“La historia de amor entre Carmen y Jean Mariesurgió cuando todavía la entonces duquesa de Cádiz seguía legalmente casada con el infortunado Alfonso de Borbón-Dampierre, quien se enteró por las revistas de que su mujer lo engañaba a sus espaldas. Resulta que conoció al mencionado anticuario francés durante un crucero por el Mediterráneo, en el otoño de 1974, invitados los duques de Cádiz por Olimpia Torlonia, una hija de la infanta Beatriz de Bordón, tía de Alfonso. En esa travesía los duques simpatizaron con Jean Marie Rossi, a la sazón casado en segundas nupcias con Bárbara Hottinger, que lo acompañaba. Se sabría después que el gabacho no perdía de vista a Carmen, fascinado por su belleza. Algunos reporteros, como nuestra avispada colega Paloma Barrientos, contarían posteriormente detalles de aquel repentino enamoramiento de ambos. Porque cuando el barco atracó en el puerto italiano de Bari resulta que ni la mentada Bárbara ni el duque de Cádiz sintieron deseos de bajar a tierra; en cambio, sí lo hicieron Carmen y el señor Rossi quienes callejearon de la mano, "metiéndose mano" sin ningún disimulo.
La suerte estaba echada para el malogrado duque de Cádiz, como se aprecia, ajeno a cuanto hacía su esposa. Estaban en las nubes… cada uno "a su bola". Y llegó el día del cumpleaños de Carmen, y el señor Rossi, galante y profundo conocedor de la sensibilidad femenina, le envió desde París un vistoso ramo de flores. En meses sucesivos hubo encuentros más o menos furtivos de la todavía duquesa de Cádiz con el anticuario galo. Hasta que ella puso las cartas sobre la mesa en su chalé madrileño, diciéndole a bocajarro a Alfonso que se iba de casa. Vamos, que lo abandonaba. Al marido y a los dos hijos de la pareja, Fran y Luis Alfonso. Y Carmen voló rauda a París, se instaló en la casa de Rueil Malmaison, convivió con Jean Marie Rossi hasta que solucionados los trámites oportunos (él tenía que divorciarse de su segunda mujer) pudieron contraer matrimonio civil el 11 de diciembre de 1984.
Veintidós años de diferencia les separaban. Pero Carmen estaba colada por el más que otoñal galán, acaso porque sentía la necesidad protectora de un hombre mayor que ella, una especie de padre. El duque de Cádiz no comprendió nunca aquella traición de su esposa. Ni tampoco el marqués de Villaverde, quien desde que supo la decisión de su primogénita dejó de hablarla. Sólo rompió esa conducta para llamarla a la capital francesa, anunciándole la muerte trágica de Fran, en el accidente de automóvil sufrido por el duque y sus dos hijos. Luis Alfonso, el segundo retoño, se salvaría de milagro. Y ya, para acortar el relato, cuando fue posible, también Alfonso y Carmen lograron oficializar su separación. Entre tanto, ella se dedicó a ayudar a su marido, puesto que se aburría en París, sin saber qué hacer, hasta que logró que la revista ¡Hola! le firmara un contrato muy sustancioso a cambio de las crónicas que ella les enviaba contando detalles sobre los desfiles de moda parisienses. En la tienda de antigüedades de su marido, sita en el muy concurrido Fabourg St. Honoré, Carmen Rossi (ya usaba lógicamente el apellido marital) oficiaba como dependienta. Y, curiosamente, gracias a lo muy civilizado que era Jean Marie, en la casa que habitaba con Carmen en Rueil Malmaison, también vivían, en los pisos superiores, las anteriores esposas del anticuario, dos señoras con las que pronto confraternizó nuestra compatriota.[/B]
La suerte estaba echada para el malogrado duque de Cádiz, como se aprecia, ajeno a cuanto hacía su esposa. Estaban en las nubes… cada uno "a su bola". Y llegó el día del cumpleaños de Carmen, y el señor Rossi, galante y profundo conocedor de la sensibilidad femenina, le envió desde París un vistoso ramo de flores. En meses sucesivos hubo encuentros más o menos furtivos de la todavía duquesa de Cádiz con el anticuario galo. Hasta que ella puso las cartas sobre la mesa en su chalé madrileño, diciéndole a bocajarro a Alfonso que se iba de casa. Vamos, que lo abandonaba. Al marido y a los dos hijos de la pareja, Fran y Luis Alfonso. Y Carmen voló rauda a París, se instaló en la casa de Rueil Malmaison, convivió con Jean Marie Rossi hasta que solucionados los trámites oportunos (él tenía que divorciarse de su segunda mujer) pudieron contraer matrimonio civil el 11 de diciembre de 1984.
Veintidós años de diferencia les separaban. Pero Carmen estaba colada por el más que otoñal galán, acaso porque sentía la necesidad protectora de un hombre mayor que ella, una especie de padre. El duque de Cádiz no comprendió nunca aquella traición de su esposa. Ni tampoco el marqués de Villaverde, quien desde que supo la decisión de su primogénita dejó de hablarla. Sólo rompió esa conducta para llamarla a la capital francesa, anunciándole la muerte trágica de Fran, en el accidente de automóvil sufrido por el duque y sus dos hijos. Luis Alfonso, el segundo retoño, se salvaría de milagro. Y ya, para acortar el relato, cuando fue posible, también Alfonso y Carmen lograron oficializar su separación. Entre tanto, ella se dedicó a ayudar a su marido, puesto que se aburría en París, sin saber qué hacer, hasta que logró que la revista ¡Hola! le firmara un contrato muy sustancioso a cambio de las crónicas que ella les enviaba contando detalles sobre los desfiles de moda parisienses. En la tienda de antigüedades de su marido, sita en el muy concurrido Fabourg St. Honoré, Carmen Rossi (ya usaba lógicamente el apellido marital) oficiaba como dependienta. Y, curiosamente, gracias a lo muy civilizado que era Jean Marie, en la casa que habitaba con Carmen en Rueil Malmaison, también vivían, en los pisos superiores, las anteriores esposas del anticuario, dos señoras con las que pronto confraternizó nuestra compatriota.[/B]