Cuando era una niña, mi padre nos llevaba muchos domingos temprano al cementerio a visitar la tumba de sus padres. Me encantaba: había momentos de recogimiento, otros en los que mirabas panteones, epitafios, oías medio asustada a las palomas, y los que más nos gustaba: las historias de miedo que nos contaba muy flojito.
Supongo que de aquello ha quedado el gusto por visitarlos.
Supongo que de aquello ha quedado el gusto por visitarlos.