Pues toda la artillería pesada de su agencia y de ciertos medios de comunicación no han conseguido lavarnos el cerebro: lo vemos nítidamente, comprendemos que es una obra maestra de la naturaleza que ha sabido simbolizar en su altura físca la talla de su catadura moral. Hemos visto como ha jugado con chicas jovencísimas, como no ha respetado a las familias que le dieron cobijo, como se siente superior a sus hermanos y primos, como le hacía la pelota a una vieja chocha, como ha vendido su vida a la prensa y ha tratado como perros pulgosos a los periodistas de la calle, como se ha jactado de padre protector y ahora se deleita contándonos la vida sentimental de su hija adolescente. Y además esos negocios turbios donde siempre hay un ayuntamiento, una diputación o algo así por medio. Lo tenemos caladísimo.