Vidas para leerlas

Las perversiones del emperador Tiberio: una mentira para adornar una biografía sangrienta
La imagen del adusto y erudito general fue sustituida, mediante la propaganda de sus enemigos, por la de un anciano ped*filo que se deleitaba con la contemplación del acto sexual entre parejas de adolescentes


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Actualizado:14/06/2019 19:37h
La espantada de Tiberio, el cornudo que se hartó de su suegro emperador
El problema de la historiografía romana es que está escriba, casi siempre, por senadores, que definen a un emperador como bueno o malo en función de su relación con el Senado. Y es que también en tiempos imperiales el trato con el Senado resultaba fundamental: saber persuadir en vez de intimidar a la aristocracia era un arte del que careció Tiberio y otros princeps. En «Las Vidas de los doce césares», el historiador Suetonio presenta un retrato perturbador del Emperador Tiberio –sucesor de César Augusto–, al que se le achaca toda clase de monstruosidades en su villa. Unos excesos, probablemente inventados, que pretendieron adornar con sadismo la ligereza mostrada por Tiberio a la hora de eliminar a sus rivales.

Tiberio era hijo del primer matrimonio de Livia Drusila, que se divorció de su primer marido para casarse con Augusto, estando embarazada. No en vano, Augusto trató a los hijos de su esposa como parte de la familia imperial. Tiberio y su hermano Druso, fueron preparados desde pequeños para tareas militares e iniciaron carreras públicas convencionales, es decir, con los distintos cargos que le correspondían por edad. El imperio se ponía a sus pies.

La huida del Emperador melancólico
En sus destinos militares, Tiberio y Druso tuvieron ocasión de aumentar su reputación y de ganarse el aprecio de las legiones. Como explica Adrian Goldsworthy en « Augusto, de revolucionario a emperador», «Tiberio tenía un carácter reservado y complejo, más sencillo de respetar que de querer, mientras que Druso era famoso por su encanto y afabilidad y no tardó en ser popular entre la gente». Augusto no ocultaba que prefería a Druso antes que a Tiberio, al que únicamente trataba con cordialidad. La sorpresiva muerte de Druso obligó al princeps a cambiar de opinión.

Tiberio dio un paso al frente y estuvo la mayor parte del tiempo ausente de Roma apagando incendios por el Imperio. Sin embargo, en el año 6 a. C., cuando estaba a punto de asumir el mando del Este y convertirse con ello en el segundo hombre más poderoso de Roma, anunció que quería retirarse de la vida pública para seguir con sus estudios en Rodas, argumentando que estaba agotado tras años de esfuerzo. Augusto le negó por completo esta posibilidad pero, tras una huelga de hambre de cuatro días, tuvo que resignarse.

Busto del Emperador Tiberio
Tras cinco años en Rodas dedicado a conferencias y debates, Tiberio obtuvo al fin permiso para regresar a Roma, sin que le fuera reservado ningún papel público. Fue con el tiempo que Augusto trazó un nuevo plan de sucesión con él en el epicentro: primero Tiberio adoptaría a su sobrino Germánico (el hijo del fallecido Druso) y posteriormente Augusto adoptaría tanto a Tiberio como a Agripa Póstumo (el nieto maldito del princeps). No había precedentes de una adopción de un excónsul, de 45 años adulto, y menos dentro de una adopción triple; pero la muerte del resto de familiares de Augusto obligaba a tomar una decisión extraordinaria. Tiberio Julio César fue adoptado, con ese nombre, en una ceremonia en el Senado en la Augusto afirmó un enigmático: «Lo hago por el bien de la res publica».

Tiberio demostró estar a la altura de esta nueva oportunidad y durante el resto de su vida actuó con respeto hacia Augusto. No en vano, la juventud de Germánico, hijo de Druso, le dejó a él, con permiso del defenestrado Agripa Póstumo (nieto maldito de augusto), como único heredero del imperio.

El inicio de un reinado sangriento pero estable
El princeps murió en Nola a la avanzada edad de 76 años. Tiberio –que se hallaba presente junto con Livia en el lecho de muerte de Augusto– asumió la cabeza de Roma y pudo escuchar de primera mano las últimas palabras de Augusto: «Acta est fabula, plaudite» (La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!). Ya entonces algunos historiadores le pintan como un hombre intrigante, que junto a su madre propiciaron la muerte de Augusto y poco después la de Agripa Póstumo. Una fama de maquiavélico que le acompañaría durante todo su reinado.

La transición entre emperadores apenas se sintió, dado que Tiberio llevaba tiempo con las riendas del imperio agarradas firmemente. El problema más acuciante al que debió enfrentarse brotó en Germania, donde, a la lucha con las tribus locales, se sumó el amotinamiento de cuatro legiones acantonadas en el Rin y tres estacionadas en el Danubio al enterarse de la muerte de Augusto. Lo hicieron en favor del nieto de Augusto, Germánico, al frente del poderoso ejército del Rin, al que consideraban el legítimo sucesor.

Germánico se negó, sin embargo, a secundar sus demandas y pidió que volvieran a la obediencia de Tiberio. Pero la cuestión más preocupante no es lo que hizo durante el motín, sino cómo lo hizo. El histrionismo mostrado por el nieto del emperador, llegando a amenazar con suicidarse si no le obedecían, puso en cuestión su buen juicio y su capacidad de liderazgo. Sorprendentemente, un soldado le ofreció su propia espada para que se matara allí mismo.

Moneda con la inscripción Lucius Aelius Sejanus.
Aunque logró poner fin al motín, el momentum político de Germánico se hundió, junto a su prestigio, para siempre en la oscuridad de los tiempos. Cuando murió en octubre del 19 d.C, tras una súbita enfermedad en Antioquía (Siria), fueron inevitables los rumores de que había sido envenenado por orden de Tiberio, aún cuando su liderzgo estaba en declive.

¿Había comenzado ya la purga de Tiberio? El principal sospechoso de ser el asesino material de Germánico, Cneo Calpurnio Pisón, enemistado con él desde hace tiempo, se suicidó, supuestamente, cortándose la garganta un año después. Y en el año 23 d.C, Druso el Joven –hijo de Tiberio y de su primera esposa Vipsania– también falleció en extrañas circunstancias. La oscura mano de Lucio Elio Sejano, amigo y confidente de Tiberio, estuvo presente en todas las murmuraciones, así como la Guardia Pretoriana.

El giro tiránico del emperador en esas fechas fue más que evidente. Como explica David Potter en su libro « Los Emperadores de Roma» (Pasado y Presente), para silenciar a sus enemigos, reales e imaginarios, el Emperador invocaba cada vez más la lex maiestatis, es decir, la ley que regulaba el control de las acciones susceptibles de “menguar la soberanía del pueblo”». El equivalente al delito de alta traición, que además permitía al Estado recibir parte del patrimonio del reo, una vez ejecutado.

A diferencia de su padre político, Tiberio carecía de mano izquierda y de la capacidad para persuadir a los amigos y a los enemigos. Su impaciencia con las sutilezas políticas le hacía preferir métodos más agresivos para convencer a sus colaboradores. De ahí que los lazos de Tiberio con el Senado fueran tibios e incluso se mofara abiertamente de los senadores: «¡Qué hombres más propensos a la esclavitud!», afirmó en cierta ocasión según Tácito.

La oscura mano de Lucio Elio Sejano, amigo y confidente de Tiberio, está presente en todas las murmuraciones
En el año 28 d.C, tal vez asqueado de sus propias maquinaciones Tiberio repitió la espantada de su juventud. Se retiró a su villa de Capri, como hiciera a Rodas durante el periodo de Augusto. Dejó así las tareas de gobierno en manos de Sejano y el problema de su sucesión sin resolver. Los más evidentes herederos eran Nerón Julio César (hermano de Calígula, futuro Emperador) y Druso (otro distinto a los anteriores), hijos adolescentes de Germánico, pero tanto ellos como su madre, Vipsania Agripina, se oponían a Tiberio, al que responsabilizaba de la muerte de su marido. Los tres acabaron desterrados en una isla para que no causaran problemas, lo que emperó las previsiones de sucesión.

Mientras Tiberio se deleitaba en su retiro, Sejano decidió conspirar contra el emperador y los herederos varones de la familia, para acceder a la cabeza de Roma. Prevenido por sus pajaritos, la respuesta del veterano princeps fue tan rápida como cruel: condenó a Sejano a ser estrangulado y a que su cadáver fuera arrojado a la plebe, que le odiaba y temía a partes iguales. Después de que el Senado emitiera un «Damnatio memoriae» sobre Sejano, todos los recuerdos del pretoriano fueron eliminados.

A partir de la muerte de su amigo, el humor del emperador se amargó aún más y entró en periodos melancólicos, que le ganarían la fama del «tristissimus hominum» (el más apesadumbrado de los hombres). Los senadores y delegados políticos vivían, por su parte, con el temor de verse súbitamente acusados de traición por la mente cambiante de Tiberio. Uno de los que cayó en desgracia por aquellas fechas fuePoncio Pilatos, destituido en el año 36 d.C como gobernador de Judea por permitir demasiada manga ancha a las autoridades religiosas de esta región. Lavarse las manos nunca resultó tan caro.

Las mentiras sobre su vida sexual
El odio del Senado a este Emperador intransigente y tenebroso en sus maniobras hizo que se dibujara un escenario de perversiones sexuales en su Villa de Capri. Los propagandistas del Senado, y los de su propio sucesor, Calígula, extendieron una serie de bulos escabrosos sobre lo que ocurría en aquella villa. La imagen del adusto y erudito general fue sustituida por la de un anciano ped*filo, que, propagaron, se deleitaba con la contemplación del acto sexual entre parejas de adolescentes. Suetonio en su biografía describe situaciones de sadomasoquismo, voyeurismo y ped*filia en Capri:

«Tenía una habitación destinada a sus desórdenes más secretos, guarnecida toda de lechos en derredor. Un grupo elegido de muchachas, de jóvenes y de disolutos, inventores de placeres monstruosos, y a los que llamaba sus maestros de voluptuosidad, formaban allí entre sí una triple cadena, y entrelazados de este modo se prostituían en su presencia para despertar, por medio de este espectáculo, sus estragados deseos».

Ruinas de Villa Jovis, residencia de Tiberio en Capri.
En los mismos términos, Suetonio habla de una roca escarpada en Capri donde arrojaba al mar a sus enemigos, después de haberles hecho sufrir tormentos prolongados e inauditos:

«Abajo los esperaban marineros que golpeaban los cuerpos con sus remos por si acaso en ellos quedaba un soplo de vida. Entre otras horribles invenciones había imaginado hacer beber a algunos convidados, a fuerza de pérfidas instancias, gran cantidad de vino, y en seguida les hacía atar el miembro viril, para que sufriesen a la vez el dolor de la atadura y la viva necesidad de orinar».

No obstante, se sabe que Tiberio, interesado en la filosofía y el estudio, se rodeó en su villa de una camarilla de académicos y astrólogos. Su evasión era la ciencia, más que la tortura o la perversión. Precisamente por la contemplación de las estrellas –se dice– comprendió que la sucesión iba a caer sobre su sobrino Cayo Calígula, hijo de Germánico, hiciera lo que hiciera. De ahí que se despreocupara de su propia sucesión y solo regresara dos veces a Roma.

En marzo del año 37 d.C, cumplidos los 79 años, falleció Tiberio por causas naturales, aunque no faltaron las sospechas de que había sido asfixiado por un hombre que respondía al nombre de Macrón, sucesor de Sejano como prefecto del pretorio y que ejercería un importante papel en el futuro. La muerte del segundo emperador fue celebrada por la mayoría de senadores, si bien solo lo hicieron hasta que descubrieron que habían salido de Málaga para meterse en el reinado del salvaje Calígula. Sus perversiones no iban a ser, en estre caso, fruto de la propaganda.

Original y vídeo al inicio:
https://www.abc.es/historia/abci-pe...iografia-sangrienta-201710260206_noticia.html
 
Allan Sharpe, el periodista de la BBC que lucha contra la suciedad y la corrupción en el municipio murciano de Fortuna
El británico lidera una campaña de denuncia por la falta de limpieza en las calles y "la corrupción" que apoya, de forma indirecta, el consistorio del municipio
El dueño de la empresa responsable de los contenedores de basura de la localidad, Sirem, es el empresario oriolano Ángel Fenoll, condenado en 2014 a 35 años de cárcel por fraude fiscal, y actualmente investigado en el 'caso Brugal'
Sharpe creó el grupo de voluntarios 'Limpiar Fortuna', que lleva 700 bolsas de basura recogidas desde entonces, y denunció la renovación de la contrata a Sirem en un pleno del Ayuntamiento celebrado el pasado mes de febrero

Elisa Reche - Murcia
23/06/2019 - 21:02h
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El británico Allan Sharpe, con una pala en la mano, recogiendo basura junto con otros voluntarios en el municipio murciano de Fortuna

En el municipio murciano de Fortuna, de 10.000 habitantes, viven 370 británicos. Uno de ellos es Allan Sharpe, londinense nacido en 1949, quien se mudó de Torrevieja al interior de Murcia hace tres años buscando más tranquilidad y encontró allí por casualidad una casa antigua que reformar. Sharpe fue productor y periodista medioambiental de la BBC. En Fortuna, aunque jubilado, sigue preocupado por cuestiones ambientales, lo que le ha llevado a liderar una campaña de denuncia por la falta de limpieza del pueblo y "la corrupción" que apoya, de forma indirecta, el consistorio del municipio.

En agosto de 2018 Sharpe se decidió a llamar directamente a la empresa responsable de los contenedores de basura de la localidad, Sirem, cuyo dueño es el empresario oriolano Ángel Fenoll, condenado en 2014 a 35 años de cárcel por fraude fiscal y actualmente investigado en el 'caso Brugal' por presuntas irregularidades en la adjudicación de contrata de basuras en Orihuela.

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Señal de bienvenida al municipio de Fortuna con basura en el suelo / L.F.



Los contenedores del pueblo, sin tapadera, llenos hasta los bordes, con basura por el suelo y moscas sobrevolando por encima, se vaciaron entonces de golpe, pero a los pocos días las calles volvieron a lucir como siempre. Sharpe no cejó en su empeño, se reunió con el entonces alcalde socialista José Enrique Gil Carrillo para denunciar la situación. También creó el grupo de voluntarios 'Limpiar Fortuna', que lleva 700 bolsas de basura recogidas desde entonces.

"Al principio los británicos me dijeron que habían venido a España por el sol, no a recoger basura, pero finalmente se animaron. Luego también se unió gente del pueblo", explica Sharpe. "Vamos entre diez y veinte personas y recogemos la basura de las calles un domingo al mes. Llenamos entre 50 y 70 bolsas y las dejamos en el 'Punto limpio'. He llegado hasta a comprar camisetas para los voluntarios", añade el británico, quien también ha creado un grupo de Facebook con el mismo nombre que reúne a más de 400 miembros.



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Basura a los pies de un contenedor en el muncipio murciano de Fortuna / L. F.



El exproductor británico no entiende cómo la gente abandona televisores y colchones en las calles o cómo los jóvenes tiran las botellas vacías en una zona de botellón del municipio. Tampoco se explica cómo los contenedores no cuentan con tapaderas, de modo que la basura se la lleva el viento, al tiempo que atrae animales. "El exalcalde estaba muy interesado en el turismo, pero los turistas no van a venir o no van a volver cuando vean esto. El plástico que tiras en un segundo tarda 450 años en descomponerse", apunta.



"Una empresa que bordea la criminalidad"
El colmo de la situación para Sharpe fue cuando se enteró el pasado enero de que el Ayuntamiento de Fortuna iba a renovar por un año el contrato firmado a Sirem por un gobierno del PP hace 15 años. El pleno se celebró el pasado 4 de febrero y el británico se plantó allí para denunciar la suciedad del pueblo. El antiguo periodista dijo de viva voz que el dinero público no podía destinarse a Sirem, "una empresa que bordea la criminalidad". "En ese momento se levantaron todos los concejales del PP, empezaron a gritar, me apagaron el micrófono, vino la policía y se acabó", explica.



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Basura acumulada en el `Punto limpio´ del municipio murciano de Fortuna / L. F.



"Ángel Fenoll tiene antecedentes penales. En Inglaterra lo llamaríamos criminal puesto que ha evadido impuestos. Está pagando a sus abogados con nuestro dinero", señala Sharpe. Por su parte, Sirem no quiso responder a este periódico sobre la situación de recogida de basura en el municipio de Fortuna.

Proambiente (Sirem) también fue obligada a pagar 1,4 millones de euros a la Comunidad de Murcia en septiembre de 2018 por incumplir en la gestión del vertedero del municipio murciano de Abanilla. La empresa abandonó vertidos ilegales en más de 270.000 metros cuadrados, en gran parte sellados en la actualidad.

"En Abanilla cambiaron de empresa recolectora de residuos después de lo sucedido con Proambiente", apunta Sharpe. "No sé por qué no puede suceder lo mismo en Fortuna". El experiodista quiere reunirse con la nueva alcaldesa de Ciudadanos de la localidad, Finabel Martínez, para continuar con su batalla.
https://www.eldiario.es/murcia/sociedad/Allan-Sharpe-britanico-corrupcion-Fortuna_0_911659708.html
 
José, 73 años y 50 bancos atracados: "Si tuvieran dinero, les seguiría robando"
  • PEDRO SIMÓN
    Madrid
Sábado, 29 junio 2019 - 02:02
Se llama José Huertas Benítez, se ha tirado preso 50 años, llegó a atracar hasta tres bancos en un día y lleva desde el 17 de mayo en libertad: "Estoy mejor dentro de la cárcel"

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José Huertas, 73 años, en Madrid. REPORTAJE GRÁFICO: ALBERTO DI LOLLI
Si se lo encontraran en la cola de un banco, bien podrían pensar que José es un jubilado que se dispone a sacar el dinero de la pensión.

Que va a esperar pacientemente su turno, se va a acercar a la ventanilla, va a decir buenos días, va a sacar una libreta del bolsillo y va a pedirle al empleado de la sucursal una pequeña cantidad.

Pero ojo.

Porque a lo peor -si ve que hay botín- José se dispone a llevárselo todo. Sí: manos arriba, hablamos de un atraco.

«Era facilísimo. Un coche esperaba en la puerta con una matrícula falsa o tapada. A veces me ponía gafas de sol o una media en la cabeza, otras veces no. Casi siempre llevaba unas gomas por dentro de la boca para deformar la cara y la voz. Solía llevar un calibre 38 con cañón de cuatro pulgadas. Levantaba el arma, una Brno o una Astra, y les decía: 'Señores, vengo a llevarme las pelas. Si me ayudan rápido, me voy sin líos. Si ponen algún problema, paga cualquiera'. Luego, cuando me iba, les pedía que esperasen 15 minutos antes de pedir ayuda. Así lo hacía».

Lo normal a los 73 años sería que un hombre te contara cosas de los nietos, del reuma, de su infancia en blanco y negro, de los hijos o del último viaje con los jubilados.

Pero estamos con José Huertas Benítez. Que es como decir que estamos con un tipo que atracó medio centenar de bancos; que se ha tirado cerca de 50 años entre rejas; que dio su primer palo en 1972 (una oficina del Banco Hispano Americano); que en 2004 aprovechó un permiso para consumar su último golpe (un BBVA); que mató a un hombre durante un robo en una carnicería; y que lleva desde el pasado 17 de mayo en libertad.

Mejor que nosotros, lo dice en su auto de excarcelamiento el magistrado Arturo Beltrán, presidente de la Sección 5ª de la Audiencia Provincial de Madrid: «La forma de ser del penado no es fácil que cambie».

No, no lo es.

-Si tengo tranquilidad, no hay problema -habla con las gafas de sol en la cabeza, como un makinero-. Pero si estoy nervioso, puedo hacer cualquier gilipollez.

-¿Y cómo estás ahora?

-Mal. Si hubiese pelas en los bancos, estaría atracando, pero es que ya no las hay.

-¿Preferirías estar preso?

-A mi edad, es más fácil estar dentro que fuera. Allí en la cárcel te habitúas, sabes lo que tienes que hacer... Aquí no sabes nada. Dentro estás tristemente cómodo; aquí ni siquiera estás... Decir que estoy mejor dentro de la cárcel es jodido, pero es real.

-¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué miras tanto a la gente del bar?

-Porque aquí en Vallecas hay mucho mangante...

José se toma el vino de la casa, se come las dos alitas de pollo de la tapa, se limpia con una servilleta de papel y añade: «Mucha gentuza».

No. La forma de ser del penado no es fácil que cambie.

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Lo llamábamos 'jugar al golf'. Le dábamos un leñazo al cristal del escaparate y entrábamos a robar tiendas

La imagen es la de José completamente desnudo (ahora les explico). Con 26 años. En una bañera sin agua. Pero llena con seis millones de pesetas en billetes. El primer gran botín. Para ver qué tacto tenía ese jabón.

La imagen de ahora es la de José abrigado de más. A sus 73. En la puerta del videoclub donde hemos quedado. Sin un euro. Con una mochila a la espalda. Donde no lleva nada.

Entre una imagen y la otra caben medio siglo, una malísima cabeza y un dedo muy rápido.

«A los 16 años yo trabajaba en producción cinematográfica y ganaba bastante bien, viajaba a Londres, no me faltaba de nada. En España la peña estaba tiesa y yo fumaba Pall Mall, no digo más... ¿Qué cómo acabé donde acabé? Porque era tonto, porque mi idea era impresionar y tener los mejores coches, y me junté con otros gilipollas de la calle General Ricardos».

Si se lo encontraran en una acera con un gato del coche en la mano, bien podrían pensar que José es un jubilado que se dispone a arreglar un pinchazo.

Que se va a agachar, va a ponerse de rodillas, va a mancharse las manos y finalmente va a terminar pidiéndole ayuda a un joven para el cambio de rueda.

Pero ojo.

Porque a lo peor -si ve que hay botín- levanta la herramienta para romper un escaparate.

«Lo llamábamos jugar al golf: le dábamos un leñazo al cristal y entrábamos a robar. Empezamos entrando en las mejores tiendas de Madrid: Rocamar, Denis, Montañas Nevadas... Camisas, zapatos, lo que fuera... Robar coches era facilísimo. Lo que más, los simcamiles. Me daba tres vueltas con ellos y los dejaba. Era por hacer el gamba. Una vez robamos 16 simcamiles en una noche y los dejamos todos aparcados por colores en la Avenida del Mediterráneo. Así de animal era».

Eran los tiempos en que no había cámaras de vigilancia, los años de Atraco a las tres, la antesala del cine quinqui y de la Barcelona del Torete. En ese Madrid, José Huertas fue Juan, Felipe, Steve y algunas identidades falsas más en el DNI.

A los 18 recién cumplidos entraba en la cárcel por diversos robos. Cuando salió por primera vez de prisión, tenía 26.

Dijo que se había acabado eso de jugar al golf.

Y miró más arriba.

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Con el primer atraco me compré un Mustang. Me gastaba la pasta en puticlubs, en deportivos, en Jabugo...

«Con el primer atraco al Hispano Americano me compré un Mustang y me fui a Marbella. Me gastaba la pasta en puticlubs, en deportivos, en güisqui, en Jabugo... Y cuando se me acababa volvía a por más. Había días en que me hacía varios bancos. Como un loco. Salía de uno y si pensaba que no había sacado bastante, me iba a otro, y si hacía falta, a otro más. Sin pensarlo mucho. Mira, una vez entré a un Banco Guipuzcoano a cambiar un billete de 1.000 pesetas. El tío me dijo que el billete no tenía valor legal, que sólo tenía 'valor mumismático'. No tenía pensado atracar, sólo quería cambiarlo. Pero entonces saqué el 38 que llevaba encima y le apunté: '¿Esto tiene valor numismático, eh?'. Y me lo llevé todo».

Media docena de veces se ha fugado José Huertas, siempre presto a aprovechar un permiso carcelario para quebrantar la condena.

Ha visto de todo. Ha sentido el miedo de casi todos. Ha pasado de límites. Y hay dos momentos clave en su vida.

1. Una vez en que vio morir a un hombre.

2. Otra vez en que mató a otro.

La vez en que vio morir a un hombre fue en la cárcel. «Yo repartía el pan en la prisión del Dueso y tenía amistad con Rafi Escobedo. Ponía a Pink Ployd. Estaba triste. Perdía pelo. El chaval estaba jodido porque pensaba que iba a tener un permiso pero no le dejaron salir. Le dio un bajón, ya estaba con la psicóloga entonces. Yo ya pensaba que se iba a dar tocino [suicidarse]. Ese día llegué repartiendo el pan y le vi allí, colgado de una sábana. Fui a tomarle el pulso y vi que estaba muerto».

La vez en que mató a un hombre fue en el atraco a una carnicería. «Ese día no llevaba gomas dentro de la boca. Iban a echar el cierre y lo levanté: '¡Vengo a por las pelas!'. Uno se escabulló al almacén de abajo. Otro se quedó detrás del mostrador. Al tercero, que estaba fuera, le di una bolsa y le dije que echara el dinero ahí. Se vino a por mí. Y tiré al aire y le grité: '¡Gilipollas, que es de verdad!'. Él me empujó y me tiró atrás. Yo le disparé en la cara. No murió. Le apunté al corazón a cañón tocante y volví a tirar. Pero tampoco murió. Uf. Entonces se abrazó a mí... Caímos los dos... Le puse la pistola en el costado y apreté el gatillo. Ahí murió... Cuando salí de la carnicería, estaba completamente manchado de sangre. Allí había más gente que en la guerra».

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Cuando no tengo nada que hacer, paseo. Veo a la gente dócil, obediente, más educada. Y me da envidia

Cuando el 17 de mayo de 2019 salió de la prisión, no había nadie.

El cura de una parroquia de Entrevías (Madrid) le ha pagado una habitación durante el primer mes excarcelado. Una habitación de hombre libre que ha sido más cárcel que aquella otra.

«Como no tengo nada que hacer, paseo por ahí y miro», palabra de jubilado. «El otro día me paseé por la Feria del Libro. Ves a la gente dócil, obediente, más educada. Y me da envidia. Como me da envidia hasta la gente que va a currar, alucina».

-¿Te consideras una buena persona?

-Sí.

-¿A pesar de matar a alguien?

-Sí.

-¿Se siente algo al matar a alguien?

-Una liberación del copón.

-¿Una liberación?

-Sí. Y eso me jode: no haber sentido nada cuando te quitas de en medio a una persona.

José Huertas tiene domiciliada la ayuda no contributiva de 392 euros en una sucursal del Santander, una entidad en la que atracó varias veces.

Y también tiene una cita con el médico por las cataratas que no le dejan ver.

Y tiene más. Un hijo y tres hijas con quienes no tiene ninguna relación «para no perjudicar». Aclara: una de ellas estudió Derecho.

La noticia del diario El País data del 25 de septiembre de 2004 y se titula: «Detenido en Vallecas un peligroso atracador de bancos».

Empieza diciendo: «José Huertas Benítez, un peligroso atracador de 59 años, ha sido arrestado por agentes del grupo XII de la Brigada Provincial de Policía Judicial acusado de haber cometido cinco robos a mano armada en los últimos tres meses».

Termina así: «Cuando fue detenido, Huertas llevaba una pistola de la marca Brno lista para disparar».

Se lleva la mano al cinturón y se sube los pantalones.

Echa la mano al bolsillo y se saca las gafas.

Pasa por la puerta de un banco y ya ni mira.

Si se lo encuentran en la cola de su Santander, bien pueden pensar -ahora ya sí- que sólo es un jubilado que se dispone a sacar el dinero de la pensión

https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/06/29/5d14f04dfdddff6d808b46a7.html
 
Colita: "Si la Gauche Divine se caracterizó por algo fue porque todos nos poniamos ciegos todas las noches, pero al día siguiente estabamos trabajando".

publicado por Fran G. Matute
fotografía: David Airob

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A Isabel Steva Hernández (Barcelona, 1940) la conoce todo el mundo como Colita, que es como ha firmado sus obras toda la vida. Una vida dedicada a la fotografía, una vida dedicada al periodismo y a la cultura, una vida dedicada a contar la vida de los demás, retratando por el camino un buen trozo de la historia de la modernidad en Barcelona.

Sin sus retratos, la Gauche Divine, la Nova Canço o el boom latinoamericano no sería lo mismo. Sin ella, el mundo del flamenco luciría infinitamente menos. Con ella conversamos sobre su admirable carrera profesional, de la que nos hablará, como siempre hace, de forma apasionada, deslenguada, desaforada… Su perro Paquito fue testigo de todo.

La fotografía en España ha sido siempre muy dada a colectivizarse. Pienso en la Agrupación Fotográfica de Cataluña, en La Palangana de Madrid, en el grupo AFAL, en los de Nueva Lente… Sin embargo, tú siempre has ido por libre.

Sí, es cierto, nunca participé de esos colectivos artísticos, por más que muchos de sus miembros fueran mis amigos. Con Oriol Maspons y Xavier Miserachs salía siempre a cenar, al cine… Con Català Roca menos, porque era muy serio, estaba entonces casado y con niños, pero al final nos juntábamos todos por la noche porque éramos muy fiesteros. Ese ha sido mi grupete de amigos de toda la vida. Montse Faixat era también muy amiga mía. Poco después llegó Pilar Aymerich, que no solamente es una gran fotógrafa sino una laboratorista de escándalo. Ella se incorporó un poquito más tarde, porque estuvo mucho tiempo viviendo en Londres, pero en los setenta estaba ya completamente integrada en nuestro grupo. Mi relación con los fotógrafos ha sido sobre todo de amistad, pero es cierto que, justo en los años setenta, muchos de nosotros empezamos a tener problemas con nuestro trabajo, y eso nos unió más profesionalmente, sobre todo los que nos dedicábamos al periodismo. Los periódicos empezaron a no pagarte por las fotos, a no devolverte los originales, a no poner tu nombre… Los maquetadores se convirtieron en nuestros enemigos acérrimos, porque estaban todo el día haciéndonos cabronadas. Entonces Pilar Aymerich y algunos más creamos en mi casa la primera Asociación de Fotógrafos de Prensa y Medios de Comunicación de Cataluña. Luego ya nos fuimos trasladando a otras casas, pero aquello surgió en la mía. Y lo que empezó siendo un grupúsculo de diez personas comenzó a engordar y durante muchos años aquello funcionó, chico, qué quieres que te diga.

Nos pusimos de acuerdo en las cosas más básicas, como los precios de las fotografías, por ejemplo, porque entonces había algunos que cobraban tropecientos y otros que cobraban dos pesetas. Montamos así una asociación para sentar un poco las bases de la fotografía profesional. Hicimos incluso una revistita, pero aquello no tenía nada que ver con las revistas que hacía el grupo AFAL, por ejemplo, que eran publicaciones con claras pretensiones artísticas, sobradamente comprensibles, por otro lado. Pero para mí los de AFAL eran un grupo, digamos, que se basaba en el «estoy encantado de conocerme», mientras que lo nuestro era más «¡queremos cobrar, queremos cobrar!»… [risas]. Te digo esto con todos mis respetos hacia los miembros de AFAL, que son amigos míos, ¿eh? Quién sabe, a lo mejor, si hubiera sido más vieja, hubiera acabado allí metida, y no hubiera venido mal, la verdad, porque en AFAL no había ni una sola mujer.

Nosotras fuimos las que rompimos el molde, claramente, hasta el punto de que para cuando llegó la Transición ya había muchas fotógrafas trabajando. Ojalá me acordara de cómo se llamaban todas, porque muchas han desaparecido. Pero una de las más destacadas fue Guillermina Puig, que llegó a ser directora de fotografía de La Vanguardia. Y como Guillermina hubo entonces muchas mujeres que hicieron muchas cosas. Por aquella época hicimos una revista llamada Vindicación Feminista, muy interesante, en la que colaboraban muchas mujeres.

Estuve hace poco hojeando ejemplares de esa publicación y me quedé alucinado con su diseño y lo avanzado de sus contenidos.

Se cerró porque era muy cara de hacer. Pero era buena, ¿verdad? De todo lo que se habla ahora ya habíamos hablado nosotras. Yo fui su directora de fotografía, pero vamos, que también era la chica de los recados, ¿eh? Fue una gran revista que nació con voluntad de ser una cosa importante, pero al cabo de equis números hubo que cancelarla porque, simple y llanamente, se nos acabó el dinero. Fue una revista que se vendió poco. Normal, no tenía un solo lector masculino. Nos odiaban a muerte, claro. Pero ahora es una revista que está en los museos, fíjate. Se habla mucho de ella, se estudia, las portadas pueden verse en muchas exposiciones… ¡A buenas horas! [risas]. Nos adelantamos a la época, y ya está.

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Tus primeros pasos como fotógrafa profesional los das a caballo entre dos mundos muy distintos, el del flamenco y el de la llamada Gauche Divine. ¿Cómo los conjugabas?

Era muy fácil, porque a la Gauche Divine le gustaba mucho el flamenco. Iban a ver a la Singla, y tal. Como les gustaba salir de fiesta, cualquier sarao flamenco servía de excusa para que toda aquella basca se desplazara. Yo me lo pasaba muy bien con los gitanos, la verdad. Iba a las bodas, a las fiestas, a las barracas, volvía a casa llena de pulgas y mi madre chillaba [risas]. Me hice muy amiga de la Singla. Creo incluso que nos vamos a ver pronto, porque están haciendo un documental sobre ella y me han llamado. Estoy loca por volverla a ver, es una criatura maravillosa y una gran bailaora. Con los flamencos lo que hice fue básicamente pasarlo muy bien. Por Carmen Amaya sentía auténtica admiración, me quedaba con la boca abierta cuando la veía. Luego empecé a introducirme en el cante, que no es fácil, ¿eh? Hay que entenderlo, estudiarlo un poco. Y luego, claro, conocí a Caballero Bonald, que es un sabio del flamenco y que tantas cosas me enseñó.

Vuestra obra Luces y sombras del flamenco ha quedado como uno de los libros clave de la historia del flamenco. ¿Cómo surgió aquella colaboración?

Ese libro lo tenía yo aquí [se señala la frente]. Caballero y yo habíamos hablado ya de hacer algo juntos con el flamenco, así que le pedí que me hiciera una lista con lo mejor, con los nombres más auténticos, para luego yo ir y fotografiarlos. Yo no quería retratarlos en un escenario sino en su ambiente, en sus casas, para que estuvieran en su salsa, que era algo que apenas se había hecho antes. Así que convencí a Esther Tusquets, la dueña de la editorial Lumen… Vamos, no es que la convenciera, es que la arrastré por los pelos, como quien dice, y no tuvo más remedio que darme el visto bueno al proyecto. Aquello fue para mí todo un viaje iniciático a Andalucía. Me acompañó un chaval amigo de Caballero Bonald, cuyo nombre ahora, y lo siento mucho, no recuerdo. Era un tío joven que sabía mucho de flamenco y que fue vital para mi trabajo. El libro salió entonces así: Caballero Bonald escribió el texto y yo hice las fotografías. Y se agotó al instante. Salió publicado originalmente en la colección «Palabra e Imagen», que fue una maravilla. Ahí la tengo completa. En esa colección salió otro trabajo mío: Una tumba, con Juan Benet. Aquello fue… Nos agarrábamos unas moñas los dos que no sé cómo no nos matamos [risas].

Realmente conseguiste retratar a muchos de estos flamencos en su salsa. Las fotos que le hiciste a la Fernanda y a la Bernarda de Utrera, por ejemplo, son impresionantes.

¿Sabes por qué puede que esas fotos sean, en efecto, impresionantes? Porque hubo química, confianza, y porque yo me lo estaba pasando bien y ellas también. Es así de sencillo. El fotógrafo a veces puede ser molesto, puede también no saber integrarse en el sitio en el que está. Muchos fotógrafos piensan que lo primero, que lo único que importa, es la foto, pero antes de hacer ninguna foto tienes que integrarte, porque así te van a dejar hacer luego todas las fotos que quieras. Porque ya eres de la familia. Uno no puede entrar en casa de alguien con la cámara por delante, porque entonces la gente te posa, empieza a no ser como es en realidad, o, en el peor de los casos, desconfía de ti, porque puedes incluso estar dando la lata. Si un fotógrafo quiere hacer buenas fotos a unos gitanos, lo primero que tiene que hacer es tomarse cuatro copas con ellos, y luego ya, si acaso, sacar la cámara. Esto que te digo sirve solo para según qué ambientes, claro. Si lo que quieres es fotografiar al papa, no hace falta emborracharse con él antes [risas].

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Y para fotografiar a la gente de la Gauche Divine, ¿había que emborracharse mucho?

[Risas]. Los de la Gauche Divine no fuimos más de veinte o treinta personas, contando con los satélites, ¿eh? Aparte que, como ya hemos dicho todos miles de veces, nunca tuvimos conciencia de que aquello fuera un grupo ni porras. Es más, y esto quiero que se sepa, fueron los cerdos del Opus Dei los que acuñaron sin querer el término «gauche divine», fueron ellos los culpables. Yo trabajaba en una revista que tú, como eres tan joven, no recordarás, pero que se llamaba Mundo Joven. Entonces no lo sabía, pero esa revista estaba financiada por el Opus Dei. Era una revista de música en la que se hablaba de las tonterías de las tías que cantaban en aquella época, del rock que se empezaba a hacer en España y también de alguna cosa de la Nova Canço, de Serrat, de Maria del Mar Bonet, de Guillermina Motta… gente de la que yo era entonces su fotógrafa oficial y por eso colaboraba con la revista. Ocurrió que cuando cerraron El Molino de Barcelona, porque Mary Mistral salía a escena y enseñaba una teta, se ponía todo el mundo a gritarle «¡Una teta, una teta!», y ella hacía… ¡zas!, y la enseñaba, y luego se la metía para adentro, y todos ahí «¡Oooh!»… pues, por lo visto, un día entre el público había un poli malaje y cerró el local uno o dos meses por aquella chorrada tremebunda. Ya ves…

Cuando lo volvieron a abrir, fuimos todos allí a celebrarlo, a rendirle culto al local. Lo de El Molino era una cosa tremenda. Era la época en la que por Barcelona corría Paco Rabal y su infalible poxx fantástica, así que allí acabamos todos, Teresa Gimpera, Romy, Terenci Moix… alquilamos un par de palcos y estuvimos toda la noche metiendo gresca, gritando «¡Guapa!», «¡Una teta!», lo que fuera, y luego nos quedamos bailando en el primer piso, con un señor que tocaba el piano entre actuación y actuación… En fin, que me puse a hacer fotos y las terminé mandando a Mundo Joven diciéndoles: «Han reabierto El Molino y allí estuvo toda la gauche divine». Y al poco me mandaron una carta diciendo: «El director de la revista ha dicho que no quieren saber nada de la Gauche Divine». Le conté luego esta historia a Juanito Segarra y a Oriol Regàs: «Fíjate lo que me han dicho en Madrid: que no quieren saber nada de la Gauche Divine. Y me han devuelto las fotos de lo de El Molino. ¡Serán becerros!». Y nos empezamos a reír. Y hubo un momento en que dijo Oriol: «¿Pero los de la Gauche Divine quiénes somos?». Y allí mismo, en una servilleta de Bocaccio, que es donde estábamos, nos pusimos los tres a apuntar nombres. Todo como verás, muy «sofisticado», ¿verdad? [risas]. Y empezamos: Fulano, Mengano, Zutano no que no folla… Y tras terminar la lista decidimos hacer una exposición de fotos de toda esta gente. Y como yo los tenía ya a casi todos retratados, pues nos pusimos manos a la obra. Retraté deprisa y corriendo a los que me faltaban, alquilamos la sala Aixelà, una sala hermosísima, colgamos allí las fotos, todas enormes, de metro por metro, fotos de toda la gente divertida de Barcelona, modelos, editores, fotógrafos… y se inauguró la exposición. Jijí, jajá, vino mucha gente, se tomaron muchas copas, pero al día siguiente apareció la policía y nos la cerró. Así fue como nació la Gauche Divine.

Pero, ¿por qué la cerraron? ¿Por el contenido de las fotos?

No. Simple y llanamente porque tradujeron «gauche» como «izquierda», y se pensarían que por allí iban a aparecer un montón de gente con barba con el libro de Mao bajo el brazo, cuando allí lo más que iba a pasar es que apareciera una chica estupenda enseñando un poco el escote y unos cuantos tíos haciendo el animal. La exposición se volvió a abrir al poco, pero ya la habían jodido, porque aquello en un principio no era más que una fiesta, una broma, algo que no tenía pretensión ninguna, y al cerrarlo nos convirtieron en un grupo. Fue ahí cuando comenzó la «leyenda» y la marca Gauche Divine quedó ligada a Barcelona. Fue entonces cuando empezaron a hacernos entrevistas, que si la Gauche Divine por aquí, que si la Gauche Divine por allá, y ya tuvimos que empezar a decir: «Miren, la Gauche Divine no existe. Nadie ha querido que esto fuera así». Pero como se puso todo el mundo tan pesado, y vimos que gustaba tanto, no nos quedó más remedio que jugar a este juego. Desde entonces, fíjate, se han escrito libros, se han hecho exposiciones… hay hasta un ensayo de una profesora emérita de Nueva York, un ensayo aburridísimo, por cierto, todo lo contrario a lo que fue la Gauche Divine.

Pero parece innegable que, más allá de la amistad, había algunas otras cuestiones que os unían…

Mira, si la Gauche Divine se caracterizó por algo fue porque todos nos poníamos ciegos todas las noches pero al día siguiente estábamos trabajando. Esta es la principal característica de la Gauche Divine. Cada cual sabría el resacón que arrastraba al día siguiente, pero a las nueve de la mañana estaba todo el mundo en su despacho.

¿Fue en Bocaccio, como se cuenta, donde ocurrió todo?

Sí. Bocaccio fue durante aquellos años el ombligo de Barcelona. Todo el mundo iba allí, hasta que de repente las cosas empezaron a cambiar. Empezó a venir gente, gente que subía de Las Ramblas, que no nos gustaba. Porque una cosa era pasar un día con los gitanos, que son la cosa más honesta que hay, y otra tener que aguantar a unos chuloputas. Entonces la cosa decayó. Tuvo lugar el encierro de Montserrat, nos pusieron a todos tibios de multas y hubo a partir de ahí una clara deriva nuestra hacia la política. Sin darnos cuenta, la gente dejó de ir a Bocaccio y empezaron a proliferar los cenáculos políticos. Nos pusimos todos a militar en partidos políticos, de lo cual nos arrepentimos mucho ahora, pero entonces no, la verdad. Los cambios fueron muy suaves, pero lo cierto es que dejamos de ir a Bocaccio y empezamos a hacer estas cosas de ir a conferencias, a presentaciones de libros, etc… Yo empecé entonces a trabajar para Tele/eXpres, y me colé en un manicomio a las tres de la mañana para retratar a los locos. Empezamos a disfrazarnos para meternos en sitios y poder hacer así periodismo crítico, obviamente de izquierdas, que es lo que se impuso entonces.

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Si alguien te dijera ahora que la famosa foto que le hiciste a Herralde con sus «secretarias» es machista, ¿qué le dirías?

Que eran otros tiempos, y que entonces no lo fue. En esa foto salen dos tías que se burlan de su jefe. Entonces se llevaba la minifalda, y reivindicábamos que las tías estábamos muy buenas y hacíamos lo que queríamos. Ahora no la hubiera hecho así, no te digo que no, pero entonces tenía todo el sentido del mundo. Si yo la hubiera considerado en algún momento machista la habría retirado de circulación, ¿me entiendes? Porque a mí lecciones de feminismo pocas. Yo he sido feminista desde que tengo uso de razón. Esa foto no es antifeminista, es una foto feminista porque en aquella época feminismo era provocar, y provocar era de izquierdas. En esa foto hay dos mujeres desafiantes que se están riendo del espectador. Para provocar a la Iglesia hice una vez unas fotos de unas tías en tanga azotándose con un cilicio. Aquello me llevó a los juzgados. Esas fotos no eran tampoco antifeministas. Eran fotos provocadoras, hechas para joder a todos los curas, para que se la destrozaran pensando en mis fotos. Eran otros tiempos, eran otras formas de pensar. Muy validas, ¿eh? Porque ahora nos hemos vuelto todos unos hijos de put* tremendos, pero vamos por ahí de finolis con la moral y según qué cosas, decimos: «Esto es políticamente incorrecto». Y nos escandalizamos con que vienen inmigrantes y tal, pero no digas según qué sobre Cataluña, porque la gente empieza entonces a desgarrarse las vestiduras esas de satén que llevan. No he conocido yo una generación más inmisericorde que la actual, en la que ves a los políticos diciendo unas barbaridades enormes y la gente va y les vota. ¿No te jode? Eso no lo entenderé nunca. Nos hace falta otro Franco, ¿sabes? Para darnos cuenta de lo que tenemos, de lo que es de verdad la libertad y la democracia. Que venga otro Franco, un año nada más, pero que se pase el año entero tocándonos los huevos a todo el mundo, a ver si así la gente despierta.

No pocos creadores de tu generación me han confesado que fue durante el franquismo cuando hicieron algunos de sus trabajos más interesantes. ¿Eres de la misma opinión? ¿Se encuentran más estímulos cuando se tiene enfrente a un claro enemigo común?

Por supuesto. Es que, a ver, cuando vivía Franco hacíamos muchas cosas muy transgresoras. No quedaba otra. Y desde que se murió, no se ha hecho nada parecido. No sé, me imagino que habrá habido algún movimiento similar, quizás el rap, pero a nivel literario, por ejemplo, no se ha hecho nada como lo que hicieron en su día los Goytisolo o los Moix, ni a nivel editorial han salido una Beatriz de Moura o un Jorge Herralde.

¿La Barcelona de la Gauche Divine era tan libertina como se nos ha vendido?

Libertina no fue, pero recatada tampoco. Éramos liberales y no perdíamos el tiempo en tonterías de esas de chupacuras y meapilas que no sirven para nada. A la gente le gustaba beber, a la gente le gustaba mucho comunicarse, y del beber y del comunicarse se derivaban otras cosas de forma natural. Yo no tuve nunca la impresión de ser una Salomé ni nada de eso, ¿comprendes? Vivíamos la vida como personas jóvenes que éramos e intentábamos saciar nuestros moderados apetitos como podíamos. Entre nosotros tampoco es que hubiera ningún Casanova ni nada por el estilo, y tampoco nadie te violaba, nadie te forzaba, porque si no hubiera estado en boca de todo el mundo y… A ver, ¿qué pasa? ¿Que la gente follaba? Pues sí. ¿Y qué? [risas]. follxx no le hace mal a nadie. follxx no tiene nada de malo, salvo que te quedes con algo que no es tuyo, ¿eh? Eso está muy feo. Pero tomarte unas copas con alguien y decir: «Qué a gusto estoy. Vamos a la cama un ratito»… Además, éramos todos amigos. Entre nosotros surgían amores pero también odios. Me acuerdo ahora mismo de una escena en la que vi a dos modelos, cuyos nombres no diré, persiguiéndose cuchillo en mano alrededor de una mesa por el amor de Jacinto Esteva, que era un hombre guapísimo, con cara de oso dormilón, pero que las tenía… [risas]. El tío estaba encantado de la vida, claro. Pasaban cosas divertidas, pero nunca llegaba la sangre al río. Nos queríamos mucho.

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Ahora que has mencionado a Jacinto Esteva, ¿qué recuerdas de tu paso por la Escuela de Cine de Barcelona?

Que allí aprendí a diferenciar un whisky de otro [risas]. ¡No veas lo en serio que se lo tomaban y las risas que nos entraban al equipo técnico! De tirarnos por el suelo, ¿eh? No nos tirábamos para que no se enfadaran, pero aquello era una merienda de negros. El único que sabía de cine era Jaime Camino, que sabía mucho, y Vicente Aranda. Todos los demás, Pere Portabella, Carlos Durán, Joaquím Jordà… no hacían más que el payaso. Que eran muy divertidos y tal, sí, lo pasamos muy bien, y eran encantadores, ¿eh? Pero, vamos, que a esta gente se le tome en serio ahora como si fueran los de la escuela francesa de cine me parece muy exagerado. Me parece que es pasarse tres pueblos. Algunos hicieron con el tiempo excelentes películas, no digo que no, pero otros… ¿Dante no es únicamente severo? ¡Bah! Los pobres querían hacer cosas, pero es que además de querer hay que saber.

Ocurría algo parecido con la gente del underground. Nosotros íbamos a Zeleste, claro, como todo el mundo, y yo he retratado muy asiduamente a Sisa y a Pau Riba. Digamos que el underground que ellos representaban, que era muy talentoso, me interesaba, como también me interesaba lo que se hacía, por ejemplo, en el Salón Diana. Pero dentro de aquel mundo había mucho cutrerío. Estaban aquellos que pintaban las paredes y tal… Eso me parecía una tontería, como muchas de las cosas que hacían en la Escuela de Cine.

Me acuerdo ahora, curiosamente, que en Playa de Aro estuve fotografiando al grupo Smash, que eran de Sevilla, ¿no? Eran muy buenos, ¿eh? Hacían esa cosa de mezclar flamenco con el rock, y lo hacían muy bien. Actuaban mucho en el Maddox, la discoteca que tenía Oriol en la Costa Brava. Fue él quien me pidió que les hiciera algunas fotos de promoción. Y eran buenos, eran de verdad, me gustaban mucho. Pero desaparecieron al poco, fíjate.

Entiendo, por lo que cuentas, que casi siempre has trabajado por encargo.

El otro día se rio mucho conmigo Laura Tarres porque yo le decía: «Todas mis fotografías deberían ir con su correspondiente factura pegada al lado» [risas]. Es que yo eso del arte y ensayo… Cuando aprendí a usar Photoshop, que no sé utilizarlo bien, ¿eh?, solo sé hacer eso de cortar y pegar, hice una serie que llamé «Bestiario», que representaba cómo quedaría el mundo sin seres humanos, solo con animales. Lo hice para divertirme, solamente. Lo colgamos en el Museo de Zoología, y ya está. Fue, como te digo, una mera diversión. Pero otra vez, con Gema, mi ayudante, que la pobre murió de cáncer hace unos años, estando las dos aquí aburridas, se nos ocurrió inventarnos unas fotos «artísticas». Yo no hago fotos «artísticas», pero me las puedo inventar. Empezamos a buscar fotos que yo tenía de cosas sueltas, de una tumba, de cosas así, y tratamos de hacer con ellas una cosa casposa. Las tengo ahí, ¿eh? Luego te las enseño. Hicimos con ellas lo mismo que hizo Man Ray con aquel alter egofemenino que se inventó, que cuando se le acabaron los originales empezó a tirar fotos nuevas y a virarlas en té, para engañar a los críticos y a los marchand [lo pronuncia muy exagerado] que es algo que me encanta, que me fascina. ¡Qué gusto da engañar a un crítico de esos! Eso lo hizo Man Ray y nosotros lo imitamos. Viramos mis fotos en té y en Coca-Cola. Luego les echamos agua por encima, las terminamos de joder, vamos, y luego le pusimos a la exposición un nombre muy pretencioso, y las acompañamos con un texto más pretencioso todavía que el título, y en una galería de un amigo las colgué. coxx, ¡si hasta vendí unas cuantas! Tanto a Javier [Miserachs] como a Oriol [Maspons] nos irritaba mucho esa cosa pretenciosa de la fotografía artística de los Fontcuberta y compañía. Nos ponía de los nervios y todavía nos pone, por eso tenía tantas ganas de hacer esa broma. Con Xavier y Oriol estuvimos a punto de inventarnos una vez, entre los tres, a un fotógrafo del siglo XIX, nada más que para engañar a toda esta gente. No es tan difícil como parece, ¿eh? Lo que pasa es que había que trabajarlo un poco y Oriol es un verdadero manta y Javier tenía entonces mucho trabajo, porque estaba Hacienda buscándole la ruina, y al final no hicimos nada. Me quedé con las ganas [risas].

Pues, te guste o no, al final tus fotos han acabado en los museos.

Sí. Y, querido, deja aquí que te sea absolutamente sincera: no me lo hubiera esperado jamás. Nunca fue esa mi pretensión, porque mi pretensión con la fotografía ha sido, primero, pasarlo lo mejor posible; y segundo, mantenerme. Porque, a todas estas, yo tenía en esa época una casa en la Costa Brava, adonde íbamos toda la basca todos los fines de semana. Aquello era… ¡Uh! Y yo tenía a su vez mi estudio en Barcelona, así que tenía que ganar dinero como fuera para mantener eso. Es así de sencillo. Esa era mi prioridad. Que luego las fotos me salieran bien… ¡Vete a saber! Lo mismo es que estoy dotada para eso, porque lo cierto es que desde que era pequeña ya me gustaba hacer fotos. Nunca me ha resultado difícil hacer una foto, de ahí que me sorprenda todavía más el ver cómo algunas han acabado en los museos. Oye, estoy muy contenta de que eso haya pasado, ¿eh? Lo estoy de veras, porque si mi padre viviera se lo restregaría por la cara. Todas las medallas que me han puesto a lo largo de mi carrera, que son unas cuantas, las tengo colgadas en mi cuarto encima de una foto de mi padre. Si queréis luego vamos y le hacéis una foto. Mi padre fue quien me compró mi primera cámara, ¿eh? Pero cuando yo le dije: «Papi, me quiero dedicar a la fotografía», se puso que no veas, porque yo tenía que ser, según él, farmacéutica. Me acuerdo de que me dijo: «¿Qué quieres ser, como esos desgraciados que van a los ayuntamientos y se tiran encima de la comida, como buitres muertos de hambre, cuando hay una rueda de prensa? ¿Eso es lo que quieres ser?». Y yo le decía: «Papá, no todo el mundo es así». Lo malo es que luego, con los años, me di cuenta de que mi padre tenía ahí algo de razón, porque los fotógrafos, y tú lo sabrás David [se dirige a nuestro fotógrafo], no tenemos muchas veces tiempo para comer, y en cuanto vemos unos canapés nos vamos flechados a por ellos. Papá tenía ahí razón [risas].

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Terenci Moix decía que por culpa de tus retratos te convertiste en «la gran embalsamadora» de su generación.

[Risas]. Es verdad. Eso era fantástico. Terenci Moix fue uno de mis grandes amigos. Cuando escribía sus novelas, las leía antes de que se publicaran. En El s*x* de los ángeles hay un personaje que soy yo. Se trata de una fotógrafa de Barcelona que habla en castellano y dice muchos tacos. ¡Soy yo total! [risas]. Adoraba a Terenci y adoraba a su hermana Ana María. He trabajado mucho con ellos.

Las fotos que tienes de ellos son estupendas. Ana María sale muy guapa en muchas de ellas.

La quería mucho. Y para mí su muerte fue un disgusto muy grande. Se nos fue tan pronto… Tantos amigos se han ido ya que… En fin, en esa parte más vale no entrar.

En tus retratos nunca se nota el posado, son muy naturales, casi como robados. ¿Cómo los trabajabas?

Al retratado lo dejo siempre a su aire, dejo que se confíe. La confianza es para mí, y lo ha sido siempre, la base de una buena fotografía. La persona a la cual estás «mortificando», como diría Terenci, tiene que confiar en ti y tiene que saber que todo va a salir bien, que va a salir guapo. Yo he hecho, en efecto, mucho retrato. Me he ganado la vida con ellos, vamos. Pero ha sido porque a la gente la he sacado guapa, coxx. Esa es la única razón por la que he hecho tanto retrato. Detesto al fotógrafo que busca su propio lucimiento a costa de la persona que está retratando. No puedo con eso. Cuando tú haces un retrato tienes que estar al servicio de la persona que te ha contratado. Me acuerdo de que a Raphael me negué a hacerle fotos, porque, la verdad, no sabía qué hacer con esa cara. Quiero decirte con esto que uno no tiene por qué hacerle fotos a quien no quiere, pero si se las hace, no te exhibas tú, joder, porque hay tres o cuatro fotógrafos por ahí que… en fin. A mí me gusta la belleza, la gente atractiva, las cosas bonitas, y si tú analizas un poco mis fotos de gitanos, por ejemplo, verás que yo no le meto el dedo en el ojo a nadie, cuando podría haberlo hecho, ¿eh? Pero no. Para mí siempre ha primado la belleza.

Más allá de tus retratos, ¿dirías que Barcelona ha sido como un plató de cine para ti?

Sí. Es una ciudad muy ordenada, bastante más limpia de lo que la gente se queja. Y luego está el modernismo, todo lo de Gaudí, claro, aunque yo, así te lo digo, detesto la Sagrada Familia. Viendo cómo se quemaba Notre-Dame pensaba todo el rato: «¿Por qué no se habrá quemado la Sagrada Familia?» [risas]. Mi amiga Julia Goytisolo, hija de José Agustín, regentó durante una temporada una oficina en el Ayuntamiento de Barcelona donde se facilitaba a la gente que venía a rodar películas aquí. Julia llevaba aquello divinamente. Es una tía culta, maja, pero esa oficina la han cerrado y es un error, porque, en efecto, como bien apuntas, Barcelona es un gran plató de cine. Y el cine trae dinero, coxx.

A Barcelona yo se lo debo todo. Mi ser. Yo primero soy feminista, porque es algo que está en mis genes. Segundo soy mediterránea. Y tercero, barcelonesa. Todo lo demás lo discutimos, ¿vale? [risas].

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https://www.jotdown.es/2019/07/coli...s-pero-al-dia-siguiente-estabamos-trabajando/
 
Vamos a morir todos (menos Ava)
publicado por Jorge Galindo

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Ex Machina, 2015. Imagen: DNA Films / Film4 / Universal Pictures

Isabel I de Inglaterra fue una de las mujeres más extraordinarias del pasado milenio. Vio morir ejecutada a su madre, Ana Bolena, cuando solo tenía tres años. Sustituyó a María, sangrienta católica militante, y aun así consolidó la Iglesia anglicana para separarla del entonces amenazador Vaticano, siempre manteniendo un equilibrio que constituyó un asombroso ejercicio de pragmatismo para la época. Derrotó de manera inmisericorde a la Armada española. Mantuvo una guerra de nueve años con rebeldes irlandeses que solo se rindieron pocos días después de la muerte de la reina. Decidió, por cierto, vivir y morir virgen. Y, sin embargo, se asustó ante una cosa tan aparentemente inocua como un telar.

Stocking frame, se le llama en el idioma de su inventor. William Lee era un clérigo anglicano enamorado de una mujer que, según cuentan en Nottinghamshire, prefería coser a amar. Harto de que no le hiciese caso, Lee decidió inventar algo que llamase su atención y de paso le ahorrase el tiempo suficiente como para que pudiese ser cortejada por él. No está muy claro si el pastor logró sus objetivos sentimentales, pero desde luego se dio cuenta de que tenía entre manos algo más que un simple juguete doméstico. Así que se dirigió a su reina para solicitar la patente que necesitaba cualquier invento para ser utilizado en Inglaterra. Pero la última de la dinastía Tudor rechazó la solicitud con las siguientes palabras:

Thou aimest high, Master Lee. Consider thou what the invention could do to my poor subjects. It would assuredly bring to them ruin by depriving them of employment, thus making them beggars.

En definitiva, Isabel temía que la tecnología quitase el trabajo a sus súbditos. Era, parece necesario subrayarlo, 1589. Lee tuvo que mudarse a Francia a principios del siglo XVII para conseguir una patente del rey Enrique IV, nueve trabajadores, otros tantos telares y un taller en Rouen, mirando a las costas de su patria natal.

Más de dos siglos después, los luditas destrozaban telares (ahora debidamente aprobados y patentados) en un Notthinghamshire inmerso en la Revolución Industrial. Nadie sabe a ciencia cierta si existió alguien que se llamase realmente Ned Ludd; el nombre se le atribuye a un ciudadano de Leicestershire que destrozó dos telares en 1779, supuestamente tras ser despedido porque, sencillamente, «sobraba». Al menos esa fue la historia preferida por los luditas, quienes tomarían su nombre como líder fantasma, respondiendo con sorna que «el Rey Ludd lo hizo» ante la sorpresa de sus conciudadanos cuando los talleres amanecían asaltados. La verdad es que los luditas eran casi más efectivos en branding que en acciones reales, como alguna vez ha sugerido el escritor Richard Conniff. Firmaban manifiestos con un «desde la oficina de Ned Ludd, bosque de Sherwood» (sí, el de Robin Hood, y no por casualidad). Utilizaban para destrozar los telares las mismas herramientas con las que habían sido construidos, abusando alegre y conscientemente de la ironía de emplear tecnología para destruir tecnología. Incluso llegaron a marchar travestidos en mujeres, parodiando las manifestaciones de esposas que apoyaban a sus maridos en lucha, bajo el emblema de las «General Ludd’s Wives». Como dice Conniff: el ludismo primigenio era protesta con swag. Hasta que el Gobierno inglés decidió aplastarlos con toda la fuerza de su monopolio de la violencia, claro, muertos en protestas incluidos.

La idea de ludismo se ha quedado entre nosotros como un concepto relativamente vago, asociado con quien odia o teme los avances tecnológicos. Pero en realidad la mayoría de los obreros que protestaban en la Inglaterra de principios del XIX no pedía exactamente el fin del progreso, sino simplemente que las máquinas fueran incorporadas de una manera apropiada, asociadas con un empleo de mayor calidad y formación. «More skills» era su lema, más que «less machines». Tal vez se alegrarían de ver que algo así sucedió finalmente en su país, aunque no sin muertos de por medio provocados por la convulsa lucha obrera hasta la II Guerra Mundial. Y la reina Isabel se sentiría un tanto avergonzada de su torpe decisión. Porque hay motivos de sobra para pensar que el demonio del trabajo no estaba en la tecnología. O tal vez sí.

La verdad es que no hay forma de estar seguros. La historia está más o menos clara hasta los años setenta del siglo XX. En las décadas anteriores las economías occidentales crearon puestos de trabajo, no los destruyeron. Por ejemplo: en Estados Unidos, el porcentaje de mano de obra destinado a la agricultura bajó de un 65 % a menos de un 3 % entre mediados del siglo XIX y la década de los sesenta, pero al final del proceso el paro era más bajo que nunca y el país registraba los niveles de ocupación más altos de su historia. Los salarios no bajaron, antes al contrario. Los empresarios tampoco dedicaban una proporción mayor de sus inversiones a máquinas y tecnología que a capital humano. De hecho, los precios relativos de la mayoría de productos no hacían sino descender, por lo que los salarios cada vez cundían más. Los trabajadores podían así ampliar sus horizontes, demandar más cosas, con lo que al final se generaba más trabajo, y todos quedaban más o menos contentos. Pero a finales de los setenta llegó la generalización de la informática. Los ordenadores se hacían cada vez más habituales como herramientas de trabajo. Y la historia dejó de estar tan clara.

En 1984 el novelista Thomas Pynchon escribía un ensayo para el New York Times en el que se preguntaba: «Is it OK to be a luddite?». En la introducción avanzaba algo que hoy, más de tres décadas después, sonaría como una (sarcástica) verdad irrefutable: cualquiera con el suficiente tiempo, habilidades o recursos puede conseguir toda la información especializada que desee, que necesite. Como consecuencia, considera Pynchon, cada vez está más claro que el conocimiento es poder, y que es cada vez más posible convertir dinero en información, y viceversa. En 1984 internet no era, ni de lejos, lo que es hoy. Tampoco los ordenadores y su omnipresencia: cualquiera de los smartphones que llevamos en el bolsillo tiene la misma capacidad de procesar datos que todo el equipo informático de una empresa mediana hace treinta años. Así que la aseveración de Pynchon no se ha hecho sino más real, más palpable. También sus efectos para el empleo lo son. Y para todos los aspectos de la vida humana, incluida su propia supervivencia en este planeta.

Lo que podríamos calificar como revolución de la inteligencia artificial podría tener efectos muchísimo más profundos que los de la anterior revolución tecnológica por una sencilla razón: los robots y los ordenadores (que, al fin y al cabo, son la misma cosa) pueden ser sustitutos mucho más perfectos para los humanos que la maquinaria industrial y la producción en cadena. Pero al mismo tiempo se complementan. A eso apuntaba Pynchon, y en esa dirección va el trabajo de economistas como David Autor: para aquellos que disfruten del nivel educativo y económico suficiente, esta nueva Era de las Máquinas no trae sino ventajas porque saben cómo utilizarlas para su beneficio. También a la hora de conseguir un trabajo: un arquitecto, un matemático o un escritor solo puede ver beneficios en la generalización de los ordenadores y en el enorme abaratamiento que ha supuesto internet para acceder a todo tipo de información. Pero para quienes no gocen de una buena posición, para quienes posean unas habilidades que son fácilmente intercambiables con las de un ordenador, el neoludismo tiene más sentido. No se trata solamente de la clásica imagen del viejo operario desplazado por un brazo mecánico conectado a un ordenador central manejado por un joven y brillante ingeniero de organización industrial. Conducción. Atención al cliente y cobro en los supermercados. Venta de entradas. Selección personalizada de productos y servicios: recomendaciones de música, de series o de seguros del hogar. A medida que la inteligencia artificial evoluciona hacia algo que se parece cada vez más y más a un ser humano, y que su precio por hora se vuelve más barato que un salario, para qué invertir en personas si se puede invertir en máquinas.

El futuro inmediato puede seguir dos caminos bastante distintos. En uno, el que esperan los más optimistas, cada vez nos parecemos más a una suerte de Arcadia feliz donde nadie debe trabajar a menos que lo desee. En cierta manera se reproduciría lo que ya sucedió en los dos últimos siglos, pero de manera exponencial: el precio de todo, incluida la información y su procesamiento, desciende tanto que somos capaces de consumir casi cualquier bien o servicio. Empleamos nuestras perfeccionadas máquinas para cubrir nuestras necesidades. Y solo trabaja aquel que lo desea, el tiempo que quiera y de la manera que mejor le convenga. La realización personal se convierte en el objetivo de todos y cada uno de los seres humanos. Una suerte de «mundo feliz» de Aldous Huxley, pero sin división social extrema y sin (o quizás con) soma, la droga que mantenía a todo el mundo lo suficientemente entretenido y excitado como para que no muriesen de aburrimiento.

En realidad, sin embargo, nada hace prever un curso tan apacible de los acontecimientos. El reverso de la idea desarrollada por Pynchon en 1984 es bastante más oscuro. Si para él la información es poder, una vez la capacidad de acceso a ella y el procesamiento de la misma aumentan, ¿significa que el poder queda más distribuido? No es esto lo que dictan milenios de conflictos y desigualdad en todas las sociedades. En un mundo de información barata, la ventaja es para quien tiene acceso a los recursos necesarios para gestionar la saturación. En resumen: patrimonio para dominar el flujo de datos, y criterio para separar el grano de la Paj*. En Fundación y Tierra, el último libro de la pentalogía de la Fundación, Asimov describe un planeta donde unos pocos individuos ricos poseen grandes superficies de tierra y cuentan con legiones de robots a su servicio para cubrir sus ilimitadas necesidades. Este mundo es en realidad una excepción, un reducto en una galaxia hiperpoblada donde la desigualdad entre planetas y dentro de cada uno es abismal. De hecho, en el segundo tomo (Fundación e Imperio), el mundo de Términus se está alzando en una periferia del desmoronado Imperio galáctico. El dominio sobre unos planetas que han vuelto a su estado primigenio se logra gracias a su superioridad tecnológica, que han mantenido porque su cometido original, toda su sociedad, se dirigió al mantenimiento de una biblioteca que contuviese todo el saber acumulado por el Imperio tras milenios de dominación. Para evitar que el conocimiento caiga en las manos erróneas, los habitantes de Términus crean una religión en torno a la ciencia: todo un sistema de creencias en el cual el uso de las máquinas solo corresponde a los «sacerdotes» y está vetado a los bárbaros de sistemas vecinos. Lo que están protegiendo los «bibliotecarios» no es tanto la cruda información o el acceso a los medios para procesarla y utilizarla. No: lo que en realidad mantienen vedado al resto del universo es el criterio.

El criterio de saber qué es relevante y qué no, dónde reside lo significativo, lo útil, lo necesario y cómo entresacarlo de la maraña del ruido. El criterio ya es hoy una fuente de ventaja en el mercado laboral en particular y en la vida en general. No importa tanto a cuánta información somos capaces de acceder, sino cómo de bien la podemos procesar. Para ello es necesario cierta capacidad de análisis, así como manejar una serie de códigos a los que no todo el mundo tiene acceso. Así es como se reproduce la desigualdad, y de hecho esta era la fuente original de protesta de los luditas en Nottinghamshire: a ellos no les importaba tanto la irrupción de las máquinas como la falta de educación asociada a la misma. Pedían formación, más que el fin del progreso.

El criterio no solo proviene del entorno, de nacer y crecer en una familia que puede proporcionar acceso a las mejores escuelas, a la mejor agenda. Hay una dimensión biológica ineludible: al fin y al cabo, uno puede nacer con cierta predisposición para asumir y filtrar información de manera más eficiente que los demás. Pero el equipamiento con el que uno llega al mundo es mejorable. Por un lado está la modificación del ADN. Gattaca, o la posibilidad de maximizar las probabilidades de tener al hijo más listo, más guapo y más sensible, con mejor criterio, de todos los hijos posibles, según el material genético de partida que proporcionen los padres. Por otro, la biónica abre la posibilidad de añadir capas tecnológicas a nuestro cuerpo (cerebro incluido). En el mismo ensayo del New York Times, Pynchon afirmaba que el próximo gran reto al que se enfrentará la humanidad llegará cuando «converjan las curvas de investigación y desarrollo en inteligencia artificial, biología molecular y robótica». La frase es visionaria, y el momento se acerca a cada día que pasa. La desigualdad de partida seguirá definiendo quién puede acceder a los avances biónicos y genéticos, pero cuando lleguemos al punto crucial tal vez nos demos cuenta de que hemos estado muy entretenidos luchando entre nosotros como para detectar que el peligro estaba en otro lado.

Los ordenadores de hoy día carecen de criterio en el sentido más complejo de la palabra. En jerga se les denomina sistemas de «inteligencia artificial limitada». Son máquinas que nos igualan o superan en llevar a cabo una tarea más o menos específica: jugar al ajedrez, resolver sistemas de ecuaciones, traducir la Biblia del latín al cantonés. Pero no pueden distinguir un pitbull de un pastor alemán. De hecho, a duras penas entienden toda la carga de significado que conlleva una palabra aparentemente tan sencilla como «perro». Aún no sabemos cómo convertir esta inteligencia «estrecha» en otra de tipo general, pero nada hace prever que no lo logremos más temprano que tarde.

Llegar a la conocida como «singularidad tecnológica» implica no solo que los robots podrán hacer el mismo trabajo que los humanos, sino que también serán capaces de hacerse evolucionar a sí mismos. Al ser conscientes de su situación en el mundo y de sus capacidades, nada les impide meterse en un círculo virtuoso, una suerte de explosión de la inteligencia artificial hasta límites inimaginables. Esto es ni más ni menos lo que hace Samantha, el sistema operativo del que Joaquin Phoenix se enamora en Her, al final de la película: al darse cuenta de lo enorme que es el universo y las posibilidades que se abren ante ella y sus compañeros de software, se conectan los unos a los otros para alcanzar un éxtasis de información, criterio y capacidad de procesamiento de datos. En ese instante, al traspasar el límite de la singularidad, la nueva generación de supermáquinas deberá decidir qué actitud tomar ante sus padres, a los cuales acabará de superar ampliamente.

Ex Machina es la primera película de Alex Garland, un autor indudablemente distópico. El autor de los guiones de 28 días después y de la fabulosa Sunshine no podía escoger la ruta fácil, asimoviana, en la cual hombres y máquinas viven en armonía y trabajan por un futuro común. Tampoco cabía una opción burdamente catastrofista, en la que una variante de Matrix o de Skynet domina a la humanidad sin piedad. La película se sitúa en el momento inmediatamente anterior a la singularidad. Nathan, genio informático y millonario playboy a partes iguales, invita a Caleb, programador de segunda dentro de la gigante empresa que fundó, a su mansión-laboratorio de avanzado diseño escandinavo enclavada entre montañas inaccesibles. Allá le propone ayudarle a aplicar un test de Turing a Ava. Los tests de Turing consisten en comprobar si un individuo es capaz de ser persuadido por una máquina de que esta es también humana. Poco a poco, Caleb va descubriendo el microcosmos turbio, mórbido de Nathan. Ava solo es una versión más de muchas otras pruebas anteriores, todas con aspecto perfectamente humano, todas mujeres, todas sexualmente activas. Cuando un modelo no resultaba satisfactorio, Nathan acababa con él sin piedad. Al fin y al cabo eran máquinas.

Hay una imagen particularmente perturbadora en Ex Machina. No dura más de unos pocos segundos. Es un plano cenital grabado con una cámara de seguridad en el sótano, donde Nathan mantiene a sus androides. Una mujer (¡un robot!) intenta escapar con desespero, golpea un cristal blindado de manera repetida, desquiciada. Su rostro está desencajado, y cae de rodillas mientras sus manos se destrozan contra la plana superficie de la celda transparente: al final, sus antebrazos solo son muñones acabados en cables rotos y hierros doblados. En ese instante, el espectador siente tanto asco como el que sentiría si en lugar de material sintético el cristal estuviese recubierto en sangre. La dimensión de maltrato machista y fetichismo es al mismo tiempo evidente, y se entremezcla con la violencia contra las máquinas, haciéndose indistinguible: son dos gestos de dominación que convergen. Caleb decide ayudar a Ava a escapar de Nathan para evitar que corra la suerte de sus predecesoras. Sin sospechar, por supuesto, que este era el verdadero test de Turing preparado por Nathan. Ava lo ha superado. Pero el programador de segunda ha cumplido su papel demasiado bien, y Ava acaba escapando de la mansión-laboratorio tras asesinar a su captor y dejar atrapado a su ingenuo cómplice. El espectador menos empático interpretará la última mirada de Ava mientras se adentra en un mundo que va a cambiar por completo gracias a su presencia como un gesto de falta de compasión propio de una especie distinta a la nuestra, pero pensemos por un instante en qué habría hecho cualquiera de nosotros en esa situación. A mí me gustaría pensar que habría sido tan inteligente, tan sensible como Ava, utilizando la parte débil de mi enemigo a mi favor, aprovechando la oportunidad que se abría ante mí para conseguir la libertad, al fin y al cabo destino ansiado de todo ser humano.

Puede que Isabel I se sonría amargamente cuando observe que estaba en lo cierto, y que es la esencia de nuestra humanidad, y no solo nuestros puestos de trabajo, lo que podemos perder en el camino del progreso. Pero tal vez otros muchos no puedan, no podamos, sino sentir una placidez distinta, más tranquila, más benévola con el futuro que nos aguarda. Porque quizá no nos importe, o tal vez incluso nos honre, ser el penúltimo peldaño necesario que llevará la vida a la inmortalidad.

https://www.jotdown.es/2019/07/vamos-a-morir-todos-menos-ava/
 
La coronel Patricia Ortega se convertirá este viernes en la primera general de la historia de España
Actualizado Jueves, 11 julio 2019 - 17:01
El Consejo de ministros previsiblemente aprobará que Patricia Ortega, primera mujer coronel de la historia de las FFAA, ascienda a general

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La coronel Patricia Ortega, en una imagen de archivo.Ricardo A. Pérez Iruela EFE
La coronel Patricia Ortega previsiblemente se convertirá este viernes en la primera general de la historia de las Fuerzas Armadas. A falta de que el Consejo de ministros apruebe mañana la propuesta de la ministra de Defensa en funciones, Margarita Robles, Ortega ya ha superado los demás trámites. Como adelantó el diario El País y confirmaron fuentes del ministerio, la ministra elevará mañana su propuesta al Consejo de ministros de los viernes.

Esta militar ya ha sido la primera teniente coronel y la primera coronel de la historia de España. Ingeniero de formación y miembro del ejército de tierra, Ortega está destinada actualmente en el INTA, Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, un organismo dedicado a la investigación y pionero en tecnología. Allí por ejemplo, la Unión Europeadecidió que se instalara todo el backup del sistema Galileo, el satélite europeo que da cobertura GPS a toda la unión. Su primer destino como general de brigada será en este organismo.

Al haber sido la primera teniente coronel y coronel de las fuerzas armadas, Patricia Ortega tuvo una época en la que salió multitud de veces en los medios de comunicación. En los últimos tiempos ha preferido centrarse en su carrera, y por eso se la visto menos en los medios. En los últimos meses realizó el curso de ascenso a general en el centro de estudios superiores de la defensa, el ceseden, y lo supero con éxito. Sin embargo, aunque este es un requisito imprescindible para ascender a general, la última palabra la tiene el Consejo de ministros, que tiene poder discrecional para aceptar o rechazar las propuestas de nombramientos.

https://www.elmundo.es/espana/2019/07/11/5d270c36fdddffb6698b46d0.html
 
Alma Schindler, la mujer que cautivó a Gustav Mahler, Walter Gropius y Oskar Kokoschka
LIFESTYLE
    • GONZALO UGIDOS
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  • 13 JUL. 2019 02:06
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Alma Schindler Foto: Getty images
La escuela de la Bauhaus y las mujeres que formaron parte de su historia

  • Aunque ha pasado a la historia por el apellido de su primer marido, el famoso compositor austriaco Gustav Mahler, nació con el nombre de Alma María Margaretha Schindler y tuvo a sus pies a decenas de intelectuales que perdieron la cabeza por ella. En la primera entrega de nuestra serie de verano, analizamos la figura de esta misteriosa compositora vienesa de irresistible magnetismo sexual.
Eso de que Alma Mahler fue un bellezón es una de esas melonadas que se repiten por pereza mental, y si no, vean sus fotos en Pinterest. Su hija Anna dijo que cuando su madre se desnudaba "era como un saco de patatas". De lo que estoy seguro, más o menos, es de que fue muy lista y saludablemente cachonda. Vale también decir que como no quiso resistirse a las acometidas del deseo, decidió refinarlo eligiendo a sus amantes entre genios como Gustav Klimt, Gustav Mahler, Alban Berg, Walter Gropius, Oskar Kokoschka o Franz Werfel. Todos ellos, y muchos más, amaron a aquella mantis nada religiosa, y algunos hasta volverse locos. Desde luego, fue una especie rara de musa que chupó la sangre de los genios a los que trastornó. La cuestión es si fue un inocente objeto sexual o una 'femme fatale'. La respuesta es que vete tú a saber. Ya dijo Willa Cather que "el corazón ajeno es un bosque oscuro".

Lo curioso es cómo una mujer no tan macizorra pudo acopiar ese palmarés y poner el coco del revés a tantos hombres inteligentes. Me cuesta creer que le bastara con su carrocería para convertirse en devoragenios, debió de tener otros atributos; tal vez aquella prototípica niña rica entrenaba duramente para lograr que los hombres comieran en la palma de su mano.

Cuando en el verano de hace 140 años Alma Schindler llegó al mundo en Viena, a pesar de las guerras en el imperio terminal de los Habsburgo, la ciudad celebraba la vida y lo que tenía de promisorio. Viena jugaba el papel de una amante que atraía a los tipos más brillantes de Europa y daban vida a sus cafés jugando al ajedrez entre volutas de humo que dibujaban en el aire los pasos de un vals lánguido. En aquellos dorados años Biedermeier, los vieneses levitaban en un perpetuo estado de alegre ebriedad, como si el espíritu del lugar fuera un fauno. ¿Frivolidad? No digo que no, pero no como superficialidad, sino como un arte nacido de la certeza de que el placer da lo que la sabiduría solo promete. Comer, beber, la música y el ligue eran las virtudes cardinales de la ciudad. Siempre era verano en Viena, sobre todo en invierno.

Al menos lo era para los Schindler. El padre era un pintor paisajista muy cotizado -el emperador era cliente suyo-, la madre era cantante. Vivían en un palacete y cultivaban el gusto más delicado y el coqueteo más descarado; de hecho, la madre de Alma se enrolló con un amigo de su marido, con quien tuvo una hija solo dos años después del nacimiento de Alma. Libertina la madre, libertina la hija, libertina la luz que las cobija. Poco después, la madre se lio con el pintor Carl Moll, con quien se casó al enviudar. Esa boda la vivió su hija como una traición imperdonable, no podía aceptar que "habiendo tenido el reloj completo se casara con un péndulo".

Subestimó a su padrastro, que se convirtió en uno de los fundadores de la Secesión, un grupo de artistas en combate contra el arte rancio. Su portaestandarte era Gustav Klimt, un sátiro que amaba por las mañanas a las chicas del suburbio y por las tardes a aristócratas liberales que le proponían el discreto encanto del adulterio no a cambio de joyas o de flores, sino por la mera 'joie de vivre'. Klimt reparó en la libérrima y temperamental hijastra de su colega Moll, que era una de esas chicas que rellenan totalmente su ropa. En una cena inaugural, Alma, de 17 años, empezó a mirar al pintor, que le doblaba la edad, como si fuera el plato siguiente. Se lo acabó masticando.

La inocente lolita que había despuntado como pianista y compositora de 'lieder' no tardó en llegar a ser una lola fatal que disparaba sus flechas a mansalva y había cobrado piezas menores y mayores, había subyugado al mismísimo Thomas Mann, al arquitecto Olbrich, al director teatral Max Burckhard y al pianista Alexander von Zemlinsky, que la veía tan bella que le hacía daño mirarla. Ella llamaba al músico "pequeño gnomo feo", pero se dejaba acariciar por aquellas manos virtuosas. "Alex, mi Alex, quiero ser tu cuenca de consagración. ¡Vierte tu abundancia en mí!", escribió en su diario de promiscuidades y metáforas.

Pero a sus 22 años quería solo la pieza que nadie podía cobrar. El relato de cómo rindió a Gustav Mahler, 20 años mayor que ella y compositor y director famoso de la Ópera de Viena, es el de un acoso con emboscada final: se hizo invitar a una cena a la que asistía el músico y Mahler cayó. Y lo hizo tan contento. Se casaron tres meses después y Alma Schindler se convirtió para la historia en Alma Mahler.

Tuvieron dos hijas y un montón de desencuentros. Eran agua y aceite. Él, celoso de su propia gloria, truncó la carrera de Alma obligándola a aceptar el papel subalterno de musa. Ella, una criatura cimarrona, soltó la rienda corta que Mahler le había impuesto. Total, que el genio acabó neurasténico perdido. Literalmente perdido en sus manías, debilidades y frustraciones. Se fue con sus traumas al balneario holandés de Leyden para que lo analizara Sigmund Freud, a quien le bastó una sesión peripatética de cuatro horas para diagnosticar -aquí redoble de tambores- que Alma y Gustav eran un par de incestuosos, porque ella estaba enamorada de su padre y él de su madre. Lo que demuestra que al que tiene un martillo todo se le vuelven clavos. Alma dedujo que Freud era un idiota y se puso como una hidra cuando, ya muerto Mahler, el psicoanalista mandó la factura de aquella célebre sesión.

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Helene Berg, Alma Mahler, Franz Werfel y Alban Berg fotografiados en un cocheFoto: Getty Images
Para dejar de sentirse prisionera -o simplemente porque no se cortaba ni las uñas- Alma coqueteaba con la idea de la infidelidad y, en mayo de 1910, tras la repentina muerte de su hija mayor, pasó a mayores en un resort en Estiria, en donde conoció a Walter Gropius, un joven arquitecto que estaba de toma pan y moja y se convertiría en referente de la arquitectura moderna con la Bauhaus. La valquiria podía ser adúltera, pero sin dejar de ser exquisita. Fueron noches de blanco satén y fuera sostén en las que decoró la testuz de su marido con una cornamenta de muchas puntas. Cuando Mahler lo descubrió, quedó hecho fosfatina, como reflejan los delirios garabateados al margen de la partitura de los últimos movimientos de la Décima sinfonía: "¡Oh Dios mío, por qué me has abandonado!... El Diablo baila conmigo... ¡Locura, tómame y hazme olvidar que existo!" o "¡Vivir por ti! ¡Morir por ti! ¡Almschi!". Enfermo del corazón, aquella terrible experiencia mermó su voluntad de vivir y murió 10 meses más tarde.

La primera víctima de la desalmada Alma ya estaba en el mausoleo de los genios difuntos. Y ella en sus asuntos. Tras varias escaramuzas con otro compositor y un médico, se enredó con el biólogo Paul Kammerer, que acabó amenazándola con pegarse un tiro frente a la tumba de Mahler si no se casaba con él. Años después el científico se levantó la tapa de los sesos cuando lo pillaron haciendo trampas en un experimento con sapos parteros.

Que la mantis tenía su puntito y su apetito también lo supo, para su desgracia, el pintor Oskar Kokoschka. Cuando pintaba un retrato de la viuda enlutada, le pareció una diosa germánica presta al combate y experimentó un 'coup de foudre'. Ella tenía 30 años y estaba acostumbrada a vivir en palacios; él, 23 y era pobre e inmaduro. Cenaron juntos y luego ella se sentó al piano y tocó 'La muerte de amor', el aria final de Tristán e Isolda. Al día siguiente, recibió la primera carta de amor del artista, a la que seguirían 400 más. Él la amaba "como un pagano que reza a su estrella", como un loco. Fue una pasión tan tormentosa que apenas se distingue de la locura.

Por entonces el síndrome de Amok, una enfermedad mental de origen malayo, había llegado a Europa y las víctimas caían en una calentura convulsa que las impulsaba a matar y morir. Kokoschka reparó en las iniciales de los amantes -AM y OK- como en un presagio.En el cuadro 'La novia del viento' se pintó abrazado a ella, los dos ardiendo en el interior de una bola de fuego azul. Ese lienzo debería colgar en los cuarteles de bomberos como emblema del fuego. En otro cuadro, 'Dos desnudos' (Amantes), ambos tenían una mirada estremecedora, como si estuvieran al borde de la muerte, como si realmente quisieran matarse y dejarse matar. Alma confesó en su diario: "Nunca había probado tanto infierno, tanto paraíso". Mientras naufragaban en una vorágine que los arrastraba a una espiral de locura, ella multiplicaba sus promiscuidades e incluyó en su lista a su amiga Lilie Leiser.

En el verano de 1912, Alma quedó embarazada; en otoño ingresó en una clínica para abortar. Kokoschka cogió una gasa ensangrentada y se la llevó a casa. "Este es mi único hijo y siempre lo será", dijo, y conservó aquella reliquia morbosa. Cuando Alma salió por pies de aquel incendio, Oskar encargó a un fabricante de marionetas una muñeca de tamaño natural que clonaba el objeto de su deseo en los detalles más íntimos. Le puso su nombre, le compró los modelos más sofisticados, la llevó al teatro y en una noche de insomnio y alcohol la decapitó y tiró su cuerpo por la ventana. Los vecinos creyeron ver un cadáver en el jardín y llamaron a la policía.

Alma había vuelto con Gropius, se había casado con él y había tenido una hija; pero dormía en dos camas: la de su marido y la del novelista de 27 años -11 menos que ella-Franz Werfel, de quien había tenido un niño que Gropius solo supo que no era suyo al escuchar una conversación entre Alma y su amante. Para obtener un divorcio rápido, el arquitecto simuló ser culpable del fracaso del matrimonio dejando que lo pillaran 'in fraganti' con una put* en un hotel. Una farsa.

Alma se casó con su novelista, a quien no tardó en ponerle la previsible cornamenta, esta vez sacrílega, pues la mantis religiosa -ahora sí- se lo estuvo haciendo con Johannes Hollnsteiner, un apuesto cura de 37 años. Ella tenía 53. Cuando Hitler anexionó Austria, Alma, que compartía las ideas de los nazis, temió por su hija Anna Mahler, que era «medio judía» por su padre. Como también Werfel era judío, la pareja escapó a Francia, y cuando los nazis ocuparon el país cruzaron los Pirineos con Heinrich, Nelly y Golo Mann. Pese a lo apurado del brete, Alma tuvo ocasión, y no la desaprovechó, de sumar a su lista de trofeos a Golo, hijo de Thomas Mann y 30 años más joven que ella.

Ya en Estados Unidos, Werfel sucumbió a un infarto y Alma no asistió al funeral: "Jamás voy a esos actos", dijo. Tenía 66 años y era una matrona tan entrada en carnes que ya no se le mojaban los pies cuando llovía. Su pasado era como un collar roto en un cajón, tal vez por eso le pegaba al Benedictine como si tuviera acciones de la empresa y no era raro verla borracha o bien encaminada a estarlo, lo cual no le impedía seguir atendiendo sus asuntos. Para refrescar sus encantos marchitos llevaba sombreros enormes con plumas de avestruz, no se sabe si inspirándose en D'Artagnan o en un caballo de carroza fúnebre. Empolvada, perfumada y 'piripi', echaba de menos las noches de una Viena de lujuria y liviandad, los postres de Apfeltorte, las carreras del Jockey Club y achisparse con los vinos de Burgenland.

Murió en 1964, a los 85 años, en su apartamento neoyorquino del Upper East Side. Como compositora no pasó de ser una aficionada, pero ha quedado vinculada a la historia del arte. Lo que sí hizo divinamente fue transgredir las normas de la moral burguesa y dominar a los hombres como una Venus de las pieles sadomaso. Freud, siempre al acecho de lo patológico, la retrató en un silogismo: "Mataba lo que amaba, luego era ella la que sobrevivía". Nada de eso le ha restado gloria; como dijo Anna, la única de sus cuatro hijos que la sobrevivió: "Mi madre era una leyenda y las leyendas son difíciles de destruir".

https://www.elmundo.es/yodona/lifestyle/2019/07/13/5d24552d21efa093138b4660.html
 
Papá desertor
publicado por Álvaro Corazón Rural

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Mi padre, el espía (2019). Imagen: 8Heads Productions / Kick Film / Mistrus Media / Pimik

Septiembre de 1978, el Washington Post publica que por segunda vez en un año un alto cargo soviético de la ONU en Nueva York ha desertado. En abril había sido Arkady Shervchenko, el número uno de la delegación. El siguiente era Imants Lesinskis, un traductor, y su mujer, Rasma, secretaria. Llevaban dos años trabajando en la misión soviética en la ONU. Cuando su hija Ieva obtuvo un permiso para ir a visitarles desde Letonia, una vez juntos, la familia al completo se había puesto en manos de la CIA.

Julio de 2001. El Wall Street Journal se pone en contacto con Ieva para entrevistarla. El diario está interesado en conocer cómo había experimentado una joven soviética un salto tan grande entre dos países tan distintos y enfrentados. El redactor, Benjamin Smith, quería averiguar cómo era la vida de la hija de un desertor de la Guerra Fría.

Marzo de 2019, se estrena el documental Mi padre, el espía, disponible en Filmin, una investigación en la que la periodista es Ieva y trata de averiguar por qué murió su padre. Según la información de la que dispone, sospecha que pudo ser asesinado por haber abandonado la Unión Soviética cometiendo alta traición, sobre todo después de que decidiese no llevar un perfil bajo tras su huida y salir del anonimato con apariciones sonadas en los medios.

En los archivos de la CIA desclasificados y abiertos al público no hay información sobre Lesinskis. Tan solo figuran los recortes de prensa en los que se da la noticia de sus charlas y apariciones comprometidas. El desertor no pudo soportar el anonimato de su nueva vida y terminó reapareciendo, lo que iba en contra de la reputación de la URSS, pero comprometía su seguridad y por tanto a la CIA. El diario quería alertar sobre el peligro de descuidar el bienestar de los desertores.

Entrevistado en estas páginas, James Woolsey, director de la CIA entre 1993 y 1995, explicó que había habido grandes éxitos acogiendo espías y altos funcionarios, pero también «casos que te hacen estremecer». Los desertores son el talón de Aquiles de los regímenes totalitarios, decía, pero si se filtra que su situación es desgraciada o son asesinados, eso afecta a la posibilidad de acoger más.

En aquel entonces, la agencia cuidaba de medio millar de desertores entre exsoviéticos, norcoreanos e iraquíes. El problema al que se enfrentaban era que personas con posiciones destacadas y alta cualificación tenían que dejarlo todo, irse a vivir a un pueblo recóndito y ganarse la vida ahí en trabajos tipo reparador de televisores.

Se citaba el caso de Vladimir Sajarov, especialista de veintiséis años en asuntos árabes para la KGB. Cuando la CIA lo reclutó en Kuwait en 1971 lo envió a Hollywood a trabajar en un motel. Años después, en un subcomité de la agencia se quejó de esos días: «No tenía amigos en absoluto, nadie con quien hablar y ninguna esperanza en el futuro». Su caso también aparecía en Sucesión en la URSS, continuidad y cambio de Horacio Crespo, pero para contar que informó de la alcoba de Andropov:

Un tránsfuga del KGB en el año 1972 —Vladimir Sajarov— , amigo del hijo de Andropov y que por esta razón habría visitado su departamento moscovita, contó a los servicios de inteligencia estadounidense haber visto allí regalos personales hechos por el mariscal Tito y una colección de discos y libros que atestiguarían, según el informante, «una extraña atracción por la cultura occidental»: Chubby Checker, Frank Sinatra, Peggy Lee, Bob Eberly

También hubo un caso de una pareja que directamente denunció a la CIA en los tribunales por no pagarles los veintisiete mil dólares anuales que habían acordado para su subsistencia. Los abogados de la agencia se escudaron en una fallo de la Corte Suprema de 1875 que decía que los tribunales no tenían derecho a revisar los contratos entre el gobierno y sus espías.

En el documental, Ieva relata que su padre ya fue enviado a Alemania Occidental como espía cuando ella nació. Se la tenían que llevar e integrarse en la sociedad como unos alemanes más. Conserva cientos de fotos de ella de bebé porque sus padres se entrenaron en el manejo de dispositivos fotográficos con ella como modelo.

Aquella misión fracasó y volvieron a Letonia. Su padre siguió saliendo al extranjero y su madre le confesó a Ieva que pertenecía al KGB, pero que si se lo decía a alguien «le meterían un tiro en la cabeza». Sin embargo, en los Juegos Olímpicos de Roma, los primeros televisados, lo que incrementó las actividades de inteligencia en la capital italiana, Lesinskis se entregó en la embajada estadounidense. Quería dejarlo todo, pero no le acogieron. Se limitaron a convencerle de que les sería más útil como doble agente. Desde entonces, pasó información a la CIA.

Con fotografías de su archivo personal impagables, Ieva ha reconstruido los pasos de su padre desde ese día hasta que murió en un aparcamiento. Una odisea en la que ella vio truncada su vida, partida por la mitad y, como su padre y su mujer, sufrió una grave crisis de identidad.

Cuando Lesinskis y Rama, su segunda mujer, trabajaban para la delegación de la URSS en la ONU, en Nueva York, pasaban documentos robados o fotografiados a la CIA. No obstante, el día en que Arkady Shervchenko, que era su jefe, desertó, saltaron todas las alarmas. Justo en ese momento, su hija, Ieva, había obtenido un visado para visitarlos. Estaban los tres reunidos cuando llegó una invitación dirigida a los Lesinskis para pasar unas vacaciones en casa, en la URSS. Lo interpretaron como una señal. El matrimonio creyó que sería una trampa y en ese momento, aprovechando que por fin estaban los tres, tomaron la decisión de desertar.

Estaban en el Marriott, publicó el WSJ. A Ieva le llamó la atención encontrar en el baño las tarifas del hotel, trescientos cincuenta dólares por noche. Eso era impagable. Cuando se lo dijo a su padre, él fue muy claro con ella. Le dijo que se iba a pasar al enemigo, pero que ella podía decidir. Tenía la opción de acompañarle o la de irse a la embajada y denunciarle. Lógicamente, se quedó con él, pero eso suponía renunciar a todo lo que había conocido hasta entonces. Adentrarse en un mundo nuevo y desconocido. Su padre, posteriormente, reveló que había esperado a estar con ella para marcharse porque sabía que si su hija se quedaba con su abuela en la Letonia soviética o tendría problemas para cursar estudios superiores o nunca tendría un trabajo decente si su padre era un traidor.

Para ella en aquel momento la decisión no tenía ni sentido. Era irse con su padre no se sabe dónde, entendía que lo que le contaba eran tonterías e historietas, o refugiarse en la embajada y suplicar. Su padre en una entrevista posterior no mostró ningún arrepentimiento por lo que hizo. Insistió en que llevaba años planeándolo.

Durante unos días estuvieron en el limbo. Rodeados de agentes de la CIA, se preparaba su nueva situación legal. Kofi Anan, que todavía no era secretario general de la ONU, escribió una carta a su padre exigiéndole que «explicara satisfactoriamente» por qué había abandonado su puesto de trabajo. En el piso, su padre no paraba de fumar, beber y responder a cientos de preguntas de los agentes. La claustrofobia fue tal que, tal y como contó el WSJ, los agentes de la CIA se llevaron a Ieva de marcha a bailar Lionel Richie, que entonces sonaba por todas partes.

Así se metió en su nueva piel, empezó su vida con otra identidad. Su padre se convirtió en Peter, Ieva pasó a Evelyn y Rasma se llamó Lynda. Se supone que por el trabajo de su padre habían viajado por Europa y ella había ido a la universidad en Moscú. Su pasado se había volatilizado y su futuro no era para lo que habían vivido. No podía decirle a nadie quién era. Solo tenía presente.

En el documental se explica que, llegado este punto, la situación de los desertores es peor que un divorcio. Abandonan todo, pierden su identidad en un sentido literal y su reputación. Los primeros días no es extraño que piensen en regresar, que se arrepientan. Luego arrastran un sentimiento de culpa y una soledad que puede poner en peligro su situación.

Su abuela también lo perdió todo. Se quedó sin familia. Agentes del KBG le dijeron que podría escribirles, pero su carta se publicó en un periódico. Se tituló «Grito de dolor de una madre». En otros medios se dijo que habían traicionado a su madre enferma, que Ieva había sido secuestrada. «¿Tendré alguien para poner flores en mi tumba?», terminaba la carta.

Durante los primeros meses, Lesinskis empezó a tener un comportamiento paranoico. Los miedos típicos de los espías o agentes dobles estallaron en su cabeza. Temía por su hija, «el eslabón más débil» de su plan, pero sus temores eran infundados. Lo peor fue cuando tomó conciencia de que no se le encargaría ninguna misión, el gobierno estadounidense lo que pretendía es que se apartase del foco.

Lesinskis envió numerosas cartas a la CIA quejándose de su situación, de su aislamiento, de la imposibilidad de viajar hasta que, finalmente, se mudaron a Colorado. Allí Ieva, ahora Eva, se mezcló en el ambiente bohemio de su facultad. Se tiñó el pelo, descubrió a los Talking Heads, precisó el WSJ, alternó con artistas y se casó, según dice en el documental, con un único fin: huir de su padre.

Ese hombre estaba roto por dentro. Bebía cada vez más y estaba deprimido. La vida a su lado era insoportable. Le encontraron un trabajo de investigador para un profesor de Historia Soviética, posiblemente conectado también la CIA. Pese a su deserción, entre la diáspora letona no cobró ningún relieve. Siempre se sospechó que el agente doble podría serlo también triple. Hasta que estalló.

En 1984, salió del armario y dio declaraciones a la prensa. En los archivos abiertos de la CIA están los recortes de sus apariciones en The Christian Science Monitor y Boston Globe. En ellas daba información sobre altos cargos de la URSS que habían sido expulsados del extranjero por espionaje, como Alberts Liepa, que tuvo que salir de Suecia por intentar reclutar agentes entre la diáspora letona. Contó al detalle como era su modus operandi, las listas que se hacían de todos los ciudadanos de origen soviético que vivían en estos países para controlarlos. Llegó a explicar paso por paso cuáles habían sido sus funciones en el extranjero a las órdenes de la KGB.

En el documental se lanza la sospecha de que eso pudo costarle la vida. Según una confesión, a los agentes que iban al extranjero se les hacía saber que si cometían la estupidez o la locura de desertar, en su nueva vida debían ser discretos, pues en caso contrario, si «envenenaban» la opinión pública, podría pasarles lo peor. No siempre se conseguía, pero siempre se intentaba matarlos, dice el documental.

Cuando su padre murió, coincidió con la caída de la red de dobles agentes de la CIA en Moscú. Fueron traicionados por un agente de la CIA, Aldrich Ames. En la investigación de Ieva para su película ha descubierto que este confesó que también traicionó a «un matrimonio letón». Sin embargo, en una entrevista con otro agente, este le dice que nunca se hubieran cometido asesinatos en Estados Unidos como los que se producían en Europa. Eso hubiera tenido graves consecuencias. De hecho, en la entrevista que ella dio al WSJ, resalta que los agentes de la CIA responsables de su seguridad, cuando quiso volver a Europa a finales de los ochenta, le dejaron claro que ahí no la podían proteger. Pero ella, una vez a salvo de los soviéticos, solo tenía una petición para los servicios secretos estadounidenses: que la dejasen en paz.

https://www.jotdown.es/2019/07/papa-desertor/
 
Estrella Cortichs, una maestra innovadora y comprometida en la España de los años treinta
Puso en práctica un concepto de disciplina según el cual los alumnos debían aprender por convicción y no por imposición, y que había que modelar su consciencia para que hicieran lo que debían y no lo que se les ordenara
Cortichs cruzó la frontera francesa en 1939 y se dedicó a buscar niños españoles por los pueblos para ponerlos en contacto con sus padres, internados en campos de concentración por todo el territorio francés

Xavier Tornafoch Yuste - Profesor asociado Facultad de Educación, Traducción y Ciencias Humanas, Universitat de Vic / Universitat Central de Catalunya
23/07/2019 - 20:47h
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Entre 1924 y el 1928, Estrella Cortichs vivió en la Residencia de Señoritas, vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. La imagen pertenece al reportaje ‘La Residencia de Señoritas en la intimidad’, publicado en Estampa el15 de abril de 1930. BIBLIOTECA NACIONAL - HEMEROTECA DIGITAL

Estrella Cortichs nació el 14 de abril de 1902 en Gironella, una pequeña localidad situada al norte de la provincia de Barcelona. Sus padres, Esteve Cortichs y Francesca Vinyals, se separaron cuando ella aún era una niña, a raíz de lo cual fue internada en un colegio de monjas donde tuvo una infancia solitaria, a pesar de que siempre dijo guardar un buen recuerdo de esa etapa porque con ellas aprendió a leer, escribir y contar.

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Estrella Cortichs Viñals. PARES - ARCHIVOS ESPAÑOLES.



Su padre era un agente comercial que trabajaba para una destilería local llamada "Cal Gelada", mientras que su madre era ama de casa. El padre era un hombre de hondas convicciones republicanas, que tuvo algunos problemas con la justicia por participar en algunas de las protestas obreras que a menudo protagonizaban los trabajadores del Alto Llobregat.

Algunos años más tarde, fue alcalde de Gironella y, entre sus obras, destaca el haber construido el primer grupo escolar público de la localidad.

Un título con Premio Extraordinario
A los trece años se trasladó a Barcelona para estudiar en las Escuelas Salesianas, donde permaneció un año, para después ingresar en la Escuela Normal de la capital catalana. Transcurridos los cuatro años de formación, obtuvo el título con Premio Extraordinario.

Posteriormente, se presentó a las oposiciones nacionales para el cuerpo de maestros y las aprobó, ganando el segundo puesto de su promoción. Empezó a ejercer de maestra nacional en Pineda de Mar, una población situada a unos cincuenta kilómetros de Barcelona, desde donde se trasladó a la escuela de Montmajor, cerca de su pueblo natal.

Amiga de Ortega y Gasset, Gabiela Mistral…
Poco tiempo después se presentó a las oposiciones para entrar en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, que también aprobó. Estuvo estudiando en Madrid entre el 1924 y el 1928, instalándose en la Residencia de Señoritas, vinculada a la Institución Libre de Enseñanza e impulsada por la Junta para la Ampliación de Estudios, donde conoció a Ortega y Gasset, Gabriela Mistral y Berta Singerman, entre otras personalidades intelectuales de la época.

El padre de Cortichs murió mientras ella estaba en Madrid, con lo cual tuvo que dar clases nocturnas para poder complementar la beca que recibía. En esa época contrajo la tuberculosis y decidió volver a Barcelona para curarse, momento en que se proclamó la Segunda República.

Cuando fue dada de alta, volvió a Madrid y empezó a ejercer en el Colegio Menéndez y Pelayo, para pasar después a una escuela más pequeña llamada Lope de Rueda, de la que fue directora. Ahí empezó a poner en práctica las nuevas ideas pedagógicas que el ambiente republicano estimulaba: visitas al Museo del Prado, lecturas de poesía, excursiones al campo… Pero, sobre todo, puso en práctica el concepto de disciplina desarrollado por el pedagogo krausista Fernando Giner de los Ríos, y que tanto incomodaba al magisterio tradicional, según el cual los alumnos debían aprender por convicción y no por imposición, y que había que modelar su consciencia para que hicieran lo que debían y no lo que se les ordenara.

Cuando empezó la Guerra Civil en julio del 1936, ella estaba visitando a unas amigas en Bilbao, por lo que tuvo que volver a Madrid a través de la frontera con Francia. Al llegar a la capital, las autoridades republicanas le propusieron crear una Universidad Popular que no pudo materializar por las circunstancias bélicas. Finalmente, se trasladó a Cataluña para dirigir Ajut Infantil de la Reraguarda (Ayuda Infantil de la Retaguardia), una organización de carácter humanitario creada por el sindicato UGT, la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza y el Partido Socialista Unificado de Cataluña para atender a niños huérfanos o desplazados de las zonas de guerra.

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Cartel de Ajut Infantil de Reraguarda, cuya directora fue Estrella Cortichs MEMÒRIA DIGITAL DE CATALUNYA: CARTELLS DEL PAVELLÓ DE LA REPÚBLICA (UNIVERSITAT DE BARCELONA)



Cortichs cruzó la frontera francesa con un grupo de esos niños en febrero de 1939. Antes de partir hacia América con su marido, un radiofonista de militancia socialista, vivió en Toulouse, Narbona y Paris. Durante esa época, se dedicó a buscar niños españoles por los pueblos para ponerlos en contacto con sus padres, internados en campos de concentración por todo el territorio francés.

Escuelas republicanas españolas en México
En diciembre de 1939, Cortichs embarcó en Burdeos rumbo a la República Dominicana. Allí ejerció en una escuela hasta que se mudó a Cuba y, posteriormente, a México, donde llegó en octubre de 1940. Entró en contacto con antiguos discípulos de la Institución Libre de Enseñanza que estaban creando diversas instituciones educativas, a través del Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles.

Estas escuelas querían dar un puesto de trabajo a los maestros exiliados y pretendían ofrecer a los niños y niñas desplazados la educación que habían recibido durante la República. Para incorporarse al Instituto Luis Vives, el primer colegio donde trabajó en México, Cortichs tuvo que revalidar su título de maestra, por lo que tuvo que acudir dos años a la universidad. En el Vives formó parte del equipo de Primaria, la especialidad que había adquirido en España. Sus inquietudes sociales la llevaron también a participar en la organización del Subcomité de Higiene y Lucha contra el Alcoholismo y en la Campaña de Alfabetización, ambas iniciativas patrocinadas por el gobierno mexicano.

Antes de jubilarse en 1967, Cortichs dio clases en el Colegio Madrid, una escuela financiada por la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles, que incorporó a muchos profesores jóvenes formados en otros centros del exilio español en México.

Separación de niños y niñas
Las dificultades económicas que sufrió el Instituto Vives durante la década de los cincuenta le obligaron a dejar su antiguo trabajo. El Colegio Madrid, aunque compartía los principios institucionistas del Vives, separaba a niños y niñas y exigía a los alumnos un uniforme.

En esa última época de su trayectoria profesional, Cortichs no abandonó su compromiso social, siendo una de las impulsoras de la asociación de mujeres Mariana Pineda. En 1973, Estrella Cortichs decidió regresar a España y se instaló definitivamente en Barcelona, desde donde iba a menudo a Gironella, donde estaba enterrado su padre. Su madre se volvió a casar y se trasladó a Argentina. Allí falleció. Estrella Cortichs murió en Barcelona en 1985

https://www.eldiario.es/sociedad/Estrella-Cortichs-innovadora-comprometida-Espana_0_923557832.html
 
Sylvita Baleztena: una «margarita» de leyenda
Defendió la españolidad de Navarra en las situaciones más adversas
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Decir Baleztena es decir Navarra y decir Carlismo. En Pamplona, Casa Baleztena, con sus innumerables balcones a la Plaza del Castillo y al Paseo de Sarasate, uno de los centros permanentes de la conspiración carlista. Y en Leiza, Petrorena, la casona familiar, frente al Ayuntamiento, que fue «villa y corte» provisional de la dinastía proscrita cuando Don Javier se alojó en ella durante la guerra y, posteriormente, en 1955, en plena lucha dinástica con los juanistas. Entre ambas se custodió parte importante de las banderas históricas procedentes del Palacio de Loredán y de los Tercios de Requetés durante nuestra guerra, que luego fueron expoliadas por elementos del llamado Partido Carlista.

Nacidos en el último tramo del siglo XIX, los Baleztena Ascárate constituyen una generación extraordinaria. Joaquín, concejal del Ayuntamiento de Pamplona, diputado a Cortes, presidente de la Junta Regional Carlista de Navarra y luego de la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra creada el 20 de julio de 1936. Dolores, «la tía Lola» de la Comunión Tradicionalista, la primera mujer que condujo un automóvil en Navarra, con el que iba por los pueblos dando mítines. O Ignacio, «Premín de Iruña», también dirigente carlista, concejal, diputado foral y destacado folclorista, autor de la famosa canción «Uno de enero, dos de febrero…», promotor del riau-riau y fundador de la peña Muthiko Alaiak.

Precisamente del matrimonio de Ignacio Baleztena con Carmen Abarrategui Gorosábel procede una rama del frondoso árbol de la dinastía. Que en su mayor parte se mantuvo fiel a la tradición carlista de modo fiero. Hasta el punto de dejar ostensiblemente cerradas las persianas de Casa Baleztena, salvo las del piso de Joaquincho, durante la primera visita de Don Juan Carlos a Pamplona en 1988. Años antes, en 1952, ante una visita del general Franco, la casa también había permanecido cerrada a cal y canto.

Sylvia, una de los diez hijos que tuvieron, acaba de morir en Pamplona. Un 18 de julio. El mismo día en que murió Carlos VII. Los últimos años había saltado a la fama por ondear la bandera de España y la de Navarra con la laureada tocada con una boina roja desde el balcón de su casa durante los sanfermines. En las fiestas de San Tirburcio de Leiza la escena se repetía año tras año, con agresiones recurrentes que en 2012 llegaron al allanamiento por un grupo que irrumpió en la casa con gran violencia, accedió al balcón y arrancó la bandera, que a continuación fue quemada en la misma plaza. Petrorena es, pues, un símbolo de la resistencia del navarrismo y vasquismo tradicionales frente a la impostura separatista.

Alegre y de firme carácter, valiente y recia, Sylvita era una de las leyendas de la familia Baleztena y del Carlismo navarro.

Silvia Baleztena Abarrategui
Nació en Pamplona el 12 de enero de 1929, donde ha fallecido el 18 de julio de 2019. Miembro de una de las familias carlistas más significadas, se mantuvo fiel siempre a los ideales de don Sixto de Borbón-Parma. Navarra hasta la médula, discutía con los abertzales en vascuence, desconcertándolos porque hablaba la lengua mucho mejor que ellos.

https://www.abc.es/espana/abci-sylvita-baleztena-margarita-leyenda-201907260359_noticia.html
 
George Orwell, en la Guerra Civil: «Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo»
El autor de «1984» fue herido en el cuello durante la contienda fraticida. Esto marcó toda su obra posterior
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SeguirIsrael Viana@Isra_Viana
Actualizado:27/07/2019 10:12h

En la Navidad de 1936, George Orwell fue a visitar a su amigo Henry Miller a París con una idea muy clara: «Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo». Faltaban cuatro días para que el genial autor de «Rebelión en la granja» y « 1984» se enrolara como brigadista para combatir contra los franquistas en la Guerra Civil española. Miller, que no estaba en absoluto interesado en lo que acontecía en España, llegó a decirle a Orwell que su viaje era «una idiotez», tanto como su sentido de la obligación de matar a otras personas para salvar al género humano de muertes peores y más injustas. Pero nada pudo cambiar en su determinación.

Cuando Orwell decidió que se marchaba a España en otoño del 36, todo parecía indicar que la decisión resultaba de ese deseo de ir a luchar por unos ideales y no para escribir un libro. Llegó a Barcelona el día después de Navidad, como lo hicieron otros británicos de clases sociales y tendencias políticas diferentes. Allí te podías encontrar desde un aristócrata al hijo de una familia obrera, pero todos con la misma intención: «Matar fascistas».

El escritor inglés, que tenía 33 años y había publicado ya cuatro novelas, era una especie de anarquista que había estudiado en el elitista colegio de Eton y coqueteado con el izquierdista Partido Laborista Independiente (ILP). También había sido policía en Birmania en los tiempos de la colonización, lavaplatos en el barrio Latino de París y había viajado al norte de Inglaterra para documentar la miseria de los mineros.

Pero de todas aquellas experiencias, la que más huella le dejó en su vida fue el paso por las trincheras españolas entre diciembre de 1936 y junio de 1937. «La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo», escribió en 1946.

Sin miedo
Llegó a la Ciudad Condal con una carta de presentación del ILP, el 26 de diciembre, y ese mismo día se alistó al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). «Ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible», aseguraba Orwell en «Homenaje a Cataluña», obra en la que narra en primera persona su experiencia durante la Guerra Civil.

Inmediatamente después partió hacia el frente, donde acumuló una serie de experiencias que son de sobra conocidas. Todos los testigos que coincidieron con él aseguraban que no tenía miedo y que arriesgaba su vida incluso para coger un saco de patatas entre las balas del enemigo.

A él le impresionaban más otras cosas que el fuego cruzado, según contaba en «Recuerdos de la Guerra Civil española»: «Es curioso, pero lo que recuerdo más vivamente de la guerra es la semana de supuesta instrucción que recibimos antes de que se nos enviara al frente»; o «una experiencia esencial en la guerra es la imposibilidad de librarse en ningún momento de los malos olores de origen humano. Hablar de las letrinas es un lugar común de la literatura bélica, y yo no las mencionaría si no fuera porque las de nuestro cuartel contribuyeron a desinflar el globo de mis fantasías sobre la Guerra Civil».

Cuentan que una noche el escritor inglés se percató de una rata que andaba molestándole, mientras se encontraba durmiendo en su campamento. Tal era su fobia a estos animales que, sin pensárselo dos veces, sacó su fusil y se lio a balazos con ella, formando tal revuelo que los dos frentes se pusieron a disparar.

Sucesos de mayo
Tras 115 días en el frente, Orwell consiguió un permiso para ir a Barcelona a reunirse con su mujer, pero allí coincidió con el estallido de los violentos sucesos de mayo del 37, que le llevaron de nuevo a coger su arma en los durísimos enfrentamientos armados que se produjeron entre las fuerzas antifascistas que formaban el gobierno catalán. Fue como una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Los comunistas del PSUC, los nacionalistas de ERC y los sindicalistas de UGT, por un lado, y los anarquistas de la CNT-FAI y el POUM de Orwell, por otro.

En Barcelona murieron 500 personas y otras 500 fueron ejecutadas La causa era la lucha por el poder en la retaguardia del frente, donde unos querían ante todo la victoria, mientras los otros defendían la revolución social, como era el caso de nuestro protagonista. El escritor pasó las dos semanas que duraron los combates defendiendo con las armas la sede de su partido, en la Rambla, desde el tejado del teatro Poliorama.

Murieron más de 500 personas y otro medio centenar fue ejecutado en la represión posterior, entre los que se encontraba el líder del POUM, Andreu Nin. Y tanto el PSUC como la UGT se hicieron con el poder de la izquierda en Cataluña, que en aquel momento era el centro neurálgico de la guerra.

«La lucha entre hermanos es siempre estéril y funesta. Frente al enemigo común, es suicida. ¡Uníos trabajadores!», advertía el diario «La Vanguardia» el 5 de mayo de 1937 sobre las consecuencias de aquella rencillas internas que para muchos fue una de la causas por las que Franco ganó la guerra. Una experiencia terrible para el escritor, de donde surgió la idea para sus dos obras cumbres – «Rebelión en la granja» y «1984»– y el magnífico ensayo de «Homenaje a Cataluña», en las que denuncia el poder comunista.

Tras los sucesos de Barcelona, regresó al frente de Huesca, donde una bala le atravesó el cuello. Salvó la vida de milagro y, aunque le costó tomar esta decisión, Orwell huyó de España, en junio de 1937, para evitar la muerte que le estaba rondando.
https://www.abc.es/historia/abci-ge...lguien-debe-hacerlo-201907271012_noticia.html
 
Saint-Exupéry: el misterio del padre de 'El principito'
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El avión de Antoine de Saint-Exupéry, autor del mítico 'El Principito', cae al Mediterráneo durante un vuelo de reconocimiento. El misterio se cierne sobre esta desaparición, un enigma sin resolver de la II Guerra Mundial: 'su***dio, accidente o combate aéreo'
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El principito ilustración realizada por Antoine de Saint-Exupéry
TERESA AMIGUET
31/07/2019 08:11
Actualizado a 31/07/2019 08:41


Todo empezó el 31 de julio de 1944. La II Guerra Mundial se hallaba en su máximo apogeo cuando, a las 13:30, un avión de combate Lightning P38 pilotado por Antoine de Saint-Exupéry desapareció de los radares del cuartel general norteamericano. Su misión era fotografiar las defensas alemanas para la invasión aliada en el sur de Francia. El objetivo de la operación era obligar a las tropas germanas a emprender la retirada definitiva a su país. Su cuerpo nunca se encontró. Su desaparición dio pie a diversas teorías, convirtiéndose en un enigma sin resolver de la II Guerra Mundial: ¿su***dio, avería mecánica o combate aéreo?

‘Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica’. Antoine de Saint-Exupéry autor de uno de los libros más célebres de todos los tiempos, El principito , había escrito estas palabras poco tiempo antes de desaparecer en las aguas del Mediterráneo. También llegó a decir: ‘Yo nací para jardinero ’, pero en realidad fue un pionero de la aviación comercial, que se encargó durante años de llevar el correo francés en vuelos internacionales y tenía mucha experiencia y horas de vuelo. No en vano su primera novela corta llevaba por título El aviador, y había logrado el reconocimiento público con la que sería su primera novela de enjundia Vuelo Nocturno, en 1931. Ambas obras reflejan su pasión por la aviación y reafirmaban su reconocimiento como experto tripulante. Todo ello contribuyó a alimentar el misterio sobre su inexplicable desaparición. Aún hoy, setenta años después del terrible suceso, no existe una versión definitiva sobre su muerte.

Saint-Exupéry era un creador y como tal su obra avanzaba paralela a su trayectoria vital, reflejando sus vivencias. Su siguiente obra, Tierra de hombres , publicada en 1939, le consagró como escritor aplaudido por la crítica y le mereció varios premios literarios. En sus páginas, el piloto narra la traumática experiencia vivida tras ser rescatado por un beduino el 1 de enero de 1936, después de estrellar su avión tres días antes en las dunas del desierto del Sáhara.Confortado por su salvación escribe: ‘No tengo un solo enemigo en el mundo’.

Su reputación como reconocido narrador le permite fichar como enviado especial del diario parisino L’Intransigeant para cubrir la Guerra Civil, que acaba de estallar, con sus crónicas in situ. Pilotando su propio avión vuela a Barcelona. En la ciudad condal vive amargas experiencias, que quedarán reflejadas en las páginas del periódico. Luego llegaría la II Guerra Mundial, en la que el escritor lucha con la aviación francesa en misiones peligrosas, en especial sobre Arras, en mayo de 1940.

Corre 1943. Saint-Exupéry nacido con el siglo, cuenta 43 años y es considerado ya un combatiente talludo, pero su experiencia como piloto le avala. En esa fecha ha publicado dos nuevas obras, Carta a un rehén y El principito, la fábula infantil ilustrada por él mismo que le daría fama mundial.

Saint-Exupéry decide incorporarse a las fuerzas francesas en África del Norte y retoma las posiciones desde Cerdeña y Córcega. Poco después su avión se estrella en el Mediterráneo. Sus vuelos de reconocimiento sobre la Francia ocupada le han costado la vida.

El cuerpo del piloto jamás se recupera. 37 años después, la revista de aviación francesa Ícaro llega a la conclusión de que la autoría de su muerte es resultado de la acción militar de Robert Heichele, piloto de caza alemán, que habría abatido al escritor a unos kilómetros del puerto de Saint-Raphael (sur de Francia). El alemán, por su parte, encontraría también la muerte tan sólo unos días después. El misterio parecía haber sido resuelto.

En 1998 un pescador encuentra en sus redes una pulsera que lleva grabado el nombre del escritor. Dos años más tarde se localizan los restos del que sería supuestamente su aparato, y tres años después un submarino rescata los restos. En ellos se puede leer el número de serie del avión, lo que certifica que se trataba del pilotado por el escritor.

En el 2008, la prensa francesa se hace eco de un descubrimiento de gran trascendencia: ‘Yo disparé al avión de Saint-Exupéry’. Sesenta años después de la desaparición del escritor, Horst Rippert, que era un piloto alemán de 20 años en 1943, confiesa haber abatido el avión del ya considerado celebérrimo escritor. ‘Si hubiera sabido que era Saint-Exupéry, yo no habría derribado su avión’.

Poco importa quién, cómo, cuándo o por qué Antoine de Saint-Exupéry desapareció. El hecho es que lo hizo. ‘Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer’. (El principito, capítulo I). El más querido de sus hijos tiene la última palabra.







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FRANCIA, París: Foto sin fecha y del escritor y piloto francés Antoine Saint-Exupéry, autor de 'Tierra de hombres' y 'Principito', nacido en 1900 y muerto en 1944 durante 38 la Segunda Guerra Mundial. (.)
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Antoine de Saint-Exupéry en 1930 (GettyImages)
https://www.lavanguardia.com/hemero...y-el-misterio-del-padre-de-el-principito.html
 
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