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Hace mucho tiempo me di cuenta de la gran trampa en la que habíamos caído las mujeres. Una trampa urdida por muchos entes distintos y que tiene múltiples beneficios para el capital: la trampa de la belleza femenina.
Desde hace algunos años se nos bombardea por tierra, mar y aire con el objeto único de hacerte sentir gorda, fea o vieja. O las tres cosas. Lo único que nos faltaba eran ya las redes sociales, cumbre del postureo máximo.
Estamos obligadas a obedecer a unos cánones de belleza irreales e imposibles. Tenemos prohibido engordar ni un gramo, tener una arruga, un michelín, piel de naranja, granos, pecas, canas, vello corporal, papada, manchas… qué os voy a contar. La trampa es de tamaño tal, que es absolutamente imposible sentirse guapa. Te miras en el espejo y cuando no te pasa una cosa, te pasan veinte.
¿Y a quién beneficia este estándar de belleza femenina inalcanzable? Se me ocurre que:
1. A los gimnasios. Ahora hay que entrenar a diario, y a ser posible con un entrenador personal. Es como si te prepararas para una olimpiada. Quizá sería más sano salir a caminar o montar un rato en bici por el parque, pero esto no va de salud, esto va de machacarse para intentar borrar el paso del tiempo de tu cuerpo. Esos alerones que cuelgan bajo los brazos pueden ser la risión en la boda de tu amiga que es dentro de dos meses. A machacarse tocan.
2. A los fabricantes, diseñadores y vendedores de ropa. Si queréis os recuerdo que uno de los tipos más ricos de este país es un vendedor de ropa, que por cierto es viejo, feo, calvo y gordo. Sus estándares para forrarse no se los aplican nunca a sí mismos, qué curioso.
Os parecerá una tontería, pero reducir el tamaño de las tallas (cada año una talla 42 es más pequeña, misterios) supone millones de euros de ahorro en tela para el fabricante. Que eso provoque anorexia y depresiones es algo que les trae sin cuidado.
3. A los cirujanos plásticos. ¿Hace falta que os diga que no hay ninguno pobre, ni con escrúpulos?
4. A los dentistas. Antes valía con tener los dientes sanos y limpios. Ahora tus dientes tienen que brillar en la oscuridad y estar alineados como si fueran las teclas de un piano, o eres una miserable pobretona y fea que no merece vivir.
5. Al heteropatriarcado. Somos mayoría en las universidades, somos mayoría en los puestos que se consiguen por oposición y en igualdad de condiciones las mujeres ganamos… de alguna manera nos tenían que cortar las alas. Llenarnos de miedos e inseguridades les beneficia, es más fácil dominar a una mujer que se siente gorda y fea que a una mujer segura de sí misma.
Además, estar en dieta perpetua y pasando hambre ayuda a que nuestro cerebro funcione peor, estar más triste y menos vital, y a que no podamos focalizar nuestros esfuerzos en mejorar en los estudios o en el trabajo.
Por otra parte, las inseguridades nos dividen. Nos odiamos y nos tenemos envidia unas a otras. Nos despellejamos por medio kilo de más o de menos. Sería peligrosísimo para el heteropatriarcado que las mujeres estuviésemos unidas, fuertes, dispuestas a ayudarnos unas a otras. Nos los comeríamos con patatas en todo momento. Es imprescindible debilitarnos, aislarnos y dividirnos.
6. A los fabricantes y vendedores de cosméticos y cremas varias. Ahora con catorce años ya tienes que ir al instituto maquillada como una puerta. Por si no os habíais fijado, la mayoría de nosotras somos mucho más guapas sin maquillaje que maquilladas, ahí tenéis Supervivientes para comprobarlo. Pero estamos inseguras, porque nos han enseñado que de forma natural somos defectuosas. ¿Dónde vas a ir con esos ojos tan pequeños? ¿Y esa boca tan horrible? ¿Y estos pómulos? ¡Todo eso hay que disimularlo, que nadie sepa lo fea que soy en realidad!
7. A los hombres. Cuanto más fea, defectuosa e insegura te sientas, más probable será que aceptes tener a tu lado a un orangután. Lo habéis visto en vuestro entorno, cuántas veces nos hemos dicho ¿pero dónde va fulanita con semejante imbécil?
También será más fácil que aceptéis los cuernos en cuanto paséis de 35 y os hagan sentir como si la vida se hubiese acabado. Nos han robado el derecho a envejecer, y a ser amadas en la vejez.
Prima, nuestra revolución, la verdadera revolución feminista, es reclamar nuestro derecho a sentirnos óptimas, bellas, completas, fuertes y perfectas, así tal cual somos, sin retoques ni disfraces. Nuestra libertad pasa por amarnos, y amarte es respetar tu cuerpo y defenderte de quien te quiere convencer de que eres defectuosa.
¿Qué podemos hacer? Al menos ser conscientes de esta trampa, ese es el primer paso. Darnos cuenta de la gran mentira de la belleza que se nos impone. Y después, aprender a salir de ella.
¿Qué vas a hacer tú para liberarte?
Desde hace algunos años se nos bombardea por tierra, mar y aire con el objeto único de hacerte sentir gorda, fea o vieja. O las tres cosas. Lo único que nos faltaba eran ya las redes sociales, cumbre del postureo máximo.
Estamos obligadas a obedecer a unos cánones de belleza irreales e imposibles. Tenemos prohibido engordar ni un gramo, tener una arruga, un michelín, piel de naranja, granos, pecas, canas, vello corporal, papada, manchas… qué os voy a contar. La trampa es de tamaño tal, que es absolutamente imposible sentirse guapa. Te miras en el espejo y cuando no te pasa una cosa, te pasan veinte.
¿Y a quién beneficia este estándar de belleza femenina inalcanzable? Se me ocurre que:
1. A los gimnasios. Ahora hay que entrenar a diario, y a ser posible con un entrenador personal. Es como si te prepararas para una olimpiada. Quizá sería más sano salir a caminar o montar un rato en bici por el parque, pero esto no va de salud, esto va de machacarse para intentar borrar el paso del tiempo de tu cuerpo. Esos alerones que cuelgan bajo los brazos pueden ser la risión en la boda de tu amiga que es dentro de dos meses. A machacarse tocan.
2. A los fabricantes, diseñadores y vendedores de ropa. Si queréis os recuerdo que uno de los tipos más ricos de este país es un vendedor de ropa, que por cierto es viejo, feo, calvo y gordo. Sus estándares para forrarse no se los aplican nunca a sí mismos, qué curioso.
Os parecerá una tontería, pero reducir el tamaño de las tallas (cada año una talla 42 es más pequeña, misterios) supone millones de euros de ahorro en tela para el fabricante. Que eso provoque anorexia y depresiones es algo que les trae sin cuidado.
3. A los cirujanos plásticos. ¿Hace falta que os diga que no hay ninguno pobre, ni con escrúpulos?
4. A los dentistas. Antes valía con tener los dientes sanos y limpios. Ahora tus dientes tienen que brillar en la oscuridad y estar alineados como si fueran las teclas de un piano, o eres una miserable pobretona y fea que no merece vivir.
5. Al heteropatriarcado. Somos mayoría en las universidades, somos mayoría en los puestos que se consiguen por oposición y en igualdad de condiciones las mujeres ganamos… de alguna manera nos tenían que cortar las alas. Llenarnos de miedos e inseguridades les beneficia, es más fácil dominar a una mujer que se siente gorda y fea que a una mujer segura de sí misma.
Además, estar en dieta perpetua y pasando hambre ayuda a que nuestro cerebro funcione peor, estar más triste y menos vital, y a que no podamos focalizar nuestros esfuerzos en mejorar en los estudios o en el trabajo.
Por otra parte, las inseguridades nos dividen. Nos odiamos y nos tenemos envidia unas a otras. Nos despellejamos por medio kilo de más o de menos. Sería peligrosísimo para el heteropatriarcado que las mujeres estuviésemos unidas, fuertes, dispuestas a ayudarnos unas a otras. Nos los comeríamos con patatas en todo momento. Es imprescindible debilitarnos, aislarnos y dividirnos.
6. A los fabricantes y vendedores de cosméticos y cremas varias. Ahora con catorce años ya tienes que ir al instituto maquillada como una puerta. Por si no os habíais fijado, la mayoría de nosotras somos mucho más guapas sin maquillaje que maquilladas, ahí tenéis Supervivientes para comprobarlo. Pero estamos inseguras, porque nos han enseñado que de forma natural somos defectuosas. ¿Dónde vas a ir con esos ojos tan pequeños? ¿Y esa boca tan horrible? ¿Y estos pómulos? ¡Todo eso hay que disimularlo, que nadie sepa lo fea que soy en realidad!
7. A los hombres. Cuanto más fea, defectuosa e insegura te sientas, más probable será que aceptes tener a tu lado a un orangután. Lo habéis visto en vuestro entorno, cuántas veces nos hemos dicho ¿pero dónde va fulanita con semejante imbécil?
También será más fácil que aceptéis los cuernos en cuanto paséis de 35 y os hagan sentir como si la vida se hubiese acabado. Nos han robado el derecho a envejecer, y a ser amadas en la vejez.
Prima, nuestra revolución, la verdadera revolución feminista, es reclamar nuestro derecho a sentirnos óptimas, bellas, completas, fuertes y perfectas, así tal cual somos, sin retoques ni disfraces. Nuestra libertad pasa por amarnos, y amarte es respetar tu cuerpo y defenderte de quien te quiere convencer de que eres defectuosa.
¿Qué podemos hacer? Al menos ser conscientes de esta trampa, ese es el primer paso. Darnos cuenta de la gran mentira de la belleza que se nos impone. Y después, aprender a salir de ella.
¿Qué vas a hacer tú para liberarte?