Lo que escondian sus ojos ( Marquesa de Llanzol y Ramón Serrano Suñer)

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!jamás había oído el rumor de Serrano Suñer y Miguel de Molina!

No fue Ramón Serrano Súñer, fue José Fínat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde. Fue quien le dio la paliza con otros dos, le raparon el pelo, le rompieron dos dientes y le hicieron beber aceite de ricino y por eso se fue de España. Le hizo todo eso despechado porque Miguel de Molina le rechazó.


 
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No fue Ramón Serrano Súñer, fue José Fínat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde. Fue quien le dio la paliza con otros dos, le raparon el pelo, le rompieron dos dientes y le hicieron beber aceite de ricino y por eso se fue de España. Le hizo todo eso despechado porque Miguel de Molina le rechazó.


¿El bisabuelo de Casilda Finat?
 
Carmen salió clavada al padre. Lo raro es que no se diera cuenta de que su padre era Serrano Suñer siendo ella la única de sus hermanos rubia y de ojos azules y tratándose con Serrano y su familia. Los padres me parecieron los 2 muy crueles y egoístas. La marquesa de Llanzol por ocultarle la verdad a su hija y fomentar la relación con los Serrano Suñer. Y, encima, esperó hasta que su hija anunció que quería casarse para revelar la verdad. Y aun así mandó que lo hiciera su hermana, Carmen de Icaza, en lugar de hacerlo ella. Y Serrano Suñer, que vivió hasta los más de 100 años, fue incapaz de llamar a su hija cuando estaba muriéndose en el hospital y sabiendo que ella esperaba su llamada.

Me leí el libro de sus memorias y una de las cosas que me impresionaron fue que contó que, al enterarse de lo de su hermano, se quedó sin raíz familiar, ni sentía que su familia eran los Diez de Rivera ni los Serrano Suñer, y que desde los 17 años no supo vivir. Creo que ella sufrió mucho y quedó traumatizada de por vida por su educación y por la época en que ocurrió. Por eso se hizo de izquierdas, aunque en el fondo siguiera siendo una señorita de Serrano.

Políticamente tuvo una vida muy interesante y ha sido la única mujer jefa de Gabinete. La relacionaron sentimentalmente con Suárez o el Rey, pero ella lo negó, aunque contó que los dos lo intentaron.

Su vida da para una película o una serie, pero en España todas las adaptaciones son muy cutres.
A mí me impactó mucho cuando se va a África de voluntariado para ver si pillaba alguna enfermedad y moría, porque por sus creencias no podía suicidarse...
 
A mí me impactó mucho cuando se va a África de voluntariado para ver si pillaba alguna enfermedad y moría, porque por sus creencias no podía suicidarse...
Ya, si es que tuvo que ser muy fuerte enterarse con 17 años de que el chico con el que quería casarse era su hermano. En sus memorias contó que se fue a África porque se seguían viendo y no lo superaba. Creo que su propia personalidad y educación, y también la época en la que le ocurrió, fue la causa de que nunca lo superase del todo.
 
Serrano era irresistible de guapo, culto... y La Señora de Ycaza (la llamaban de caza y pesca, porque era una ligona), no pudo resistir a sus encantos. Su marido era un Señor,, pero la edad no perdona
Carmen heredó el bellezon de sus progenitores, pero tenía mal carácter y fue incapaz de perdonar. Eso la hizo infeliz para siempre
Yo creo que con Suarez si hubo algo. O me lo imagino
 
02/04/2022

CARMEN DE ICAZA , LA PERIODISTA QUE CONFESÓ EL GRAN LÍO SENTIMENTAL DEL FRANQUISMO
LA CONFESIÓN SOBRE INCESTO A SU SOBRINA DE LA ESCRITORA FALANGISTA LIBERADA CARMEN DE ICAZA​


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Madrid, 28 de diciembre de 1959. En el último Día de los Inocentes de la década, Carmen consuela entre sus brazos a su sobrina Carmencita Diez de Rivera. La joven estaba ilusionada con contarle a su adorada tía que ella y Ramón Serrano Suñer hijo, Rolo, han solicitado los papeles para casarse. Pero, de repente, los 17 años de Carmencita se ensombrecen. Para Carmen de Icaza es uno de los momentos más duros y dolorosos de su vida. Ha sido la encargada de desvelarle a su ahijada que no puede casarse con Rolo porque es su hermano.
Así fue como la joven se enteró de que era fruto del adulterio entre su madre, Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, y Ramón Serrano Suñer, el poderoso cuñado de Francisco Franco, casado con Zita Polo, hermana de la esposa del dictador.
No era la primera vez que Carmen tomaba las riendas de la familia pero quizá fuera la peor de todas. Hija del intelectual y diplomático mexicano Francisco de Asís de Icaza, experto en Lope de Vega y Cervantes y Premio Nacional de Literatura, y de Beatriz de León y Loynaz, una chica bien nacida en La Habana. En 1925, debido a vaivenes políticos en México que impedían cobrar la pensión de su padre, recién fallecido, Carmen le dio su madre el gran disgusto de que empezaba a trabajar en el diario El Sol para mantener a toda la familia. Se encargó de la Crónica de Sociedad y la Plana de la Mujer. Tuvo uno de los primeros veinte carnés de periodista de la Asociación de la Prensa de Madrid.
Defensora a ultranza de los derechos de los niños y de las mujeres, escribió artículos que, en los años 30, pusieron los pelos de punta a más de uno: “Protesta toda la legión de las luchadoras que reclaman como seres humanos su derecho al trabajo; “Sabido es que Alemania como primera medida retrógrada ha emprendido una enérgica cruzada contra la mujer que trabaja, declarando que ‘su sitio es el hogar’ y ‘su única misión el tener y criar hijos’”. O: “Los enemigos de la emancipación femenina acusan al feminismo de ser una de las causas primordiales del paro forzoso”.
Poco a poco fue aproximándose a la Falange y en octubre de 1936, en Valladolid, participó en la creación del Auxilio de Invierno, liderado por Mercedes Sanz-Bachiller, viuda de Onésimo Redondo. Asistían a mujeres y niños, sobre todo huérfanos. Carmen fue la única mujer asesora de la organización, que pasó a llamarse Auxilio Social. Con el tiempo sería su secretaria general. “En nuestros hogares no hay ni rojos ni azules, solamente niños de España”, proclamaba. También se le atribuye el famoso lema “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”.
En aquella España en la que para la mayoría de mujeres no había horizonte más allá de la Sección Femenina, donde aprendían puericultura, corte y confección, a cocinar y ser esposas ejemplares, Carmen de Icaza, que dominaba el inglés, francés, alemán e italiano, viajó por Europa en expediciones compuestas por hombres y ocupó cargos que solían estar reservados para ellos. En enero de 1940, Ramón Serrano Suñer, entonces ministro de Gobernación, la nombró secretaria general de la Dirección General de Propaganda del Movimiento.
Dionisio Ridruejo, con quien Carmen viajó a Italia y Alemania en los años treinta, en sus Casi unas memorias la describió como “una mujer enérgica, triunfal, expresiva, recitada. Había luchado mucho –y con mérito- en la vida, y de la tensión por vencer le quedaba ese impulso, un tanto novelado, de personaje con voluntad, que producía un pequeño rechazo”, quizás entre los suyos. Ocurrió también con otras mujeres como Mercedes Fórmica o Sanz-Bachiller. Todas ellas vivieron la injusticia de un olvido que lucha en el vasto océano que a veces media entre el tiempo y la memoria.
Pero Carmen, mujer de poliédrica personalidad, también se convirtió en un fenómeno literario único. España estallaba en las llamas de una guerra civil cuando publicó su primera novela importante. Cristina Guzmán, profesora de idiomas, lanzada previamente por capítulos en la revista Blanco y Negro con enorme éxito, fue leída tanto por republicanos como por nacionales. “Por Carmen Primo de Rivera sé que en la cárcel de Alicante –donde estuvo José Antonio– un único ejemplar de Cristina iba pasando de mano en mano, con el compromiso de leerlo deprisa, hasta que los milicianos de la guardia se hicieron con él y uno de ellos lo pidió para dárselo a su novia”, contó.
“No necesito decir mi emoción ante la idea de que mis páginas ligeras hayan podido alegrar a uno solo de nuestros gloriosos caídos”. Pero resultó que su literatura no supo de bandos. Dolores Ibárruri, Pasionaria, fue lectora entusiasta de Cristina Guzmán..., la historia de una joven viuda que saca adelante sola a su hijo pequeño en medio de la adversidad. Y Carmen Martín Gaite dejó por escrito su afición a las novelas de Icaza: “Leía tantas novelas rosas (…) Luego vino Icaza y desplazó a las demás, ella era el ídolo de la posguerra, introdujo en el género la modernidad moderada; la protagonista podía no ser tan joven, incluso peinar canas, era valiente y trabajadora, se había liberado económicamente, pero llevaba a cuestas un pasado secreto y tormentoso”. Carmen de Icaza rompió moldes y esquemas sociales y reventó algunas costuras del régimen desde dentro a través de sus historias, con unas protagonistas que no se ceñían a las restricciones morales que Iglesia y Estado imponían a la mujer. Como Sol, personaje central de Vestida de tul (1942) –se vendió la friolera de 10.000 ejemplares en una semana-.
En 1945, el Gremio de Libreros la declaró “la escritora más leída del año”. Sus obras se tradujeron a un sinfín de idiomas. Cristina Guzmán… fue estrenada en el Teatro Reina Victoria de Madrid (1939) y en el Cervantes de Sevilla (1941), y se adaptó al cine: con Marta Santaolalla, Ismael Merlo y un debutante Fernando Fernán-Gómez, en 1943, y con Rocío Dúrcal, Arturo Fernández y Emilio Gutiérrez Caba, en 1968.
Carmen de Icaza y su marido, Pedro Montojo –inspector en la Compañía Telefónica Nacional de España–, tuvieron una hija, Paloma, madre de Íñigo, Beatriz, Pedro y Valeria Méndez de Vigo. El mayor, Íñigo –ex ministro de Cultura, Educación y Deporte, y Portavoz del Gobierno– heredó de su abuela Carmen el título de barón de Claret. No hace mucho me dijo que ella y Ernest Hemingway no se conocieron nunca pero que, de haberlo hecho, la amistad habría podido ser bastante similar a como sucede en esta novela. Será porque la literatura dota de alas infinitas a la imaginación.
Ambos escritores habían nacido exactamente en el mismo año de un fin de siglo: 1899. Carmen y Ernesto podían haberse cruzado una mañana delante de la Casa del Pecado Mortal y reencontrado en la década de los 50, cuando la barra del bar Chicote abrigaba las penas de Ava Gardner mientras las tempestuosas noches de la diva y del premio Nobel mantenían la ciudad encendida hasta el amanecer. El Madrid que se rendía a los pies de la bellísima actriz norteamericana no era el que asistía a los discursos del Caudillo en la plaza de Oriente. Y ese país de contrastes seguía devorando con mayor avidez aún las novelas de Carmen de Icaza. La última, La casa de enfrente (1960).
“Ya no habrá otra primavera, ni tampoco otro otoño. Si no puedo existir como yo quiero, la existencia es imposible”, le dijo Hemingway a su amigo, editor y biógrafo, Aaron Edward Hotchner, cuando fue a visitarlo al hospital en el que se reponía de una de sus peores crisis. Acababa de llegar de su último viaje a España. Al poco, en la madrugada del domingo 2 de julio de 1961, se suicidó en su casa de Idaho (EE.UU).
En palabras del escritor cubano Norberto Fuentes, “Hemingway, al igual que los animales indómitos, buscaría el mismo lugar donde nació para morir”. Carmen de Icaza murió, el 16 de marzo de 1979, en el mismo Madrid en el que había nacido.
 
02/04/2022

CARMEN DE ICAZA , LA PERIODISTA QUE CONFESÓ EL GRAN LÍO SENTIMENTAL DEL FRANQUISMO
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Madrid, 28 de diciembre de 1959. En el último Día de los Inocentes de la década, Carmen consuela entre sus brazos a su sobrina Carmencita Diez de Rivera. La joven estaba ilusionada con contarle a su adorada tía que ella y Ramón Serrano Suñer hijo, Rolo, han solicitado los papeles para casarse. Pero, de repente, los 17 años de Carmencita se ensombrecen. Para Carmen de Icaza es uno de los momentos más duros y dolorosos de su vida. Ha sido la encargada de desvelarle a su ahijada que no puede casarse con Rolo porque es su hermano.
Así fue como la joven se enteró de que era fruto del adulterio entre su madre, Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, y Ramón Serrano Suñer, el poderoso cuñado de Francisco Franco, casado con Zita Polo, hermana de la esposa del dictador.
No era la primera vez que Carmen tomaba las riendas de la familia pero quizá fuera la peor de todas. Hija del intelectual y diplomático mexicano Francisco de Asís de Icaza, experto en Lope de Vega y Cervantes y Premio Nacional de Literatura, y de Beatriz de León y Loynaz, una chica bien nacida en La Habana. En 1925, debido a vaivenes políticos en México que impedían cobrar la pensión de su padre, recién fallecido, Carmen le dio su madre el gran disgusto de que empezaba a trabajar en el diario El Sol para mantener a toda la familia. Se encargó de la Crónica de Sociedad y la Plana de la Mujer. Tuvo uno de los primeros veinte carnés de periodista de la Asociación de la Prensa de Madrid.
Defensora a ultranza de los derechos de los niños y de las mujeres, escribió artículos que, en los años 30, pusieron los pelos de punta a más de uno: “Protesta toda la legión de las luchadoras que reclaman como seres humanos su derecho al trabajo; “Sabido es que Alemania como primera medida retrógrada ha emprendido una enérgica cruzada contra la mujer que trabaja, declarando que ‘su sitio es el hogar’ y ‘su única misión el tener y criar hijos’”. O: “Los enemigos de la emancipación femenina acusan al feminismo de ser una de las causas primordiales del paro forzoso”.
Poco a poco fue aproximándose a la Falange y en octubre de 1936, en Valladolid, participó en la creación del Auxilio de Invierno, liderado por Mercedes Sanz-Bachiller, viuda de Onésimo Redondo. Asistían a mujeres y niños, sobre todo huérfanos. Carmen fue la única mujer asesora de la organización, que pasó a llamarse Auxilio Social. Con el tiempo sería su secretaria general. “En nuestros hogares no hay ni rojos ni azules, solamente niños de España”, proclamaba. También se le atribuye el famoso lema “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”.
En aquella España en la que para la mayoría de mujeres no había horizonte más allá de la Sección Femenina, donde aprendían puericultura, corte y confección, a cocinar y ser esposas ejemplares, Carmen de Icaza, que dominaba el inglés, francés, alemán e italiano, viajó por Europa en expediciones compuestas por hombres y ocupó cargos que solían estar reservados para ellos. En enero de 1940, Ramón Serrano Suñer, entonces ministro de Gobernación, la nombró secretaria general de la Dirección General de Propaganda del Movimiento.
Dionisio Ridruejo, con quien Carmen viajó a Italia y Alemania en los años treinta, en sus Casi unas memorias la describió como “una mujer enérgica, triunfal, expresiva, recitada. Había luchado mucho –y con mérito- en la vida, y de la tensión por vencer le quedaba ese impulso, un tanto novelado, de personaje con voluntad, que producía un pequeño rechazo”, quizás entre los suyos. Ocurrió también con otras mujeres como Mercedes Fórmica o Sanz-Bachiller. Todas ellas vivieron la injusticia de un olvido que lucha en el vasto océano que a veces media entre el tiempo y la memoria.
Pero Carmen, mujer de poliédrica personalidad, también se convirtió en un fenómeno literario único. España estallaba en las llamas de una guerra civil cuando publicó su primera novela importante. Cristina Guzmán, profesora de idiomas, lanzada previamente por capítulos en la revista Blanco y Negro con enorme éxito, fue leída tanto por republicanos como por nacionales. “Por Carmen Primo de Rivera sé que en la cárcel de Alicante –donde estuvo José Antonio– un único ejemplar de Cristina iba pasando de mano en mano, con el compromiso de leerlo deprisa, hasta que los milicianos de la guardia se hicieron con él y uno de ellos lo pidió para dárselo a su novia”, contó.
“No necesito decir mi emoción ante la idea de que mis páginas ligeras hayan podido alegrar a uno solo de nuestros gloriosos caídos”. Pero resultó que su literatura no supo de bandos. Dolores Ibárruri, Pasionaria, fue lectora entusiasta de Cristina Guzmán..., la historia de una joven viuda que saca adelante sola a su hijo pequeño en medio de la adversidad. Y Carmen Martín Gaite dejó por escrito su afición a las novelas de Icaza: “Leía tantas novelas rosas (…) Luego vino Icaza y desplazó a las demás, ella era el ídolo de la posguerra, introdujo en el género la modernidad moderada; la protagonista podía no ser tan joven, incluso peinar canas, era valiente y trabajadora, se había liberado económicamente, pero llevaba a cuestas un pasado secreto y tormentoso”. Carmen de Icaza rompió moldes y esquemas sociales y reventó algunas costuras del régimen desde dentro a través de sus historias, con unas protagonistas que no se ceñían a las restricciones morales que Iglesia y Estado imponían a la mujer. Como Sol, personaje central de Vestida de tul (1942) –se vendió la friolera de 10.000 ejemplares en una semana-.
En 1945, el Gremio de Libreros la declaró “la escritora más leída del año”. Sus obras se tradujeron a un sinfín de idiomas. Cristina Guzmán… fue estrenada en el Teatro Reina Victoria de Madrid (1939) y en el Cervantes de Sevilla (1941), y se adaptó al cine: con Marta Santaolalla, Ismael Merlo y un debutante Fernando Fernán-Gómez, en 1943, y con Rocío Dúrcal, Arturo Fernández y Emilio Gutiérrez Caba, en 1968.
Carmen de Icaza y su marido, Pedro Montojo –inspector en la Compañía Telefónica Nacional de España–, tuvieron una hija, Paloma, madre de Íñigo, Beatriz, Pedro y Valeria Méndez de Vigo. El mayor, Íñigo –ex ministro de Cultura, Educación y Deporte, y Portavoz del Gobierno– heredó de su abuela Carmen el título de barón de Claret. No hace mucho me dijo que ella y Ernest Hemingway no se conocieron nunca pero que, de haberlo hecho, la amistad habría podido ser bastante similar a como sucede en esta novela. Será porque la literatura dota de alas infinitas a la imaginación.
Ambos escritores habían nacido exactamente en el mismo año de un fin de siglo: 1899. Carmen y Ernesto podían haberse cruzado una mañana delante de la Casa del Pecado Mortal y reencontrado en la década de los 50, cuando la barra del bar Chicote abrigaba las penas de Ava Gardner mientras las tempestuosas noches de la diva y del premio Nobel mantenían la ciudad encendida hasta el amanecer. El Madrid que se rendía a los pies de la bellísima actriz norteamericana no era el que asistía a los discursos del Caudillo en la plaza de Oriente. Y ese país de contrastes seguía devorando con mayor avidez aún las novelas de Carmen de Icaza. La última, La casa de enfrente (1960).
“Ya no habrá otra primavera, ni tampoco otro otoño. Si no puedo existir como yo quiero, la existencia es imposible”, le dijo Hemingway a su amigo, editor y biógrafo, Aaron Edward Hotchner, cuando fue a visitarlo al hospital en el que se reponía de una de sus peores crisis. Acababa de llegar de su último viaje a España. Al poco, en la madrugada del domingo 2 de julio de 1961, se suicidó en su casa de Idaho (EE.UU).
En palabras del escritor cubano Norberto Fuentes, “Hemingway, al igual que los animales indómitos, buscaría el mismo lugar donde nació para morir”. Carmen de Icaza murió, el 16 de marzo de 1979, en el mismo Madrid en el que había nacido.
 
Recién he visto la serie y me ha sorprendido mucho. Que vida más dura la de Carmen.
Hay un documental creo en you tube que explica muy bien su vida. Carmen tenía un corazón enorme, podía ser de la aristocracia, pero su forma de pensar y de hacer fue siempre magnífica.

Yo siempre he admirado a esta mujer.
 
02/04/2022

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Madrid, 28 de diciembre de 1959. En el último Día de los Inocentes de la década, Carmen consuela entre sus brazos a su sobrina Carmencita Diez de Rivera. La joven estaba ilusionada con contarle a su adorada tía que ella y Ramón Serrano Suñer hijo, Rolo, han solicitado los papeles para casarse. Pero, de repente, los 17 años de Carmencita se ensombrecen. Para Carmen de Icaza es uno de los momentos más duros y dolorosos de su vida. Ha sido la encargada de desvelarle a su ahijada que no puede casarse con Rolo porque es su hermano.
Así fue como la joven se enteró de que era fruto del adulterio entre su madre, Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, y Ramón Serrano Suñer, el poderoso cuñado de Francisco Franco, casado con Zita Polo, hermana de la esposa del dictador.
No era la primera vez que Carmen tomaba las riendas de la familia pero quizá fuera la peor de todas. Hija del intelectual y diplomático mexicano Francisco de Asís de Icaza, experto en Lope de Vega y Cervantes y Premio Nacional de Literatura, y de Beatriz de León y Loynaz, una chica bien nacida en La Habana. En 1925, debido a vaivenes políticos en México que impedían cobrar la pensión de su padre, recién fallecido, Carmen le dio su madre el gran disgusto de que empezaba a trabajar en el diario El Sol para mantener a toda la familia. Se encargó de la Crónica de Sociedad y la Plana de la Mujer. Tuvo uno de los primeros veinte carnés de periodista de la Asociación de la Prensa de Madrid.
Defensora a ultranza de los derechos de los niños y de las mujeres, escribió artículos que, en los años 30, pusieron los pelos de punta a más de uno: “Protesta toda la legión de las luchadoras que reclaman como seres humanos su derecho al trabajo; “Sabido es que Alemania como primera medida retrógrada ha emprendido una enérgica cruzada contra la mujer que trabaja, declarando que ‘su sitio es el hogar’ y ‘su única misión el tener y criar hijos’”. O: “Los enemigos de la emancipación femenina acusan al feminismo de ser una de las causas primordiales del paro forzoso”.
Poco a poco fue aproximándose a la Falange y en octubre de 1936, en Valladolid, participó en la creación del Auxilio de Invierno, liderado por Mercedes Sanz-Bachiller, viuda de Onésimo Redondo. Asistían a mujeres y niños, sobre todo huérfanos. Carmen fue la única mujer asesora de la organización, que pasó a llamarse Auxilio Social. Con el tiempo sería su secretaria general. “En nuestros hogares no hay ni rojos ni azules, solamente niños de España”, proclamaba. También se le atribuye el famoso lema “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”.
En aquella España en la que para la mayoría de mujeres no había horizonte más allá de la Sección Femenina, donde aprendían puericultura, corte y confección, a cocinar y ser esposas ejemplares, Carmen de Icaza, que dominaba el inglés, francés, alemán e italiano, viajó por Europa en expediciones compuestas por hombres y ocupó cargos que solían estar reservados para ellos. En enero de 1940, Ramón Serrano Suñer, entonces ministro de Gobernación, la nombró secretaria general de la Dirección General de Propaganda del Movimiento.
Dionisio Ridruejo, con quien Carmen viajó a Italia y Alemania en los años treinta, en sus Casi unas memorias la describió como “una mujer enérgica, triunfal, expresiva, recitada. Había luchado mucho –y con mérito- en la vida, y de la tensión por vencer le quedaba ese impulso, un tanto novelado, de personaje con voluntad, que producía un pequeño rechazo”, quizás entre los suyos. Ocurrió también con otras mujeres como Mercedes Fórmica o Sanz-Bachiller. Todas ellas vivieron la injusticia de un olvido que lucha en el vasto océano que a veces media entre el tiempo y la memoria.
Pero Carmen, mujer de poliédrica personalidad, también se convirtió en un fenómeno literario único. España estallaba en las llamas de una guerra civil cuando publicó su primera novela importante. Cristina Guzmán, profesora de idiomas, lanzada previamente por capítulos en la revista Blanco y Negro con enorme éxito, fue leída tanto por republicanos como por nacionales. “Por Carmen Primo de Rivera sé que en la cárcel de Alicante –donde estuvo José Antonio– un único ejemplar de Cristina iba pasando de mano en mano, con el compromiso de leerlo deprisa, hasta que los milicianos de la guardia se hicieron con él y uno de ellos lo pidió para dárselo a su novia”, contó.
“No necesito decir mi emoción ante la idea de que mis páginas ligeras hayan podido alegrar a uno solo de nuestros gloriosos caídos”. Pero resultó que su literatura no supo de bandos. Dolores Ibárruri, Pasionaria, fue lectora entusiasta de Cristina Guzmán..., la historia de una joven viuda que saca adelante sola a su hijo pequeño en medio de la adversidad. Y Carmen Martín Gaite dejó por escrito su afición a las novelas de Icaza: “Leía tantas novelas rosas (…) Luego vino Icaza y desplazó a las demás, ella era el ídolo de la posguerra, introdujo en el género la modernidad moderada; la protagonista podía no ser tan joven, incluso peinar canas, era valiente y trabajadora, se había liberado económicamente, pero llevaba a cuestas un pasado secreto y tormentoso”. Carmen de Icaza rompió moldes y esquemas sociales y reventó algunas costuras del régimen desde dentro a través de sus historias, con unas protagonistas que no se ceñían a las restricciones morales que Iglesia y Estado imponían a la mujer. Como Sol, personaje central de Vestida de tul (1942) –se vendió la friolera de 10.000 ejemplares en una semana-.
En 1945, el Gremio de Libreros la declaró “la escritora más leída del año”. Sus obras se tradujeron a un sinfín de idiomas. Cristina Guzmán… fue estrenada en el Teatro Reina Victoria de Madrid (1939) y en el Cervantes de Sevilla (1941), y se adaptó al cine: con Marta Santaolalla, Ismael Merlo y un debutante Fernando Fernán-Gómez, en 1943, y con Rocío Dúrcal, Arturo Fernández y Emilio Gutiérrez Caba, en 1968.
Carmen de Icaza y su marido, Pedro Montojo –inspector en la Compañía Telefónica Nacional de España–, tuvieron una hija, Paloma, madre de Íñigo, Beatriz, Pedro y Valeria Méndez de Vigo. El mayor, Íñigo –ex ministro de Cultura, Educación y Deporte, y Portavoz del Gobierno– heredó de su abuela Carmen el título de barón de Claret. No hace mucho me dijo que ella y Ernest Hemingway no se conocieron nunca pero que, de haberlo hecho, la amistad habría podido ser bastante similar a como sucede en esta novela. Será porque la literatura dota de alas infinitas a la imaginación.
Ambos escritores habían nacido exactamente en el mismo año de un fin de siglo: 1899. Carmen y Ernesto podían haberse cruzado una mañana delante de la Casa del Pecado Mortal y reencontrado en la década de los 50, cuando la barra del bar Chicote abrigaba las penas de Ava Gardner mientras las tempestuosas noches de la diva y del premio Nobel mantenían la ciudad encendida hasta el amanecer. El Madrid que se rendía a los pies de la bellísima actriz norteamericana no era el que asistía a los discursos del Caudillo en la plaza de Oriente. Y ese país de contrastes seguía devorando con mayor avidez aún las novelas de Carmen de Icaza. La última, La casa de enfrente (1960).
“Ya no habrá otra primavera, ni tampoco otro otoño. Si no puedo existir como yo quiero, la existencia es imposible”, le dijo Hemingway a su amigo, editor y biógrafo, Aaron Edward Hotchner, cuando fue a visitarlo al hospital en el que se reponía de una de sus peores crisis. Acababa de llegar de su último viaje a España. Al poco, en la madrugada del domingo 2 de julio de 1961, se suicidó en su casa de Idaho (EE.UU).
En palabras del escritor cubano Norberto Fuentes, “Hemingway, al igual que los animales indómitos, buscaría el mismo lugar donde nació para morir”. Carmen de Icaza murió, el 16 de marzo de 1979, en el mismo Madrid en el que había nacido.
Por si le interesa a alguien, os comento que se puede ver en YouTube una conferencia bastante interesante de Iñigo Méndez de Vigo sobre Carmen de Icaza, su abuela.
 

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