REZAR ES BUENO PARA LA SALUD

ORACION AL ESPIRITU SANTO muy bonita...

¡Ven, Espíritu Divino!
(Secuencia de Pentecostés)


Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
 
http://www.elconfidencial.com/alma-...tividad-religion-fanatismo-y-dopamina_175292/

EL NEUROTRANSMISOR DIVINO
Así afecta Dios a tu cerebro: la relación entre creatividad, religión, fanatismo y dopamina
Héctor G. BarnésTwitter de Héctor G. BarnésHéctor G. BarnésEnviar correo a Héctor G. Barnés13/08/2014 (05:00)

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Durante décadas, trazar una relación entre el funcionamiento de nuestro cerebro y la religión era tabú. Lo fisiológico nada tenía que ver con la fe, e intentar explicar lo segundo como una consecuencia de lo primero era acusado de reduccionista, un producto del materialismo que dejaba fuera de la ecuación elementos tanto culturales como individuales. Sin embargo, la neurociencia ha ayudado durante los últimos años a explicar ciertos comportamientos religiosos, especialmente los relacionados con el fanatismo y con el éxtasis religioso, no tanto como causa sino como consecuencia.

En este nuevo panorama, la dopamina y el papel que juega en el cerebro humano se han convertido en los grandes protagonistas. Durante mucho tiempo, se describió a la dopamina simplemente como el neurotransmisor del placer y de la adicción, la encargada de producir la sensación de bienestar cuando comemos comida apetitosa, hacemos el amor, practicamos nuestras aficiones preferidas… o experimentamos el sentimiento religioso. Pero, en opinión de Patrick McNamara, director del Laboratorio de Neurocomportamiento Evolutivo de la Universidad de Boston, dicha relación, que explica en un artículo publicado en Aeon Magazine, tiene muchos más matices.

El hombre que no podía ser religioso

No hay mejor forma para entender cómo el cerebro determina nuestro sentimiento religioso que conocer la historia de uno de los pacientes de McNamara. Se trataba de un inteligente y valiente combatiente de la Segunda Guerra Mundial que había comenzado a manifestar los primeros signos de la enfermedad de Parkinson. Ello le había obligado a dejar de lado su trabajo, parte de sus obligaciones sociales y su práctica religiosa. ¿Por qué? Entristecido, reconoció al médico que no había dejado de leer la Biblia porque hubiese dejado de creer en Dios, sino porque cada vez le resultaba más difícil sentir el fervor religioso.

Dado que la enfermedad de Parkinson tiene como causa subyacente la pérdida de células dopaminérgicas, McNamara empezó a sospechar que se trataba, una vez más, de la dopamina –o, en este caso, su ausencia– haciendo de las suyas. Al carecer de la recompensa cerebral que obtenía al leer la Biblia o escuchar misa, el anciano había dejado de sentir la misma admiración religiosa que durante el resto de su vida. Pero McNamara cita una reciente investigación realizada por el neurocientífico de la Universidad de CambridgeWolfram Shchultz para recordar que el neurotransmisor no reacciona simplemente ante algo positivo, sino que sólo lo hace en el caso de que la recompensa obtenida haya excedido con mucho lo que esperábamos obtener.

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Sigmund Freud señaló que el sentimiento religioso era consecuencia del miedo a la muerte.
¿Qué quiere ello decir en el caso del anciano combatiente? Al igual que ocurre con otras personas religiosas y altamente inteligentes, la mera consecución de dinero, comida, s*x* u otras recompensas más banales no era suficiente, sino que era la sensación de trascendencia la que realmente proporcionaba ese “algo más” relacionado con la dopamina. La diferencia entre McNamara y el común de los mortales es que, probablemente, se trataba de una persona excepcional, mucho más creativa. Como averiguó el neurocientífico, la relación entre la religión y la creatividad era mucho más estrecha que lo que pensaban los primeros que teorizaron sobre el problema, como Sigmund Freud, que interpretó el sentimiento religioso como un alivio a la ansiedad que causa saber que nuestra existencia es finita.

El sentimiento religioso como base del placer

Pero McNamara asegura que es exactamente al revés, y el sentimiento religioso no es una respuesta al miedo, sino una búsqueda de placer. Cuando los niveles de dopamina en las regiones prefrontales y el sistema límbico del cerebro son altos, la persona está más inclinada a tener ideas brillantes, inspirar a los demás o sentir profundos sentimientos religiosos. Cualidades que desde los albores de la humanidad han estado vinculados con los gurús y líderes religiosos y políticos. El neurocientífico recuerda que es bastante común entre los enfermos bipolares que estos atraviesen fases de creatividad desaforada al intensificarse la dopamina. Un producto semejante al que causan drogas como el LSD o la psilocibina, consumidas por algunos chamanes religiosos durante los rituales.

Después de someter a un cuestionario a 71 de los veteranos de guerra con los que trabajaba, McNamara empezó a desentrañar el patrón que se repetía. Las personas que habían perdido el sentimiento religioso a medida que envejecían eran aquellas cuyas regiones cerebrales prefrontales del lado derecho habían sido dañadas. Para averiguar qué había ocurrido, los investigadores de Boston desarrollaron otro experimento en el cual los pacientes debían reconocer el vínculo entre diversos conceptos, una prueba en la que aquellos que tenían problemas en la parte derecha del cerebro fracasaron con mayor frecuencia cuando se trataba de términos religiosos.

El fanatismo religioso es consecuencia de unos niveles anormalmente altos de dopamina
Otra investigación demostró que entre dichas personas era más común encontrar un vínculo entre una visión placentera, como la del océano, que con la muerte, algo que reforzaba su tesis: “el mismo mecanismo que realza nuestra creatividad también nos abre al sentimiento religioso y la experiencia”. Pero, ¿qué ocurre en el caso de que dichos niveles se disparen? Que aparece el fanatismo religioso, adictivo como la cocaína, que supone el reverso tenebroso del positivo sentimiento de trascendencia.

Se trataría de un proceso semejante al que conduce a los adictos a las drogas a necesitar una dosis cada vez mayor. Como puso de manifiesto una investigación realizada por el grupo de investigadores encabezado por Albert Gjedde de la Universidad de Copenhague, los altos niveles de dopamina determinan las conductas más adictivas, algo que también ocurre con el sentimiento religioso, como defiende McNamara. No es la primera vez que se establece un paralelismo entre las adicciones y las conductas religiosas más extremas, como el éxtasis de algunos rituales o el terrorismo islamista. Sin embargo, no se trata más de una pequeña parte de lo que algunos llaman el “efecto de Dios”, y que suele aparecer en los grandes líderes, sean estos religiosos o no: el arte, la ciencia, la política u otras disciplinas trascendentes pueden jugar un papel semejante en nuestro cerebro.
 
Hace tiempo conocí un sitio hermoso para orar por nuestras peticiones y por las de otras personas, que se llama May Feelings. Quizás algunas de ustedes ya lo conozcan, porque sus creadores o quienes lo formaron son españoles. Se los recomiendo ampliamente de todo corazón.
 
Yo de jovencita nada mas creía en mi, que era invencible y que rezar era cosa de tias solteronas y las abuelas.
Mientas me iba haciendo mayor sentí la necesidad de creer en algo , yo sola no podía,y me interese por la figura del padre bondadoso que es Dios y la verdad que ha sido un cambio muy positivo en mi vida , rezo o hablo con El a todas horas, puedo reconocer esos pequeñitos milagros que suceden a diario, le pido y le agradezco y me acompaña. Y no me avergüenzo de decir que creo, todo lo contrario.
Creer y confiar en alguien superior no es una debilidad, aceptarlo fue liberador.

Me encantan las iglesias cuando están vacías . No tengo distracciones.
Los servicios en las iglesias de pueblo me fascinan , el entusiasmo de la gente que no tiene aparentemente mucho, su alegria y su generosidad es contagiosa. A mi me emociona.

Estuve en colegio de monjas casi toda mi vida y si bien me ensenaron lo básico , la conexión espiritual la descubrí yo sola anos mas tarde, a lo mejor la influencia de mi abuela que es muy católica, muy del rosario, muy de la fe, tuvo mucho que ver.

Me gusta tanto el Papa Francisco precisamente por su flexibilidad y su humanismo. Creo que nos ha hecho muy bien a los creyentes como yo.
 
Dejé de creer cuando murió mi madre.Ella lo era y mucho. Os admiro a todas las que estáis en este hilo.Saludos.

¿Cómo creer en Dios cuando se me ha muerto un ser querido?
El dolor y la tristeza por la pérdida de aquello que amamos pueden turbarnos. En esos momentos podemos alejarnos de Dios, rebelarnos contra su voluntad, huir de sus brazos.

Hoy Jesús nos muestra su dolor. Está turbado, con una profunda tristeza en el alma. Su primo, Juan el Bautista, ha sido injustamente decapitado. ¡Qué tristeza tan honda habría en su corazón! Jesús se retira buscando la soledad, buscando a Dios: «En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado».

Juan ha muerto. Lo quiere y lo admira y ahora ya no está. No ha podido salvarlo como luego haría con Lázaro. Ahora necesita estar solo, mirar hacia dentro de sí mismo. Jesús se retira a orar. Quiere paz. Desea estar tranquilo.

El dolor profundo nos hace buscar el silencio y la tranquilidad. Esos lugares en los que el corazón descansa en la roca firme que es Dios. Jesús busca la soledad. Jesús, hombre y Dios, necesita descansar en su Padre. Necesita volverse sobre sí mismo y profundizar en todo lo que está pasando.

¡Qué poca interioridad tiene el hombre de hoy! Vivimos hacia fuera, volcados sobre el mundo, sin tiempo para meditar la vida. Jesús sube a una barca y busca un lugar solitario. Necesita apartarse de la orilla, hablar con su Padre en intimidad, llorar, contarle, descansar en Él, poner la cabeza en su pecho, darse tiempo para perdonar y para sufrir.

Ya no está el amigo más fiel, el que dio su vida por abrirle camino, el que generosamente animó a sus discípulos a abandonarlo y seguirle a Él, el que no pudo ser discípulo suyo. Jesús siente que sin Juan está más solo. Se aleja en la barca, para estar un rato en soledad, quizás fondearía en un sitio apartado o navegaría hacia lo más profundo. En ese lago que para él era familiar.

Me gusta ver a Jesús en silencio, solo, meditando, buscando. Me gusta imaginarme sus diálogos profundos con su Padre. ¿Qué sucedería en esa oración? ¿Cómo rezaría Jesús? Le hablaría al Padre de su impotencia, de su dolor, daría gracias por la vida de Juan, lloraría porque lo amaba y duele seguir caminando sin que él esté. Busca a su Padre en cuanto se entera de lo que ha pasado. Se quedaría callado, en silencio, escuchando. Pediría por la paz en un mundo violento.

Esta actitud de Jesús es una invitación para este mes de agosto. Jesús se retira a orar, busca la soledad. Ojalá en estos días de verano podamos encontrar momentos de descanso, de paz, de oración. Es necesario mirar el curso terminado y buscar las huellas de Dios en nuestra vida. Dios nos cuida en el camino. Dios sale a nuestro encuentro. Queremos agradecerle su cariño y cercanía. Queremos colocar en sus manos nuestros dolores y frustraciones. Queremos dejar que sea Él el que nos sostenga.

Es bueno alejarnos de la orilla del curso, para tener momentos en que nuestra alma descanse en Dios, en que podamos estar a ratos en silencio, a ratos contándole lo que nos pesa y nos alegra, nuestras pérdidas y nuestros sueños. Ojala encontremos, como Jesús, un lugar donde estemos en paz de forma especial. Quizás caminando, o ante una imagen, o en el mar, o en la montaña.

En nuestra vida nos faltan lugares solitarios. Las demandas de nuestra familia, del trabajo, de los compromisos. No tenemos espacios para la soledad. Jesús sintió pena. No hay nada que yo pueda sentir que Él no comprenda porque lo vivió.

Una persona escribía en un momento de dolor y turbación: «En toda esta tristeza y mucha confusión sé con certeza que Dios me acompaña. Jesús sale a correr conmigo, María me abraza cada noche y me ayuda a dormir, el Espíritu Santo me regala claridad para seguir viendo que me quiere, que muchos me quieren y que yo también soy importante para otros. Sigo viendo que soy preciosa ante Él, con todo. Con mi búsqueda, con mi dolor intenso y con mi amor para los demás. Quiero mirar más allá de mi dolor. Mirar a otros sin ningún interés de saciar nada mío. Y a la vez recibir mucho amor inesperado y ver cómo otros ven y tocan mi dolor. Sé que me quieren así y eso es muy bueno. Me siento muy pequeña».

A veces experimentamos la soledad y el dolor. Vemos que nuestra sed es infinita y nada la calma. No encontramos el descanso que el corazón desea. Son momentos de turbación en los que quisiéramos tocar el cielo con las manos y caemos torpemente. Quisiéramos vivir sólo en Dios y descansar a su lado.

Dios nos espera, desea que depositemos en sus manos lo que nos inquieta. El Santuario, allí donde renovamos cada día nuestra alianza con María, es nuestro lugar de descanso. Allí volvemos cada vez que estamos turbados. Allí dejamos el dolor del alma, nuestros miedos y dudas.
 
El poder de la mente es brutal, la gente que no es religiosa y no reza, medita y le sirve de forma parecida.

Estoy totalmente de acuerdo.
 
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