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Sobona​

Sobar y tocar en público es de impresentables. Esta ministra necesita asistir a una academia de Buena Educación cuando finaliza su jornada de trabajo, que finaliza pronto y con mucha facilidad​

03/02/2024Actualizada 01:30
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La ranchera «Llorona» que cantaba Chavela Vargas es un tostón. Una serie dramática resumida en cuatro minutos de duración. Una amiga mía lloraba cuando se alcanzaba el momento culminante. «Dos besos llevo en el alma, llorona,/ que no se apartan de mí./ El último de mi madre/ y el primero que te di». De haberse titulado la canción «Sobona», Yolanda Díaz modificaría su culminación. «Dos besos llevo en el alma, sobona, que no se apartan de mí. El primero a Garamendi/ y el que a la Reina le di». Entre el sobeo al jefe de los empresarios y el que ha padecido la Reina, con beso, toque trasero y mano en la nuca, la Sobona se ha merendado y toqueteado a todos los hombres que se han cruzado con ella, exceptuando a Su Santidad. A Sánchez –en este caso lo siento por él– le ha dado en más de diez ocasiones «un Rubiales». Sucede que Sánchez, desde que preside el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo, no tiene el tiempo libre, como Jenni Hermoso, para protagonizar más tonterías. Recuerdo el pasmo anímico que padeció Don Mendo cuando, enchironado en el castillo de los Manso del Jarama, presenció el sobeo que disfrutó el duque de Toro, don Pero, de su novia Magdalena. «Pero, ¡aquel Pero mío. ¡Aquel sobeo/ delante de mi faz, estuvo feo!». Una cosa es ser melosa, y otra muy diferente, sobona. Creo que fue don Manuel del Palacio, el mejor poeta satírico español después de don Francisco de Quevedo y el Conde de Villamediana, el que escribió de la Reina Isabel II, objetivo de sus chanzas y causa de sus desdichas. «La Reina Isabel Segunda/ desde que empezó a reinar/ prefería a ser sobada/ adelantarse a sobar». En aquellos tiempos, los Reyes y Reinas eran intocables hasta en la literatura satírica. Don Manuel del Palacio visitó «el Saladero» –la cárcel– y sufrió un breve exilio por orden de la Justicia.
Montado en la diligencia
Me voy camino de Francia.
¡Me meo en la providencia
Del juez de Primera Instancia
Del Distrito de la Audiencia!
Cuando éramos jóvenes formados y educados en colegios religiosos, El Pilar de los marianistas era un ejemplo de libertad y sabiduría, ya creciditos, omitíamos en las confesiones nuestros pecados veniales procedentes de la naturaleza. Pero los sacerdotes estaban avisados por la experiencia. Así, que ya creíamos la confesión terminada y aguardábamos la penitencia a imponer por el confesor, cuando éste, inesperadamente, preguntaba: «¿Sobeos y toqueteos?». Y claro está, la penitencia se agravaba de manera considerable.
El sobeo excesivo y el toqueteo compulsivo en público son motivo suficiente de marginación social. Ni una ministra puede ser sobona, ni un ministro, tocón. En privado sí. Mi viejo amigo, ya fallecido, Samuel Cordido de Fraisolí – apellidos camuflados por respeto a su memoria–, tenía merecida fama entre las chicas de nuestros mejores tiempos, de educado, medido y ejemplar en cuestiones de sobeos y toqueteos. Pero en privado, el difunto Samuel se desahogaba todas las semanas –viernes por la tarde– con «Juanita la Huracana», que como su nombre indica, dejaba a Cordido de Fraisolí arrasado y necesitado de un descanso semanal para retomar sus huracanes. Aquellas cosas de aquellos tiempos.
Sobar y tocar en público es de impresentables. Esta ministra necesita asistir a una academia de Buena Educación cuando finaliza su jornada de trabajo, que finaliza pronto y con mucha facilidad. No se puede besar, sobar y toquetear a Reinas, presidentes del Gobierno, empresarios, sindicalistas, terroristas, independentitas, separatistas, religiosos y demás asuntos, dignidades y profesiones. Un gobernante, por principios, no está autorizado a sobar ni besar con frenesí que no siente, ni toquetear a quien no lo demanda, en un acto público. Su saludo a la Reina es motivo suficiente para huir de sus labios y manazas, corriendo a toda pastilla, con el fin de librarse de sus manoseos. Sucede que las Reinas no acostumbran a esprintar para fugarse de los besos y los toques de una vicepresidente del Gobierno. Ella se aprovecha.
Y hace el ridículo.
Omito lo que diría mi madre por prudencia ante la Justicia. Diría que mejor me callo.

Más de Alfonso Ussía​

 

Las cosas de «Ione»​

Se está achicharrando metafóricamente. Bueno, ya está achicharrada. Pero insiste. Y no hay bombero preparado para aliviarla a manguerazos. Pese a todo, admiro su inteligencia​

04/02/2024Actualizada 01:30
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Disfruto sobremanera con «Ione». Hay muchos más hombres tontos que mujeres tontas. Para alcanzar la atalaya de la memez siendo mujer es imprescindible y obligatorio dedicarse a ello sin descanso. Se trata de una vocación tan respetable como el resto de las vocaciones. Se dice que el hombre más tonto que ha pasado por España fue el ilusionista belga Frank Huiggen, de nombre artístico «Frank de Flammes». Actuó en Madrid, en el Teatro Infanta Isabel, en 1929. La traducción literal de «Frank de Flammes» al español no es otra que Francisco de las Llamas o Paco de la Llamas, la segunda versión para los más íntimos. Se llenó el teatro para admirar sus habilidades. Culminaba juegos de magia asombrosos, y cuando el público no cabía en sí de gozo y admiración, finalizaba su actuación con un número estremecedor. Se rocíaba de gasolina el cuerpo, encendía una cerilla, y ardía durante dos minutos cronometrados. Cumplido el tiempo reglamentado, surgía un bombero de las bambalinas al escenario y apagaba a manguerazos el incendio corporal de Paco, entre vítores y ovaciones. Algo falló en su actuación madrileña. Paco de las Llamas falleció achicharrado, mientras el público le solicitaba un bis. Según se supo más tarde por unas declaraciones de su madre, «Frank de Flammes» era , desde niño, exageradamente tonto.
No pretendo que «Ione» Belarra emule las hazañas de Paco de las Llamas. «Ione» estudió Psicología y ha sido ministra de Sánchez. Establecer comparaciones entre Paco de las Llamas y «Ione» Belarra es, más que un insulto, una desfachatez. Días atrás recibió en el Congreso de los Diputados a los dos terroristas artísticos que pegaron sus manos en los valiosos marcos de las Majas –la vestida y la desnuda–, de don Francisco de Goya y Lucientes, que se exponen en el museo del Prado. Le pareció bello y heroico su acto de delincuencia artística y después de felicitar a la pareja ecoterrorista, les animó a seguir con la tarea. En mi opinión, una tontería, pero en este período de confusiones, es posible que los tontos sean los que nos hemos escandalizado por recibir en los espacios parlamentarios a esa pareja de indeseables.
Tontería, y gorda, la que ha dicho en un acto de la campaña electoral en Galicia. Según los dueños de los vaticinios, el partido de «Ione» Belarra podría conseguir cero escaños en las elecciones gallegas. Para Podemos, cero escaños, hoy por hoy, es casi un éxito. Lo preocupante sería lograr un resultado negativo. Cero escaños no son muchos, pero -4 escaños, son menos aún. Con menos cuatro escaños (-4) no es sencillo gobernar. Y las encuestas apuntan por ahí. El objetivo no es otro que alcanzar la digna cifra de 0 escaños y librarse de los escaños negativos, que no ofrecen ni alegría ni pan. Y la tontería la ha dicho –es su obsesión–, en contra de don Amancio Ortega. «Ione» es comunista, y nada aborrece más un comunista que a un trabajador que, de la nada, establece un imperio empresarial que triunfa en todo el mundo. «Ione» no oculta su resentimiento, y ello le concede un plus de inteligencia. Sus palabras son concluyentes. «Galicia necesita partidos que no laman las botas de Amancio Ortega». Es cierto. Los partidos que se dedican a lamer botas carecen de fundamento. Ocurre que don Amancio Ortega, con botas o sin ellas, sólo en Galicia ha creado 50.000 puestos de trabajo. Y que en la lista de espera para conseguir una plaza en el grupo empresarial de don Amancio, hay más de 100.000 gallegos esperando turno. Galicia, con botas o sin botas, necesita tres empresarios más como don Amancio Ortega. «Ione» es también muy crítica con don Juan Roig, presidente de Mercadona, que termina de destinar unos buenos millones de euros para repartir entre sus empleados en concepto de gratificación voluntaria. El buen comunista –y «Ione» lo es–, busca con mayor ahínco la ruina de las empresas y el paro de los trabajadores, que la seguridad y estabilidad económica de quienes presume de defender. Y no tolera que el conductor de una camioneta de reparto, se haya convertido por trabajo, humildad e inteligencia en uno de los empresarios más reconocidos del mundo. En ese aspecto, «Ione» es casi más tonta que Paco de las Llamas.
Se está achicharrando metafóricamente. Bueno, ya está achicharrada. Pero insiste. Y no hay bombero preparado para aliviarla a manguerazos. Pese a todo, admiro su inteligencia.

Más de Alfonso Ussía​

 

El jabalí y la merluza​

A partir de aquel descubrimiento cinegético, siempre llevo a las monterías filetes de merluza rebozada. Y siempre su aroma invita a los cochinos a irrumpir en mi puesto​

05/02/2024Actualizada 01:30
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Sucedió en la Dehesa de Peromingo, Sanchidrián, en una montería organizada por José María Muro-Lara, un señor.
A un trío de monteros arochos y veteranos, Ussía, «Barca» – el insuprable ilustrador de mis lunes en El Debate–, y Clemente –Tito– Tassara, nos tocaron en suerte tres puestos en la cuerda de un montículo. Panorámica excepcional, con un grave inconveniente. Dábamos el aire. Un aire atroz nos helaba los cogotes, y los cochinos que bajaban por el testero enfrentado a nuestros puestos, se abrían con vocación de abanico cuando percibían los efluvios peligrosos de nuestros tres cuerpos humanos.
Narré el sucedido en el programaCaza y Pescade Juan Delibes de Castro, y no volví a ser invitado.
Mi mujer me había preparado una generosa ración de filetitos de merluza rebozada. En el campo, la merluza, las anchoas y las sardinas entran mejor que los productos camperos, del mismo modo que en la mar, nada supera a una fabada, un cocido madrileño o un plato de jamón «der güeno» en tacos.
Ilustracion Barca

Barca
Durante dos horas, lo mismo. Los cochinos rompían por el viso del testero, y a larga distancia rechazaban nuestra ubicación y se abrían a izquierda y derecha. El viento no amainaba, y Tito Tassara, «Barca» y el que firma, nos reunimos en mi puesto para dar buena cuenta de la merluza rebozada. Pueden tomarse a broma este relato los pelmazos que se creen que han inventado las monterías, como uno que tengo hartamente sufrido y disfruta del acto más desagradable, sangriento y brutal de las monterías. La salvajada del noviazgo de los nuevos monteros, síntesis del mal gusto, la falta de respeto al animal abatido y la ausencia de gracia y talento por parte de sus partidarios. En las monterías que se cumplen en los campos de los señores, el noviazgo huye de la sangre y las vísceras y se convierte en un bautizo de agua clara sobre la cabeza del nuevo montero.
Lo cierto es que abrimos el recipiente que contenía los filetitos de merluza rebozada, y los cochinos abandonaron su querencia a la huida y comenzaron a entrar en el puesto.
El jabalí es omnívoro. Pero está harto de bellotas, gusanos, piensos complementarios, raíces jugosas, frutos y demás tostones de su dieta. Aquellos cochinos jamás habían percibido el aroma de la merluza rebozada. Y jugándose la vida, decidieron enfrentarse al peligro para probar aquella exquisitez desconocida. De no ser por la tranquilidad y pericia de «Barca» y Tito Tassara, más de diez cochinos me habrían derribado directamente, como portador del envase merlucero.
A partir de aquel descubrimiento cinegético, siempre llevo a las monterías filetes de merluza rebozada. Y siempre su aroma invita a los cochinos a irrumpir en mi puesto.
Sucede que los monteros, que uno a uno, son por lo normal buenas personas dotadas de sentido del humor y tolerancia, cuando se visten de campo y caza, pierden el sentido del humor y la tolerancia. No les gusta saber que, en las dehesas, las sierras cerradas y las manchas cochineras, el sueño inalcanzable de sus habitantes es la ingestión de merluza rebozada.
Si en una mancha de 500 hectáreas abiertas hay un solo jabalí, no lo duden. Le entrará a quien lleve merluza rebozada en el macuto. Parece broma, pero de broma nada. Tito Tassara, aquel amigo inolvidable e inolvidado, falleció en plena juventud con el corazón roto. «Barca», a Dios gracias, vive y puede confirmarlo.
También la caza evoluciona.

Más de Alfonso Ussía​

 

Cuchuchú​

No acostumbro entrometerme en asuntos familiares e íntimos de personas desconocidas. Pero se alertó mi curiosidad y seguí, a prudente distancia, a la señora que empujaba el coche de niños​

06/02/2024Actualizada 09:51
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Ayer, paseando por Santander, asistí a un espectáculo de amor profundo.
–Cuchuchú.
Un día de sol radiante, cielo azul y la mar plana. Paseo de la Reina Victoria. Rasgando la bahía, el Puntal. Más allá, Pedreña y la ría de Cubas. Una mujer empujaba con parsimonia paseante un coche con su bebé. Tenía que ser un bebé porque no protestaba cuando ella, enloquecida de amor materno, le decía cada diez metros de recorrido.
–Cuchuchú.
Ella tenía un buen aspecto. No era una belleza, pero mostraba muy buena planta y se movía con elegancia y buenos andares. Iba vestida de señora de Santander. En San Sebastián, durante mi infancia y juventud, las señoras se vestían de San Sebastián. En Madrid, la cosa iba por barrios. Un abrigo «beige» delataba que vivía en el barrio de Salamanca, o la zona baja de Chamberí, cruzando ese gran río que atraviesa Madrid y se conoce como el Paseo de la Castellana. Pero en setenta años, jamás oí a una madre decirle a su bebé:
–Cuchuchú.
A los niños recién nacidos no se les dicen esas cosas. Aunque no lo demuestren por las limitaciones lógicas de la edad, también los bebés sufren de ataques de alipori. Esta señora de Santander vestida de señora de Santander trataba a su bebé con evidente desconsideración.
–Cuchuchú, cuchuchú.
No acostumbro entrometerme en asuntos familiares e íntimos de personas desconocidas. Pero se alertó mi curiosidad y seguí, a prudente distancia, a la señora que empujaba el coche de niños. Un coche a la inglesa, azul marino, con las ruedas grandes y plateadas. Un bocinazo en la calzada. La madre, inmediatamente, tranquilizó al niño.
–No te asustes, Cuchuchú.
Cuando leo que en España han sido sacrificados, es decir, asesinados en el último año más de 300.000 seres humanos en las llamadas clínicas abortivas, me asaltan dos pensamientos. El primero, de tristeza. El segundo de incredulidad. Donde yo vivo, en la franja costera que abarca desde Cóbreces a San Vicente de la Barquera, con Comillas en el centro del tramo, durante los meses de verano abundan las familias con niños. Miles de niños. Unos muy bien educados y otros pesadísimos, llorones, propensos a los berridos y con unos padres pasivos que nada hacen para detener sus llantos. Y por supuesto, nada proclives a hablar con sus bebés y calmar sus angustias diciéndoles «Cuchuchú».
Me acerqué, por malsana curiosidad a la señora que empujaba el coche con su niño. En la cercanía aumentó su amor onomatopéyico.
–Cuchuchú, chip, chip chip.
No me considero un héroe, pero decidí calmar mi curiosidad. Acelerando el paso me situé a la par que la cariñosa madre. Y pude ver al niño que recibía sus lamentables muestras de cariño.
Era un perro. Un perrito blanco, lanoso, con un abriguito, lazos en las orejas y toda suerte de juguetitos caninos para que se entretuviera durante el paseo.
–Cuchuchú.
No pude reprimirme. «¡Señora, que no es un niño, que es un perro!»
La señora se sintió herida por mi comentario.
–¡Claro que es un perro! ¡Es mi Cuchuchú! ¿Qué creía usted que era? ¿Un niño? ¡Anticuado!
No estoy en condiciones de alargar mi texto.
Y algunos de mis lectores, lo comprenderán.

Más de Alfonso Ussía​

 

Los Álvaros​

Aquella fue una retractación inmediata pero meramente particular, mientras que la de don Álvaro Redondo ha sido una retractación meditada que puede afectar a millones de personas que aún creen en la independencia judicial​

07/02/2024Actualizada 01:30
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He cambiado de opinión en muchas ocasiones. Para hacerlo, apenas he necesitado de dos horas de charla o tres minutos. No hay que escandalizarse por el cambio de opinión del fiscal de la Sala Penal del Tribunal Supremo, don Álvaro Redondo después de 72 horas de profunda reflexión. En su primer informe, en cumplimiento de su misión de promover imparcialmente la justicia desde la igualdad, y después de analizar concienzudamente los pormenores del caso, deduce que «por todo ello, la participación del Sr. Puigdemont en las conductas consistentes en realizar actos que afectaron a dichos bienes jurídicos, con la evidente intención de atentar contra la paz pública y obligar a los poderes públicos, puede considerarse, a menos en este momento procesal, como ilícito penal y concretamente como delito de terrorismo. Madrid 26 de enero de 2024».
Pero llegó el fin de semana. El señor fiscal coincidió en la calle, tomando el sol radiante del invierno madrileño, con otro don Álvaro. Casualidades de la vida. Se trataba de don Álvaro García Ortiz, el fiscal general al servicio del presidente del Gobierno. Y hablaron de sus cosas.
Fue entonces cuando el fiscal general Ortiz le recomendó al Fiscal del Tribunal Supremo que le diera un par de vueltas a su informe. Y el Fiscal don Álvaro Redondo se encerró en su despacho y 72 horas más tarde, también en cumplimiento –como es normativo–, de su misión de promover imparcialmente la justicia desde la igualdad, se retractó de cinco indicios de terrorismo de Puigdemont después de «un exhaustivo estudio de los hechos». Ignoro qué le dijo don Álvaro Ortiz a su tocayo don Álvaro Redondo, pero Puigdemont pasó en tres días de ser objeto de una acusación de delito de terrorismo, a afirmar en su segundo informe, que agua de borrajas.
Nada que objetar. Todos los españoles sabemos, y lo sabemos porque nos lo han demostrado, que don Alvaro Ortiz, doña Dolores Delgado y don Cándido Conde-Pumpido, por poner tres ejemplos gloriosos, siempre se han manifestado independientes del poder ejecutivo, lo cual reconozco creerme a pies juntillas.
Mi persona ha cambiado de opinión con mucha más celeridad en algunas ocasiones. No puse jamás en peligro al Estado de derecho, pero tampoco necesité de 72 horas para cambiar tajantemente de opinión. Mientras bailaba en una discoteca la canción «Je t´aime» de Adamo, en cumplimiento de mi misión de promover parcialmente el engaño desde la igualdad, declaré mi amor a mi pareja de baile, que era argentina y estaba muy bien. Cuando ella me respondió que también se sentía enamorada de mí, cambié de opinión inmediatamente y salí por patas de la discoteca. No necesité 72 horas para desdecirme, claro, que aquella fue una retractación inmediata pero meramente particular, mientras que la de don Álvaro Redondo ha sido una retractación meditada que puede afectar a millones de personas que aún creen en la independencia judicial. Para este tipo de retractación, 72 horas se me antojan pocas.
Cosas que pasan cuando llega un fin de semana brillante y soleado, y en pleno paseo, don Álvaro y don Álvaro coinciden, se saludan, hablan de sus asuntos y la influencia de uno sobre el otro, exclusivamente florecida por la sabiduría y no por los intereses políticos, se plasma en una rectficación que muchos españoles no han sabido interpretar en su justa medida.
Casuales y causales encuentros.

Más de Alfonso Ussía​

 

Carlos Herrera​

Carlos tiene, y bien ganada, una gran influencia social. Pero el fútbol no es generoso con los que vienen de fuera. La Real Federación Española es un conglomerado de intereses, y Carlos se va a topar con muchas dificultades​

08/02/2024Actualizada 01:30
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Leo que Carlos Herrera ha confirmado su intención de presentarse a las elecciones de la Real Federación Española de Fútbol. Lo va a pasar mal. Puedo aportarle toda mi experiencia de cuando me presenté a las elecciones a la presidencia del Real Madrid teniendo como adversario a Ramón Mendoza. Ramón y yo, salvando la edad, éramos amigos y lo fuimos siendo años después de aquella contienda. Me contó muchas cosas.
Entre otras, que más de setecientos socios fallecidos le votaron. Mi sede electoral, una antigua frutería en la calle Marceliano Santamaría, a cien metros del Bernabéu, fue incendiada por los ultrasur que manejaba la candidatura de Mendoza. Es decir, todos los ultrasur menos tres, un ingeniero, un abogado y un comerciante que se unieron a mi proyecto. Tuve en contra, a pesar de trabajar en el periodismo –no soy periodista–, a casi toda la profesión, liderada por José María García –Antena 3 de Radio, mi radio–, y Francisco González, de la SER. Era columnista deABCy tampoco, porque Rafael Ansón trabajó para Mendoza. Y un buen día, pasadas las elecciones, Florentino Pérez me informó que se hicieron trampas en el recuento y que sumadas las trampas a los votos de los 700 fallecidos, podría haber ganado a Mendoza. Me alegré de mi derrota, por mí, por mi familia y sobre todo, por el Real Madrid. El fútbol había cambiado y no tenía sitio ni lugar en el Real Madrid un presidente anclado, como la mayoría de sus compañeros de Junta, en el más absurdo romanticismo. Mis memorias dan para un libro, pero prefiero, como madridista, el silencio. El fútbol de hoy –y especialmente el Real Madrid– necesita de grandes gestores y empresarios. Y prueba de ello es el Real Madrid actual. Se puede estar de acuerdo o no en detalles deportivos, pero nadie pone en duda que el Real Madrid aventaja al resto de los clubes de fútbol en decenas de años.
Carlos tiene, y bien ganada, una gran influencia social. Pero el fútbol no es generoso con los que vienen de fuera. La Real Federación Española es un conglomerado de intereses, y Carlos se va a topar con muchas dificultades. Confío plenamente en su capacidad, si bien deploro que sea del «Barça» habiendo nacido en Las Cuevas del Almanzora, en Almería. Se trata de un contrasentido, de una extravagancia.
Sería un estupendo presidente, entre otros motivos, porque no necesita del dinero del fútbol para vivir. Pero tendría que asistir a la exclusión social del club de sus amores. Sucede que en el pacto traicionero de Sánchez –también del Barça– y el presumible terrorista –según la abrumadora mayoría de los fiscales– fugado en Bélgica, también incluye la salvación del Barcelona, que de ser un club italiano, francés o británico, ya estaría cumpliendo la pena de jugar en Segunda División. Si bien, estoy convencido de que Carlos Herrera no movería un dedo para aliviar la pesada mochila antideportiva que lastra el funcionamiento del Club que es más que un Club, que no ha tenido reparos en declararse inmerso en el llamado «procés» independentista. El fútbol es un balón que mueven los futbolistas, que emociona a los aficionados, y que manejan desde los despachos de la UEFA y de la FIFA unos individuos con un poder omnímodo e intocable. Enfrentarse a ellos, y lo escribo sin esperanza, no está al alcance ni del gran Carlos Herrera.
No lo digo yo. Lo ha dicho Klopp, quizá el entrenador más deseado por los grandes clubes del mundo, que abandona voluntariamente al Liverpool después de nueve años triunfantes, como los que protagonizó en el Borussia de Dortmund. Según parece ha recibido una extraordinaria oferta del club amparado por la RFEF, la Liga, la UEFA y la FIFA: «Entrenaría al Barça encantado si se cumplieran dos condiciones. No estar imputados por comprar árbitros y tener dinero para pagarme. Lamentablemente, no cumplen ninguna».
No te metas en ese mundo, Carlos, que no es el tuyo.

Más de Alfonso Ussía​

 

Mis viejos tebeos​

En la noche de ayer, me entregué a mis tebeos del western, y pasadas varias horas tenía los ojos como platos. ¡Qué maravilla!​

09/02/2024Actualizada 01:30
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Hoy toca relajamiento. Escribo para los lectores de El Debate con, más o menos, las mismas lunas que yo. Una barbaridad de lunas. Doce lunas llenas por año, según me han dicho los sabios. Días atrás, en un mercadillo, me topé con un puesto de libros de segunda y tercera mano. También vendían tebeos de mis tiempos de niño. Los españolesCapitán TruenoyRoberto Alcázar y Pedrín, y los mexicanos de la Editorial Novaro con los héroes del oeste americano. Sus protagonistas eran todos intérpretes y autores de canciones «country», y sus portadas son estremecedoras de cursilería. En el interior, sólo héroes. Roy Rogers, Gene Autry, Rex Allen, Hopalong Cassidy, El Llanero Solitario y Red Ryder. El sonido de los disparos «bang, bang». Cuando la bala no daba en el blanco «ziing»; si el montículo en el que el malo aguardaba al bueno para darle matarile, y con antelación al disparo, el montículo se pulverizaba por un corrimiento de tierras –oportunísimo– y se precipitaba hacia el suelo, «rrruuumble». La niña, hija de los ganaderos buenos llora porque los malos se han llevado a su padre. Roy Rogers consuela a la hija afligida mientras ella llora, «snif,snif» ( sollozo, sollozo). La rama seca y caída que pisa el malo y alerta al bueno, «crash». El malo dispara y falla, pero el bueno responde y acierta. El malo grita «Ayy». El bueno duda. No acierta a decidir la senda que debe seguir para encontrar las pistas que ha dejado el malo. «Ejem, ejem». Tesoro onomatopéyico.
Y los caballos. El de Roy Rogers, Tigre, el de Gene Autry, Campeón, el de Rex Allen, Koko, el de Hopalong Cassidy Topez –un nombre muy raro para un caballo–, el de Red Ryder, Papoose, y el del Llanero Solitario, Plata –Silver–, que en ocasiones era animado por su jinete en versión bilingüe, «¡Hi-joo, Silver, away!» ó «¡Arre, Plata, adelante!». El caballo de su amigo indio, Toro, respondía al nombre de Scout. Y Toro le decía al Llanero, siempre con su antifaz y sus balas de plata, «Kemo Sabay». El primer Llanero Solitario se inspiró en el actor y cantante Clayton Moore, que por su aspecto, en la vida familiar e íntima, tenía que resultar un tostón al cuadrado, un pelma multiplicado por diez pelmazos, si bien con el antifaz, resultaba de lo más agradable. Donde ponía el ojo, situaba su bala de plata, y ese detalle contra los malhechores, forajidos y cuatreros era muy de agradecer.
Por compromiso, estoy leyendo un libro que es un bodrio. Un bodrio muy útil por las noches, porque leídas a trompicones de ojos dos páginas, el sueño reparador me invade sin necesitar de orfidales o lexatines.
Pero en la noche de ayer, me entregué a mis tebeos delwestern, y pasadas varias horas tenía los ojos como platos. ¡Qué maravilla! Siempre los buenos vencen a los malos, siempre los leales a los traidores, siempre los limpios a los sucios, siempre los caballos de los justos corren más que los caballos de los cuatreros, los pistoleros y los traidores. La realidad tendría que ser así. Me figuré, ya apagada la luz de la mesilla de noche, en Roy, Rex, Gene, Hopalong, Red, el Llanero y Toro, persiguiendo por las inmensas llanuras de California, Texas y Nuevo México, a los truhanes que hoy desean destrozar España, la nación que fue soberana en aquellos infinitos territorios. Y los sueños, sueños son, y como tales, ajenos a las leyes y a las acusaciones de delitos. «¡Roger, por ahí escapa Sánchez!»
«¡Gene, el que se escapa a gatas es Puigdemont! ¡Rex, el que galopa y ha perdido el sombrero es Bolaños! ¡Red, tírale el lazo a Pumpido! ¡Hopalong, la mala que huye sobre la mula es Yoly! Sí, la que se abraza a la mula, la besa y la mula rechaza!. ¡Kemo Sabay, el cuatrero que intenta disimular, es Pachi López!».
Y ni qué decir, lo bien que he dormido, soñando.

Más de Alfonso Ussía​

 

Las cosas del campo​

Muchos españoles ignoran que, durante la prisión ilegal que sufrimos en la pandemia, no nos faltaron alimentos gracias a los agricultores que han sacado sus tractores a las carreteras​

10/02/2024Actualizada 01:30
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Todavía no he comprendido la razón y el motivo de mi fortuna. Mi fortuna no ha sido otra que mis amigos mayores. Con veinte años me trataban de igual a igual los que me aventajaban en treinta, cuarenta y cincuenta años. El padre jesuita Ramón Ceñal, místico y traductor de Kant. Una espiga que parecía que se iba a quebrar de un momento a otro y aguantó todos los vendavales. Siempre en busca del Misterio. En Oviedo, cinco de sus hermanos, el más joven con 9 años de edad, fueron arrancados por los milicianos de los brazos de su madre y fusilados a treinta metros de su casa. Ni una palabra de rencor, ni un deseo de venganza acompañaron su vida. Antonio Mingote me aventajaba en treinta años, y fui su hijo, su hermano y en ocasiones, su padre. Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, don Antonio, embajador de España ante la Santa Sede y el Pentágono. Jacqueline Kennedy perdió la cabeza por él, pero en un alarde de modestia, don Antonio le autorizó a buscar su futuro con Onassis. Por circunstancias ajenas a mis méritos, y sin ánimo de presunción –¡qué tontería!–, Don Juan De Borbón, mi maestro en tantos rincones de la vida. Como Santiago Amón. Manuel Halcón, el gran escritor y señor andaluz, el último sevillano que guardó luto por su caballo. Subíamos Antonio Burgos y yo por las escaleras de la entrada principal del «Alfonso XIII» de Sevilla, cuando nos cruzamos con don Manuel. Don Manuel, que conoció de niño a «el Pernales», escondido en el campo de su primo Fernando Villalón, iba vestido con un traje gris, corbata negra y en lugar de zapatos, calzaba botos camperos. «¿Dónde vas así vestido, don Manuel?». «Le estoy guardando luto a mi caballo». Y el doctor don Placido Duarte, que me operó de apendicitis con ocho años y al que dediqué, cuando se fue la anestesia, mis primeros versos. En su casa de la calle Alfonso XII de Madrid se fue desvaneciendo, casi en la ceguera absoluta, y me pedía que le interpretara un precioso cuadro de Turner que compró en una subasta de Londres y que él no podía disfrutar. Y José María Stampa, y Jaime Campmany, y el profesor Rof Carballo y José Antonio Muñoz-Rojas, el que escribió, según Dámaso Alonso, «el libro mejor escrito en español del siglo XX»,Las Cosas del Campo. La última vez que coincidí con él, en un acto cultural en Madrid, frisaba los cien años de edad. Y estaba enfadado. Le pregunté por el motivo de su disgusto. «¡Porque no viene! ¡Todos los días esperándola, y no viene! ¿Tú crees que hay derecho?». Se refería a la muerte, que no le hacía caso. José Antonio Muñoz Rojas se presentaba como agricultor de sus campos en Antequera. «Si no fuera por nosotros, los agricultores, el mundo sería un desastre. Pero los que ganan el dinero de nuestro esfuerzo, de nuestra vigilancia y del resultado de nuestras plegarias, son otros. Un buen año para mi campo es aquel en el que mi campo no pierde lo que invierto en él».
Las Cosas del Campo. Muchos españoles ignoran que, durante la prisión ilegal que sufrimos en la pandemia, no nos faltaron alimentos gracias a los agricultores que han sacado sus tractores a las carreteras. Es lícito y legal que todos ganen dinero. Los que labran la tierra y la cosechan, los que compran los productos, los que los transportan y venden a los mercados, los que los comercian a los consumidores Pero los fundamentales, los que trabajan, labran y cosechan sus campos, son los únicos que no se enriquecen. Muchos de ellos pierden, porque la Agenda 2030 y el Pacto Verde han decidido arruinarlos. Y como las voces no les sirven para nada, como las reclamaciones no obtienen respuestas, los agricultores y ganaderos sacan los tractores y ocupan las carreteras y los caminos de los urbanitas que no conocen otro campo que el de la ambición y los despachos. Y lo hacen para sobrevivir, no para molestar.
«Un buen año para mi campo es aquel en el mi campo no pierde lo que invierto en él».
Cosas del campo.

Más de Alfonso Ussía​

 

Don Mariano​

No sólo hemos perdido a seres geniales. Lo malo es que entre unos y otros, se nos ha secado el sentido del humor​

11/02/2024Actualizada 01:30
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Los que vimos nacer la televisión en España veneramos la figura de Mariano Medina, «el Hombre del Tiempo». Al finalizar el Telediario, don Mariano aparecía junto a un pequeño mapa de España, y con un puntero nos acercaba los anticiclones, las borrascas, los días claros, las borrascas y las nubes. Siempre su figura de cintura hacia arriba con su pequeño mapa a la derecha. Aquella TVE, canal único en blanco y negro, tenía curiosos personajes. Walter y sus violines, un húngaro exiliado en España, perseguido por los nazis y posteriormente por los soviéticos. Una pareja «Marianín y Teresita», que eran dignos de una denuncia. Y Jesús Álvarez y Laurita Valenzuela, David Cubedo, y Blanca Álvarez. La serie policial de Broderick Crawford, y las primeras retransmisiones de fútbol con Matías Prats y de toros con Manuel Lozano Sevilla, taquígrafo del Jefe del Estado. Lozano Sevilla escribía las crónicas en los periódicos de los viajes del Generalísimo. Y nadie estaba autorizado a corregir su texto. Un día escribió que al llegar Franco a Málaga, «las campanas doblaron de alegría». José Montero Alonso, Monterito, escritor culto y chispero, llamó desde la redacción del diario «Madrid» al Ministerio de Información y Turismo. «Se trata de corregir un error del texto de Lozano Sevilla. Las campanas repican de alegría, pero no doblan de alegría. Doblan a muerto».
Pero no obtuvo el permiso para la corección, y escribió un epigrama.
El doblar, que es toque serio,
Puede serlo de optimismo
Si lo ordena el Ministerio
De Información y Turismo.
Rintintin y el Cabo Rusty,Lassie, y desde Barcelona,Noches del Sábadocon Ángel Echenique. Todo era en directo, y los pocos telespectadores que había en aquel entonces asistimos a una escena espantosa. Un acróbata llamado Dimitri subía por unas escaleras apoyado en la cabeza. El maestro Ibarbia, cada vez que Dimitri, con su poderoso cuello, conseguía ascender un peldaño, ordenaba a la orquesta un repiqueteo de tambores. Llegó hasta el final, pero contó mal los escalones. E incitado por los redobles del maestro Ibarbia, Dimitri intentó escalar un nuevo peldaño y se encontró en el vacío. Se dio un morrón descomunal. Fue sacado en brazos de los cámaras y para mí, que en trance de fallecer.
No lo olvidaré jamás.
Tip y Antonio Ozores presentaban un concurso. Cuando volvían a su casa, contaban las antenas de televisión del paseo de La Habana. «Mira, hoy nos han visto ocho familias más que ayer». Y Tip le gastó una broma a Mariano Medina. El concurso se emitía después de «El Hombre del Tiempo». Y Tip, a gatas, mientras don Mariano nos punteaba los anticiclones, borrascas e isobaras, se acercó hasta Mariano Medina, le desabrochó los pantalones y éstos cayeron hasta el tope de sus zapatos. Don Mariano aguantó como pudo la risa, viéndose punteando el mapa en calzoncillos. Esperó que terminara el concurso, y Tip le confesó el motivo. «Sabía, Mariano, que tenías unos muslos preciosos, pero me he quedado corto. ¡Qué muslos, Mariano!». Y se fueron a tomar una copa.
Me pregunto el porqué de los movimientos de las chicas del Tiempo en todas las cadenas. Bailan, se mueven, se ríen, sobreactúan, asustan y con todos los medios que poseen, se equivocan mucho más que don Mariano Medina con su mapita y su puntero.
De haberse atrevido Tip a gastarles la misma broma que a Mariano Medina, habría sido encarcelado. No sólo hemos perdido a seres geniales. Lo malo es que entre unos y otros, se nos ha secado el sentido del humor.

Más de Alfonso Ussía​

 

De barcos y yates​

He navegado mucho en mi vida, pero siempre en los barcos elegidos por mí, y no obligado por los pelmazos de sus dueños urbanitas, a los que en San Sebastián, los marineros y pescadores denominan «terrestres»​

12/02/2024Actualizada 08:36
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Lo mejor de un barco es que sea de otro. Recelen de quienes les invitan «a pasar unos días en mi yate». El que tiene «yate» y no barco es un hortera además de un peligro en la mar. Los dueños de los barcos se aburren mucho navegando, y necesitan invitados. Pero ante todo, su necesidad imperiosa es la de contar con el servicio de buenos marineros, pues de lo contrario, y sin necesitar icebergs traicioneros, todos los barcos terminarían como el «Titanic». Una señora muy gorda y muy rica, que tomaba el sol en la popa de su nuevo «yate», había ordenado al patrón que pusiera rumbo a Cala D´Or, en Mallorca. Llegados a la cala, el patrón solicitó permiso a la robusta dama para arriar el ancla. Ella, muy amable, se lo concedió de esta manera. «Sí, sí, Tomeu, puede echar el ancla. Pero antes, cerciórese de que no hay buzos en el fondo». Porque era buenísima, y le preocupaba en demasía dañar de un anclazo a un buzo.
El aburrimiento de los propietarios de barcos puede terminar convirtiéndose en un problema de estrategia. Cuando llevan varias jornadas en la mar –el dueño del barco se cubre de una gorra que imita a la de los oficiales, jefes y almirantes de la Armada–, acuden a puertos y pueblos de la costa en los que no resulta difícil encontrar «gente conocida». Puedo jurar –y a Dios pongo por testigo– que el genio de entresiglos, Antonio Mingote, el brillante catedrático de Penal, José María Stampa, el formidable escritor Jaime Campmany y el arriba firmante, se vieron obligados a escapar a gatas, entre los pinares de Formentor, para no ser descubiertos por un amigo común que nos buscaba para invitarnos a comer en su nuevo barco. Con la pinaza, los cuatro fugitivos alcanzamos el cobijo del hotel con las rodillas escocidas y prehemorrágicas, y las manos, destrozadas. He navegado mucho en mi vida, pero siempre en los barcos elegidos por mí, y no obligado por los pelmazos de sus dueños urbanitas, a los que en San Sebastián, los marineros y pescadores denominan «terrestres».
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Barca
El viejo marqués del Mérito –Peps Mérito en la jerga social– le pidió a Don Juan embarcar durante una brevísima singladura entre Puerto Banús y Cartagena. El marqués no dominaba el lenguaje, la jerga de la mar.
Y aguantaba con muy buen humor los regaños del Conde de Barcelona.
«Señor, me voy a la parte de delante para que me dé un poco el aire». Y Don Juan replicaba: «A proa»; «Señor, por detrás viene un buque de la Marina». «A popa»; «Fíjese, Señor, en lo bonito que es el velero que navega por la izquierda». «¡A babor!» corregía Don Juan; «Señor, los de lancha de la derecha le están saludando»; «¡Estribor!».
Desayunaban al día siguiente en la cámara del «Giralda». José, el marinero gallego, había colocado las mermeladas fuera del alcance del marqués. Y éste quería untar su tostada con mermelada, acción a la que tenía sobrado derecho.
–Señor, ¿me puede acercar el frasquito de mermelada, siempre que en el mar se le pueda llamar mermelada a la mermelada?
Don Juan se incorporó, le llevó la mermelada al marqués del Mérito y le dio un abrazo.
–¡Esta vez me has ganado tú!
Claro, que el «Giralda» y su Patrón nada tenían que ver con los nuevos ricos de los yates.

Más de Alfonso Ussía​

 

Pirauchos y aviones​

Puma y Falcon para Sánchez. Pirauchos de 3 metros a la Guardia Civil para combatir el narcotráfico en la zona del Estrecho, dotado de una impresionante flota de Lanchas​

13/02/2024Actualizada 01:30
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¡Viva honrada la Guardia Civil!
Pirauchos de héroes. Avión en Valladolid.
Dos guardias civiles asesinados por los narcotraficantes en Barbate. Un tercero mutilado. Para combatir el narcotráfico costero, por falta de presupuesto, los guardias civiles embarcan en pirauchos de 3 metros. Los narcos en lanchas de 15 metros con motores de 300 cv. Una lancha de los delincuentes abordó a un piraucho de la Guardia Civil y dos héroes fallecieron, don David Pérez Carracedo, barcelonés y perteniente al GAR con base en la Comandancia de Navarra. Dos hijos de 9 y 7 años. Y don Miguel Ángel González, de San Fernando, con anterioridad Infante de Marina, con destino en Algeciras y una hija de 12 años.
Se hallaban de cuerpo presente mientras en Valladolid se celebraba la gran fiesta de los subvencionados del cine. El presidente Sánchez voló de Madrid a Valladolid en un helicóptero Superpuma para evitar los tractores de la indignación agraria. Los tractores no vuelan. Después de abrazar a Almodóvar y Penelope Cruz, exigió –sobra el presupuesto– que un Falcon despegara de Madrid hasta Valladolid para su retorno. Voló y durmió tranquilamente en la Moncloa. Uno de sus 800 asesores escribió un mensaje en las redes sociales lamentando la muerte de los guardias civiles, compañeros de los que hacen guardia en el palacio de la ignominia. Previamente, había firmado una donación de 310 millones de euros a Mauritania. A la Guardia Civil, que le den morcilla.
En San Fernando fue inhumado, con dolor disciplinado, don Miguel Ángel González, al que se le impuso la Medalla de Oro de la Guardia Civil. En Pamplona, don David Pérez Carracedo. Amparado por la presidente de Navarra, la socialista socia de los bilduetarras, llamada algo así como Chivite, se presentó el máximo representante de la desmembración nacional de la Guardia Civil y de su reducción presupuestaria, el lamentable e impresentable ministro Marlasca. Cuando se acercó Marlasca a imponer sobre el ataúd del héroe la Medalla de Oro, la esposa del fallecido, a gritos, impidió que fuera el marido de Aitor el que impusiera la condecoración en el féretro cubierto por la Bandera de España. Marlasca no sabía qué hacer ni donde mirar. Y fue un guardia civil el encargado de depositar la medalla mientras Marlasca, abucheado por el silencio triste, se vio obligado a recular.
En Valladolid, cuando se comprobó que no había tractores en el aire, despegó Sánchez hacia Madrid, derrochando decenas de miles de euros en queroseno. Se sentía cansadito, pero muy feliz por el cariño demostrado de sus paniaguados.
Los informativos de las cadenas de televisión oficiales y las sometidas a las subvenciones del Gobierno, como las de Atresmedia, principalmente, no ofrecieron imágenes de la valiente mujer que impidió a Marlasca condecorar a su esposo fallecido sobre el piraucho, la pequeña «Zodiac», de la dignidad. Los titiriteros no mencionaron a los héroes asesinados por el narcotráfico. Lucieron modelitos, ellas y ellos.
Clamor en España exigiendo la dimisión de Marlasca, que no se va a producir por el terror de Sánchez a que Marlasca saque la húmeda de su lugar y hable. Puma y Falcon para Sánchez. Pirauchos de 3 metros a la Guardia Civil para combatir el narcotráfico en la zona del Estrecho, dotado de una impresionante flota de Lanchas. Se eliminó el Grupo antidroga de la Guardia Civil por falta de presupuesto. Sólo con los 310 millones regalados a Mauritania podría haberse mantenido.
Los héroes sobre un piraucho, los derrochadores del dinero público en aviones y helicópteros para sobrevolar a los tractores. En las capillas ardientes pesadumbre y rabia, y en la alfombra roja de los farsantes, risas, poses y modelitos.
Así está España.
¡Viva honrada la Guardia Civil!

Más de Alfonso Ussía​

 

Krasnaia Armiá jamalá jamalá​

El futuro General en Jefe, Guillem G.F.L. Gravinós, ha solicitado a la Generalidad más recursos económicos para comprar unos cuantos carros de combate de segunda mano. Lo que no ha encontrado todavía es a patriotas catalanes que deseen ocuparlos​

14/02/2024Actualizada 01:30
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Me apasionó en mi juventud el Coro del Ejército Rojo, creado y dirigido por Boris Alexandrov. En España se vendían sus discos sin ningún problema. Guardo sus vinilos de 33 rpm. Derribado el Muro de Berlín y desaparecida la Unión Soviética, el Coro pasó a denominarse Coro del Ejército Ruso, y ahí sigue, grandioso, sin Boris Alexandrov, que falleció.
Ignoro si Argelia cuenta con un coro y orquesta militar. En España tenemos magníficos coros militares, como el de la Guardia Real. Asistí con Jorge Berlanga al concierto de la Guardia Municipal de Reikiavik, en la Capital de Islandia. No entendíamos nada, pero los islandeses se reían mucho, y aplaudimos entusiasmados al final del concierto, entre otros motivos, porque lo malo, si es breve, siempre es buenísimo. Me extraña que Puigdemont no haya reparado en la guardia municipal de Reikiavik para integrarla en su meditada ofensiva militar contra el resto de España.
A Puigdemont, que vive en Waterloo de gorra de los españoles, le ofrecieron sus amigos rusos 10.000 soldados. Ninguno de ellos componente del magistral conjunto coral. Posteriormente hemos sabido que existieron contactos con Argelia para reforzar al Ejército de Liberación Catalán con tropas de aquel país tan desconcertante. Sucede que los rusos y los argelinos –descartados los municipales islandeses– se interesaron por la estructura militar de los ejércitos catalanes, y no obtuvieron informaciones precisas. Los 10.000 soldados rusos y los refuerzos argelinos consideraron que no merecía la pena jugarse el tipo y la vida liberando el territorio separatista catalán sin catalanes dispuestos al combate. Y por ahora, no han cambiado de opinión. Un general ruso ha sido concluyente: «No merece la pena luchar contra España si no hay soldados catalanes preparados para combatir por la independencia». Y lógicamente, los argelinos, han optado por el silencio aguardando tiempos mejores. Porque a los argelinos, como a los rusos, en el fondo, muy en el fondo, la independencia de Cataluña les importa un cuesco de colibrí.
Hasta el momento en que escribo, el Ejército de Liberación de Cataluña está en los inicios de su creación. Cuentan con los Mozos de Escuadra –menos de la mitad de ellos–, fuerza policial fundada por el Rey Felipe V, que no es el preferido de nuestros hermanos del nordeste. El futuro General en Jefe, Guillem G.F.L. Gravinós, ha solicitado a la Generalidad más recursos económicos para comprar unos cuantos carros de combate de segunda mano. Lo que no ha encontrado todavía es a patriotas catalanes que deseen ocupar los carros de combate de segunda mano, que resultan –y en ese aspecto hay que darles la razón a los patriotas– muy incómodos por la estrechez de sus interiores. El General en Jefe, Guillem G.F.L. Gravinós, se apellida en realidad, según el Registro Civil, Guillermo García Fernández López Gravinós, y Puigdemont le ha solicitado que convierta sus apellidos españoles en meras iniciales. Y ahí sí, el General en Jefe ha acatado la orden del amnistiado sin amnistiar con la disciplina propia de los soldados de Cataluña. Sucede, que un Ejército con General Jefe y sin soldados, carece de posibilidades de triunfo bélico, y si los 10.000 soldados rusos deciden quedarse en Rusia, y los refuerzos argelinos mantener en su mirada la bella imagen de los dromedarios sobre las dunas en los atardeceres del desierto, un General en Jefe, aunque sea don Guillem G.F.L. Gravinós, poco puede hacer. Porque el independentismo catalán no es de campo de batalla, ni de trincheras incómodas, sino de despachos. Si los independentistas catalanes que se quieren independizar de España desde los despachos decidieran ponerse el uniforme, el casco y calzar las botas reglamentarias, reunirían, como poco, a cien mil soldados. Pero como Arzallus repitió en más de una ocasión, a los separatistas catalanes el uso de las armas les da bastante susto, y prefieren el cobijo de los despachos para sacar al Gobierno español el dinero de los españoles y poder, de esta manera, mantener el tinglado de la imposible y beneficiosa independencia dependiente del Reino de España.
Sin la «Krasnaiá Armiá» y el «jamalá jamalá», no hay tutía. Sólo queda pendiente de decisión de la Guardia Municipal de Reikiavik.
Con ella, se puede armar la gorda.

Más de Alfonso Ussía​

 
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