El Mundo Orbyt.
Descubra Orbyt
TESTIGO IMPERTINENTE
CARMEN
RIGALT
22/10/2017
Europa con Mariano: el espaldarazo
UNA LIBANESA Y UNA SIRIA
La tensión flotaba en la atmósfera. Entonces no se sabía, pero unas horas más tarde empezó a correr el reloj del 155
Dos discursos se impusieron a los demás. El de Antonio Tajani y el de Felipe VI, con un discurso memorizado
Al Rey le gusta cantar, pues en sus labios puede leerse el himno de Asturias como el canto a los caídos
Por primera vez asistí al acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias como si estuviera en misa. La ocasión lo requería, de modo que me aferré al mando de la tele y no pestañeé durante más una hora. Siempre he dicho que la ceremonia del teatro Campoamor es tristona y mustia, aunque de eso no tienen culpa los premiados ni el público sino el protocolo, que lo entorpece todo.
Este año, el acto se me antojó más monográfico que de costumbre. Quitando el discurso de Adam Zagajewski, Premio de las Letras, y la haka (danza ancestral) que se marcaron los All Blacks (selección masculina de rugby de Nueva Zelanda) ante los Reyes, el protagonismo de la tarde correspondió a la UE (Premio de la Concordia) y a los discursos contra el intento de secesión del Gobierno de la Generalitat y sus esbirros. La tensión flotaba en la atmósfera. Entonces no se sabía, pero unas horas más tarde empezó a correr el reloj del 155.
Dos discursos se impusieron a los demás. El del presidente del Parlamento europeo, Antonio Tajani, que, en perfecto castellano expresó su cariño por Asturias y evocó a Indro Montanelli, maestro de periodistas y Premio Príncipe de Asturias en 1996. «Me emociona saber que él estuvo antes aquí», dijo Tajani, entre aplausos por su condena de los populismos y nacionalismos y su reivindicación del Estado de derecho.
La unión hace la fuerza. Si Tajani (junto con Juncker y Tusk, presidentes de la Comisión y del Consejo europeos) fueron los teloneros de lujo en el teatro Campoamor, el protagonista fue elFelipe VI con un discurso memorizado, no leído, que arrancó insistentes aplausos. Nunca habíamos visto al Rey tan concienzudamente metido en su papel, tan firme e implacable. Puede que haya existido en la reciente historia de Felipe VI un momento parecido, pero no más trascendente. Esta vez se jugaba el tipo.
Ataviado con una corbata verde (verde era el color con que reconocían al Rey durante la República, y Verde es el acrónimo que todavía utilizan muchos monárquicos para comunicarse; significa Viva el Rey de España). Felipe VI se convertía así en la estrella de la tarde. Pronunció el discurso de un tirón y el público le correspondió como si llevara tiempo esperando oír esas palabras. Después sonó Asturias, patria querida, y el Monarca siguió la letra por lo bajo. No hay duda: a Felipe Vl le gusta cantar, pues en sus labios lo mismo pueden leerse las estrofas del himno de Asturias (“Tengo de subir al árbol, tengo de coger la flor, y dársela a mi morena que la ponga en el balcón”) que del himno a los caídos (“En tu palabra confiamos/ con la certeza que tú/ ya le has devuelto a la vida/ ya le has llevado a la luz...”).
Así terminó la tarde ceremoniosa y cabizbaja. Los Reyes, agarraditos los dos, como unos novios saliendo del templo el día de los esponsales, pisaron la calle y recibieron de nuevo el calorcillo del público.
Queda un poco frívolo decirlo, pero la Reina estaba bellísima. Sin embargo, con la misma libertad que otras veces critico sus desaires, hoy destaco su hermosura. Sólo una observación. No es mía. La tomo prestada de un cibernauta, buen observador de los atuendos reales. El día de la Hispanidad vimos a una Letizia vestida de paño gris y tapada hasta el cuello. Ayer, en cambio, LZ volvió a desafiar la climatología ovetense paseándose con los bracitos al aire. Nuestra Reina es así. Le gusta lucir músculo (su trabajo le cuesta), pero tiene el termostato averiado.
Con la entrega de los Premios Princesa de Asturias empieza el curso y sus turnos de conferencias, exposiciones y estrenos cinematográficos y teatrales. En el Instituto Cervantes triunfa el Círculo Orellana y su ciclo de Mujeres por descubrir. La pasada semana le tocó el turno al escritor Javier Moro, quien redescubrió a la bailarina Anita Delgado, protagonista de su libro Pasión india. Javier Moro fue de la mano de Maha Akhtar, nieta de Anita Delgado, cuya vida poco tiene que envidiar a la de su abuela, que utilizaba a Valle- Inclán para responder las cartas de amor del marajá de Kapurthala, un hombre de voluminosas dimensiones que necesitó una grúa para poder penetrar a su amada la noche de bodas.
Maha vino el otro día a Madrid invitada por Leticia Espinosa para participar en la conferencia del Instituto Cervantes junto a Javier Moro. A la salida fuimos a cenar con un grupo de amigos entre los que se encontraba la experta en reinas María José Rubio. Esa noche Leticia nos presentó a Lara Hrerah, refugiada siria (otra mujer por descubrir). Lara pertenece a una familia de refugiados que anda dispersa por el mundo. Ella está en Madrid con su madre y una hermana. Lara confiesa su pesimismo porque presiente que jamás volverá a su país, pero se sobrepone porque tiene un trabajito con el que mantiene a su familia. Recuerda que estudió Ingeniería civil en Damasco y trabajó en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Paradojas de la vida.
Maha Akhta nació en Líbano y fue educada en un colegio inglés. Su madre le confesó, poco antes de morir, que no era hija de quien creía ser sino de un marajá y su quinta esposa, la española Anita Delgado. Pese a la curiosidad, Maha nunca hizo nada por conocer a su familia hindú. Fue la ésta quien la buscaría a ella unos años más tarde. Para entonces, la historia ya se había encargado de poner a los marajás con los pies en el suelo y sin una rupia.
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TESTIGO IMPERTINENTE
CARMEN
RIGALT
22/10/2017
Europa con Mariano: el espaldarazo
UNA LIBANESA Y UNA SIRIA
La tensión flotaba en la atmósfera. Entonces no se sabía, pero unas horas más tarde empezó a correr el reloj del 155
Dos discursos se impusieron a los demás. El de Antonio Tajani y el de Felipe VI, con un discurso memorizado
Al Rey le gusta cantar, pues en sus labios puede leerse el himno de Asturias como el canto a los caídos
Por primera vez asistí al acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias como si estuviera en misa. La ocasión lo requería, de modo que me aferré al mando de la tele y no pestañeé durante más una hora. Siempre he dicho que la ceremonia del teatro Campoamor es tristona y mustia, aunque de eso no tienen culpa los premiados ni el público sino el protocolo, que lo entorpece todo.
Este año, el acto se me antojó más monográfico que de costumbre. Quitando el discurso de Adam Zagajewski, Premio de las Letras, y la haka (danza ancestral) que se marcaron los All Blacks (selección masculina de rugby de Nueva Zelanda) ante los Reyes, el protagonismo de la tarde correspondió a la UE (Premio de la Concordia) y a los discursos contra el intento de secesión del Gobierno de la Generalitat y sus esbirros. La tensión flotaba en la atmósfera. Entonces no se sabía, pero unas horas más tarde empezó a correr el reloj del 155.
Dos discursos se impusieron a los demás. El del presidente del Parlamento europeo, Antonio Tajani, que, en perfecto castellano expresó su cariño por Asturias y evocó a Indro Montanelli, maestro de periodistas y Premio Príncipe de Asturias en 1996. «Me emociona saber que él estuvo antes aquí», dijo Tajani, entre aplausos por su condena de los populismos y nacionalismos y su reivindicación del Estado de derecho.
La unión hace la fuerza. Si Tajani (junto con Juncker y Tusk, presidentes de la Comisión y del Consejo europeos) fueron los teloneros de lujo en el teatro Campoamor, el protagonista fue elFelipe VI con un discurso memorizado, no leído, que arrancó insistentes aplausos. Nunca habíamos visto al Rey tan concienzudamente metido en su papel, tan firme e implacable. Puede que haya existido en la reciente historia de Felipe VI un momento parecido, pero no más trascendente. Esta vez se jugaba el tipo.
Ataviado con una corbata verde (verde era el color con que reconocían al Rey durante la República, y Verde es el acrónimo que todavía utilizan muchos monárquicos para comunicarse; significa Viva el Rey de España). Felipe VI se convertía así en la estrella de la tarde. Pronunció el discurso de un tirón y el público le correspondió como si llevara tiempo esperando oír esas palabras. Después sonó Asturias, patria querida, y el Monarca siguió la letra por lo bajo. No hay duda: a Felipe Vl le gusta cantar, pues en sus labios lo mismo pueden leerse las estrofas del himno de Asturias (“Tengo de subir al árbol, tengo de coger la flor, y dársela a mi morena que la ponga en el balcón”) que del himno a los caídos (“En tu palabra confiamos/ con la certeza que tú/ ya le has devuelto a la vida/ ya le has llevado a la luz...”).
Así terminó la tarde ceremoniosa y cabizbaja. Los Reyes, agarraditos los dos, como unos novios saliendo del templo el día de los esponsales, pisaron la calle y recibieron de nuevo el calorcillo del público.
Queda un poco frívolo decirlo, pero la Reina estaba bellísima. Sin embargo, con la misma libertad que otras veces critico sus desaires, hoy destaco su hermosura. Sólo una observación. No es mía. La tomo prestada de un cibernauta, buen observador de los atuendos reales. El día de la Hispanidad vimos a una Letizia vestida de paño gris y tapada hasta el cuello. Ayer, en cambio, LZ volvió a desafiar la climatología ovetense paseándose con los bracitos al aire. Nuestra Reina es así. Le gusta lucir músculo (su trabajo le cuesta), pero tiene el termostato averiado.
Con la entrega de los Premios Princesa de Asturias empieza el curso y sus turnos de conferencias, exposiciones y estrenos cinematográficos y teatrales. En el Instituto Cervantes triunfa el Círculo Orellana y su ciclo de Mujeres por descubrir. La pasada semana le tocó el turno al escritor Javier Moro, quien redescubrió a la bailarina Anita Delgado, protagonista de su libro Pasión india. Javier Moro fue de la mano de Maha Akhtar, nieta de Anita Delgado, cuya vida poco tiene que envidiar a la de su abuela, que utilizaba a Valle- Inclán para responder las cartas de amor del marajá de Kapurthala, un hombre de voluminosas dimensiones que necesitó una grúa para poder penetrar a su amada la noche de bodas.
Maha vino el otro día a Madrid invitada por Leticia Espinosa para participar en la conferencia del Instituto Cervantes junto a Javier Moro. A la salida fuimos a cenar con un grupo de amigos entre los que se encontraba la experta en reinas María José Rubio. Esa noche Leticia nos presentó a Lara Hrerah, refugiada siria (otra mujer por descubrir). Lara pertenece a una familia de refugiados que anda dispersa por el mundo. Ella está en Madrid con su madre y una hermana. Lara confiesa su pesimismo porque presiente que jamás volverá a su país, pero se sobrepone porque tiene un trabajito con el que mantiene a su familia. Recuerda que estudió Ingeniería civil en Damasco y trabajó en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Paradojas de la vida.
Maha Akhta nació en Líbano y fue educada en un colegio inglés. Su madre le confesó, poco antes de morir, que no era hija de quien creía ser sino de un marajá y su quinta esposa, la española Anita Delgado. Pese a la curiosidad, Maha nunca hizo nada por conocer a su familia hindú. Fue la ésta quien la buscaría a ella unos años más tarde. Para entonces, la historia ya se había encargado de poner a los marajás con los pies en el suelo y sin una rupia.