Cuadernos de Psicología.

El coraje de ser tu mismo y la valentía de sentir, según E.E. Cummings



Nadie puede construir el puente para que puedas cruzar el río de la vida, nadie más que tú mismo”, escribió Nietzsche refiriéndose a la imperiosa necesidad de tomar las riendas de nuestra vida con valentía y atrevernos a vivir la experiencia.
Un siglo más tarde el Premio Nobel de Literatura Seamus Heaney retomaba esta idea: “La experiencia es el camino genuino y duradero […] implica ser auténtico a tu propia soledad, fiel a tu conocimiento secreto”.
La importancia de las experiencias ha sido una constante en el pensamiento de muchos escritores, filósofos y psicólogos de todas las épocas. Cada generación está convencida de que debe luchar más duro que las generaciones precedentes para proteger la identidad personal.
Esa creencia proviene del engreimiento de una cultura cegada por su propio sesgo de presentismo que ignora los contextos pasados y no comprende que cada generación ha tenido que luchar contra la presión que ejerce la sociedad llamada conformidad. Nuestros bisabuelos, abuelos y padres han tenido que luchar contra ello. También nosotros.
Hoy vivimos en un ecosistema pavloviano de retroalimentación constante (fundamentalmente a través de las redes sociales) en el que las opiniones más comunes y simplonas son las que se recompensan con mayor facilidad y las voces disidentes sufren el rápido castigo de una multitud irreflexiva. Como resultado, es más fácil ser como los otros que ser uno mismo. La pretensión de normalidad nos asegura una vida sin sobresaltos a la vez que acalla el “yo”.

La importancia de sentir para conectar con nuestra esencia
Pocas personas han contrarrestado ese embotamiento de la individualidad tolerado culturalmente de forma más valiente y consistente que E.E. Cummings, un escritor estadounidense que ha sido considerado una de las voces más importantes de la poesía del Siglo XX. Este artista jamás dio marcha atrás, entre otras cosas porque, según escribió uno de sus biógrafos “vivía desafiando a todos los que se dejaban doblegar”.
Escribió: “Muchas personas piensan, creen o están seguras de sentir, pero eso es pensar, creer o saber; no tiene nada que ver con los sentimientos […] Casi cualquier persona puede aprender a pensar, creer o saber, pero a nadie se le puede enseñar a sentir. ¿Por qué? Porque cada vez que piensas, crees o sabes, eres un montón de otras personas: pero en el momento en que sientes, no eres más nadie que tú tú mismo.
“No ser nadie más sino tú mismo, en un mundo que está haciendo todo lo posible, día y noche, para hacer que tú seas alguien distinto, significa luchar la más dura batalla que cualquier ser humano pueda enfrentar y nunca dejar de luchar
”.
El propio Cummings, tan solo cuatro años antes, había peleado una de sus batallas más difíciles. Cuando fue galardonado con la prestigiosa beca anual de la Academia de Poetas Americanos, tuvo que soportar las duras críticas de sus compañeros más tradicionalistas que le reprocharon la valentía de romper con la tradición y no ser nadie más que él mismo en su arte. De hecho, muchos de sus versos podrían calificarse como poco ortodoxos ya que no solo rompen con la gramática convencional sino también con el uso de las mayúsculas, la puntuación y hasta la estructura de las palabras.
Refiriéndose a este hecho, dijo: “Nada es más fácil que usar palabras como lo hacen los demás. Todos hacemos exactamente eso casi todo el tiempo”.
Cummings establecía una interesante diferenciación entre pensar y sentir. Creía que cuando pensamos, de cierta forma, estamos recapitulando lo que hemos aprendido de la sociedad, por lo que nos convertimos en un eco de los otros. Sin embargo, creía que sentir era un fenómeno mucho más íntimo que nos conectaba con nuestra verdadera esencia.
Esta idea también está presente en la filosofía budista, en la cual se enaltecen las experiencias directas sobre el conocimiento trasmitido. De hecho, no es casualidad que uno de los métodos de aprendizaje preferidos de los maestros zen sean los kōan, un problema que se plantea al alumno para que pueda seguir progresando. La clave radica en que esos problemas no se deben analizar con la mente racional sino que para resolverlos es necesario deshacerse de algunas ideas preconcebidas.
En sintonía con esta idea, Cummings dijo: “El artista no es más que aquella persona que desaprende todo lo que ha aprendido para conocerse a sí mismo”. El poeta pensaba que para descubrir nuestra esencia debemos emprender el camino de regreso: deshacernos de muchas de las reglas, creencias y estereotipos heredados de una sociedad que pretende moldearnos a su imagen y semejanza, eliminando todo rastro de individualidad.
Por supuesto, ese viaje no es sencillo: “Se necesita coraje para crecer y convertirte en la persona que realmente eres”, escribió. A medida que nos distanciamos de lo establecido, cuando lo normal deja de ser suficiente, se activa una especie de mecanismo de rechazo social que no es más que la expresión del miedo de los demás a lo diferente, el miedo a verse en ese espejo y reconocer que se ha perdido por completo la conexión con su esencia.
¿Cómo afrontar ese viaje de redescubrimiento sin desorientarse?
Cummings nos da un punto de partida: “El primer paso para expandir tu realidad consiste en descartar la tendencia a excluir las cosas de las posibilidades”. O lo que es lo mismo: no conviertas lo improbable en imposible. No te cierres al mundo de posibilidades solo porque la sociedad dice que no se puede o porque intentan ponerte obstáculos en el camino.
Y termina su discurso con una frase motivadora que puede convertirse en nuestro mantra a través de ese viaje interior: “Recuerda solo una cosa: solo tú, nadie más, determina tu destino y decide tu suerte. Nadie puede vivir en tu lugar, ni tu puedes vivir por los demás”.
¡Buen viaje!
https://www.rinconpsicologia.com/2018/08/coraje-de-ser-tu-mismo-cummings.html
 
SÍNTOMAS Y CONSEJOS PARA COMBATIRLO

El laberinto del estrés: por qué se ha convertido en la enfermedad de este siglo
Uno de cada seis estamos condenados a padecer algún tipo de ansiedad. El estrés ya es la primera enfermedad mental, por delante de la depresión. ¿Es evitable?


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Ilustración: Del Hambre


RUBÍN DE CELIS

18/09/2018
La ansiedad se ha convertido a lo largo de la última década en la primera enfermedad mental, por delante de la depresión. ¿Una epidemia del siglo XXI? Sin duda, ya que el diagnóstico de Trastornos de Ansiedad Generalizada (TAG) ha crecido exponencialmente, hasta el punto de que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada diez habitantes del planeta sufre hoy sus síntomas.

Circunscribiendo el problema a nuestras fronteras, un tercio de los adultos españoles reconoce sentirse estresado con frecuencia y, de ellos, más de la mitad acabará desarrollando alguna enfermedad psíquica o física relacionada con tal padecimiento (ansiedad y estrés no son exactamente sinónimos: la frecuencia y gravedad del segundo puede provocar la primera). Familia y bolsillo son las dos principales causas de una zozobra que afecta particularmente a los menores de 45 años y a las mujeres (que tienen, según una reciente investigación de la Universidad de Cambridge, el doble de probabilidades de padecerla). Otro factor significativo: tener responsabilidades familiares, hijos o parientes a cargo.



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Ilustración: Del Hambre


La ansiedad es, en gran medida, resultado directo de nuestro estilo de vida, lo que ha hecho que el perfil de afectados por esta enfermedad se haya modificado, abriéndose en los últimos años. Aquel que piense todavía en varones de mediana edad con exitosas carreras profesionales y grandes responsabilidades a sus espaldas yerra, ya que los estudios demuestran que afecta tanto a mujeres como a hombres de distintos grupos de edad y con perfiles profesionales y vitales bien diferenciados.

“La ansiedad –informa la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés– es una emoción natural que comprende las reacciones de los seres humanos ante la amenaza de un resultado negativo o incierto. Este tipo de reacciones se producen ante los exámenes, al hablar en público, al sentirse evaluados, en situaciones sociales, o ante cualquier situación que nos resulte amenazante”. El verdadero problema se produce cuando sus síntomas ensombrecen actividades y momentos que no conllevan motivo aparente para la inquietud. La vida se convierte en una preocupación constante y desproporcionada.


LA ANSIEDAD ES RESULTADO DIRECTO DE NUESTRO ESTILO DE VIDA, LO QUE HA HECHO QUE EL PERFÍL DE AFECTADOS SE AMPLÍEN.


Rafael Santandreu, psicólogo y autor de best sellers de divulgación científica, como El arte de no amargarse la vida o Ser feliz en Alaska, que ya han vendido un millón de ejemplares, enfoca no tanto al contexto como a nosotros mismos: “El 95% del estrés que sufrimos nos lo provocamos nosotros con nuestros pensamientos. El problema está en que continuamente nos decimos ‘si pasase tal cosa, sería terrible’, pero otras personas en la misma situación sienten emociones diferentes. Y están bien. Ya lo dijo Epicteto en el siglo I: No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”.


[Le puede interesar: Las mejores técnicas de relajación para combatir el estrés]


Santandreu pone el acento en lo que él mismo, amigo de conceptualizaciones cristalinas, ha denominado necesititis: “Creemos que necesitamos mucho para estar bien. Nuestra sociedad produce más y más necesidades inventadas, que provocan super exigencias. Tener deseos está bien, pero convertirlos en auto exigencias, no. En la actualidad, para ser una persona mínimamente presentable tienes que tener estudios y hablar algún idioma, ser extrovertido y tener una gran vida social y muchos amigos, buena presencia, haber viajado, una casa bonita y ordenada, un buen coche… Al final, nuestra mente está llena de obligaciones, no solo para nosotros, también para los demás, que nos vuelven inflexibles y amargados”.



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Ilustración: Del Hambre


IDENTIFICACIÓN Y TRATAMIENTO

El hecho es que, según las estimaciones de los expertos, al menos una de cada seis personas sufrirá a lo largo de su vida algún tipo de trastorno relacionado con la ansiedad. Pueden ser ataques de pánico más o menos esporádicos; fobia social –el miedo persistente a una o varias situaciones sociales por temor a que resulten conflictivas y/o embarazosas–; quizá sea un Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), e incluso un Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG). La primera clave a la hora de combatir la ansiedad, como cualquier otra enfermedad, es identificarla y tratarla en sus inicios. También normalizarla. Obvio, pero no por ello menos relevante en un país en el que la mitad de los trastornos mentales están infradiagnosticados en el nivel de la atención primaria (y eso que representan casi un tercio del total de consultas en este área).

Después, dos son los métodos, normalmente combinados, para su tratamiento: el psicoterapéutico, practicado desde los mismos orígenes de la medicina, mucho menos invasivo a nivel físico y que en muchas ocasiones puede ser suficiente para dotar al paciente de las herramientas necesarias para mejorar su experiencia vital, y el farmacológico, con el uso de medicamentos como benzodiazepinas, ansiolíticos o antidepresivos, que juegan un papel importante en los casos (graves) en los que la terapia psicológica no avance, ayudando a reducir la tensión física que produce la ansiedad y relajando el cuerpo y la mente.

Santandreu, cuyos puntos de vista y recomendaciones también pueden leerse en su blog Escuela de felicidad, nos deja un consejo-marco para ayudarnos a prevenir los estragos de este mal tan contemporáneo: “Hay que trabajar cotidianamente para convertirse en una de esas personas que difícilmente sufren ansiedad. No se trata de no experimentar emociones negativas, por supuesto, sino de aprender a dimensionarlas, a darles su justa medida. La clave es no ‘terribilizar’ jamás y mantener un diálogo interno de personas fuertes”.


SÍNTOMAS DE LA ANSIEDAD
El Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) recoge los siguientes síntomas, que aparecen temporalmente –con mayor o menor frecuencia–, se inician bruscamente y alcanzan su máxima expresión en los 10 primeros minutos:

1. Palpitaciones, sacudidas del corazón o elevación de la frecuencia cardíaca.
2. Sudoración.
3. Temblores o sacudidas.
4. Sensación de ahogo o falta de aliento.
5. Sensación de atragantarse.
6. Opresión o malestar torácico.
7. Náuseas o molestias abdominales.
8. Inestabilidad, mareo o desmayo.
9. Desrrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (estar separado de uno mismo).
10. Miedo a perder el control o volverse loco.
11. Miedo a morir.
12. Parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo).
13. Variaciones térmicas tales como escalofríos o sofocaciones.



La ansiedad ha acompañado fielmente al hombre desde el comienzo de los tiempos. Durante siglos la hemos padecido, desatendido hasta oscurecerla, estudiado tratando de comprenderla, y combatido. Jamás seremos capaces
de desterrarla, luego no nos queda otra que aprender a vivir con ella, del mismo modo que hemos aprendido a vivir con los nubarrones, la oscuridad de la noche o las tormentas con sus rayos y truenos.

“La ansiedad es el vértigo de la libertad”, afirma una de las máximas de Søren Kierkegaard. En 'El concepto de la ansiedad', el filósofo y teólogo danés expuso lo que para él era una fuerza dual, entre la destrucción y la creatividad. Así, aquel que aprende a vivir con ella, quien es capaz de servirse de su potencial creativo minimizando la parálisis provocada por lo indefinido, ha aprendido la gran lección vital. Sin embargo, algo más de un siglo después, Marcuse hablaba –en 'El hombre unidimensional', uno de los ensayos más emblemáticos del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX–, no sin cierta intención utópico-libertaria, del ideal de “vivir sin ansiedad” o, lo que es lo mismo, de la necesidad de una total emancipación del pavor existencial, un sentimiento muy representativo de aquella sociedad moderna.



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La ansiedad ha acompañado fielmente al hombre desde el comienzo de los tiempos. (Pixabay)


El mapa social ha cambiado mucho desde entonces y hoy, tanto la psicología como la sociología, dibujan un contexto en el que la precariedad laboral –de la sobrecarga de tareas a la incertidumbre que provoca un mercado inestable y ultra competitivo–, la crisis de determinados modelos sociales –tanto la cultura del éxito como la inédita conciliación de trabajo y familia– y unos altos niveles de insatisfacción personal se combinan para disparar nuestra ansiedad.

“Sus causas sociales –señala la psicóloga social María Soria, coordinadora académica del Grado de Psicología de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR)– son multifactoriales, pero los trastornos de ansiedad pueden verse favorecidos por estilos de vida cada vez más demandantes o exigentes. Es frecuente que una persona asuma roles que en ocasiones entran en conflicto, lo que genera la percepción de no ser capaz de atender a las demandas por estar en varias situaciones de modo simultáneo o alterno. El estilo a la hora de afrontar estas situaciones y cumplir las expectativas marca la diferencia entre experimentar momentos aislados de incomodidad o disforia del desarrollo de una sintomatología ansiosa clara desde el punto de vista clínico”. ¿Podemos blindarnos de alguna manera ante ella? “Sí, trabajar en adoptar perspectivas propias realistas con nuestras capacidades constituye la mejor protección”.



CONSEJOS PARA COMBATIR LA ANSIEDAD
Los expertos y terapeutas coinciden en señalar una serie de prácticas cotidianas que ayudan a mantener a raya nuestra ansiedad:

1. Solicitar consejo –y ayuda– a personas de nuestro entorno más cercano, incluyendo nuestro médico de familia.
2. Practicar ejercicios de relajación y técnicas antiestrés (de la meditación al yoga, entre los que más resultados comprobados dan).
3. Seguir una dieta más equilibrada que aporte a nuestro sistema nervioso central glucosa y triptófano, imprescindibles para sintetizar serotonina y garantizar su óptimo funcionamiento (frutos secos, pescados azules y carnes blancas, huevos –sobre todo la yema–, frutas y verduras como naranja, kiwi, plátano, piña, aguacate, espinacas, berros o remolacha, y chocolate. Especial atención al desayuno).
4. Fomentar el denominado positive thinking, empezando con la regla de oro para la Clínica Mayo: no reprocharse uno mismo lo que no se recriminaría a los demás.
5. Mejorar el sueño (para lo que tanto la relajación como la alimentación son fundamentales).
6. Practicar al menos 30 minutos de ejercicio físico diario.


https://www.gentleman.elconfidencia...-enfermedad-sigloxxi-causas-sintomas_1616859/
 
7 datos sobre el síndrome de piernas inquietas que debes conocer


Lunes, 24 de septiembre de 2018 18:15

|Ana Herrera


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Se tiene conocimiento que el 15 por ciento de la población mundial padece esta enfermedad
¿Te has despertado en la noche con una sensación extraña en las piernas? Si esto te ocurre seguido o es incómoda tal vez padezcas el síndrome de piernas inquietas, un padecimiento neorológico que puede afectar tu vida e incluso puede ser el primer síntoma de la enfermedad de párkinson.


Se tiene conocimiento que el 15 por ciento de la población mundial padece esta enfermedad, también llamada por sus siglas SPI, y aunque en México no se tiene un cálculo exacto de pacientes, Ulises Jiménez Correa, responsable de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UNAM, menciona que entre el ocho y 10% de sus pacientes son diagnosticados con este mal.


“Cuando llegan con nosotros dicen tener molestias en las piernas, tan irritantes que no pueden dormir. A esa dificulta se le denomina insomnio de inicio, y también se puede presentar en las madrugadas, porque la persona mueve las piernas, al hacerlo se despierta y tiene dificultades para volver a conciliar el sueño”, dice el investigador de la máxima casa de estudios.

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Si aún no sabes si padeces esta rara enfermedad, te decimos 7 datos sobre el síndrome de piernas inquietas para determinar si vas o no al doctor lo antes posible.


1.-Es conocido también como el síndrome Willis-Ekbom.


2.- Es un trastorno neurológico originado por lesiones en la médula espinal, anemia, disfunción renal o enfermedades neurológicas, que pueden desencadenar enfermedades como el párkinson.





3.- Las alteraciones en la transmisión de hierro o dopamina al sistema nervioso central provocan que el paciente presente malestar e incomodidad en las piernas cuando está sentado o dormido, que lo hace levantarse o moverse para dejar de sentir la inconformidad.

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4.- Los pacientes muchas veces no pueden definir los síntomas, pero en su mayoría reportan escalofríos, sensaciones de dolor, hormigueo, ardor o espasmos en las piernas cuando se encuentran en reposo o al dormir. En ocasiones los síntomas pueden desaparecer sólo con moverse, pero no es siempre.





5.-Adultos mayores y una de cada tres mujeres embarazadas, son los principales afectados por el SPI, indica Carlos Zúñiga Ramírez, médico de la Unidad de movimientos anormales y enfermedades neurodegenerativas del Hospital Civil Fray Antonio Alcalde en Guadalajara.


6.-Existen diversos tratamientos, medicamentos y ejercicios para tratar esta enfermedad, sin embargo, Ulises Jiménez Correa, experto de la UNAM, puntualiza que lo más recomendable es dormir lo suficiente, utilizar compresas calientes o frías, relajar los músculos con masajes y estiramientos, además de evitar el consumo de cafeína, alcohol y tabaco.

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7.- Su diagnóstico es complicado porque suele ser confundido con el trastorno de ansiedad generalizada o con la acatisia, una enfermedad neuropsiquiátrica que hace que los pacientes se muevan constantemente.


Si sospechas que padeces el síndrome de piernas inquietas, lo mejor es acudir ante un especialista para que valore tu caso.


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TAGS: Cerebro salud Enfermedades crónicas
REFERENCIAS: Fundación UNAM FamilyDoctor El País
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Ana Herrera


ARTICULISTA

https://culturacolectiva.com/estilo...uietas-puede-presentarse-antes-del-parkinson/
 
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Como hacer un plan de vida en 6 pasos.

Un plan de vida es aquello que nos ayuda a crear todo tipo de proyectos que vertebren nuestro desarrollo personal. A pesar de que en nuestras vidas hay cosas que no controlamos, tener una noción de continuidad es importante para poder experimentar plenamente lo que el mundo nos depara.

En este artículo veremos varios consejos acerca de cómo crear un plan de vida y de qué manera este puede ser aplicado.

Cómo crear un plan de vida
Puede que resulte paradójico, pero muchas veces creemos tener muy claras todas nuestras opiniones acerca de todo tipo de temas, pero no tenemos ni idea acerca de lo que haremos con nuestras propias vidas.

Justamente por eso, desarrollar y aplicar un plan de vida es interesante: nos permite encontrar un proyecto con el que casi siempre nos podemos identificar a pesar de que todo a nuestro alrededor vara cambiando con el tiempo.

Por supuesto, a veces aparecen momentos de crisis en los que un plan de vida deja de tener sentido. Pero estos periodos de incertidumbre no tienen por qué invalidar la idea en sí de tener objetivos y estrategias para acercarnos a ellos; simplemente nos exige crear un nuevo plan de vida. De esto se deriva también que cualquier momento es bueno para empezar uno de ellos, independientemente de la edad que uno tenga.

Así pues, veamos qué pasos hay que dar para crear un plan de vida a la medida de nuestras metas.

1. Analiza tus expectativas de vida
En el primer paso, hay que pararse a pensar en cuál creemos que puede ser un margen de cambio realista acerca de nuestras condiciones de vida. Si nos obsesionamos en objetivos que solo podremos alcanzar siendo multimillonarios, por ejemplo, eso solo nos hará caer una y otra vez en la frustración, o bien postergar tanto la persecución de nuestras metas que poco a poco nos vayamos olvidando del plan de vida.

2. Determina tus valores
Ningún plan de vida prosperará si va en contra de nuestros valores. Por eso, hay que tener claro cuáles son aquellos a los que les concedemos una mayor importancia. Para ello, lo mejor es hacer una lista en la que consten los principales valores que consideres relevantes, y luego ordénalos según su importancia. Si te cuesta pensar en varios, puedes encontrar ejemplos en este artículo: Los 10 tipos de valores: principios que rigen nuestras vidas

3. Determina tus necesidades
Piensa en aquello que más te llena, pero no seleccionando simplemente tus deseos del momento, sino aquellos objetivos generales que crees que pueden abarcar tus grandes proyectos vitales. Haz lo mismo que en el paso anterior: realiza un listado de necesidades y ordénalas priorizando las que sean más relevantes para ti. Quédate con un máximo de tres de ellas, dado que si tratas de aspirar a varias, posiblemente no puedas involucrarte demasiadoen todas ellas.

Por otro lado, piensa que las mejores metas son las que involucran la felicidad de mucha gente, ya que su huella permanece durante más tiempo y de manera más estable que los casos en los que eres la única persona que lo aprecia. De todas formas, más allá de esta observación, es perfectamente válido orientar una vida a una meta que hará que la única persona que disfrute del fruto de años de trabajo.

4. Transforma tus necesidades y valores en cadenas de acción
A partir de tus objetivos y valores, desarrolla una serie de cadenas de acciones que te lleven de la situación presente a tus metas. Es decir, ve de lo abstracto de tus objetivos y valores a lo concreto, las estrategias y métodos que te pueden llevar a donde quieres estar a varios años vista.

Una buena manera de hacerlo es pasar por varias capas de abstracción, generando objetivos generales y luego construyendo sub-objetivos a partir de ello. Por otro lado, procura fijarte fechas límite para hacer que tu compromiso con el plan de vida aumente.

5. Reflexiona sobre el rol que jugarán otras personas en tu vida
Sería un error realizar un plan de vida sin tener en cuenta al resto de las personas que nos rodean y que nos rodearán en un futuro. ¿Quieres alejarte de ciertas influencias negativas? ¿Te gustaría pasar más tiempo con aquellos a quienes quieres y aprecias? ¿Cómo combinarás eso con tus objetivos?

6. Aplica tu plan de vida y monitorízalo
No es suficiente con llevar a cabo las acciones necesarias para ir desarrollando el plan de vida. También hay que seguir controlando que esos objetivos a los que aspiramos tengan un sentido para nosotros. El simple paso del tiempo y nuestro propio proceso de maduración y aprendizaje hace que estas necesidades puedan cambiar de manera espontánea, y por eso necesitamos estar alerta para no continuar ciegamente con esos planes.

Referencias bibliográficas:
  • Lerner, R.M. (2002). Concepts and theories of human development. Mahwah, NJ: Erlbaum.
  • Pink, D. H. (2010). Las sorprendente verdad sobre qué nos motiva (1a ed. edición). Barcelona: Centro Libros.
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https://psicologiaymente.com/autores/arturo-torres
Arturo Torres

Psicólogo

Licenciado en Sociología por la Universitat Autónoma de Barcelona. Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona. Posgrado en comunicación política y Máster en Psicología social.

https://psicologiaymente.com/vida/plan-de-vida
 
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Los 7 tipos de apego emocional (y efectos psicológicos)

Cariño, amistad, amor... son conceptos vinculados al hecho de manifestar una vinculación emocional con otra persona, la cual es relevante para nosotros y a la cual nos sentimos unidos.

Se trata de un tipo de relación afectiva de gran importancia para nosotros y que surge ya desde la infancia con nuestros padres, familiares o cuidadores principales (posteriormente ello marcará nuestra forma de relacionarnos no solo con ellos sino también con el resto de personas).

Pero no todos tenemos los mismos modos de relacionarnos o vincularnos con los demás, dependiendo ello de nuestras vivencias y percepciones respecto a lo que implica tipo de relación que mantenemos (predictibilidad, seguridad, expresión física del afecto…) o de factores como el temperamento. Es por ello que en realidad podemos hablar de varios tipos de apego. En este artículo veremos cuáls son.

¿Qué es el apego?
Se entiende como apego al tipo de lazo emocional y afectivo que surge entre dos individuos y que genera la voluntad de permanecer en la cercanía o en contacto con el otro, con preferencia por lo general por la cercanía física. Este concepto es fundamental en las relaciones cercanas y la capacidad para sentirlo está presente durante toda la vida.

Es posible sentir apego por todo tipo de personas y seres, incluyendo mascotas, o incluso a objetos inanimados. No es algo específicamente humano, pudiendo observarse manifestaciones de apego en una gran cantidad de animales.

Este fenómeno ha sido estudiado por una gran cantidad de investigadores. Entre ellas destaca la figura de John Bowlby, creador de la teoría del apego. Este autor analizó el apego en los bebés para con las figuras maternas, explorando cómo los cuidadores se transforman para los niños en elementos que les transmiten seguridad, bienestar y afecto.

Su teoría inicialmente veía el apego como una relación cuya meta era la búsqueda de dichos elementos por parte del bebé, siendo un mecanismo de origen evolutivo y marcado en nuestros genes (no se trata de algo consciente) que permite resguardar al menor y hacerlo sobrevivir.

Otra gran figura del estudio del apego fue Mary Ainsworth, la cual investigó y realizó diversos experimentos que de hecho condujeron a la generación de una clasificación entre diferentes tipos de apego en la infancia.

Para ello llevó a cabo el conocido experimento de la situación extraña, en la que se analiza el comportamiento de los niños en presencia y en ausencia de la figura materna en una serie de situaciones que incluyen dejarlo solo, en presencia de un extraño y diversas combinaciones en las que se analiza la conducta con respecto al entorno y la búsqueda de seguridad en la madre cuando esta está presente.

Los grandes tipos de apego en la infancia
Se han observado cuatro grandes tipo de apego en la infancia, extraídos de la observación del comportamiento de los bebés en experimentos como el de Ainsworth. Estos tipos de apego se dividen principalmente en un único tipo de apego seguro (siendo este el tipo de apego mayoritario) y tres modalidades de apego inseguro.

1. Apego seguro
El denominado apego seguro, que se ha desvelado como el tipo de apego más habitual en la infancia, hace referencia a la existencia de un tipo de vinculación en la cual la presencia de la figura relevante permite una exploración del entorno relativamente tranquila, empleándola como un mecanismo o base segura a la cual volver en momentos de malestar o miedo. Dicha búsqueda se volverá activa de manera necesaria.

La ausencia o marcha de la figura de apego genera malestar y angustia, disminuyendo su actividad y manifestando preocupación, y su vuelta es siempre o casi siempre bien recibida. Esta búsqueda se deriva del conocimiento de que la figura de apego responderá a las propias necesidades en caso de necesidad.

2. Apego ambivalente
Un tipo de apego diferente del anterior, que entraría dentro de los tipos de apego inseguro, es el ambivalente o resistente. Este tipo de apego parte de la existencia de dudas con respecto a si la figura de apego va a responder verdaderamente a sus necesidades, no estando seguros de poder contar con su presencia.

Ello puede deberse a un contacto inconsistente en que las necesidades del niño a veces son atendidas correctamente y en otras o no son atendidas o bien no son bien entendidas, no sabiendo el pequeño qué puede esperar.

Los niños con este tipo de apego suelen mantenerse cerca de la madre o figura de apego en todo momento, en parte debido a la inseguridad, y su marcha genera un sufrimiento extremo. Pese a ello,la vuelta de esta no implica un acercamiento rápido y feliz sino un cierto rechazo y rencor ante lo que podrían llegar a considerar un abandono, aunque tienden a acercarse y buscar el contacto.

3. Apego evitativo
En este tipo de apego, también inseguro, podemos observar como el sujeto tiende a no buscar seguridad y protección en la figura de apego. Cuando se va no suelen mostrar grandes niveles de sufrimiento o miedo y su retorno no resulta especialmente celebrado, existiendo cierto nivel de indiferencia o evitación del contacto con ella.

El motivo de ello puede estar en que la figura de apego puede haberse considerado lenta o poco sensible a las necesidades del menor, especialmente en lo que se refiere a afecto y protección. Pueden sentirse no apoyados o que sus necesidades son rechazadas, lo que puede conducir a la evitación como manera de defenderse del malestar asociado a la sensación de abandono.

4. Apego desorganizado
Un tipo de apego mucho menos prevalente que ninguno de los anteriores, el apego desorganizado correspondería a una mezcla de los dos anteriores tipos de apego inseguro. Generalmente se suele observar en entornos en que las figuras de apego son a la vez positivas y negativas, fuente tanto de satisfacción como de daño. Es más habitual en situaciones de maltrato y violencia intrafamiliar.

Las conductas mostradas son inconsistentes: por un lado la ausencia de la figura de apego resulta intranquilizadora, pero a su vez puede relajarse debido a ello. Asimismo su regreso puede ser recibido con miedo o con alegría pero sin buscar la cercanía. Pueden buscar una evitación activa del contacto, o ir manifestando patrones extraños o cambiantes dependiendo de la situación .

Los estilos de apego en la adultez
Los anteriores tipos de apego están principalmente centrados en los que surgen a lo largo de la primera infancia, en interacción con la madre. Pero estos tipos de apego no se quedan igual, sino que a medida que el niño va creciendo y volviéndose un adulto el tipo de apego va generando un estilo de pensamiento y de relación interpersonal más o menos habitual.

En este sentido, podemos encontrar hasta tres grandes tipos de apego en adultos, según la investigación llevada a cabo por Hazan y Shaver en que hacían que personas adultas definieran el tipo de sentimientos que tenían en sus relaciones personales.

1. Apego seguro adulto
Alrededor de la mitad de la población tiene este tipo de apego, en el que por lo general no existe una preocupación frecuente por el abandono del entorno o por el excesivo compromiso.

En la interacción con los demás prevalece la comodidad, la tranquilidad y la confianza, siendo capaz de tener interacciones equivalentes con sus iguales y con otras figuras de apego. Se consideran merecedores de afecto y tienden a la calidez y estabilidad. La autoestima es buena, tienen independencia y buscan relaciones positivas.

2. Apego evitativo adulto
Una persona con apego evitativo va a tender de adulto a tener dificultades a la hora de confiar en los demás y a sentirse incómodo en relaciones íntimas. Generalmente los contactos suelen ser más superficiales, pudiendo existir incomodidad y dificultades a la hora de expresar aspectos profundos a los demás. Suelen ser menos sociables, aunque ello no implica que no puedan disfrutar de las relaciones. Pueden ser autorrepresivos, huidizos y aparentar frialdad.

3. Apego ambivalente adulto
El apego ambivalente se muestra en la adultez como una manera de relacionarse en la que se puede pensar que se es menos valorado de lo merecido. Las propias identidad y autoconcepto pueden estar dañadas, existiendo inseguridad con respecto a querer/no querer o ser/no ser querido. Se desea una relación íntima y profunda, pero ello puede generar a su vez una cierta reticencia y miedo. No es infrecuente que este apego genere situaciones de dependencia o codependencia, así como miedo al abandono.

Referencias bibliográficas:
  • Bowlby, J. (1977). The making and breaking of affectional bonds. The British Journal of Psychiatry, 130(3): 201-210.
  • Bowlby, J. (1998). El apego y la pérdida 1: El apego. Barcelona: Paidós.
  • Shaffer, D. (2000). Psicología del desarrollo. Infancia y adolescencia. Editorial Thomson: Madrid.
  • Sanz, L.J. (2012). Psicología evolutiva y de la educación. Manuales CEDE de Preparación PIR, 10. CEDE: Madrid.
TÓPICOS

https://psicologiaymente.com/autores/oscar-castillero-mimenza
Oscar Castillero Mimenza
Psicólogo en Barcelona | Redactor especializado en Psicología Clínica

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Máster en Psicopedagogía con especialización en Orientación en Educación Secundaria. Cursando el Máster en Psicología General Sanitaria por la UB.
https://psicologiaymente.com/social/tipos-apego-emocional
 
15 reflexiones de Sócrates para la vida
Frases de psicologos



Sócrates fue uno de los filósofos más grandes, maestro de Platón y figura esencial en la unificación de la filosofía griega. Se dice que iba por las plazas de Atenas generando discusiones para constatar si las personas realmente sabían de lo que estaban hablando. La famosa “ironía socrática” consistía en interrogar a las personas para luego poner en evidencia la incongruencia de sus afirmaciones.
Su famosa frase “solo sé que no se nada”, fue su motor impulsor. Quería que las personas reflexionaran y salieran de la ignorancia, por eso desafiaba el conocimiento establecido. Pensaba que todo era objetable y que la sabiduría no consiste en acumular conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y construir otros más sólidos.
Dijo que “la ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades”, y lo mismo aplicaba a la sociedad, por lo que no es extraño que su postura inconformista le llevara a ser condenado a muerte por “atentar contra la democracia”.

Frases de Sócrates sobre la vida y la sabiduría

1. El grado sumo del saber es contemplar el por qué. Preguntarse es el inicio del camino a la sabiduría.
Sócrates quería que no diéramos absolutamente nada por sentado y que lo cuestionáramos todo. Este filósofo sabía que las palabras más poderosas del universo eran: ¿Por qué? Una vez que nos empezamos a cuestionar todo lo que siempre hemos dado por sentado, nuestra percepción del mundo cambia completamente y ya no hay marcha atrás, pasamos a un nivel de autoconocimientosuperior.
2. La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.
Para Sócrates la sabiduría no es una meta a la cual se llega sino un camino que se recorre. Quien no reconoce su ignorancia ni siquiera emprende ese camino, se limita y contenta con lo que sabe. Al contrario, reconocer la ignorancia y plantearse preguntas es la única manera para crecer y descubrir nuevas cosas.
3. A veces hay que alzar muros, no para alejar a la gente sino para ver a quién le importas lo suficiente como para derribarlos.

Para Sócrates, la amistad se debía cultivar con calma. Debemos elegir inteligentemente los amigos y permitir solo a aquellos más valiosos pasar a nuestro círculo más íntimo. De hecho, también solía decir que "los amigos son como el dinero, antes de necesitarlos debemos conocer su valor".
4. Alcanzarás buena reputación esforzándote en ser lo que quieres parecer.
En una sociedad donde las apariencias son cada vez más importantes y donde muchos llevan una doble vida feliz en las redes sociales que poco o nada tiene que ver con su realidad, esta frase de Sócrates tiene más vigencia que nunca. Se trata de convertirte en tu mejor versión, no aparentar sino mostrar autenticidad intentando mejorar cada día un poco.
5. El secreto del cambio está en centrar toda tu energía, no en luchar contra lo pasado, sino en construir todo lo nuevo.
Muchas personas se quedan atascadas en el sufrimiento porque no logran hacer las paces con su pasado. Sin embargo, solo podemos cambiar cuando somos capaces de volver la vista al futuro. Con esta frase, Sócrates nos anima a dejar de malgastar energía en las culpas y recriminaciones por cosas que forman parte del pasado y no podemos solucionar y aprender a centrar esa energía en construir el futuro que queremos.
6. La mentira gana bazas, pero la verdad gana el juego.
Las mentiras, antes o después salen a la luz. La única mentira que no se descubre es aquella que no se dice, por lo que siempre es mejor apegarse a lo ocurrido. Apartarte de la senda de la mentira te evitará muchos dolores de cabeza.
7. Comenzar bien no es poco, pero tampoco es mucho.
El primer paso no te lleva a dónde quieres ir, pero te saca de donde estás. No cabe dudas de que el primer paso es importante, pero Sócrates nos alerta de que debemos seguir caminando. Si no lo hacemos nos quedaremos a mitad del camino, con el cansancio de lo recorrido y los sueños rotos por lo que no recorreremos.
8. Una vida sin examen no merece ser vivida.
Sócrates se refería a la importancia de examinarse a sí mismo manteniendo en todo momento una actitud crítica hacia nuestros actos. El filósofo creía que debemos preocuparnos por crecer ya que el objetivo último de la vida debe ser convertirnos en la mejor persona que podemos ser. Y no podemos lograrlo si no realizamos actos de instrospección.
9. No puedo enseñar nada a nadie, solo puedo hacerlos pensar.
Esta frase de Sócrates es muy interesante ya que llama la atención sobre la necesidad de que cada persona aprenda por sí sola y llegue a sus propias conclusiones. También nos alerta de que, en muchos casos al ayudar y pretender hacer un bien, le estamos arrebatando a las personas su capacidad para pensar, decidir y recorrer su propio camino cometiendo sus errores, que serán la base del aprendizaje.
10. Cuando el debate se pierde, la calumnia se convierte en la herramienta del perdedor.
Con esta frase, Sócrates nos advierte de la importancia de perder dignamente, así como de ser lo suficientemente inteligentes como para no darnos por aludidos cuando nuestro interlocutor, en vez de recurrir a argumentos razonables, simplemente recurre a las calumnias porque es la única herramienta de descrédito que le queda.
11. Las grandes mentes discuten ideas, las mentes mediocres discuten acontecimientos, las mentes débiles discuten sobre las personas.
En una discusión, debemos asegurarnos de mantener bajo control las emociones y discutir únicamente de ideas. Cuando el debate pasa al plano personal o sobre la valía de otras personas, hemos perdido completamente el rumbo.
12. Cada acción que reporta placer tiene un precio.
Todo en la vida tiene un precio. Es una ilusión pretender tenerlo todo sin dar algo a cambio. Cuando antes lo asumamos, mejor dispuestos estaremos a valorar si el precio de algunas cosas es justo o estamos dispuestos a pagarlo.
13. La envida es la úlcera del alma
La envidia corroe lentamente, impidiendo a quien la sufre disfrutar de su vida porque está demasiado ensimismada comparándose con la vida que llevan los demás y contando sus dones, en vez de sentirse agradecido por los propios. De hecho, la envidia es como beber veneno, esperando que sea la otra persona quien muera ya que en realidad, el único daño lo sufre la persona envidiosa.
14. Si no consigues lo que quieres, sufres. Si consigues lo que no quieres, sufres. Incluso cuando obtienes exactamente lo que quieres, sigues sufriendo porque sabes que no podrás tenerlo para siempre. Tu mente crea esa situación. Quiere liberarse del cambio y no entiende que el cambio es ley y ninguna pretensión alterará esa realidad.
Vemos la realidad como somos, a través de nuestras expectativas, lo cual significa que en muchas ocasiones el sufrimiento o la felicidad son autoprovocados. Por eso Sócrates abogaba porque aprendiéramos a conocernos mejor y aceptáramos el cambio.
15. Quien no está contento con lo que tiene, tampoco lo estará con lo que le gustaría tener.
Sócrates se refería a la necesidad de sentirnos satisfechos y felices aquí y ahora, no postergar la felicidad a las posesiones que podrían llegar en un futuro. Nuestras necesidades siempre crecen, por lo que aunque siempre tengamos una nueva meta, debemos asegurarnos de disfrutar de la felicidad en el presente. Después de todo, la clave no está en tener más, sino en disfrutar más de lo que ya tenemos.
https://www.rinconpsicologia.com/2018/10/reflexiones-socrates.html
 
Más miedo que la muerte
Publicado por Jaime Sánchez-Rubio
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Fotografía: Tim Vrtiska (CC).
Albert Camus escribió en El mito de Sísifo que el único problema filosófico serio es el su***dio. Es fácil estar de acuerdo con esta afirmación, por eso resulta chocante que el su***dio sea un tema del que no se habla. Se evita porque es aterrador, como si al no mencionarlo dejase de existir. Un reflejo normal, pero cuyo efecto es el contrario: evitar nombrarlo lo hace más presente, como el elefante en la habitación, y produce todavía más miedo. O, en palabras de JK Rowling, «El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra» (Dumbledore, en Harry Potter y la piedra filosofal).

En España se suicidan unas tres mil seiscientas personas cada año. Eso son cerca de diez al día. Una cada dos horas y media. Para hacerse una idea de la magnitud del problema, baste recordar que la cifra de muertes anuales en accidente de tráfico ronda actualmente en torno a un tercio de esa cifra. Según la OMS, ochocientas mil personas se suicidan anualmente en todo el mundo. Las cifras pueden presentarse de una gran cantidad de formas impactantes. Por ejemplo: cada cuarenta segundos hay un su***dio y por cada uno de ellos hay otros veinte intentos. En 1998 el 2% de las muertes en todo el mundo fueron suicidios, por delante de las guerras y los homicidios.

Podríamos seguir dando cifras dramáticas. Sin embargo, lo verdaderamente terrible es que buena parte de estas muertes son evitables. Corresponden a personas con depresiones sin diagnosticar o sin tratar de forma adecuada.

Para quien no ha sufrido una depresión es complicado entender qué puede pasar por la cabeza de una persona deprimida que intenta suicidarse. No todas las personas que se quitan la vida comenzaron estando deprimidas ni todas las depresiones acaban en intento de su***dio, pero son los intentos de su***dio como resultado de una depresión los que se van a intentar explicar aquí. Por supuesto, sin pretender que todos los casos sean como aquí se describen, pero sí exponiendo una serie de características comunes muy frecuentes.

La depresión suele ser una distorsión en la percepción de la realidad que hace que quien la padece le tenga miedo a la vida, concretamente a su propia vida. Es un pánico irracional pero que para para quien lo siente es real, y eso es lo que importa. La realidad de cada uno en cada momento es tal y como la percibe cada uno en cada momento.

El su***dio como resultado de una depresión no es ni valiente ni cobarde, sino un acto de pura desesperación. David Foster Wallace lo describió con una imagen muy gráfica en La broma infinitacomo algo similar a estar al lado de una ventana en un edificio en llamas. No es que uno quiera tirarse por la ventana, es que no tirarse es aún peor. Tirarse es el mal menor. No se trata de querer morir sino de no querer vivir.

La idea de la muerte no es tentadora, ni siquiera deja de aterrarnos: la muerte sigue dando el mismo miedo que en cualquier otro momento. Lo que ocurre con la depresión es que la vida puede dar más miedo aún. Pensar en tirarse por la ventana sigue siendo igual de pavoroso que cuando no hay incendio, pero el incendio resulta todavía más horrible. Se tiende a dar por supuesto que nada asusta más que la muerte, pero sí hay algo que puede hacerlo, y ese algo es la vida.

La analogía del incendio era tan buena que, por desgracia, cinco años más tarde se hizo literalmente realidad durante los atentados del 11-S, cuando hubo gente que se arrojó al vacío desde las Torres Gemelas. Esas personas le tenían el mismo pánico a tirarse que habrían tenido cualquier otro día, pero el temor al fuego lo superó. David Foster Wallace vivió para verlo, pero se suicidó en 2008. Sin duda sabía de lo que hablaba.

En la gravedad de la depresión existe una gran variedad de grados, tanto entre cada caso como entre las fases dentro de un mismo caso. Durante una depresión de gravedad media se puede llegar a los escalones previos al último. En ese estado la persona deprimida piensa en cómo se suicidaría si lo hiciera, y siente que no perdería nada que valiera la pena por hacerlo. Porque esa es su percepción distorsionada de la realidad: que en lo que le queda de vida nunca va a estar mejor, y probablemente va a estar peor. Es como si el tiempo desapareciera y las cosas fueran o eternas o instantáneas, sin términos medios.

El primer freno ante el su***dio es el sufrimiento de los seres queridos, cuando se tienen. Acordarse de ellos y pensar en el daño que se les haría, por la pérdida que les crearía pero también por las reacciones normales que tendrían de sentimiento de culpa (pensar que pudieron hacer algo por evitarlo y no lo hicieron) y de rabia hacia la persona que se ha suicidado por haberlo hecho. Sin embargo, en el último escalón de la depresión, en los casos más graves, la distorsión de la realidad hace que se olvide que existen esas personas queridas o, en el peor de los casos, que la persona deprimida esté convencida de que estarán mejor sin ella.

Por tanto, el último escalón es el intento de su***dio. Sería temerario e irresponsable explicar qué se siente en el instante exacto en el que una persona se intenta quitar la vida, además de una falta de respeto hacia quienes lo han hecho. Se habla de vacío, de desesperación, de alivio… Cada intento de su***dio es un mundo porque cada persona es un mundo. Quien lo consigue no puede contarlo, pero quien sobrevive sí puede que sepa lo que sentía, si es que sentía algo. Otra cosa es que lo recuerde, o que quiera expresarlo, o que pueda, porque algunas experiencias son indescriptibles.

En El demonio de la depresión, de Andrew Solomon, hay un capítulo dedicado al su***dio en el que aparece una cita de Nietzsche: afirmaba que la idea del su***dio mantiene vivas a las personas deprimidas en sus peores momentos. Esto, que puede parecer paradójico, es totalmente cierto. La idea del su***dio es un alivio. Saber que siempre queda esa posibilidad como último recurso ayuda a aguantar. Pensar que si se deja pasar este minuto, esta hora o este día siempre se podrá hacerlo más tarde es algo que da fuerzas para atravesar este minuto, hora o día.

Solomon asegura que nada le horroriza más que el pensamiento de que en algún momento pudiera verse privado de la capacidad de suicidarse. En la imagen del incendio sería como si le pusieran una reja en la ventana cuando las llamas le rodean. También afirma que no está dispuesto a prometer que nunca va a volver a intentar suicidarse. Podría añadirse que, por muy bienintencionado que sea no se debe forzar tampoco a nadie a prometer tal cosa, porque no solo no ayuda sino que puede ser contraproducente.

Contaba también Foster Wallace en su relato «La persona deprimida» que la protagonista «tenía un terrible e interminable dolor emocional, y la imposibilidad de compartir o articular su dolor era, en sí mismo, un factor que contribuía a su horror esencial». La depresión aísla a la persona deprimida y puede llegar a hacerle creer cosas como que nunca nadie en la historia de la humanidad se ha sentido como ella. Cuando se está pasando por un infierno uno de los pocos alivios que pueden quedar es el de saber que no se está solo. Que otras personas han pasado y están pasando por lo mismo, y algunos además saben describirlo.

Contra la depresión no se lucha. La jerga bélica, por desgracia tan extendida, puede hacer mucho daño a quien está deprimido. Si de verdad fuera una lucha significaría que hay quien la pierde, y si la pierde es porque es cobarde o débil o tiene poco aguante. En todo caso, la depresión es una guerra entre el miedo a vivir y el miedo a morir, y la mente de la persona deprimida es el campo de batalla. Que alguien sobreviva no significa que sea mejor ni más fuerte que alguien que no, porque no hay dos depresiones iguales, ni dos personas iguales, ni dos conjuntos de circunstancias vitales iguales.

La persona deprimida se mueve entre dos extremos en lo que respecta a contar o no lo que le llega a pasar por la cabeza: si no lo cuenta parece que no le pase nada, que se queje sin motivo y se lo invente todo o lo exagere; si lo cuenta (ideas suicidas especialmente, si las tiene) siente como si estuviera haciendo chantaje emocional o exhibicionismo. Si habla, mal. Si no habla, mal.

Cuando se está deprimido no se tienen todos los síntomas en todo momento, pero la persona deprimida consigue sentirse culpable por todo, incluso el no estar lo bastante deprimida. Es decir, el no dar la imagen correcta de persona deprimida. Se siente mal por estar deprimida, pero si tiene un rato o un día de tregua, o sonríe, o incluso se ríe en algún momento, se siente también mal por sentirse un poco mejor, porque entonces piensa que tan mal no estará, o que ya está bien y está fingiendo y quejándose de vicio, con lo cual le suele resultar difícil aprovechar esos momentos de descanso que a veces da la enfermedad.

Muy pocas personas que no hayan estado deprimidas saben cómo ayudar a quien lo está. Son frecuentes los consejos bienintencionados que solo hunden más al deprimido. Aconsejar, recomendar, o incluso simplemente sugerir salir a la calle a quien le aterra salir de casa solo hace que se sienta aún peor por no ser capaz de hacerlo. Es atarle un bloque de cemento a quien se está hundiendo, diciéndole que es un salvavidas. El mensaje que recibe el enfermo de este tipo de consejos es «estás así porque quieres, no te esfuerzas lo suficiente». El resultado es que la persona deprimida se siente aún peor, como si estuviera mal por su culpa, porque no hace lo suficiente por salir del pozo en el que se encuentra.

A menudo un cambio sustancial es variar los consejos por preguntas tan sencillas como ¿qué necesitas?, ¿hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?, ¿quedarme contigo?, ¿quedarme en la habitación de al lado para que sepas que si me necesitas estoy ahí?… La persona deprimida suele estar aterrada al mismo tiempo ante la idea de estar sola y también de estar con gente, lo cual descoloca a quienes tratan de ayudar.

Lo mejor, y lo único que se puede hacer en muchos casos cuando no se es profesional de la salud mental, es limitarse a escuchar lo que la persona quiera decir, si es que quiere decir algo, y acompañarla. Conviene evitar especialmente cualquier consejo que empiece por «Lo que deberías hacer es…». Porque sea lo que sea lo que vaya tras los puntos suspensivos si no lo hace es porque no puede. Sencillamente no puede. Quien se acaba de romper una pierna no puede correr por mucho que se lo recomienden o le digan lo bien que le sentaría.

Es decir, el mecanismo no es «haz cosas y estarás mejor», sino más bien «cuando estés mejor harás cosas». Lo primero que necesita una persona deprimida es quitarse de encima la presión, las prisas y los plazos. La depresión es como una tormenta. No puedes hacer nada para que pare. No está en tu mano. Solo puedes buscar refugio y esperar. Sami Moukaddem lo explica muy bien: si te atrapa una corriente e intentas nadar contra ella te agotarás y te ahogarás. La única salida es dejarte arrastrar por ella y cuando te deje en paz buscar el camino a la orilla.

Afirmó Mark Henick durante una charla sobre sus intentos de su***dio que «lo que importa no es lo que sabes sino lo que sientes». Es otra forma de decir que la realidad de cada uno es cómo la percibe. Uno puede saber de forma racional que no es un inútil, que su vida no carece de sentido y que sus miedos son absurdos, infundados y hasta ridículos, pero no importa lo que sepa si es eso lo que siente. Es más, saber que sus miedos resultan ridículos a ojos de los demás también contribuye a que se sienta peor, alimentando el círculo vicioso. Cuando Mark cuenta la sensación que tenía desde el otro lado de la barandilla del puente del que se iba a tirar dice: «He tenido pocas elecciones en mi vida, pero esta era ciertamente una. Necesitaba algo, cualquier cosa, de la cual estar completamente seguro. En aquel momento toda mi vida estaba bajo mi control». Su testimonio es una de las descripciones más descarnadas de los mecanismos mentales y emocionales del su***dio. No en vano lleva por título el muy explícito «Why we choose suicide».

La OMS ha comprobado que hablar del su***dio no solo no incrementa el número de suicidios sino que lo reduce. Siempre que se haga bien, sin romantizarlo ni demonizarlo. No es admirable ni heroico, pero tampoco un pecado ni un crimen. No es algo de lo que enorgullecerse ni avergonzarse. Es simplemente el resultado de un instinto humano muy básico, el de huir del sufrimiento. Ante dos cosas que nos hacen sufrir y/o nos dan miedo, elegimos el mal menor. Por eso lo peor que se le puede hacer a quien ha sobrevivido a uno o varios intentos de su***dio es hacerle sentir vergüenza o culpa por ello. Eso destroza aún más su ya aniquilada autoestima y puede hasta contribuir a un nuevo intento. La vergüenza y la culpa por tener ideas suicidas incrementan el sufrimiento, y el su***dio acaba con todo sufrimiento, incluido el que genera la culpa por tener ideas suicidas. De nuevo el círculo vicioso. Por eso conviene no forzar a nadie a prometer que nunca se va a su***dar.

Para intentar acabar con un problema, o paliarlo dentro de lo posible, es evidente que el primer paso es conocerlo, entenderlo y visibilizarlo. Se debe procurar por todos los medios que quien piensa en suicidarse sepa que no está solo. Que no crea que está loco y mantenga esa idea en secreto. Que no tenga miedo de contarlo y pedir ayuda, porque eso solo aumenta su aislamiento y empeora su estado. Cuando una persona se nota un bulto lo normal es que piense «podría ser un tumor, voy al médico». Si le duele una rodilla dirá «quizá tenga algo roto, voy al médico». Pero a día de hoy aún hay muchísimas personas que se encuentran lo bastante mal como para sentir que no tienen ganas de vivir o incluso que tienen ganas de morir, y aun así no recurren a un psicólogo ni a un psiquiatra. Que esto siga ocurriendo en pleno siglo XXI es lamentable.

No existe ninguna división entre dos tipos de personas: las que intentan suicidarse y las que no, o las que se deprimen y las que no. La depresión es como el cáncer o un accidente de tráfico. Puede pasarle a cualquiera. Aunque unos tengan más números que otros por factores genéticos, nadie está libre.

Nos concierne a todos, no solo por solidaridad con quien le toca sino porque podría tocarnos a todos. La mayor parte de las personas que se deprimen vivieron mucho tiempo pensando que algo así jamás podría pasarles a ellas. Hasta que les pasó.

De nada sirve prohibir a nadie que se suicide, ni hacerle prometer que no lo hará. Solo podemos intentar que su vida, y sobre todo su percepción de la misma —es posible que haya poco que mejorar objetivamente, de hecho son frecuentes los casos de personas deprimidas cuyas vidas son aparentemente perfectas—, mejoren para que las ideas suicidas se disipen. Mediante terapia, medicación o una combinación de ambas, y contando con el apoyo, la comprensión y el acompañamiento de las personas de su círculo más cercano. Porque para intentar evitar que alguien rodeado por el fuego se tire por la ventana podemos optar por taparla con una reja o podemos intentar apagar las llamas.

https://www.jotdown.es/2018/11/mas-miedo-que-la-muerte/
 
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Los diez mejores psicólogos en Zaragoza (España)

Con más de 700.000 habitantes, Zaragoza se erige como un punto clave en la geografía española. Reposando a las orillas del Ebro, la capital “mañica” guarda en ella un gran patrimonio cultural, por no hablar de su bien conocida gastronomía.

Pero a pesar de ser el tesoro que es, en Zaragoza, como en cualquier otro lugar del mundo, sus habitantes pueden necesitar ayuda profesional psicológica para tratar sus problemas emocionales. En las próximas líneas veremos una selección de los psicólogos en Zaragoza más recomendables para asistir a terapia en la capital aragonesa.

Los mejores psicólogos en Zaragoza para ir a terapia
Afortunadamente Zaragoza dispone de grandes profesionales de la psicología para afrontarlos. Aquí veremos a algunos de ellos.

1. Jacobo Sánchez Gracia
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Licenciado en la Universidad de Salamanca y con un máster en Investigación en Psicología, Jacobo Sánchez Gracia es conocido por su natural y sencilla forma de hacer terapia.

Especializado en trastornos de ansiedad, depresión y en hacer terapia cognitivo-conductual, Jacobo está acostumbrado a tratar adicciones, estrés e hipocondría, entre otras alteraciones comunes. Es uno de los mejores valores psicológicos de la capital aragonesa, con una trayectoria contrastada a sus espaldas.

  • Ofrece terapia en: Plaza España 5 (4ºC), Zaragoza
2. Ana Portera Gómez
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Partiendo de su premisa de dar una atención individualizada y un trato cercano, Ana Portera es especialista en Zaragoza de psicoterapia de adolescentes, intervención psicológica y psicoterapia para adultos. Además de todos sus años de experiencia, Ana Portera está al tanto de los problemas más actuales, y por eso también trata la dependencia a las nuevas tecnologías además de ser una experta en temas más atemporales como los problemas relacionales y el estrés.

3. Manuel Olalla Pinilla
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Licenciado en la Universidad de Salamanca y con un máster en Psicología General Sanitaria, Manuel Olalla es uno de los grandes profesionales de Zaragoza.

Especialista en trastornos de ansiedad y depresión, también ofrece terapia cognitivo-conductual, tratando así desde comportamientos suicidas hasta crisis de pareja. Buen psicólogo al que le gusta adaptarse al ritmo de sus pacientes.

  • Ofrece terapia en: Plaza de España 6 (4º C), Zaragoza
4. Mª Pilar Serrablo Sebastián
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Mª Pilar Serrablo entra en nuestra selección de mejores profesionales de Zaragoza. Su método de trabajo está basado en tres pilares básicos; la confianza, el compromiso y el trato personalizado.

Está especializada en el trastorno de la ansiedad, en problemas con niños y adolescentes y en psicología clínica. Está acostumbrada a tratar con adicciones y estrés, además de otros temas más especializados como bullying y procesos de duelo. Una gran opción si estás buscando terapia psicológica en esta ciudad.

  • Ofrece terapia en: Paseo Pamplona 17, Pral dcha., Zaragoza
5. Marian Gil
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Con más de 20 años de experiencia en intervención psicológica, Marián está acostumbrada a tratar tanto a adultos como a adolescentes. Una de sus especialidades, entre muchas otras, son los trastornos sexuales de pareja.

También, entre las enfermedades que trata se encuentran los trastornos alimenticios, la baja autoestima y el duelo. Sin duda una gran psicóloga, residente de Zaragoza y licenciada en Barcelona.

  • Ofrece terapia en: P° Gran Vía, 5, entresuelo derecha, Zaragoza
6. Carla Román
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Carla Román es una joven psicóloga licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia que ofrece sus servicios de psicoterapia en pleno Casco Viejo de Zaragoza. Trabaja tanto en el sector público como en el sector privado, y está especializada en las etapas de la infancia y la adolescencia, especialmente importantes en el ciclo de vida, así como en personas y familias en situación de especial vulnerabilidad (víctimas de violencia de género, pacientes con discapacidad, etc.). También trabaja en la UNED como tutora de prácticas profesionales.

Trabaja interviniendo en procesos de duelo, abuso sexual, problemas de ansiedad, tratamiento de síntomas depresivos, crisis familiares, entre otros motivos comunes de consulta psicológica.

  • Su ubicación es: Calle Jussepe Martínez 17 4 A/B, Zaragoza
7. Marta Cebollada Usón
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Tras darse cuenta de que los consejos no siempre son suficientes, Marta Cebollada Usón decidió estudiar psicología con el objetivo de ayudar a los demás.

Es especialista en psicología del deporte, esta profesional también abarca los ámbitos de la psicología infantil y juvenil además de los trastornos de conducta alimentaria. Gran valor de la psicología en el vasto territorio de Aragón.

  • Ofrece terapia en: Calle Estébanes 9 dpdo 2º A, Zaragoza
8. Antonio Escartín Olivan
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Con el reconocimiento que le otorga ser miembro del SEIC (Sociedad Española de Investigaciones Criminológicas), Antonio Escartin es una autoridad como perito psicológico forense.

Licenciado en 1985 en la facultad de psicología de San Sebastián, este psicólogo es especialista en psicología clínica, forense y jurídica. Además, también trata enfermedades como la agorafobia, los trastornos psicosomáticos y los ataques de pánico, entre otros.

  • Ofrece terapia en: Av. Gómez Laguna, 82, Zaragoza
9. Beatriz Serrano del Cerro
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Beatriz Serrano lleva ofreciendo sus servicios desde el 2002 cuando se licenció en la Universidad Rovira i Virgili. A los dos años de conseguir el título, Beatriz finalizó su máster en Psicología Clínica y de la Salud.

Es especialista en el tratamiento trastornos de la ansiedad y la depresión, esta gran psicóloga también es experta en problemas sexuales y de pareja, además de estar acostumbrada a tratar estrés, fobias y agorafobia.

  • Ofrece terapia en: Calle Alfonso I nº28 (local), Zaragoza
10. Marisa Hernández Torrijo
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Licenciada en la UNED y con un máster en Psicología Forense en su currículum, Marisa Hernández se erige como una autoridad de la terapia de corte cognitivo-conductual, tratando duelos, fobias y trastornos de ansiedad. Además, esta excelente psicóloga ejerce como psicóloga forense y sabe lo que es colaborar con medios de comunicación. Sin duda una psicóloga a la que hay que tener muy presente.

  • Ofrece terapia en: Paseo Independencia Nº8, 7ºE, Zaragoza
https://psicologiaymente.com/clinica/psicologos-en-zaragoza
 
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La teoría del agotamiento del ego

La teoría de agotamiento del ego sugiere que existe un estado de desgaste de energía psíquica tan importante, que puede deteriorar la capacidad de autorregularnos, al menos temporalmente.

Entre otras cosas esta teoría ha permitido responder a cuestiones como: ¿por qué es más difícil realizar una tarea después de exponernos a un desgaste o un conflicto mental? ¿cuáles son los eventos que generan agotamiento del ego? ¿los esfuerzos por contener conductas generan una disminución de nuestra autorregulación?

A través de numerosos estudios, el modelo del agotamiento ha permitido analizar los elementos involucrados en nuestra capacidad de tomar decisiones y ejecutar tareas que implican esfuerzo mental. En este artículo veremos en qué consiste lo anterior y a través de qué estudios se ha explicado, así como algunas manifestaciones de este fenómeno psicológico en la vida cotidiana.

Teoría del agotamiento del ego: ¿la autorregulación es limitada?
Uno de los temas más estudiado por la psicología ha sido la autorregulación, considerada como la capacidad del “yo” para alterar su propio comportamiento. Esta capacidad es muy útil en términos adaptativos, ya que permite ajustar nuestras acciones a las demandas del entorno.

En este sentido, la autorregulación implica un conjunto de decisiones que tomamos para contener un impulso o una conducta. Es decir, hay un componente importante de “voluntad”, que a su vez depende de la capacidad del “yo” para ejercerla.

Ya desde las primeras teorías psicoanalíticas, el “yo” (el “ego”) ha sido descrito como una parte de la psique que constantemente debe lidiar con la realidad externa, mediando entre conflictos o deseos internos y presiones del exterior. Pero esto no se logra de la nada. Para alcanzarlo, el ego tiene que hacer uso de un nivel de energía psíquica importante.

En épocas más recientes, teorías como la del agotamiento de ego confirman que existe un tipo de energía o de fuerza psíquica involucrada en los actos volitivos. Siendo así, la energía psíquica es un recurso indispensable para que logremos la autorregulación. Pero, ¿tenemos reservas ilimitadas de dicha energía? Si no, ¿qué ocurre con nuestra voluntad?

La teoría del agotamiento sugiere precisamente que, según la energía de la que disponemos, podremos iniciar conductas voluntarias, o no (desistiremos rápidamente de las tareas por falta de recursos energéticos). Dicho de otro modo, la autorregulación se puede modificarse si ha habido un agotamiento previo de la energía psíquica.

Baumeister y otros estudios representativos
El psicólogo Roy Baumeister, pionero en esta teoría, define el “agotamiento del ego” (ego depletion, originalmente) como un estado en el que el “yo” no tiene todos los recursos que normalmente posee. Por lo mismo, algunas de las funciones ejecutivas de las que se encarga (como la autorregulación, la toma de decisiones y la activación conductual), dependen de qué tantos de esos recursos se han consumido o se encuentran disponibles.

Este investigador propone que una parte importante del “yo” posee recursos limitados, que se utilizan para todos los actos que implican la voluntad propia. Es decir que, al estar limitados, los recursos no alcanzan para todos los actos, al menos no si se presentan de manera consecutiva.

Así, como fenómeno psicológico, el agotamiento del ego hace que el “yo” sea temporalmente menos capaz y se encuentre menos dispuesto a funcionar óptimamente, deteriorando las tareas posteriores. Dicho de otro modo, luego de realizar un esfuerzo mental importante, el “yo” queda agotado, generando un estado de fatiga o de relajación en que el empeora la capacidad de la persona para autorregularse.

De hecho, algunos estudios han visto que los esfuerzos que realizamos para adaptarnos a situaciones estresantes implican un “coste psíquico” tan alto, que perjudica o deteriora la actividad posterior (aún si se trata de actividades que no relacionadas con la situación de estrés).

Por ejemplo, los esfuerzos mentales realizados para contener conductas que nos generan placer; como cuando nos esforzamos mucho en seguir una dieta, y a la primera oportunidad de disfrutar un alimento placentero nuestra autorregulación baja considerablemente (comemos de más).

Otro ejemplo es un estudio donde se demostró que cuando una persona intenta no pensar en un oso blanco, este ejercicio de autorregulación genera tanto agotamiento del ego, que la gente se rinde más rápido al realizar una tarea posterior (aunque aparentemente no tenga nada que ver con el oso blanco, como una prueba de anagrama).

Así mismo, otras investigaciones en teoría del agotamiento del ego sugieren que los esfuerzos mentales importantes, como la disonancia cognitiva y la represión emocional, generan agotamiento del ego y repercuten en toma de decisiones posteriores. En el mismo sentido, algunos estudios han sugerido que a mayor agotamiento del ego, menor sensación de culpa y/o empatía. Y con esto, menos probabilidad de ejercer conductas prosociales.

¿Cómo recuperar la energía de ego?
Como hemos visto, el agotamiento del ego es un fenómeno presente en muchas de nuestras actividades cotidianas. Pero esta teoría no sólo nos ha permitido analizar las repercusiones del desgaste de energía psíquica en nuestras decisiones, capacidades y comportamiento.

La teoría del agotamiento del ego también ha permitido analizar la importancia de cuestiones básicas para compensar la fatiga, como el descanso. El mismo Braumeister, junto con sus colaboradores, han sugerido que existen medidas compensatorias y restauradoras de la fuerza psíquica: el sueño y las experiencias emocionales positivas, principalmente.

En el mismo sentido, otros investigadores han estudiado la compensación del agotamiento del ego a través de experiencias fisiológicas placenteras y gratificantes. Por ejemplo, probando alimentos o bebidas con alto contenido de glucosa.

En el mismo sentido se ha observado una activación importante de la frecuencia cardiaca ante el esfuerzo alto por ejercer autocontrol (esfuerzo que es mayor a más nivel de agotamiento), lo que quiere decir que el esfuerzo psíquico tiene repercusiones directas en nuestro cuerpo.

Referencias bibliográficas:
  • Baumeister, R. y Vohs, K. (2007). Self-Regulation, Ego Depletion and Motivation. Social and Personality Psychology Compass, 1(1): 115-128.
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Grecia Guzmán Martínez
Psicóloga | Redactora especializada en Psicología Social

Licenciada en Psicología por la Universidad de las Américas Puebla (México). Máster en Investigación e Intervención Psicosocial por la Universitat Autònoma de Barcelona, con experiencia profesional en inclusión social y educativa así como docencia en psicopedagogía. Cuenta con estudios en política pública y derechos humanos y actualmente es doctoranda en Psicología Social en la Universitat Autònoma de Barcelona, donde trabaja temas relacionados con metodologías cualitativas, salud pública, salud mental, diversidad funcional y perspectiva de género.

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