enfermera a cargo del cuidado de la enferma. Citando los comentarios que hizo el propio doctor a la policía sobre «facilitar el tránsito», Lord Devlin deducía: «Él no creía ser un asesino, sino un “dispensador” de la muerte. Según lo entendía él, no había hecho nada incorrecto. No había nada malo en un doctor que recibía un legado, ni en lo que él concedía a cambio, ¿pensaría que era “a cambio”?, una muerte placentera como la que proporcionaba la heroína.»

El fiscal general debía de haber tenido también sus sospechas sobre el paraldehído… Pero, ¿por qué no las expuso? De nuevo, Lord Devlin ofrecía una posible explicación: no era la solución que deseaba la acusación. «Quitarle la vida a una debilitada mujer en su lecho de muerte hubiese sido un pobre final para la historia de la masacre de Eastbourne.»
https://criminalia.es/asesino/john-bodkin-adams/
 
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JOE METHENY "EL HAMBURGUESERO" (EUA)
Nombre: Joe Roy Metheny
Sobrenombre: "El Hamburguesero", "El Asesino Canibal"
Fecha de nacimiento: 1955
Lugar de los asesinatos: Baltimore, Maryland
Pais: Estados Unidos
Fecha de los asesinatos: 1976-1995
No. de Victimas: 4-+10 asesinatos
Tipo de victimas: Mujeres y 3 Hombres.
Tipo de Asesino: Carnicero, Canibal, descuartizador.
Modus Operandi: Se acercaba a sus victimas en bares o debajo de puentes, la mayoria mujeres alcoholicas, luego las estrangulaba, mutilaba y en ocasiones utilizó la carne para mezclarla con carne de cerdo y preparar hamburguesas que comercializaba.
Captura y condena: Arrestado el 15 de diciembre de 1996.
Informe final: Sentenciado a muerte el 13 de noviembre de 1998, revocada el 24 de julio de 2000


Biografia:

Cuando Joe Metheny fue arrestado en Baltimore en diciembre del año 1996 solo se lo acuso de ser el responsable de tres asesinatos, pero el afirma haber matado a diez personas en un período de 20 años.

Dos de las tres personas a las cuales se le acusa de haber asesinado fueron encontradas enterradas debajo de una fábrica de estibas, que es donde vivía Metheny. Pero no fue por eso la razón por la cual se le atribuye el título de “El Asesino Caníbal”. Le dieron ese apodo porque durante sus asesinatos en serie, abrió un puesto de hamburguesas a cielo abierto y en ese lugar el vendería carne humana mezclada con puerco. Más tarde el afirmó que no podrías distinguir si la carne humana había sido mezclada con el puerco. Dijo que veía a sus víctimas como una fuente carne más que como personas reales.

Metheny pasaba la mayor parte de su tiempo con personas desamparadas acechando los antros en busca de mujeres con problemas de bebida o de adicción a las drogas. Uno de esos establecimientos era el Borderline Bar, el cual fue el lugar donde fue arrestado por primera vez por haber asesinado a Kimberley Spicer, ella era una de las víctimas que fueron encontradas enterradas en la fábrica de palés junto a su casa.

Metheny se encuentra encerrado de por vida en la prisión luego de que le revocaran su sentencia a pena de muerte en el año 2000. Fue luego de su primer arresto que confesó haber asesinado al menos a 10 personas, pero solo se le pueden atribuir sin lugar a dudas las muertes de Kimberly Spicer, Toni Lynn Ingrassia y Catherine Magaziner.

“Maté a siete personas (luego confesó que habían sido tres más), tres hombres y cuatro mujeres. A dos hombres los corté con un hacha debajo de un puente en el Sur de Baltimore. No fui culpado por eso por que no pudieron demostrar que lo hice. Debajo de ese mismo puente también asesiné a dos mujeres y a un hombre que estaba pescando, quien simplemente estaba en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Me llevé los cuerpos y los dejé en ese río. Le mostré a la policía donde los había dejado 3 años después, pero no pudieron encontrarlos. Por lo que no pudieron arrestarme por ellos”.
Los asesinatos fueron descritos por la policía como “brutales ataques sexuales que parecen indicar una agresión psicótica ante un determinado tipo de mujer”.

Metheny hasta el día de hoy no ha presentado remordimientos por sus crímenes.
http://enciclopediadelosasesinosenserie.blogspot.com.es/
 
David Berkowitz – El Hijo de Sam (Son of Sam)
admin 31 mayo, 2017 8
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A diferencia de muchos, este asesino no tenía modus operandi: disparaba con su pistola calibre 44 a cualquiera y sin motivo aparente. Según las investigaciones, sus crímenes estaban ligados a un vínculo con sectas satánicas e incluso con el mismo Charles Manson.

El Hijo de Sam
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Su madre adoptiva murió cuando él tenía 14 años. El no tener suerte con las mujeres, junto al recuerdo del abandono que sufrió por parte de su madre biológica, fue alimentando su odio contra las mujeres.

“Mis padres estaban constantemente preocupados por mi comportamiento extraño. Sabían que yo vivía en un mundo imaginario y no podían hacer nada contra los demonios que me atormentaban y controlaban mi mente…”, dijo Berkowitz alguna vez.

David nació el 1 de junio de 1953, fue un hijo no deseado de Betty Broder, quien lo abandonó, y fue adoptado por Nat y Pearl Berkowitz. Era un niño tímido y con baja autoestima que trataba de proyectar una apariencia autosuficiente, mintiendo y causando problemas. Su comportamiento alternaba momentos de extrema timidez, complejo de inferioridad y fuertes depresiones con arrebatos de ira y violencia desmesurada.

Su madre adoptiva murió en 1967 cuando él tenía 14 años, fue lo peor que le pudo pasar. Al no tener suerte con las mujeres, fue alimentando su odio contra ellas, además del recuerdo de su verdadera madre y lo que ésta hizo con él, cosa que alimentaba su odio.

La mente de Berkowitz no pudo asimilar tanta soledad y en su adolescencia comenzaron sus desdoblamientos (doble personalidad).

Queriendo mejorar su autoestima y al mismo tiempo vengarse de una sociedad en la que no terminaba de encajar, se compra un revólver. A los veintitrés años comienza una serie de crímenes. Sus asesinatos sembraron el terror en Nueva York entre 1976 y 1977: Berkowitz asesinó a seis personas y consiguió herir a otras siete.

El joven Berkowitz asesinaba sin razones, disparaba su revólver calibre 44 indistintamente a cualquier persona que se cruzaba en su camino, sin importarle raza, s*x* o edad. A medida que pasaba el tiempo fue ganando una estremecedora seguridad en sí mismo, la cual lo transformó en un personaje frío y sin escrúpulos, a la vez que negligente a la hora de llevar a cabo sus crímenes.

El 29 de julio de 1976, en el Bronx, N.Y., Donna Lauria de 18 años y su amiga Jody Valenti de 19, estaban dialogando en el interior del coche de Jody, enfrente de la casa de Donna. Era cerca de la 1:00 cuando un hombre se acercó al coche y sin pronunciar palabra, disparó cinco veces, matando a las dos jovenes.

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Christine Freuna estaba con su novio en el coche cuando de pronto David se acercó y la mató de dos tiros en la cabeza. El novio, aterrado, salió corriendo.

El 23 de octubre de 1976, Carl Denaro de 20 años estaba en una fiesta con su amiga Rosemary Keenan, a las 2:30, él se ofreció para llevarla a su casa. Se estacionaron frente a la casa de Rosemary y comenzaron a hablar; de repente, un hombre se acercó al carro y disparó cinco veces, pero solamente hirió a Carl en la cabeza; Rosemary condujo buscando ayuda. Aunque Carl no murió quedó dañado para el resto de su vida.

Pasado un poco más de un mes de que ocurriera el último ataque, el 26 de noviembre de 1976, Donna Lamassi de 16 años, y su amiga Joanne Lomino de 18 años, regresaban del cine en la noche. Caminaban a casa de Joanne, cuando se dieron cuenta que un hombre las seguía, así que apuraron el paso. El hombre les preguntó “Saben en dónde está…”, pero antes de terminar la pregunta les disparó; las dos chicas resultaron heridas. Donna estaría bien, pero Joanne quedó parapléjica.

Las cosas permanecieron normales por dos meses, hasta el 30 de enero de 1977, cuando Christine Freuna y su prometido John Diel regresaban de una galería en Queens a las 0:30. No se dieron cuenta que un hombre los estaba observando y se acercaba al coche, el hombre disparó dos veces, y los dos disparos dieron en la cabeza de Christine; su novio salió corriendo buscando ayuda, pero los vecinos ya habían llamado a la Policía.

La investigacion del detective Joe Coffey descubrió que este asesinato coincidía con los de Donna Lauria, el ataque de Donna Lamassi y Joanne Lomino. Ahora se daban cuenta que tenían frente a ellos a un psicópata con un revólver calibre 44 (un arma poco usual). Otro problema era que no se podía encontrar relación entre las víctimas.

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Valentina Surani y su novio estaban besuqueándose en el coche cuando David se acercó y los asesinó con dos tiros a cada uno. Antes de irse, dejó una carta en que se autodenominaba “Son of Sam” (Hijo de Sam).

El 8 de marzo de 1977, una joven llamada Virginia Voskerichian regresaba de clases en la noche, cuando un hombre se le acercó y sacó un revólver calibre 44 y le apuntó a la cara. Virginia se cubrió con sus libros, pero una sola bala bastó para matarla. Un hombre presenció todo, pero cuando el asesino pasó frente a él sólo le dijo “buenas noches”.

Como los investigadores temían; el 17 de abril de 1977 el asesino vuelve a atacar; Valentina Surani y su novio Alexander Esau se besaban en su coche. Eran alrededor de las 3:00 y un hombre se les acercó y les disparó 2 veces a cada uno. Los dos murieron, las evidencias decían que se trataba del mismo asesino, pero esta vez, el asesino había dejado una carta en la que se autonombraba “El Hijo de Sam” (Son of Sam). La carta estaba dirigida al capitán Joseph Borrelli, quien era uno de los principales integrantes de la operación Omega, que estaba tras el asesino del revólver calibre 44. No contento con ello, envía una carta al periódico New York Daily News que se encargaba de su caso, y en ella les agradece su atención y les promete que tendrán más de qué hablar.

El 31 de julio de 1977, una joven llamada Stacy Moskowitz y su novio Bobby Violante, regresaban de ver una película, y se detuvieron en el coche cerca de un parque. Bobby convenció a Stacy de que se bajaran a caminar, pero ella no parecía muy convencida, así que regresaron al coche. En ese momento un hombre se les acercó y les disparó; Bobby recibió dos disparos en la cara y Stacy uno en la cabeza. Horas después, Stacy murió, Bobby perdió el ojo izquierdo y sólo lograron salvarle el 20% de visiblidad en el derecho. Ese fue el último ataque de “Son of Sam” ya que un testigo logró identificarlo cuando huía del escenario del crimen.

El 10 de agosto de 1977 la Policía tiene las pruebas suficientes para detener a David Berkowitz. A las 19:30 un hombre salió del edificio donde vivía Berkowitz, con una bolsa de papel en la mano. Se aproximó a un auto, y fue el momento de la detención. Le ordenaron detenerse. El oficial preguntó: “¿Ahora que te tengo; dime, a quién tengo?”, “tú sabes”, dijo el hombre sonriendo: “Soy el hijo de Sam, David Berkowitz”.

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Tras ser capturado confiesa sus crímenes e intenta alegar locura afirmando que oía una voz que le ordenaba matar, voz que pertenecía a un demonio de 6000 años reencarnado en nada más y nada menos que Sam, el perro de su vecino…

Confiesa todos sus crímenes, pero trata de alegar locura afirmando escuchar la voz de un demonio de 6,000 años reencarnado en “Sam”, el perro de su vecino, el cual le daba órdenes de matar. Los psiquiatras lo diagnostican como esquizofrénico paranoide de personalidad antisocial. Berkowitz es juzgado culpable y condenado a cadena perpetua, con una pena de 365 años en una cárcel de máxima seguridad.

Una vez en la cárcel, reconoce haber formado parte de un culto satánico relacionado con Charles Manson, y asegura que sus crímenes no los cometió solo, sino que habían sido varios los tiradores con un calibre 44. “Me fascinaban los temas relacionados con la brujería y el ocultismo. En 1975 conocí a unos tipos que parecían simpáticos. Eran satanistas. Ingenuamente me uní al grupo, y empecé asistiendo a los rituales. Al principio no era más que un simple participante, pero muy pronto me convertí en un verdadero adorador del Diablo. Mi cuerpo y mente le pertenecían, yo me estaba convirtiendo en una máquina de matar”, dijo David

La policía neoyorquina venía ya sospechando que detrás de todos esos crímenes se hallase una secta satánica, y que Berkowitz no fuese más que uno de los adeptos de más bajo rango. La coartada perfecta para encubrir a los miembros de más posición.

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David B. reformado

Aún así, y como en la mayoría de estos casos, las mismas fuerzas de seguridad que se ocuparon del caso, trataron de ocultar todos aquellos datos que relacionaban el crimen con satanismo, siendo revelados al público más tarde gracias a las investigaciones del periodista Maury Terry.

En la prisión fué asaltado por otros reclusos y degollado, pero sobrevivió con una cicatriz de 56 puntos en el cuello.

Luego de diez años de condena, Berkowitz experimentó una transformación interior radical que le llevó a arrepentirse de sus crímenes y a adoptar el Cristianismo al punto de que actualmente ejerce un rol de guía espiritual desde la prisión.

http://www.asesinos-en-serie.com/david-berkowitz-el-hijo-de-sam-son-of-sam/
 
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Harold Shipman "el Doctor Muerte"

El médico británico Harold Shipman, conocido como "doctor muerte" ha aparecido colgado en su celda. Se encontraba en prisión condenado a cadena perpetua por el asesinato de quince pacientes, la mayoría ancianos, con inyecciones de heroína durante sus 23 años de carrera profesional.

Estaba considerado el mayor asesino en serie de la historia del Reino Unido. Tenía una apariencia afable y era padre de cuatro hijos. Una investigación oficial determinó que sus víctimas pudieron ser hasta 215 personas. Shipman, que este miércoles hubiera cumplido 58 años, fue hallado colgado en su celda y, a pesar de los esfuerzos por reanimarlo, fue declarado muerto.

El aspecto de Harold Shipman inspiraba confianza, pues era un médico de mediana edad, de pelo blanco, barba tupida, gafas de pasta oscura y mirada tranquila.


Era el mayor criminal en la historia del Reino Unido, y cumplía quince cadenas perpetuas por sendos asesinatos de pacientes suyos, aunque la cifra de víctimas podría elevarse a 270.
14 de enero. En la mañana de ayer apareció ahorcado en su celda de la cárcel de Wakefield (Inglaterra) el peor criminal de la historia británica. Harold Shipman, de 57 años y padre de cuatro hijos, apodado por la prensa "Doctor Muerte", cumplía condena por quince asesinatos cometidos en las personas de pacientes que se confiaban a sus cuidados como médico de cabecera en el pueblo noroccidental inglés de Hyde, cerca de Manchester. Le entregaban en realidad sus últimos días de vida.

Estas 15 muertes sucedidas entre 1995 y 1998 son sólo las que se juzgaron en el año 2000. La magistrada del caso, Jane Smith, investiga otros 200 asesinatos cometidos por el "Doctor Muerte" a lo largo de su vida profesional en Hyde y en Todmorden (West Yorkshire). Se le podrían pues imputar un total de 171 mujeres y 44 hombres envenenados, sin descartar otros posibles 45 fallecimientos pendientes de ulterior examen.

El procedimiento siempre era el mismo. Shipman localizaba víctimas preferentemente ancianas y solitarias, y con su barba cana y aires de indefenso intelectual se ganaba su confianza como doctor amable, hogareño y cariñoso que se preocupaba por su salud. En su propia clínica les administraba una dosis elevada y letal de morfina y asistía al espectáculo cruel de los cinco minutos que tardaba en producirse su desgarrador fallecimiento. Luego falsificaba los informes certificando la defunción por causas naturales.

Se quedó con 386.000 libras de una de sus víctimas, si bien ése no era el móvil. El "Doctor Muerte" asistía a más de tres mil pacientes y su posición económica era desahogada.

La personalidad homicida

Nunca llegó a confesar sus delitos, así que nunca podrá saberse qué le llevó a cometerlos. Su ex compañero y forense John Pollar afirma que, en su opinión, "simplemente disfrutaba contemplando el proceso de morir y gozaba con el sentimiento de control sobre la vida y la muerte".

Las autoridades penitenciarias británicas abrirán una investigación y no han confirmado todavía que se haya tratado de un su***dio. Estuvo vigilado preventivamente durante su estancia en las cárceles de Manchester y Frankland. Pero no en la actual de Wakefield, adonde llegó en junio, pues en palabras de su portavoz, "no había mostrado, en absoluto, tendencias suicidas. Se portaba con toda normalidad... No había ningún indicio de que esto fuese a suceder y él no había dado motivos para preocuparse".

En 1976 se le condenó por hurtar fármacos que utilizaba como drogas. Entonces sí confesó su adicción, y que le producían un estado "deprimido y confuso". Durante los últimos meses su mal comportamiento había obligado a las autoridades a cambiar su status y quitarle algunos privilegios: ya no disponía de televisor en la celda, y debía llevar uniforme penitenciario.

A lo largo del juicio la prensa pudo hacerse con algunas cartas personales de Shipman, y en ellas revelaba una acusada dependencia psicológica de su mujer, cierta tendencia hacia la autocompasión y se mofaba de los familiares de sus víctimas. Éstas no han lamentado en absoluto su desaparición, pero sí quedarse para siempre sin el magro consuelo de un porqué.

http://www.escalofrio.com/n/Asesinos/El_Doctor_Muerte/El_Doctor_Muerte.php
 
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Nombre: Serhiy Fedorovich Tkach
Sobrenombre: El Maniaco de Pologovsky
Fecha de nacimiento: 12 de Septiembre de 1952
Lugar de los asesinatos: Crimea, Zaporozhye, Dnepropetrovsk y Jarkov
Pais: Ucrania
Fecha de los asesinatos: 1982-2005
No. de Victimas: 36-+100 asesinatos
Tipo de victimas: Niñas y Mujeres Jóvenes.
Tipo de Asesino: Necrofilo, Asesino sexual, Pedofilo
Modus Operandi: Ex-Investigador Criminal, contactaba a sus victimas en plantaciones forestales, cerca de vías de ferrocarriles y carreteras, llevaba a sus victimas a sitios solitarios (mujeres y niñas de entre 8 y 18 años de edad), ahí las sofocaba y abusaba sexualmente de los cadáveres.
Captura y condena: Arrestado en agosto de 2005.
Informe final: Por sus crímenes fueron llevados a prisión 9 personas, que fueron liberadas hasta 2012. Serhiy fue condenado a cadena perpetua por 36 asesinatos

SERHIY TKACH "EL MANIACO DE POLOGOVSKY" (UCRANIA)


Biografia:

Conocido también como “El Maníaco de Pologovsky”, Serhiy Tkach nació el 12 de septiembre de1952 en la ciudad de Kiselyovsk, dentro de la región rusa de Kemerovo.

Siendo joven, Tkach se inscribió en las filas del ejército soviético, consiguiendo exitosamente acabar una especialidad de inspector tecnológico. Con esa especialidad trabajó un tiempo allí, pero después fue enviado a la Policía, siendo recomendado por los militares para ser admitido en la escuela de Novosibirsk.

Sirviendo en la Policía dentro del Departamento de Kemerovo (Siberia), Tkach enfrentó una situación en que debió admitir un fraude y redactar un informe sobre el asunto.

A Ucrania, para derramar sangre

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Serhiy con uniforme policial. Inicialmente había estado en el Ejército, consiguiendo finalizar la especialidad de inspector tecnológico. Posteriormente, los militares recomendaron su ingreso en la Policía.
Poco después de lo del fraude, Tkach salió de las filas policíacas y se trasladó a Urania en 1982. Algunas fuentes señalan que fue entonces cuando inicio sus asesinatos, mientras que otras dicen que inició su orgía de sangre en 1980, teniendo como supuesta primera víctima a una mujer joven que mató y violó en Simferopol, tras lo cual se cree que habría llamado a la comisaría más cercana para informar, aunque sin entregarse.

Habría de ser en Ucrania donde Tkach desarrollaría el resto de su vida. Allí se sabe que, en sus inicios, trabajó en minas de carbón, en granjas y en plantas industriales, así como también fue allí donde se casó tres veces y tuvo cuatro hijos.

Volviendo a su carrera criminal, Tkach dejó sangre, desde 1982 hasta el 2005, en las regiones ucranianas de Crimea, Zaporozhye, Dnepropetrovsk y Jarkov.

Solía buscar sus víctimas en plantaciones forestales cerca de vías de ferrocarril o carreteras, pues de ese modo inducía a los policías a pensar que el asesino era algún camionero o, en líneas generales, alguien de otra ciudad. Cuentan que, usualmente, antes de sus asesinatos bebía un vaso de vodka con dimedrol, una sustancia capaz de aumentar el efecto del alcohol… Luego seleccionaba la víctima, que era siempre de s*x* femenino y edad entre los ocho y los dieciocho años, generalmente menor de dieciocho, pues le gustaban bien jovencitas.

Una vez que Tkach evaluaba la aparente seguridad del escenario, procedía a caer sobre la víctima en donde no hubiese testigos. Con rapidez y contundencia este monstruo, dotado de tanta fuerza que alguna vez fue campeón de pesas, apretaba la carótida de la víctima y en cuestión de segundos la mandaba al otro mundo…

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Serhiy (arriba) fue campeón de pesas. Esa misma fuerza la empleó para asfixiar a sus víctimas…
Rara vez abusó sexualmente de sus víctimas cuando estas vivían. Así, cuando estaban muertas las desnudaba, destruyendo todo objeto en que pudiese haber dejado sus huellas digitales, excepto aquellos que se llevaba, tales como joyas, barras de labios, monederos o ropa interior (sí, era fetichista). Teniendo a la chica muerta y desnuda, Tkach abusaba sexualmente de ella, cuantas veces quisiese y como se le antojase, aunque tras satisfacerse limpiaba el s*men y además retiraba colillas de cigarrillos, restos de comida y otros elementos que pudiesen servir para atraparlo…

Estando todo concluido, Tkach tomaba las vías del tren y se alejaba, quedando fuera del alcance de sabuesos y policías que pudiesen llegar a la escena del crimen.

Resentido, frío y astuto

Cuando Tkach fue examinado después de su captura, el examen psiquiátrico declaraba por escrito: ‹‹Sergei Tkach no necesita que se le apliquen medidas médicas forzosas. Se caracteriza por rasgos mentales y personales tan fuertemente pronunciados como el egocentrismo, la frialdad emocional, el resentimiento, la vulnerabilidad, la venganza y la imposibilidad de establecer relaciones cálidas a largo plazo. También cuenta con muy elevada virulencia, irritabilidad y agresividad››

Pero además de todo eso, Tkach era muy astuto. Esto es comúnmente ilustrado con un episodio de su vida criminal en el que, tras acabar un asesinato, tiene guardadas posesiones de la víctima y oye que se acerca una patrulla policial. En lugar de asustarse y no saber qué hacer, Tkach entra rápido a un retrete cercano (rústico, público, puerco), se posiciona y comienza a fingir que se masturbaba: así despista a los policías, quienes lo consideran un simple onanista…

Captura y juicio

Serguéi Tkach fue detenido en agosto de 2005, durante el tiempo en que trabajaba en una planta de bombeo.

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Serhy en el 2007, amargado por el juicio que ese mismo año se abrió en su contra.
Se cree que su última víctima fue hija de un amigo suyo, era la niña Kate, de 9 años. Unas fuentes apuntan que la captura se debió a que unos niños de la aldea lo reconocieron en el funeral de la niña, habiendo visto a la niña con él justo antes de que desapareciera y reapareciera muerta. Mientras, otras fuentes dicen que un hombre lo vio con Kate, que el asunto le pareció sospechoso e informó a la Policía. Sin embargo sabemos que efectivamente Kate murió, así que nos vemos forzados a pensar en las siguientes alternativas: 1) solo la primera versión es verdadera, 2) solo la segunda versión es verdadera, en cuyo caso, o bien él fue muy rápido al matarla antes de que la Policía lo atrapase, o bien la Policía fue muy lenta en detenerlo y tuvo tiempo más que suficiente para matarla, 3) ambas versiones son verdaderas, y entonces la Policía habría sido muy lenta, al punto de que Tkach habría tenido tiempo de ir al funeral (para despistar, pues la niña era hija de su amigo), y el informe de los niños habría ratificado el informe anterior del hombre.

En cualquiera de los casos anteriores, lo cierto es que la Policía apareció, interrogó a Tkach y lo detuvo. No fue difícil, porque cuentan que se entregó él mismo. Pero los vecinos sí estaban sorprendidos, porque Tkach les había dado una imagen muy diferente por largo tiempo, tal y como refiere Viktoria Kozachukhno (ex vecina del asesino): “Nos dijo que él era un oficial militar y que estaba en Afganistán, incluso nos mostró sus heridas. Otros vecinos decían que era un hombre muy inteligente, muy tranquilo. Nadie podría haber pensado que él era el hombre que la Policía estaban buscando”

Tiempo después de su captura, se le abrió un juicio en diciembre del 2007. Al igual que muchos otros psicópatas, este monstruo jamás mostró pesar, pese a admitir ser “una bestia que merece la pena de muerte”. De ese descaro, el coronel de Policía, Viktor Olkhovsky, cuenta que: “Son ya veinte o veinticinco años y él todavía recuerda cómo eran de altas las niñas a las que cazaba. Creo que incluso está orgulloso de ello. Por lo general estas personas se cierran, pero él está disfrutando cada parte de la historia frente a una cámara”.

Según Tkach, él mataba para burlarse de la incompetencia de sus antiguos colegas policíacos. Pero eso no era todo, tal y como expresó en estas palabras el juez Serhiy Tkach: “Nadie ha sido capaz de determinar los motivos de sus acciones. La primera vez dijo que quería vengarse de las mujeres que como esposas le habían maltratado. La explicación luego se convirtió en simple placer sexual. El hecho es que simplemente no sabemos lo que le llevó a cometer estos crímenes”

En cuanto a la admisión de los asesinatos, Tkach se declaró culpable de matar a unas cien chicas, cosa que la Policía antes no le había creído, hasta que dio detalles de los crímenes y dibujó minuciosos mapas con las ubicaciones de los cadáveres. Él quería la pena de muerte, pero ésta había sido abolida en el año 2000. No todos los asesinatos se probaron, y la condena final fue cadena perpetua por 29 asesinatos confirmados y 11 tentativas de homicidio. Al escuchar la condena, no gritó como antes lo hiciese Chikatilo: guardó la calma, habiendo aceptado que incluso merecía más por esos crímenes que efectuó “como un animal”, aunque en realidad no le pesaban…

Inocentes condenados

Antes de que Tkach confesara, unas diez personas fueron acusadas por crímenes que, salvo contados casos, eran de Tkach. Ejemplo de inocentes acusados son:

1) En 1997, se condenó a 10 años a Igor Ryzhkov

2) En el 2002, mientras cursaba el octavo curso de secundaria en la región de Zaporozhye, el joven Jacob Popovich fue sacado a la fuerza del aula por el supuesto asesinato de su prima, recibiendo 15 años de cárcel.

3) En la región de Zaporizhia, Vitaly Cairo fue condenado a 15 años

4) Vladimir Svetlichny, cuya hijita Olga de 9 años fue asesinada por el monstruo, fue injustamente enviado a la cárcel de Dnipropetrovsk, donde en el año 2000 se ahorcó…

Ahora bien, no todas esas personas eran realmente inocentes. Maxim Dmitrenko, Kairo y Popovsky, eran los verdaderos autores de asesinatos que Tkach había asumido como suyos, de allí que las fuentes suelen hablar de 7 inocentes entre los detenidos por los crímenes posteriormente confesados por Tkach.

*Fuente: http://www.asesinos-en-serie.com/serhiy-tkach-el-maniaco-de-pologovsky
 
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Nombre: Tiago Henrique Gomes da Rocha
Sobrenombre: El Asesino Guapo, La Bestia, El Guardia Asesino
Fecha de nacimiento: 1988
Lugar de los asesinatos: Goiania, Goias
Pais: Brasil
Fecha de los asesinatos: 2011-2014
No. de Victimas: 16-+39 asesinatos
Tipo de victimas: Mujeres Jóvenes (algunas prost*tutas), Indigentes y Hombres Homosexuales
Tipo de Asesino: Sádico
Modus Operandi: Ex-Guardia de Seguridad, mato a sus victimas a tiros con un revolver .38, sus victimas eran en su mayoría mujeres jóvenes (14 a 29 años), algunas prost*tutas, indigentes y homosexuales, el asesino pasaba en su moto o en bicicleta y disparaba contra desconocidos por placer, en los primeros 8 meses de 2014 asesino a por lo menos 16 mujeres.
Captura y condena: Arrestado el 15 de Octubre de 2014.
Informe final: Actualmente se encuentra en prisión a la espera de juicio.

Biografía completa:

Tiago Henrique Gomes da Rocha, un brasileño que el miércoles 15 de octubre 2014 confesó haber asesinado a 39 personas en tres años, ha contado los escalofriantes detalles de los crímenes que lo han convertido en uno de los mayores asesinos en serie del mundo.
Rocha, de 26 años, fue arrestado en la ciudad de Goiania, Brasil, después de que la Policía local descubriera que fue juzgado por el robo de una matrícula de motocicleta en enero. Un día después, el detenido confesó haber matado a 16 mujeres y 18 hombres, mayoritariamente prost*tutas, personas sin hogar y homosexuales.
De acuerdo con las fuentes en la Policía, Rocha mató a su primera víctima, un hombre, en 2011. No obstante en 2014, el asesino prestó más atención a las mujeres jóvenes
Su primera víctima femenina fue una adolescente de 14 años, Bárbara Costa, que estaba esperando a su abuela en una plaza pública el 18 de enero cuando un hombre en una motocicleta le disparó en el pecho y se fue sin robar nada a su víctima. Al día siguiente Beatriz de Moura, de 23 años, también fue baleada desde una bicicleta por un hombre que tampoco se llevó nada.
En siete meses Rocha mató en total a 15 mujeres de 14 a 29 años en Goiania, una ciudad de 1,3 millones de habitantes situada a unos 200 kilómetros de la capital del país, Brasilia.
Los agentes de Policía que participaron en los interrogatorios, destacaron la frialdad que mostró el arrestado mientras recordaba hasta los más ínfimos detalles de cada uno de sus crímenes. Los policías han señalado que el asesino se refería a sus víctimas únicamente con números.
Así, el interrogador de la Policía Civil de Goiás, Douglas Pedroso, ha contado que después de confesar un crimen Rocha se quedaba unos cinco minutos en un estado catatónico reviviéndolo a veces con una sonrisa en el rostro.
Desde la Policía también han comentado que el hombre, que trabajó unos años en una empresa de seguridad privada donde robó una pistola que utilizó para cometer sus asesinatos, fue abusado sexualmente por un vecino cuando tenía 11 años.
El delincuente, por su parte, ha confesado a las fuerzas de orden que lo “movía una fuerza superior” y mataba a sus víctimas para aliviar los sentimientos de ansiedad y ahora lamenta por los crímenes.
El abogado de Rocha ha afirmado que el arrestado intentó quitarse la vida este jueves y ahora se encuentra bajo la vigilancia por riesgo de su***dio en la cárcel en espera de una evaluación psiquiátrica.

VICTIMAS:
2011 DIEGO MARTIN MENDES (16)
? HOMBRE HOMOSEXUAL
? HOMBRE HOMOSEXUAL
2011-2014 INDIGENTES
18/01/2014 BARBARA LUIZA RIBEIRO COSTA (14)
19/01/2014 BEATRIZ CRISTINA ElAceitunoMisogino MOURA (23)
28/01/2014 ARLETE DOS ANJOS CARVAHLO (16)
03/02/2014 LILIAN SISSI MESQUITA E SILVA (28)
28/02/2014 MAURO FERREIRA NUNEZ (51)
14/03/2014 ANA MARIA VICTOR DUARTE (26)
23/04/2014 WANESA ElAceitunoMisogino FELIPE (22)
08/05/2014 JANAINA NICACIO DE SOUZA (25)
08/05/2014 BRUNA GLEYCIELLE DE SOUSA (26)
23/05/2014 CARLA BARBOSA ARAUJO(15)
01/06/2014 ISADORA APARECIDA CANDIDA DOS REIS (15)
15/06/2014 THAMARA DA CONCEICAO SILVA (17)
15/06/2014 DANIELE (23)
15/06/2014 THAYNARA RODRIGUES DA CRUZ (13)
24/06/2014 JULIANNA NEUBIA DIAS (22)
19/07/2014 ROSIRENE GUALBERTO DA SILVA (29)
26/07/2014 JULIANA (22)
02/08/2014 ANA LIDIA SOUSA GOMES (14)
http://enciclopediadelosasesinosenserie.blogspot.com.es/
 
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Jordi CASAS CORDERO





Índice

Un muerto y una herida en un tiroteo en un bar de Vilanova i la Geltrú
Rebeca Carranco – El País – Jordi Casas Cordero

29 de junio de 2017

La encargada del bar Sindicat del Vi quedó este jueves malherida y uno de sus trabajadores resultó muerto después de ser tiroteados en el local, ubicado en una zona peatonal del municipio costero de Vilanova i la Geltrú (Garraf), en la calle de Ferrer i Vidal.

El autor consiguió escapar, todavía no está claro con qué medio de transporte, y los Mossos pusieron en marcha un dispositivo de cierre de la localidad para intentar dar con él. La mujer se encuentra en estado crítico en el hospital de Bellvitge.

El ataque se cometió cerca de las dos de la tarde. Nadie en la zona dijo haber oído los disparos, que el agresor efectuó con un arma corta. La víctima mortal recibió varios tiros, según fuentes policiales. La mujer tenía una bala alojada en el cuello, según otras fuentes del caso.

A la hora en la que se cometió la agresión, el bar no estaba abierto al público. Suelen empezar la jornada a media tarde, sirviendo vinos y embutidos, según contaron diversos vecinos. El local, con una fachada azul, está rodeado de otros restaurantes y diversos establecimientos.

La voz de alarma la dio un vendedor ambulante, que al pasar por delante del bar vio a la encargada pidiendo auxilio, según explicó Adam Martínez, propietario de una inmobiliaria en la zona. El mantero avisó al responsable de otro restaurante que está al lado, que a su vez llamó a la policía.

A las cinco de la tarde, seguían varios vecinos arremolinados alrededor del lugar del tiroteo. Entre los reunidos había un representante que justo tenía previsto ir al local para ultimar una comanda con la herida. La mujer, conocida como Gabi, hace unos dos años que se encarga del bar, que los jueves ofrece música en vivo, según varios lugareños.

Paralelamente, cuando se dio el aviso a todos los policías de la zona de lo que había sucedido para detener al agresor, un sargento de los Mossos se disparó accidentalmente con su arma en la ingle. El hombre fue intervenido quirúrgicamente y está fuera de peligro.

La lesión no tiene ninguna relación directa con el tiroteo. El sargento estaba participando en la búsqueda del sospechoso en locales de los alrededores cuando se hirió al desenfundar la pistola, según fuentes policiales.

Desde un primer momento, la policía descartó que se tratase de un ataque terrorista. Tampoco parece verosímil la hipótesis de un robo. El Sistema de Emergencias Médicas (SEM) envió tres ambulancias y un helicóptero al lugar. Las dos víctimas del tiroteo son de origen húngaro.

Hallado muerto a tiros un hombre de 63 años en una urbanización de Tarragona
Marc Rovira – El País

3 de julio de 2017

Los Mossos d’Esquadra han abierto una investigación para determinar las circunstancias de la muerte de un hombre de 63 años que ha sido encontrado muerto por un disparo de arma de fuego en la urbanización Miami Playa de Mont-roig del Camp (Tarragona).

La víctima, de nacionalidad española, presentaba un impacto de bala y, según han confirmado fuentes policiales, los indicios hacen pensar que se trata de un crimen. Una patrulla de la Policía Local de Mont-roig ha localizado, poco antes de las nueve de la mañana, el cuerpo sin vida del hombre. Estaba dentro de una casa de la urbanización.

La División de Investigación Criminal de los Mossos, que trabajan para localizar al responsable del crimen, ha recibido el aviso del suceso. La policía actúa en coordinación con el juzgado de guardia, que ha decretado secreto de sumario.

La semana de furia del veterinario
Rebeca Carranco – El País

8 de julio de 2017

«¡Atención! Como muchos de vosotros ya sabéis, la Clínica Veterinaria Casas ha cambiado de propietarios. No obstante, quien quiera contactar con el veterinario Jordi Casas para continuar cuidando a sus animales, puede llamarlo. ¡Os atenderá inmediatamente! Gracias». Con ese mensaje, Casas se despidió de la clínica que llevó durante 12 años en Corbera (Barcelona). La dejó en 2014.

El jueves, fue detenido después de tirotear a dos policías, intentar atropellar a otra patrulla y huir montaña a través armado con un arma larga, una especie de AK-47.

En una semana, el veterinario, de 44 años y sin antecedentes penales, mató presuntamente a su exsuegro, tiroteó a un camarero y a la dueña de un local y además disparó contra los dos agentes de Gavà. Los Mossos le acusan de dos homicidios consumados y de tres tentativas.

Todo empezó el jueves 29 de junio. Ese día un vendedor ambulante que pasaba por delante del Sindicat del Vi, un bar de vinos y tapas, en Vilanova i la Geltrú, vio a Gabriella, su dueña, arrastrándose para pedir auxilio. Un helicóptero la evacuó en estado crítico al hospital, donde se recupera.

Junto a ella, en el suelo y muerto a tiros, yacía uno de sus trabajadores, de 31 años, que hacía unos meses que había contratado. El agresor huyó de allí, no está claro de qué forma, y, aunque los Mossos lo intentaron, no consiguieron encontrarle.

Tres días después, de nuevo, un pistolero apareció en escena. En esta ocasión fue en Miami Platja, una zona muy turística de Mont-roig del Camp, en Tarragona. Un hombre entró en la casa de Miguel Martín, de 63 años, y le mató de dos disparos cuando estaba en la cocina. La puerta no estaba forzada, ni habían robado nada. Cuando los Mossos recibieron el aviso, el asaltante había huido.

El tercer episodio fue el jueves. A las tres y media de la tarde, una persona avisó a la Guardia Urbana de Gavà de que había un hombre merodeando frente al tanatorio que la ciudad comparte con Castelldefels. Llevaba muchas horas allí, mirando los coches aparcados… Cuando los agentes se acercaron a identificarlo abrió fuego contra ellos. Uno de los policías, de 50 años, está en estado crítico al recibir un tiro en el cuello.

Luego se subió a su Alfa Romeo verde y huyó por la carretera que discurre por la costa catalana sur. En la entrada de Cubelles, donde vive, intentó a atropellar a una patrulla que le dio el alto. Los Mossos dispararon contra él y le hirieron en el antebrazo y la pierna, pero no se detuvo.

El helicóptero de la policía, que participaba en el operativo de cierre para detenerlo, le localizó en un camino sin asfaltar. Dejó el coche y una mochila, y, pertrechado con el arma larga, se agazapó entre unos arbustos. Con el foco del helicóptero encima, pudo oír como llegaban los policías para apresarle. No opuso resistencia.

Los Mossos acusan a Jordi Casas, el mismo veterinario que se ofreció a seguir con los animales de sus antiguos clientes cuando dejó la clínica, de ser el pistolero de los tres casos. Todavía no está claro qué le movió a actuar así. No descartan que esperase delante del tanatorio donde enterraban a su exsuegro, al que él presuntamente mató, para ver si salía su expareja, una antigua auxiliar de su clínica.

Tampoco se sabe qué relación tenía con la dueña y el trabajador del Sindicat del Vi. Casas vivía cerca del bar que tiroteó. Ella declaró que no le conocía de nada.

Uno de los elementos clave para la policía es que en los tres casos se usó una munición muy específica y poco común, 222 Remington. Los Mossos registraron ayer la vivienda de Jordi Casas, que tenía permiso de armas, y sus dos coches. El veterinario sigue en el hospital, recuperándose de las heridas. Por ahora no ha contado qué desató su semana de furia.

El detenido fue inhabilitado el año pasado por impago
Jordi Casas se licenció como veterinario por la Universidad Autónoma de Barcelona en 1996. En 2002 abrió su propia clínica en Corbera con su pareja, otra veterinaria con la que salía desde hacía tiempo. Cuando rompieron, la mujer salió del proyecto, y él siguió allí hasta 2014 y entabló una nueva relación sentimental con una auxiliar del centro.

En mayo del año pasado, Jordi Casas fue inhabilitado por el Colegio de Veterinarios de Barcelona, según consta en el Diario Oficial de la Generalitat. El motivo fue el impago de las cuotas.

Casas tenía diversas deudas, según fuentes del sector. Desde que traspasó la clínica a otra veterinaria, han llamado al menos una decena de veces al establecimiento reclamando deudas que presuntamente contrajo Jordi Casas. Otras fuentes apuntan a que el hombre trabajaba con otro veterinario, que le echó.

Personas de su entorno definen a Casas como una persona taciturna, con cambios de humor. También destacan su gran amor y dedicación hacia los animales.

Muere el policía local tiroteado por un pistolero en Gavà
Rebeca Carranco – El País

19 de julio de 2017

El sargento de la policía local de Gavà tiroteado el pasado 6 de julio en la calle, cuando fue a identificar a un hombre sospechoso, ha fallecido hoy fruto de las heridas de balas. El agente permaneció ingresado 14 días en el hospital de Bellvitge, donde llegó en estado crítico.

El pistolero, Jordi Casas, disparó también a otro agente, al que hirió de menor gravedad. La patrulla se acercó a identificarle en las inmediaciones del tanatorio de Gavà. Ese día velaban a su exsuegro, al que está acusado de matar también.

Casas huyó del lugar e intentó en el camino atropellar a una patrulla de los Mossos d’Esquadra. Los agentes lo arrestaron una hora y media después, en Canyelles, donde huyó a esconderse. La juez le acusa de ser también el autor de un tiroteo contra el bar Sindicat del Vi, en el que murió un trabajador y quedó gravemente herida la dueña.

El pistolero, Jordi Casas, veterinario de profesión, de 44 años y sin antecedentes hasta ese momento, está acusado de haber matado en una semana a tres personas. Empezó el 29 de junio, cuando supuestamente mató a tiros a un camarero del Sindicat del Vi, en Vilanova i la Geltrú, e hirió de gravedad a su propietaria. Tres días después, le acusan de disparar a su exsuegro, de hace años, en su casa en Miami Platja, en Tarragona, y acabar también con su vida. A los tres días, atacó a los policías locales de Gavà.

Archivado el tiroteo del pistolero de Gavà por trastorno mental
El País

6 de marzo de 2018

Un juez ha archivado provisionalmente la causa abierta por el tiroteo el 6 julio de 2017 junto al tanatorio de Gavà (Barcelona), en el que falleció un policía local, al diagnosticarle un trastorno delirante crónico al autor de los disparos, que ha sido internado en un psiquiátrico.

En un auto, el titular del juzgado de primera instancia e instrucción número 9 de Gavà acuerda archivar de forma provisional el procedimiento abierto a Jordi Casas Cordero, que fue detenido tras el tiroteo. Uno de los agentes murió días después.

El juez, que volverá a activar la causa si el pistolero de Gavà recobra la salud mental, ha tomado la decisión de archivar la causa a raíz de un sendos informes forenses que concluyen que el acusado presenta una ideación delirante de tipo persecutorio de gran extensión, que configura un trastorno delirante crónico que afecta a todas sus capacidades de entendimiento.

Al archivarse la causa, el juez ordena su excarcelación, si bien aclara que el juzgado de Martorell (el acusado estaba encarcelado en la prisión de Brians-1, junto a esta localidad) ha acordado su internamiento en un centro psiquiátrico de Sant Boi de Llobregat (Barcelona).

Este centro psiquiátrico deberá ahora enviar al juez informes sobre el estado físico y mental del pistolero de Gavà como máximo cada seis meses y avisarle con cinco días de antelación en caso de ir a darle el alta, para poder volverle a citar como imputado.

Tras la detención de Jordi Casas Cordero, de 44 años y nacionalidad española, los Mossos d’Esquadra también le atribuyeron el crimen de su exsuegro de 63 años en su casa de Miami Platja, en Mont-roig del Camp (Tarragona) -el 3 de julio- , y el asalto de un bar de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), donde el 29 de julio tiroteó a un camarero, que falleció, y a la dueña del local, que quedó herida crítica.

Según han informado a Efe fuentes judiciales, el titular del juzgado de instrucción número 4 de Reus (Tarragona) también ha archivado la causa por el crimen de Mont-roig, mientras que el de instrucción 7 de Vilanova i la Geltrú está pendiente de que le certifiquen su ingreso en un centro psiquiátrico para tramitar el archivo.
https://criminalia.es/asesino/jordi-casas-cordero/
 
45 VIOLACIONES, 12 ASESINATOS, UN GRAN ENIGMA
El asesino en serie más misterioso: 30 años después, aún siguen buscándolo
Entre 1976 y 1986 llevó a cabo una serie de misteriosos crímenes. ¿Quién era este hombre que lloraba tras violar a sus víctimas y que las telefoneaba años después de atacarlas?

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Los retratos robot del asesino proporcionados por el FBI.

AUTOR
HÉCTOR G. BARNÉS
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20.03.2018 –

“El FBI ofrece una recompensa de hasta 50.000 dólares por cualquier información que conduzca al arresto del individuo conocido como el Violador de la Zona Este o el Asesino del Golden State”. El cartel, publicitado en las redes sociales por dicha agencia el pasado verano, muestra la ansiedad de los investigadores federales por encontrar, finalmente, a uno de los grandes asesinos en serie de la historia de California. Lo que llama la atención, no obstante, es que la recompensa no se compadece con un dato esencial: el último de sus crímenes fue perpetrado hace más de 30 años y, desde entonces, apenas se ha sabido nada de él.

¿Por qué tanto interés por encontrar a este desconocido hombre que violó a alrededor de 50 mujeres y mató a unas 12 personas? Quizá se trate del trauma que aqueja aún a muchas de las víctimas y testigos de sus fechorías, que causaron un impacto tan indeleble como el del asesino del Zodiaco, un personaje con el que este hombre tiene mucho en común. O tal vez sea por el nuevo interés que ha generado durante los últimos años gracias a libros como el póstumo 'I'll Be Gone in the Dark' de Michelle McNamara, que acaba de salir al mercado y ha sido aplaudido por Stephen King o Gillian Flynn('Perdida') o documentales como '48 hours' , 'Unmasking a Killer' o 'It's not Over'.

“Está casado. Tiene hijos mayores, incluso nietos. Se mimetiza con el resto. Sus vecinos piensan que es un buen tío”, recuerda uno de los investigadores


Ese, el de “no se ha acabado”, quizá sea el título más revelador, ya que miles de investigadores aficionados, fiscales y agentes de la ley sospechan que muy probablemente el violador y asesino siga vivo en algún lugar de la Costa Oeste, rodeado por sus hijos y sus nietos. Es lo que sospecha Paul Holes, el investigador especializado en ADN que ha intentado recuperar la pista de este misterioso encapuchado a partir de los restos encontrados en las escenas del crimen: “Creo que es un hombre que lleva una vida completamente normal”, explicaba a 'Crimefeed'. “Está casado. Tiene hijos mayores, quizá incluso nietos. Se mimetiza con el resto. Sus vecinos piensan que es un buen tío”. Muy probablemente, añade, su mujer nunca ha sabido cuáles eran las aficiones de su marido.


El asesino con el pexx pequeño que lloraba
No obstante, hay muy poco de “buen tío” en los crímenes que cometió entre 1976 y 1986. En la primera etapa de su triste carrera, la del Violador de la Costa Este, entraba en la casa de mujeres de clase media, que generalmente vivían solas (aunque en ocasiones también atacaba a sus maridos) y las violaba. Es lo que hizo en Rancho Cordoba y Carmichael a mediados de los años 70. Su procedimiento parecía sacado de una película de terror: abría las ventas o las puertas haciendo palanca, llegaba hasta el dormitorio, deslumbraba a las mujeres con una linterna para despistarlas y las ataba. Un procedimiento que utilizó hasta octubre de 1979 en Goleta, la noche en la que una pareja fue sorprendida en su casa por aquel misterioso varón que canturreaba una y otra vez “los mataré, los mataré, los mataré”.



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Dos de los pasamontañas del asesino, recuperados de la escena del crimen. (FBI)




Cumplió su palabra y a partir de ese momento, ninguna de sus víctimas sobreviviría. Ni Robert Offerman y Debra Alexandra Manning, que fueron disparados en su hogar de Goleta; ni Charlene y Lyman Smith, en la misma localidad; ni Keith Eli y Patrice Bricos Harrington, de Dana Point. Tampoco Manuela Witthuhn, violada y asesinada en Irvine, ni Cheri Domingo y Gregory Sánchez, de nuevo en Goleta. La última de sus víctimas fue Janelle Lisa Cruz, una joven mexicana de 18 años que fue encontrada desangrada en su casa mientras sus padres estaban de viaje. Como recordaba McNamara, al “Rondador Nocturno original” (una referencia a Richard Ramírez, cuyos crímenes fueron llevados a cabo a mediados de los 80) le gustaba “atacar los mismos vecindarios una y otra vez”. El terror era su verdadero placer culpable, mucho más que el s*x*.

No fue hasta el año 2001 cuando se confirmó que el violador y el asesino eran la misma persona. Se han escrito miles de posts y artículos sobre su verdadera motivación, muchos de ellos, por parte de investigadores aficionados. Según el perfil desarrollado por Leslie D'Ambrosia, probablemente se trataba de un hombre blanco de entre 26 y 30 años parafílico y aficionado a la compañía de prost*tutas, con altos ingresos, inteligente y articulado, una gran confianza en sí mismo y buena forma física, que vivió cerca de Ventura y que “continuará llevando a cabo crímenes hasta que la prisión o la muerte se lo impida”. Era, muy probablemente, arrogante, manipulador y un mentiroso compulsivo. Era extremadamente cuidadoso, lo que no impidió que la policía recuperase su ADN dado el gran número de crímenes que cometió.

En la Navidad de 1977, telefoneó a una de sus víctimas para felicitarle las pascuas de forma macabra: “Feliz Navidad, ¡soy yo otra vez!”

Su comportamiento era particularmente errático. Como explicaba McNamara en un artículo publicado en 'L.A. Mag', en una ocasión, “se paró en mitad de la violación para ir a comer tarta de manzana”. En otros casos, después de perpetrar su crimen, la víctima escuchaba cómo se iba a la habitación de al lado para sollozar. Una de ellas oyó cómo repetía una y otra vez “mamá, mamá, mamá”, como si se tratase de Norman Bates. Las referencias a su madre eran habituales, y a una víctima le explicó que sus crímenes “asustan a mami”. Además, sabemos cuál era su tipo de sangre (A positivo) y el tamaño de su pexx (según la autora, “notablemente pequeño”). Sus víctimas también se parecían; eran “guapas y delgadas”.

Lo más perturbador quizá era que el asesino no abandonaba la vida de sus víctimas ni siquiera después de violarlas. Muchas de ellas afirman haber recibido llamadas de un hombre jadeando antes de ser asaltadas, incluso años antes de hacerlo, lo que muestra su fría premeditación. En otros casos, volvían a recibir mensajes tras haber sido atacadas, como ocurrió en la Navidad de 1977, cuando telefoneó a una de ellas para felicitarle las pascuas de forma macabra: “Feliz Navidad, ¡soy yo otra vez!”. O aquella ocasión, en la que llamó a otra para decirle: “Te voy a matar, te voy a matar, put*, put*, put*, put*, maldita zorra”. Era, como le describió la fiscal del distrito Anne Marie Schubert, “el hombre del saco, un tío en el bosque que no sabíamos ni quién era ni cuándo iba a volver a atacar”.



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Los lugares donde actuó el asesino: primero al norte del Estado y, más tarde, al sur.


El diario que fue encontrado cerca de una de las escenas del crimen permite asomarse a la mente del asesino. “'Loco' es la palabra que se quedó en mi cabeza tras mi espantoso curso de sexto [un equivalente al actual 2º de la ESO]”, escribía en él. “Mi locura era producto de decepciones que me hicieron daño. Mi profesor me volvió loco y generó un estado de odio en mi corazón, nadie me había traicionado así hasta entonces y nunca he odiado a nadie tanto como a él”. Entre esas “decepciones” se encontraban la cancelación de una excursión o las redacciones escolares que le encargaba como deberes. “Mi furia en sexto ha hecho mella en mi memoria para toda la vida y estaré avergonzado por ello para siempre”, concluía. Sin embargo, probablemente haya en su locura mucho más que una decepción estudiantil… Si es que no se trataba de una estrategia de distracción.

El fantasma se esfuma
Desde mediados de los años 80, las únicas apariciones del asesino del Golden State fueron telefónicas. En 1991, una de estas víctimas recibió una llamada de su violador y charló con él durante un minuto. Esta afirmó que podía oír en el fondo a una mujer y varios niños. La última manifestación se produjo el 6 de abril de 2001, cuando dos días después de que saliese a la luz que el Rondador Nocturno Original y el Violador de la Costa Este eran la misma persona, otra de sus víctimas en Sacramento volvió a recibir una llamada. “¿Te acuerdas de cuando jugábamos juntos?” fue su pregunta, 37 años después. Desde entonces, nada. De seguir vivo, el asesino probablemente tendrá más de 65 años.

“Cada hora que paso sin dormir, cada minuto que paso dándole caza y no con mi hija, me hace daño”, afirmó la escritora, que murió en 2016

Cada vez son más los investigadores que han intentado dar con la identidad del violador del asesino. Uno de ellos es Larry Crompton, que publicó en 2010 'Sudden Terror' y que participó en la investigación a finales de los años 70. Como ha explicado, nunca ha podido sacudirse de encima el peso del caso: “Se supone que tenía que cogerlo, pero no lo hice y tengo que vivir con ello”. El caso más dramático, no obstante, quizá sea el de la propia McNamara, que falleció el 21 de abril de 2016 mientras dormía, a causa de una mezcla entre la medicación que tomaba (Adderall, Xanax y fentanilo) y una enfermedad que desconocía que sufría.

Aunque sería exagerado afirmar que fue la última víctima colateral del asesino del Garden State, sus palabras dejan entrever que estaba luchando una batalla imaginaria con el hombre que traumatizó a millones de estadounidense, como ella misma reconocía al citar la frase de la película 'Zodiac': “Hay muchas formas en las que un asesino puede acabar con tu vida”. “'No puede hacerme daño' es lo que le digo a la gente cuando me preguntan si me preocupa que el asesino esté aún ahí fuera, sin darme cuenta que en cada hora que paso sin dormir, cada minuto que paso dándole caza y no con mi hija, ya me ha hecho daño”, explicaba en el artículo de 'LA Mag'. Como su viudo, el actor de comedia Patton Oswalt recordaba, antes de su muerte había dormido apenas dos horas en tres días.



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La escritora Michelle Mcnamara, quizá la mujer que más investigó sobre el asesino, con su marido.


“Pensaba que estaba a punto de atraparlo, y entonces se fue”, lamentaba Oswalt. El resultado es el libro que acaba de salir al mercado, y que no proporciona ninguna respuesta definitiva al enigma. Quizá, como asegura la autora de 'Perdida' en el prólogo, no sea necesario, pues toda explicación convertiría una historia fascinante en un relato pedestre. Mientras tanto, miles de investigadores anónimos seguirán recabando datos para localizar al asesino del Golden State antes de su desaparición, si es que esta aún no se ha producido. Como recordaba McNamara, “el asesino del Golden State era un destructor de todo lo que resulta familiar y reconfortante. No era un simple violador. Era un fantasma que hacía que sus víctimas estuviesen permanentemente asustadas bajo la amenaza de que acechaba, con las sogas en la mano, detrás de las esquinas de su casa”.

Él, mientras tanto, quizá esté feliz al haberse convertido por fin en un icono de la cultura popular: “Sacramento debería hacerme una oferta / Para hacer una película de mi vida / Que pagará mi exilio forzado” eran algunos de los versos que aparecían en 'Excitement's Crave' (“Anhelo de emociones”), el poema que supuestamente envió a la redacción de 'The Sacramento Bee' en diciembre de 1977, en la que se comparaba con otros fuera de la ley como el 'outlaw' Jesse James o Son of Sam, el asesino en serie neoyorquino. “Ahora me gustaría añadir a tu mujer / O a un jefe de la mafia a mi cuenta / Tu violador de la Zona Este / Y plaga merecida / Nos vemos en la televisión o en la prensa”. Y así, sin ninguna duda, ha sido, y así sigue siendo 40 años más tarde.

https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2018-03-20/asesino-golden-state_1537980/
 
He encontrado la historia de este asesino en el País Vasco hace 40 años. Parece que mató a cuatro personas.


En la Nochebuena de 1977, la niña de 7 años María Luz Martínez Llanos, de Arrigorriaga, era violada, asesinada y enterrada en un monte de Zarátamo. El autor del crimen, amigo del padre de la niña y con quien había coincidido en el hospital psiquiátrico de Bermeo, José Ignacio González García, era un joven basauritarra de 24 años que pocos días después entraba en la prisión de Basauri. Fue su último crimen, pero el primero que se descubrió. Una vez detenido, confesó que había acabado con la vida de otro niño y otros dos adultos, y hasta fue sospechoso de la desaparición de una mujer. Justo cuarenta años después, repasamos la historia criminal del llamado ‘El monstruo de Basauri’, que conmocionó a todo el pueblo.

La macabra historia de José Ignacio, que trabajaba en una fábrica de lejías de Arrigorriaga, comenzó en 1975 cuando, según el mismo confesó posteriormente, mató a un joven tras arrojarle al río, al parecer por una discusión relacionada con la chatarra. Por aquel entonces, las técnicas y los medios para la investigación criminal eran muy limitados, por lo que aquel caso se consideró rápidamente un accidente y no se fue más allá.

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Imagen actual del colegio donde desapareció el niño Agustín Malgarejo Navarro en Basauri en 1976 / Bidebieta

NIÑO DESAPARECIDO EN BASAURI
Poco tiempo después, en febrero de 1976, el niño Agustín Malgarejo Navarro, de 9 años, desaparecía cuando salía de su colegio de Basauri y se iba a jugar a la orilla del río, una zona habitual de juegos en el Basauri de mediados de los años 70. La búsqueda del pequeño, cuya desaparición había conmovido a todo el pueblo, fue incansable. Los niños de aquella época todavía recuerdan el trauma que vivieron al ver en su colegio a la policía durante días y observar cómo los buzos rastreaban el río varias semanas sin resultado alguno.

Sin embargo, poco a poco la urgencia se fue disipando y no fue hasta que José Ignacio confesó sus crímenes más de un año y medio después cuando se trató de buscar el cuerpo del niño, que finalmente apareció. Lo había enterrado en el mismo lecho del río, en la orilla. La gran cantidad de agua que llevaba por aquellas fechas el Ibaizabal complicó mucho la labor. También buscaron el cuerpo de José María Larrinaga Aranguiz, un hombre indigente de 50 años del que El Monstruo de Basauri se había declarado su asesino. El crimen fue cometido en los meses que mediaron entre la muerte del niño basauritarra y de la niña de Arrigorriaga. Parece ser que él mismo había contado a los compañeros del taller donde trabaja que lo había matado, pero no le creyeron. Finalmente, se encontró el cadáver gracias a un croquis que dibujó el autor confeso del crimen.

AGRESIÓN EN LA CÁRCEL
En las crónicas de la época, se consideró a José Ignacio un oligofrénico, una patología que supone la deficiencia mental pronunciada de acuerdo a los parámetros científicamente aceptados para cada rango de edad. De hecho, esa fue la razón por la que anteriormente había pasado temporadas internado en hospitales psiquiátricos. La última noticia que se tiene de ‘El monstruo de Basauri’ data del 4 de enero de 1978, cuándo se publicó en los medios su ingreso en el Hospital de Basurto por una intoxicación y contusiones múltiples. José Ignacio había sido golpeado e obligado a ingerir varios medicamentos por parte de sus compañeros de galería en la cárcel de Basauri. Desde entonces, nada más se ha sabido sobre el basauritarra que acabó con la vida de cuatro personas hace cuatro décadas.

http://www.bidebietairratia.com/noticias/basauri/2018/03/14/asesinatos-monstruo-basauri-1978/
 
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El crimen de los holandeses


    • Clasificación: Asesinato
    • Características: Intereses económicos
    • Número de víctimas: 2
    • Fecha del crímen: 13 de mayo de 2013
    • Fecha de la detención: 26 de mayo de 2013 - Juan Cuenca Lorente
    • Perfil de las víctimas: Ingrid Visser, exjugadora internacional de voleibol (36 años), y su pareja sentimental, Lodewijk Severein (57)
    • Método: Golpe en la cabeza (traumatismo craneoencefálico)
    • Localidad: Molina de Segura, Región de Murcia, España
    • Estado: La Audiencia Provincial de Murcia condenó en 2016 a Juan Cuenca y a Valentin Ion a 34 años de prisión, cada uno, como autores de dos delitos de asesinato, y sentenció a Constantin Stan a 5 meses de cárcel por encubrimiento. Posteriormente, el 16 de marzo de 2017, la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de la Región de Murcia aumentó de 17 a 20 años y un día la pena impuesta, por cada asesinato, a Cuenca e Ion, y elevó la condena de Stan a 6 meses y un día por encubrimiento

El caso VISSER


Índice

Mentiras, dinero, voleibol y un doble asesinato
Luis Gómez / Javier Ruiz – Elpais.com

1 de junio de 2013

Ingrid Visser tenía dos vidas por delante y un pasado perfecto, inmaculado: el propio de una deportista que había sido 514 veces internacional con la selección holandesa de voleibol. Recién iniciada su segunda vida había logrado por fin quedarse embarazada. Viajó el día 13 de mayo a Murcia, la ciudad donde compartió algún éxito y vio demasiadas mentiras durante dos años, ya en el ocaso de su carrera. Horas después de su llegada fue asesinada. Su cuerpo, mutilado y torpemente enterrado, apareció dos semanas después junto al de su pareja. La policía está convencida de que hay un trasfondo económico en este suceso que ha resucitado un entorno de dinero fácil, negocios sin apellido y personajes turbios alrededor de un equipo de voleibol.

El crimen de los holandeses tiene suficientes ingredientes como para ser recordado durante largo tiempo en Murcia. Los bajos fondos de los años de la burbuja salen a relucir detrás de un club de voleibol cuyos éxitos sirvieron para promocionar la región.

Ingrid Visser fue contratada en 2009 para jugar en el CAV Murcia 2005. Tenía una experiencia en varios países y había jugado en España en el exitoso Tenerife Marichal, donde se adjudicó la Liga de Campeones en 2004. La oferta económica era muy sustanciosa para una deportista que había superado la treintena. El club de Murcia tenía éxito y, sobre todo, parecía nadar en dinero. Era uno de tantos productos nacidos de la burbuja.

El CAV Murcia era un paradigma. Nació en 2005, a golpe de talonario. Su propietario, Evedasto Lifante, un hombre sin formación, había probado suerte en uno de los clubes de fútbol de la ciudad, el Ciudad de Murcia. En ese club era un secundario y quería protagonismo, así que alguien le recomendó que se marchara al voleibol femenino, un deporte donde hay menos competencia y es sencillo crecer con dinero. Primero quiso comprar el club de la ciudad (Club Voleibol Murcia), pero no lo consiguió. Sus exigencias eran poco claras, según testigos de aquella negociación: no quería gestionarlo, solo justificar el gasto de elevadas cantidades de dinero. Compró otra plaza.

Por aquellos años no tan lejanos abundaban los triunfadores salidos de la nada. Toda fortuna repentina estaba justificada. En Murcia, donde más del 60% de los municipios estaban inmersos en casos de corrupción, había costumbre en la materia. Lifante era uno de esos casos. Posaba para sus primeras entrevistas encima de un Maserati, fletaba vuelos chárter repletos de vecinos de la localidad de Barinas, compraba un autobús de lujo, hacía comprar todos los boletos de lotería que se vendían en una localidad simplemente porque había soñado que allí tocaría el gordo. Su gran éxito fue ser entrevistado en el programa de Andreu Buenafuente. Lifante aseguraba que había comprado esa entrevista.

La prensa celebraba sus excentricidades. Las autoridades le obsequiaban por los éxitos que traía para la ciudad, entre otras cosas porque se encargaba de recordar que militaba en el PP desde los 14 años. Era ya un benefactor, un mecenas. Atrás quedaba un episodio que dio que hablar en Murcia. Era propietario de un céntrico bar llamado Pétalos en el que todo el mundo sabía lo que se cocía por dentro, máxime cuando se anunció en los autobuses municipales con la imagen de una mujer desnuda cubierta de flores. No hacía falta insinuar más.

¿De dónde venían sus ganancias? Afirmaba ser el propietario de una cantera de mármol. Y en esos tiempos, mármol, como pariente noble del ladrillo, era sinónimo de mucho dinero.

Mármol. Ahí estaba la presunta fuente de su riqueza. Era una asociación coherente. La cuestión es que nunca perteneció a ninguna asociación de empresarios del mármol, como ha podido verificar este periódico. Nunca le conocieron actividad relevante en ese sector. Su cantera estaba situada en la Sierra de Quibas, próxima a la pedanía abanillera de Barinas, donde reside y ha sido alcalde pedáneo, en un entorno que se le conoce como la Palestina murciana por su escasa humedad y los palmerales. Su cantera hace décadas que no es explotada. Su empresa, Mármoles Sempere, hace años que no está operativa. Como Yacimientos del Mediterráneo, como tantas otras. Los empresarios del sector eran testigos mudos de esa mentira.

Lifante necesitaba una mano derecha para gestionar el club de voleibol. Él quería la fama y una tapadera. Y el hombre elegido fue Juan Cuenca, un hombre joven entonces (28 años), procedente de Valencia y con alguna experiencia en el voleibol. Tenía una empresa de eventos (Universal Events) y se declaraba militante de las Nuevas Generaciones del PP valenciano. Vestía como un ejecutivo, pelo engominado y aire de galán con su voz seductora. Cualquiera que hubiera preguntado por él en el poco poblado mundo del voleibol femenino habría obtenido sus antecedentes. Había dejado un verdadero pufo en un proyecto financiado por la Universidad de Valencia. Y otro más en un torneo de voleyplaya. Con ese currículo, Juan Cuenca fue elegido para gestionar el club de voleibol que iba a ser el asombro de España y media Europa.

Juan Cuenca fue quien fichó a Ingrid Visser. Su modelo de gestión era muy práctico: contrataba jugadoras muy veteranas. Deportistas con oficio que pueden dar un par de buenos años a cambio de dinero e imponer su clase en una liga no muy potente como la española. Cuenca negociaba los contratos. Prometía mucho. Pagar ya era otra cosa.

Visser tenía el salario más alto, superior a los 300.000 euros, y el primer año logró cobrarlo por anticipado. No así el segundo. Como todas las demás compañeras de aquel equipo, se convirtió en acreedora. Visser había tenido varias discusiones con Cuenca, según sus excompañeras, porque había salido en defensa de alguna jugadora a la que habían cortado la luz de su apartamento porque el club no pagaba el alquiler. Jugadoras como Diana Sánchez y Anaebis Fernández, entrenadores como Pascual Saurín o Venancio Costa reconocen impagos y deudas pendientes. La mayoría tuvo un mal final con Cuenca. «Sabíamos que nos engañaba, pero no dejaba de prometernos que todo se arreglaría. Tenía facilidad para convencer a la gente». Una de las jugadoras confiesa que en el club estaba mal vista la crítica: «Te insinuaban que tenías que tener cuidado con lo que decías, que Murcia es muy pequeña». «Cuenca era un mentiroso compulsivo», añade un exentrenador.

Cuenca era el hombre de Lifante. Él ponía las buenas palabras. Y Lifante, que se paseaba por Murcia con un par de escoltas, ponía la pasta. Actuaban coordinados. Lifante ahora niega que usara escoltas a preguntas de este periódico. Como reniega de Cuenca, a quien acusa de haberle estafado.

Por esa razón, cuando la policía detiene a Cuenca, todo el mundo se gira hacia Lifante.

Estos dos personajes estaban ya enterrados en el olvido, una vez que en 2011 se disolvió el club. Cuanto quedaba de su memoria era un reguero de deudas, embargos, requerimientos de pago y multas. Es probable que técnicamente sean insolventes.

No habrían vuelto a la superficie de no viajar Ingrid Visse a Murcia el 13 de mayo y morir el 14 a causa de varios golpes en la cabeza. Ingrid había dicho en casa que viajaba a España a una consulta médica, sin desvelar que ya estaba embarazada de varias semanas porque no quería otro fracaso. Era su segundo intento. Iba con su compañero Lodewijk Severein (57), 20 años mayor que ella, divorciado y con dos hijas. Severein, un hombre de dos metros de estatura, fue entrenador de voleibol. Era considerado por las compañeras como un hombre amable y cariñoso, siempre atento, «que parecía manejar dinero». Nadie ha sabido concretar cuál era su actividad. La portavoz de la familia y un amigo de la exesposa, reconocen no conocer el tipo de negocio al que se dedicaba. «No es relevante», dijo la portavoz. Se le atribuye un beneficio por la venta de una empresa de internet. Participa en la empresa Guna Partners BV, cuya página web se esfumó de la red durante horas tras su muerte, informa Isabel Ferrer. Compartió hace algún tiempo una sociedad en Gibraltar con Cuenca, según algunas fuentes.

La pareja llega a Murcia el lunes 13 de mayo para un viaje de dos días. Alquila un Fiat Panda negro en el aeropuerto de Alicante. Se registra en el hotel Churra. Dejan el coche aparcado en la avenida de Juan Carlos I. A partir de ese momento, desaparecen del mapa. El día 15 no regresan a Holanda como estaba previsto.

Una amiga común de Juan Cuenca y la pareja les conduce a una casa de campo en la pedanía de Fenazar, en Molina del Segura, a unos 20 kilómetros de la capital. Es el inmueble más conocido de la zona. Se le conoce como la Casa Colorá por la pintura de sus paredes. Funciona a modo de casa rural y suele ser alquilado para fiestas y fines de semana. Tiene piscina y una enorme chimenea en el jardín que puede hacer las veces de barbacoa. Dispone de seis habitaciones en su interior. Era una casa demasiado espaciosa para una cita donde, presuntamente, acuden al menos cinco personas: la pareja holandesa, Juan Cuenca y dos rumanos afincados en Valencia que hacen trabajos para éste. Las pruebas forenses prueban que, en esa casa, Ingrid y su compañero recibieron varios golpes en la cabeza hasta morir. Luego, sus cuerpos mutilados fueron introducidos en bolsas de plástico con sosa cáustica para acelerar su descomposición.

La mujer recibió un segundo encargo por mensaje: comprar una radial y sosa. Ella dirigió a la policía hasta ese lugar cuando comenzó a atar cabos. Ahora es testigo protegido en la investigación.

Luego, Ingrid y su novio fueron semienterrados en un limonar, un huerto anexo a una casa en el poblado de Alquería, a unos 40 kilómetros de distancia de la Casa Colorá. No es un lugar discreto: está muy próximo a un cruce de carreteras y a un restaurante y el acceso no es fácil. Según los investigadores, es una de las claves del caso: ¿por qué ese lugar?

La policía cree tener a buen recaudo a los presuntos autores, pero necesita tener la seguridad de que no hay más implicados. Examina los correos electrónicos de la pareja y los enviados por Cuenca y Lifante. Ahora, Lifante manifiesta que Cuenca conocía sus claves y podría haber manipulado su correspondencia. Lifante no ha parado de contaminar el asunto con todo tipo de acusaciones hacia Cuenca, un hecho insólito en un asunto tan grave.

Al crimen de los holandeses le falta un móvil. Eso tiene un riesgo inmediato: sin motivos ciertos, cualquier asesinato entra en el terreno de la especulación.

Queda libre por el crimen de los holandeses el ex presidente del club de voleibol
Europa Press / Agencia EFE – Elmundo.es

2 de agosto de 2013

El ex presidente del Club Voleibol Murcia y actual alcalde pedáneo de Barinas, en Abanilla (Murcia), Evedasto Lifante, acudió este jueves a declarar por su imputación en el proceso que investiga la muerte violenta de los ciudadanos holandeses Ingrid Visser y Lodewjik Severein. Lifante ha sido puesto en libertad por la titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Molina de Segura sin medidas cautelares después de desvincularse del doble crimen.

La pareja de holandeses compuesta por la jugadora de voleibol Ingrid Visser se encontraba pasando unos días en Murcia a finales del pasado mes de mayo con la intención de acudir a una clínica de inseminación artificial. Nunca llegaron a la cita. Tras ser denunciada por la profesional sanitaria su desaparecieron [desaparición], sus cuerpos aparecieron semienterrados en una parcela de limoneros. La investigación apuntaba que podrían haber fallecido como consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza.

Ante los hechos, Lifante declaró en su día ante la Policía Nacional de Murcia que inició la investigación después de que la familia de Visser también denunciara su desaparición, pero hasta ayer no lo había hecho ante los tribunales.

Lifante fue propietario y presidente del Club Voleibol Murcia 2005, equipo en el que jugó la fallecida y del que era gerente y delegado otro de los imputados que aún permanece en prisión, Juan Cuenca. De hecho, en esta citación se trataba de contrastar las manifestaciones hechas por el ex gerente, que acusó a Lifante de ser quien había planeado los asesinatos.

Se declara «completamente inocente»
La declaración en el juzgado se extendió cerca de 30 minutos y Lifante ha quedado en libertad. La jueza no le impuso ningún tipo de medida cautelar, de forma que no tuvo que pagar una fianza, no se le retiró el pasaporte ni tiene la obligación de acudir periódicamente ante el juzgado, según ha explicado Lifante a Europa Press. El empresario ha rehusado dar información sobre las preguntas que le hizo la magistrada y sobre su declaración, puesto que el proceso se encuentra bajo secreto de sumario y no quiere «perjudicar la investigación».

Su abogado, Fidel Pérez, ha explicado que Lifante ratificó ante la jueza las declaraciones que había hecho anteriormente, y se declaró «completamente inocente». En concreto, dijo a la magistrada que él no tuvo ninguna relación con lo que «hayan podido hacer el resto de implicados».

En cualquier caso, Lifante ha insistido en dar las gracias a la Policía y a la Justicia por su actuación, y ha mostrado su deseo de que el proceso se esclarezca «cuanto antes».

Asimismo, añadió que se sentía perjudicado por Juan Cuenca, al que acusó de que hace unos años llegó a falsificar su firma para poner en venta unas canteras que Lifante posee en la localidad murciana de Fortuna.

El interrogatorio de este quinto imputado se celebró solo en presencia de su defensa y de un representante del ministerio fiscal, ya que por el secreto de las actuaciones no pueden asistir los abogados del resto de imputados.

Los demás imputados continúan en prisión
Por su parte, el letrado de Cuenca, José María Caballero, ha señalado que su defendido continúa en prisión a la espera de que se levante el secreto del sumario para poder tener acceso a las actuaciones judiciales y poder articular así su defensa.

En este caso están también imputados y en prisión C.S. y V.I., dos hombres de nacionalidad rumana detenidos en Valencia junto con Juan Cuenca unos días después de que los cadáveres fueran hallados en una finca ubicada en la pedanía murciana de Alquerías, propiedad de S.A.L, para el que la jueza también decretó la prisión provisional por estos mismos hechos. Así, Lifante se convierte en el quinto imputado tras estos cuatro citados.

Tanto Cuenca como los dos presuntos autores materiales del doble crimen se han negado hasta ahora a prestar declaración en el juzgado al considerar que el secreto de las actuaciones les causa indefensión.

Los hechos se remontan al pasado 13 de mayo
La pareja desembarcó en el aeropuerto de El Altet (Alicante) con la intención de pasar tres días en Murcia. Solo un día después, ambos tenían una cita médica en una clínica de la capital murciana, aunque los motivos de ésta fueron mantenidos en secreto por la familia en todo momento, al entender que no era «relevante» para la investigación.

Ingrid Visser, con 1,90 metros de altura, delgada, rubia y con ojos azul claro, era muy conocida en su país porque había sido una jugadora profesional de voleibol y había representado a Holanda en más de 500 ocasiones en campeonatos, al tiempo que había sido integrante de varios equipos españoles. De hecho, de 2009 a 2011 formó parte del equipo CAV Murcia 2005.

Durante el tiempo que formó parte de la plantilla del CAV Murcia 2005 residió en Murcia con su pareja Lodewijk hasta que, en 2011, ella decidió poner punto y final a su carrera profesional. Después decidieron regresar a Holanda, pero en los últimos dos años han vuelto en varias ocasiones a Murcia para pasar unos días, porque les gustaba la Región y le tienen «cariño».

El 13 de mayo la pareja alquiló un coche en el aeropuerto y se desplazó hasta Murcia, donde se hospedaron en el hotel Churra-Vistalegre. Ese mismo lunes fue el último día en el que se les vio con vida: tras registrarse en la recepción del hotel, volvieron a coger el coche por la tarde y desaparecieron.

La directora de la clínica avisó a la Policía de que la pareja no acudió a la cita. A partir de ese momento, la Policía Nacional entendió que había un motivo para investigar una desaparición y abrió los cauces y protocolos apropiados para su búsqueda.

La investigación condujo a los agentes hasta una vivienda en el municipio murciano de Molina de Segura. Al llegar al lugar, la Policía Científica confirmó que ahí se había cometido un acto violento.

En base a estas pruebas, la Policía procedió a la detención de una persona de nacionalidad española en Valencia, Juan Cuenca, y se averiguó que en una finca de la pedanía murciana de Alquerías podían encontrar más pruebas respecto a la investigación.

Los agentes excavaron la tierra y las primeras pruebas aparecieron a 50 centímetros de profundidad. Más tarde, y a más profundidad, encontraron los restos de dos personas que, según certificaron los investigadores, correspondían a un hombre y a una mujer. Fueron detenidos tres individuos en relación al crimen.

El juzgado de Instrucción número 17 de Valencia ordenó prisión provisional, comunicada y sin fianza para los tres detenidos. Los análisis de ADN confirmaron que los restos mortales se correspondían con los dos holandeses fallecidos, y los estudios forenses determinaron una muerte violenta, idéntica en ambos casos, motivada por traumatismo craneoencefálico.

A finales de junio, los tres detenidos por su presunta implicación en el crimen de la pareja holandesa, volvieron a acogerse a su derecho a no declarar ante la titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Molina de Segura, Olga Reverte, quien ratificó la prisión decretada sobre ellos.

Cuenca: «Danko mató a los dos holandeses en la ‘casa Colorá’»
Juan Ruiz Palacios – Laverdad.es

26 de abril de 2014

Juan Cuenca, exgerente del Club Voleibol Murcia 2005 y principal imputado en el crimen de la pareja holandesa formada por la jugadora Ingrid Visser y su pareja, Lodewijk Severein, declaró ayer en el Juzgado de Instrucción número 4 de Molina de Segura que «Danko mató a los holandeses».

Siempre según su versión, el exgerente del Club Voleibol Murcia 2005 aseguró que le pidió a María Rosa Vázquez que fuera a recoger a los dos holandeses a Murcia porque él no tenía tiempo. Ella accedió, y dejó a Visser y a Lodewijk en la ‘casa Colorá’ el lunes 13 de mayo del año pasado. «María Rosa no tiene nada que ver con el crimen», afirmó Cuenca a la juez que instruye el caso, Olga Reverte Villar.

A preguntas de sus dos letrados, Pablo Ruiz y José María Caballero, el principal imputado señaló que el martes 14 por la mañana los holandeses estaban en la ‘casa Colorá’. Allí, Severein le pidió a Cuenca que viajara hasta Valencia «para recoger en el aeropuerto a Dankovich (Danko), un ciudadano de Europa del Este». Una vez que Cuenca lo recogió, lo condujo de vuelta hasta la casa rural de Molina de Segura. «Allí estábamos Danko, Visser, Lodewijk, Valentín, Constantín y yo», aseguró.

Añadió que ese martes por la tarde, Severein, Danko y él fueron hasta el polígono industrial ‘La Polvorista’, «porque sobre las seis de la tarde, más o menos, el holandés y Danko tenían una reunión importante con otra gente. Yo no estuve presente en ese encuentro, ya que me quedé fuera. Cuando ellos terminaron, los tres volvimos a la ‘casa Colorá’, y Constantín se subió a la planta de arriba».

Cuenca, que hasta ayer solo había declarado en dependencias policiales, afirmó que Severein se puso «nervioso» por cuestiones económicas, y que comenzó a amenazarle y a insultarle. En ese momento de la discusión entre Cuenca y el ciudadano holandés, el rumano Valentín Ion intentó mediar, y Severein le dio un golpe. «Después, el holandés sacó una pistola, pero en medio del forcejeo se le cayó al suelo. Fue entonces cuando Visser cogió el arma, pero Danko le propinó un golpe en la cabeza a la jugadora de voleibol». Por su parte, la fiscal pidió que se realice alguna gestión para que se compruebe si en el aeropuerto de Valencia «entró o salió alguien» con el nombre de Danko o Dankovich».

«Nos amenazó»
Cuenca alegó que, una vez que los holandeses estaban muertos, «Danko nos amenazó a los tres -a los dos rumanos y a él-. Nos dijo que si no colaborábamos en hacer desaparecer los cuerpos, mataría a nuestras familias». Según la declaración, al día siguiente, el principal imputado se fue con Constantín a comprar una sierra para descuartizar los cuerpos de la pareja de holandeses. Tras realizar la compra de ese instrumento, el presunto cerebro del crimen le pidió permiso a Danko para volver a Valencia. El ciudadano del Este accedió, con la condición de que al día siguiente volviera a Murcia. Cuenca pensó en el huerto de limoneros de Alquerías, propiedad del también imputado Serafín de Alba, para enterrar los cadáveres de Visser y Lodewijk. «Serafín no sabía nada. Él no tuvo ninguna participación en los dos asesinatos», afirmó, después de explicar que los enterramientos se produjeron el miércoles. La declaración de Cuenca viene a corroborar la versión que ofrecieron en su día ambos ciudadanos rumanos.

Juan Cuenca solicitó declarar voluntariamente a través de sus dos letrados. Seguramente, la comparecencia de ayer fuera el último paso antes de que se cierre la instrucción sobre el ‘caso Visser’. Y es que será un jurado popular el que se encargue de juzgar a los imputados por este doble asesinato.

Relaciones con la mafia rusa
El principal imputado señaló a la juez que Severein tenía relaciones con la mafia rusa y que se encontraba en un mal momento, pues eran evidentes «sus problemas económicos». Cuenca se negó a contestar a a las preguntas de la fiscal y de las demás defensas. Al finalizar la declaración, Melecio Castaño, abogado del rumano Constantín Stan, aseguró que «se ha corroborado lo que manifestó mi cliente, ya que él desconocía lo que iba a ocurrir en esa casa. Sigo insistiendo en que Constantín es inocente, y así lo seguiré manteniendo, porque se encontraba en la planta superior de la casa cuando sucedieron los hechos».

El crimen de los holandeses que estremeció a la Región de Murcia busca justicia
Ana Lucas – Laopiniondemurcia.es

29 de septiembre de 2016

Es posiblemente el crimen más mediático que se recuerda en la Región de Murcia desde que, allá por 2002, una mujer matase a sus dos hijos en Santomera. El caso de los holandeses -primero su desaparición, el posterior hallazgo de los cuerpos y el arresto de los sospechosos- generó una enorme expectación mediática y social, tanto a nivel regional como nacional e internacional.

Desde este miércoles, día 28, cuatro hombres se sentarán en el banquillo para ser juzgados por este asunto. Será en la Ciudad de la Justicia, en concreto en su salón de actos, un lugar que ha sido habilitado especialmente para el macrojuicio, que se espera se prolongue hasta dos meses.

Los cuerpos de la jugadora de voleibol holandesa Ingrid Visser y de su pareja, Lodewijk Severein, eran encontrados en mayo de 2013 de noche, enterrados en una apartada zona de la localidad murciana de Alquerías, en un terreno privado. Los cadáveres estaban desmembrados y dentro de bolsas de basura.

Hacía tiempo que se les buscaba. Hasta un agente de la policía holandesa se desplazó a la Región para colaborar en el operativo policial abierto a raíz de la desaparición de esta jugadora internacional de voleibol y de su novio.

Ambos, según hicieron hincapié entonces sus familiares (algunos también se desplazaron a Murcia), «tenían una relación normal con sus familias y mantenían el contacto con ellos de forma periódica». Fueron vistos por última vez en un lunes de mayo por la noche, a su salida del hotel donde estaban alojados.

La versión oficial sostenía entonces que los holandeses habían venido a Murcia por motivos sanitarios, al parecer para someterse a un tratamiento de fertilidad, y tenían vuelo de regreso a su país a los pocos días.

Era por la noche cuando fueron hallados los cuerpos. Después comenzaban las detenciones y las sospechas de cuál fue la causa. Se hablaba de motivos económicos. Trascendían dolorosos detalles del crimen y las muestras de cariño en redes sociales (donde había circulado la foto de los desaparecidos, para ayudar en su búsqueda) se incrementaban. Medios de comunicación holandeses llegaban a Murcia. Ingrid Visser, que fue internacional con la selección de su país en más de 500 ocasiones, había militado en el CAV Murcia 2005, equipo en el que permaneció desde el año 2009 hasta 2011.

170 testigos y peritos
Para el juicio, que se desarrollará ante un jurado popular, están citados 170 testigos y peritos, entre los que se encuentran los más de ochenta agentes de Policía que intervinieron en las actuaciones.

El fiscal pide un cuarto de siglo de prisión para tres de los acusados: Juan Cuenca -presunto cerebro del crimen-, Valentin Io [Ion] y Constantin Stan -dos rumanos, presuntamente sicarios contratados por Cuenca para acabar con la pareja- por dos delitos de asesinato. Asimismo, pide tres años de cárcel para Serafín de Alba, propietario de los terrenos donde aparecieron enterrados los restos de los holandeses, por un delito de encubrimiento.

El Ministerio Público tiene claro que las agresiones se produjeron «sin que las víctimas tuvieran en ningún momento una posibilidad de defensa, por lo sorpresivo del ataque y las circunstancias del lugar en el que se produjo, aprovechándose de esta situación de indefensión».

Ese lugar era la Casa Colorá, un alojamiento rural emplazado en La Hurona (Molina de Segura). Una amiga de Juan Cuenca -la cual no tenía ni idea del plan- se había encargado de reservar el sitio por encargo de él.

En el escrito del fiscal se lee, además, que los acusados «querían, además de causar la muerte, aumentar deliberadamente su dolor, causándoles males innecesarios» a los holandeses.

«Juan Cuenca me pidió que volviera a la casa para llevar a los rumanos a Cartagena. Ahora sé que lo que pretendía era enterrarme a mí también»
Ricardo Fernández – Laverdad.es

5 de octubre de 2016

A veces se permite esbozar algo que parece una sonrisa. Pero está muy lejos de serlo porque solo trasluce tristeza. María Rosa Vázquez vuelve a enfrentarse estos días a la peor pesadilla de su vida: el asesinato y posterior descuartizamiento de los holandeses Lodewijk Severein e Ingrid Visser. Un crimen al que ella contribuyó, inconscientemente, al conducirlos en su coche hasta la casa rural en la que fueron ejecutados. Aunque fue exculpada hace dos años, todavía arrastra su particular condena: no haber dejado de recordar sus rostros ni siquiera por un día.

-Con el arranque del juicio por el ‘caso Visser’, usted vuelve a situarse ahora frente a esos espantosos sucesos. ¿Cómo está viviendo estos momentos?

-Fatal. Estoy muy mal de los nervios y deseando que pase todo. No solo quiero que pase mi declaración, sino que se cierre todo, que es cuando por fin estaré tranquila.

-¿Qué le ocurre a alguien, como usted, cuando pone la televisión y se entera de que dos personas a las que ha llevado a una casa rural están desaparecidas desde ese momento?

-Me puse muy nerviosa y me pregunté qué había ocurrido. «¡Madre mía! Si están desaparecidas desde ese día en que yo las vi… Pues a ver qué ha pasado aquí…». Lo primero que hice es pedir explicaciones.

-Y llamó a Juan Cuenca.

-Me entró un ataque de pánico. Estábamos comiendo mis hijas y yo y me puse tan mala que empecé a vomitar. Después llamé a Juan (Cuenca) y me dijo: «Tú no te preocupes, que esto no va contigo».

-Imagino que no le resultó muy tranquilizador…

-En absoluto.

-Y pensó que había pasado lo peor…

-Aún no pensaba que había pasado lo peor, pero sí que había ocurrido algo. Qué, quién o cómo, de eso no tenía ni idea. Pero sabía que algo les había pasado. Me puse muy nerviosa y empecé a coger miedo. Me dije: «Si algo le ha pasado a esta gente, ¿por qué no me va a pasar a mí?». A partir de ahí solo quise desaparecer, irme de Murcia, porque no quería que a mis hijas les pasara nada.

-Se sentía en peligro.

-Sí, porque no sabía lo que les había podido ocurrir.

-Seamos sinceros: usted ya pensaba que los habían matado.

-Yo no sabía si los habían matado o no. Pero aunque no fuera así, que los tuvieran retenidos o cualquier otra cosa… Yo era la última persona que los había visto. Y pensaba: «¿Por qué no me va a pasar a mí? ¿Por qué no van a venir a callarme la boca?».

-Y se fue a Zamora, donde estaba su marido.

-Me fui. Nadie sabía por qué me había ido.

-Poco a poco empezaría a juntar las piezas del puzzle, imagino. A cuadrar lo que había ocurrido con esos mensajes que había recibido de Juan Cuenca, como aquél que decía que le comprara bolsas grandes y pequeñas, sosa cáustica, una radial, una motosierra…

-Yo seguía pidiéndole explicaciones (a Cuenca), nadie me las daba, esa pareja seguía sin aparecer… Y a Juan lo notaba cada vez más nervioso. Yo no hacía nada más que insistirle. Y él insistiendo en que conmigo no iba la cosa. «¿Pero cómo que esto no va conmigo?», pensaba.

-Tuvo esos días de mayo de 2013 una conversación con Juan Cuenca, algunos de cuyos retazos arrojaban sospechas sobre usted. «¿Seguimos haciendo lo que estaba preparado y lo que se tenga que hacer? ¿Sí o no?», le decía él. ¿A qué se refería con esas palabras?

-No sé a lo que Juan se refería. Yo le hablaba de vender mi coche y él de sus negocios para obtener dinero.

-Porque él le debía dinero, ¿no?

-Juan no, el club (Voleibol 2005, del que Cuenca había sido gerente). Por eso me llevaba un poco ‘engolosinada’, porque decía que se iba a hacer cargo de esa deuda.

-Y le decía que tenía formas de conseguir dinero y de saldar la deuda.

-Sí, decía que tenía negocios.

-¿Con qué motivo le dijo que iba a celebrar una reunión en la Casa Colorá? ¿Le habló de la venta de una cantera de Evedasto Lifante?

-Solo me dijo que venían unos ‘inversionistas’.

-Y esos eran, supuestamente, los rumanos Constantín Stan y Valentín Ion, por un lado, y por otro Lodewijk Severein e Ingrid Visser. ¿Es correcto?

-Así lo creía yo.

-¿Le parecieron los rumanos gente adinerada?

-Yo no sé cómo son los inversores ni qué pinta tienen.

-¿No le dieron mala impresión?

-No. Con uno de ellos ni siquiera hablé. Y el otro, el más mayor, solo me sonrió una vez. No hubo más.

-¿Le habló Juan Cuenca de que tuviera que ir a esa reunión otra persona, un tal Danko o Dankovich

-No. Nada.

-Cuando todo este asunto empezó a venírsele encima, cuántas veces se dijo: «¿Pero cómo has podido ser tan tonta»?

-¡Ja! Todavía me lo sigo preguntando todos los días.

-Visto desde fuera, uno piensa: «¿Cómo no se daba cuenta esta mujer de dónde se estaba metiendo? ¿Hasta dónde llega su ingenuidad?» Porque que te pidan una motosierra, sosa cáustica…, todo eso no parece muy normal para una reunión de negocios, ¿no cree?

-Yo no sabía ni qué era la sosa cáustica ni una radial. Pero si me hubieran explicado lo que era, pues habría pensado que esos inversores, que iban buscando terrenos, igual tenían que cortar un árbol, o marcar un terreno… Yo no sé a qué se dedica cada uno. Yo actué de buena fe, como usted lo habría hecho. Estoy segura de que usted habría hecho lo mismo.

-Yo peco de ser muy malpensado.

-Pues a mí me queda mucho por aprender. Quiero decir, que yo nunca habría pensado que Juan era la persona que ahora sé que es. Si yo llego a saber lo que sé ahora… Porque soy inocente, pero no tanto.

-¿Cómo hubiera definido en aquella época a Juan Cuenca?

-Era un chico con su carrera, con sus estudios, un chico de bien, arreglado… Y que había tenido mala suerte con el club. Pero no sabía nada más de su vida. Me había dicho que era ingeniero, o algo así.

-¿Y cómo lo definiría ahora?

-Pues si realmente resulta ser la persona que parece que es, pues diría que es una persona totalmente calculadora y fría, muy fría. Bastante fría y dudo de que tenga corazón.

-¿Cuántas veces ha pensado en lo que debió pasar esa pareja? ¿Durante cuánto tiempo se ha sacado a Lodewijk e Ingrid de la cabeza?

-Nunca. (La voz se le quiebra por vez primera y las lágrimas afloran a sus ojos). Paso por la puerta del club y los veo esperándome. Cada vez que pasaba por Fortuna no podía mirar. Los veo.

-De poder hacerlo, ¿qué les habría dicho? O a sus familiares.

-Que siento haber sido la persona que les llevó hasta allí. Que evidentemente lo hice sin saber lo que iba a pasar, pero que siento haber sido yo. Lo siento muchísimo y recuerdo perfectamente cómo ella iba jugando con mi hija con el móvil, a los ‘Angry Birds’, y la conversación que llevaban las dos.

-Porque usted, cuando fue a recoger a la pareja para trasladarla a la Casa Colorá, se llevó a sus propias hijas en el coche, ¿no?

-Así fue.

-Cuando conocí ese dato me convencí de que usted no sabía lo que allí iba a suceder. Se lo digo sinceramente. Pensé que ninguna madre, ningún padre en su sano juicio, es capaz de llevar a sus hijos a un lugar donde sabe que se va a cometer un asesinato.

-¡Imagínese! Jamás en la vida haría eso. Pero es que mi hija de seis años, cuando vio a Ingrid en la televisión, ¡la reconoció! Sabía que era la mujer con la que había ido jugando en el coche. Dijo: «¡Mira, mamá! ¡La chica que jugaba conmigo en el móvil!».

-Y usted se querría morir…

-¿Qué le digo a la cría? Aún hoy no le he dado una explicación. ¿Qué le voy a decir? Soy incapaz.

-Todo se le estaba viniendo encima, ¿pero pensaba que se iba a ver viendo imputada? ¿Imaginaba que se iba a meter en un lío tan grande?

-No.

-¿No? ¿Por qué?

-Yo había informado a la Policía de que había llevado a esa pareja hasta allí. No hubiera sido capaz de callármelo. Si aún ahora no duermo…, pues imagine si no llego a contarlo. No hubiera podido vivir tranquila. Nunca pensé que me iba a pasar eso. Yo sabía que no había hecho nada y estaba segura de que era imposible que me metieran en ese asunto. El mundo ya había sido bastante injusto conmigo como para añadir eso.

-Pero se vio metida en el embrollo y lo que parecían indicios inculpatorios no dejaban de surgir. Habría un momento en que no sabría cómo salir de esa situación…

-Desde fuera nada parecía tener explicación, aunque para mí todo era muy claro. Yo quería hacerle entender a la jueza que todo estaba clarísimo. Y no entendía cómo los demás no lo veían como yo.

-¿Por eso cambió de abogado?

-Evidentemente. Necesitaba un penalista y Raúl (Pardo-Geijo Ruiz) me daba toda la confianza del mundo. Yo sabía que no tenía que estar donde estaba y necesitaba que alguien contara mi verdad. Raúl lo vio claro desde el principio.

-¿Hubo un momento en que Juan Cuenca le pidió que volviera a la casa para hacer un viaje con los dos rumanos?

-Sí. El mismo día 13 (después de llevar a los holandeses a la casa), Juan me dijo que si podía volver al día siguiente y llevar a los dos rumanos a Cartagena. Le contesté que yo no era taxista de nadie y que bastante tenía con que hubiera bajado a Murcia a por los dos holandeses.

-¿Y qué se supone que tenían que hacer Valentín y Constantín en Cartagena?

-Como le dije que no lo iba a hacer…, pues no me comentó más.

-¿Piensa que podía esconder Juan Cuenca algún otro propósito detrás de esa propuesta?

-Sí. Enterrarme.

-¿Enterrarla? ¿A usted?

-Sí. Seguro. Vamos, ¡seguro!

-¿Piensa que no habría dudado en quitarse a usted de en medio?

-Creo que no. Me ha costado mucho convencerme de ello, porque no lo veía. Pero es capaz de eso y de mucho más. Y pienso que no lo hicieron el primer día por mis hijas, porque estaban ellas presentes. Mi vida me la salvaron mis hijas, porque de otra forma de allí no salgo. ¿A cuento de qué me dijo que subiera a esas personas a la casa? Si el ya vino a Murcia pensando en lo que iba a hacer… yo entraba en ese lote. Vamos, si es que lo tenía ya pensado…

-Bueno, bajar desde Valencia a una reunión e ir pidiendo por el camino bolsas de basura, productos de limpieza, una radial… Para una reunión de negocios no se piden esas cosas.

-Ahora lo sé.

-Pero, en fin, para eso está el juicio.

-Evidentemente.

-¿Cómo ha cambiado su vida desde aquellos días? ¿Ha regresado a Molina de Segura?

-Sí, he vuelto a Molina. He retornado a la normalidad. A la normalidad desde fuera. Pero estoy segura de que muchos trabajos para los que he echado un currículo…, pues no me han llamado porque en cuanto ponen mi nombre en internet… Y ha cambiado mi vida en que no sabía lo que eran los psicólogos y ahora lo sé; en que no sabía lo que eran las pastillas para dormir y ahora lo sé… Todas esas cosas.

-La relación con sus vecinos, con su gente más próxima, ¿se ha visto afectada?

-No. Para nada. Toda la gente de El Ranero, donde yo nací, me ha apoyado y jamás nadie dudó de mí. Yo soy una persona… no voy a decir que sea Santa Teresa de Calcuta, pero sí soy bastante buena. Y quien conoce a mi familia y me conoce a mí, sabía que eso era imposible. Nadie ha dudado. Pero entre quienes no me conocen, pues habrá de todo y he escuchado muchas tonterías. ¿Que he perdido alguna amistad? Pues también, aunque no me importa porque eso no son amigos. He tenido mucho apoyo. Hasta querían recoger firmas de apoyo.

-Oiga, ¿y a su marido cómo le planteó lo que estaba pasando? ¿Eso cómo se dice? «Cariño, estoy metida en un caso de doble asesinato».

-Mi marido ya se enfadó bastante conmigo cuando se enteró de que había llevado a esa pareja hasta la casa rural, porque me había llevado a las crías en pijama y se había hecho tarde. «Tú para qué tienes que hacerle favores a nadie, y por ahí con las crías, por esos caminos…», me dijo. Pero cuando le cuento lo que le cuento…, pues imagínese. Pensó lo mismo que yo: «Estás viva de milagro». Él no es tan confiado como yo.

-¿Y ahora cuál es su último deseo?

-Que pase todo. Que a quien sea culpable lo condenen, y por mi parte que lo condenen para siempre. Pero que esto termine ya. Quiero dejar de darle vueltas a este tema.

El crimen de los holandeses
Christian Campos – El Caso

Ingrid Visser soñaba con abrazar a su hijo, sentir sus latidos cerca del corazón, acariciarlo. A sus treinta y seis años, la exjugadora de voleibol parecía que al fin iba a tener la oportunidad de alcanzar un título para el que llevaba preparándose una buena parte de su vida. Sin embargo, nunca llegaría a ver aquellos ojos pequeños ni a sentir el amor que estaba creciendo en su interior desde hacía seis semanas. Una mente criminal había escrito su destino.

Más de tres años después, la mirada hermética de Juan Cuenca ante el tribunal no dejaba traslucir ningún sentimiento de culpa. Como si en realidad los asesinatos de Ingrid, Lodewijk y el hijo que ambos esperaban no fueran con él. Para eso estaba Dankovich, ese misterioso gánster del este de Europa al que había hecho responsable de las muertes. Sólo había un problema. Y era que ninguno de los investigadores había sido capaz de encontrar al ruso. Pero éste enigma, al menos éste, iba a quedar resuelto de un momento a otro.

La desaparición
La exjugadora de voleibol Ingrid Visser, y su pareja sentimental Lodewijk Severein, de cincuenta y siete años, sentían una atracción especial por la ciudad de Murcia. Esta fue una de las razones que se expusieron desde el inicio para explicar el sentido más profundo de un viaje que, en un principio, parecía que sólo había sido programado para acudir a una citación médica. En concreto, a una clínica de fertilidad donde la exdeportista estaba tratando su embarazo.

Una vez que llegaron a la Península Ibérica, Ingrid y Lodewijk subieron a un vehículo alquilado en el aeropuerto alicantino de El Altet y se desplazaron directamente a la capital del Segura, donde estuvieron hospedados hasta bien entrada la tarde de aquel 13 de mayo de 2013 en el hotel Churra Vistalegre. Mientras todo esto ocurría, un grupo de personas protegidas por las sombras del anonimato realizaban los últimos preparativos de un plan siniestro. Aquella tarde, los dos holandeses tenían que desaparecer de la ciudad sin llamar la atención. Y así fue. Fueron vistos y no vistos.

La alerta sobre la desaparición se efectuó cuatro días después. Fue la propia directora de la clínica Tahe Fertilidad la que en un momento dado decidió ponerse en contacto con la Policía para referir unos hechos que consideraba sospechosos. El primero, que Ingrid Visser no hubiera acudido el 14 de mayo a su control de embarazo; un desplante para el que en esos momentos no tenía ninguna explicación. Ni siquiera una respuesta. Asimismo, estaba la no menos tranquilizadora evidencia de que la pareja no había regresado a Holanda. Y eso que la vuelta había sido programada para el día siguiente a la citación médica.

Comienza la investigación
La búsqueda de la Policía dio en unos días con una pista que marcó el rumbo de la investigación: el hallazgo del vehículo. El mismo que la pareja había alquilado para trasladarse a Murcia desde el aeropuerto, y el mismo que posteriormente había vuelto a utilizar para abandonar la zona del hotel. Según nos cuenta el periodista y profesor Juan José Lara Peñaranda, el coche, un Fiat Panda, fue encontrado aparcado en «perfectas condiciones enfrente del Pabellón de Deportes de Murcia». Un lugar que, curiosamente, los dos desaparecidos conocían a la perfección, puesto que tan sólo dos años antes había sido la sede del Club Atlético Voleibol Murcia 2005.

El equipo de voleibol, fundado en el año 2005 a iniciativa del polémico empresario Evedasto Lifante, consiguió reunir numerosos títulos a lo largo de su breve trayectoria. Éxitos a los que también contribuyó la holandesa Ingrid Visser con su trabajo desde la temporada 2009-2010, cuando fue fichada por el gerente de la entidad, el ahora procesado Juan Cuenca Lorente; un personaje oscuro, mentiroso compulsivo, y «especialista en asumir deudas ajenas» como explica Juan José Lara a El Caso.

La disolución del equipo de voleibol por problemas económicos en 2011 no sólo trajo consigo la pérdida del trabajo para sus jugadoras. El compromiso era mucho más consistente, ya que según pudo saberse en esos instantes, el club de Evedasto Lifante había contraído una deuda económica bastante considerable con sus trabajadores. De esta manera, en el caso concreto de Ingrid Visser, la entidad deportiva tenía que pagarle una cantidad estipulada en alrededor de 240.000 euros. Dinero que la propia internacional holandesa aún no había recibido el día en que sus familiares tuvieron conocimiento de la extraña desaparición.

Tras al hallazgo del Fiat Panda, los investigadores tardaron poco tiempo en impulsar una búsqueda que desde el primer momento se presentó harto complicada. De hecho, los agentes tuvieron que solicitar la colaboración de sus homónimos holandeses con el fin de conocer los contactos que Ingrid y Lodewijk tenían en España. Y tal vez la Policía habría tenido que enfrentarse a un trabajo todavía más arduo si no hubiera sido por una filtración inesperada que guió definitivamente a los uniformados hasta un alojamiento rural situado en una pedanía perteneciente al término municipal de Molina de Segura.

Esta casa rural, con una antigüedad de al menos 150 años, escondía entre sus estancias una de las claves que los investigadores llevaban buscando durante los últimos días. Cuando los agentes llegaron allí, lo primero que llamó su atención fue el ambiente aparentemente tan higiénico que presentaba el salón principal. El lugar estaba decorado con dos sofás, una chimenea y una amplia mesa que bien podría haber sido utilizada hasta por catorce comensales. La sorpresa, no obstante, sobrevino después, justo cuando la Policía extendió el Luminol por el suelo de la citada habitación y aparecieron de inmediato unos restos de sangre que demostraban de forma fehaciente que allí se había producido un crimen.

Por si aún quedaba alguna duda, los peores presagios se confirmaron con la detención del primero de los cuatro procesados, Juan Cuenca Lorente. Arrinconado contra las cuerdas de la culpabilidad, el exgerente del CAV Murcia 2005 no tuvo más remedio que conducir a los investigadores a un limonar ubicado en la pedanía de Alquerías, situado a unos cuarenta kilómetros de distancia del alojamiento rural investigado, donde los agentes pudieron descubrir para su pesar el destino tan aciago que habían corrido los holandeses. Era el 26 de mayo de 2013, y a buen seguro que los defensores de la ley y el orden no esperaban percibir tan nítidamente el horror que se destapó al extraer la tierra que cubría aquel túmulo impío. Delante de ellos, envueltos por bolsas de basura y mantas, se encontraban los cuerpos descuartizados de los dos desaparecidos. ¿Cómo había podido ocurrir algo así?

Confesiones
En aquel instante del juicio, Juan Cuenca parecía decidido a confesar la verdad sin importar a quien pudiera llevarse por delante. El gran problema que tenía era la credibilidad que sus palabras pudieran despertar entre los nueve miembros del jurado popular. La tarea no era fácil, ya que el procesado, decidido a dar versiones, incluso se había atrevido a señalar unos años atrás a su antiguo jefe, el empresario Evedasto Lifante, como el autor intelectual de los asesinatos.

Rodeado de miradas apremiantes, el exgerente tomó la palabra y reconoció al fin la inexistencia de Danko, el mafioso procedente del este de Europa al que había recurrido en declaraciones anteriores para explicar la muerte de los holandeses. Según esa versión, facilitada ante el juez el 25 de abril de 2014, todo había sucedido al día siguiente de la llegada de los holandeses a la «Casa Colorá» de Molina de Segura; un alojamiento que Cuenca había mandado alquilar a su amiga María Rosa Vázquez.

Juan Cuenca aseguró que ese día, el 14 de mayo de 2013, Lodewijk Severein le pidió que recogiera al misterioso Dankovich en el aeropuerto valenciano de Manises, y que seguidamente lo llevara al alojamiento rural. Una vez allí, el exgerente tuvo que acompañar al gánster y a la futura víctima a un polígono industrial conocido como «La Polvorista» porque «el holandés y Danko tenían una reunión importante con otra gente». Cita en la que él, por supuesto, se mantuvo al margen.

El problema sucedió a la vuelta, justo cuando, según la declaración del procesado, comenzó una fuerte discusión entre éste y el holandés por cuestiones económicas. En palabras de Cuenca, la dialéctica se convirtió en una auténtica refriega en el momento que Valentin Ion, un rumano que también sería detenido posteriormente junto a otro compinche de su misma nacionalidad, intervino en la discusión con ánimos apaciguadores y recibió un golpe del propio Severein, quien a su vez acababa de sacar una pistola. En teoría, a partir de ese momento, los acontecimientos se precipitaron: Danko había matado al holandés y golpeado de forma mortal a Ingrid porque ésta tenía el arma de su novio entre las manos.

Sin embargo, todo era mentira. Ni Dankovich existía, ni Severein tenía una pistola, ni, desde luego, la discusión se había producido en los términos planteados. En realidad, el crimen formaba parte de un oscuro plan cuyo maestro de ceremonias, a tenor de la nueva confesión dada a conocer en la Sala, era el propio Cuenca, quien había contratado a los rumanos Valentin Ion y Constantin Stan en su propia tierra, Valencia, para que se deshicieran del holandés con el pretexto de que se sentía amenazado por éste. Según el exgerente, la muerte de Ingrid Visser habría venido por añadidura: simplemente por ser la acompañante del objetivo principal.

De esta manera, la confesión inesperada del valenciano hizo posible conocer un nuevo desarrollo de los acontecimientos que, a decir verdad, sólo variaba en la autoría de los hechos. Así, en esta inesperada versión, el rumano Valentin Ion tomaba el papel que anteriormente había ocupado Dankovich, y aprovechaba una supuesta discusión surgida entre Juan Cuenca y Lodewijk Severein para golpear brutalmente a la pareja de novios con un jarrón y «una escultura o cenicero» que se encontraban en la vivienda.

Antes de finalizar su confesión, Cuenca manifestó ante la atónita sala que, además de las nuevas revelaciones, había otras dos personas que habían tenido conocimiento de los crímenes: Serafín de Alba, dueño de la finca de limoneros donde aparecieron los cadáveres, y que también estaba sentado en el banquillo acusado de encubridor, y María Rosa Vázquez, la persona que había llevado a los holandeses en su coche hasta la «Casa Colorá», y que sólo estaba citada en el juicio en calidad de testigo.

Por su parte, Valentin Ion, aunque sí que reconoció haber matado a la pareja a golpes de jarrón y cenicero, no admitió en un principio que el crimen hubiera sido premeditado. Una aseveración que presentaba varias evidencias en su contra, entre ellas, los 1200 euros que Juan Cuenca le había entregado en aquellos días como adelanto por unos servicios que resultaban difícilmente explicables de otra manera. Tal vez por eso, el abogado defensor del rumano, el controvertido Fermín Guerrero, le recomendó por lo bajini que se encomendara a la sinceridad como había hecho su colega unos minutos antes si no quería verse perjudicado.

El público asistente no podía evitar mostrar su estupefacción. Y es que, ahora sí, las nuevas revelaciones permitían ahondar en una incógnita que había sido bastante comentada a lo largo de la instrucción: si Ingrid Visser había muerto por acompañar a su pareja sentimental al alojamiento rural, algo que la posterior declaración de María Rosa Vázquez pondría en duda al señalar que Cuenca le había pedido que recogiera a dos personas en Murcia, parecía que el objetivo principal del plan era el propio Severein. ¿Por qué? ¿Qué ocultaba aquel holandés de 57 años?

El negocio oculto
El periodista Juan José Lara, auténtico experto en la crónica negra murciana, cuenta en declaraciones a El Caso que, un tiempo antes del viaje definitivo a Murcia, Lodewijk Severein envió una serie de correos electrónicos a Juan Cuenca que sugieren una vinculación económica. Estos emails, que fueron remitidos por el holandés en un perfecto inglés y firmados con el sobrenombre de «Louis», serían utilizados por el exgerente del CAV Murcia 2005 para explicar ante su señoría el motivo del crimen.

Así, el procesado hizo referencia a un conocido correo electrónico recibido en febrero de 2013 en el que aparecía la fotografía de una pistola bajo la frase «Bonita, Walther P5» y un emoticono sonriente realizado con las teclas de un dispositivo. Tal y como explica Juan José Lara, «el valenciano hizo mención a este email ante el juez para manifestar que la víctima le tenía amenazado» al reclamarle una cantidad monetaria que según Cuenca no le debía. No obstante, la interpretación de ese mensaje también podría ir en otra dirección, en el sentido de que el holandés, a través de esta comunicación, lo que en realidad pretendía era mostrar su interés en adquirir dicha arma.

De hecho, los mensajes que fueron enviados posteriormente por Lodewijk Severein no parecían encerrar ningún tipo de intención intimidatoria. Frases como «tu historia del dinero no es trasparente», «Tenemos que trabajar duro en nuestra relación» y «Lo mejor ahora es no vernos hasta que hayas enviado el dinero» evidencian que la víctima esperaba recibir con ansiedad una cantidad monetaria por parte de Cuenca que nunca llegaba, y que al parecer iba más allá de la deuda que el CAV Murcia 2005 tenía contraída con su pareja sentimental.

Esta certeza queda reflejada a lo largo del proceso de instrucción y en las declaraciones del propio Cuenca, en las que éste reconoció haber creado junto a Severein una sociedad en Gibraltar denominada «Granmar Stone Trade». Según los investigadores, Cuenca habría utilizado esta corporación para tratar de vender una cantera productora de mármol que en verdad no le pertenecía, puesto que era propiedad de su antiguo jefe, el empresario Evedasto Lifante. Aunque el valenciano negó dicha operación, los contratos de compraventa no mentían.

Siguiendo con estas evidencias, y a tenor de las revelaciones que se han producido a lo largo de estos últimos años, surge una hipótesis que podría explicar el doble asesinato: Cuenca habría prometido a Severein saldar la deuda que el equipo de voleibol tenía con Visser mediante la creación de una sociedad en Gibraltar a través de la cual podrían vender la cantera de mármol a un inversor desconocido. Sin embargo, había un pequeño problema, y era que para crear esta nueva corporación era necesario que el holandés adelantara diez mil euros. Un dinero que finalmente sería distraído por Cuenca y conduciría al crimen.

Algunos cabos sueltos
El «caso Visser» contiene numerosos interrogantes; un conjunto bastante amplio de cabos sueltos cuya existencia se han ido conociendo paulatinamente desde el comienzo de la investigación. Tal y como apunta el periodista Juan José Lara, entre esos enigmas está ‘M’, un individuo sin identificar al que Severein hace referencia en varios de sus correos electrónicos, por ejemplo, el fechado el 15 de abril de 2013 en el que el holandés le comenta a Juan Cuenca: «Espero que tú y M aportéis el dinero que me dijiste que iba a estar aquí la semana pasada».

Siguiendo con el misterio en torno a tan enigmático personaje, existe un hecho bastante llamativo que tuvo lugar el 14 de mayo de 2013 (al día siguiente de los crímenes). Ese día, Francisca, la dueña de la «Casa Colorá», observó a dos individuos que salían del alojamiento en un vehículo blanco. Al parecer, uno de ellos, por la descripción facilitada posteriormente, podría ser Juan Cuenca, pero el otro, que portaba una agenda de color oscuro en el regazo, fue identificado por la señora como el supuesto Dankovich. Sin embargo, ante la inexistencia confesa del gánster por parte del valenciano, la pregunta se hace inevitable. ¿Quién era el acompañante?

Por otro lado, el nivel de participación que tuvo Serafín de Alba en los crímenes y en los negocios de Juan Cuenca también ha hecho correr ríos de tinta. Y es que este hombre, aparte de ser el dueño del terreno donde fueron enterrados los cadáveres (según él sin su conocimiento) también parece ser que estaba al tanto de las extrañas operaciones del valenciano. Una prueba de ello es que, según nos explica Juan José Lara, el acusado «siempre recibía una copia de los correos electrónicos» que Cuenca enviaba sobre la creación de la sociedad de Gibraltar. Además, estuvo presente en algunas reuniones donde se trató la venta de la cantera, y según un apunte de Severein que fue mostrado hace unos días en la Audiencia Provincial de Murcia, se sugiere que Serafín recibiría medio millón de euros tras la consecución del citado negocio.

Tampoco está del todo aclarado el papel que desempeñó Constantin Stan, el otro rumano que había sido contratado por el exgerente. En el juicio, Valentin Ion afirmó que su compatriota sólo había participado en la ocultación de los cuerpos, ya que se encontraba en estado de embriaguez cuando sucedieron los asesinatos. Un testimonio que, lógicamente, fue apoyado en todo momento por el aludido al asegurar que, desde el instante en que había llegado por la mañana a la «Casa Colorá», no había dejado de empinar el codo. No obstante, esta manifestación difiere de los posicionamientos y de la declaración de María Rosa Vázquez, que indicaban que Juan Cuenca y los rumanos llegaron a la casa rural en torno a las siete y media de la tarde, y los holandeses fueron recogidos apenas una hora después.

Por último, esta selección de cabos sueltos se cierra con la participación en el caso de la citada María Rosa Vázquez, quien en todo momento se ha definido a sí misma como una víctima más del plan de su examigo Juan Cuenca, al que definió en una entrevista reciente como una «persona totalmente calculadora y fría». Además, según su propia declaración, en ningún momento habría conocido las intenciones de este individuo con aquella pareja de «inversionistas».

Las sospechas, sin embargo, se centraron en María Rosa Vázquez por varios motivos, entre ellos un mensaje enviado por Juan Cuenca en mayo de 2013 en el que le preguntaba «¿Seguimos haciendo lo que estaba preparado y lo que se tenga que hacer? ¿Sí o no?», o aquel otro en el que le pedía bolsas de basura grandes y pequeñas, sosa cáustica y una radial. Unos instrumentos que, dicho sea de paso, resultan poco habituales en reuniones de negocios.

Juan Cuenca y Valentín Ion, culpables de dar muerte a los holandeses
Laopiniondemurcia.es / Agencia EFE

27 de octubre de 2016

El jurado popular que desde el pasado 28 de septiembre ha juzgado en Murcia a los acusados del asesinato de la jugadora holandesa de voleibol Ingrid Visser y de su pareja, Lodewijk Severein, ha declarado culpables a Juan Cuenca y Valentin Ion e inocente a Constantin Stan.

Además, ha señalado como no culpable al cuarto acusado, Serafín de Alba, dueño del huerto de Alquerías donde fueron enterrados los cadáveres de la pareja.

El veredicto declara probado que tanto Cuenca, exgerente del club murciano de voleibol donde jugó Visser, como Ion, de nacionalidad rumana, participaron en la muerte violenta de la pareja el 13 de mayo de 2013 en una casa rural de Molina de Segura.

Emitido el veredicto popular, el presidente del jurado, el magistrado Enrique Domínguez, ha ordenado a las fuerzas de seguridad que retiraran las esposas a Stan, también de nacionalidad rumana, que ha quedado libre.

El jurado considera también que Cuenca e Ion acabaron con la vida de Visser y Severein sin que ninguno de ellos tuviera la menor posibilidad de defensa.

Finalmente, señala que ninguno de los dos son merecedores de ninguna medida de indulto.

Conocido el veredicto, será ahora Domínguez el que redacte la sentencia y fije las penas que deberán cumplir.

Deberá aplicarles la atenuante de dilaciones indebidas porque los jurados consideran que la causa tuvo en la fase de instrucción una duración más prolongada de lo habitual.

Por el contrario, se oponen a que se les aplique la de confesión de los hechos solicitada por las defensas al entender que tanto Cuenca como Ion no fueron siempre veraces al declarar sobre lo ocurrido.

Juan Cuenca y Valentín Ion, condenados a 34 años por el «caso Visser»
Laverdad.es

4 de noviembre de 2016

La Audiencia Provincial de Murcia, conforme al veredicto del Tribunal del Jurado, condena a Valentín Ion y Juan Cuenca a 34 años de prisión cada uno como autores de dos delitos de asesinato

El magistrado presidente del Jurado 1/2015, encargado del enjuiciamiento de los acusados de la muerte de una pareja de nacionalidad holandesa cuyos cadáveres fueron hallados descuartizados en una finca rural, establece en la sentencia que ambos condenados deberán indemnizar a la familia de las víctimas con un total 200.000 euros.

Constantin Stan, respecto a quien el Tribunal Jurado solo consideró probada su participación en el descuartizamiento y enterramiento de los cadáveres, es condenado a la pena de prisión de 5 meses como responsable de un delito de encubrimiento. Este también está obligado a indemnizar una suma de 16.000 euros, que deberán recibir la madre y el hermano de la mujer y a las dos hijas del hombre asesinado.

La resolución acoge las penas solicitadas por el Ministerio Fiscal y la acusación particular, después de que el Tribunal Jurado considerara que concurre en este caso la atenuante muy cualificada de dilaciones indebidas.

La sentencia no es firme y contra ella cabe recurso de apelación ante la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de la Región de Murcia.

La fiscal recurre la sentencia del caso Visser y pide que se condene a Stan y a De Alba
Agencia EFE – Laopiniondemurcia.es

23 de noviembre de 2016

El Ministerio Público ha recurrido la sentencia dictada tras el veredicto del jurado popular que juzgó a los cuatro acusados en el asesinato de la jugadora holandesa de voleibol Ingrid Visser y de su pareja, Lodewijk Severein, y que declaró culpables a dos de ellos e inocentes a los otros dos.

Por su parte, uno de los abogados que ejercieron la acusación particular en nombre de las familias de las víctimas ha declarado que tienen en estudio si apelan igualmente la sentencia, aunque aún no lo han decidido.

En el escrito del recurso presentado por la Fiscalía, se reitera la solicitud de condena del ciudadano rumano Constantin Stan, para el que solicitó dos condenas de 25 años de cárcel cada una de ellas por los dos asesinatos, pero que el jurado popular encontró no culpable.

Asimismo, ha pedido que el dueño del huerto de Alquerías donde fueron enterrados los cadáveres desmembrados, Serafín de Alba, igualmente absuelto por el veredicto popular, sea condenado a tres años de cárcel, como encubridor.

Sostiene el Ministerio Público, por tanto, que los indicios de culpabilidad que aparecieron durante las sesiones del juicio contra ambos son «abrumadores», y cita entre ellos tanto las contradicciones en que incurrieron ambos acusados como lo acreditado con las pruebas que se practicaron en la vista oral.

Señala también que esas pruebas acreditaron que mintieron en el juicio, lo que se acreditó con las pruebas testificales y con los informes aportados por las compañías telefónicas sobre el posicionamiento de sus teléfonos móviles en el momento de los hechos.

Fuentes de la Fiscalía mostraron su contrariedad cuando se hizo público el veredicto del jurado y señalaron las dificultades que entraña revocar una sentencia absolutoria en aplicación de las jurisprudencia consolidada del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo.

Según esa jurisprudencia, al no poder repetirse las pruebas practicadas en la vista oral del juicio contra el que se apela, resulta prácticamente imposible anular la sentencia, a no ser que la misma resultase ilógica, absurda o irracional.

Cuenca e Ion, condenados
La sentencia redactada por el magistrado-presidente del jurado, Enrique Domínguez y notificada a las partes el pasado tres de noviembre, condenó al otro ciudadano rumano, Valentin Ion, como autor material del doble crimen, a dos penas de 17 años de cárcel cada una. Ion contó con detalles en la vista cómo acabó con la vida de Visser y su pareja.

La misma condena impuso al otro acusado declarado culpable, Juan Cuenca, gerente del club de voleibol donde jugó Visser y cerebro de la trama, que confesó en el juicio que tenía un plan para dar muerte a los holandeses.

Juan Cuenca: «Reitero mi arrepentimiento»
Alicia Negre – Laverdad.es

11 de marzo de 2017

Juan Cuenca, el principal condenado por el asesinato y descuartizamiento de la holandesa Ingrid Visser y de su pareja, Lodewijk Severein, reapareció ayer públicamente. El exgerente del Club Voleibol Murcia 2005, que cumple condena en la prisión de la localidad alicantina de Villena, siguió a través de una videoconferencia la vista que celebró la Sala de lo Civil y lo Penal del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) para estudiar el recurso presentado por la Fiscalía contra la sentencia del ‘crimen de los holandeses’.

Cuatro meses después de que acabase uno de los juicios más mediáticos de los últimos tiempos, Cuenca, que ya lleva tres años y ocho meses entre rejas, ofreció a través de la pantalla una imagen visiblemente deteriorada. Al término de la vista aprovechó su derecho a la última palabra para ratificar la declaración de culpabilidad que ya realizó durante el juicio y para reiterar su arrepentimiento.

La única ausencia
El principal condenado fue el único de los implicados que no siguió la vista desde el Palacio de Justicia de Murcia. El traslado desde la cárcel de Valentín Ion retrasó la vista, que fue presidida por el magistrado Miguel Pasqual del Riquelme, máximo responsable del TSJ. Como ya se avanzó, la fiscal del caso, Verónica Celdrán, defendió su recurso contra la sentencia del tribunal del jurado, que condenó a Cuenca e Ion a 34 años de cárcel por el doble asesinato y absolvió, sin embargo, a Constatín Stan y al sospechoso de encubrimiento Serafín de Alba, dueño de los terrenos de Alquerías donde fueron sepultados los cadáveres.

La representante del Ministerio Público sostuvo que el jurado no fundamentó adecuadamente esas decisiones y reclamó la nulidad de la vista únicamente para Stan y De Alba. A su entender, el tribunal popular no aclaró debidamente por qué tuvo en cuenta unas pruebas y otras no y por qué descartó aquellas que conducían a la participación de Stan como autor del doble crimen junto a su compatriota condenado. «No se ha dado una explicación a (que se desechara) la pluralidad de indicios que había contra ellos y a las fuertes contradicciones en las que incurrieron», recalcó la fiscal. Esta reclamó, con carácter subsidiario, que se rebaje la apreciación de la atenuante de dilaciones indebidas, por los retrasos en la investigación judicial del ‘caso Visser’, ya que, remarcó, «el parón en la causa se debió a problemas técnicos» y durante ese lapso se siguieron practicando pruebas.

Los letrados de la acusación particular -que representa a las familias de las víctimas-, Javier Martínez y Miriam Van de Velde, se adhirieron a la petición del Ministerio Público y remarcaron que la conclusión final del jurado «es absurda, injustificada y sorprendente».

El abogado Fidel Saura, que representa a De Alba, rechazó de plano este recurso y sostuvo que el fallo del tribunal popular «fue perfectamente lógico y lícito». El letrado Melecio Castaño, que defiende a Stan, remarcó que el veredicto del jurado, decidido por unanimidad, «no puede ser más claro» y sostuvo que, debido al problema existente con la transcripción de las grabaciones, «la causa se retrasó un año y siete meses».

El letrado Pablo Ruiz-Palacios, defensor de Cuenca, sostuvo en este sentido que la dilación «extraordinaria» registrada en el procedimiento solo puede imputarse al juzgado de instrucción, «por seguir con algo que estaba mal hecho desde el principio». Fermín Guerrero, el letrado defensor de Ion, no pudo comparecer en la vista por problemas de salud, pero fue sustituido por Pedro Julián Pozo, que solicitó que se mantenga la atenuante de dilaciones indebidas como muy cualificada.

Stan, que llegó a pie al Palacio de Justicia, remarcó en la vista que «soy inocente de matar a estas personas». Subrayó que «soy culpable de muchas cosas, pero un asesinato es algo muy grave», e incidió en que «cuando estaba en el chalé nunca pensé que iba a pasar esto». A las puertas del juzgado aseguró no sentirse preocupado por una posible anulación del fallo que lo podría volver a sentar en el banquillo. «Confío en la Justicia española porque no es una justicia dictatorial», señaló.

Ion, por su parte, remarcó al tribunal que su compañero, Stan, nada tuvo que ver con el doble crimen. «Él no participó en lo ocurrido», subrayó. «Yo nunca le dije lo que iba a pasar. En aquel momento entendía menos el español y no lo sabía». De Alba optó por no pronunciar palabra.

El TSJ sube a 40 años las penas de cárcel para Cuenca e Ion por asesinar a los dos holandeses
Laverdad.es

17 de marzo de 2017

El asesinato de la jugadora holandesa de voleibol Ingrid Visser y de su pareja, Severein Lodewijk, les saldrá más caro todavía a Juan Cuenca y Valentín Ion. La Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de la Región de Murcia ha aumentado de 17 a 20 años de cárcel la pena impuesta, por cada asesinato, a cada uno de los dos condenados por el crimen de los holandeses tras estudiar los recursos de la Fiscalía y de la acusación particular. Así, tanto Cuenca como Ion pasarán de cumplir 34 años a 40 por los dos asesinatos, según el fallo del TSJ.

Estima el tribunal que la circunstancia atenuante de dilaciones indebidas debe ser aplicada a los tres condenados como simple, y no como muy cualificada, que fue lo que acordó el jurado popular ante el que se desarrolló la vista oral. De esta manera, el TSJ de Murcia ha estimado una mínima parte de los recursos que presentaron la Fiscalía y la acusación particular contra la sentencia dictada en este caso.

En sus recursos, concretamente, las acusaciones también habían reclamado la condena por dos asesinatos para el ciudadano rumano Constantin Stan (que solo fue condenado por encubrimiento), y la del dueño de los terrenos donde fueron enterrados los cadáveres, Serafín de Alba, como encubridor, aunque finalmente la Sala no ha accedido a ello. En cuanto a Stan, que fue condenado a cinco meses de prisión por un delito de encubrimiento, la Sala de lo Civil y Penal del TSJ eleva esa condena a seis meses y un día.

No se revoca el fallo
Con esta decisión, la Sala desestima además el recurso presentado por la Fiscalía el pasado mes de noviembre, en el que la representante del Ministerio Público, Verónica Celdrán, reclamaba la nulidad del juicio respecto de Stan y De Alba por existir «razones legales más que suficientes para revocar las resoluciones del jurado popular» respecto de uno y otro acusado. La fiscal y la acusación particular reiteraron en la vista que se celebró la semana pasada para resolver los recursos presentados que la conclusión del jurado fue «absurda e injustificada».

A su entender, el tribunal popular no aclaró debidamente por qué tuvo en cuenta unas pruebas y otras no y por qué descartó aquellas que conducían a la participación de Stan como autor del doble crimen junto a su compatriota condenado. «No se ha dado una explicación a (que se desechara) la pluralidad de indicios que había contra ellos y a las fuertes contradicciones en las que incurrieron», recalcó la fiscal. Pese a todo, la Sala del TSJ no estimó este extremo del recurso del Ministerio Público.
https://criminalia.es/asesino/caso-visser/
 
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