Libros, libros, libros

Gracias Pilou , todos los libros que has puesto en "10 libros para soñar con viajes " , son muy interesantes , los tendré en cuenta porque me gusta mucho viajar
 
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22 obras maestras de la literatura que te puedes leer en un par de viajes en metro
Aunque cada uno lee al ritmo que le place (faltaría más), una persona puede terminar una página de un libro en un minuto y medio. Quizá en menos. En dos trayectos largos en un transporte puede llegar a algo más de 100 páginas. Estos textos breves son perfectos para emocionarse y entretenerse
IANKO LÓPEZ
5 FEB 2018 -

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El infierno de lo igual: La sociedad de la transparencia
Publicado en 13 diciembre, 2013 por Ana March en Reseñas






Un exceso de positividad está cambiando el paradigma de occidente, sentencia Byung-Chul Han, filósofo alemán de origen coreano en su libro ‘La sociedad del Cansancio’, un interesante ensayo que hace unos días reseñaba en este blog. Hoy quiero acercaros ‘La sociedad de la transparencia’ (editado también por Herder Editorial, en el año 2013), de este mismo autor, en el cual el filósofo profundiza sobre las consecuencias que el abandono de la negatividad y de toda resistencia a la alteridad está operando en la sociedad actual, totalizado el concepto de la transparencia hasta convertirlo en un fetiche.

“Ningún otro lema domina hoy tanto el discurso público como la transparencia”, explica Byung-Chul Han. La omnipresencia de lo transparente no puede reducirse a un cambio en el ámbito de lo político o lo económico, sino que encuentra su explicación dentro de un cambio de paradigma social, en lo que el autor denomina la nueva ‘sociedad positiva’. La abolición de lo negativo ha inundado el torrente del capital, la comunicación y la información; el cálculo, la dirección y el control someten hoy nuestras acciones volviéndolas transparentes.

“La transparencia es una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio”. Desmontando toda su negatividad, eliminando lo extraño, la imposición de la transparencia busca volver nuestras acciones operacionales y acelerarlas. “Las cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan completamente en la dimensión del precio. El dinero, que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.”



“Una nueva palabra para uniformación: transparencia”


Petah Coyne

Carente de destino el tiempo ha perdido su carácter fluido para nivelarse a un presente siempre disponible, se ha vuelto transparente. El futuro se visualiza como un presente optimizado, se ha vuelto transparente. Las imágenes se han liberado de toda dramaturgia, de toda su profundidad hermética, se han vuelto pornográficas, se han vuelto transparentes. “La coacción de la transparencia nivela al hombre mismo hasta convertirlo en un elemento funcional del sistema. Ahí está la violencia de la trasparencia”, sentencia el autor.

Catalogando de ingenua la ideología del Post-Privacy, que busca el abandono de la esfera privada en pos de conducir a una comunicación transparente, Byung-Chul Han reflexiona sobre la imposibilidad de que opere una transparencia efectiva en los hombres consigo mismos o con sus semejantes, dado que el inconsciente permanece oculto para el Yo, lo cual vuelve también imposible una transparencia interpersonal, que por otra parte no es deseable. “Precisamente la falta de transparencia del otro es lo que mantiene viva la relación”, protegiendo la atracción y la vitalidad. “Una relación transparente es una relación muerta (…) sólo lo muerto puede ser transparente”.

El mundo se ha vuelto más desvergonzado y desnudo. Hoy, ejercitarse en la actitud de la distancia es una forma de resistencia ante el totalitarismo de la trasparencia. “La distancia y la vergüenza no pueden insertarse en el ritmo acelerado del capital, de la información y de la comunicación”. La negatividad de dejar que las cosas caigan en el olvido, o de no saber, muchas veces obra en beneficio, pero la sociedad de la transparencia no permite que nada escape a la visibilidad, ni da oportunidad a espacios vacíos, por lo que la inspiración y el pensamiento, ambos necesitados de esa laguna, se ven perjudicados. “Una sociedad que no admitiera ya ninguna negatividad de un vacío sería una sociedad sin dicha. Amor sin ninguna laguna de visión es por**grafía. Y sin laguna de saber el pensamiento degenera para convertirse en cálculo.”

La sociedad positiva, escribe el autor, despojándose de toda negatividad se olvida de enfrentarse al sufrimiento y al dolor, olvida darles forma. Para Nietzsche, el alma humana agradece su profundidad, grandeza y fuerza, precisamente, a la demora en lo negativo. La infelicidad inculca fortaleza. “La sociedad positiva está en vías de organizar el alma humana totalmente de nuevo. En el curso de su positivación también el amor se aplana para convertirse en un arreglo de sentimientos agradables y de excitaciones sin complejidad ni consecuencias.”

El amor, despojado de sufrimiento y pasión, de sus figuras negativas, se ha domesticado, expresa Byung-Chul Han, volviéndose una fórmula de consumo y confort. En la sociedad positiva “Hay que evitar cualquier lesión. Cede el disfrute sin negatividad, aunque por otra parte, en su lugar devengan perturbaciones psíquicas como agotamiento, cansancio, depresión, atribuible a un exceso de positividad.”

En cuanto a la política, el autor escribe “La política es una acción estratégica. Y, por esta razón, es propia de ella una esfera secreta. Una transparencia total la paralizaría (…) Sólo la política como teocracia se las arregla sin secretos. Aquí, la acción política cede a la mera escenificación”. Por lo que sentencia que la sociedad positiva va camino a la pospolitización, a una política exenta de colores e ideologías, trasparente. La opinión reemplaza a la figura negativa de la ideología, siendo menos radicales y penetrantes, se libran de tener consecuencias. “Así, la actual sociedad de la opinión deja intacto lo ya existente”. Por lo que el totalitarismo de la transparencia actúa como un efectivo estabilizador del sistema.


“El veredicto general de la sociedad positiva se llama <me gusta>”

Sin la negatividad de la distinción se llega irremisiblemente a una excrecencia general y a una promiscuidad de las cosas”. La simple acumulación de información, explica Byung-Chul, no implica verdad, ya que le falta un sentido, una dirección. Transparencia y verdad no son equiparables, pues la verdad se ubica dentro del rango de lo negativo al declarar todo lo otro como falso. La falta de esa negatividad de lo verdadero implica una imprecisión que se ve agravada por la hipercomunicación y la hiperinformación.

La negatividad de la separación, del secreto, de la delimitación, el encierro, se ve abolida en la nueva sociedad de la exposición. Las cosas se han vuelto mercancías y han de ser expuestas, todo su valor reside en la exposición y en el capital de atención que genere, desintegrando el <valor cualtual> del que hablaba Walter Benjamín, el valor de culto de lo misterioso y lo inaccesible. “El imperativo de exposición conduce a una absolutización de lo visible y lo exterior. Lo invisible no existe, porque no engendra ningún valor de exposición, ninguna atención.” La hipervisibilidad afecta incluso al cuerpo, que vuelto hacia afuera, despojado de toda negatividad, desvestido y expuesto, se ha cosificado como un objeto de exposición al que hay que optimizar, exponer y explotar.


Sobreexpuesto a la mirada y al consumo inmediato, el cuerpo se ha vuelto por**gráfico, obsceno, aniquilando el eros, el s*x*. “La exposición pornográfica produce una alienación del placer sexual. Hace imposible experimentar placer (…) La sociedad de la trasparencia es enemiga del placer.” El placer necesita del encubrimiento, la negatividad del secreto, el velo. La seducción de la máscara, la ilusión y la sugerencia estimulan el placer, la tensión erótica. “No es casual que la actual sociedad de la trasparencia sea a la vez una sociedad de la por**grafía.” La fantasía y el encanto ya no traman sus posibilidades en el placer de lo ambiguo, en la fascinación del misterio, la hipernitidez no deja lugar a ningún rodeo imaginativo, algo que no restituye ningún recibir y disfrutar. Despojada de la intensidad del misterio, la imagen pornográfica, sin nada que permita el lento goce contemplativo, nada por vulnerarse, no impresiona, a lo sumo es el objeto de un <me gusta>.

““La violencia de lo transparente vuelve sospechoso todo lo que no se somete a visibilidad (…) La comunicación visual se realiza hoy como contagio, desahogo o reflejo. Le falta toda reflexión estética. Su estetización es, en definitiva, anestésica”. El “me gusta” como juicio no requiere ninguna contemplación que se demore. La complejidad vuelve más lenta la comunicación, así, la hipercomunicación anestésica minimiza la complejidad en pos de acelerarse. “Es esencialmente más rápida que la comunicación del sentido”. La transparencia va unida a un vacío de sentido. “La masa de la información y comunicación brota de un horror vacui”.



La dialéctica de la libertad como nuevo modo de control



La mirada absoluta de la era digital ha destituido la imagen de control del panóptico diseñado por Jeremy Bentham, reemplazándolo por un panóptico no perspectivista, es decir, sin que la despótica vigilancia omnipresente provenga de una figura en el centro. La distinción entre centro y periferia se ha diluido, el panóptico digital funciona sin ninguna óptica de perspectiva, su eficacia está en que se produce desde todos los ángulos, desde todas partes.

La soledad, el aislamiento y la incomunicación propia del modelo panóptico que se aplica en el panóptico de Bentham, no es aplicable al modelo digital. Los moradores del panóptico digital se conectan y comunican entre sí. “Lo que garantiza la transparencia no es la soledad mediante el aislamiento, sino la hipercomunicación.” Además, los moradores del panóptico digital colaboran activamente en la construcción del mismo, y en su conservación, ellos se exhiben y se desnudan. “El exhibicionismo y el voyeurismo alimentan las redes del panóptico (…) La exhibición pornográfica y el control panóptico se compenetran.”

El desarrollo actual del mundo apunta en pos de un gran panóptico digital. Un panóptico total, sin separaciones de adentro u afuera, sin muros. “Google y las redes sociales, que se presentan como espacio de libertad, adoptan formas panópticas. Hoy, contra todo lo que se supone normalmente, la vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien cada uno se entrega voluntariamente a la mirada panóptica digital. El morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez. Ahí está la dialéctica de la libertad, que se hace patente como control.”





Sobre el autor: Byung-Chul Han, de origen coreano, estudió filosofía en la Universidad de Friburgo y Literatura Alemana y Teología en la Universidad de Múnich. En 1994 se doctoró por la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger. En la actualidad es profesor de Filosofía y Teoría de los medios en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe. Autor de más de una decena de títulos, ‘La sociedad del cansancio’ es su primera traducción al castellano.

http://blogs.culturamas.es/anamarch...-de-lo-igual-la-sociedad-de-la-transparencia/
 
EL PAÍS
CULTURA
BYUNG-CHUL HAN
“Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo, explica en Barcelona sus críticas al “infierno de lo igual”

CARLES GELI
Barcelona 7 FEB 2018 -


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El filósofo Byung-Chul Han, ayer en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI / EPV



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Las Torres Gemelas, edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O la gente practicando binge watching(atracones de series), visualizando continuamente solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o el otro... Son dos de las potentes imágenes que utiliza el filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), uno de los más reconocidos diseccionadores de los males que aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal tras la caída del muro de Berlín. Libros como La sociedad del cansancio, Psicopolítica o La expulsión de lo distinto (en España, publicados por Herder) compendian su tupido discurso intelectual, que desarrolla siempre en red: todo lo conecta, como hace con sus manos muy abiertas, de dedos largos que se juntan mientras cimbrea una corta coleta en la cabeza.

“En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”, alertó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde el profesor formado y afincado en Alemania disertó sobre la expulsión de la diferencia. Y dio pie a conocer su particular cosmovisión, construida a partir de su tesis de que los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el desierto, o el infierno, de lo igual”.

Autenticidad. Para Han, la gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.

Autoexplotación. Se ha pasado, en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es “la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.

‘Big data’.“Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual... Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”. ¿La revuelta pasaría por dejar de compartir datos o de estar en las redes sociales? “No podemos negarnos a facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas... Hay que ajustar el sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos... ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre? En EE UU hemos visto la influencia de Facebook en las elecciones... Necesitamos una carta digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.

Comunicación. “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”.

Jardín. “Yo soy diferente; estoy envuelto de aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El jardín secreto. La tierra es más que dígitos y números.

Narcisismo. Sostiene Han que “ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. El problema reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y sin ese otro “uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”. El narcisismo habría llegado también a la que debería ser una panacea, el arte: “Ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan injustificadas burradas por él, es ya víctima del sistema; si fuera ajeno al mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”.

Otros. Es la clave de sus reflexiones más recientes. “Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas fuéramos distintas”. Por ello propone “regresar al animal original, que no consume ni comunica desaforadamente; no tengo soluciones concretas, pero puede que al final el sistema implosione por sí mismo... En cualquier caso, vivimos en una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y solo crea trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su capacidad; quizá así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal original”.

Refugiados. Han es muy claro: con el actual sistema neoliberal “no se siente temor, miedo o asco por los refugiados sino que son vistos como carga, con resentimiento o envidia”; la prueba es que luego el mundo occidental va a veranear a sus países.

Tiempo.Es necesaria una revolución en el uso del tiempo, sostiene el filósofo, profesor en Berlín. “La aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros”.

EL “MONSTRUO” DE LA UE Y LA “BODA” CATALUÑA-ESPAÑA


“Estamos en la Red, pero no escuchamos al otro, solo hacemos ruido”, dice Byung-Chul Han, que viaja lo justo y no hace turismo “para no participar del flujo de mercancías y personas”. También reclama una política nueva. Y la relaciona con Cataluña, tema cuya tensión rebaja bromeando:

“Si Puigdemont promete volver al animal original, me hago separatista”.

Y ya en lo político, lo enmarca en el contexto de la Unión Europea: “La UE no ha sido una unión de sentimientos sino comercial; es un monstruo burocrático fuera de toda lógica democrática; funciona a golpe de decretos...; en esta globalización abstracta se da un duelo entre el no lugar y la necesidad de ser de un lugar concreto; el especial está incómodo y genera desasosiego y estalla lo regional. Hegel decía que la verdad es la reconciliación entre lo general y lo particular y eso hoy es más difícil...”. Pero acude a su revolución temporal: “Las bodas forman parte de la recuperación del tiempo de fiesta: a ver si hay una entre Cataluña y España y se reconcilian”.

https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html
 
portada_el-amor-en-el-jardin-de-las-fieras_juan-eslava-galan_201606031128.jpg El amor en el Jardín de las Fieras
Juan Eslava Galán
Editorial: Espasa
Temática:

Novela histórica | Segunda Guerra Mundial
Colección: ESPASA NARRATIVA

Número de páginas: 416
La novela de uno de los episodios más desconocidos del nazismo.



Sinopsis de El amor en el Jardín de las Fieras:
Octubre de 1940: durante la visita de Himmler a España, una bella mujer perteneciente a la agencia racial Ahnenerbe, que lo acompaña, descubre entre los trabajadores forzados de una excavación arqueológica a un obrero rubio, Herminio Cáiser: un joven de ojos azules y magnífica constitución que podría demostrar la pervivencia en España de una cepa pura de la raza aria.

La organización Ahnenerbe lleva al joven a Berlín y lo hace objeto de una serie de estudios que confirman que es un ario perfecto. Reclutado en una casa-cuna nazi, se deja utilizar como semental a cambio de un trato favorable para su padre, internado en una cárcel franquista por su pasado republicano.

Cáiser hace amistades en Berlín; entre ellas, los corresponsales de prensa españoles y otros jóvenes funcionarios del círculo diplomático. También se reencuentra con un diplomático soviético con el que trabó amistad años atrás, cuando fueron compañeros de armas en la batalla de Madrid. Esta relación reanudada y los amores de Cáiser con una obrera judía serán el detonante de acontecimientos inesperados.

El amor en el jardín de las fieras es un canto al amor y a la amistad con el trasfondo histórico minuciosamente reconstruido por el autor de uno de los episodios más desconocidos del nazismo.
https://www.planetadelibros.com/libro-el-amor-en-el-jardin-de-las-fieras/216232
 
LIBRO
'La niña del salto': la muerte de la infancia en un pequeño pueblo de Asturias
El escritor venezolano Edgar Borges publica su última novela 'La niña del salto'

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Extracto de la portada de 'La niña del salto' de Edgar Borges. (Ediciones Carena)
AUTOR
MARTA MEDINA
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@MartaMedinadelV
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TIEMPO DE LECTURA5 min
09.02.2018 – 05:00 H.

En Santolaya de Cabranes, capital del Concejo de Cabranes, en Asturias, viven poco más de trescientas treinta almas. Trescientas treinta y una si uno cuenta a la niña de los saltos, que los vecinos dicen que cruza la plaza del pueblo todas las noches, sonriente y juguetona. Cuenta Edgar Borges en 'La niña del salto' (2018, Ediciones Carena), su última novela, que en ese pueblo vivió hace veinte años Antonia, aunque podría haber sido en otro lugar, real o inventado, antes o después. "La vida de Antonia estuvo determinada por dos tragedias. La primera ocurrió el viernes 9 de octubre de 1987, poco antes de que se quedara embarazada. La segunda aconteció, también, un 9 de octubre, pero de 1994, cuando su hija tenía seis años y tres meses". Así comienza la historia de Antonia, "que pasaba horas sentada en el váter para restarle tiempo a la convivencia con su marido".

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Portada de 'La niña del salto'

Con un estilo pegado al realismo épico, este escritor venezolano afincado en España relata la rutina aparentemente anodina del pueblo de Santolaya —o de cualquier otro— los días previos a una desgracia, con todos los habitantes ajenos al peligro que acecha y que se cuenta a tiempo pasado. "Santaolaya o Santa Eulalia es, en realidad, un lugar imaginado. Yo necesitaba escribir una historia que se desarrollara en un pueblo que yo no conociera, porque me parecía que la experiencia, la memoria, me podía estorbar para la imaginación. Y lo que quería era crear un estado de confusión respecto al espacio-tiempo", explica Borges. "A los escritores lo rural permite más jugar con la imaginación y salirnos de lo urbano, ni contar una historia con visos de crónica o de sucesos".

Antonia, de mote 'La cejona', había dejado el pueblo para ser poetisa y acabó volviendo para convertirse en una mujer sumisa, la de un marido dominante y celoso, un animal iracundo y destructor, cuyo estímulo vital era aplastar cosas y organizar torneos de mus. Que, por supuesto, casi siempre ganaba.

Antonia había vuelto a su pueblo desde la capital un día, repentinamente, a los veintisiete años: su madre había decidido despedirse de la vida después de que su padre hiciera las maletas y se marchara para siempre. Adiós a la carrera de Filosofía, adiós a los sueños de poetisa, adiós a la libertad y adiós a su biblioteca de libros cuidadosamente elegidos. Aunque esto último fue más tarde. Sola y abatida cayó en manos de Dicxon, un hombre casi cuarenta años mayor que ella que había trabajado durante casi un cuarto de siglo en la empresa de limpieza municipal. Y "cuando no la buscaba para penetrarla, lo hacía para decirle al oído lo que sería la rutina del nuevo día".

Ana María Matute tiene todo un estudio sobre la niñez que es el tema que me identifica también como escritor

Y al juego de descubrir la costura entre la realidad y la ficción, Borges añade un grupo de curiosos secundarios, con nombres tan literarios como el de César Aira o Virginia Woolf o Ana María Matute. "Estos personajes son simuladores: cogen la identidad de escritores para impactar en las personas de este pueblo, leyendo poesía. Tiene que ver con la idea de juego, y muchos autores que yo menciono también juegan a su vez con esto en sus propuestas literarias. Agarré por ejemplo a César Aira, su identidad, para absorber algunos aspectos reales y mezclarlos con la fantasía. También aparece Perec, Ana María Matute, que tiene todo un estudio sobre el tema de la niñez, que es el tema que me identifica también como escritor".

Porque 'La niña del salto' está impregnada de amor a los libros; durante el relato de las desdichas de Antonia, se van incluso entrelazando extractos de poemas, de autoras 'beat' como Diane di Prima o Elise Cowen.

"Quise un coxx de placer dorado

más puro que la heroína

Para honrarte

Un corazón tan grande

que puedas quitarte los zapatos y estirarte

La Anatomía del Amor" [...]

Porque la poesía es la voz del deseo y de las frustraciones. "Antonia en su adolescencia quiso ser poeta", explica Borges. "Pero después, de adulta, la poesía pasó a ser una mera intención de juventud. Pero yo necesitaba que hubiese referencias de sus lecturas y tenía claro que Ana María Matute y Virginia Woolf fueran parte de ellas. Y en el camino descubrí la obra de Diane di Prima que, a pesar de que sólo está en inglés, no ha sido traducida en su totalidad, hay algunas cosas muy sueltas en español, pero muy pocas".



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Edgar Borges

Y el libro de Borges, y antonia, toman la 'Loba' de Di Prima por bandera: "Oh, hermanas perdidas de la luna con la media luna en el pelo y el mar bajo los pies deambulan de azul velo, de hoja verde, de andrajoso chal deambulan, con la piel de oro y la cabellera en llamas deambulan, en la avenida A y el la calle Bleecker deambulan, en la calle Rampart y en la Fillmore deambulan, con tiara de flores, con aliento enjoyado deambulan...".

Aunque parece una historia de una mujer acosada por un marido sanguíneo, la realidad —¿la realidad?— es otra. Porque, ¿quién es 'La niña del salto'? "He querido hablar de como la niñez es un punto determinante de la vida de una persona y cuando la niñez se va asesinando en la vida de los adultos, porque con el paso del tiempo la niñez se convierte en un espacio completamente acribillado y sentenciado". Porque Antonia siempre va acompañada de una niña, de la niña que salta, una niña sin nombre, la única que la hace feliz en una adultez llena de calamidades.


https://www.elconfidencial.com/cult...-salto-edgar-borges-ediciones-carena_1519006/
 

LIBROS RECOMENDADOS DE LIBROTEA

A colocarse y al loro: qué leíamos a tope en los ochenta

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VER GALERIA:https://librotea.elpais.com/usuario...e-y-al-loro-que-leiamos-a-tope-en-los-ochenta




Los ochenta están marcados en España por varias frases y una de ellas es la famosísima del alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, “a colocarse y al loro”, que fue como el pistoletazo de salida a la Movida. Todo juerga, diversión, pelo cardado y pelis de Almodóvar. Un día como hoy Tierno hubiera cumplido cien años, como en la también famosa película de Carlos Saura estrenada en 1979 (recuerdo título: Mamá cumple cien años).

Por este motivo hemos querido recordar qué libros se leían a tope en aquella década. Novelas que estaban en casi todas las casas porque fue la década de los bestsellers mundiales, de la aparición de la generación británica del dream team, y de escritores españoles que se quedarían casi para siempre en las listas de los más vendidos. Los títulos están ordenados según año de publicación.

La década se inicia con El nombre de la rosa, que puso al semiólogo Umberto Eco en el mapa. ¿Quién no ha leído la historia de Guillermo de Baskerville y el misterio de los monjes de la Abadía? Y no hace falta haber visto la película.

Otro super bestseller fue El clan del oso cavernario, de Jean Marie Auel, que hizo que todos se entusiasmaran con la prehistoria antes de que Spielberg pusiera de moda a los dinosaurios.

Por aquellos inicios también golpeaba muy fuerte la novela negra madrileña y barcelonesa, con escritores como Juan Madrid, Andreu Martin, Vázquez Montalbán o González Ledesma. Veníamos de la Transición y en las calles comenzaba a habitar con fuerza la droga, la delincuencia… Los bajos fondos eran muy pero que muy hondos (y esto lo contó muy bien el llamado cine quinqui de la época).

En estos años se publicaron todavía algunas de las mejores novelas del boom latinoamericano como El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, que fue un bombazo editorial. Al igual que La casa de los espíritus,de Isabel Allende, que convirtió a la escritora chilena en una referencia mundial.

No se publicaban, por otra parte, a tantas mujeres como ahora. Y mucho menos llegaban al éxito (otra cosa que también podemos aplaudirnos hoy). Sin embargo, además de Allende también destacaron otras autoras como la periodista Rosa Montero, que publicó Te trataré como a una reina, una crónica ficcionada sobre aquellos años, y Toni Morrison, que en EEUU engatusó a muchos lectores con la novela sobre el esclavismo, Beloved.

De estos años son a su vez las primeras novelas de Antonio Muñoz Molina, como El invierno en Lisboa, con la que ganaría el Premio Nacional de Narrativa, y Javier Marías, que publicó Todas las almas (poco después llegarían las que le pusieron en la diana de los lectores como Mañana en la batalla piensa en mí).

Desde Reino Unido llegaba el dream team con autores como Martin Amis, que retrató a los yuppies en Dinero o Kazuo Ishiguro, que lanzó la que es todavía su novela más reconocida, Los restos del día (luego se haría mucho más famoso al ser llevada al cine con Anthony Hopkins y Emma Thompson).

Y, finalmente, redondeamos este listado con

Más grandes que el amor,

de Dominique Lapierre. En realidad fue publicado en 1990, pero es el mejor retrato de los comienzos del SIDA escrito hasta la fecha, y si hubo una década en la que el virus golpeó con más saña que nunca fue en los ochenta. Hubo diversión, pero también, como ocurre siempre, tragedia.
 
Perelman: el escritor más gracioso del mundo
Apenas traducido al español, el neoyorquino fue uno de los grandes humoristas del siglo XX. Una antología reivindica su legado, inspirado en autores como Joyce, Conrad y Lardner

FERNANDO TRUEBA
9 FEB 2018 -



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S. J. Perelman, en su oficina de Nueva York. CARL MYDANS GETTY


Antes de nada debo hacer una confesión: el libro que más veces he leído en mi vida no es El Quijote. Tampoco La Biblia, ni el Manifiesto comunista. Tampoco En busca del tiempo perdido, de Proust, aunque en este caso sobre todo por falta de tiempo. El causante de que mis carcajadas hayan interrumpido el sueño de mi mujer muchas noches es Sin plumas, de Woody Allen. No conozco mejor remedio contra el insomnio, la depresión o cualquier tipo de problema personal o profesional, económico o sexual.

Woody quería ser Groucho Marx, Ingmar Bergman y Chéjov. Sólo queriendo ser otros uno llega a ser alguien: sí mismo. Como Truffaut, que quería ser Hitchcock, Renoir y Rossellini y acabó siendo Truffaut. Que no es poca cosa.

Woody Allen comenzó vendiendo chistes y gags a cómicos consagrados y luego creció como monologuista en los clubes neoyorquinos de los sesenta. Pero donde se hizo a sí mismo fue en las páginas de The New Yorker. Y en sus artículos para esta revista, luego recogidos en libros, puede verse que, antes de dirigir películas, lo que Woody Allen quería es ser S. J. Perelman.

Y estuvo a punto de conseguirlo. Hasta el punto de que muchos de sus artículos y cuentos no existirían sin el antecedente de Perelman, que publicó en las mismas páginas de The New Yorker su prosa única, inteligente, juguetona, profunda, disparatada, sofisticada durante medio siglo, de 1930 a 1979.

Algunas de las piezas mejores y más celebradas de Allen descienden en línea directa de Perelman. Por citar sólo las más obvias, Si los impresionistas hubiesen sido dentistas no creo que hubiese existido nunca sin el precedente de Azótame, papi posimpresionista, de Perelman; o La put* de Mensa y Mr. Big, los dos casos del detective Kaiser Lupowitz, parodia de Philip Marlowe, se remontan a Raymond Chandler, pero lo hacen vía Mike Noonan, el detective de Adiós, muñeca sueca, de Perelman, quien se carteaba a menudo con Raymond Chandlery a quien mandó una copia del cuento, que Chandler califica en una carta a su editor de “maravillosa parodia”.

Dicho todo esto, no se trata de regatear ningún mérito, sino de celebrar el buen gusto de Woody eligiendo a sus modelos, y también su audacia, pues “imitar”, o pretenderlo, a Perelman es algo así como pretender emular a Shakespeare o a Michael Jordan. Pero Woody podía hacer parodias hasta de Sartre (Los condenados) o Iris Murdoch (Mi apología), por citar algunos.

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Groucho Marx. IMAGO /UNITED ARCHIVES / CORDON PRESS


Ahora la editorial Contra ha tenido la no menor audacia de editar una antología de textos de S. J. Perelman, Perelmanía. Sólo un libro de Perelman había sido traducido antes al castellano (Los Robinsones Perelman,¡hace 27 años!), y se trata de su libro más convencional. Porque, si exceptuamos el Finnegans Wake, de Joyce, es posible que no haya un inglés más intraducible que el de Perelman, un mago no sólo del humor, sino también del lenguaje, continuo inventor de palabras y expresiones. Así que hay que agradecer a Contra su osadía y su más que aceptable resultado en tan difícil empeño.

Woody Allen dijo que Perelman era “el ser humano más gracioso del mundo”, y Tom Wolfe lo calificó de “el escritor más gracioso de América”.

Pero del mismo modo que Woody se inspiraba en Perelman, Perelman, a su vez, también tenía sus maestros y, como Woody, no los ocultaba. James Joyce, Joseph Conrad, P. G. Wodehouse, H. L. Mencken (quien definió la conciencia como “esa voz interior que nos avisa de que alguien puede estar viéndonos”) y Flann O’Brien se contaban entre sus favoritos. Por no hablar de su inseparable amigo del colegio Nathan Weinstein, que luego cambiaría su nombre, con futurista lucidez por cierto, por el más adecuado para un novelista serio de Nathanael West. Por cierto, Perelman se casó con su hermana Laura y vivieron felices e infelices toda su vida en un matrimonio que duró más de 40 años y que sus respectivas aventuras amorosas jamás consiguieron romper.

Eran tiempos en que el humor no estaba reñido con la inteligencia, la cultura, el estilo, la clase. Entre sus admiradores, Perelman contó con nombres como Dorothy Parker, T. S. Eliot, Somerset Maugham, Gore Vidal, Philip Roth, Kurt Vonnegut, John Updike, Joseph Heller, Guillermo Cabrera Infante o Steve Martin.

Pero quizá a quien hay que citar como la influencia decisiva en Perelman sea a Ring Lardner, que murió tuberculoso cuando Perelman comenzaba su carrera. Perelman confesó que “había robado tanto a Ring Lardner que deberían arrestarle”. Qué hermoso elogio…

Lardner era un genio. Scott Fitzgerald (de quien era buen amigo) y hasta Virginia Woolf admiraban a Ring Lardner. John O’Hara decía que era el escritor de quien más había aprendido. Y hasta Salinger hace decir a Holden Caufield, el protagonista de El guardián en el centeno: “Mi autor favorito es mi hermano D. B. y el siguiente Ring Lardner”. Eran tiempos en que el humor no era un subgénero.

Hemingway admiraba tanto a Lardner que de joven firmaba sus artículos para el periódico de la universidad como Ring Lardner Jr., seudónimo que sería usurpado años más tarde por Ring Lardner Jr. en persona, guionista y uno de Los Diez de Hollywood durante la siniestra caza de brujas de McCarthy, que le llevaría a la cárcel y a trabajar de negro, aunque acabaría ganando el Oscar por el guion de MASH. Su hermano James murió en España luchando por la democracia y la libertad en la Brigada Lincoln, aunque esta información tal vez no viene al caso. ¿O sí?

En una de sus “obras teatrales”, por llamarlas de algún modo, Lardner escribió: “Se baja el telón durante siete días para transmitir la impresión de que ha pasado una semana”.

En otra ocasión, declinó una invitación a una partida de póquer con el argumento de que era la noche libre de su hijo pequeño y tenía que quedarse con la niñera. Y a un amigo que se había ido de vacaciones le mandó el siguiente telegrama: “¿Cuándo vuelves, y por qué?”.

Como Perelman y Groucho dominaron el humor de los treinta, Lardner reinó en los locos años veinte, junto a sus compañeros de la famosa mesa redonda del hotel Algonquin de Nueva York, gente como Robert Benchley, que dijo: “Hace tanto que no viajo al extranjero que ya casi hablo inglés sin acento”, o que dirigió el corto Cómo dormir, un clásico. A una mujer que contemplaba la idea del su***dio le aconsejó: “Debes saber una cosa: destrozarás tu salud”. También era suya la frase “Dime tus fobias y te diré de qué tienes miedo”. Benchley confesó: “Me llevó 15 años darme cuenta de que no tenía ningún talento como escritor, pero no pude dejarlo porque para entonces ya era demasiado famoso…”; George S. Kaufman, a quien Adolph Zukor ofreció 30.000 dólares por los derechos cinematográficos de una de sus obras y que respondió ofreciendo 40.000 por la Paramount; Alexander Woollcott, que dijo que todas las cosas que le gustaban “eran inmorales, ilegales o engordaban”; Dorothy Parker, que dijo de una mujer “que hablaba 18 idiomas pero era incapaz de decir ‘no’ en ninguno de ellos”, y que discutiendo un nuevo empleo dijo: “El sueldo no es un problema. Solo quiero lo suficiente para mantener mi cuerpo y mi alma separados”; o Harold Ross, fundador de The New Yorker, que una vez le preguntó a Lardner cómo redactaba sus artículos y este le respondió que escribía algunas palabras separadas en un pedazo de papel y luego “rellenaba los espacios vacíos”.

Y no olvidemos al canadiense Stephen Leacock, un tipo tan ingenioso que dijo que a todos los Hohenzollern, los Habsburgo, los Mecklenburg y los Muckendorf habría que ponerlos a trabajar, “y no de generales, directivos, legisladores o terratenientes, sino poniéndolos en el simple y humilde lugar de un obrero que busca trabajo”. Para morirse de risa.

El gran Jack Benny nombraba a Leacock como una gran influencia, y decía que fue Groucho quien se lo descubrió cuando ambos eran humoristas principiantes.

Todo ello para decir que Perelman, como todos, no nació por generación espontánea, que el humor, la literatura, el arte son un árbol de muchas ramas. “Todo lo que no es tradición es plagio”, dice un aforismo catalán del siglo XIV, que se atribuyó después a Eugenio d’Ors, y que luego repetía Buñuel.

Y en el árbol, la tradición, o la torre (de la canción) que diría Leonard Cohen, nos podemos remontar a Ambrose Bierce, autor de esas obras maestras que son El diccionario del diablo y las Fábulas fantásticas, y hasta a Mark Twain, tal vez el padre del humor americano, según Hemingway, de la literatura americana…

También España tiene su rama. Muchas veces me he preguntado a dónde habrían llegado los geniales Jardiel Poncela, Edgar Neville, Tono y Miguel Mihura de vivir en otras circunstancias históricas…

Pero por qué limitarnos a América y no buscar la influencia europea, que nos llevaría a Swift, Cervantes y Rabelais, y de ahí a Aristófanes y a Plauto, a los libros de chistes de Poggio Bracciolini y Filipo de Macedonia, para acabar en el Margites, del que se conservan apenas unas frases, y que según Aristóteles inauguró la comedia, o ¿por qué no? el mismísimo Confucio…, que a veces suena bastante grouchiano. Pero “no te remontes”, que dice María Barranco…

Perelman era hijo de emigrantes judíos rusos y nació en Brooklyn, como corresponde a un humorista serio. A los 26 años consiguió colar su primer artículo en The New Yorker. Era una historia en la que una mujer se quejaba escandalizada por haber visto a un hombre besando la estatua de un caballo en un parque. Perelman confesaba que era él y se indignaba de “a qué extremos están llegando las cosas cuando alguien que paga sus impuestos no puede entrar a un parque sin tener un atajo de espías como usted merodeando entre los arbustos…”.

Gran parte de la popularidad de Perelman se debía a haber escrito los guiones de la segunda y tercera películas de los hermanos Marx, Monkey Business (Pistoleros de agua dulce, 1931) y Horse Feathers (Plumas de caballo, 1932). Pero Perelman detestaba que se hablara de él más por estos trabajos que por el resto de su obra.

Groucho contaba que Perelman no quería que se le relacionara con esas dos películas, pero que cuando tuvieron éxito pretendía haberlas escrito él solo. Groucho, 14 años más viejo, sin duda lo admiraba, y confesaba haber leído todo Perelman y que fue él quien quiso tenerlo de guionista en las dos películas.

De hecho, el primer libro de Perelman, Dawn’s Ginsbergh Revenge (1928), llevaba en la solapa una frase promocional de Groucho Marx: “Desde que cogí el libro hasta que lo dejé he estado retorciéndome de risa. Espero leerlo un día de estos”.

Aunque parece ser que la frase que Groucho propuso inicialmente, pero que no llegó a utilizarse, era: “Este libro será siempre una primera edición”.

La contraportada tampoco era manca, el autor se presentaba diciendo “antes de hacer a S. J. Perelman rompieron el molde”.

En 1952 publicó Yo siempre te llamare schnorrer, mi explorador africano(incluido en Perelmanía), que no le sentó nada bien a Groucho. Este y Perelman se refirieron el uno al otro a lo largo de los años con el cariñoso calificativo de “hijo de put*”.

Según Groucho, Perelman miraba a los otros guionistas por encima del hombro, probablemente con motivo, y se consideraba un escritor de primera clase, lo que sin duda era, pero como dijo Groucho “sólo porque seas el mejor no tienes que ser un hijo de put*”. Groucho, que había admirado y querido a Perelman, pasó a odiarlo y hasta el final de su vida mantenía “todavía le odio”. Nunca le perdonó, incluso cuando Perelman le visitó mientras estaba enfermo, visita que fue un fracaso.

En su artículo The Winsome Foursome (1961), Perelman contaba: “Uno de los traumas de mi vida fue leer en voz alta el guion de Plumas de caballo a los hermanos (Marx), sus contables, su peluquero, sus dentistas, varios parientes y otros miembros de su entorno, en total 27 personas y 5 perros, escuchando todos ellos los gags en el más triste silencio”.

¿Es posible un matrimonio duradero entre dos genios del humor? Probablemente, no.

George S. Kaufman, autor de la obra original y el guion de la primera película de los Marx, decía:“The coconuts es una comedia, pero conocer a los Marx fue una tragedia”.

A Perelman no le gustaba escribir con otros. Le gustaba estar solo, en su despacho, en absoluto silencio, frente a su máquina de escribir y un retrato de Joyce, de 10.00 a 18.00, seis días a la semana, y de espaldas a la ventana. Su media eran 1.000 palabras semanales, y decía que reescribía cada artículo unas 30 veces.

Escribiendo Monkey Business Perelman y Arthur Sheekman se enzarzaron en una pelea sobre una línea del diálogo. Perelman amenazó a su coguionista: “Si vuelves a repetirla te tiro por la ventana”.

“Te lo pondré fácil”, replicó Sheekman, y saltó por la ventana. Afortunadamente la oficina en que trabajaban en el edificio de escritores de la Paramount estaba en la planta baja.

Perelman sostenía que el humor “amable” no existía y que escribía sus piezas con rabia.

Groucho y Perelman se inspiraban mutuamente. Es difícil no reconocer a Perelman detrás de muchos de los diálogos de aquellas películas, como cuando Groucho increpa al capitán del barco en que los Marx viajan de polizones:

—¿Sabe quién se coló en mi camarote a las tres de la madrugada?

—No, ¿quién?

—Nadie, y esa es mi queja. Soy joven, quiero alegría, risas, cha-cha-cha… Quiero bailar… Quiero bailar hasta que las vacas vuelvan a casa.

Años más tarde, Perelman ganó un Oscar al mejor guion por una película tan poco inspirada como La vuelta al mundo en 80 días. En ella se escuchaban cosas como:

—¿Sabe si ha habido alguna mujer en su vida?

—Supongo que tuvo una madre, pero no estoy seguro.

Apostaría la vida de cualquier miembro del Gobierno a que este diálogo se debe a Perelman, pero no puedo asegurarlo. Y confieso que no me he tomado la molestia de releer el clásico de Julio Verne para comprobarlo.

Lo que está claro es que Perelman fue uno de los más geniales humoristas del siglo pasado y, mientras no surja alguien que me demuestre lo contrario, sigue siéndolo también del XXI. Podríamos decir que fue uno de los más altos ejemplos del surrealismo americano, si no fuera porque los surrealistas carecían de sentido del humor, salvo la rama española (Buñuel y Dalí).

Esperemos que el título de esta necesaria edición española se haga realidad y la Perelmanía se convierta en tendencia, aunque, por ataques de optimismo semejantes, pueden encerrarle a uno de por vida.

https://elpais.com/cultura/2018/02/07/babelia/1518029448_421352.html
 
LITERATURA
Arturo Barea entra en el santuario de Oxford
    • CARLOS FRESNEDA
    • Londres
  • 9 FEB. 2018 10:55
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Arturo Barea (1897-1957), durante una intervención en la BBC INSTITUTO CERVANTES



«El señor Barea es una de las más valiosas adquisiciones literarias que ha logrado Inglaterra como resultado de la persecución fascista». Lo dijo en su día George Orwell, admirador no sólo de la trilogía de La forja de un rebelde sino también de las más de 800 locuciones del escritor en su papel de cronista radiofónico bajo el seudónimo de Juan de Castilla.

«Hubo un tiempo en el que, para hablar de uno de los mayores escritores del exilio, había que hacerlo siempre a la defensiva», atestigua ahora Michael Eaude, autor de Arturo Barea: triunfo en la medianoche del siglo. «Afortudamente, ese tiempo ya quedó atrás y Barea cuenta ahora no sólo con el máximo reconocimiento en elReino Unido, sino con una plaza en su barrio de Lavapiés».

Como colofón a la resurrección literaria del autor extremeño exiliado en Faringdon, el archivo histórico compartido con su mujer (la periodista y revolucionaria vienesa Ilsa Kulesar) ha sido donado a la Biblioteca Bodleiana, el santuario literario de Oxford.

En un acto auspiciado por el Instituto Cervantes, la editora Uli Rushby-Smith, sobrina de Ilsa y albacea, hizo entrega del archivo que devuelve los libros, los documentos, los guiones de sus programas radiafónicos y todo lo que llegaron a atesorar Arturo e Ilsa en su cabaña de Faringdon, en Oxfordshire, durante los 17 años del exilio hasta su muerte en 1957.

«Mi vida se ha roto en dos», llegó a decir Barea a su llegada al Reino Unido en 1938, con una maleta y una máquina de escribir. «No tengo perspectivas, ni país, ni casa, ni empleo».

«La escritura se convirtió en la patria que compartieron Arturo e Ilsa en su casa de Oxfordshire», recuerda Ilsa. «Las paredes estaban forradas con libros y el propio Arturo hacía las estanterías desmontables (mucho tiempo antes de que llegara Ikea)».

El calor humano y el humo de los cigarrillos (hasta 100 pitillos se fumaban al día entre los dos) eran otras dos marcas indelebles de aquel hogar emboscado en las cercanías de Oxford, donde Barea «encontró la paz para escribir sobre la guerra».

«Al cabo de los años seguí peleando con el idioma, pero con el tiempo reconoció que había aprendido lo suficiente para apreciar a Jane Austen», certifica Uli Rushby-Smith. «Por las tardes, solía dejarse caer en el pub The Volunteer de Faringdon, donde era conocido por sus bromas».

«Barea conoció y estuvo en contacto con Ernest Hemingway y John Dos Passos», recordó su biógrafo Michael Eaude. «Y aunque no lo conoció en persona, era compañero generacional y grandísimo admirador de Lorca. De hecho, Lorca, el poeta y su pueblo es posiblemente su segunda mejor obra».

Eaude recordó cómo La forja de un rebelde se publicó antes en inglés y vio la luz en Argentina «en una mala edición con numerosas erratas». La propaganda franquista hizo sin embargo todo lo posible por silenciarla.

«Digamos que Barea se hace escritor con la guerra, a diferencia de otros escritores truncados por la guerra», asegura Eaude. «Antes que 'censor' había sido empleado en un banco, y sindicalista con la UGT. Es Ilsa quien le incita a escribir y entre los dos se crea un tándem peculiar: ella pone el intelecto y él la creatividad».


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http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2018/02/09/5a7d6fa7e5fdea91018b45ad.html
 
Perelman: el escritor más gracioso del mundo
Apenas traducido al español, el neoyorquino fue uno de los grandes humoristas del siglo XX. Una antología reivindica su legado, inspirado en autores como Joyce, Conrad y Lardner

FERNANDO TRUEBA
9 FEB 2018 -



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S. J. Perelman, en su oficina de Nueva York. CARL MYDANS GETTY


Antes de nada debo hacer una confesión: el libro que más veces he leído en mi vida no es El Quijote. Tampoco La Biblia, ni el Manifiesto comunista. Tampoco En busca del tiempo perdido, de Proust, aunque en este caso sobre todo por falta de tiempo. El causante de que mis carcajadas hayan interrumpido el sueño de mi mujer muchas noches es Sin plumas, de Woody Allen. No conozco mejor remedio contra el insomnio, la depresión o cualquier tipo de problema personal o profesional, económico o sexual.

Woody quería ser Groucho Marx, Ingmar Bergman y Chéjov. Sólo queriendo ser otros uno llega a ser alguien: sí mismo. Como Truffaut, que quería ser Hitchcock, Renoir y Rossellini y acabó siendo Truffaut. Que no es poca cosa.

Woody Allen comenzó vendiendo chistes y gags a cómicos consagrados y luego creció como monologuista en los clubes neoyorquinos de los sesenta. Pero donde se hizo a sí mismo fue en las páginas de The New Yorker. Y en sus artículos para esta revista, luego recogidos en libros, puede verse que, antes de dirigir películas, lo que Woody Allen quería es ser S. J. Perelman.

Y estuvo a punto de conseguirlo. Hasta el punto de que muchos de sus artículos y cuentos no existirían sin el antecedente de Perelman, que publicó en las mismas páginas de The New Yorker su prosa única, inteligente, juguetona, profunda, disparatada, sofisticada durante medio siglo, de 1930 a 1979.

Algunas de las piezas mejores y más celebradas de Allen descienden en línea directa de Perelman. Por citar sólo las más obvias, Si los impresionistas hubiesen sido dentistas no creo que hubiese existido nunca sin el precedente de Azótame, papi posimpresionista, de Perelman; o La put* de Mensa y Mr. Big, los dos casos del detective Kaiser Lupowitz, parodia de Philip Marlowe, se remontan a Raymond Chandler, pero lo hacen vía Mike Noonan, el detective de Adiós, muñeca sueca, de Perelman, quien se carteaba a menudo con Raymond Chandlery a quien mandó una copia del cuento, que Chandler califica en una carta a su editor de “maravillosa parodia”.

Dicho todo esto, no se trata de regatear ningún mérito, sino de celebrar el buen gusto de Woody eligiendo a sus modelos, y también su audacia, pues “imitar”, o pretenderlo, a Perelman es algo así como pretender emular a Shakespeare o a Michael Jordan. Pero Woody podía hacer parodias hasta de Sartre (Los condenados) o Iris Murdoch (Mi apología), por citar algunos.

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Groucho Marx. IMAGO /UNITED ARCHIVES / CORDON PRESS


Ahora la editorial Contra ha tenido la no menor audacia de editar una antología de textos de S. J. Perelman, Perelmanía. Sólo un libro de Perelman había sido traducido antes al castellano (Los Robinsones Perelman,¡hace 27 años!), y se trata de su libro más convencional. Porque, si exceptuamos el Finnegans Wake, de Joyce, es posible que no haya un inglés más intraducible que el de Perelman, un mago no sólo del humor, sino también del lenguaje, continuo inventor de palabras y expresiones. Así que hay que agradecer a Contra su osadía y su más que aceptable resultado en tan difícil empeño.

Woody Allen dijo que Perelman era “el ser humano más gracioso del mundo”, y Tom Wolfe lo calificó de “el escritor más gracioso de América”.

Pero del mismo modo que Woody se inspiraba en Perelman, Perelman, a su vez, también tenía sus maestros y, como Woody, no los ocultaba. James Joyce, Joseph Conrad, P. G. Wodehouse, H. L. Mencken (quien definió la conciencia como “esa voz interior que nos avisa de que alguien puede estar viéndonos”) y Flann O’Brien se contaban entre sus favoritos. Por no hablar de su inseparable amigo del colegio Nathan Weinstein, que luego cambiaría su nombre, con futurista lucidez por cierto, por el más adecuado para un novelista serio de Nathanael West. Por cierto, Perelman se casó con su hermana Laura y vivieron felices e infelices toda su vida en un matrimonio que duró más de 40 años y que sus respectivas aventuras amorosas jamás consiguieron romper.

Eran tiempos en que el humor no estaba reñido con la inteligencia, la cultura, el estilo, la clase. Entre sus admiradores, Perelman contó con nombres como Dorothy Parker, T. S. Eliot, Somerset Maugham, Gore Vidal, Philip Roth, Kurt Vonnegut, John Updike, Joseph Heller, Guillermo Cabrera Infante o Steve Martin.

Pero quizá a quien hay que citar como la influencia decisiva en Perelman sea a Ring Lardner, que murió tuberculoso cuando Perelman comenzaba su carrera. Perelman confesó que “había robado tanto a Ring Lardner que deberían arrestarle”. Qué hermoso elogio…

Lardner era un genio. Scott Fitzgerald (de quien era buen amigo) y hasta Virginia Woolf admiraban a Ring Lardner. John O’Hara decía que era el escritor de quien más había aprendido. Y hasta Salinger hace decir a Holden Caufield, el protagonista de El guardián en el centeno: “Mi autor favorito es mi hermano D. B. y el siguiente Ring Lardner”. Eran tiempos en que el humor no era un subgénero.

Hemingway admiraba tanto a Lardner que de joven firmaba sus artículos para el periódico de la universidad como Ring Lardner Jr., seudónimo que sería usurpado años más tarde por Ring Lardner Jr. en persona, guionista y uno de Los Diez de Hollywood durante la siniestra caza de brujas de McCarthy, que le llevaría a la cárcel y a trabajar de negro, aunque acabaría ganando el Oscar por el guion de MASH. Su hermano James murió en España luchando por la democracia y la libertad en la Brigada Lincoln, aunque esta información tal vez no viene al caso. ¿O sí?

En una de sus “obras teatrales”, por llamarlas de algún modo, Lardner escribió: “Se baja el telón durante siete días para transmitir la impresión de que ha pasado una semana”.

En otra ocasión, declinó una invitación a una partida de póquer con el argumento de que era la noche libre de su hijo pequeño y tenía que quedarse con la niñera. Y a un amigo que se había ido de vacaciones le mandó el siguiente telegrama: “¿Cuándo vuelves, y por qué?”.

Como Perelman y Groucho dominaron el humor de los treinta, Lardner reinó en los locos años veinte, junto a sus compañeros de la famosa mesa redonda del hotel Algonquin de Nueva York, gente como Robert Benchley, que dijo: “Hace tanto que no viajo al extranjero que ya casi hablo inglés sin acento”, o que dirigió el corto Cómo dormir, un clásico. A una mujer que contemplaba la idea del su***dio le aconsejó: “Debes saber una cosa: destrozarás tu salud”. También era suya la frase “Dime tus fobias y te diré de qué tienes miedo”. Benchley confesó: “Me llevó 15 años darme cuenta de que no tenía ningún talento como escritor, pero no pude dejarlo porque para entonces ya era demasiado famoso…”; George S. Kaufman, a quien Adolph Zukor ofreció 30.000 dólares por los derechos cinematográficos de una de sus obras y que respondió ofreciendo 40.000 por la Paramount; Alexander Woollcott, que dijo que todas las cosas que le gustaban “eran inmorales, ilegales o engordaban”; Dorothy Parker, que dijo de una mujer “que hablaba 18 idiomas pero era incapaz de decir ‘no’ en ninguno de ellos”, y que discutiendo un nuevo empleo dijo: “El sueldo no es un problema. Solo quiero lo suficiente para mantener mi cuerpo y mi alma separados”; o Harold Ross, fundador de The New Yorker, que una vez le preguntó a Lardner cómo redactaba sus artículos y este le respondió que escribía algunas palabras separadas en un pedazo de papel y luego “rellenaba los espacios vacíos”.

Y no olvidemos al canadiense Stephen Leacock, un tipo tan ingenioso que dijo que a todos los Hohenzollern, los Habsburgo, los Mecklenburg y los Muckendorf habría que ponerlos a trabajar, “y no de generales, directivos, legisladores o terratenientes, sino poniéndolos en el simple y humilde lugar de un obrero que busca trabajo”. Para morirse de risa.

El gran Jack Benny nombraba a Leacock como una gran influencia, y decía que fue Groucho quien se lo descubrió cuando ambos eran humoristas principiantes.

Todo ello para decir que Perelman, como todos, no nació por generación espontánea, que el humor, la literatura, el arte son un árbol de muchas ramas. “Todo lo que no es tradición es plagio”, dice un aforismo catalán del siglo XIV, que se atribuyó después a Eugenio d’Ors, y que luego repetía Buñuel.

Y en el árbol, la tradición, o la torre (de la canción) que diría Leonard Cohen, nos podemos remontar a Ambrose Bierce, autor de esas obras maestras que son El diccionario del diablo y las Fábulas fantásticas, y hasta a Mark Twain, tal vez el padre del humor americano, según Hemingway, de la literatura americana…

También España tiene su rama. Muchas veces me he preguntado a dónde habrían llegado los geniales Jardiel Poncela, Edgar Neville, Tono y Miguel Mihura de vivir en otras circunstancias históricas…

Pero por qué limitarnos a América y no buscar la influencia europea, que nos llevaría a Swift, Cervantes y Rabelais, y de ahí a Aristófanes y a Plauto, a los libros de chistes de Poggio Bracciolini y Filipo de Macedonia, para acabar en el Margites, del que se conservan apenas unas frases, y que según Aristóteles inauguró la comedia, o ¿por qué no? el mismísimo Confucio…, que a veces suena bastante grouchiano. Pero “no te remontes”, que dice María Barranco…

Perelman era hijo de emigrantes judíos rusos y nació en Brooklyn, como corresponde a un humorista serio. A los 26 años consiguió colar su primer artículo en The New Yorker. Era una historia en la que una mujer se quejaba escandalizada por haber visto a un hombre besando la estatua de un caballo en un parque. Perelman confesaba que era él y se indignaba de “a qué extremos están llegando las cosas cuando alguien que paga sus impuestos no puede entrar a un parque sin tener un atajo de espías como usted merodeando entre los arbustos…”.

Gran parte de la popularidad de Perelman se debía a haber escrito los guiones de la segunda y tercera películas de los hermanos Marx, Monkey Business (Pistoleros de agua dulce, 1931) y Horse Feathers (Plumas de caballo, 1932). Pero Perelman detestaba que se hablara de él más por estos trabajos que por el resto de su obra.

Groucho contaba que Perelman no quería que se le relacionara con esas dos películas, pero que cuando tuvieron éxito pretendía haberlas escrito él solo. Groucho, 14 años más viejo, sin duda lo admiraba, y confesaba haber leído todo Perelman y que fue él quien quiso tenerlo de guionista en las dos películas.

De hecho, el primer libro de Perelman, Dawn’s Ginsbergh Revenge (1928), llevaba en la solapa una frase promocional de Groucho Marx: “Desde que cogí el libro hasta que lo dejé he estado retorciéndome de risa. Espero leerlo un día de estos”.

Aunque parece ser que la frase que Groucho propuso inicialmente, pero que no llegó a utilizarse, era: “Este libro será siempre una primera edición”.

La contraportada tampoco era manca, el autor se presentaba diciendo “antes de hacer a S. J. Perelman rompieron el molde”.

En 1952 publicó Yo siempre te llamare schnorrer, mi explorador africano(incluido en Perelmanía), que no le sentó nada bien a Groucho. Este y Perelman se refirieron el uno al otro a lo largo de los años con el cariñoso calificativo de “hijo de put*”.

Según Groucho, Perelman miraba a los otros guionistas por encima del hombro, probablemente con motivo, y se consideraba un escritor de primera clase, lo que sin duda era, pero como dijo Groucho “sólo porque seas el mejor no tienes que ser un hijo de put*”. Groucho, que había admirado y querido a Perelman, pasó a odiarlo y hasta el final de su vida mantenía “todavía le odio”. Nunca le perdonó, incluso cuando Perelman le visitó mientras estaba enfermo, visita que fue un fracaso.

En su artículo The Winsome Foursome (1961), Perelman contaba: “Uno de los traumas de mi vida fue leer en voz alta el guion de Plumas de caballo a los hermanos (Marx), sus contables, su peluquero, sus dentistas, varios parientes y otros miembros de su entorno, en total 27 personas y 5 perros, escuchando todos ellos los gags en el más triste silencio”.

¿Es posible un matrimonio duradero entre dos genios del humor? Probablemente, no.

George S. Kaufman, autor de la obra original y el guion de la primera película de los Marx, decía:“The coconuts es una comedia, pero conocer a los Marx fue una tragedia”.

A Perelman no le gustaba escribir con otros. Le gustaba estar solo, en su despacho, en absoluto silencio, frente a su máquina de escribir y un retrato de Joyce, de 10.00 a 18.00, seis días a la semana, y de espaldas a la ventana. Su media eran 1.000 palabras semanales, y decía que reescribía cada artículo unas 30 veces.

Escribiendo Monkey Business Perelman y Arthur Sheekman se enzarzaron en una pelea sobre una línea del diálogo. Perelman amenazó a su coguionista: “Si vuelves a repetirla te tiro por la ventana”.

“Te lo pondré fácil”, replicó Sheekman, y saltó por la ventana. Afortunadamente la oficina en que trabajaban en el edificio de escritores de la Paramount estaba en la planta baja.

Perelman sostenía que el humor “amable” no existía y que escribía sus piezas con rabia.

Groucho y Perelman se inspiraban mutuamente. Es difícil no reconocer a Perelman detrás de muchos de los diálogos de aquellas películas, como cuando Groucho increpa al capitán del barco en que los Marx viajan de polizones:

—¿Sabe quién se coló en mi camarote a las tres de la madrugada?

—No, ¿quién?

—Nadie, y esa es mi queja. Soy joven, quiero alegría, risas, cha-cha-cha… Quiero bailar… Quiero bailar hasta que las vacas vuelvan a casa.

Años más tarde, Perelman ganó un Oscar al mejor guion por una película tan poco inspirada como La vuelta al mundo en 80 días. En ella se escuchaban cosas como:

—¿Sabe si ha habido alguna mujer en su vida?

—Supongo que tuvo una madre, pero no estoy seguro.

Apostaría la vida de cualquier miembro del Gobierno a que este diálogo se debe a Perelman, pero no puedo asegurarlo. Y confieso que no me he tomado la molestia de releer el clásico de Julio Verne para comprobarlo.

Lo que está claro es que Perelman fue uno de los más geniales humoristas del siglo pasado y, mientras no surja alguien que me demuestre lo contrario, sigue siéndolo también del XXI. Podríamos decir que fue uno de los más altos ejemplos del surrealismo americano, si no fuera porque los surrealistas carecían de sentido del humor, salvo la rama española (Buñuel y Dalí).

Esperemos que el título de esta necesaria edición española se haga realidad y la Perelmanía se convierta en tendencia, aunque, por ataques de optimismo semejantes, pueden encerrarle a uno de por vida.

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jajajajaj Este me gusta mucho Pilou

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Estoy con este, pero se me está haciendo demasiado denso en datos y detalles.

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Lo leí y es muy interesante porque resulta muy impresionante el punto de vista de las poblaciones árabes que sufrieron la llegada de las tropas cruzadas y narran las salvajadas nada cristianas que cometieron y cuyo recuerdo ha dejado huella en su cultura hasta la actualidad. Menos mal que hoy dia en el avispero de Israel-Palestina ya se retiraron los cristianos, sino seria el apocalipsis nuclear.
 
MEMORIA DEL MAL, TENTACIÓN DEL BIEN – Tzvetan Todorov
Publicado por Rodrigo | Visto 1866 veces

«No se prepara el porvenir sin aclarar el pasado». Germaine Tillion

En febrero del año pasado falleció Tzvetan Todorov, uno de los grandes animadores del pensamiento humanista en las décadas del cambio de siglo. Uso a propósito el sintagma “pensamiento humanista”, tan impreciso en apariencia, y es que el frondoso corpus bibliográfico del búlgaro-francés se resiste a los encasillamientos. Su formación académica fue la de un lingüista y semiólogo, y como tal ejerció en el tramo inicial de su trayectoria profesional, abonando importantes contribuciones al análisis del discurso y a la teoría literaria. Fue a partir de una estancia en México que amplió el horizonte de sus inquietudes culturales, embarcándose desde entonces en una travesía intelectual que abarcó las últimas cuatro décadas de su vida; travesía que tuvo una primera escala en el ensayo La conquista de América: el problema del otro (1982). Este libro anuncia lo que sería una de las preocupaciones axiales de su andadura, a saber, la cuestión de la diversidad humana y el encuentro entre culturas, o, dicho de otro modo, el problema del “nosotros” frente a “los otros”: un tema cuya connatural vastedad invita a la colaboración interdisciplinaria y para el que el espíritu abierto de Todorov –advertido de los inconvenientes de la hiperespecialización académica- se hallaba bien dispuesto. (Íntimamente relacionado con este tema está el de la búsqueda de un marco moral e intelectual para una vida en común, otra de las inquietudes cardinales de Todorov.) Su enorme capacidad de estudio le permitió adquirir mucho más que los rudimentos de diversas ramas del saber, familiarizándose con los aportes realizados desde la historia, la sociología, la psicología, la antropología, la filosofía política y la historia del arte, los que, sumados a los de su propia especialidad profesional, transmiten un sutil y muy saludable aire de erudición a sus obras. En sus disquisiciones en torno al arte pictórico –uno de los motivos predilectos de su fase postrera- demuestra un profundo interés por los valores estéticos pero también por el trasfondo socio-histórico de la actividad artística y por la vivencia interior o los movimientos espirituales del artista, evidenciando de esta manera la clave de su modus operandi: en lugar de contentarse con un exclusivo enfoque heurístico, a Todorov lo motivaba la comprensión de conjunto, afín al desciframiento de la impronta humana en la complejidad de nuestra especie, para lo cual tanteaba la conciliación de diferentes puntos de vista y el obtener provecho de materiales variados.

De las publicaciones de Todorov (las que siguieron al referido punto de inflexión) no se extrae un sistema cerrado de ideas, no iban por ahí sus aspiraciones intelectuales. En la claridad y limpidez de su lenguaje se aprecia un anhelo de trascender el ámbito académico: sus libros, que cultivan un formato que aúna la síntesis, la reflexión incitante –frecuentemente auxiliada por el ejercicio de la comparación- y el cuestionamiento tanto de lugares comunes como de categorías estancas –nacidas de reduccionismos simplificadores-, fueron concebidos para un público cultivado mas no necesariamente especializado; algunos de ellos adolecen a primera vista de cierta fragmentariedad o dispersión temática pero siempre se termina por encontrarles un hilo articulador (incoherentes, desde luego, no lo son). Gustaba nuestro hombre de presentarse como un historiador de las ideas, y razón no le faltaba. Pero también era, acaso en mayor medida, un valedor del humanismo de moderna prosapia, heredero como tal de la gran tradición renacentista e ilustrada (de Montaigne a Tocqueville), y un polemista atento a las amenazas políticas e ideológicas del presente –polemista por demás renuente a las estridencias y al prurito de pontificar-. La arbitrariedad, el fanatismo y la intolerancia en todos sus niveles y manifestaciones; la pretensión de renegar de la diversidad humana y de supeditar los destinos de los hombres a cualesquiera abstracciones doctrinarias sobre el hombre; los vicios teóricos, morales y políticos del particularismo identitario (en sus variaciones racistas, nacionalistas, etnocentristas o de los fundamentalismos religiosos); las tentativas de instrumentalizar políticamente el conocimiento o de subordinarlo a dogmas ideológicos; las instigaciones a la violencia, el revanchismo y la segregación social; las dictaduras y los totalitarismos: todos ellos debían contar con él como un fustigador inclaudicable. Aunque no ambicionó un estatus público como el que ostentaran en su día un Jean-Paul Sartre o un Raymond Aron, aunque recelaba del exhibicionismo mediático de un Bernard-Henri Lévy, Todorov fue sin duda uno de los últimos intelectuales comprometidos, de una lucidez e integridad que recuerdan a Albert Camus, o al mencionado Aron (a quienes prefería en detrimento del trío célebre de Sartre, Beauvoir y Merleau-Ponty). Valga la reseña que sigue como un modesto homenaje a su legado.

En Memoria del mal, tentación del bien, trabajo publicado originalmente en 2000, Todorov concentra la mirada en algunas de las aristas definidoras del siglo XX, del que, en su doble condición de europeo oriental nativo y occidental adoptivo, fue un testigo privilegiado. Identifica lo que a su juicio es el acontecimiento capital de la centuria, el surgimiento y desarrollo de los totalitarismos, sometiéndolo a un minucioso escrutinio; evalúa el papel complementario de la historia y de la memoria en relación con dicho acontecimiento, desaprueba los abusos de la memoria y sopesa la aplicación del análisis comparativo en el estudio de los regímenes totalitarios; alerta sobre el cometido internacional de las democracias, cuyo historial en este plano está lejos de ser irreprochable (por de pronto, no fue un régimen totalitario, ni dictatorial ni militarista el que arrojó bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; la respuesta de las potencias democráticas a los conflictos de la década final del siglo, como los de la ex Yugoslavia, Ruanda y Uganda, fue francamente deplorable); reivindica, en fin, la actuación de un puñado de individuos que sufrieron y denunciaron la abominación totalitaria, haciendo las veces de antídoto contra el mal. A grandes rasgos, estos son los ejes temáticos del libro. Por cierto que la evocación comedida –nunca hagiográfica- de personalidades ejemplares es en varios de los títulos de Todorov una práctica recurrente, cuya función es la de añadir una dosis de esperanza y optimismo al examen de una época eminentemente sórdida: como erigir un faro en un mar de tinieblas. Lo ilustra un razonamiento inspirado por la suprema ponderación de Primo Levi, que en lugar de tronar con ánimo vindicativo contra la generalidad de los alemanes abogaba por la justicia, sustrayéndose además a cualquier visión maniqueísta de lo que solemos figurarnos como una materialización icónica del mal absoluto (el genocidio de los judíos): «El rayo de luz –escribe Todorov- no procede del mundo que Levi describe y analiza, sino del propio Levi: que hombres como él hayan habitado esta tierra, que hayan sabido resistir a la contaminación por el mal es lo que se convierte, a su vez, en fuente de aliento para los demás». En el caso del libro en comento, las personalidades consideradas son Vasili Grossman, Margarete Buber-Neumann, David Rousset, Primo Levi, Romain Gary y Germaine Tillion.

Aunque la del totalitarismo parece una amenaza conjurada, al menos en lo que concierne a Occidente, dejar constancia de ella asoma como una exigencia ineludible al momento de perfilar la historia de Europa en el siglo XX. Los sistemas totalitarios tienen de característico el impugnar dos de los principios medulares de su antítesis, la democracia liberal: la autonomía de la colectividad y la autonomía del individuo. Lo hacen de una manera asaz singular: promoviendo en el plano del discurso las prerrogativas de la colectividad a expensas de los derechos del individuo. En el plano empírico, sin embargo, la represión de las libertades individuales es complementada por la instauración de un régimen de supremacía estadual y de partido único, una especie de monismo –por contraste con el pluralismo democrático- que disuelve las fronteras entre las esferas pública y privada en pos del establecimiento de una comunidad orgánica y unitaria, coextensiva a la sociedad entera, operación que conlleva la absorción de la vida social por una estructura monopólica de poder que homologa al estado con el partido y a éste con el aparato policial. La alardeada preponderancia de lo colectivo sobre lo individual no es en los totalitarismos otra cosa que el secuestro de la sociedad por una organización partidista estrictamente jerarquizada –habitualmente minoritaria en el concierto de partidos-, de modo tal que un reducido núcleo de dirigentes –fusionado con el poder estatal- adquiere el estatus de oligarquía: la cúpula del partido como el nuevo estamento de los privilegiados. Por demás, las oligarquías totalitarias imponen su supremacía no a una comunidad orgánica como la idealizada por el credo al que ellas adscriben sino a unas masas políticamente desarticuladas y desactivadas, nada más que aglomeraciones atomizadas e impersonales de individuos. Así pues, los totalitarismos sacrifican el principio de libertad al de igualdad, pero éste es bien pronto convertido en cáscara vacía. El discurso igualitario del totalitarismo no es más que una representación mendaz de la realidad, una farsa que George Orwell satirizó de manera inigualable en su Rebelión en la granja: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.

El totalitarismo es un resultado perverso de lo que Todorov denomina la tentación del bien. A diferencia de la democracia liberal, que se limita a proporcionar un marco en que las personas puedan buscar la satisfacción de sus necesidades, al totalitarismo le es consubstancial una promesa de felicidad y plenitud, realizable una vez que se concrete el orden comunitario ideal formulado por la ideología. La ideología totalitaria es una forma de milenarismo o mesianismo inmanentista, un utopismo que aspira a forzar la materialización de una sociedad idílica en el plano de la realidad, la que por su propia naturaleza es refractaria a las figuraciones ideales de la mentalidad utopista (de aquí que el utopismo totalitario, obstinado en constreñir la realidad a los márgenes de una utopía, recurra invariablemente a la coerción y la violencia: el utopismo es, de hecho, pura violencia ideológica). Quienes conducen o secundan un proceso de dominación totalitaria pueden aducir en su favor el deseo de hacer el bien, por más que este bien sea excluyente y coercitivo: no todos podrán beneficiarse de la realización de la sociedad ideal; cualquiera sea el factor discriminatorio (raza, etnia, nacionalidad, clase social), el totalitarismo se empeña siempre en erradicar a los elementos que no encajan en los presupuestos identitarios de la sociedad edénica, de suyo contraria a la heterogeneidad. Ahora bien, si algo distingue al milenarismo totalitario del de origen cristiano, es su mentado inmanentismo. La caracterización de las ideologías totalitarias como “religiones políticas” obedece a una estrategia teórica orientada a hacer inteligible el fenómeno totalitario: se trata de una metáfora perfectamente legítima. Empero, aunque imite el lenguaje y el ceremonial religiosos y procure en ocasiones un acomodo con las instituciones eclesiásticas, el totalitarismo prescinde de las referencias a lo divino y su ámbito propio es el de la realidad secular.

La raíz del utopismo totalitario es de índole cientificista, lo que en un sentido posiciona al totalitarismo en las antípodas de la religión pero en otro lo hermana con ella. El cientificismo postula que la realidad es por completo transparente a la razón, y que nada en ella, ni siquiera –o sobre todo- la esfera de lo humano, está vedado no ya al desentrañamiento de su mecánica sino a su control y manipulación. Gracias al conocimiento científico y a la técnica es posible transformar al hombre y la sociedad, modelándolos según convenga a las leyes históricas –pues el totalitario, determinista por antonomasia, alega actuar en nombre no de un voluntarismo político sino obedeciendo a unas leyes presuntamente desentrañadas por la razón; lo más que puede el totalitario es acelerar el curso inexorable de la historia. En la premisa cientificista reside justamente la paradójica afinidad del totalitarismo con la religión: todo él exige un acto de fe, comenzando por la creencia en unas leyes históricas; al mismo tiempo, dicha premisa es lo que lo distingue de la ciencia, comprometida en la indagación de la verdad, no de unos dogmas. (Para una profundización del concepto de cientificismo, véase de Todorov el ensayo Nosotros y los otros, de 1989).

El inmanentismo del pensamiento totalitario ha prestado un servicio inestimable a la crítica conservadora, que atribuye a éste una genealogía que lo hace un vástago de la Ilustración. ¿No postulaban los próceres del Siglo de las Luces que la sociedad, la moral y el conocimiento debían emanciparse de la tutela religiosa, incitando a los hombres a proclamarse soberanos de sí mismos? Sin embargo, en la negación por el totalitarismo de principios como los de libertad, igualdad, pluralismo y autonomía del conocimiento es imposible reconocer la huella del humanismo ilustrado. La crítica conservadora comete un error de proporciones al juzgar la oposición entre totalitarismo y democracia liberal una circunstancia accesoria, siendo como es una cuestión de fondo. Aunque el pensamiento ilustrado sea en esencia antropocentrista y prefiera los argumentos de razón a los de autoridad o los de la tradición, el cientificismo es una degeneración del racionalismo científico tanto como la pretendida elucidación de unas leyes históricas lo es de una búsqueda de fundamentos humanos para la convivencia social. El comunismo se creía autorizado para eliminar una clase social por razones científicas, el nazismo consideraba su deber eliminar a unas razas y esclavizar a otras por razones científicas. Pero la investigación científica no podía ejercer sus fueros en ningunos de los dos grandes totalitarismos europeos: el Tercer Reich anatematizó la “física judía”, la Unión Soviética proscribió la “biología burguesa”. Los presuntos fundamentos científicos alegados por uno y otro sistema para la perpetración de sus actos criminales eran, si no pretextos, simples proposiciones de fe. El cientificismo y el utopismo totalitario tergiversan el humanismo ilustrado, son sus enemigos irreconciliables. (Todorov se extiende sobre estas cuestiones en El jardín imperfecto: luces y sombras del pensamiento humanista, de 1998, y en El espíritu de la Ilustración, de 2006).

En el haber del humanismo está el que no se proponga la extirpación absoluta del mal ni la consumación de un paraíso en la tierra. Con todo, la democracia, que con razón reivindica el legado humanista, no es inmune a la tentación del bien ni está exenta de los riesgos de invocar el prestigio de la razón y de la ciencia. El peligro que se cierne sobre las sociedades democráticas es el de asimilar un moralismo que las lleve a considerarse encarnaciones del bien, investidas por ende del derecho de distribuir premios o castigos según se ajusten otras sociedades a sus parámetros políticos y morales, con frecuencia lastrados por simplificaciones maniqueas. El afán de imponer a otros pueblos la propia idea del bien tiene más de arrogancia que de virtud, y con frecuencia resulta contraproducente. Por otro lado, la confrontación entre estados democráticos y dictatoriales no exime a los primeros del deber de velar por la rectitud de su desempeño. La licitud de la contienda emprendida por las potencias liberales contra estados agresores como Alemania y Japón, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, no encubre la ilicitud de algunos de los procedimientos empleados contra éstos: del concepto de guerra justa no se deriva que el fin justifique los medios. Raramente ocurre en la historia de los conflictos internacionales que la bondad o justicia de una causa sea privativa de uno de los bandos en liza: no todos los enemigos son agentes del mal tan emblemáticos y monstruosos como Hitler; caracterizar a quienes lo secundaban en la construcción del orden nazi como unos seres demoníacos no tiene más valor que el de una caricatura. Las guerras en general son una cosa demasiado sucia como para presumir de la bondad de una causa o para trivializar los efectos destructivos de la acción bélica, que la técnica moderna ha multiplicado exponencialmente. En los conflictos del siglo XX, las muertes sufridas por la población civil han llegado a superar las de los militares. Como escribiera Romain Gary, “ni siquiera las causas más justas son nunca inocentes”.

Un problema sobre el que Torodov reflexiona detenidamente es el de la memoria, que antes abordara en un breve ensayo titulado Los abusos de la memoria (1995). El que los totalitarismos desplegaran toda clase de recursos para controlar y distorsionar la memoria –desde los eufemismos a los embustes de la propaganda, pasando por la adulteración de documentos textuales y gráficos- sugiere que su preservación es crucial. Sin embargo, la memoria no constituye en sí misma un valor absoluto. El culto obsesivo a la memoria presta un flaco favor a la sociedad cuando la hace prisionera del pasado y alimenta en ella el resentimiento y el revanchismo. Como señala nuestro autor en El hombre desplazado (1996), las calamidades de los Balcanes son una muestra de que una memoria estrictamente literal puede envolver a los pueblos en un ciclo interminable de odios ancestrales y acciones de represalia. En ocasiones dicho culto propende a dispensar del deber de examinar el pasado y meditar sobre sus enseñanzas, sustituyendo la comprensión por la simple condena moral. Sucede empero que la comprensión es una mejor base para educar y prevenir que el solo repudio o la ira denunciatoria: el sentido del pasado, para comenzar, no se revela por sí solo sino que requiere análisis y valoración; los hechos pueden ser interpretados de muy distinta manera, y la interpretación puede servir tanto al bien como al mal. La conmemoración ritual de las lacras del pasado no garantiza que dejen de reproducirse en lo venidero; por el contrario, sacralizar la memoria –el efecto de sustraerla a la revisión crítica y rendirle culto- puede anular su capacidad de servir como repositorio de lecciones valiosas, tornándola estéril. También hay que estar alerta ante el peligro de la banalización, que es el de perder de vista la especificidad de las vicisitudes del presente por abusar del valor explicativo del pasado: en vez de acertar al meollo de los acontecimientos, nos exponemos al riesgo de tergiversarlos y trivializarlos cuando nos limitamos a calificar a un Slobodan Milosevic o un Saddam Hussein como reencarnaciones de Hitler, o cuando caracterizamos el integrismo islámico como el fascismo de nuestro tiempo, sin más. En casos como éstos, la asimilación abusiva entre pasado y presente acaba por degradar la historia al nivel de una simple arma retórica. La misma historia, por demás, demuestra la neutralidad valórica del culto a la memoria: los regímenes totalitarios eran los más avezados a la hora de apelar a un pasado mitificado para seducir y ofuscar a las masas.

Las calamidades del siglo XX supusieron el descrédito de las grandes narrativas seudo históricas, demasiado inficionadas por la tentación de hacer de la utopía algo más que un instrumento de crítica y fuente de inspiración para el bien. Nos han vuelto suspicaces respecto de las ensoñaciones de antaño sobre el progreso de la humanidad. Después de Auschwitz y de Kolymá, de Hiroshima y el “Gran Salto Adelante” (el peor de los azotes infligidos a China por el régimen maoísta), la desilusión se vuelca sobre nosotros mismos, sobre lo que nos cabe esperar de nuestra propia naturaleza. El gran desafío del humanismo moderno no es inmunizarnos contra la gravosa conciencia de nuestra humana falibilidad, sino conciliar las expectativas sobre el futuro de la especie, moderadas a fuerza de golpes, con el deber irrenunciable de reflexionar y de actuar en pro del hombre. Sumirnos en inmovilidad voluntaria o complacernos en la mezquina satisfacción de nuestras apetencias básicas, por causa de la decepción que nos provoca la historia reciente, sería tan errado como suscribir la idea, expresada una vez por Theodor Adorno, de que después de Auschwitz la poesía es imposible (“un acto de barbarie”, en palabras del pensador alemán). Tal vez resulte ilusorio oponer la obra conjunta de un intelectual a la propagación de un clima de conformismo y desaliento, pero si el ejemplo de este intelectual sostiene en pie el proyecto luminoso del humanismo –el moderno y el de todos los tiempos-, y si creemos, por poco que fuere, que este ejemplo todavía puede irradiar su luz en todas las direcciones, bien puede tenerse a Tzvetan Todorov como una de sus mejores personificaciones.

– Tzvetan Todorov, Memoria del mal, tentación del bien: indagación sobre el siglo XX. Península, Barcelona, 2002. 384 pp.
http://www.hislibris.com/memoria-del-mal-tentacion-del-bien-tzvetan-todorov/#more-22593

Saludos, pendiente de leer lo tengo. Pinta bien.
El autor Tzvetan Todorov, es un gran ensayista con una trayectoria contrastada y ampliamente valorada en los círculos de la intelectualidad de matiz humanista.
 
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