TODO sobe Pablo Iglesias y Podemos.

Alguien os ha explicado que el hecho se que llamarán nacional socialistas no les hace socialistas.. SI no leeros el mein kampf que es una oda al odio hacia los socialistas y los judíos de mil pares de narices donde hitler deja clarísimo su odio a socialistas y comunistas pero claro claro, no deja mucho margen a la confusión... Se pusieron socialistas en el nombre simplemente como estrategia para atraer a la masa obrera que militaban en partidos socialistas




Pero ahora me dirás se decían "nacional SOCIALISTAS" es como si me dices que ka republica DEMOCRATICA de Corea del Norte es demócrata ... porque lo pone su nombre. A ver que pone Democrática pues será. Demócrata ...digo yo... Ah que no. Que con el nombre no basta..


Ostras si queréis genocidas comunistas hay unos cuantos pero Hitler tenía de socialista menos que Abascal.

Hitler y Mussolini fueron socialistas no bolcheviques.

¿Por qué Hitler se consideraba el auténtico socialista y hoy lo tildan de extrema derecha?
En su libro Mein Kampf, Hitler escribió que el movimiento nazi debía ir dirigido a captar los jóvenes de la extrema izquierda


Existen dos argumentos principales que arguye la izquierda internacional y sus medios para declarar al fascismo y al nazismo como movimientos de “ultraderecha”, el primero de ellos es que Hitler y Mussolini lucharon contra los comunistas y socialistas, lo cual es completamente cierto, pero esto no se debe a que unos fueran de derecha y otros de izquierda, sino precisamente a visiones encontradas de socialismo, por una parte los bolcheviques a través del Comintern querían internacionalizar su movimiento, y Hitler y Mussolini creían en un socialismo nacionalista y autárquico por motivos raciales; además de esto, y aunque pueda sonar descabellado, Hitler consideraba que él representaba el auténtico socialismo, y que los marxistas eran representantes del más vil capitalismo internacional dominado por los judíos; es decir, para Hitler, el marxismo era capitalista, y ni qué decir de la socialdemocracia.

A lo largo de ese ensayo llamado Mein Kampf, que posteriormente daría vida al movimiento nazi, el padre del nacionalsocialismo alemán, Adolf Hitler, en numerosas ocasiones refiere que Karl Marx era una simple herramienta del judaísmo internacional capitalista, por lo que él consideraba que su movimiento debía atraer a todos los simpatizantes de la extrema izquierda, los cuáles eran su público objetivo:

“La fuente en la cual nuestro naciente movimiento deberá reclutar a sus adeptos será, pues, en primer término, la masa obrera. La misión de nuestro movimiento en este orden consistirá en arrancar al obrero alemán de la utopía del internacionalismo, libertarle de su miseria social y redimirle del triste medio cultural en que vive, para convertirle en un valioso factor de unidad, animado de sentimientos nacionales y de una voluntad igualmente nacional en el conjunto de nuestro pueblo”.

“El hecho de que en la actualidad millones de hombres sientan íntimamente el deseo de un cambio radical de las condiciones existentes, prueba la profunda decepción que domina en ellos. Testigos de ese hondo descontento son sin duda los indiferentes en los torneos electorales y también los muchos que se inclinan a militar en las fanáticas filas de la extrema izquierda. Y es precisamente a éstos a quienes tiene, sobre todo, que dirigirse nuestro joven movimiento”.

Y el segundo argumento utilizado es que los nazis “defendían la propiedad privada”, lo cual es completamente falso. Tal y como ocurrió con la Italia fascista, Hitler permitió la subsistencia de la “empresa privada” con la condición sine qua non de que la misma se abocara a producir por y para el Estado. En ese sentido existía en la Alemania nazi un Betriebsführer, quien fungía como líder o dueño de la fábrica o comercio, junto a los Gefolgschaft, que representaban la masa obrera; pero estos debían subordinarse bajo el principio del Führerprinzip, según el cual las empresas debían funcionar bajo principios jerárquicos igual a la rama militar en orden ascendente, brindando obediencia absoluta, donde, por supuesto, Hitler era la cabeza. Para este fin el Führer designaba un Gauleiter, el cual era una especie de líder zonal al cual los Betriebsführer debían obedecer; era el Gauleiter bajo la supervisión de Hitler quién determinaba qué iban a producir las empresa, cuánto, cómo, de qué forma se distribuiría, cuál era el salario que ganarían los trabajadores, cuál era el horario de trabajo, incluso determinaban los precios que se cobrarían y la estructuración entera de todas las compañías.

El empresario o patrono solo era una representación nominal del propietario, pero era el Estado nazi quien disponía de la posesión de los medios de producción, pues este ejercía los poderes sustantivos de propiedad, a los cuales además le sustraía las ganancias vía impuesto. El economista Ludwig von Mises los clasificaba de la siguiente manera: “La posición de los supuestos propietarios privados, se reducía esencialmente a la de pensionistas del gobierno”.

En el año 1935 se desarrolló un debate sobre economía en el ambito del partido nazi, por un lado se encontraba Hjalmar Schacht junto a Friedrich Goerdeler, quién se encargaba del control de precios y le advertían a Hitler que debían abandonar el proteccionismo, reducir la intervención económica, abandonar el proyecto autárquico y, por supuesto, abogar medidas de libre mercado; su contrincante era Hermann Goring, quien era partidario de continuar por la senda actual, al final, Hitler escuchó a Goring, por lo que Schacht renunció, y el partido nazi continuó promoviendo un estatismo controlador ferrero hasta sus últimos días.

Básicamente Hitler aplicó una especie de keynesianismo militar, con el que la inversión pública y el gasto se dispararon gracias a los bonos Mefo, la cual era una empresa fantasma que fungía como intermediaria entre las empresas de armamento y el Estado nazi, junto a las provisiones que brindaban los botines de guerra; el sobreendudamiento y la impresión monetaria descontrolada para financiar obras generó una burbuja de prosperidad momentánea en la que se construyeron autopistas, ferrocarriles, presas hidroeléctricas, se fabricó el Volkswagen (el auto del pueblo), se financió el “Estado de Bienestar nazi” y, por supuesto, se consolidó la industria armamentista.

En estas dos falacias, en las que Hitler combatió al comunismo por ser de derecha, y que apoyó a la empresa privada, se construye el mito del nacionalsocialismo como un referente de “ultraderecha”, pero no se queda allí, afortunadamente para los que queremos evaluar objetivamente la historia, Adolf Hitler escribió un libro que inmortalizó su pensamiento, y esto no puede ser alterado, en él, uno de los más grandes asesinos de la historia dejó frases como:

  • “Lo colectivo prima sobre lo individual”.
  • “La posteridad olvida a los hombres que laboraron únicamente en provecho propio y glorifica a los héroes que renunciaron a la felicidad personal.”
  • “Si uno se preguntase, cuáles son en realidad las fuerzas que crean o que, por lo menos, sostienen un Estado, se podría, resumiendo, formular el siguiente concepto: espíritu y voluntad de sacrificio del individuo en pro de la colectividad. Que estas virtudes nada tienen de común con la economía, fluye de la sencilla consideración de que el hombre jamás va hasta el sacrificio por esta última, es decir, que no se muere por negocios, pero sí por ideales”.
En ese sentido queda totalmente claro que Hitler no creía en el individuo, y que consideraba que lo colectivo debía estar siempre por encima de lo individual, un principio básico del más puro marxismo, solo que tal como hemos venido aclarando, el padre del nazismo consideraba que el marxismo, junto a la socialdemocracia obedecía descabelladamente a los intereses del capitalismo internacional, tal como afirma en “Mein Kampf” durante lo que él da a conocer como Las causas del desastre:

“La internacionalización de la economía alemana había sido iniciada ya antes de la guerra mediante el sistema de las sociedades por acciones. Menos mal que una parte de la industria alemana trató a todo trance de librarse de correr igual suerte; pero al fin tuvo que ceder también ante el ataque concentrado del capitalismo avariento que contaba con la ayuda de su más fiel asociado: el movimiento marxista.

La persistente guerra que se hacía a la industria siderúrgica de Alemania marcó el comienzo real de la internacionalización de la economía alemana tan anhelada por el marxismo que pudo colmarse con el triunfo marxista en la revolución de noviembre de 1918. Justamente ahora que escribo estas páginas, es también cosa lograda el ataque general dirigido contra la empresa de los Ferrocarriles del Reich que pasa a manos de la finanza internacional. Con esto ha alcanzado la socialdemocracia «internacional» otro de sus importantes objetivos”.

Hitler estaba plenamente convencido de que él era el auténtico revolucionario de izquierda que defendía la soberanía nacional alemana, y que tanto socialdemócratas como marxistas formaban parte de ese eje dominado por los judíos que simplemente buscaban crear un falso conflicto para apoderarse del mundo y su preciada Alemania:

“El mismo problema, pero esta vez en proporciones mucho mayores, se le había vuelto a presentar al Estado y a la nación. Millones de personas emigraban del campo a las grandes ciudades para ganarse el sustento diario como obreros de fábrica en las industrias de reciente creación. Mientras la burguesía no se preocupa de problema tan trascendental y ve con indiferencia el curso de las cosas, el judío se percata de las ilimitadas perspectivas que allí se le brindan para el futuro y, organizando por un lado, con absoluta consecuencia, los métodos capitalistas de la explotación humana, se aproxima, por el otro, a las víctimas de sus manejos para luego convertirse en el líder de la «lucha contra sí mismo»; es decir, «contra sí mismo» sólo en un sentido figurado, porque el «gran maestro de la mentira», sabe presentarse siempre como un inocente atribuyendo la culpa a otros. Y como por último tienen el descaro de guiar él mismo a las masas, éstas no se dan cuenta de que podría tratarse del más infame de los fraudes de todos los tiempos.

Veamos cómo procede el judío en este caso: Se acerca al obrero y para granjearse la confianza de éste, finge conmiseración hacia él y hasta parece indignarse por su suerte de miseria y pobreza. Luego se esfuerza por estudiar todas las penurias reales o imaginarias de la vida del obrero y tiende a despertar en él el ansia hacia el mejoramiento de sus condiciones. El sentimiento de justicia social que en alguna forma existe latente en todo ario, sabe el judío aleccionarlo, de modo infinitamente hábil, hacia el odio contra los mejor situados, dándole así un sello ideológico absolutamente definido hacia la lucha contra los males sociales. Así funda el judío la doctrina marxista. Presentando esta doctrina como íntimamente ligada a una serie de justas exigencias sociales, favorece la propagación de éstas y provoca, por el contrario, la resistencia de los bien intencionados contra la realización de exigencias proclamadas en una forma y con características tales, que ya desde un principio aparecen injustas y hasta imposibles de ser cumplidas.

De acuerdo con los fines que persigue la lucha judía y que no se concretan solamente a la conquista económica del mundo, sino que buscan también la supeditación política de éste, el judío divide la organización de doctrina marxista en dos partes, que, separadas aparentemente, son en el fondo un todo indivisible: el movimiento político y el movimiento sindicalista.

Políticamente el judío acaba por sustituir la idea de la democracia por la de la dictadura del proletariado. El ejemplo más terrible en ese orden, lo ofrece Rusia, donde el judío, con un salvajismo realmente fanático, hizo perecer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el solo fin de asegurar de este modo a una caterva de judíos, literatos y bandidos de bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo”.

Es evidente que Hitler consideraba que el nacionalsocialismo era el auténtico socialismo, a partir de esta lucha contra el marxismo internacionalista se vende esta premisa de lucha entre polos ideológicos opuestos, entonces empieza a construirse la metanarrativa de que el nazismo, junto a su compañero de batallas, el fascismo, fueron movimientos de ultraderecha; en ese sentido, el filósofo alemán Peter Sloterdijk declaró:

“Que el fascismo de izquierda le haya gustado presentarse como comunismo, era una trampa para moralistas. Mao Tse Sung nunca fue otra cosa que un nacionalista chino de la izquierda fascista, que en sus inicios hablaba con la jerigonza de la Internacional Comunista de Moscú. Comparado con la placentera exterminación promovida por Mao, Hitler parece un cartero raquítico. Sin embargo, la comparación entre monstruos no es agradable a nadie. El engaño ideológico más masivo del siglo XX fue precisamente, que después de 1945 la izquierda fascista acusó a los derechistas de fascismo, para quedar finalmente como sus opositores. En realidad se trató de una autoamnistía. Cuanto más se expusieran como imperdonables los horrores de la “derecha”, más desaparecía la izquierda del campo visual”.

El filósofo, jurista y economista austriaco, Friedrich Hayek, en su obra más celebre Camino de servidumbre, también aclara sobre los principios ideológicos fundacionales del nacionalsocialismo:

“En Alemania, la conexión entre socialismo y nacionalismo fue estrecha desde un principio. Es significativo que los más importantes antecesores del nacionalsocialismo —Fitche, Rodbertus y Lassalle— fueron al mismo tiempo padres reconocidos del socialismo. Mientras el socialismo teórico, en su forma marxista dirigía el movimiento obrero alemán, el elemento autoritario y nacionalista retrocedía temporalmente a segundo plano”.

Sobre este asunto no queda lugar a dudas, y tal como afirmó Hitler, ellos debían dirigirse a captar a los jóvenes de la extrema izquierda, no en vano toda la propaganda nazi desde el punto de vista del discurso, los colores y el arte, era idéntica a la propaganda bolchevique. Sobre este asunto también se explaya Hayek:

“No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad le las filas del movimiento. La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental.

Es verdad, naturalmente, que en Alemania antes de 1933, y en Italia antes de 1922, los comunistas y los nazis o fascistas chocaban más frecuentemente entre sí que con otros partidos. Competían los dos por el favor del mismo tipo de mentalidad y reservaban el uno para el otro el odio del herético. Pero su actuación demostró cuán estrechamente se emparentaban. Para ambos, el enemigo real, el hombre con quien nada tenían en común y a quien no había esperanza de convencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de la buena madera aunque obedeciesen a falsos profetas, ambos sabían que no cabía compromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual”.

 
El origen socialista del fascismo que marcó profundamente a Hitler y Mussolini
Nada más instaurarse en Italia el primer régimen fascista de la historia, en 1922, Ramiro de Maeztu lo calificó de «movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX», pero muchos de sus seguidores coincidían entonces que su origen se encontraba en el socialismo


«Un movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX». Así calificaba Ramiro de Maeztu el fascismo en un artículo publicado en el diario «El Sol», el 7 de noviembre de 1922. Solo hacía una semana que esta nueva ideología había irrumpido por sorpresa en Italia, tras la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini, y todo el mundo se preguntaba de dónde procedía y qué consecuencias podía tener para el futuro de Europa. «¿Cómo una fuerza que era considerada hasta ayer un elemento de desorden ha podido conquistar el poder?», se planteaba también el escritor y periodista Manuel Bueno, en «El Imparcial», en aquellos días de estupor.

La pregunta no era fácil de responder, sobre todo si tenemos en cuenta que, cuatro años antes, el fascismo no contaba en Italia ni con mil seguidores. Era un movimiento absolutamente nuevo y desconocido que, en las elecciones de noviembre de 1919, tan solo obtuvo 5.000 votos en Milán, la ciudad por la que se presentaba Mussolini. Este no consiguió ni siquiera ser elegido diputado al Parlamento, lo que le llevó a incrementar la violencia durante la campaña electoral de 1921, obteniendo esta vez 35 diputados.

Visto el resultado, el recientemente creado Partido Nacional Fascista (PNF) continuó con la misma estrategia a comienzos de 1922, quemando los locales de la oposición en el norte de Italia. «La violencia es, a veces, moral», justificaba Mussolini en el discurso pronunciado en Udine, el 20 de septiembre de 1922. Y un mes después advertía en Nápoles: «Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma». Y así fue. Una semana después, el 29 de octubre, le arrebataba el poder al primer ministro Luigi Facta ante la sorpresa de todo el continente. «Si el lector mira el camino recorrido por el fascismo desde que nació, participará de nuestra estupefacción. Si horas antes de conocerse la ascensión de Mussolini alguien hubiese consultado nuestra opinión, resueltamente habríamos afirmado que cualquier solución era posible, menos el fascismo», podía leerse en el editorial publicado por el semanario «España» el 4 de noviembre.

¿Es el fascismo el antiguo socialismo?
La definición que los propios fascistas italianos hacían de su nuevo movimiento político era lo suficientemente imprecisa como para que la confusión creciera en otros países, pero eran muchos los que coincidían en que su origen se encontraba en el socialismo. Baste como ejemplo la conversación mantenida en Bolonia por el escritor catalán Josep Pla, enviado especial de «El Sol», con un seguidor de Mussolini, que fue publicada el 1 de noviembre de 1922:

«¿Vienen ustedes satisfechos?– le pregunté al fascista que está delante de mí, con esos ojos de codorniz que se ven en los obreros del campo en Italia.

Muy satisfechos. Hemos ganado la partida.

¿Son todos ustedes obreros del campo?

Sí, todos, y antes éramos socialistas. Figúrese usted que, en la provincia de Ferrara, hay 80 ayuntamientos que hace dos años eran socialistas y ahora son todos fascistas. Todos han sido ocupados. De los 63 ayuntamientos que hay en la provincia de Rovigo, 61 son ahora fascistas y dos del partido popular.

¿A qué cree usted que se debe el rápido crecimiento del fascismo?

Según mi opinión, a muchas causas. La primera, porque los desertores de la guerra fueron indultados y nosotros, que combatimos, tenemos hoy los mismos derechos que ellos. Y luego, porque habiéndose apoderado el fascismo de los sindicatos agrícolas en nuestra provincia, quien no es fascista, no come.

De manera que el fascismo actual es propiamente el antiguo socialismo.

El mismo. Solo que ahora algunos señores están con nosotros.»

Los «fascios» del siglo XIX
La influencia del socialismo en el nacimiento del fascismo ha sido ampliamente defendida por infinidad de historiadores desde entonces. De hecho, las organizaciones denominadas «fascios» que surgieron a finales del siglo XIX en Italia eran un guiño evidente a los primeros movimientos obreros y campesinos y a sus reivindicaciones sociales, tal y como explica Íñigo Bolinaga en «Breve historia del fascismo» (Ediciones Nowtilus, 2007). Y tampoco podemos olvidar que Mussolini, además de comenzar su andadura política en el Partido Socialista Italiano, había sido director de «Avanti!», el periódico de cabecera del socialismo en su país.

En «The Problem with Socialism» (Regnery Publishing, 2016), el economista Thomas Di Lorenzo defiende que el «fascismo siempre ha sido un tipo de socialismo. Benito Mussolini fue un socialista internacional antes de ser un socialista nacional, siendo esto último la esencia del fascismo. Al socialismo nacionalista que este defendía no le importaba dejar sobrevivir a empresas privadas, siempre y cuando éstas fueran controladas por políticas y subsidios gubernamentales».

Mussolini denunció duramente el capitalismo y los mercados libres, lamentándose de «la búsqueda egoísta de la prosperidad material», tal y como hicieron Marx y Engels en «El Manifiesto Comunista», y pidiendo a sus seguidores que «rechazaran la literatura economicista de Adam Smith», el considerado padre del liberalismo económico en el siglo XVIII. De joven, además, el italiano había entrado en contacto con el sindicalismo revolucionario, un movimiento de izquierda radical que soñaba con instaurar una dictadura del proletariado, igual que el socialismo y el comunismo. Y en 1917, con 34 años, se convirtió en el líder de un pequeño sector de nacionalistas intransigentes escindidos de la Unión Sindical Italiana (USI), una organización que defendía los mismos postulados: un gobierno proletario que suprimiera los partidos políticos.

Partido Nacional Fascista
Con toda esta mochila detrás, Mussolini creó los Fascios Italianos de Combate el 23 de marzo de 1919. Esta organización fue el núcleo del futuro Partido Nacional Fascista, que contó con un programa con medidas de corte social idénticas a las planteadas anteriormente por el socialismo. Por ejemplo, el salario mínimo, la jornada laboral de ocho horas, el voto femenino, la participación de los trabajadores en la gestión de la industria, el retiro a los 55 años, la nacionalización de las fábricas de armas, la confiscación de los bienes de las congregaciones religiosas y la abolición de las rentas episcopales, según señala R. J. B. Bosworth en su biografía de «Mussolini» (Ediciones Península, 2003).

Toda estas ideas eran analizadas por los diarios españoles, con no poca confusión, en 1922. Todos se preguntaban lo mismo: ¿cómo podemos definir al primer régimen fascista de la historia? Algunos periodistas eran críticos con los evidentes postulados violentos de Mussolini y otros veían en su movimiento una oportunidad para sacar a España de la crisis de la Restauración en su último año de vida. Llegamos a encontrar en muchas cabeceras opiniones opuestas más allá de su línea editorial. El debate era, sin duda, intenso, con la Revolución rusa de fondo y la cada vez más importante influencia del movimiento obrero en la península.

En aquellos primeros momentos de Mussolini era imposible ponderar el fascismo tal y como se valora hoy. Nadie se imaginaba entonces que la instauración del fascismo en Italia iba a convertirse en uno de los acontecimientos más importantes de la historia de mundo actual, causa indirecta de la muerte de millones de personas en la Segunda Guerra Mundial y clave para entender el surgimiento de muchos de las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX. «Las camisas marrones de Alemania no habrían existido sin los camisas negras», reconoció Hitler años después. «El gesto de Mussolini iluminó el camino que debía seguir para salvar a mi país. El es una antorcha que alumbra a los pueblos, sin que estos hayan de seguirle deslumbrados», añadía Primo de Rivera en España, en una entrevista con el periodista y escritor Andrés Révész en 1926.

En 1922, los diarios españoles tendían a explicar el fascismo como una especie de lucha contra los intentos de imponer en España una nueva revolución bolchevique, pero con matices. Para periódicos como «El Sol», por ejemplo, el fascismo era «una réplica a una exageración contraria», en referencia al socialismo y al comunismo, según apuntaba en un artículo titulado «El fascismo en el Gobierno». Para «El Debate», era igualmente «una reacción antilegal y de fuerza contra los desmanes anteriores de socialistas y comunistas», bajo la premisa de que todas estas ideologías habían hecho uso de la violencia en su nacimiento. Para «La Libertad», abiertamente republicano, el fascismo «había nacido contra la violencia disolvente y anárquica del sindicalismo comunista». Y en «La Voz», el escritor y político socialista Luis Araquistáin criticaba al fascismo con indulgencia, trazando un paralelismo entre lo que había ocurrido en Italia y lo que estaba sucediendo en Cataluña, en lo que respecta a la represión de las organizaciones obreras.


 
El nazismo, el fascismo y el socialismo tienen sus raíces en el comunismo

El concepto de una “extrema izquierda” en contraposición a una “extrema derecha” es falso. Los sistemas que se ubican en los dos extremos del espectro, incluido el socialismo y el nazismo, tienen todos su raíz en el comunismo. Y todos ellos creen en los mismos conceptos comunistas clave, como el colectivismo de Estado, la economía planificada y la lucha de clases.

Todos ellos fueron simplemente interpretaciones diferentes del marxismo, formado justo antes de la Primera Guerra Mundial, en un tiempo en el que la materialización de las ideas de Karl Marx fracasó y los comunistas tuvieron que comenzar de cero.

Antes de introducirnos en la historia de estos sistemas divergentes, primero necesitamos entender la ruptura entre el socialismo y el comunismo.

El socialismo se describe en la teoría de Marx de las cinco etapas de la civilización. Luego de ayudar a encuadrar el concepto de “capitalismo” como una sociedad donde la gente puede comerciar libremente, Marx profetizó que luego del capitalismo, vendría una etapa de “socialismo”, seguida de “comunismo”.

El socialismo fue la etapa que Vladimir Lenin describió como el “monopolio estatal-capitalista”, en el cual una dictadura se adueña de todos los medios de producción.

La idea es que un régimen comunista usa el poder absoluto de la “dictadura del proletariado” socialista, para destruir todos los valores, todas las religiones, todas las instituciones y todas las tradiciones; lo cual teóricamente conduciría a la “utopía” comunista.

En otras palabras, el socialismo es el sistema político, y el comunismo es el objetivo ideológico. Por esta razón los seguidores del comunismo argumentan que nunca se alcanzó el “verdadero comunismo”. El sistema ha fracasado en destruir completamente la moral y la creencia humana, aunque se haya cobrado las vidas de más de 100 millones de personas en los últimos 100 años.

“Antes de la Revolución Rusa de 1917, ‘socialismo’ y ‘comunismo’ eran sinónimos”, dice Bryan Caplan, en el capítulo sobre comunismo de la “Enciclopedia Concisa de Economía”. Caplan es profesor asociado en economía en la Universidad George Mason.

“Ambos se referían a los sistemas económicos en los cuales el gobierno se adueña de los medios de producción”, sigue Caplan. “Los dos términos divergen en significado en gran medida como resultado de la teoría y práctica política de Vladimir Lenin”.

Por supuesto, el fracaso de las predicciones de Marx fue también lo que hizo surgir las muchas interpretaciones del comunismo que emergieron después de la Primera Guerra Mundial; entre ellos el leninismo, el fascismo y el nazismo.

Mientras el mundo hervía en el tumulto que condujo a la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918, muchos comunistas se refugiaron en las palabras de Marx, quien en el “Manifiesto Comunista” de 1848 dijo: “Trabajadores del mundo, uníos”.

Así todo, los trabajadores del mundo no se unieron, al menos no como lo envisionó Marx. En vez de marchar con el comunismo, en gran parte marcharon detrás de sus respectivos reyes y países.

Además, la vida de los trabajadores mejoró bajo el capitalismo, contradiciendo las predicciones de Marx que vaticinaban que serían peores. Entonces, cuando surgió la revolución comunista, no sucedió en las sociedades “capitalistas en su última etapa”, que en ese tiempo eran Gran Bretaña y Alemania, sino que sucedió en Rusia. Y en vez de que la Revolución Bolchevique fuera del “proletariado” contra la “burguesía”, como predijo Marx, fue el ejército y el espionaje contra el sistema feudal ruso de los zares.

Esta serie de eventos refutó en gran parte las predicciones de Marx y obligó a los comunistas de la época a repensar todo de cero, como lo nota el autor bestseller Dinesh D’Souza en su libro: “La gran mentira: Exponiendo las raíces nazis de la izquierda americana”.

Luego de Lenin, la siguiente revisión comunista en pisar el escenario mundial nació de la mano de Benito Mussolini, quien aprendió de la Primera Guerra Mundial la lección de que el nacionalismo es más unificador que la idea de una revolución de los trabajadores. Él entonces reacondicionó al marxismo en su nuevo sistema de fascismo, usando el principio colectivista “fasci”, que se refiere a un manojo de palitos que refuerzan el mango de un hacha.

Mussolini explicó el concepto en su autobiografía de 1928, en la cual dice: “El ciudadano en el Estado fascista ya no es más un individuo egoísta que tiene el derecho antisocial de rebelarse contra alguna ley de la Colectividad”.

Según “Rusia bajo el régimen bolchevique” de Richard Pipes, “No hubo socialista europeo prominente antes de la Primera Guerra Mundial que se haya parecido más a Lenin que Benito Mussolini. Como Lenin, él lideró el ala antirevisionista del Partido Socialista del país; como él, creía que el trabajador no era por naturaleza revolucionario y tenía que ser empujado a la acción radical por la elite intelectual”.

Luego, poco después, Adolf Hitler emergió con su nuevo sistema socialista bajo el eslogan “nacional socialismo”.

Aprovechando que el pueblo alemán había quedado dividido en nuevas fronteras nacionales establecidas por el armisticio, Hitler usó políticas de identidad para agrupar a sus seguidores.

D’Souza hace notar que las políticas del partido Nazi seguían el modelo comunista. El programa de 25 puntos incluía educación y salud gratuitas, nacionalización de grandes corporaciones y fondos, control estatal de los bancos y el crédito, la división de grandes propiedades de tierras en unidades más pequeñas, y otras políticas similares.

Además, D’Souza dice que “Mussolini y Hitler identificaban ambos al socialismo como el núcleo del Weltanschauung [estilo de vida] nazi y fascista. Mussolini era la figura líder del socialismo revolucionario italiano y nunca dejó de ser leal al socialismo. El partido de Hitler se definía como el defensor del “socialismo nacional”.

Como todas las otras ideologías comunistas, Hitler se oponía agresivamente al sistema capitalista tradicional. Tal como Lenin culpaba a los ricos dueños de campos y Mao Zedong culpaba a los propietarios de tierras, Hitler transfirió la culpa a un único grupo de personas: los judíos.

Como dice D’Souza: “el antisemitismo nazi nació del odio de Hitler al capitalismo. Hitler hace una distinción crucial entre el capitalismo productivo, al cual él puede aceptar, y el capitalismo de finanzas, al cual él asocia a los judíos”.

El conflicto que tomó lugar más tarde entre los varios sistemas durante la Segunda Guerra Mundial no fue una batalla de ideologías opuestas, sino una pelea sobre cuál interpretación del comunismo prevalecería.

Según “Camino de servidumbre” de F.A. Hayek, “El conflicto entre el partido fascista o nacional socialista y el viejo partido socialista se puede pensar, en gran parte, como la inevitable clase de conflicto entre facciones socialistas rivales”.

El actual relato de que el socialismo está de algún modo separado del nazismo y el fascismo, y aún mas, creer que estos conceptos están divorciados de sus orígenes comunistas, se debe al revisionismo histórico y a mucha acrobacia mental.

D’Souza atribuye este cambio de relato a lo que Sigmund Freud llama “transferencia”. La idea es que la gente que comete actos terribles suele transferir la culpa a otros, acusando incluso a sus víctimas, de ser lo que ellos mismos son.

 
Hitler y el Nazismo,eran nacional Socialistas: eran socialistas pero solo para los Arios, ya que habia mucha pobreza despues de la WWI. Leanse el programa electoral del partido Nazi es el mismo que podemos............. Me hace una gracia cuando los comunistas de podemos dicen que no hay que creerlo pero a ellos si por supuesto................ que las intenciones de Hitler eran distintas................ pero las de ellos son cristalinas..............

El comunismo es lo mismo, solo que extiende la pobreza a todos

Como ha dicho una compi, jamás dejaremos que Iglesias y podemos gobiernen nuestras vidas, destino, riqueza y libertad


Estáis pero que muy equivocados..................
 
Las cuatro contradicciones de Bousselham que socavan la versión de Pablo Iglesias
La exdiputada ha dado cuatro versiones de cómo recuperó la tarjeta: primero dijo que no la llegó a tener; después que se la dio Iglesias, pero que nunca le funcionó; la tercera que se la entregó "destruida"; y finalmente que al recibirla vio su contenido, porque estaba en buen estado, pero que se acabó deteriorando

La exdiputada en la Asamblea de Madrid se vio obligada a reconocer que sí había hecho copias de los chats con Pablo Iglesias, y que incluso los había enviado a diferentes personas ...... tic tac tic tac

Se auto destruyó la tarjeta Y SE QUEMÓ SOLA......................... como en MISSION IMPOSIBLE...............



https://www.vozpopuli.com/espana/contradicciones-Bousselham-destruyen-version-Iglesias_0_1359465194.html




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