Autoestima y otros temas de psicología

Tú no eres el problema, el problema es tu autoestima

Si tenemos una autoestima baja es importante que aprendamos a trabajarla y sepamos valorarnos ya que, si nosotros no lo hacemos, nadie lo hará en nuestro lugar

¿Tienes dificultades en tus relaciones sociales? Sin quererlo, ¿acabas siempre rodeado de personas tóxicas? Si es así, quizás tengas un problema de autoestima.


No es la primera vez que creemos que tenemos una tara.




Tal vez no seas tan bueno para acercarte a las personas adecuadas, te cuesta demasiado ser asertivo y decir “no” y siempre te desesperas porque sientes que no vales para lo que estás haciendo.







Deja de pensar que te ha tocado a ti la peor de las suertes. Tu problema reside en tu autoestima y es lo que hay que trabajar.


¿Por qué tengo una baja autoestima?



A lo largo de la vida nos encontraremos con experiencias y dificultades que nos permitirán aprender y avanzar. No obstante, a veces, logramos el efecto contrario.


Nos convertimos en personas grises, carentes de motivación y con una clara falta de autoconfianza y seguridad en nosotros mismos.


La razón por la que puedes estar pasando por esto es porque no te aceptas tal cual eres. Quieres ser perfecto y no admites tus errores. Estos pueden ayudarte a impulsarte hacia adelante si los miras desde otra perspectiva.


También, puede que busques constantemente la aprobación de las demás personas. Esto provoca que tu motivación y tu felicidad se encuentren en manos de otros.


Es posible que caigas, en algunas ocasiones, en las terribles comparaciones que no te hacen más que daño.






Pero, sobre todo, ¿llevas una vida saludable? Hacer ejercicio, cuidar tu alimentación y alejarte de personas que no te convienen puede ayudar, de forma notoria, a tu autoestima.


A veces, no podemos elegir



Es cierto que muchas veces la falta de autoestima no ha sido una elección nuestra. No es producto de lo anteriormente mencionado, sino de experiencias en las que nos hemos visto sumergidos de forma involuntaria.


Por ejemplo, haber pasado la infancia en una familia desestructurada o con padres poco afectuosos puede ser un desencadenante.


¿Has sufrido un caso de abuso? Los niños que han sufrido acoso escolar tienen graves problemas para confiar en ellos mismos y proyectar la seguridad que deberían tener.




Asimismo, las expectativas demasiado elevadas por parte de los padres o una sobreprotección pueden provocar que tu autoestima se vea afectada en el futuro.


Como has podido observar, lo que ocurra en tus primeros años de vida repercutirá en tu futuro. Sin embargo, ¿podemos modificar esto?


La autoestima progresa a lo largo de la vida



Toda situación puede cambiar y tu autoestima forma parte de esto. A lo largo de la vida se hará más fuerte, más sabia, lograremos aprender a mantenerla.



Para ello, será muy importante que empecemos con unas sencillas afirmaciones que será necesario interiorizar:


  • Supera aquellos miedos que te bloquean y crean barreras.
  • Deja de autosabotearte constantemente. A veces, el peor enemigo para tu autoestima reside en ti mismo.
  • Si llevas a cabo acciones autodestructivas, elimínalas.
  • Plantéate objetivos realistas.
  • Aprende de tus errores, sin ellos no podrías avanzar.
  • Confía en todas y cada una de tus capacidades.

Aunque parezca sencillo, sabemos que esto es muy difícil. Por eso, en algunas situaciones es necesario acudir a un psicólogo que nos oriente y nos abra los ojos ante lo que somos y lo que podemos llegar a conseguir.


No será fácil, pero merecerá la pena



Lidiar con las personas, con las adversidades, no es fácil y tu autoestima siempre será la primera de las afectadas. Sin embargo, esto no significa que no pueda salir bien parada.


Cuando nuestra autoestima baja se convierte en una oportunidad para conocernos mejor, aceptar lo que sentimos y sacar fuerzas de donde creemos que no las tenemos.


Piensa que a veces para subir hay que bajar, y eso mismo es lo que le ocurre a tu autoestima. Ella pondrá a prueba tu resistencia para que te conviertas en la mejor versión de ti mismo.





No obstante, la verdadera solución se encuentra en querernos y valernos por nosotros mismos. Creemos que nos queremos, que nos cuidamos, pero a veces esta es una gran mentira.


Nuestras acciones y cómo afrontamos nuestro día a día nos dicen todo lo contrario.


Abre los ojos y empieza a cuidar tu autoestima. Cuando lo hagas descubrirás que serás mucho más feliz.

Por Raquel Lemos

 
8 hábitos que mejoran tu autoestima


Practicar el amor propio es fundamental para sentirse bien. Si incluyes estos hábitos en tu rutina podrás combrobarlo. Invierte en ti, ¡no te olvides!

Valorarnos, querernos, priorizarnos son aspectos fundamentales para sentirnos bien, aunque la mayoría de las veces suelen quedar relegados a un segundo plano. La autoestima es clave para alcanzar el bienestar, el problema es que solemos olvidarlo.


Solo cuando nos tratamos con respeto y nos amamos somos capaces de exprimir todo nuestro potencial y crear relaciones sanas con los demás. De ahí, que conocernos y valorarnos a nosotros mismos sea la llave para alcanzar la felicidad y conectar con los demás. Veamos a continuación como hacerlo.






Silencia a tu crítico interno

Todos tenemos una vocecilla en nuestro interior que se dedica a juzgar todo lo que hacemos: el crítico interno. En algunos estará silenciado, en otros apenas se distinguirá su tono de voz y en otros, su volumen será tan elevado que será casi imposible distinguir otras voces. Cuando esto último ocurre, normalmente la autoestima se encuentra por los suelos.


El crítico interno nos hace dudar y desconfiar de nuestras capacidades. Nunca haremos nada bien, ni siquiera aún cuando hayamos puesto todo nuestro empeño en ello, para él nada es suficiente. Siempre quiere más. De ahí que tenga grandes consecuencias en nuestra salud emocional. Por esta razón, es importante aprender a identificar cuándo nos habla para bajar su volumen y dejar de creerlo. Porque aunque su intención sea protegernos, no sabe que comunicarse a través del miedo y la amenaza no es el camino correcto.


  • Así, para desterrar a este personaje lo primero que hay que tener en cuenta es que se necesita mucha fuerza de voluntad, ya que el crítico interno ha crecido con nosotros y a veces será complicado reconocerlo.
  • Una vez identificado, el siguiente paso es cuestionarlo, es decir, dudar de aquello que nos dice, pero con cariño y respeto. Lo importante es que perciba que exista un mundo de posibilidades más allá de su rigidez.
  • De esta forma, aprenderá que la crítica no es el camino, sino la amabilidad.







Deja de esperar la aprobación de los demás

A todos nos gusta saber que nuestro entorno nos valora y aprueba aquello que hacemos o deseamos emprender. El problema ocurre cuando lo necesitamos para avanzar, cuando dependemos de las respuestas de los demás para actuar y nos olvidamos de nuestras necesidades.


Esperar a que nos den permiso para caminar, a que nos expresen que están de acuerdo para elegir aquello que vamos a hacer tan solo nos genera frustración. Además, poco a poco nuestra autoestima disminuye y nos distancia de nuestra esencia porque dejamos a un lado nuestras prioridades para cumplir con las expectativas de los demás.






Algunas claves fundamentales para gestionar esta necesidad de aprobación son las siguientes:


  • Decir lo que pensamos.
  • Valorarnos y complacernos de vez en cuando.
  • Saber que hagamos lo que hagamos en algún momento defraudaremos a alguien.
  • Ser nosotros mismos.

Haz ejercicio

Un estudio de la Universidad de Essex afirma que tras cinco minutos de ejercicio al aire libre se produce un aumento de la autoestima y una mejora del estado de ánimo. Esto sucede en parte porque al realizar ejercicio se liberan endorfinas, unas sustancias que se liberan en nuestro organismo y que producen una sensación de bienestar, además de atenuar el dolor.


Además, aunque en un primer momento practicar deporte no nos agrade porque tenemos que realizar un gran esfuerzo, tanto físico como mental, lo cierto es que con el paso del tiempo no solo mejora nuestro estado de ánimo sino que también nos ayuda a motivarnos.










Acéptate

Aceptarnos es el primer paso para comenzar a querernos, el trampolín hacia el bienestar. Además, si no practicamos la aceptación será imposible que cambiemos aquello que nos desagrada. De hecho, la mayoría de problemas y conflictos emocionales provienen de la falta de autoaceptación.


Ahora bien, ¿cómo conseguirlo? El reto es dejar de rechazar todo aquello que no nos gusta de nosotros mismos, de lo contrario tan solo estaremos fortaleciéndolo. Por ejemplo, si rechazamos continuamente la tristeza, esta impregnará toda nuestra realidad y se hará día a día más fuerte.


Sin embargo, si aceptamos esa tristeza observaremos cómo se diluye. Es como si al aceptarla, esta perdiera toda su fuerza y optara por abandonar. Además, experimentarla nos ayuda también a conocernos y a aprender a gestionarla cuando aparezca. Porque solo cuando aceptamos tenemos también la opción de transformar.


Crea vínculos positivos

Las relaciones positivas son un gran punto de apoyo. Saber que existen personas que nos aprecian, nos escuchan y que están dispuestas a ayudarnos cada vez que lo necesitemos no tiene precio. Además, gracias a ellas podemos ganar en seguridad y confianza.


Por otro lado, compartir el tiempo con personas positivas favorecerá que nos desahoguemos a nivel emocional y que nuestros niveles de estrés disminuyan. De esta forma, será mucho más fácil que nos sintamos mejor.





Enumera y valora tus cualidades

¿En qué aspectos destacamos? ¿qué actividades realizamos con relativa facilidad y nos apasionan? Todos tenemos cualidades y capacidades que se nos dan bien. La cuestión es descubrirlas para desarrollar todo nuestro potencial interior y aumentar nuestra autoestima.


Para comenzar a hacerlo, puedes hacer una lista de todas tus cualidades y habilidades, de esos aspectos personales que te hacen destacar. Quizás en un primer momento puede que te sea complicado, sobre todo si estas acostumbrado a criticarte y a exigirte más de la cuenta. Para desbloquearte puedes pedir ayuda a un amigo o familiar cercano. Seguro que tras conversar con ellos, serás capaz de identificar cuáles son esas cualidades que te hacen único.


Una vez que tengas hecha la lista, puedes leerla cada mañana e incluso, modificarla si así lo consideras. Lo importante es que no te limites: cualquier cualidad es importante.


Sé flexible, evita el perfeccionismo

La perfección no siempre es perfecta. En muchas ocasiones, conlleva muchos más obstáculos para nuestra salud física y emocional que ventajas. Exigirnos constantemente hacer todo bien, además de frustrarnos nos genera cierta sensación de insatisfacción. La rigidez no suele ser buena compañera.


Así, la clave para aumentar la autoestima no está en alcanzar la perfección, sino en aprender de los errores y tolerar los defectos. Por que si hay algo que debemos tener claro es que es imposible que no erremos. De ahí que la mejor opción sea aprender a ser flexibles, ya que la flexibilidad nos aporta libertad para elegir y actuar, conocer otros puntos de vista y por supuesto, un estado de calma y tranquilidad.


Ahora bien, esto no quiere decir que no intentemos mejorar en ciertos aspectos, sino que seamos conscientes de cuando debemos parar, en lugar de obcecarnos con la idea de que siempre puede hacerse mejor.





Como vemos, existen muchos hábitos que pueden ayudarnos a aumentar la autoestima. Lo único que necesitamos es fuerza de voluntad y mucha motivación. Aunque aprender a quererse conlleve su tiempo siempre merecerá la pena. Valorarnos es una de las acciones más bonitas que podemos realizar, el trampolín que nos impulsa a alcanzar el bienestar.

Por Brunilda Zuñilga
 
Los diez derechos que nadie te puede negar


Hay al menos diez derechos que no están escritos en ninguna parte, pero que nos cobijan a todos y que son inalienables. Se trata de prerrogativas sobre las que hay que hablar directamente, pues no siempre se respetan.


Los diez derechos tienen que ver con actitudes y conductas que a veces son rechazadas en algunos entornos. Se refieren a actos de reafirmación individual que en ocasiones no se comprenden lo suficiente y terminan malinterpretándose.




Hay algunas ideas sobre el comportamiento que a veces se popularizan y son aceptadas socialmente, pese a que estén equivocadas. Es lo que muchas veces ocurre con ciertas conductas de autoafirmación o lo contrario: con manifestaciones de vulnerabilidad. Por eso es importante no perder de vista estos diez derechos que enseguida te comentamos.


1. A ser los primeros

Por raro que parezca, muchas personas se sienten culpables cuando son los primeros o los mejores en algo. También hay entornos que presionan para que algunos crean que de verdad no pueden ser los más destacados, pues ese lugar ya lo ocupan otros. En este sentido, nuestra capacidad para ser buenos en un aspecto, puede ser una gran ventaja si lo sabemos reconocer y explotar.





2. Cometer errores, uno de los diez derechos innegables

Resulta increíble que sea necesario reivindicarlo, pero así es: tenemos derecho a cometer errores. En realidad, buena parte de nuestra vida es precisamente una larga colección de errores. A través de ellos aprendemos y adquirimos experiencia. Además, nadie está exento de ellos y rara vez nos equivocamos adrede. No permitas que nadie te haga pensar lo contrario.




3. A tener nuestras propias opiniones

En entornos muy restrictivos o autoritarios suele imponerse la pauta de que todas las ideas deben llegar a un consenso. Esto no es cierto. Uno de tus diez derechos inalienables es el de construir, expresar y sostener tus propias opiniones frente a la realidad. Si esto no coincide con la perspectiva de los demás, no hay problema. Eso no es una fallo, sino todo lo contrario: una vía para enriquecer la visión conjunta.


4. A cambiar de idea

Cambiar de idea suele ser un hecho afortunado. Significa simplemente que ampliaste, profundizaste o complementaste la visión que tenías de algo. Eso es lo que da lugar a una nueva perspectiva y, por tanto, a nuevas decisiones o nuevos enfoques. Significa que hubo un avance o una evolución frente a la posición inicial. De ningún modo se puede ver como algo negativo. Muchos menos impedirte dar un viraje cuando en sano criterio se hace necesario.





5. A protestar por un trato injusto

Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a faltare al respeto. Mucho menos con violencia. Por supuesto, tampoco tú tienes derecho a ello. Por eso es perfectamente legítimo que cualquier persona proteste cuando siente que ha sido tratada de manera injusta. En esos casos, es prácticamente un deber el exigir respeto y consideración.




6. A pedir una aclaración

Esto sucede casi siempre con los profesores, jefes o las figuras que de uno u otro modo tienen una cuota asimétrica de poder. Muchos de ellos piensan que cualquier acto que no sea la obediencia ciega pone en duda su autoridad, cuando no es así. Hay aspectos en los que los seres humanos somos exactamente iguales. Uno de ellos son estos diez derechos de los que hablamos. Entre estos, el de solicitar aclaraciones, o pedir que te absuelvan dudas.


7. A intentar un cambio

No es raro que cuando una persona ha sostenido alguna acción o actitud destructiva durante un cierto tiempo, después muchos le nieguen el derecho que tiene a intentar cambiar. Resulta habitual que aparezcan afirmaciones irónicas o sarcásticas, así como manifestaciones de escepticismo. Tampoco es raro que si no lo logras a la primera, después te lo saquen en cara. Nadie tiene derecho a esto.


8. A pedir ayuda o apoyo

Nadie es tan autónomo e independiente como para no necesitar ayuda alguna vez. El pedir ayuda o apoyo no significa renunciar a la independencia o a la autonomía. Tampoco equivale a “molestar” a los demás. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros. Dar y recibir ayuda forma parte de nuestra naturaleza. La solidaridad mutua es, y ha sido, indispensable para la supervivencia de la especie.


9. A sentir y expresar el dolor

Vivimos tiempos en los que el dolor no solo se rechaza, sino que también pretende negarse. Muchos piensan que el sufrimiento es una “mala energía”, que además resulta contagiosa, como si fuera peste. Este es uno de esos mitos contemporáneos sin ningún fundamento.


De hecho, resulta nocivo: representa una visión superficial sobre el dolor y lo tergiversa. Todos tenemos derecho a sufrir y a expresarlo. Todos, de hecho, sufrimos. Pero es tanta la presión social que muchos deciden callar por temor al rechazo. Jamás hagas eso. Tolerarlo o no es responsabilidad de los demás.





10. A recibir reconocimiento por lo que hacemos bien

Hay entornos y personas a los que les cuesta identificar y reconocer el valor de los demás. Por eso resultan incapaces de exaltar sus virtudes y sus logros, aunque estos sean muy visibles. De hecho, muchas veces hacen lo contrario: intentan de minimizar los éxitos de los demás. Por eso, todos tenemos derecho a enorgullecernos de lo que hacemos bien y hacerlo notar llegado el caso. Esto no tiene nada que ver con el narcisismo, sino con un acto de mínima justicia.


Hemos expuesto diez derechos que, sin estar consagrados en ninguna ley, nos cobijan en sana conciencia. Probablemente hay muchos más. Sin embargo, teniendo presentes los que hemos descrito, seguramente lograremos una relación más saludable con los demás.

Por Édith Sánchez
 
No solo hay felicidad en dar, recibir también es un derecho

La felicidad no se inscribe solo en al acto altruista de darlo todo a cambio de nada. Recibir también es un derecho, y aún más, también es una necesidad que da aliento al corazón y que construye los pilares fundamentales de la reciprocidad.


Fue Mahatma Gandhi quien dijo una vez aquello de que “la mejor manera de encontrarse a uno mismo es perderse en el servicio de los demás.” Es un enfoque noble y humanista, no hay duda, pero no debemos confundir estas corrientes con el plano de las relaciones personales o afectivas, ahí donde “dar y recibir” se inscriben en un mismo círculo, como el clásico uróboro mitológico que simboliza el esfuerzo eterno donde no hay principio ni fin.




Dar mucho y recibir poco también cansa, y aunque el don de saber dar a cambio de nada sea hermoso, también hace falta recibir sin tener que pedir.
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Adam Grant, psicólogo y autor del libro “Dar y recibir”, nos indica que todos nosotros estaríamos situados en algún punto de esa línea que va desde aquel que está acostumbrado a dar, hasta el que espera solo recibir. La armonía se encontraría en un centro desde el cual, propiciar una felicidad capaz de dar y que a su vez, recibe. Algo que lamentablemente no siempre vemos. En especial, en el ámbito de las relaciones de pareja. Te invitamos a reflexionar sobre ello.





El corazón también ansía recibir reconocimiento

No queremos regalos, preferimos detalles. No deseamos que se devuelvan nuestros favores ni que nos dediquen una placa por cada esfuerzo invertido, por cada tiempo dedicado o por cada sueño relegado con el fin de atender y hacer feliz a aquellos a quienes amamos.


Lo que nuestros corazones ansían recibir es respeto, reconocimiento y reciprocidad. Nada de esto se toca con las manos. Sin embargo, tiene la sutil virtud de acariciarnos el alma para hacernos sentir amados. Es por ello que muchas veces, al no tener nada de esto, quedamos vacíos y casi indefensos.




El problema de la mayoría de relaciones afectivas está precisamente en esta disonancia: en darlo todo a cambio de muy poco. Henry Miller, conocido por sus obras vitales y llenas de sensualidad, comentaba en alguno de sus libros que para que estas relaciones “asimétricas” tuvieran éxito, hacía falta dos enfermos: uno adicto a recibir y otro cuya adicción fuera dar. Solo entonces habría armonía. El resto de relaciones estarían condenadas, inevitablemente, a un agónico sufrimiento.









Las dinámicas de nuestras relaciones

Nuestras relaciones, ya sean afectivas, familiares o de amistad, suelen presentar un tipo de dinámica donde cada uno de nosotros nos posicionamos en algún punto entre quienes dan o quienes acostumbran a recibir. Lo ideal sería que todos asumiéramos el rol de “equilibradores”, ahí donde intentar construir una armonía respetuosa entre lo que aportamos y lo que obtenemos, estando siempre atentos a la propia interacción.




Veamos ahora con detalle qué tipo de dinámicas solemos construir las personas entre nosotros según las teorías del psicólogo y autor de “Give and take” (dar y recibir).


  • Donantes. Aquí entraría ese perfil que la psicología popular suele definir con el "Sindrome de Wendy", personas que entienden la felicidad dándose a los demás, dándolo todo a cambio de nada.

  • Receptores. En esta dimensión encontramos a aquellos/acostumbrados casi en exclusiva, a recibir.

  • Equilibradores. Lo señalábamos con anterioridad, buscan la armonía, el beneficio en común.

  • Falsos donantes. Estamos seguros de que en alguna ocasión te habrás encontrado este tipo de comportamiento: son personas con máscaras y muy embaucadoras. Aparentan una gran generosidad, pero su estrategia es afilada y egoísta: nos hacen un favor y a cambio, como Shylock, el clásico personaje del “Mercader de Venecia”, nos reclaman una libra de nuestro corazón.




Es necesario saber lo que merecemos

Queda claro que el mundo es a veces un escenario complejo y hasta variopinto, lleno de afectos y desdichas donde el bienquerer y el malquerer están a la orden del día. Sin embargo, no podemos hacer nada por cambiar a esa pareja o a ese familiar que entiende la vida de esa forma: esperando más de lo que están dispuestos/as a ofrecer.


Con el fin de mantener relaciones más saludables, debemos ser conscientes de que buscar culpables a ese malestar solo trae más sufrimiento. Hay veces en que aún existiendo el amor la relación es insostenible y eso se debe a que alguno de los dos no ama como desea, espera o necesita la otra persona. No hay que culpabilizar.


Basta con recordar lo que cada uno de nosotros merecemos, con saber que es vital establecer una relación justa con uno mismo cuidando de nuestra autoestima y recordando, por encima de todo, que amar no es un juego donde solo uno gana.
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El amor auténtico, el amor del alma, es un acto donde dos personas sabias se ofrecen libremente el uno al otro para construir, para invertir por igual. Es desear la felicidad del ser amado sin exigirle en pago nuestra propia felicidad.

Por Valeria Sabater

 
Desmitificando: “El amor romántico crea una buena pareja”

El amor romántico: un compromiso que no entiende de límites ni siquiera más allá de la muerte, una pasión desbocada, una complicidad perfecta, pajarillos cantando… Velas, luz tenue, música, a ser posible una lánguida melodía de amor, una pareja enamorada abrazados, contemplándose, intercambiando votos de devoción apasionada e intensa. ¿Utopía? ¿Imposible?


Así es como nos imaginamos el amor romántico, mejor dicho, un intercambio de una pareja ideal. Sin embargo, el romance ilimitado es imposible y esperarlo solo nos conducirá hasta amargas desilusiones.




¿Hasta que la muerte nos separe? Deberíamos reaprender a enamorarnos y dejar a un lado ese instinto de educación romántica que hemos absorbido desde la infancia a través de los cuentos de hagas.


El amor romántico se encuentra repleto de expectativas muy difíciles de cumplir




Adiós a la idealización del vínculo amoroso

La creencia de la permanencia del amor romántico tiene un séquito de conceptos aliados que conviene revisar, veamos dos principales




  • El amor a primera vista: si en verdad entendemos el amor sabremos que este sentimiento requiere del paso del tiempo para desarrollarse. Es posible sentir atracción o deseo por una persona a primera vista pero el amor requiere del paso del tiempo para que se desvelen aquellas cualidades dignas de ser amadas, de crear satisfacción mutua y enriquecimiento.
  • Estar locamente enamorado es otra frase que escuchamos (¡¡y decimos!!) con frecuencia. Sin embargo, la fase de enamoramiento o “de enajenación transitoria” no puede mantenerse durante mucho tiempo. La razón fundamental es que no resulta adaptativa ni a nivel fisiológico (alteración constante) ni a nivel social-personal (acabaríamos descuidando mucho por estar pensando en nuestro amor o por estar a su lado).
  • El amor verdadero debe ser como un cuento: la Cenicienta es buen cuento, bonito y metafórico, pero encierra tras sí un esquema relacional insano; en la vida real el encantador príncipe y la bella princesa tendrán mezclados los papales con gran probabilidad y descubrirán que sus condiciones son tan dispares que muchas veces ocasionarán conflictos.
  • Los buenos hombres reparan la casa y las buenas mujeres lavan la ropa: afortunadamente comenzamos a ser conscientes y a pelear contra el colapso que generan los estereotipos sexuales rígidos. Esto se hace en pro del énfasis de la individualidad y la igualdad, pilares esenciales de una relación.

El amor romántico se rige por una serie de creencias que nada tienen que ver con la realidad






En defensa de las relaciones reales

El propio concepto de pareja real lo determina cada miembro en conjunción con sus ideales, sus cualidades, su capacidad de reflexión y su manera de vivir los sentimientos y emociones que compartir camino genera. O sea que una pareja ideal y real es aquella que se construye a sí misma.


A menudo nos encontramos con gente que determina con insulsa facilidad que si no te haces fotos besándote, no cuelgas mensajes románticos en facebook, no orientas tu vida a un interés común y no dependes de la persona a la que amas, entonces no estás en una relación real o sana.


Pero se puede ser compatible sin necesidad de publicarlo en las redes sociales, de estar todo el día juntos, de sentir la necesidad de besarse de manera constante, de abrazarse por las noches o de poner velas para ambientar el amor romantico.


Suele parecernos mal que alguien no se ciña a estos cánones y que pretendan decirnos que lo correcto es no es decir “sin ti no soy nada”. Pero si atendemos a ello caeremos en la cuenta de que es un esquema que atenta contra nuestra autonomía y nuestras relaciones.





Se puede ser tal y como una pareja decida ser, por lo que la pluralidad y la individuación de la relación es lo que le concede el estatus de real. Claro es que esto es válido siempre y cuando estos intercambios se basen en el respeto hacia el crecimiento de uno mismo
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Cada persona tiene sus particularidades y, con ellas, se forja un amor distintivo entre dos personas. El amor verdadero no es el romántico sino que es, simplemente, el que se erige desde la libertad y cariño mutuo; o sea, el sentimiento que da alas para volar y motivos para quedarse.

Por Raquel Aldana
 
La amargura de los amores imposibles y contrariados




¿Quién no ha tenido uno? Uno de esos amores imposibles que sabes que solamente existe en ti. Idealizados y preciosos, que pueden ser de porcelana porque sabes que nunca se chocaran contra la realidad que los hace, valga la redundancia, reales. Menos frecuente actualmente es vivir un amor contrariado, entendido como aquel amor correspondido del que la realidad, de muy diferentes maneras, no permite su disfrute.


Estos dos tipos de amor se confunden y de hecho en nuestro lenguaje las utilizamos indistintamente, aunque no son equivalentes. De hecho, ambos tipos de amor están sujetos a características distintas que tienen que ver con emociones y circunstancias que van más allá del propio sentimiento de amor, como veremos.




La amargura de los amores imposibles

El primero de los tipos de amor que duele es el de los amores imposibles: ese amor que una persona siente por otra y que no es correspondido. Además, para que sea imposible tiene que caracterizarse por no poder ser correspondido nunca: “no puedo sentir lo mismo”.


“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.”
-J. Cortázar-
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Se suele decir en estos casos que la persona de quien nos enamoramos es la única capaz de hacernos sentir dos extremos emocionales: la veremos como aquella que puede darnos toda la felicidad que creemos necesitar y, al mismo tiempo, la que nos la quita, pues dicha felicidad llegaría solo cuando el amor fuese correspondido.




Los amores imposibles traen consigo una sensación constante de malestar y de tristeza: no podemos evitar sentir lo que sentimos por alguien y, sin embargo, no podemos expresarlo como desearíamos. En este sentido, la amargura de experimentar esta clase de amor se intensifica cuando imaginamos cómo sería si fuera recíproco.


La amargura de los contrariados

En un lado paralelo al de los amores imposibles, se encuentran lo que el escritor García Márquez llamó amores contrariados en su novela El amor en los tiempos del cólera. Con ello se refería a aquel que se siente y duele, que es correspondido y cuesta que se materialice por circunstancias externas a los enamorados.


En otras palabras, el amor contrariado es un amor perfecto que es probable que no se desarrolle por diferentes motivos: incompatibilidades, presiones familiares, amistades que no quieren estropearse, miedo a la dependencia emocional, etc. Es decir, es un amor trágico, a la manera de Romeo y Julieta.




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Se ha dicho que este amor es el peor de todos, pues los que se quieren sentirán frustración: “quiero, queremos y no podemos”. Los dos saben que la otra persona es quien le entiende y complementa, quien le quiere por lo que es. De la misma forma, los dos protagonistas de este amor desconocen la manera de salvar los obstáculos.





Los amores contrariados se caracterizan sobre todo por la impotencia, que se transforma en sufrimiento por ambas partes. Sabrán que “por mi bien, por tu bien, por nuestro bien, por las circunstancias”, sus caminos se han cruzado y solo con mucho esfuerzo podrán llegar a unirse.


La diferencia con el amor platónico

El amor si no es mutuo y puede realizarse es amargo, como hemos visto. Sin embargo, ¿qué ocurre con esos otros amores que no van más allá de la idealización? Hablamos de los amores platónicos, que incluimos aquí para diferenciarlos de los arriba expuestos.


Estos tampoco entran dentro del mundo del famoso San Valentín, pues al contrario que los amores imposibles y contrariados no son del todo reales. Esto es: se quedan en la imaginación, no llegan a sentirse como amores verdaderos porque no duelen.


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A diferencia de lo que muchas veces creemos, el amor platónico está asociado a la belleza y no a un amor no correspondido. De hecho, para Platón el amor está asociado al impulso que nos lleva a conocer la esencia de la belleza y que podemos encontrar en otra persona, pero no al impulso que nos lleva a esta.

Por Cristina Medina Gomez
 
Amor crepuscular: amores maduros que llegan en el momento correcto



¿Has pensado alguna vez en el amor crepuscular? Me gustaría mostrarte qué es y por qué resulta sumamente bello y atractivo, ya que el amor crepuscular supone un cariño que llega en el momento preciso, en el que sabrás valorarlo mejor que si te hubiera llegado en una etapa anterior. De hecho, no es raro que hayamos experimentado antes la sensación de que un amor, quizá, nos ha llegado demasiado pronto.






El amor rara vez avisa cuando llega, no tiene timbre, ni hay invitaciones ni va a acompañado de una corte que le permita ser visto en la lejanía. De nosotros depende cómo lo aceptemos y vivamos. Sin embargo, hay momentos en los que parece que el amor ha sabido elegir la ocasión perfecta para hacer acto de presencia. El amor crepuscular es así.


¿Qué es el amor crepuscular?




Dice un dicho popular que “hay amores que matan”. Sin embargo, el amor crepuscular es lo opuesto a este célebre refrán. Es un resumen de experiencias en las que se encierra la sabiduría de saber lo que no queremos y lo que nuestro corazón ansía con fuerza.


El amor crepuscular se refiere a ese sentimiento tranquilo, de cariño y comprensión, que llega en el momento en que ha de hacer acto de presencia.
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Cuando nuestro corazón está dolido de pasión y escarmentado de sufrimiento por vivencias pasadas, llega un momento en el que necesita calma y reposo. Es en este momento cuando se produce la ocasión ideal para que el amor crepuscular llene de gozo tu alma.




Porque el amor crepuscular es un amor tranquilo y reposado. Un sentimiento de unión entre dos personas que nada tiene que ver con los rigores, las prisas y las exageraciones de relaciones pasadas.


El amor crespuscular se alimenta de las experiencias vividas. Llega un momento en que sabemos perfectamente qué es lo que queremos. De repente, conocemos qué es lo que no nos gusta porque hemos aprendido de las experiencias que nos han hecho sufrir. De ello surge un profundo conocimiento de nosotros mismos y de nuestros sentimientos que, junto a la persona adecuada, es un derroche de pasión tranquila y bella.


Los amores de hoy y siempre



Es de todos conocido que a lo largo de los años los seres humanos vivimos una cantidad enorme de emociones y sentimientos relacionados con el amor. Desde muy jóvenes comenzamos a sentir un corazón fuerte y palpitante, necesitado de emociones fuertes.


Ya en plena juventud, especialmente durante la adolescencia, se despierta en nuestro corazón una pasión desenfrenada que nos hace vivir con intensidad cada emoción del alma. Tanta que incluso puede doler no estar con el ser querido. Un primer amor es puro fuego, desenfreno y ardor sin fronteras.




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Posteriormente, van llegando otras relaciones que aúnan experiencia y descubrimiento. Amores de juventud que, si bien ya tienen cierto contenido de lo anteriormente vivido, todavía no se pueden considerar como crepusculares, ya que mantienen cierto tono de inmadurez adolescente y un tira y afloja constante, aunque van sentando las bases de la personalidad.


Finalmente, tras un largo proceso de dolores, sufrimientos, placeres y diálogo, llega el momento del amor crepuscular. Los corazones han pasado por tantas parejas que necesitan el merecido reposo del guerrero y saben cómo conseguirlo, pues se conocen bien a sí mismos, ha acumulado gran experiencia y conocen mucho de sus almas afines.


El amor crepuscular en el cine




El cine ha dado lindas muestras de amor crepuscular. Historias inolvidables que han permanecido en la retina del imaginario colectivo. ¿Quién no ha vibrado con la maravillosa aventura de Katharine Hepburn y Henry Fonda con En el estanque dorado?


Pero, si hablamos de emociones a flor de piel y el amor al borde de crepúsculo, no podemos obviar la absorbente historia vivida entre Clint Eastwood y Meryl Streep en Los puentes de Madison. Pasión en el ocaso de dos personas que descubren que todavía tienen un corazón que les late en el pecho.


Así podríamos seguir con muchos ejemplos realmente nostálgicos. Bill Murray encuentra la pasión en Lost in Traslation, Shirley MacLaine lo hace junto al viejo astronauta Jack Nicholson en La fuerza del cariño o Sean Connery y Audrey Hepburn con Robin y Marian.


La belleza del amor crepuscular

Cuando llega el amor crepuscular, al fin dejas de ser esclavo de tus pasiones. En ese momento, todo parece mucho más sencillo. Una separación de la persona amada durante la juventud parece desgarrarte el alma. Sin embargo, con la sabiduría y paciencia que da la experiencia, serás capaz de integrar mucho mejor la historia de un amor.


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Todas las experiencias que has vivido, tanto dolorosas como no, te servirán para aprender a apreciar a esa persona que está a tu lado. Al mismo tiempo, encuentras la comprensión que necesitas en tu pareja y entre ambos se crea una conjunción maravillosa y una comunicación única y espléndida.


Pero, no olvides que el amor crepuscular es recíproco. No llegará si tú no lo deseas de verdad o si no estás preparado. No hará acto de presencia si tú no comprendes y te compenetras con tu pareja. La experiencia y la calma son sus virtudes curativas para el corazón, pero no deja de ser cosa de dos.

Por Pedro González
 
Cuando de pronto, somos el “lobo” en el cuento de alguien
A veces, casi sin darnos cuenta, nos convertimos en los malos del cuento, en el “lobo” de Caperucita Roja. Ese alguien que por dar una negativa a tiempo, decir la verdad en voz alta o actuar según sus valores se convierte en el personaje malévolo de la historia, en el responsable de que esa fábula no sea de color de rosa ni tenga la narrativa que alguien quiso dictarnos.

Si hay algo realmente peligroso y poco adecuado es hacer uso de esa dicotomía tan radical que gusta diferenciar a las personas entre buenas y malas. Lo hacemos tan a menudo que apenas nos damos cuenta.


Por ejemplo, si un niño es obediente, tranquilo y silencioso decimos al instante que es “bueno”. Por el contrario, el que tiene carácter, es contestón, inquieto y muy proclive a las rabietas, no dudamos en decirle en voz alta aquello de “eres un niño malo”.

Es como si muchos dispusiéramos de un férreo esquema autoconstruido sobre lo que esperamos de los demás, sobre lo que consideramos como adecuado y respetable, sobre lo que entendemos como nobleza o bondad.

Así, cuando un solo elemento de esa receta interna no se cumple, no se expresa o no aparece; cuando algo falla, no dudamos en calificar a esa persona como desconsiderada, tóxica o incluso “malvada”. Ser el lobo en el cuento de alguien es bastante común. Pero en muchos de estos casos es necesario analizar a la persona que habita bajo la caperuza roja.

Cuando crear nuestros propios “cuentos” nos confiere seguridad



Caperucita es una niña obediente. En su trayecto por el bosque sabe que no debe salirse del camino marcado, que hay seguir las normas, actuar según lo establecido.


Sin embargo, cuando aparece el lobo sus perspectivas cambian… Se deja cautivar por las bellezas del bosque, por el sonido de los pájaros, el tacto de las flores, la fragancia de ese mundo nuevo cargado de sensaciones. El lobo, en el cuento, representa por tanto la intuición y ese reverso más salvaje de la naturaleza humana.


Caperucita en la vida real

Esta metáfora nos sirve sin duda para entender un poco más muchas de esas dinámicas con las que nos encontramos a diario. Como Caperucita al inicio del cuento, hay personas que muestran un comportamiento rígido y pautado.


Tienen interiorizadas cómo deben ser las relaciones, cómo debe ser el buen amigo, el buen compañero de trabajo, el buen hijo y la excelente pareja… Sus cerebros están programados para buscar esas dinámicas en exclusiva y esa uniformidad, porque es así como obtiene lo que más necesita: seguridad.


No obstante, cuando acontece la disonancia, cuando alguien reacciona, actúa o responde de forma diferente al plan previsto, entran en pánico. Aparece la amenaza y el estrés. Una opinión contraria se ve como un ataque.

Un plan opuesto, una negativa inofensiva o una decisión inesperada se siente al segundo como una desoladora decepción y una inmensa afrenta. Así, casi sin buscarlo, sin preverlo y sin quererlo, nos convertimos en el “lobo” del cuento, en ese alguien que por seguir su intuición hirió al ser frágil que habitaba en el interior de una caperuza.

Pero hay algo que tampoco podemos negar: muchas veces nosotros somos esa Caperucita que comete el error de crear su propio cuento. Ideamos planes sobre cómo debe ser nuestra vida, cómo esa familia ideal, como ese mejor amigo y ese amor perfecto que nunca falla y que encaja con todas nuestras piezas sueltas.

Imaginarlo nos ilusiona, que ocurra nos dota de seguridad y luchar para que todo siga así nos define como persona. Sin embargo, cuando el cuento deja de ser cuento y se convierte en un ensayo de la realidad, todo se derrumba y aparece al instante esa manada de lobos devorando nuestra fantasía casi imposible.


Ser el lobo, cuestión de valentía

Ser el lobo en el cuento de alguien no es agradable. Puede que existan razones concretas para que lo seamos y puede que no. Sea como sea, son vivencias incómodas para todas las partes.

Ahora bien, hay un aspecto muy básico que no podemos dejar de lado. En ocasiones, ser el “malo” en la historia de alguien nos ha permitido ser el “bueno” en la nuestra. Pudimos ser, por ejemplo, ese héroe que capaz de salir de una relación infeliz, o ese personaje que se atrevió a poner “fin” a un relato que ya no daba más de sí.

El lobo siempre será malo si solo escuchamos a Caperucita

Antes de convertirnos en lobos domesticados habitando en fabulas imposibles es conveniente aunar fuerzas y valentías, escuchar al propio instinto y actuar con inteligencia, respeto y astucia. Porque actuar según los propios principios, necesidades y valores no es responder con malicia.

Es vivir de acuerdo al propio instinto, saber que en el bosque de la vida no siempre los buenos son tan buenos ni los malos tan malos. Lo importante es saber convivir con autenticidad, sin pieles ni caperuzas.

Por Valeria Sabater
 
Personas honestas: características y comportamientos



Las personas honestas no tienen en mente la necesidad de agradar a todo el mundo. Les incomoda la hipocresía y por ello no dudan en practicar el único lenguaje que conocen: la sinceridad. Son leales y firmes en sus convicciones, y aunque en ocasiones resulten incómodas, son hábiles a la hora de crear vínculos fuertes y significativos con personas que merecen la pena.


A menudo, suele decirse aquello de que todo el mundo alaba y defiende la verdad, pero en el momento en que alguien se atreve a ser honesto siempre acaba siendo señalado y criticado. No es fácil por tanto mantener la coherencia entre aquello que uno piensa y luego hace. A menudo, sabemos lo que sentimos pero acabamos comunicando justo lo contrario. Lo hacemos por condicionantes sociales, por temor a hacer daño o llamar la atención.




Por eso son tan valiosas las personas honestas. Porque en ellas hay una dosis de valentía y una clara voluntad por mantener la coherencia. Pocos valores sociales y psicológicos son tan necesarios como la honestidad, esa dimensión que Thomas Jefferson consideraba como el primer capítulo de la sabiduría y que Mark Twain definía como la mejor arte perdida.


Sea como sea, hay un aspecto que está claro: estamos ante esa cualidad que siempre exigimos a los demás. Gracias a ella podemos construir relaciones basadas en la confianza. Necesitamos saber que la persona que tenemos en frente y a la que amamos o respetamos como amigo o compañero de trabajo, es sincera y auténtica en todo momento.


“La honestidad es un regalo muy caro, no la esperes de gente barata”.


-Warren Buffett-






Personas honestas, ¿cómo identificarlas?

Las personas honestas no llevan pancartas ni camisetas con hashtags definiendo lo que son. Debemos aprender a identificarlas por nosotros mismos. Un buen modo de hacerlo es escuchando, observando, conectando con aquellos que nos rodean y por supuesto, teniendo claro un sencillo detalle: a la honestidad no le van las justificaciones. Veamos cómo se explican estas ideas.


No pierden tiempo en aquello que no les agrada

La Universidad Julius-Maximilians de Würzburg, en Alemania, realizó un estudio para profundizar un poco más en esta dimensión. Así, un primer aspecto que descubrieron es que las personas honestas suelen ahorrar tiempo en muchas de sus conversaciones. No dan rodeos, no pierden el tiempo cuando alguien o algo no les agrada o no sintoniza con sus valores. Dejan claras las diferencias con asertividad y respeto para marcar distancias.




Al hacerlo, no dan ni esperan demasiadas justificaciones. Saben que no es adecuado alargar situaciones que con el paso del tiempo pueden ser contraproducentes.


No mienten ni toleran las mentiras

Hay un libro muy interesante titulado “Por qué mentimos… en especial a nosotros mismos: La ciencia del engaño” de Dan Ariely, un catedrático de psicología que profundiza en este tema. Según el autor todos nos creemos honestos. No importa que mintamos, que aquello que pensemos y aquello que digamos esté a años luz de distancia. Casi siempre mantenemos esa autoimagen intachable donde rara vez nos abandona el sentido de la honestidad.


Las personas honestas, las que lo son en mente, palabra y comportamiento no toleran engañarse a sí mismas ni engañar a los demás. No mienten porque hacerlo les genera una incómoda disonancia cognitiva que ataca a su identidad y autoestima.




Personalidades relajadas, mentes tranquilas

Las personas honestas son más felices e incluso gozan de una mejor salud. Así nos lo revela por ejemplo la doctora Anita E. Kelly, profesora de psicología en la Universidad de Notre Dame de París. Según este estudio, ser sinceros, no hacer uso de la mentira y ser genuino siempre con uno mismo y con aquello que se dice y hace genera un mayor bienestar. Ese equilibrio interno, esa paz mental revierte en la propia salud.


Saben construir relaciones más significativas

La deshonestidad y el hecho de mostrarse poco íntegros en algún momento, supone para este tipo de personas un sobreesfuerzo. Es esa disonancia cognitiva que les genera malestar, tensión e incomodidad. Por ello, las personas honestas valoran por encima de todo poder construir relaciones basadas en la confianza. No solo se muestran en todo momento de manera auténtica, sincera y respetuosa con quienes les rodean. Sino que además, exigen esto mismo en quienes forman parte de su día a día.


Algo así hace, sin duda, que no siempre cuenten con un gran número de amistades. Si cuentan con pocas, son siempre las más adecuadas, las más genuinas, aquellas donde se genera una reciprocidad continua y satisfactoria.





Para concluir cabe señalar solo un aspecto más. La honestidad es un principio ético, un valor que ayuda a crear una sociedad más íntegra y saludable. Sin embargo, esa dimensión que todos creemos tener no siempre se aplica de forma real y respetuosa. A menudo caemos en las mentiras complacientes, esas que camuflan verdades y sentimientos.


En todo momento no podemos decir lo que pensamos, en este sentido determinados filtros son a menudo recomendables. Sin embargo, más o menos maquillada, la sinceridad es un pilar muy importante del respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos.

Por Valeria Sabater
 
Sinceridad y sincericidio ¿cuál es la diferencia?


¿Es bueno decir siempre toda la verdad? ¿Se valora realmente la sinceridad de las personas? ¿Cuándo hablamos de sinceridad y cuándo lo hacemos de sincericidio? Hablar de sincericidio significa decir la verdad sin prudencia, sin límites, sin tener en cuenta lo que siente o desea el otro. En definitiva, se podría decir que la sinceridad aplicada sin inteligencia puede ocasionar daños innecesarios.


Lo mejor sería utilizar la verdad para ayudar y la sinceridad para construir, pero nunca para derruir o derribar a otros. Tengamos en cuenta que la verdad es un arma muy poderosa, que no debe carecer de empatía e inteligencia social.




Por otro lado, puede que cuando hagamos un sincericidio no digamos mentiras y sea la verdad lo que trasmitimos, pero cuando lo hacemos sin tener en cuenta al otro o solo por desahogarnos nosotros, no estamos haciendo el bien ni empleando la verdad como es necesario. Simplemente expresamos realidades objetivas que dañan en momentos que no son adecuados.


Entonces, para no herir, ¿hay que mentir? La explicación no es tan sencilla como decir la verdad o mentir, a veces, una verdad no va a servir para nada o va a empeorar la situación. Lo que mejor podemos hacer será comunicar aquello que queremos decir, pero con sensibilidad, encontrando el momento y el contexto adecuado o buscando la mejor forma de hacerlo.





¿Qué le ocurre a mi cerebro cuando miente?

Un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience demostró que cuando mentimos, la amígdala, el área que trabaja en nuestro cerebro cuando realizamos esta acción, va disminuyendo su activación a medida que decimos mentiras. Es decir, que se desensibiliza ante la repetición de tal acción.




Con esto podemos concluir que, al mentir, hacemos que nuestro cerebro se relaje y se acostumbre a no decir la verdad. Sin embargo, nuestra función está no en mentir, sino en aprender a seleccionar y trasmitir la verdad. Nuestras relaciones sociales no van a resistir demasiado si no le ponemos ciertos filtros a lo que comunicamos, con independencia de que mensaje que trasmitimos se ampare en la realidad o no.


Como hemos señalado, el sincericidio no nos proporciona mejores habilidades, ni mejora nuestra autoestima ni nos ayuda a mejorar nuestras relaciones sociales. Lo que sí nos ayuda es la sensibilidad; ciertas verdades hay que trasmitirlas con la delicadeza con la que se posa una pluma, otras hay que guardarlas hasta que llegue el momento, otras nos compartirlas nunca porque no son de mayor interés y con otras hay que hacer una comunicación gradual, de manera que la persona tenga tiempo para asimilarla.


Quienes saben expresar lo que sienten sin dañar son los verdaderos héroes, aquellos que se toman tiempo para medir sus palabras y hacer que con sus acciones o su lenguaje se genere mejore al entorno o a las personas que le rodean.






¿Es bueno decir siempre la verdad o es sincericidio?

La psicóloga Claudia Castro Campos realizó un estudio cognitivo sobre la mentira y afirmó que a lo largo del día decimos como mínimo una o dos mentiras, da igual si son grandes o pequeñas, pero las utilizamos para transformar la realidad más a nuestro favor.


Conocemos el dicho de que los borrachos y los niños nunca mienten. Esto ocurre cuando nuestros sistemas cerebrales de censura e inhibición quedan relajados, al estar ebrios o cuando somos niños. En los pequeños no funcionan del todo como en los adultos, están formándose, pero nuestra capacidad cerebral y la sociedad nos preparan para ocultar la verdad o maquillarla con la intención de controlar su impacto.


“Lo que debería prevalecer prevalecer no es tanto ser 100% sincero, sino no decir nunca lo contrario de lo que pensamos”.


-Carmen Terrasa-


Quienes tienen buenas habilidades sociales son quienes saben ser sinceros, pero sin hacer daño. No se trata de mentir, sino de transmitir la información de forma adecuada. No se trata de ser el más sincero, sino el que mejor comunica la verdad. Lo mejor es mantenernos fieles a nosotros mismos sin olvidar el daño que podamos hacer a los demás. La verdad, trasmitida con inteligencia y motivada por la buena intención, siempre será productiva.

Por Adriana Díez
 
El malestar emocional asociado al acúfeno o el tinnitus

Puede que las palabras “acúfeno” o “tinnitus” no te suenen de nada, la realidad es que todos, en algún momento de nuestra vida, los hemos tenido. ¿No te ha pasado nunca que hayas percibido un pitido o un zumbido que otra gente que estaba a tu alrededor no percibía? ¡Ese pitar del oído no significa que estén hablando mal de ti a tus espaldas, es un acúfeno!


Ahora bien, en general ese sonido, más o menos molesto, es temporal y acaba desapareciendo, ¿verdad? Imagínate que estuviera ahí de forma persistente, que lo percibieras todo el rato… ¿Cómo crees que influiría en tu vida cotidiana escuchar siempre ese pitido o zumbido? Sigue leyendo y descubre la importancia de trabajar los factores psicológicos y emocionales cuando se percibe un acúfeno de forma continuada.




“Los acúfenos me impiden sentir el silencio absoluto”.


-Santiago Segura-


Empecemos por el principio, ¿qué es exactamente un acúfeno?

Con esta breve introducción todos tenemos una idea general de lo que es un acúfeno, ¿verdad? Pero, para comprenderlo bien, mejor vamos a delimitarlo de forma más exacta. En primer lugar, un acúfeno o tinnitus es la percepción de un sonido sin que exista fuente sonora externa que lo origine.


Pongamos un ejemplo. Si ese pitido o zumbido lo estamos percibiendo porque efectivamente el televisor lo está emitiendo, entonces no sería un acúfeno. Por otro lado, hay que tener en cuenta que, aunque no haya una fuente externa del sonido, esto no quiere decir que estemos ante una alucinación auditiva.


Además, el tinnitus podemos percibirlo solo en uno de los oídos, en ambos, o puede estar referido a toda la cabeza. Por último, aunque estemos hablando de pitidos o zumbidos, también puede percibirse como otro tipo de ruidos más complejos (como sonido de grillos o del murmullo del mar).







¿Qué tipos de acúfenos hay?

A parte de diferenciarse por el tipo de sonido que podemos percibir, en general clasificamos los acúfenos como objetivos o subjetivos. Ahora desarrollaré la explicación de uno y otro, pero antes es importante aclarar que denominarlos como subjetivos no quiere decir que la persona se los esté “inventando”.


El acúfeno objetivo es la percepción de un sonido que se genera en el cuerpo y que se conduce hasta la cóclea mediante conducción ósea o de un sonido que es conducido hacia la cavidad del oído medio. Por lo tanto, no se debe a ninguna alteración del sistema auditivo, sino que es un sonido físico que se percibe igual que los sonidos normales.


Esto quiere decir que puede ser escuchado por los médicos mediante auscultación y que su origen son ruidos arteriales, fístulas arteriovenosas y soplos venosos. Este tipo de acúfenos tiene buen pronóstico, pero sólo suponen el 5% de los casos de tinnitus. Por el contrario, el acúfeno subjetivo sólo lo percibe el paciente. Es decir, que es la percepción de sonidos en ausencia de sonidos físicos.


Como ya hemos indicado, no significa que la persona se lo invente, sino que es una sensación fantasma que se debe a patologías en el oído o en el sistema nervioso auditivo. En este tipo las causas son otológicas, cardiovasculares y vasculares, metabólicas, neurológicas, farmacológicas, dentales y psicológicas. Sí, psicológicas. El acúfeno puede empezar a percibirse después de una época de intenso malestar emocional.




“El cuidado de los oídos es algo que por desgracia no se piensa hasta que uno no haya tenido un problema”.


-Chris Martin-


¿Cómo puede llegar a influir el acúfeno en la vida de quienes lo padecen?

Ahora que conocemos un poco más sobre el acúfeno… ¿Cómo influye en la vida de quienes lo padecen? Como todo, depende de cada caso. Hay gente a la que no le genera malestar y que consigue interiorizarlo como un aspecto más de su vida, sin que llegue a interferir en su normal desarrollo. Así, consiguen no percibirlo, al igual que les pasa a aquellos que viven en grandes ciudades y no “oyen” el bullicio de la calle.


Pero también hay casos de personas en las que este síntoma les genera emociones de valencia negativa, como ansiedad, tristeza o ira. Aquí, las personas suelen entrar en un círculo vicioso en el que su atención está fijada de forma constante en el acúfeno, por lo que no dejan de percibirlo. Desean dejar de escucharlo, pero el no poder hacerlo hace que sus preocupaciones al respecto aumenten. Temen que aumente de intensidad o que no puedan manejarlo.


“O te acostumbras a ellos o te vuelves loco”.


-Steve Martin-





Generalmente, quedan enganchados en estos pensamientos, sin que puedan dejar de dar vueltas al respecto. Además, esto conlleva que dejen de lado actividades de ocio y placenteras. Entran así en un círculo vicioso del que no pueden salir, haciendo que su malestar aumente y con él la percepción del acúfeno a su vez. Por otro lado, no hay que olvidar los problemas de sueño que pueden acarrear.


Como muchas veces que tenemos problemas emocionales, el no saber gestionarlo no quiere decir que tenemos que culpabilizar al que se encuentra en esta situación. Por el contrario, lo que pasa es que hay una falta de herramientas efectivas para regular sus emociones y manejar el acúfeno, por lo que es importante contactar con un psicólogo adecuado especializado en el tratamiento del tinnitus que nos ayude a adquirirlas.


Por Laure Reguera
 
La línea de la vida, una técnica para conocerte mejor



En psicología se utilizan una gran diversidad de técnicas y herramientas durante el proceso terapéutico, una de las técnicas utilizadas para ganar en autoconocimiento y comprensión de uno mismo es la técnica de la línea de la vida. Aunque se trata de una técnica con una perspectiva humanista y sistémica, los psicólogos y psicólogas de diferentes corrientes también la utilizamos porque nos da mucha información del paciente/cliente.


Las personas somos una historia, un presente y un futuro, y todo confluye en nuestra individualidad. También somos un relato, de todo lo que nos ha pasado en nuestra historia de vida, y saber ordenarlo y darle sentido a nuestra historia es fundamental para crecer como personas, tener confianza en nosotros mismos y aceptarnos sin complejos. Por todo ello, el objetivo de este post es que comprendas cómo funciona la técnica de la línea de la vida y cuándo es bueno utilizarla.




¿Cómo funciona la técnica de la línea de la vida?

El funcionamiento básico de esta técnica es el análisis y la reflexión, es decir, no se trata de una técnica que simplemente por “hacerla” se obtenga un resultado sino que, para que tenga efecto, es necesario un esfuerzo analítico y reflexivo. Así, en primer lugar, el hecho de analizar toda o parte de nuestra historia de vida (línea de la vida) nos permite canalizar y gestionar las diferentes emociones asociadas: las mismas con las que muchas veces convivimos, pero también a las que no hemos gestionado de manera consciente.


Una vez elaborada la línea hay que profundizar en el significado de cada elemento que hemos dibujado en ella. La técnica de la línea de la vida requiere de un análisis reflexivo que suele ir guiado por preguntas como: ¿qué ha cambiado en mi como resultado de esta vivencia?, ¿qué perdí y que gané en ese momento?, ¿está superada esta experiencia?, entre otras. Con todo ello, logramos elaborar las experiencias de manera sana y adaptativa, y de este modo conocernos y comprendernos mejor, porque somos capaces de unir nuestro pasado con nuestro presente de una manera constructiva.


“Somos un relato, de todo lo que nos ha pasado en nuestra historia de vida, y saber ponerle orden y sentido a nuestra historia es fundamental para crecer como persona”.







Los mejores momentos para utilizar esta técnica

La línea de la vida puede ser utilizada en (casi) cualquier momento; ahora bien, es mejor utilizarla: al inicio de un proceso terapéutico o para cerrar una etapa de confusión. También, la línea de la vida es una técnica muy útil siempre que quieras conocerte mejor, porque entendiendo todo lo que has vivido comprendes porqué actúas como actúas y sientes como sientes.


Por otro lado, no estaría indicado realizar la técnica de la línea de la vida apenas se han vivido experiencias dolorosas y traumáticas. Esto se debe a que, según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Arizona, dentro de un período de duelo (o reacción a una pérdida) podemos observar fases de depresión. Es decir, mientras se está viviendo una fase de pérdida o trauma, esta técnica no está indicada porque es probable que el estado de ánimo introduzca un sesgo negativo en el análisis.




Cómo se lleva a cabo esta técnica: pasos para realizarla

Para realizar esta técnica, como hemos comentado tienes que plantearte dos fases de trabajo: la elaboración de la línea de la vida y la fase del análisis crítico-reflexivo. Así, en primer lugar básicamente solo necesitas papel y lápiz, dibujar una línea recta y comenzar a indicar en ella los siguientes puntos en orden cronológico:


1. Define y señala tus acontecimientos vitales como por ejemplo: tu nacimiento, el nacimiento de hermanos, primos o hijos, la muerte de personas queridas, inicio de vida en pareja o matrimonio, etc. Para esta parte puedes utilizar el color azul.


2. Señala también los acontecimientos significativos o momentos muy importantes en tu vida, que representan un cambio. Por ejemplo: un cambio de vivienda, el inicio o el final de los estudios, un viaje muy deseado o significativo, entre otros. Serás tú la persona que identifique qué es lo importante. Para estos eventos en la línea puedes utilizar el color verde.


“La línea de la vida es una técnica muy útil siempre que quieras conocerte mejor, porque entendiendo todo lo que has vivido comprendes porqué actúas como actúas y sientes como sientes”.





3. En este punto es necesario que marques en la línea tus momentos de inflexión. Entendemos que estos funcionan como llaves de apertura de fases o situaciones de crisis que se asumen y se elaboran adecuadamente. Así, puedes utilizar el color rojo para estos momentos de inflexión, y has de marcar especialmente aquellos en los que sientes que te han hecho más fuerte.


4. Por último, has de señalar situaciones o momentos de “corte”. Nos referimos a situaciones que marcaron un antes y un después en tu vida, los percibes como momentos de ruptura de lo que era tu vida y tu rutina y además son difíciles de elaborar o bien son traumáticos. Para estos eventos puedes utilizar el color negro o algún color oscuro que haga contraste con el resto de marcas.


Una vez que has elaborado la línea de la vida, tendrás que dedicar un tiempo a analizar el impacto que todos y cada uno de los eventos que has marcado tienen en tu vida. Es importante que vayas más allá de lo que observas dibujado en la línea y que profundices en sus consecuencias. Recuerda: conocerte a ti mismo es el paso necesario para el desarrollo y la superación de límites personales.

Por Julia Marquez Arrico
 

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